REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.
En el N° 63 del periódico El Tradicional del mes de enero de 2006 se publicó un artículo del Dr. Daniel C. Zorrilla, sobre un hecho no aclarado en una toldería india.
Un sospechoso robo en los toldos
por el Dr. Daniel Claudio Zorrilla
Cuando esa noche serena de mayo Martín Montenegro resolvió salir, en dudosa compañía, a “divertirse”, no sospechó cuán amargos serían los días venideros, particularmente el siguiente, que lo sorprendió en calidad de detenido en el Hospital de la Fortaleza Argentina reponiéndose de numerosas y, algunas de ellas, graves heridas.
Ocurrió en el mes de mayo de 1848 en las vecindades de la ciudad de Bahía Blanca, con intervención de su Alcaldía de Paz, Sección Primera, en la provincia de Buenos Aires. El entonces juez de Paz y comisario D. José María Hidalgo, solicitaba al comandante del Fuerte Argentino, teniente coronel José Luis Palavicino, la designación de un oficial “...para q’ proceda a las correspondientes diligencias en el esclarecimiento del hecho”. Se trataba de la denuncia formulada el día 2 de mayo en el mismo Fuerte por el capitanejo amigo Ancalao contra el paisano Martín Montenegro, quien fuera sorprendido en el interior de su toldo robándole varias pertenencias (“Unas espuelas grandes de plata, un puñal con bayna y cavo de plata, una daga con su bayna, un poncho inglés, un mandil de algodón y un retaso de lienzo...”). El pedido implicaba la delegación y comisión para instruir el pertinente sumario, “no habiendo en este pueblo un paisano inteligente...” para hacerlo. Es entonces designado “juez fiscal” el teniente coronel D. Juan Francisco Díaz, segundo al mando de la fortaleza, quien solicita inmediatamente informe sobre el estado de Montenegro al médico Sixto Laspiur. Este contesta: “haber curado en el Hospital de la Fortaleza al paisano Martín Montenegro de heridas contusas en la cabeza, una herida de más consideración en la cara, abajo del arco zigomático del lado izquierdo, vertical más profunda en la parte superior en la extensión de una pulgada que interesa la piel, el elevador del labio superior, el buccinador y el ángulo orbicular de los labios, y trozada las arterias labial superior y infraorbitaria. Además otra herida de poca consideración que ha trozado transversalmente la oreja del mismo lado. Todas estas heridas son hechas con instrumentos contundentes, esta circunstancias y la mucha pérdida de sangre lo tiene al herido en un estado delicado, de todo lo cual el que firma pone en su conocimiento a los fines que sean de superior aprobación”.
De inmediato el sumariante convoca y toma declaración al denunciante Ancalao -indio amigo que es de edad “como de 35 años” y habla regularmente el idioma español-, recibiendo sus dichos “bajo promesa de decir verdad por el sol que nos alumbra, a quien adora”. Declara que la noche anterior se encontraba durmiendo en su toldo siendo despertado por unos ruidos. Vio entonces a su mujer que perseguía a un hombre que huía con unas prendas robadas que guardaba en un cajón junto a su cama. Cuando hubo alcanzado al ladrón lo tiró al suelo y “... se le puso en sima, le quitó las prendas robadas tirandolas á un lado incluso el puñal, el facón y las espuelas de plata y agarrando una de dichas espuelas con la mano izquierda le apretó la garganta al ladrón (quien no decía palabra -como para decirla, i.m.-) y con la derecha le pegó con la espuela por la cara y la cabeza en términos que la rompio: que en tanto el ladron se defendia á mordiscones: resultando el declarante con tres mordiscones en su cuerpo: que este caso comenso á llamar a gritos á Fermín, que en inmediatamente llegó hallí así co- mo su muger y varias Chinas y condujeron al ladron al toldo del declarante.” Su declaración fue corroborada por la China Micaela, mujer de Ancalao, y por Fermín (indio fiero y célebre), quienes también juraron por el “sol que nos alumbra” a quien adoran, agregando este último que el capitanejo quería degollar al paisano pero él se opuso y lo llevaron al toldo atándolo a un palo.
Sin embargo, al prestar declaración Montenegro -quien sólo logra hacerlo después de cuatro días, repuesto un poco de sus heridas-, ofrece una distinta versión de los sucesos. El paisano es un mozo de 23 años, ocupado en tareas rurales y presta su juramento haciendo una señal de la Cruz. Dice que la noche del hecho había estado bebiendo y jugando a los naipes en una pulpería donde ganó mucha plata, pero terminó totalmente embriagado no recordando nada más a partir de ese momento, hasta que despertó en el toldo de Ancalao, herido, atado y desnudo. Agrega respecto de la denuncia “que es un falso testimonio que le han levantado, pues á demás que tiene dicho que no tenía conocimiento en dichos toldos no era posible que hubiera acertado tan bien encontrar dichas prendas reunidas robarlas y salir con ellas corriendo, cuando dicen Ancalao lo perseguía: que mas bien el declarante salió robado, pues al otro días se encontró atado, herido y desnudo”. Identifica a sus compañeros de la juerga de esa noche como Juan Peralta e Ignacio Becerra (este último soldado del Regimiento de Dragones), a quienes califica de patibularios arguyendo que deben ser ellos quienes lo robaron llevándolo luego a los toldos, que él no conocía, dejándolo abandonado a merced de los indios quienes lo estropearon. Rubrica su declaración con una cruz por no saber firmar.
Peralta no es encontrado para prestar declaración y Becerra dice que lo llevó a Montenegro a la casa donde el mismo vive, por caridad y para que durmiera la borrachera, yéndose a su vez a seguir juergueando y que no lo encontró al volver porque ya se había ido, justificando la tenencia de una buena suma de dinero en su poder por haberla ganado, a su vez, en el juego luego de dejar a Montenegro. Su declaración es apoyada por la dueña de la casa y por otros soldados (del Regimiento de Blandengues esta vez), que dijeron haber estado con Becerra.
El “juez fiscal comisionado” consideró llegado este punto, estancada la investigación, sin probabilidades de mayor esclarecimiento, elevando lo actuado al Jefe de la Guarnición sentando así su conclusión: “... á juicio del Fiscal se cré no haber habido tal robo, y si que los indios para cubrir la gravedad del delito que habían cometido, han inventado el robo: pues de ningún modo el Acusado pudo haber entrado en un toldo obscuro, robar rapidamente tantas prendas y escapar con ellas sin tener antesedente ni conocimiento alguno en los toldos...”. Seguidamente, el comandante Palavicino elevó un oficio al juez de Paz dictaminando: “El Infrascripto remite a U. La indagación seguida al Paisano Martín Montenegro por la que no resultan pruebas para proceder en juicio contra dicho Paisano, por no haber testigos presenciales; por cuyo motivo el Infrascripto es de opinión que le lebante el Arresto al Paisano Montenegro, y después de sanar de sus dolencias, sea apercibido seriamente para los Subsecivo en andar bagando noturnamente por los Toldos de los indios amigos, por lo que sehá hecho sospechoso y digno de un castigo ejemplar, sin embargo de no habersele podido probar el robo, tampoco se puede decir que no lo ha cometido, por cuando hecha por disculpa la embriaguez”. “Las prendas de su referencias pertenecientes al Capitanejo Amigo Ancalao, le han sido entregadas por el conducto del Sargento Mayor Dn. Francisco Iturra.”. “Dios guarde á V.M.A.”.
Suponemos, porque no consta en las actuaciones que se conservan, que habrá el juez de Paz dictado el pertinente sobreseimiento provisorio de aquel pobre paisano Montenegro que “fue por lana... y salió esquilado”.