viernes, 27 de mayo de 2022

Revolución de Mayo - La máscara de Fernando VII

 REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años. 

Publicamos a continuación un artículo del historiador Omar López Mato,  aparecido en el diario La Prensa del día 26 de mayo de 2010, en la columna Umbrales del pasado.

 Las razones detrás de la máscara

por Omar López Mato


Continuando con la zaga del Bicentenario, hoy les voy a contar las razones de por qué nuestros hombres de Mayo eligieron ocultar sus intenciones independentistas tras la máscara de Fernando VII. Este joven abúlico y rastreo se había ganado el afecto del pueblo español al oponerse a los designios de Manuel Godoy, apodado “el príncipe de la paz”, y a sus adhesiones a la causa de los franceses. Se decía, además, que el tal Godoy era amante de la madre de Fernando, María Luisa de Parma. La reina, en convivencia con Godoy, regía los destinos del Imperio Español ante la pasividad de Carlos IV. Este rechazo a toda ideología foránea le ganó el aprecio de la gente del pueblo que lo proclamó “el deseado”, y se inspiró en su imagen para luchar contra el invasor francés, mientras Fernando vivía un dorado cautiverio a manos de Napoleón. Para granjearse la simpatía del Gran Corso cortejaba a una de las hermanas del emperador francés, mientras su gente moría peleando contra las tropas de Murat. Realmente “el deseado” dejaba mucho que desear.
Mientras tanto, aquí a orillas del Plata, un grupo de criollos trataba de sacárselo a Cisneros de encima, invitando a la princesa Carlota a gobernar a sus súbditos porteños. Esta infanta era hermana de Fernando y cónyuge del príncipe Juan VI de Portugal, que a la sazón se habían desplazado a Río de Janeiro corridos por Napoleón. La princesa sufría por las injusticias y persecuciones de las que era objeto dentro de la corte lusitana, ya que su marido había descubierto un complot urdido por ella para destituirlo. La princesa, recluida en su palacio de Río, veía el ofrecimiento de los revolucionarios con buenos ojos y a tal fin escribió una carta a la Junta de Sevilla ofreciendo sus servicios para esta causa y, más aun, se ofrecía para ser regente de España mientras su hermano continuase en cautiverio. La idea le gustó a Juan VI, que ni corto ni perezoso proclamó que si su esposa era regente de España esto le daba a Portugal derechos sobre el Virreinato del Río de la Plata. La Junta de Sevilla, alarmada por esta siniestra simplificación, prontamente envió un representante a Río de Janeiro, el marqués de la Casa Irujo, para sacarle de la cabeza esas ideas a Carlota y agradecerle su ofrecimiento, pero ya los españoles tenían bastante con los franceses y era mejor, mucho mejor, que Carlota se quedara en Río tomando sol (bueno, es una expresión; entonces no se acostumbraba pero cualquier excusa era buena para tenerla lejos de la Península).
Aparece entonces en escena el joven Percy Clinton Sydney Smythe, alías lord Strangford, un viejo conocido delos Braganza que había organizado la huida de la casa reinante portuguesa a Brasil ante la amenaza napoleónica. Fue tan coordinada la evacuación que los franceses vieron impotentes cómo la flota británica cruzaba el Atlántico con los reyes a bordo. Con este antecedente, la corona británica no dudó en enviarlo a Río de Janeiro como embajador de su graciosa majestad. De hecho, Sydney Smythe se convirtió en el árbitro de la política americana.
Resulta que ahora España e Inglaterra eran aliados y que el virrey Cisneros había abierto el puerto de Buenos Aires a los productos ingleses después del pedido de los comerciantes Dillon y Twaites. A Inglaterra ya no le interesaba que el Río de la Plata pasase al dominio portugués y menos aún que se independizara.
En una larga carta al marqués de Wellesley, el futuro duque de Wellington, Strangford, detalló su propuesta a los insurgentes americanos al aclararles que Inglaterra, la reina de los mares, no habría de ofrecerse como “amiga eficiente y protectora de las colonias españolas” en caso de intentar declararse independiente de la madre patria. Para evitar esa circunstancia, les aconsejaba continuar fieles a don Fernando, aunque estuviese preso de Napoleón. Se cubrían las formas, Inglaterra se hacía la distraída y seguía con sus negocios a la espera de los acontecimientos.
La propuesta le llegó a los confabuladores a principio de mayo de 1810 a través de enviados especiales, La idea los convenció y todos abrazaron la máscara de Fernando VII con entusiasmo. De hecho, el deseo de independizarse se sofrenó hasta después de 1815 cuando Strangford volvió a su querida y blonda Albión. Con los años, y a pensar de jamás haber puesto su pie en esta ciudad, el buen lord fue nombrado ciudadano ilustre de Buenos Aires.

martes, 24 de mayo de 2022

Regimiento de América N° 5

REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.

En la revista El Tradicional  N° 93 de enero de 2010, se publicó el siguiente interesante artículo sobre "El regimiento de América".





EL REGIMIENTO 

"DE AMÉRICA", NÚMERO 5  1810-1811 

por Guillermo Palombo 



Para aumentar los efectivos de la guarnición militar de Buenos Aires, la Primera Junta, además de aumentar los efectivos de los batallones existentes elevados a regimientos, decretó la formación de un nuevo regimiento de Infantería, tarea que encomendó a Domingo French. Regimiento que es el objeto de esta nota, redactada sobre la base de la lectura de los documentos originales que se conservan en varios legajos de nuestro Archivo General de la Nación.

El 18 de junio de 1810, French elevó su proyecto a la Junta. Contenía cuatro cláusulas. En la primera, describía el uniforme para el nuevo cuerpo “que ha de llamarse de Patriotas de Buenos Aires”. En la segunda, propiciaba que los oficiales (desde alférez hasta capitán) entraran a gozar sueldo cuando sus respectivas compañías tuvieran alistados treinta hombres, con las calidades exigidas para el servicio por las ordenanzas militares. En la tercera, solicitaba que tampoco gozara de sueldo la Plana Mayor hasta tanto estuviese formado un batallón con treinta hombres por compañía. Y en la cuarta, pedía que, para la rápida formación del cuerpo, se expidieran los despachos de los oficiales, a cuyo efecto acompañó, por separado, una lista de los ciudadanos que propuso al efecto.

La planta del regimiento constaría de una plana mayor (teniente coronel, sargento mayor, dos ayudantes mayores, dos abanderados, capellán y cirujano) y dos batallones de nueve compañías cada uno (la primera de granaderos y las ocho restantes de fusileros).

El 27 de junio, la Junta confirió distintos empleos. A Domingo French el de coronel “del nuevo Regimiento de América”. Antonio Luis Beruti recibió el de teniente coronel. Y se expidieron los despachos para los oficiales del primer batallón, si bien con cambios respecto de la lista de los que originariamente habían sido propuestos.

Para reunir la tropa necesaria se recurrió a diversos arbitrios. El 4 de julio, el sargento mayor del nuevo regimiento, Alejandro Medrano, solicitó que pasaran al América varios cabos veteranos de los Fijos de Infantería y de Dragones, y de los Blandengues de la Frontera de Buenos Aires y de Montevideo. Esos cabos, ascendidos a sargentos primeros, el día 6 fueron destinados al nuevo regimiento. El 29 de julio se pidió a los comandantes de los cuerpos que estaban fuera de servicio (Migueletes, Labradores, Húsares de Vivas y de Núñez, Gallegos, Vizcaínos y Castellanos) que pasaran al gobierno una relación de sus hombres, con indicación de sus ocupaciones y oficios, y si los ejercían, para completar el América y los demás regimientos de la guarnición. Además, se recibió el aporte de los sargentos, cabos, soldados y cadetes del Fijo de Infantería, según lo resolvió la Junta el 3 y el 8 de noviembre. También se propuso la recluta de vagos de las zonas de Magdalena, Lobos y el Salado. Hasta La Real Audiencia envió algún preso condenado que estaba a su disposición. También hubo deserciones, pero finalmente el regimiento quedó organizado.

Y tuvo su banda de música. El 19 de julio, French pidió que le fuera transferido el pífano Juan de Dios Castellanos, del Real Cuerpo de Artillería, para la enseñanza de los pífanos del nuevo regimiento. El 8 de noviembre la Junta dispuso que toda la banda de música del regimiento de Dragones, extinguido cinco días antes, pasara al de América. Su primer Tambor Mayor, con grado de sargento primero, fue Luciano Maciel. Pero por su inconducta fue “depuesto de su empleo” y destinado a servir“de último soldado”. Para reemplazarlo se solicitó a Romualdo Caraballo, que era uno de los dos tambores que le quedaban al Real Cuerpo de Artillería.

Para ubicar a los reclutas, se dispuso primero de una de las cuadras del Regimiento Fijo de Infantería de Buenos Aires, y después, para cuartel propio, se solicitó arrendar una casa propiedad de Magdalena del Arco, en que vivía Manuel Blanco, alquilada a una inglesa. En tanto que fueron solicitados, para la labor administrativa diaria, los enseres que habían pertenecido a la Mayoría del Cuerpo de Cazadores, ya extinguido, que había mandado González Rivadavia. Y hubo algún conflicto para designar cirujano, pues propuesto el doctor Millán, se desató una polémica acerca de los médicos “latinos” y los “romanistas”.

El 4 de noviembre la Junta comunicó a French que para guardar uniformidad en la nomenclatura de la guarnición de Buenos Aires su regimiento se titularía Regimiento N° 5 “conservando siempre el título de América que se le puso al tiempo de su creación”. Lo que revela que el de “Patriotas de Buenos Aires”, propuesto por French, no llegó a tener vigencia. Después de un interinato del coronel Marcos González Balcarce, el 6 de octubre de 1811 el gobierno resolvió que el mando del regimiento se entregara nuevamente a French. El 30 de diciembre, el gobierno resolvió que el nuevo pie de organización de los regimientos de la guarnición sería de diez compañías de ciento veinte plazas cada una, y que en lugar de N° 5, la unidad al mando de French pasaría a denominarse Regimiento N° 3.

Tal es, en apretada síntesis, el proceso de formación del regimiento. Detengámonos ahora, brevemente, en las características particulares de su uniforme.


Luis de Beaufort


Ilustra esta nota una lámina de Luis de Beaufort, que contiene cinco figuras con los uniformes usados en 1810 y 1811. Se trata, de izquierda a derecha, de un sargento del Regimiento de América, un gastador y un granadero de los Regimientos de Patricios, un oficial de Granaderos de Infantería y el Tambor Mayor del América.

Viste, el sargento del América, el uniforme que French propuso al gobierno en la cláusula primera de su comunicación del 18 de junio de 1810: “Ha de ser el mismo que visten los Batallones de Patricios, con la sola diferencia del penacho rojo y una estrella de igual color”. Aunque advierto que en la figura de Beaufortno se ve la estrella, y el penacho de la gorra o chacó es blanco. El uniforme de Patricios que se menciona era “el general del Ejército”, que he descripto en sus pormenores en mi nota aparecida en “El Tradicional” N° 92, a la que remito al lector interesado.

Las prendas de uniforme mencionadas en sendos inventarios del Almacén de Vestuarios del regimiento América, fechados el 23 de abril y el 4 de noviembre de 1811, revelan la coincidencia del uniforme documentado para los Patricios con las alteraciones propuestas por French. De ello resulta posible reconstruirlo de la siguiente manera: casaca azul, con cuello y bocamangas grana, vivos blancos, y botón amarillo; chaleco y pantalón blanco; zapatos ingleses y botín de paño negro; gorra de suela con escudo de latón y penacho de lana encarnado .

La estrella, de seda carmesí, se usó hasta mediados de 1811. El 18 de junio de ese año, el jefe del regimiento, que era Marcos González Balcarce, solicitó al gobierno, que lo autorizó diez días después, el uso de “una cifra con las letras iniciales de la denominación del regimiento y el número 5 que tiene”, que debían llevar los oficiales y la tropa “en la manga izquierda de la casaca, bordada de oro los primeros y de seda los segundos, sobre fondo verde y vivo blanco para que a distancia no se confundan con los regimientos 1 y 2 [Patricios] que en el mismo uniforme llevan la cifra Buenos Ayres en fondo blanco, suprimiéndose la estrella roja que ahora tienen, luego que se consuman las que hay”. Consta, en el citado inventario del 4 de noviembre de 1811, que las cifras que reemplazarían a la estrella en el uniforme de los oficiales estaban “bordadas de hilo de oro”. Pero las estrellas de la tropa no debieron consumirse muy rápido, porque todavía en enero de 1814 el Guarda Almacén de Hacienda disponía en los depósitos de 553 “estrellas de seda carmesí”. El Tambor Mayor, dibujado por Beaufort (lo fue después por dos recordados uniformólogos argentinos: Jorge Fernández Rivas y Pepe Balaguer), viste conforme a las siguientes prendas incluidas en el mencionado inventario del 4 de noviembre: “casaca de paño blanco fino con solapas y botas negras, y una cifra del Regimiento bordada de hilo de oro”, “pantalón del mismo paño”, “sombrero elástico con presilla de galón de oro”, y un par de "botines de paño negro entrefino”, y las charreteras.

Al margen del América, completan la lámina un granadero de Patricios, con la gorra de su instituto, y un gastador, también de la compañía de granaderos, que lleva “mandil”, un delantal de cuero que a petición de Esteban Romero, el 19 de junio de 1810 la Junta le ordenó al subinspector de Artillería que mandara construir. Por su parte, el oficial de Granaderos de Infantería luce el uniforme que he descripto al ocuparme de ese regimiento en “El Tradicional” N° 91.

Y con esto concluyo la “petit histoire” del América N° 5, el regimiento de French y Beruti, que fue popularmente conocido, por su emblema distintivo, como “Regimiento de la Estrella”, nacido en los albores de la Patria. 

Rosas, el Gobernador gaucho

REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.

En la revista El Tradicional  N° 86 de junio de 2008, se publicó el siguiente interesante artículo sobre Rosas.





Rosas, el Gobernador gaucho 

por Oscar J. C. Denovi  


No existen documentos conocidos, que nos hablen de la vida de nuestro gaucho en su niñez. Lo que se sabe de ella, son algunos datos que permiten reconocer aspectos de su vida infantil y, adolescente, sus estudios sistemáticos y su inserción en un medio social y geográfico, que permiten inferir, junto a las características de su temperamento puesto en evidencia también por algunos actos aislados conocidos, su formación propia del hombre de campo argentino. No hay testimonios que relaten tales o cuales hechos de su joven vida de niño, salvo que en su época escolar pasaba la temporada de receso, en la estancia de su abuelo materno, Rincón de López, y que terminado sus estudios elementales, fue a vivir en aquella estancia, ejerciendo las tareas de campo propias a la técnica de la época. Se conoce que participó sirviendo en el traslado de abastecimientos a un cañón, en las luchas libradas en Ja Reconquista de Buenos Aires en 1806, luego al año siguiente, incorporado al Regimiento de Migueletes, en la Defensa de Buenos Aires. (1)

Tenía para entonces trece años en 1806 y catorce en 1807 -nació el 30 de marzo de 1793- edad en la que entonces era habitual que los adolescentes (calificación contemporánea) intervinieran oficialmente o extraoficialmente —así lo hizo nuestro actor como muchos otros— ya que las leyes con respecto a la milicia establecían quince años para los que podían entrar en combate, no así para los que se entrenaban en los “alardes”, destinados a disuadir a los enemigos ya que se efectuaban a campo abierto, con la finalidad de ser vistos por los eventuales atacantes, debiendo saber montar y “blandir” algún tipo de arma, blanca (lanza, sable, machete) o de fuego (pistola, carabina o fusil). Era y es normal, que las autoridades frente al hecho que menores tomen las armas frente a la agresión de un enemigo externo —y aun ocurre cuando el enfrentamiento es interno— hagan caso omiso de las normas, sobre todo cuando los acontecimientos están en los momentos más álgidos, es decir la lucha en la inminencia de iniciarse, o ya iniciada.

Revista El Tradicional
Poncho de vicuña bordado
perteneciente a Rosas
El lector de historia, ya sabe que nos estamos refiriendo a Juan Manuel de Rosas, que luego de los hechos de la agresión inglesa de 1806/1807, continuará su vida campestre en la estancia del Rincón de López, donde bajo la mirada de sus padres, y la hábil conducción de un capataz mestizo de Pampa (tehuelche guenaken), aprendió las técnicas del trabajo agrícola. Pialar, enlazar, pechar el vacuno cimarrón, domar el caballo, herrar, carnear, conducir un arado, uncir los bueyes, en fin todos los secretos del rudo trabajo de la cría vacuna o equina, la vaquería, o el acondicionamiento de los elementos auxiliares a la vida rural —poner el tiro a una galera, un carro o una carreta, u otros vehículos de tire, ensillar un recado—. Su fortaleza física, su vivacidad captadora de reflejos que permitían rápidas respuestas ante la circunstancia imprevista, y sobre todo su destacada inteligencia, pronto lo pusieron a la cabeza de los más hábiles y osados. Era el mejor de los gauchos. Por su carácter, basado en un temperamento tenaz, era el jefe, el caudillo que ua se insinuaba. Ya aparecía el hombre joven de varonil belleza física, que con su cabellera rubia y ojos azules, coronando una altura mediana —1,76 m.— complementaba aquellas dotes, provocando en el medio social que constituia su peonada y la de establecimientos vecinos, una suerte de magnetismo que hacía una obediencia ciega. (2) El medio que exigía una suerte de militarización de esos mismos peones, donde aquel joven se destacaba por su inteligencia, valor y fortaleza, probad aen más de una decena de ocasiones, estableció la simbiosis perfecta del jefe y sus soldados, una milicia que más parecía por su disciplia, un ejército europeo, que un conjunto de hombres armados, milicias criollas que abundaban en los campos, de un país bárbaro como era la Argentina de entonces.

En 1811, Juan Manuel pasa a administrar la estancia de su familia por decisión de su padre, que consideró al joven con la madurez y el saber suficientes para comandar las actividades de la propiedad. Esta última función es el campo experimental que modela el jefe. Impone una férrea disciplina que lo abarca, es ante la “ley” que él concibe, un “primun inter pares”. Si él la infringe —lo que hace exprofeso—recibe igual castigo que sus peones. Con esto logra una rígida disciplina inconcebible entre personajes levantiscos, bravíos, carentes de todo freno. Pero esto lo logra porque es “gaucho”. Viste, vive, cabalga, tiene habilidades como sus subordinados, no es de sorprender que esa gente haya asombrado en 1820 al habitante de la ciudad de Buenos Aires, por su desacostumbrada postura disciplinaria en comparación con los cuerpos vistos por esa población. La comparación se hacía más contrastante, por la fiereza del tipo humano rural. Mezcla de indio en primero, segundo o tercer grado (en ocasiones con más generaciones antecedentes) sus facciones denotaban la tosquedad que Darwin describió con cierta prevención en su visita al campamento de la columna izquierda del ejército, al llamado desierto, en 1833. Sus rasgos patibularios según el naturalista británico, se suavizaban si en el transcurso del linaje —desde el primer apareamiento mixto hasta el último eslabón de aquel— se habían introducido otras mezclas de origen europeo (español o de otro origen) o acentuaban esa fiereza si por el contrario la introducción era de otros elementos indígenas en ese proceso. (3)

En ese año ante el orden y disciplina de los soldados “Colorados del Monte” se encontraron con indios o casi indios, pulcros, uniformados impecablemente, respetuosos del ciudadano, guardianes de los bienes y de la vida, y además bravíos combatientes que habían vencido a los rebeldes, o contenido las montoneras.

En 1819 ha sido nombrado Capitán de milicias, rango logrado por sus méritos en la campaña de Buenos Aires en la que aconseja al gobierno formar una Comisión de Hacendados y Labradores, cuya misión es organizar la seguridad de las haciendas que se encuentran en el territorio de la Pcia. de Bs. As. que tiene como límite al sur el río Salado. Esto lo ha hecho desde su establecimiento “Los Cerrillos”, levantado en 1814 después de abandonar la administración de los bienes familiares, y de casarse con Encarnación Ezcurra.

Cuando se casó, tenía Juan Manuel 23 años, 18 su esposa, ambos se irán a vivir a aquel campo cercano a la guardia de San Miguel del Monte, fuerte de la línea de frontera interior que comenzaba en Chascomús, se continúa en Ranchos, pasaba por Monte, y continúa paralelo al Salado, hasta que después de sus nacientes, hacía punta en Melincué, ya en la Pcia. de Santa Fe.

La ruda vida del campo continuó, como prolongación natural de la vida en el Rincón de López. Es el joven gaucho junto a su compañera —de carácter fuerte como él— que experimenta la dureza del clima, intensos calores en verano, intensos fríos en invierno, otoños grises y lluviosos, primaveras ventosas, y bajo esas condiciones el trabajo en el campo ganadero y agrícola. El medio social, que el dueño de la estancia iba modelando a las reglas de vida que aseguraban el mayor equilibrio para la convivencia, seguía siendo el mismo, los peligros de ataques de malones se repetían de vez en cuando. Desde allí, en sus recorridas por los campos cercanos, en las salidas “alardes” (4) para alejar algún peligro, o en las visitas a la ciudad, Rosas iba recogiendo la experiencia de sus observaciones, las observaciones del gaucho, que todo lo aprendía a partir de la experiencia absorbida por medio de la mirada de tales o cuales hechos o prácticas.

Un paréntesis se provoca en 1820, por los hechos que se producen en la ciudad de Buenos Aires según ya vimos someramente, y por el enfrentamiento posterior de la Provincia con las fuerzas de Estanislao López, que lleva a Rosas a tratar el pacto de Benegas, que firmará por Buenos Aires Martín Rodríguez. Esto obliga a Rosas y su gente a una vida volcada a lo militar, que lo aparta de sus prácticas gauchescas solo en las tareas y en forma parcial en la vestimenta. Su forma de vida en esencia, la de toda su vida hasta entonces, solo que ahora alejado de las prácticas regulares rurales, porque tampoco el ejército podía hacerlo totalmente, ya sea para alimentarse, o para guarecerse de las inclemencias del tiempo.

Pero en 1821, un desacuerdo grave que surge con el gobernador Martín Rodríguez por un malón que sufre la ciudad de Salto, hace que Rosas renuncie a la jefatura de campaña de la Pcia. y se retire a sus establecimientos para atender sus negocios.

La experiencia recogida en este tiempo en que ha intervenido en política, le permite valorar en los años venideros los aciertos y desaciertos administrativos, las medidas económicas y financieras de la Capital que repercuten en el país entero (que llegan a sus oídos, pues conoce apenas el sur de Santa Fe y el este de la actual provincia de La Pampa), las quejas de las provincias en orden a la absorción por el puerto de recursos que podían contribuir a un mayor desahogo económico de ellas, al sector social que se beneficiaba de las prácticas monopólicas porteñas, el predicamento federal y el unitario, el pensamiento de los caudillos, de Dorrego, etc.

En 1825 es encomendado por el gobernador Las Heras integrar una Comisión con el Gral. Juan Lavalle y el ing. Felipe Senillosa, para trazar una nueva frontera con punto de apoyo en el Cabo Corrientes, lo que implica una negociación con los indios, enojados con el gobierno por la expedición punitiva injustamente llevada contra ellos por Martín Rodríguez, que él deberá llevar a buen término, lo que conseguirá en un famoso “parlamento” celebrado en Tandil en ese año.

Más adelante, en 1827, durante el interinato de Vicente López por renuncia de Rivadavia a raíz del tratado con Brasil de Manuel García, es repuesto como jefe de la Campaña de Buenos Aires por el autor del Himno.

Es entonces que en esa función, consolidando el trabajo de amojonamiento realizado por Senillosa y Rosas en el seno de la comisión formada por Las Heras, fundará varios fortines que se convertirán en pueblos con el correr del tiempo: 9 de julio, 25 de Mayo, Junín, Bahía Blanca son, entre otros, esas fundaciones.

En los tristes acontecimientos que se suceden a partir del 1 de diciembre de 1828, en que el gobernador Dorrego fue derrocado, Rosas combate al lado del gobernador depuesto en Navarro, a pesar de la falta de convicción de Juan Manuel de poseer fuerzas aptas para enfrentar las veteranas al mando de Lavalle. Luego tratará de convencer al gobernador de reunirse con López en Santa Fe, pero éste insiste en procurar reunirse con tropas del ejército, que la espera adictas a la legalidad. Por ello caerá prisionero de los tenientes coroneles Escribano y Acha, oficiales a las órdenes de Pacheco, que se habían sublevado a este general.

Consecuentemente, Rosas, investido por Estanislao López como jefe del ejército que intentará recuperar la provincia de Buenos Aires de las manos unitarias, después de derrotar a Lavalle en Puente de Márquez. Lo logrará hacia fines de 1829, y los inspiradores del asesinato del coronel Manuel Dorrego, fusilado en Navarro el 13 de diciembre de 1828, se retiran de la ciudad de Buenos Aires y se refugian en Montevideo, constituyendo el embrión de la Comisión Argentina, que hostilizará el gobierno argentino desde la ciudad oriental del Río de la Plata, en los años siguientes hasta 1852, y acentuaran su hostilidad a partir de 1835 hasta conseguir en 1852 el derrocamiento del gobierno partidario del federalismo.


La experiencia adquirida

Lo que decimos a continuación, en parte está inferido de los actos los pensamientos conocidos, la acción pública y las actitudes de Juan Manuel de Rosas.

El cúmulo de la experiencia de vida, lo dio, a fines de 1827, su prolongado contacto con el sector rural, el gaucho y el indio por un lado, el estanciero y el tenedor (5) de la tierra por el otro. Digamos que nuestro gaucho infantil, joven después, hombre más tarde, ha madurado su vida sin cambiar su hábitat, su cultura.

Ha tenido una experiencia militar sin tener una escuela que lo profesionalizara en la táctica y la estrategia (en realidad son muchos los que no hicieron escuela militar por la época).

Ha iniciado una organización productiva que se va integrando en forma sucesiva y coloca su principal establecimiento, “Los Cerrillos”, en la cúspide de la perfección de su época en la explotación agropecuaria. Este último aspecto se debe a su inteligencia sobresaliente, a su fortaleza y a su tenacidad. Es, sin duda, el “primun inter pares” de los gauchos. En ese estado de situación personal lo encuentra cuando renuncia Rivadavia, Vicente López asume interinamente la falsa Presidencia de la República, institución que disuelve, convocando a elecciones de Gobernador para Buenos Aires, que determina el advenimiento de Dorrego.

La caída de Rivadavia va a traerle la restitución de la autoridad formalmente investida de jefe de la campaña bonaerense, uniendo la realidad de su autoridad real sobre la sociedad rural de la Provincia, con la de la investidura. Además de profundizar su prestigio, y de acrecentar su experiencia militar, ya que en la práctica lo colocaba en posición de jefe de todas las milicias provinciales, posición que se extendía al ejército asentado en el territorio de la provincia. Prueba de ello lo será la construcción de los Fortines, Fuertes y Guardias, luego poblaciones, que hemos enunciado más arriba, construidos con intervención del ejército de la época, cuya institucionalización estaba aún en forma embrionaria, a pesar de su creación en mayo de 1810. Rosas ha conocido en profundidad, la mentalidad de la gente de su estrato social, es decir de la clase principal, que se bifurca entre la burguesía enriquecida por la especulación comercial, y la aristocracia de sangre a la que pertenecía naturalmente, pero que ostentaba con la simpleza propia de los grandes, sin entrar en el “amiguismo” y la complicidad, manteniendo su jerarquía de jefe, no por su clase, sino por su autoridad intrínseca que mostraba su humanidad. No era postura ni investidura formal, era la encarnación misma de la rectitud y la hombría, era el dominio del superior moral sobre el más débil, el que buscaba cobijarse bajo esa fortaleza. Todo lo contrario, del que se encontraba en su posición acomodada por la tenencia de riquezas, o del perteneciente al sector de abolengo, que hacía de su posición social, materia de superioridad humana sobre otros individuos.

Lo primero, se manifestaba en su espíritu gaucho que inundaba toda su personalidad.


El gaucho y la lucha por la libertad 

El instinto gaucho hizo de este tipo humano un personaje aferrado al terruño, a las tradiciones, a las costumbres y prácticas lugareñas, a una forma de vida adaptada a su medio geográfico, climático, etnológico, folklórico y biosíquico (estrictamente este último término engloba a los otros, total o parcialmente, pero siendo poco usual su utilización, preferimos incluirlo.) Rosas, culturalmente, ha absorbido lo que el instinto gaucho hizo en su medio, lo ha comprendido después de asumirlo como propio. El querer popular por Dorrego, que es el mismo que sienten por él, debió operar como refuerzo de su conducta protectora de esas mesnadas de fieles dispuestos a dar su vida por el jefe político, y por el patrón severo y jefe de las fuerzas del orden que integraban. Haya sido así, o por los distintos caminos que identificaron a Dorrego y Rosas políticamente, (desde mucho atrás de este momento entre fines del 27 y transcurso del 28), con tan distintas personalidades, suscitaban la misma devoción por su comportamiento social y patriótico. Porque el federalismo de ambos era el sentimiento gaucho de la Patria, y el gaucho era la Patria encarnada en los hombres que por ella luchaban.

Cuando la conspiración criminal derroca a Dorrego, Rosas ya conoce a los unitarios y a quienes colocándose en el extremo de la cosmovisión europeísta de éstos, llegan al extremo de pretender la eliminación de los dirigentes federales (las cabezas de la Hidra, según la conocida figura usada por Salvador María del Carril).

Esto lleva a Rosas a constituirse en el jefe militar de la Confederación en la provincia de Buenos Aires (ya era llamada así, la unión política de provincias que reconocía en Estanislao López su conductor, que delega en Rosas el mando del ejército para sofocar a Lavalle). En menos de un año, sin lucha después de la batalla de Puente de Márquez, Rosas doblega a los unitarios (Lavalle, jefe militar y gobernador de facto, busca la paz con Rosas en un memorable encuentro en el campamento del Restaurador).

¿Qué ha empleado Rosas, sino la astucia? Encerró la fuerza unitaria en la ciudad, y la obligó a permanecer inactiva, hasta que los políticos perdieran la paciencia, y creyendo que tenían una situación favorable, hicieron practicar violencia en una elección convenida entre el jefe unitario y el jefe federal. Astucia de quien conoce el oponente, y tiene una superioridad arraigada en la voluntad de sus seguidores.

Comprendiendo que el país no estaba maduro en ese momento para celebrar una compleja ley organizadora de la vida nacional, instruye a los representantes de Buenos Aires en la Liga Litoral, para lograr un acuerdo de unión de las provincias, que plasmara formalmente la unión de hecho que había predominado desde 1820. El 4 de enero de 1831 se firma el Pacto Federal por las provincias de la Liga, que en el término de poco más de un año logra ser suscripto por las restantes existentes en la Argentina de entonces. Nace la Confederación. Veintiún años había esperado el país para tener una ley suprema aceptada por las provincias, y esto se concreta finalmente, por obra de las provincias federales del Litoral. Por obra de un gobernante con pensamiento gaucho, que comprende que la evolución que ha visto en la naturaleza, el crecimiento paulatino de sus criaturas, las transformaciones del suelo según las circunstancias climáticas, era la ley que debía primar en la transformación de la ruda sociedad, en otra, era la maduración que debía generar las instituciones republicanas que el país necesitaba, conservando su Independencia, su “Imperium” sobre lo propio, sea esto territorio, río, lengua, cultura, religión, costumbres.

Había nacido gaucho, en el seno de la aristocrática familia Ortiz de Rozas, se había criado gaucho —lo dijimos anteriormente— había evolucionado gaucho, y moriría como gaucho en tierra extranjera, demostrando sus dotes personales más extendidas que las del gaucho —especialmente las intelectuales— pero más extendidas, más profundas, más omnicomprensivas, que cualquier otro hombre de su época en la Argentina, y posiblemente en América del Sur.


Notas

1) Es pertinente recordar que la negativa documentada por el profesor “Celesia” sobre esta última actuación, fue rebatida por el Dr. Alberto Gonzalez Arzac en 2006, por el simple expediente de ampliar la imagen de la documentación consultada por aquel, comprobándose que el profesor leyó un término corregido en el documento, cuyo significado denotaba ausencia, cuando en realidad decía lo contrario. Celesia careció de la tecnología que en cambio sí dispuso González Arzac para interpretar correctamente lo que estaba escrito. Ver Revista del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas N° 66, págs. 8 a 25, cuyo autor es mencionado más arriba.

2) El tipo rubio, hombre o mujer, ejercía particular atracción en el medio social gaucho eindígena y ello se manifestaba en una suerte de subordinación psicológica de estos elementos humanos al que poseía esas características, salvo cuando era contrariado en sus intereses, creencias o amores, en cuyo caso solía adquirir un odio extremo.

3) Esta observación debe tomarse como una ley general, proviene en este caso de relatos de cronistas del pasado que se refieren a los tipos humanos de esta parte de América, a ciertas costumbres que deformaban particularmente la cabeza, descriptas por dichos cronistas, a las que se refiere José Hernández en su Martin Fierro, y que seguramente provocaban deformaciones en el rostro. A ello hay que sumarle las características propias de la raza amarilla que originó el mal llamado indio americano, y la etnia propia de las pampas de la Argentina, del Uruguay, del Paraguay y del este de la Patagonia. En menor medida, alguna mezcla con Ranquel (sur de San Luis) y con nativos del norte de Santa Fe, Córdoba y Mendoza, se entiende, siempre en la región “gaucha”. Esta imagen, predominante entre los pueblos cazadores y recolectores de esta región de las estancias, estaba más o menos conforme con sus expresiones culturales, religiosas, morales y políticas. Los primeros gauchos (gauderios) provenían seguramente del primer tipo de mestizaje, y sus costumbres, ampliamente difundidas por Azara, tenían mucho de la vertiente india. El contacto de este elemento con la sociedad en los pueblos y ciudades, donde tomó contacto con otras formas culturales y fundamentalmente religiosas, fue transformando paulatinamente sus costumbres.

4) La doctrina de defensa española, practicada en la Reconquista de la Península frente a los moros había ya establecido entonces (siglo X) el “alarde”, que consistía en salir al campo con armas y bagajes, con el objeto de practicar maniobras de combate. Una segunda finalidad era la disuasiva, el enemigo podía ver el número de combatientes que debía enfrentar, las armas que poseían, etc., solía ser suficiente para postergar un combate. En esos tiempos, época de murallas fortalecidas, este segundo aspecto solía dar resultado, porque la movilidad de los contendientes era limitada. La costumbre militar pasó a América, y se empleaba en la Argentina en las fronteras internas para enfrentar a los indios, cuando éstos merodeaban un fortín o una población. Desapareció en el primer cuarto del siglo XIX, porque los indios preferían el ataque sorpresivo. El alarde dio origen al vocablo más moderno que se refiere a una persona que hace ostentación de su peligrosidad, cierta o simulada.

5) El estanciero era un propietario por ser beneficiado por una “Merced de Estancia” en la época en que reinaban los reyes de España. Después de Mayo de 1810, el Estado encontró en las tierras públicas una fuente de recursos con los que sufragar los gastos corrientes, y los requerimientos económicos de la guerra por la independencia. La tierra se vendió hasta que las exigencias hipotecarias a favor de la Banca Baring, (o sus representantes) obligaron a mantener la tierra pública en manos del gobierno de la Provincia de Buenos Aires, y promover la entrega en concesión: Esto fue la Ley de Enfiteusis. Hacia 1830 había en la Provincia tres tipos de propietarios, los antiguos beneficiarios de Mercedes de Estancia, los compradores de tierras después de 1810, y los enfiteutas que habían adquirido una concesión por veinte años (ese lapso establecía la ley) a partir de 1825/26. La tierra tenía escasísimo valor, y el estanciero no se diferenciaba en su vida y confort del que tenía el gaucho. Como el peón, debía trabajar a la par de él, solo lo distinguía la calidad de jefe y del dominio de las rudimentarias técnicas sobre los animales, bovinos, equinos y ovinos. Esta situación comienza a cambiar a partir de la explotación de la salazón de carnes hacia 1815, para los campos más cercanos de Buenos Aires y Atalaya (cerca de Magdalena), donde se establece un puerto para embarcar dichas carnes y otros subproductos. Muchos años después y más allá de la mitad del siglo XIX, un importante saladero se estableció en el Tuyu, haciendo que su puerto (actual Gral. Lavalle) fuera el segundo del país en tonelaje embarcado.

El simple tenedor de la tierra, era aquel que por los mismos métodos de obtención de los tres expuestos más arriba, tenía dominio sobre tal o cual predio, pero no ejercía ninguna tarea sobre él. Generalmente vendía el permiso de “vaquería” que podía ejercer sobre cualquier animal que se encontrara dentro de la propiedad, que como no tenía límites precisos, tal permiso de accionar contra “mostrencos”, muchas veces caía sobre territorio que pertenecía a otro.

Mientras el primero era un productor primario y rudimentario, el segundo era un simple especulador, mentalidad que lo asemejaba en mucho, a la burguesía que se había formado a partir de la riqueza brindada por el comercio, en gran medida ilegal (contrabando) o inmoral (tráfico de esclavos), que en el siglo XVIII ocupaba el centro de la ciudad, de donde había desalojado a los descendientes de los fundadores, que debieron mudarse a las antiguas propiedades de tierras otorgadas por los fundadores fuera del ejido urbano.

Bibliografía: 

“Rosas en el destierro”, Antonio Dellepiane. Bs. As. 1936. Talleres Gráficos Argentinos.

“Vida de Don Juan Manuel de Rosas”, Manuel Gálvez. 3ra. edición. Editorial Tor. 

“Juan Manuel de Rosas, su vida, su drama, su tiempo”, Carlos Ibarguren. Roldán editor. 

“Rosas”, Antonio Dellepiane. Santiago Rueda Editor. Avellaneda. 1950.

domingo, 22 de mayo de 2022

Batalla de Caseros, sus consecuencias

REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.

En el periódico Juan Manuel de Rosas  N° 1 y 2 de octubre de 1986 y agosto de 1987 respectivamente, se publicó el siguiente artículo sobre la batalla de Caseros y sus consecuencias.  

Batalla de Caseros


La traición de Caseros aún da rédito al imperialismo

  por Gustavo González 


1ra Parte

Desde las estipulaciones del famoso Tratado de Tordesillas que delineaba las áreas de influencia a que debían atenerse los reinos de España y Portugal, la política expansionista luso-brasileña se fue caracterizando por el desconocimiento, la violación y el olvido del mismo. Para los portugueses la Bahía de Todos los Santos operó como una verdadera "cabecera de puente” en el continente suramericano.

A diferencia de los conquistadores españoles que vinieron a integrase con los nativos y a evangelizarlos haciéndoles súbditos e integrantes del Reino, los portugueses llegaron para colonizar en el peor sentido del verbo y como tal, sabedoras de que las comarcas del Sur eran las más ricas y aptas, fueron presionando hacia regiones de los ríos Paraná y Uruguay, con el aporte despiadado de sus tristemente célebres “bandeirantes”, que constantemente asolaron las reducciones jesuíticas dependientes de la Corona de España, tratando de apoderarye —entre otras cosas— de nativos que les sirvieron como esclavos en sus minas y plantaciones.

La creación del Virreynato del Rio de la Plata en 1777, vino en parte para conjurar estas depredaciones e injusticias, las que ya habían sido legalizadas, con las resignaciones territoriales que le impuso a España el Tratado de San Ildefonso. No obstante la puja expansiva continuó hasta que en 1810, cuando los argentinos al hacernos cargo del Virreynato para convertirnos en Provincias Unidas del Rio dela Plata, heredamos no solo el territorio que se proyectaba  desde el Alto Perú, el Paraguay y las Misiones Orientales hasta el Magallanes y la Antártida con salida a los dos océanos, sino también sus conflictos y tradiciones culturales y políticas.

Lamentablemente la miopía política de muchos de nuestros prohombres de Mayo, como sucesivamente en los triunviros y directorios, enredados en una política centralista y absolutista que luego daría paso al “unitarismo”, al circunscribirse a los intereses del mercantilismo porteño nacido a la égida de las Invasiones Inglesas, no solo concitaron la desconfianza y la reacción de los pueblos del interior, sino que también favorecieron las desmembraciones y el aislacionismo tal como sucedió con el Alto Perú y el Paraguay. Y mientras los “directoriales” se perdían en sus proyectos monárquicos y se trenzaban en lucha con los caudillos del Interior, como Artigas, Ramirez y López, el Brasil ocupaba la Banda Oriental que era una herencia natural de Virreynato.

Hasta aquí ya habían quedado atrás la sublevaciones guaraníes para seguir siendo súbditos españoles, el nuevo Imperio Brasileño se había presentado en las costas del Plata y a partir de allí haría valer el “utis possidetis” ya sea con las armas o con la diplomacia. La reacción de los 33 Orientales, facilitada por argentinistas y la ayuda de algunos patriotas como Juan Manuel de Rosas, contuvo momentáneamente esa posesión ilegal con la primera Guerra y el triunfo de las armas argentinas en Ituzaingó. Como vemos, la antigua confrontación hispano-portuguesa, por herencia pasaba a ser argentino-brasileña. El pleito de la rica Cuenca del Plata había quedado pendiente y el Brasil no se resignó a la pérdida de su influencia en una geografía tan vital para su desarrollo económico e imperialista.  

Con el advenimiento del Brigadier General Juan Manuel de Rosas como Gobernador de Buenos Aires y Encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina, con el pacto Federal integrador de 1831 comenzó una trabajosa labor en pro de la Unidad Nacional, tendiente también a reintegrar los pueblos y territorios que habían pertenecido al viejo tronco español. La campaña a los desiertos del Sur, la Guerra con la Confederación Perú-Boliviana, el no reconocimiento de la independencia del Paraguay, las campañas militares federales contra los segregacionistas litoraleños y orientales como Berón de Astrada y Rivera, como los enfrentamientos armados con la Francia e Inglaterra, sostenidos exitosamente por Rosas, fueron la consecuencia de las ambiciosas y justicieras miras del Restaurador, las que por otra parte concitaron la adhesión de la mayoría de los pueblos hispanoamericanos.

Esta política soberana de la Argentina, no pasó desapercibida en la ambiciosa Casa de Braganza y  los servidores políticos y diplomáticos que componían la clase dirigente del Imperio. Así fue en todo momento, el Brasil estuvo pendiente del desarrollo de las discordias entre unitarios y federales, fomentándolas e interviniendo directa o indirectamente en favorecer al bando opuesto a la política de Rosas.

En 1843, sitiado Montevideo por las fuerzas orientales del General Oribe, aliado de Rosas, el derrotado Fructuoso Rivera y los expatriados de la Comisión Argentina en Montevideo; desesperados por una situación que se tornaba irreversible, buscaron una vez más el apoyo extranjero para, salvarse y sin reparar en medios ni costos, urdieron el proyecto de la segregación de Corrientes y Entre Ríos de la Confederación Argentina, las que junto al estado Oriental y el Paraguay formarían uno nuevo “independiente”; a tal efecto, comisionaron al Dr. Florencio Varela para que tentase en las Cortes europeas, la intervención armada necesaria para impedir el triunfo de la Confederación Argentina. “Esta agregación de las provincias de Entre Ríos y Corrientes era un remedo de Artigas, que acariciaba Rivera para crearse un gran poder en el Litoral, que acarició la Comisión Argentina como medio de quebrar la influencia de Rosas; que acarició Brasil cuya aspiración era partir por mitad esta extensa República Argentina: Y que acariciaron los agentes franceses, quienes esperaban sacar buenas ventajas no solo porque ellos protegerían tal evolución de acuerdo con Inglaterra, sino porque muy buenas sumas les eran debidas por sus aliados los riveristas y los unitarios, que desde el año 1838 habían hecho la guerra a Rosas con el armamento y los dineros de la Francia... Han sido los unitarios de 1843 los únicos argentinos que han trabajado paciente y deliberadamente la dislocación de su patria por la obra de las armas extranjeras (1).

Planteado el bloqueo de la plaza de Montevideo por el Almirante Brown, el que había hecho extensivo a Maldonado, este fue desconocido por el jefe de la estación naval brasilera, siguiendo instrucciones del Ministerio del Imperio en Montevideo, negándole al gobierno argentino el derecho que tiene todo beligerante para asediar o bloquear una plaza en poder del enemigo. Rosas pidió explicaciones al Ministro brasilero acreditado en Buenos Aires y como éste le respondiera en forma descomedida, el Jefe de la Confederación Argentina le devolvió la nota, cortando toda correspondencia y expidiéndole los pasaportes para que saliese inmediatamente. Si bien el gobierno del Brasil dio seguridades y explicaciones a nuestro embajador en Rio, General Guido, por otro lado envió al Vizconde de Abrantes en misión especial cerca de los gobiernos británico y francés, para apoyar la misión disociadora de Varela, iniciando por otra parte una campaña antirrosista en los papeles públicos.

Si bien las misiones de Florencio Varela y del Vizconde de Abrantes no tuvieron el eco esperado en las cortes europeas, la situación de guerra imperante en el litoral y la transigencia de Rosas para que fuera reconocido el bloqueo, sirvieron de pretexto a las grandes potencias Francia e Inglaterra para alegar que se perjudicaban el comercio y sus intereses, como así, que se estaban violando los tratados de 1828 y 1840, planteando por los mediadores Ouseley y Deffaudis, la exigencia que el gobierno argentino debía retirar sus fuerzas del territorio y aguas orientales. Mientras esto sucedía, los unitarios intrigaban a favor de los interventores y por otra parte, inician hostilidades en Entre Ríos con el General Paz y en las aguas litorales con el mercenario Garibaldi.

Así sobrevino la intervención y agresión armada Anglo-Francesa en el Río de la Plata, mientras el Brasil quedaba expectante para sacar provecho en la primera oportunidad. Durante los cuatro años que duró la intervención, dando lugar a la mayor coalición de fuerzas y circunstancias adversas que se descargaron contra la política soberana de la Confederación Argentina, no solo pusieron a prueba la voluntad y la energía del Restaurador, sino también el patriotismo y la resistencia del pueblo argentino y sus fuerzas armadas. Son bien conocidos los hechos de armas de Obligado, Tonelero, San Lorenzo, El Quebracho, Laguna Limpia y Vences favorables de Rosas, lo que sumado a la movilización de la opinión mundial en adhesión a su causa y el apoyo imponderable prestado por eminentes personalidades como la del Libertador General San Martín, terminaron por inclinar la balanza para que la Confederación saliera airosa y sin mácula de tan grande conspiración.

Cuando sobrevino la firma de las honrosas Convenciones Southern-Arana con Inglaterra y Arana-Le Predour con Francia, que pusieron a la Confederación Argentina y a su irreductible jefe en el pináculo de la gloria; pacificado y unificado todo el interior bajo la causa federal, el Imperio del Brasil se apercibió que no se equivocaba al vaticinar que Rosas iba en camino de recuperar la unidad geográfica del antiguo Virreynato y prontamente decidió preparar la tercera coalición contra la Argentina. Ya su perfidia había tanteado la posibilidad de conseguir la defección de Urquiza cuando el conflicto anglo-francés arreciaba en nuestras costas, llegándole a ofrecer una vez más, el recurso de reconocerlo como jefe, si este conspicuo federal segregaba las provincias de Entre Ríos y Corrientes.

 Finalmente la perseverancia brasilera consiguió comprar a Urquiza. Había sobrados antecedentes del proceder desleal de este jefe. “El sometimiento de las provincias argentinas a las reglas Económico-financieras dictadas en Buenos Aires fue completo hasta 1849. Ya para este año Urquiza trabajaba en sociedad con Don Samuel Lafone, explotando saladeros en una y otra banda del Uruguay, evidenció la primer resistencia seria a las medidas de Rosas” (2). A propósito de esta conducta, ya en 1849 y 1850 el ministro inglés Southern informaba a lord Palmerston de las reticencias de Rosas para iniciar campaña contra el Paraguay por desconfianza en Urquiza y más adelante en 1851 en otro despacho a Palmerston lo calificaba así: “La conducta del General Urquiza es sanguinaria y caprichosa, ...además es rapaz y avaro, uniendo a las características de un tirano insensible e inexorable, los rasgos de un mercader voraz e insaciable” (3).

También en mayo de 1850 el en cargado de negocios británico en Montevideo en carta privada a Palmerstón, le informaba lo que luego aconteció: “Me ha sido comunicado confidencialmente que Pimenta Bueno el nuevo Presidente de la Provincia de Rio Grande, dispone de treinta mil libras esterlinas suministradas por el gobierno imperial a fin de sobornar a Urquiza, gobernador de Entre Ríos, para que se una al plan de derrocamiento del general Rosas, y que si esta suma no es considera da suficiente, el gobierno brasilero está dispuesto a adelantar el doble de la misma, si es necesario” (4).

Continuará

(1) Adolfo Saldías “Historia de la Confederación Argentina” Tomo III págs. 473/478.

(2) Diego Luls Molinari “Prolegómenos de Caseros” pág. 69.

 (3) Ibídem, pág. 26.

(4) Ibídem, pág. 21.


Periódico Juan Manuel de Rosas



2da. Parte

En el número anterior y como 1° Parte de este trabajo, su autor reseñó los antecedentes que desde los enfrentamientos que sucedieron entre portugueses y españoles, a pesar del Tratado de Tordesilla y la creación del Virreynato del Río de la Plata, continuaron por la política expansionista del Imperio del Brasil, la miopía de los gobiernos patrios que se instalaron a partir de Mayo, pasando por el aislamiento paraguayo, la malograda guerra de 1826 con el Brasil, hasta el advenimiento del gobierno integrador y nacionalista de Juan Manuel de Rosas.

Asimismo, se repasaron los sucesos diplomáticos y de guerra que tuvo que afrontar la Confederación Argentina, contra Francia, Inglaterra, el gobierno títere de los expatriados argentinos en la Banda Oriental, junto a las intrigas brasileñas que fueron “tanteando” a los futuros traidores, y que se acentuaron luego del triunfo argentino concretado en las Convenciones Southern-Arana y Arana-Le Predour, fructificando con la dada vuelta de Urquiza a partir de 1851.


Urquiza y el Brasil

Para ocultar la traición de volver sus armas contra la Patria, Urquiza necesitaba encubrirla con un viso de legalidad —en esto consistió el “Pronunciamiento del 1° de Mayo de 1851— por el cual, desconociendo las atribuciones legales de Rosas, la Provincia de Entre Ríos ‘‘reasume las facultades inherentes a su soberanía territorial en materia de Relaciones Exteriores que habían sido delegadas en el gobernador de Buenos Aires”... “'quedando la Provincia de Entre Ríos en aptitud de entenderse directamente con los demás gobiernos del mundo’’ (1). Esto era lo que se necesitaba para disfrazar una verdadera sublevación y formalizar públicamente la alianza hecha en secreto previamente con el Imperio del Brasil y el gobierno de Montevideo, dada luego a conocer el 29 de mayo de 1851 y completada el 29 de noviembre del mismo año, con una “Convención deslindadora de deberes recíprocos’’; la misma pretextaba no hacer la guerra a la Confederación sinó a Rosas, y luego de acordar el suministro de tropas armamentos y las modalidades de las operaciones militares, merecen destacarse las siguientes estipulaciones:

“Art. VI Para poner a los estados de Entre Ríos y Corrientes en condiciones de a los gastos extraordinarios que tendrán que hacer con el movimiento de su ejército, S.M. el Emperador del Brasil les proveerá en calidad de préstamo, la suma de Cien Mil patacones por el término de 4 meses o durante el tiempo que transcurriese hasta la desaparición del General Rosas. Esta suma se realizará por letras libradas por el Tesoro Nacional a ocho días vista y entregadas por el Ministro Plenipotenciario del Brasil al agente de S.E. el gobernador de Entre Ríos’’ (éste era el comerciante catalán Antonio Cuyás y Sampere).

 “Art. VII Su Excelencia el Sr. Gobernador de Entre Ríos se obliga a obtener del gobierno que suceda inmediatamente al del General Rosas, el reconocimiento de aquel empréstito como deuda de la Confederación Argentina y que efectúe su pronto pago con el interés del 6% anual. En el caso no probable que esto no pueda obtenerse, la deuda quedará a cargo de los Estados de Entre Ríos y Corrientes y para garantizar su pago con los intereses estipulados, sus excelencias los gobernadores de Entre Ríos y Corrientes hipotecan desde ya las rentas y los terrenos de propiedad pública de los referidos estados”. Por otros artículos, también se comprometían declarar la libre navegación de los ríos (art. XIII) y la independencia del Paraguay (en art. adicional) (2).

Tal fue el apuro de Urquiza en concretar sus ambiciones de poder, que no trepido en comprometer las finanzas de su Patria y hasta los terrenos de su provincia, a pesar de que en ésta hacia mucho que funcionaba su satrapía personal. Que contraste con la conducta del Restaurador, el que en incontadas ocasiones sostuvo el erario público de su propio peculio, caracterizando su gestión con una honradez sin parangón en el manejo de los fondos públicos!


Entrega de la Banda Oriental

Luego de la firma de la Convención Arana-Le Predour, Rosas y Oribe se habían comprometido en mantener el statu quo o “suspensión de armas'' en la Banda Oriental, hasta que se produjera su ratificación por la Asamblea Francesas. Rosas cumpliría estrictamente con su compromiso, aún cuando le hubiera sido muy fácil tomar Montevideo, pero su palabra —de por sí valiosa— pero que lo era la de la Confederación, pues ya era su Jefe Supremo, estaba por encima de cualquier especulación.

De esta situación se sirvieron Urquiza y el Imperio que de a poco, repartiendo el dinero espúrio de la coalición, irían comprando a determinados jefes orientales y fomentando la deserción que se veía facilitada por el cansancio y el inmovilismo prolongado de una tropa atónica acostumbrada a la pelea. Finalmente Oribe: que no enviaba noticias a Rosas, sino tarde, poco y mal” (3) capitula en el Pantanoso y la divisiones argentinas que se mantuvieron fieles hasta allí, fueron copadas por Urquiza y obligadas a incorporarse a su ejército. No obstante, la mayoría de sus jefes evitaron la captura y se embarcaron hacia Buenos Aires en una demostración de lealtad a la Confederación y a su Jefe. Rosas perdió así lo mejor de su aguerrido ejército; lo que no se había conseguido por las armas enemigas, se obtuvo por la traición que ya era moneda corriente en los enemigos de la Unidad Nacional.


Cinismo diplomático inglés

Por el Tratado de 1828 el Imperio del Brasil y la Confederación Argentina, no podían iniciar nuevas hostilidades sin notificar el estado de guerra a la Gran Bretaña, que por el mismo se constituyó en mediadora obligada. Su cumplimiento fue evadido por los brasileños pretextando no hacer la guerra a la Confederación sino a Oribe y por lo tanto, si Rosas intervenía le correspondería a él declarar el estado de guerra.

La actitud de Inglaterra, antibelicista en primera instancia, ya que una larga guerra perjudicaría su comercio, varió al conocerse la traición de Urquiza, considerando además, que con su alianza con el Brasil le daban posibilidades de obtener una pronta victoria. Su cinismo diplomático se evidenció cuando lord Palmerston “al tener noticias de los acontecimientos que se desenvolvían en contra de Oribe, dijo al conde Waleski, embajador de Francia en Inglaterra, que “poco importaba que uno u otro fuese vencido, siempre que aquello terminase y que la paz quedase establecida” (4). Así también, a poco ordenaría a Mr. Southern (ya Ministro inglés en Rio de Janeiro) que observara la mayor neutralidad con respecto a la invasión del Brasil a territorio Oriental. La especulación o el oportunismo del premier inglés, le hizo comprender que lo que no había obtenido Inglaterra ron la intervención armada Anglo-Francesa de 1845, libre cambio,libre navegación de los ríos y el establecimiento de su influencia en los estados tapones como el Uruguay y el Paraguay y la proyectada segregación de Entre Ríos y Corrientes, lo conseguirían ahora —sin arriesgar expediciones militares costosas— con el concurso del Brasil y la traición de Urquiza.


Caseros (el desenlace de la crisis)

Iniciada la invasión del territorio nacional, el llamado Ejército Grande llegaría a las inmediaciones de Buenos Aires, casi sin resistencia, a excepción del breve combate en los campos de Álvarez que fue llevado con gran coraje e inútilmente por el Coronel Hilario Lagos. Esta insólita situación fue debida a la obstinada conducta de Pacheco, que rehuyó constantemente a enfrentar al enemigo en las barreras naturales del caudaloso Paraná y el pantanoso Arroyo del Medio, pese a las indicaciones reiteradas de Hilario Lagos sobre la necesidad de cortar el avance de los invasores. Así en las inmediaciones del Arroyo Morón, cerca del campamento militar de los Santos Lugares, se daría la batalla conocida como Monte Caseros y que definió por muchos años la suerte de la Confederación Argentina y de su Jefe Supremo.

El ejército leal que opuso Rosas, en su mayor parte formado por reclutas, no resistió mucho tiempo los embates de las veteranas divisiones de caballería entrerriana y de la aguerrida división oriental. Salvo las divisiones de caballería de Lagos y de Sosa que finalmente fueron envueltas por más de 15 mil jinetes lanzados en sucesivas cargas por Urquiza, solamente pelearían hasta el final junto a Rosas, los batallones de infantería al mando del Coronel Pedro José Díaz y la brigada de artillería del Coronel Martiniano Chilavert, los que a pesar de ser de ideas unitarias antepusieron su amor a la Patria al sentimiento partidario, comprendiendo realmente, que no podían llamarse argentinos quienes se unían al extranjero para invadir su propio país.

Como lo reconociera el mismo Urquiza, Rosas peleó bravamente hasta el final, cuando ante toda resistencia inútil fue envuelto por lo que quedaba de la División Sosa y sacado fuera del campo, siendo perseguido por diferentes piquetes y partidas enemigas, las que al final fueron dispersadas por las cargas ordenadas de su escolta, en donde cerca ya de la Matanza fue herido de bala en su mano derecha. A poco de su entrada a la ciudad en compañía de su ayudante, se apeó de su cabalgadura para redactar su renuncia en la cual se destacaba el siguiente párrafo

“Creo haber llenado mi deber como todos los señores Representantes, Ministros, conciudadanos, los verdaderos federales, mis compatriotas y compañeros de armas. Si mas no hemos hecho en el sostén sagrado de nuestra Independencia, de nuestra integridad y nuestro honor, es porque más no hemos podido”. (5)

Inmediatamente Rosas tuvo que partir al exilio, detrás quedaban como escarnio al patriotismo y la lealtad, las víctimas de las primeras venganzas toleradas y azuzadas por el vencedor: el sabio y médico prestigioso Claudio Mamerto Cuenca, asesinado por el Coronel oriental Palleja en pleno Hospital de Sangre; el Coronel Santa Coloma maniatado y lanceado frente a al Iglesia de Santos Lugares, numerosos oficiales y soldados fusilados y degollados, pese haberse desempeñado en la lucha con honor militar; saqueos y pillaje en los Santos Lugares como en las orillas Buenos de Buenos Aires.

En Palermo, ya instalado Urquiza, correrían la misma suerte todos los integrantes de la división Aquino que se habían pasado a Rosas y el bravo Coronel Chilavert rendiría su tributo de sangre, luego de su comparencia ante Urquiza; este jefe —como bien lo relata Saldías— lo despachó con el rostro descompuesto y ordenó su fusilamiento por la espalda. Así “Fueron más los fusilados en los 17 días que van desde Caseros al desfile de los brasileños que en los 20 años del gobierno de Rosas" (6). Precisamente, el corolario de las iniquidades desatadas aquellos días, fue el desfile del ejército Imperial del Brasil por el centro de Buenos Aires, el día 20 de febrero, justamente en la fecha que se debía haber conmemorado un aniversario más de la victoria argentina de Ituzaingó.


Las consecuencias

El gobierno de Rosas habla sido la expresión de un verdadero proyecto nacional: la unidad de las repúblicas que descendían del antiguo Virreynato, a través de pactos confederales; la defensa de nuestra soberanía territorial, el respeto de la autodeterminación de los pueblos americanos; el sostenimiento de nuestra independencia económica, defendiendo las producciones locales y también la conservación de nuestras tradiciones culturales hispano-criollas.

Todo esto cayó con Caseros. De un esquema independiente y nacional pasaría a uno liberal y subordinado a los imperialismos de turno. Como resultado inmediato de la derrota nacional de Caseros sufrimos: la pérdida de las Misiones Orientales; el alejamiento definitivo del Paraguay: la renuncia a la soberanía de los ríos interiores, llamada eufemísticamente “libre navegación”.

Se iniciaba una política de espaldas al país. Las expresiones criollas serían desdeñadas por bárbaras y como ejemplo de “civilización” predominarían la exaltación de lo extranjero y hasta la copia de sus instituciones. Alberdi pregonaría en sus Bases “No son las leyes las que precisamos cambiar son los hombres, necesitamos cambiar a nuestras gentes incapaces de libertad por otras hábiles para ella" (7) .....“En el Paraguay saben leer todos los hombres del pueblo y sin embargo son incultos y selváticos al lado de un obrero inglés o francés que no sabe ni la ó” (8).

Los últimos caudillos federales serían ultimados por los coroneles uruguayos de Mitre y aplaudido por Sarmiento que le escribiría “No hay que ahorrar sangre de gauchos, es un abono que debemos hacer útil a la tierra, la sangre es lo único que tienen de humanos”. Acordes con esta política interna, se abandonaría el americanismo de Rosas; la oligarquía porteña seguiría los dictados del imperialismo brasileño, sirviéndole de auxiliar para exterminar a la última República soberana del Plata, el Paraguay y a su eminente jefe el Mariscal Francisco Solano López, el que caería heroicamente en Cerro Corá, Se repetiría otro Caseros y su mismo epílogo, la hegemonía del Brasil en la cuenca del Plata.

No sería menos trágico el aspecto socio-económico argentino; con el advenimiento del libreambio, la Argentina entraría en el esquema de la división internacional del trabajo, donde las potencias centrales eran la manufactureras de las materias primas que obtenían a vil precio en los países dependientes y periféricos, con el consiguiente empobrecimiento de las economías regionales y la pauperización de los trabajadores nativos. Este sistema sería afianzado por determinados procónsules de la mal llamada “generación del 80”. Fuimos un apéndice económico de la corona británica; fueron ingleses los ferrocarriles que orientaron sus rieles sobre las estancias también de propiedad inglesa al igual que sus frigoríficos.

Los conflictos limítrofes con Chile, fueron arbitrados por S.M.B perdiéndose así vastos territorios y los demás fueron arbitrados por los norteamericanos con idéntico resultado. La colonización pedagógica y cultural corrió paralela anestesiando a varias generaciones, las que se educaron menospreciando lo nacional y admirando la extranjería. Partidos políticos, instituciones civiles, comerciales, agrarias, gobiernos y legislaturas, eran influenciados o controlados por las concesiones o los embajadores de turno. En aquel marasmo hubo quienes pudieron sustraerse a la corrupción generalizada y al tiempo también dieron su fruto positivo.

Durante cien años la derrota de Caseros se hizo sentir en todo su rigor hasta que un gobierno nacionalista y popular de este siglo intentó recuperar una Patria Libre, justa y soberana, a través de una política de hondo contenido social y reivindicatorio de lo argentino. Teniendo la osadía de nacionalizar los depósitos bancarios que controlaban los ingleses, el comercio exterior, los servicios públicos; creando una industria que se emancipaba de la dependencia; obteniendo armamento propio y tecnología de punta y por medio de una nueva Constitución nacionalizar el subsuelo y consolidar los derechos del pueblo trabajador, no pudo menos que terminar en un nuevo Caseros, recreándose con la aparición de la línea Mayo-Caseros-Septiembre, el esquema liberal de la dependencia, ahora con nuevos patrones y hasta capataces, lo que significa que hemos descendido de categoría colonial.

Hoy día, cuando se habla de integración, debemos tener en cuenta que esta palabreja de apariencia milagrosa, solo es posible cuando hay dos países que se encuentran en igualdad de condiciones. En nuestro caso y refiriéndome al Brasil estamos en total desventaja y la tan mentada integración puede derivar en satelismo. Debemos recordar la reunión del TIAR de 1982, cuando la guerra de Malvinas, donde a pedido de Brasil, no se incluyó en su Declaración a las Islas Sandwich, por estar éstas en línea recta con sus costas y que justificarán sus aspiraciones antárticas. No es inocente tampoco la penetración cultural que se realiza sobre nuestras fronteras, por medio de poderosas emisiones radiales y televisivas, sobretodo en la de Misiones.

Pero el dato más importante sobre la falsa integración, se da en el rubro armamentos, en el cual Brasil está considerado como el quinto exportador mundial. Al caso cabe recordar —tal como oportunamente lo registraron las crónicas periodísticas— que al momento de firmarse los protocolos de intensiones entre los presidentes de Argentina y Brasil, el gobierno de este último, por imposición de sus altos mandos militares, debió retirar los pliegos que referidos a los aspectos militares, deberían haberse firmado con nuestro país. Tal vez haya que tener en cuenta las palabras del ministro de ejército carioca toda vez que afirmó: “El Brasil debe contar con fuerzas armadas fuertes y bien equipadas para negociar acuerdos, ya que nadie pacta con débiles ni teme a un país desguarnecido”.

Como vemos, la política brasileña es la misma que en los tiempos de don Pedro II, en tanto que nosotros no hemos podido consolidar un proyecto nacional que nos devuelva el liderazgo político y tecnológico que ostentáramos hace más de treinta años. Parecería ser que aún cuando pasaron 135 años, la traición de Caseros sigue dando réditos al imperialismo.

NOTAS:

(1) Decreto del 1° de mayo de 1851 del Gobernador de Entre Ríos: “La Unidad Nacional” por Ricardo Font Ezcurra; Ed. Theoria pág. 90.

(2) Convención deslindadora de deberes recíprocos: “La Unidad Nacional” Ibidem; pág. 94.

(8) Nota de Southern a Palmerston del 2-10-1851: ‘‘Prolegómenos de Caseros” Diego Luis Molinari, pág. 39.

(4) Citado en “Prolegómenos de Caseros” Diego Luis Molinari, pág. 41.

(5) “Papeles de Rosas” de Adolfo Saldías, Ed. de 1904, Tomo II, págs. 246/48.

(6) “La caída de Rosas” de José María Rosa, Ed. Inst. Estudios Políticos de Madrid; pág. 148.

(7) J.B. Alberdi; “Bases de partida para la organización política de la R.A.” Ed. Eudeba 1966; pág. 178.

(8) J.B. Alberdi; Ibidem pág. 182.

viernes, 20 de mayo de 2022

Edecanes, Milicias y Pardos libres

REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.

En la revista El Tradicional  N° 95 de mayo-junio de 2010, se publicó el siguiente artículo de Guillermo Palombo. 




Edecanes, Milicias y Pardos libres, entre otros

por Guillermo Palombo


Guillermo Palombo
Edecán de la Primera Junta, Milicias Patrióticas de Misiones (infantería),
Patricios de Salta, Pardos Libres de Salta (sargento) y Partidiarios de la Carlota.


Ilustra esta nota una lámina de Luis de Beaufort, que representa, de izquierda a derecha, cinco figuras con los uniformes usados a partir del 25 de Mayo de 1810: 1) edecán de la Primera Junta, 2) soldado de las Milicias patrióticas de infantería de Misiones, 3) soldado del cuerpo de Patricios de Salta, 4) sargento de Pardos Libres de Salta y 5) soldado de la compañía de Partidarios de La Carlota (Córdoba).

Edecán de la Primera Junta

En el nombramiento de sus edecanes, la Primera Junta dispuso para ellos, en octubre de 1810, el uniforme de Patricios (cuya descripción hemos realizado en “El Tradicional” núm. 92, noviembre de 2009), por ser el uniforme general del ejército, y que en el caso quedó compuesto de casaca azul con cuello, bocamangas y solapa encarnada, vivos blancos y agregados los cordones de su empleo; pantalón blanco y sombrero elástico (también llamado bicornio), con escarapela y penacho.

Texto de la disposición por la cual se nombró edecanes para la Junta, señalándoles uniforme y sueldo: “Buenos Aires, Octubre 7 de 1810. — Nombrase Edecanes de la Junta a los oficiales D. Floro Zamudio, D. Mariano Díaz y D. Beltrán Terradas; se les declara el uniforme de Patricios, que es el general del Ejército, con el cordón distintivo de su nuevo destino, y quince pesos mensuales de sobreueldo para mantener caballo, y expídaseles los correspondientes despachos de que se tomará razón en el Tribunal de Cuentas. — Rúbrica de S. E. — Dr. Moreno, Secretario” [Registro Oficial de la República Argentina, tomo I, Buenos Aires, 1879, pag. 77, núm. 143.]

Milicia patriótica de Misiones

Manuel Belgrano, desde su campamento en Tacuarí, el 30 de diciembre de 1810 ordenó al teniente gobernador de Corrientes, Elías Galván, que levantara un cuerpo de milicia que se titularía Milicia patriótica de Misiones. De acuerdo con el artículo 26 del reglamento para los pueblos de Misiones que Belgrano dictó: “Su uniforme para la infantería es el de los Patricios de Buenos Aires, sin más distinción que un escudo blanco en el brazo derecho, con esta cifra “M. P. de Misiones”, y para la caballería, el mismo con igual escudo y cifras, pero con la distinción de que llevarán casacas cortas y vuelta azul; [...]” [Documentos del Archivo de Belgrano, tomo III, Buenos Aires, Museo Mitre, 1914, pág. 127.]

Patricios de Salta

La Junta ordenó al gobernador intendente interino de Salta levantar un cuerpo de milicia formado por los “jóvenes nobles” de esa ciudad. Fue una compañía de 120 hombres, cuyos tres oficiales fueron el capitán José Román Tejada, el teniente Inocencio Torino y el alférez José María Nadal. El nuevo cuerpo, al arribo a Salta del representante de la Junta, desempeñaron la guardia de honor, bien uniformados: casaca azul, con solapa del mismo color, vueltas y vivo encarnado, escudo en el antebrazo izquierdo, pantalón blanco, zapatos y sombrero elástico.

No damos aquí mayores detalles sobre este cuerpo, puesto que a él dedicaremos exclusivamente la próxima nota de esta serie, donde se expondrá la pertinente documentación respaldatoria y el diseño original del uniforme, que se conservan en el Archivo General de la Nación.

Pardos libres de Salta

El uniforme de esta compañía consistió en casaca azul, con cuello, vueltas y vivos amarillos; pantalón amarillo o anteado, y sombrero elástico con escarapela encarnada.

Partidarios de la Carlota

En 1810, la villa de La Carlota, erigida dos décadas atrás por orden del gobernador intendente Rafael de Sobre Monte, quien le impuso ese nombre en memoria del difunto monarca Carlos III, tenía una compañía de Partidarios cuyo uniforme, conforme permiten reconstruirlo una cuenta y una relación, consistía en: casaca azul con solapa y vueltas encarnadas; calzón y chaleco encarnados; zapatos con botines (o polainas) y sombrero elástico [Archivo General de la Nación, Contaduría, Córdoba, 1810, Documentos de Caja, Sala XIII, legajo 12-4-3, Libro núm. 1, documento núm. 178: “Cuenta de lo gastado en los vestidos de los Partidarios de La Carlota que son sesenta y un hombres”, Córdoba, 30 de julio de 1810, firmada por José Tomás Cabrera (fs. 361); y documento núm. 179: “Relación de lo que se ha invertido en zapatos, botines, sombreros y pañuelos a los individuos de la Compañía de mi cargo”, sin indicación de lugar ni fecha, firmada por José María González (fs. 362).]