domingo, 1 de junio de 2008

Anécdotas - General Ignacio Hamilton Fotheringham

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 7 - Junio 2008 - Pag. 16 

General Ignacio H. Fotheringham

Anécdotas

“Cállese, cállese... No hable usted así del mejor hombre que haya yo conocido”

Relato del General Ignacio Hamilton Fotheringham, en sus memorias “La vida de un soldado o Reminiscencias de las Fronteras”.

 

Los señores Juan Nepomuceno Terrero e hijos (la firma social del año 1864), poseían varias estancias con muchas leguas de campo flor. ¡Qué espléndidas fincas! Hoy habrán pasado a manos ajenas, tal vez a dueños extranjeros.

"Los Cerrillos", la antigua guarida de don Juan Manuel, era el establecimiento principal: llena de recuerdos de ese hombre misterioso que, a pesar de tanto historiador, hoy nadie conoce bien y yo menos que nadie.

Allá en mi tierra, en mi pueblo (Southampton) lo creíamos un general español desterrado por asuntos de alta política. Un hermoso tipo, de aspecto varonil y enérgico. Vivía en The Crescent, frente a la casa de familia de Lawe, muy amiga nuestra. Una gran mansión de aspecto serio, silencioso y triste. Nada de ruidos. Más tarde me han referido muchas anécdotas a su respecto.

Al venirme, su "Doña Manuelita" me regaló una hermosa frazada, grande, abrigada, con un letrero central en bordado rojo: Federación o Muerte, Independencia. Rosas. Viva Manuelita. La conservé por mucho tiempo. Pero, resuelto a decir la verdad, aunque con vergüenza, confieso que la cambié en Paso de la Patria (1) por tableta mendocina... Más pudo el hambre que el venerado recuerdo.

Tirano, déspota, sanguinario... No lo niego, pero no lo afirmo. La pobreza en que vivía, demostraba, por lo menos, que era hombre honrado. Y un hombre honrado no puede ser un hombre perverso...

Años después, en 1885, me encontré en Southampton con mi mujer y dos hijos mayores, Inés y Roberto, de once y diez años, respectivamente.

El primero que me vino a visitar al Hotel Radley, fue Mr. Mount, nuestro antiguo capellán, el viejo sacerdote que me bautizó y me bendijo al venir­me, agregando: "Que tus ovejas, Ignacio, cubran las montañas del nuevo mundo…” Nunca pudo suponer el final dramático de mi tentativa de estanciero ni que mis ovejas desaparecerían substituidas por... una espada. Vino, pues, y nos invitó a comer. Fuimos. Sobre la chimenea de su modesto comedor había una hermosa talladura de flores en marfil, bajo gran fanal de cristal.                                                            

-Qué hermoso - dije.

-Ah, si -contestó-, me la regaló el general Rosas... Y yo:

- Un tirano sanguinario y criminal y…

- Cállese, cállese... -replicó-. No hable usted así del mejor hombre que haya yo conocido: caritativo, bondadoso, lleno de todas las virtudes cristianas.

Pues. ¿en qué quedamos?... Todavía está uno por saber qué es la historia. "Cobarde, tú dormías”…le dice Mármol en su tremenda oda...

Y conozco otro cuento al caso... Todos mis cuentos son fidedignos y garantidos. En plena batalla de Caseros, el éxito era aún dudoso. Rosas hablando con un jefe principal: "Mire, mire, esa caballería que avanza allá por la izquierda nos va a j...' (¡Perdón por la mala letra!) En ese momento pasa un bizarro soldado de caballería, gorra de manga, lanza, lazo y boleadoras. "Párese amigo…", dice Rosas. Bajóse el centauro. "Traiga las boleadoras. (Las midió con los brazos abiertos). Un poco cortas -dijo-. A caballo y dispare" -le gritó al soldado. De un brinco en la silla y a todo escape... Pero no hubo escape, pues con la habilidad suma sorprendente de que estaba dotado "el primer jinete", el "primer gaucho argentino", revoleando las boleadoras las lanzó con mano certera por encima del cráneo del jinete y boleando el caballo de las manos, lo hizo rodar; pero el paisano, sonriéndose, salió de pie, las riendas empuñadas… "Por lo menos -dijo Rosas- todavía tengo el pulso bueno".

Ya mí me parece que ningún "cobarde" haría tal hazaña.

Afuera de Southampton, en Shirley, tenia Rosas un pequeño farm o estancia. Cuatro vacas, algunas ovejas, pocos caballos: Los Cerrillos en miniatura, como para recordar, acaso, a la patria. En su salón, allá en la casa de The Crescent, tenia dos grandes sillones rojos; él ocupaba uno, el mismo siempre y a la visita que intentaba sentarse en el otro, la detenía con un… "Dispense, no se siente en ese sillón, pues espero al general Urquiza... "

En las carreras o cacerías del zorro, en Inglaterra, montaba en soberbios caballos que le prestaba lord Palmerston. Una vez rodó y salió corriendo... Asombro general. En otra ocasión enlazó un ciervo por las astas. Otra vez asombro. Nunca, jamás, iba a la iglesia, la única iglesia católica que había en Southampton y, sin embargo, el viejo cura lo calificaba de "hombre lo más bueno". Habrá que escribir sin pasión la historia de Rosas.

(1) Durante la guerra contra el Paraguay

IGNACIO HAMILTON FOTHERINGHAM, nació en 1842 en Southampton, (ciudad donde viviría exiliado Rosas a partir de 1852), en el sur de Inglaterra. Hijo de familia católica emigró a la Argentina cuando tenía 21 años y se incorporó al ejército, donde llegó a tener el grado de General. Intervino en la Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay y en la Conquista del Desierto; participó también en la represión de las revoluciones jordanistas. Fue también Gobernador del Territorio Nacional de Formosa. Falleció en 1925 a los 83 años. (Fuente: Diccionario Histórico Argentino de Fermín Chávez, Ediciones Fabro, Bs. As. 2005)


Aniversario de la guerra de las Malvinas (2 de abril de 2008)

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 7 - Junio 2008 - Pag. 15 

Mensaje del Cardenal Jorge Mario Bergoglio SJ, Arzobispo de Buenos Aires, con motivo de un nuevo aniversario de la guerra de las Malvinas (2 de abril de 2008)

 

En un nuevo aniversario, los recuerdos de esa guerra que le costó la vida a centenares de jóvenes vuelven a revivirse en cada rincón de la patria, en el corazón de cada madre, de cada hermano, cada novia, cada amigo de aquellos que fueron protagonistas de ese acontecimiento.

La historia de Malvinas ya está escrita, es una historia triste, una parte oscura de la historia argentina que sólo adquiere luz desde el coraje y la valentía de los que lucharon allí, tanto los que descansan en tierras y aguas propias como los que volvieron.

Hay una herida abierta que sigue sangrando en el dolor de las madres y otros familiares que comparten con orgullo la gloria de los que ofrendaron su vida. Esos 649 hombres y muchachos muertos en Malvinas no saben de olvidos, ni derrotas. Allá quedaron para siempre con su coraje, con sus miedos e ilusiones, ganas de vivir y proyectos de vida.

La herida está abierta, no termina de cicatrizar y no creo que pueda hacerlo porque todavía se halla en carne viva en muchos ex combatientes. El drama de los que lucharon y volvieron de Malvinas es nuestro drama, porque nos pone también delante de nuestra indiferencia y desamor. Nuestro estilo de vida exitista rechaza el fracaso, lo desvaloriza o lo esconde; no se deja enseñar por él.

Hoy es un deber patriótico y de caridad honrar a los muertos de la Guerra de Malvinas, a todos y cada uno de ellos; homenaje que para no quedar reducido al recuerdo tiene que hacerse vivo y operante en los sobrevivientes. Es de buen argentino reconocer la valentía tanto de los que cayeron en esa guerra, como de los que murieron después a causa del silencio y la indolencia de la sociedad, o de los que sobrevivieron y hoy son los testigos vivos de esa gesta.

Existe una "Deuda de la historia" que sólo será saldada cuando cada 2 de abril el conmemorar el "Día de Veteranos de Guerra y los caídos de Malvinas" sea motivo de reflexión, de afirmación de la identidad nacional y de trabajo por la paz; sólo así la sangre de los 649 caídos no habrá sido derramada en vano.

Existe también una “Deuda social” en la que todos debemos sentirnos corresponsables y que es la deuda con los sobrevivientes. Cuando la guerra en el campo de batalla concluye, comienza el enfrentamiento con la vida de todos los días con las heridas y secuelas que quedan. Estas tienen un valor: de reconocimiento al coraje y de resarcimiento económico. El daño que la guerra produjo tuvo un costo, frente al cual el Estado y la sociedad somos deudores y a la vez los reguladores del precio de las secuelas. A pesar de esto, entre las heridas de la guerra y los beneficios económicos de una remuneración, resta siempre un saldo imposible de cancelar. 

Las enfermedades tanto físicas como síquicas, las dificultades para la reinserción, los problemas de pareja, la falta de trabajo, vivienda o educación para sus hijos, ha conducido a situaciones extremas que en la post guerra siguen cobrando vidas.

Aunque parezcan lejanos y secos, aquellos laureles y olivos del domingo de Ramos del 82 se acercan y reverdecen cada 2 de Abril. Roguemos a Dios que estos años transcurridos, a pesar de los esfuerzos de muchos para “desmalvinizar” la historia y la realidad, hayan servido para madurar silenciosamente la conciencia de muchos argentinos a lo largo y a lo ancho del país en un amor más auténtico por la Patria, en sentido de justicia, y en capacidad de sacrificio anónimo, que son la escondida pero fecunda savia que nos hará vivir en todos los órdenes de la vida la tan ansiada libertad.

 

Jura de la bandera realizada por los efectivos de la Compañía C, del Regimiento de Infantería 25,
pocos días antes del Combate de San Carlos, en el cual tuvieron destacada actuación.


 - - - - - - - -

El día 2 de abril ppdo. con motivo del acto organizado por la “Asociación Veteranos de Guerra por Malvinas“ de Gral. San Martín, en el monumento que recuerda a los caídos en esa Gesta, ubicado en las calles Jujuy y Colegio Militar de Malaver, concurrimos al mismo y a su término distribuimos la última edición del periódico “El Restaurador”.

 

El espíritu de verdad...¿lo respetamos?

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 7 - Junio 2008 - Pag. 14 


“Levántate y combate por la verdad, la piedad y la justicia”. Salmo 44.


El espíritu de verdad....¿lo respetamos?

Por el Ing. Alberto Bondesío

 

Cuando los que quieren “arrimarse” a conocer los pormenores de nuestro pasado, el pensamiento y el proceder de sus protagonistas, como así también el contexto en el que se debieron  desenvolver, suelen tropezarse con lo que podríamos definir la “conjura contra la verdad”.

Esta conjura diabólica contra la verdad no arranca, por cierto, de ayer. La perversión de los criterios morales ha desembocado en el recurso sistemático de la estrategia de la mentira.

José Orlandis, un pensador de nuestro tiempo, nos decía que “para amplios sectores de la humanidad, tan celosa de una pretendida autenticidad, la verdad objetiva, el valor verdad, no está de moda”.

El mal que padece el mundo, de siempre, es la falta de verdad, la falsedad.

En tanto, el Papa Juan XXIII nos decía: “la causa y la raíz de todos los males que, por decirlo así, envenenan a los individuos, a los pueblos y a las naciones y perturban las mentes de muchos, es la ignorancia de la verdad. Y no sólo su ignorancia, sino a veces hasta el desprecio y la temeraria aversión a ella. De aquí proceden los errores de todo género, que penetran como peste en lo profundo de las almas y se infiltran en las estructuras sociales, tergiversándolo todo, con peligro de los individuos y de la conciencia humana”.

Sentimos que la falta de veracidad, el empleo frío y premeditado de la mentira, de la falsedad, del engaño, se ha convertido en táctica habitual en la sociedad, de ayer y de hoy.

La “insinceridad”, es causa de disgregación y de decadencia. Esta aparece elevada a la categoría de estrategia, en la que la mentira, la deformación de las palabras y de los hechos, el engaño, se han convertido en clásicas armas ofensivas, que algunos manejan con maestría, orgullosos de su “habilidad”.

Muchos, particularmente los historiadores y políticos, parecieran identificarse con el pensamiento de Voltaire, que en una de sus cartas a M. Thierot, le decía: “La mentira no es un vicio sino cuando causa un mal; es una gran virtud cuando hace el bien...; mentid, amigos míos, mentid!”.

Quizá algunos al leer esas recomendaciones de Voltaire, se espanten ante la idea de suscribirlas, pero...¿no la profesan, acaso, de un modo vergonzante, en el terreno de los hechos, cuando se enfrentan con la concreta realidad de sus actividades profesionales, cuando están en juego sus intereses económicos o cuando les ciega el apasionamiento en la lucha política e ideológica ?.

Conviene aquí decir que la verdad es, según nos la define J. Orlandis, en su acepción  profunda,  “una virtud eminentemente social, en cuanto que es virtud que el hombre debe tanto a Dios como a su prójimo, a los otros hombres que conviven con él y constituyen una misma comunidad. Es por tanto, el único cimiento firme de la unidad entre los hombres”.

Los que desean constituir una sociedad seria, están obligados a observar mutuamente el deber de veracidad. Debe la verdad regir las actuaciones públicas que desarrollen los ciudadanos de una sociedad políticamente organizada.

Así como los gobernantes deben defender el imperio de la verdad en la vida pública, los historiadores deben registrarla y transmitirla con rigor académico

Ambos deben garantizar que esa verdad inspire las instituciones políticas que hayan de informar y servir de cauce a la convivencia nacional. Las instituciones públicas, la Academia de Historia entre ellas, se falsean cuando se las reduce a letra muerta, vaciándolas de contenido.

Es fácil constatar el innato sentimiento de desconfianza que muchas gentes buenas y sencillas suelen sentir hacia la política, los políticos y los historiadores que escriben respondiendo a los intereses o conveniencias de los primeros.

No tenemos que olvidar que el derecho a la verdad es anterior y superior a todo derecho y exigencia. En virtud de este derecho, los ciudadanos debemos aspirar a que quienes intervienen en la vida pública y en la formación académica sean verdaderos en sus actitudes. Nadie tiene el derecho a recurrir a la estrategia de la mentira. Es por ello que afirmamos que sólo una íntegra y clara veracidad garantiza la moralidad en todas las actividades públicas y privadas.

Muchos hombres ni la respetan ni la estiman. La crisis de la verdad acarrea fatales consecuencias a las sociedades.

Testimonio y evidencia, dos criterios de verdad y dos caminos, cada uno con su propio método, para llegar al conocimiento de la realidad.

En ausencia de la verdad, se fraguan rumores y noticias sin fundamento, sobre apariencias e indicios insuficientes, que a veces son el origen de mil falsedades, quizá injuriosas y malévolas. Estas falsedades se extienden por que las difunde por doquier la cadena sin fin de los que repiten como un eco, y muchas veces fantásticamente exagerado, todo cuanto llega a sus oídos, sin preocuparse de comprobar la verdad, o aun siquiera la verosimilitud de aquello que oyeron.

Todo esto tiene especial gravedad cuando se da en personas que tienen a su disposición medios con los que actuar e influir sobre la opinión  pública. Los historiadores entre ellos.

Pensar la verdad es, por tanto, pensar con verdad, rectamente, sin prejuicios ni ánimo de falsear y por cierto con probidad intelectual. Hace falta, por tanto, adquirir la ciencia precisa sobre los hechos históricos que hayan de enjuiciarse, obtener adecuada información y valorarla debidamente.

Los historiadores, entre otros, formadores de la opinión pública, deberían descubrir el valor del silencio cuando por no haber pensado la verdad se encuentran incapacitados moralmente para comunicarla.

Este marco, abarcativo de principios y conceptos, es el que estuvo ausente cuando se empezó a escribir la historia de nuestra Patria y el desempeño de sus protagonistas.

Pedro de Paoli nos decía respecto a los inicios del estudio de los hechos históricos que eran “…tratados empíricamente, desde su importancia como episodios, y dentro de los límites puramente formales y estrechos de la crónica. Jamás se fue al contenido de los hechos históricos, como tampoco se los trató en su conjunto como raíz de un pueblo nuevo y como causas de un acontecer que se proyectaba hacia el futuro obedeciendo al sino de un momento histórico dado, y al que ninguna fuerza era capaz de detener”.

El “revisionismo histórico”, aquel que supo no contaminarse de intereses bastardos que obedecían y obedecen a fines puramente políticos, que supo imprimir en su investigación un férreo espíritu académico tomando distancia de las pasiones y actitudes obsecuentes, es el que al día de hoy nos da luz intensa y profunda sobre nuestro pasado y sobre aquellos hombres que supieron, con sus más y con sus menos, forjar los cimientos de nuestra nacionalidad.

La historia oficial es un mentís a lo que desarrollamos sobre la verdad. Claramente respondió y responde a intereses de familias, de grupos políticos, que no escatimaron esfuerzos para dinamitar todo lo que tuviera que ver con nuestras auténticas tradiciones y porqué no con nuestra religión.

Por cierto que en su tarea no estuvieron solos...contaron con el inestimable apoyo de la Masonería que después de Caseros se enseñoreó en la clase política y dirigente de la época.

Para ilustrar un poco lo que venimos señalando bástenos citar a un ex presidente argentino, Domingo Faustino Sarmiento, quien respecto a su obra “Facundo” al escribirle al Gral. Paz el 22 de Diciembre de 1845 le decía que era una “Obra improvisada, llena por necesidad de inexactitudes, a designio a veces”,...y en otra dirigida a Valentín Alsina del 7 de Abril de 1851 le confesaba que había sido escrita sin “Sin documentos a la mano y ejecutado con propósito de acción inmediata”.

Este argentino, prócer inmaculado de la Historia Oficial tenía un pobre concepto de la “verdad” y del “honor”, quedando ello manifestado claramente en los conceptos vertidos en su carta a M. R. García del 28 de Octubre de 1868: “Si miento lo hago con la naturalidad y la sencillez de la verdad”. ¡Palabra de honor del presidente de los argentinos e historiador nacional!

Valentín Alsina acusaba a Sarmiento de ser propenso a los “sistemas”, o sea preconceptos que como sabemos no son el mejor medio de arribar al conocimiento de la verdad.

Con estos preconceptos, con esos “sistemas” nacieron nuestros libros de historia argentina....en ellos queda en evidencia el objetivo claro de defender a los “padres de la historia” que fueron actores de importancia en algunos trascendentes hechos históricos...

Pero un día sucedió lo inevitable...una generación empezó a “bucear” en los archivos históricos y descubriendo y leyendo documentos históricos empezaron a resquebrajar los blandos cimientos de la monumental mentira que ciertos “señores” habían tejido para engañar a la posteridad.

 


Historia de una condecoración

    Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 7 - Junio 2008 - Pag. 13 

Historia de una condecoración



  Contestando la pregunta que nos hizo un lector acerca de la condecoración que luce el Restaurador en el óleo pintado por Descalzi que ilustra la portada de la última edición de este periódico, decimos que a raíz de la expedición a los desiertos al sur durante los años 1833 y 1834 organizada por Rosas y una de cuyas columnas también comandó, el Gobierno de la Provincia había dispuesto la entrega de medallas de oro, plata y latón a oficiales y soldados –ver el Nº 4 de este periódico, pag. 5–; a su vez la Legislatura de la Provincia otorgó al Gral. Rosas como premio por su desempeño en esa campaña, una espada guarnecida de oro, con las armas de la provincia y con la inscripción “La provincia de Buenos Ayres grata a los servicios de su ilustre defensor, brigadier general Don Juan Manuel de Rosas” y cuya fotografía -de la empuñadura- fue publicada en la pág. 14 del número anterior de este periódico.

También se le otorgó una medalla de oro y esmalte, que tenía la forma de sol, guarnecida por un círculo de piedras preciosas, que debía ser colocada pendiente en el cuello. La medalla tenía grabada esta leyenda: “La expedición a los desiertos del sud del año 33 engrandeció la provincia y aseguró sus propiedades”.

Esta condecoración la usó Rosas con una banda de seda escarlata cruzada del hombro derecho hacia el costado izquierdo y así aparece en innumerables pinturas y retratos, sirviendo de ejemplo las que fueron reproducidas en nuestro periódico Nº 2, pág. 10 y Nº 4, pág. 13.

La condecoración fue llevada por Rosas al exilio después de su derrota en Caseros y a su muerte fue heredada por su hija Manuelita. Debido a necesidades económicas –los bienes de Rosas y de sus hijos habían sido confiscados por el Gobierno de Buenos Aires en el año 1852– los brillantes que tenia esa condecoración fueron vendidos en Londres por Manuelita y sustituidas por piedras blancas que tiene en la actualidad.

Esa condecoración se encuentra actualmente en exhibición en el Museo Histórico Nacional.  

Retrato de don Juan Manuel por Rafael Padilla Borbón

   Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 7 - Junio 2008 - Pags. 12 y13 

RETRATO DE DON JUAN MANUEL                                                                                                             Por RAFAEL PADILLA BORBÓN

Caballería de Rosas  
Obra de Eleodoro Marenco

Rafael Padilla Borbón, por linea materna emparentado a la casa real de España, tuvo inquietu­des literarias, entre las que figura su libro “Rosas, el Restaurador de las Leyes” y varios interesantes artículos, pronunciando también numerosas conferencias. Fue también un pintor bien conceptuado.                     

No sólo en la nuestra, sino en la historia de cualesquiera otros pueblos del mundo, muy pocas figuras -tal vez ninguna- apa­recen ante nuestros ojos, serenados por la razón crítica o apasio­nados por el fervor partidario, con un perfil tan claro y rotundo como la del señor Don Juan Manuel de Rosas. Podemos odiarlo o amarlo, exaltarlo o vituperarlo, unirlo a los mejores recuerdos del pasado nacional o situarlo como centro del período más sangriento doloroso de nuestra historia; lo que no podemos hacer es ignorarlo, desdeñarlo, soslayar su nombre señero, rebajarlo del vértice que su gobierno significó en nuestra evolución política; lo que no es posible es desdibujarlo, difuminarlo en las nieblas insustanciales de una actualidad vulgar o vulgarizada, porque el alma y la vida de Rosas aparecen, y cada día que pase se destacarán más, como tallados en cristal, en prismas gigantescos que relucen como soles y cuyas aristas cortan como espadas. Rosas es, ciertamente, una fi­gura exponencial; más aún: es una figura tipo, una figura de control y referencia. Es un hito ciclópeo que fija rumbos y marca fron­teras: hacia allí...; hasta allí... Por, eso, a medida que entre nosotros, los argentinos, se robustece la conciencia colectiva, el nombre de Rosas se destaca más y más y se delimita como el campo lógico y natural en que se debaten, y pelearán durante muchos años, nuestras concepciones sobre el sentido de la patria y la estructura del Estado. Estar con Rosas o estar contra Rosas, ahora que las pasiones personales se entibiaron, es defender o atacar un principio político, una forma de gobierno, una interpretación de la nacionalidad, una comprensión de la vida.

Quiero reconocer, anticipando otros comentarios, que el fondo sobre el cual realza el retrato de don Juan Manuel, está excesivamente cargado de sangre, pero el tono trágico que en él predomina no tiene su causa en Rosas, sino más bien se resuelve en él como un efecto. Antes de Rosas y después de Rosas esto no fue, precisamente, una Arcadia; el período histórico en el cual gobierna el Restaurador se caracteriza por un dramatismo extraordinario, que ni siquiera es peculiar en la Argentina sino que por igual caracteriza a todas las otras repúblicas americanas, cuyo proceso de emancipación corre paralelo del nuestro. La muerte de Quiroga, Lavalle, Dorrego, Villafañe, Latorre, Santos Ortiz, Liniers, Urquiza... se produce en circunstancias que estremecen de horror, y en tan desastrosos fines Rosas interviene o no, Rosas es el instigado o, por el contrario, el blanco al que apuntaban los disparos homicidas; Rosas es coetáneo de las víctimas o de sus padres o de sus hijos. En buenas palabras: las mismas escenas violentas que se producen mucho antes de su ascensión al poder y continuaron produciéndose mucho después de su caída.

Difícil resulta trazar en un par de páginas la silueta moral de Don Juan Manuel y no por falta de elementos de juicio, sino al contrario; no porque sus rasgos aparezcan imprecisos, sino porque sus calidades son tan categóricamente esplendorosas, que ofuscan. Es mucho más fácil dibujar una brizna de hierba, que un bosque; es mucho más sencillo pintar una estrella, que el sol.        

Al primer golpe de vista Rosas se nos aparece como el perfecto hombre de campo, con todos los vicios y virtudes que le son propios: rudeza, picardía, sobriedad, honestidad, altanería... Sólo el hombre de campo puede hacer una teoría del arte de fingirse tonto y preocuparse de fingir senilidad y vejez para que los adversarios no considerándolo ya enemigo peligroso, dejen de acosarlo; sólo un hombre de campo puede encarar y desafiar frente a frente poderes y potencias que, sólo en la amenaza, ya aterrorizan. Rosas sólo en el campo se siente feliz y, lo mismo en su juventud que en el gobierno y el destierro, busca en la naturaleza la paz reconfortadora y el sedante regenerador. Gusta de bolear y de pialar, del asado y del mate, de dormir a la intemperie acostado sobre el recado y de bailotear en ferias y fiestas. Cuando en Inglaterra, revolviendo papeles, aparece el nombre de un viejo amigo en una carta que los años envejecieron, escribe al margen: "El mejor caballo que he tenido y tendré, me lo regaló él: era bayo y murió en la expedición al sud, comido por un tigre..." y de ésta su ruda fuerza campestre ­de ésta que podríamos llamar virginidad argentina, nace toda su preocupación de gobernante que en el fondo viene a ser la antino­mia, la lucha entre la capital y las provincias, la ciudad y el campo, porque para él el campo era el arca sagrada en que se guar­da el tesoro inapreciable de las virtudes de la raza y la ciudad el vertedero donde se vaciaban todos los desperdicios extraños a patria. Amaba al gaucho porque era el cien por cien de argentinismo y odiaba al gran señor y al erudito profesor porteño, porque no eran más que un reflejo de ideas y preocupaciones europeas; ajenas por completo a nuestra manera de ser.

Todos saben del furor ardiente con que él combatió a las logias masónicas y, comúnmente, se interpreta su acción en este sentido como un resultado de su fervor católico; yo me inclino a creer que esta lucha lo animaba la preocupación de ver en la masonería no tal o cual credo filosófico o religioso, sino una inmensa potencia universal regida por directores extraños al pueblo argentino. De­testaba a los unitarios, sin duda los hombres más cultos de la época, porque eran un eco de las ideas que en Europa habían encendido el romanticismo y se habían consagrado con la revolución de 1848, y defendía el federalismo, porque era el principio histórico y tradicion­al argentino, y por lo tanto de semilla española, es decir, antieuro­peo, ibérico. Organiza el Estado de abajo a arriba, de las raíces a las hojas, con una inmensa emoción popular, pero lo organiza de arriba, autoritariamente, con fuerte mano de capitán, con ese impulso creador que caracteriza al genio singular, inconfundible, de la raza. Y quiere ser tan personal y nacional en su obra, que puede transigir con todo menos con una intervención, con un consejo, ­con una simple insinuación extranjera.

Afectos aparte, y sobre la base de la más estricta justicia, preciso es reconocer en Rosas circunstancias que bastan para enaltecer, y en el peor de los casos justificar, su buena memoria. En primer término­, Rosas no es un dictador vulgar, que asalta el poder valiéndose de una cuartelada y contrariando los deseos de la opinión pública. No. Rosas llega al gobierno llamado por los representantes legítimos del pueblo y escudado en un plebiscito que arroja en su favor mayoría abrumadora. No se puede decir que quienes lo llamaron y apoyaron ignoraban sus propósitos, y mucho menos que él se hubiese rectificado y desmentido al ser investido con la más alta magistratura: Rosas había exigido plenos poderes para el gobierno y se los dieron, y había anunciado un inequívoco programa legislativo que, hasta el último instante de su vida oficial, fue cumplido punto por punto. Pocas vidas y pocas actuaciones tienen una trayectoria tan recta y firme como la suya, clara y consecuente desde el principio al fin. Rosas es una afirmación, aceptable o recusable, pero jamás una duda, una vacilación, una sinuosidad. Se le ha ridiculizado por aceptar homenajes que tienen mucho de culto idolátrico -sus retratos, llevados procesionalmente como la imagen de los santos...- pero hay que comprender que en el sentido místico de este fervor descansaba su concepción del poder: autoridad, autoridad indiscutible que es el único origen que legitima el derecho y el deber de la obediencia; autoridad racialmente de origen divino; autoridad moral, sobrehumana, hace posible la solidaridad nacional, la unión apasionada de todos los ciudadanos en la defensa de la patria.

Muchas virtudes adornan al gran argentino, siendo las más dignas de destacarse, a mi juicio, su ternura, su capacidad de trabajo, su sentido de la responsabilidad y la serenidad con que encara los años más adversos de su vida.

Conmueve el afecto con que acaricia a su hija, con que juguetea con los nietos, con que se dirige a cuantos seres le son íntimamente queridos; asombra la resistencia con que estudia y despacha durante horas y horas de labor ininterrumpidas, resoluciones y decretos de todas clases; convence la firmeza férrea con que acomete los problemas más arduos y las situaciones más complicadas, jugándose en todo instante hasta la última de sus reservas; admira la superior tranquilidad con que soporta, en el infortunio, no ya las acometidas de quienes fueron sus enemigos a muerte, sino la cobarde deslealtad de quienes fueran sus partidarios entusiastas.

Rosas fue un hombre extraordinario y para persuadimos de ello nos basta considerar el juicio que mereció, entre otros muchos, a tres grandes argentinos que lo conocieron muy de cerca y cuyo testimonio es, por mil razones, irrecusable: Alberdi, Urquiza y el más grande de nuestros patriarcas: Don José de San Martín.

El Gral. José María Paz, prisionero de Estanislao López

   Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 7 - Junio 2008 - Pags. 9 a 11  

  EL GRAL. JOSÉ MARÍA PAZ, 

PRISIONERO DE ESTANISLAO LÓPEZ 


            

Derrotado Lavalle en Puente de Márquez, el Gral. José María Paz queda como cabeza del partido unitario. A mediados de abril de 1829, y luego de desalojar del gobierno de Córdoba al caudillo Juan Bautista Bustos, Paz obtiene una serie de victorias militares, demostrativas de su alta capacidad militar; desplaza a los gobernadores con tendencia federal e instala gobiernos adictos en las provincias de Cuyo y el Noroeste, conformándose la Liga del Interior (Córdoba, San Luis, San Juan, Mendoza, Catamarca, Rioja, Santiago del Estero, Tucumán, Salta y Jujuy), ejerciendo el Supremo Poder Militar –virtual dictadura–. Las cuatro provincias del Litoral, firmantes del Pacto Federal de 1831 (Buenos Aires, Santa fe, Entre Ríos y Corrientes) se le oponen.

        Contra la Liga del Interior comienzan a operar Facundo Quiroga –quien vuelve a ocupar Córdoba– y Estanislao López quien era el general a cargo de las fuerzas federales, y había organizado un ejército de cerca de 2000 hombres con el cual quería atacar a Paz desde distintos puntos. Advirtiendo esa situación, Paz también se movilizó para batir a López, quien a su vez evitó un encuentro directo, realizando movimientos permanentes con pequeñas escaramuzas.

El 10 de mayo de 1831, un hecho imprevisto sella el destino de la guerra. En el paraje El Tío ubicado al noroeste de la provincia de Córdoba, Paz se adelantó a su ejército acompañado por su ayudante, el teniente Arana y un baqueano, con el objeto de realizar un reconocimiento del terreno y ponerse en contacto con una avanzada de sus fuerzas.

Sigamos con el relato que hace Paz en sus Memorias:

"Se adelantó Arana -relata Paz en sus Memorias- y yo continué tras él mi camino; ya estábamos a la salida del bosque; ya los tiros estaban sobre mí; ya por bajo la copa de los últimos arbolillos dis­tinguía a muy corta distancia los caballos, sin percibir aún los jinetes; ya, al fin, los des­cubrí del todo, sin imaginar siquiera que fuesen enemi­gos y dirigiéndome siempre a ellos. 

En este estado, vi al te­niente Arana que lo rodea­ban muchos hombres, a quie­nes decía a voces; «allí está el general Paz, aquél es el general Paz», señalándome con la mano; lo que robus­tecía la persuación en que estaba de que aquella tropa era mía. Sin embargo, vi en aquellos momentos una ac­ción que me hizo sospechar lo contrario y fue que vi le­vantados, sobre la cabeza de Arana, uno o dos sables, en acto de amenaza. Mil ideas confusas se agolparon en mi imaginación; ya se me ocu­rrió que podían haberlo desconocido los nuestros; ya que podía ser un juego o chanza, común entre militares; pero vinieron, en fin, a dar vigor a mis primeras sos­pechas, las persuaciones del paisano que me servia de guía para que huyese, porque creía firmemente que eran enemigos. Entretanto, ya se dirigía a mí aquella turba, y casi me tocaba, cuando, dudoso aún, volví las riendas a mí caballo y tomé un galope tendido. Entre multitud de voces que me gritaban que hiciera alto, oía con la ma­yor distinción una que grita­ba a mi inmediación: «párese mi General; no le tiren que es mi General; no duden que es mi General» y otra vez, «párese mi General». Este incidente volvió a hacer renacer en mí la primera persuación, de que era gente mía la que me perseguía, desconociéndome, quizá, por la mudanza de traje. En me­dio de esta confusión, de conceptos contrarios, y ruborizándome de aparecer ­fugitivo de los míos, delante de la columna que había quedado ocho o diez cuadras atrás, tiré las riendas a mi caballo y, moderando en gran parte su escape, volví la cara para cerciorarme: en tal estado fue que uno de los que me perseguían, con un acertado tiro de bolas, dirigido de muy cerca, que inutilizó mi caballo, me impidió continuar la retirada. Este se puso a dar terribles corcovos, con que, mal de mi agrado, me hizo venir a tierra.

            En el mismo momento me vi rodeado por doce o catorce hombres que me apuntaban sus carabinas, y que me intimaban que me rindiese; y debo confesar que aún en este instante no había depuesto del todo mis dudas sobre la clase de hombres que me atacaban, y les pregunté con repetición quiénes eran y a qué gente pertenecían; mas duró poco el engaño y luego supe que eran enemigos y que había caído del modo más inaudito en su poder. No podía dar un paso, ninguna defensa me era posible, fuerza alguna de la que me pertenecía se presentaba por allí; fue, pues, preciso resignarme y someterme a mi cruel destino."

Don Saturnino Gallegos, primo hermano del general Estanislao López, y quien se encontraba presente en la tienda de éste, cuando entró en ella el general Paz prisionero, relata: "En la madrugada del 11 de mayo de 1831, nos encontrábamos en Calchines, acampados, esperando las fuerzas de Buenos Aires que mandaba el general don Juan Ramón Balcarce, para emprender la campaña contra el general Paz. El general López, su secretario el coronel Pascual Echagüe y otros jefes lo acompañaban alrededor del fogón tomando mate, cuando se presentó un joven cordobés que dijo llamarse Serrano, anunciando dejaba a corta distancia la partida que conducía prisionero al general Paz, cuyo caballo había boleada él mismo.

Si grande fue la sorpresa que produjo esta noticia, no lo fue menos la duda acerca de la veracidad del informante; aunque entre las señas que daba, la de "manco" era incontestable. El general ordenó al señor Echagüe, que sin demora montase una mitad de lanceros de 25 hombres con un oficial a la cabeza y acompañado del chasque Serrano fuese a encontrar la partida que se decía conducía al prisionero. Verificado esto, y antes de mucho rato, regresó toda la gente y a la inmediación del general López desmontaba el señor Paz, en mangas de camisa, y quitándose un gorrete de tropa, que se le había dado en vez de la gorra que le quitó uno de los soldados. Don Estanislao López y demás de su círculo se pusieron de pie, y el primero se adelantó a dar la mano y saludar al prisionero, ofreciéndole con grande instancia aceptase la única silla, que era una pequeña con asiento de paja, para sentarse, la que aquél rehusó con toda cortesía, sentándose en una cabeza de vaca de las que rodeaban el fogón. El señor López le ofreció entonces mate, café o té (el informante no recuerda que aceptó); y al mismo tiempo ordenó a un asistente subiese a su carretón y trajese un poncho de abrigo y una chaqueta para que el huésped se cubriese, pues el frío era fuerte, diciendo al mismo tiempo:

-General, las únicas "capas" que podemos ofrecerle son las de "cuatro puntas" y de ponerse por la boca; a lo que el general Paz contestó que eran las mejores, y cuando vino el asistente se cubrió arrebozándose.

A poco se llamó al sargento que mandaba la partida apresadora, quien explicó la boleadura del caballo, que presentó (era un malacara choquizuela blanca), animal de buena apariencia y manso; y cumpliendo la orden que se le dio, se hizo entrega al general Paz de la casaca de la que se había despojado, gorra buena, etcétera.

Como ni el general López, ni otro alguno abría la conversación, el general Paz, rompiendo el silencio, dijo: "Señor López, los soldados de usted son unos valientes y los míos unos cobardes, que me han abandonado a dos cuadras de mi ejército".

El general López asintió con un movimiento de cabeza y el general Paz continuó:

-"Dejo un ejército, que en moral, disciplina, armamento, etcétera, es completo y capaz de batirse con el que usted presentase, fuese el que fuese, pero falto yo, todo es perdido; pues Madrid, que es quien queda a la cabeza, es incapaz de sacar ventaja alguna de su posición, careciendo de aptitudes para llevar a cabo mis planes".

Tampoco consiguió que el señor López dijese más que palabras sueltas, ni cosa que pudiera dar ofensa ni halago al prisionero, y así continuó hasta que las tareas del día, entre las que tuvo lugar la de encontrarse con el ejército que llevaba el general Balcarce y otras, dejaron al general Paz encargado a los que lo custodiaban.

Se ha querido decir que el general Paz fue insultado y amenazado a su llegada, lo que no es cierto; si bien causó un tumulto natural conocer su arribo, entre lo que más se mostraba la algazara y retozo de los indios guaycurúes de la división que llevaba el general López, compuesta de un mil hombres más o menos. Tampoco se puede negar que entre las consideraciones tenidas con el general Paz, no fue la menor su envío a Santa Fe a cargo del capitán don Pedro Rodríguez, mozo altamente educado y elegido por el general López, como la persona más propia para el desempeño de la comisión que se le confió".

En carta a su madre, Paz le escribirá: “No tenga usted cuidado porque he merecido del señor general (López) y de otros jefes, consideraciones muy satisfactorias”.

         De los gauchos santafecinos dirá el Gral. Paz: “Pude admirar la decisión de aquellos paisanos que se habían armado para sostener una opinión política que no comprendían. ¡Qué actividad! ¡Qué brevedad y armonía  en sus consejos y consultas, que se sucedían con frecuencia! ¡Qué rapidez en sus movimientos! ¡Qué sagacidad para evadir los peligros que podrían sobrevenirles!”

            Después de caído prisionero Paz, se cumplieron sus predicciones; Lamadrid, fue derrotado en Ciudadela por Quiroga y luego de la caída de Salta a fines de 1831, nada quedaba ya, de la que había sido la Liga del Interior.

Apresamiento de Paz. Óleo de Francisco Fortuny.
Museo Colonial e Histórico “Dr. Enrique Udaondo”, Luján



Homenaje a los 170 años del fellecimiento del "Héroe glorioso de la Confederación", Brigadier General don Estanislao López

   Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 7 - Junio 2008 - Pags. 8 y 9 

  Homenaje a los 170 años del fallecimiento del 

“HÉROE GLORIOSO DE LA CONFEDERACIÓN”, 
Brigadier General don ESTANISLAO LÓPEZ

                                                                                                Por el Federal Apostólico





Sello postal con el retrato de Estanislao López, emitido en agosto de 1986, en conmemoración del bicentenario de su nacimiento. 




Este esclarecido patriota nació en Santa Fe el 22 de noviembre de 1786, recibiendo su educación de manos de los padres franciscanos. Ya adolescente, formó parte del cuerpo de Blandengues que dirigía su padre. Este cuerpo militar de caballería ligera, era el encargado de la defensa de las fronteras y de los pueblos contra los malones de la indiada, que con frecuencia recorrían la provincia.

Producido en Buenos Aires los sucesos revolucionarios de Mayo de 1810 y la instalación de la Junta Gubernativa, ésta fue desconocida por los vecinos de Asunción (actual Paraguay), quienes juraron lealtad al rey de España, lo que motivó que la Junta resolviera el envío de una expedición militar al mando de Manuel Belgrano.

Cuando las fuerzas de Belgrano, en su marcha al Paraguay, llegaron a Santa Fe, fueron bien recibidas por la población y sus autoridades ofrecieron a Belgrano las dos compañías de Blandengues para reforzar su tropa y así éstas se sumaron al ejército revolucionario. Entre esos blandengues iba el joven sargento Estanislao López.

Después de un inicio promisorio de las tropas patrias en Campichuelo, éstas fueron derrotadas luego por los paraguayos en Paraguari y luego de la defensa tenaz que Belgrano ofreció en Tacuarí, sus tropas iniciaron el regreso a Buenos Aires. El joven López había sido tomado prisionero por los paraguayos y remitido a Montevideo -bajo poder realista- y fue detenido a bordo de la fragata española “Flora”, junto con otros patriotas, de donde se escapó una noche, sin ser sentido, arrojándose al agua, logrando llegar al campo sitiador del coronel Rondeau.

Casa de Estanislao López en Santa Fe. Fotografía de la década del 60 del siglo pasado

Después de su regreso a Santa Fe, intervino en una expedición al Chaco contra las tribus salvajes y también contra diversas expediciones que el gobierno porteño dirigió contra su provincia, destacándose por sus méritos militares, siendo designado comandante de armas de la provincia y recibiendo el grado de teniente coronel.

En el año 1818 toma las banderas federales a cuyo frente se encuentra Artigas y se convierte en uno de los caudillos más importantes del partido federal. Desde 1818 hasta 1838 será el Gobernador de la provincia de Santa Fe.

Portón de la casa de López

En 1820, junto con el caudillo entrerriano Francisco (Pancho) Ramírez, marchó contra Buenos Aires, gobernada por los Directoriales, a quienes vencieron en Cepeda, llegando estos caudillos hasta el centro de la Ciudad, atando a sus caballos en la Pirámide de Mayo, situada en la Plaza de la Victoria.

Después de los sucesos anárquicos del año 20, firma con Buenos Aires el Tratado del Pilar y luego se sella la paz entre Buenos y Santa Fe el 24 de noviembre de 1820, mediante el Tratado de Banegas o Benegas, siendo éste el nombre de la estancia en la cual se firma el tratado y que se encontraba situada en la margen del Arroyo del Medio (que establecía el límite entre ambas provincias).

Estanislao, había pedido como condición para lograr la paz, una indemnización consistente en la entrega de miles de cabeza de ganado para su provincia, que había sido arruinada por los daños ocasionados en sus campos y el saqueo a la ciudad de Santa Fe, por las tropas de Buenos Aires. Al Gobernador de Buenos Aires, Gral. Martín Rodríguez, le pareció inconveniente consentir esa indemnización y es allí que para salvar la paz y evitar la anarquía, el entonces coronel Juan Manuel de Rosas, en forma generosa y patriótica, le ofreció personalmente al caudillo santafecino, la entrega de veinticinco mil cabezas de ganado antes del término de un año, tomándolo como una obligación personal. Ello quedó registrado en una cláusula secreta. Rosas cumplió con la palabra empeñada y las veinticinco mil cabezas de ganado fueron entregadas a la provincia de Santa Fe, en tiempo y forma. El cumplimiento de la palabra empeñada por Rosas, selló la amistad entre estos dos personajes históricos.

Al año siguiente firmó con Buenos Aires, Entre Ríos y Corrientes el tratado del Cuadrilátero.

Estanislao López. Retrato de Carlos E. Pellegrini, litografía de Bacle

           Alejado Artigas y muerto Ramírez, López fue árbitro en las cuestiones del litoral, hasta su muerte.

Se opuso a la política rivadaviana y luego apoyó al Gobernador de la provincia de Buenos Aires, Manuel Dorrego. 

Años después y producida la asonada militar del Gral. Lavalle, (en diciembre de 1828) contra el legítimo gobernador de la provincia de Buenos Aires, Manuel Dorrego y su posterior e injustificable fusilamiento, se opuso junto con Rosas y Quiroga a las pretensiones de los generales unitarios Juan Lavalle y José María Paz, quienes querían imponer el unitarismo en Buenos Aires y en las provincias del interior. 

Lavalle dispuso el retiro los diputados porteños de la Convención Nacional, reunida en Santa Fe, y pretendió presentar la cuestión del fusilamiento de Dorrego, como una cuestión interna de la Provincia de Buenos Aires. Ello fue negado por la Convención al considerar que el fusilamiento de Dorrego, encargado del manejo de las relaciones exteriores de la República “es un crimen de alta traición contra el Estado” y declaró “anárquica, sediciosa y atentatoria contra la libertad, honor y tranquilidad de la Nación, la sublevación militar de las tropas de la República el 1 de diciembre del año pasado en Buenos Aires, encabezada por el general Juan Lavalle…” y designó a López como jefe del ejército nacional, que debía batir a los rebeldes.

Con la intención de llevar el unitarismo al interior, Lavalle cruza el Arroyo del Medio e inicia la invasión a la Provincia de Santa Fe, con las tropas veteranas que habían intervenido victoriosamente en la reciente guerra con el Brasil, pero las fuerza federales a las órdenes de López, son escurridizas y no ofrecen un combate abierto a sus adversarios que les permita hacer valer esa experiencia. Cansados, los soldados de Lavalle llegan a la Cañada del Carrizal, donde las partidas de López dejan de hostilizarlos. Lavalle ordena hacer allí campamento para descansar –tanto los hombres como las caballadas– y rehacer sus fuerzas. Pero he aquí, que a la mañana siguiente, se produce una gran mortandad entre los animales. El campo estaba cubierto de miomío, un yuyo venenoso que hizo estrago entre los caballos. Lavalle ha sido llevado allí sin darse cuenta, sin advertir el peligro que acechaba a su caballada. No puede proseguir su invasión a Santa Fe y debe regresar a Buenos Aires, asediado por López. Posteriormente Lavalle será derrotado por el santafecino, con la ayuda de Rosas en Puente de Márquez.

Dos años después, en 1831, fue promotor junto con Rosas del Pacto Federal o Pacto del Litoral entre Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes que originó la Confederación Argentina y que con el tiempo adhirieron las demás provincias.

Durante su vida, López firmó esos pactos interprovinciales, de unión y alianza, a los cuales se hizo mención precedentemente, tendientes a la organización del país y a evitar la segregación territorial. Esos fueron los “pactos preexistentes”, que forjaron la organización política de nuestra nación y a los que aludió la Constitución de 1853, siendo todos ellos su piedra fundamental.

Enfermo de tuberculosis, que había contraído dos años antes, debido a las adversidades climáticas que había sufrido en su vida militar, falleció el 15 de junio de 1838, a la edad de 52 años. Sus restos fueron cubiertos con los hábitos de San Francisco, a cuya orden perteneció y fue enterrado en el Convento de San Francisco.

El 22 de octubre de 1846, su amigo Rosas, en su homenaje, hizo poner junto a su tumba una piedra con la siguiente inscripción:

“VIVA LA FEDERACION ARGENTINA! / MUERAN LOS SALVAGES UNITARIOS! / 1846- / Octubre 22- / El Ex mo. Señor Brigadier General de la Nación / Dn. Estanislao López- / Como Gob or. y Capital Gen l. de la Provin a. de Santa Fe / Esclarecido Guerrero de la Libertad / Héroe Glorioso de la Confederación / Y / Vencedor en memorables Batallas / Le rindió servicios eminentes- / Con sus fieles amigos y compañeros los Generales / Echagüe y Rosas / Libertó la República de la Anarquía / Por el honroso tratado de paz, del 22 de Nov e / DE 1820 / Celebrado en la Estancia de Banegas / A la margen / Occidental del Arroyo del Medio- / Comando en Gefe el Ej to  Nacional Confederado / Salvó a las Provincias / De la impia traición de los Salvages Unitarios / Y sostuvo el pronunciam to de ellas / Por el sistema de Gobierno Federal- / Ni su gloria militar ni su elevada posición / pudieron cambiar jamás / su sencillez republicana- / Nació el 22 de Noviembre de 1786- / Murió / El 15 de Junio de 1838 / Descansa del Empíreo en las mansiones / En el seno de Dios ¡Hombre querido!- / La Libertad te debe sus blasones / Y los tiranos su postrer gemido- / Rosas el compañero de tu gloria / Consagra esta inscripción a tu memoria”.

Interior del Convento de San Francisco -Ciudad de Santa Fe- donde se
encuentra la urna que guarda los restos de Estanislao López y al  lado
la piedra con la leyenda de homenaje hecha poner por Rosas.