Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 7 - Junio 2008 - Pags. 9 a 11
EL GRAL. JOSÉ MARÍA PAZ,
PRISIONERO DE ESTANISLAO LÓPEZ
Derrotado
Lavalle en Puente de Márquez, el Gral. José María Paz queda como cabeza del
partido unitario. A mediados de abril de 1829, y luego de desalojar del
gobierno de Córdoba al caudillo Juan Bautista Bustos, Paz obtiene una serie de
victorias militares, demostrativas de su alta capacidad militar; desplaza a los
gobernadores con tendencia federal e instala gobiernos adictos en las
provincias de Cuyo y el Noroeste, conformándose
Contra
El
10 de mayo de 1831, un hecho imprevisto sella el destino de la guerra. En el
paraje El Tío ubicado al noroeste de
la provincia de Córdoba, Paz se adelantó a su ejército acompañado por su
ayudante, el teniente Arana y un baqueano, con el objeto de realizar un
reconocimiento del terreno y ponerse en contacto con una avanzada de sus
fuerzas.
Sigamos
con el relato que hace Paz en sus Memorias:
"Se adelantó Arana -relata
Paz en sus Memorias- y yo continué
tras él mi camino; ya estábamos
a la salida del bosque; ya
los tiros estaban sobre mí; ya por bajo la copa de los últimos arbolillos
distinguía a muy corta
distancia los caballos, sin percibir aún los jinetes; ya, al fin, los descubrí
del todo, sin imaginar siquiera que fuesen enemigos y dirigiéndome siempre a ellos.
En este estado, vi al teniente Arana
que lo rodeaban muchos hombres, a quienes decía a voces;
«allí está el general Paz, aquél es el general Paz», señalándome con la mano; lo que robustecía
la persuación en que estaba de que aquella tropa era mía. Sin embargo, vi en
aquellos momentos una acción que me hizo sospechar lo contrario y fue que vi levantados, sobre la cabeza
de Arana, uno o dos sables, en
acto de amenaza. Mil ideas confusas se agolparon en mi imaginación; ya se me ocurrió que podían haberlo
desconocido los nuestros; ya que
podía ser un juego o chanza,
común entre militares; pero vinieron, en fin, a dar vigor a mis
primeras sospechas, las persuaciones del paisano que me servia de guía para que huyese, porque creía
firmemente que eran enemigos. Entretanto, ya se dirigía a mí aquella
turba, y casi me tocaba, cuando, dudoso aún, volví las
riendas a mí caballo y tomé un galope tendido. Entre multitud de
voces que me gritaban que
hiciera alto, oía con la mayor distinción una que gritaba a mi inmediación: «párese
mi General; no le tiren que es mi General; no duden que es mi General» y otra vez, «párese mi General». Este incidente volvió a hacer renacer en mí la primera persuación,
de que era gente mía la que me perseguía,
desconociéndome, quizá, por la mudanza de traje. En medio de esta
confusión, de conceptos contrarios, y
ruborizándome de aparecer fugitivo de
los míos, delante de la columna que había quedado ocho o diez cuadras atrás, tiré las riendas a
mi caballo y, moderando en gran parte su escape, volví la cara
para cerciorarme: en tal estado fue que uno de los que me perseguían, con un acertado tiro de bolas,
dirigido de muy cerca, que
inutilizó mi caballo, me impidió
continuar la retirada. Este se puso
a dar terribles corcovos, con que, mal de mi agrado, me hizo venir a tierra.
En
el mismo momento me vi rodeado por doce o catorce hombres que me apuntaban sus carabinas, y que me intimaban que me rindiese; y debo confesar que aún en este instante no había depuesto del todo mis
dudas sobre la clase de hombres que
me atacaban, y les
pregunté con repetición quiénes eran y
a qué gente pertenecían; mas duró poco
el engaño y luego supe que eran
enemigos y que había caído del
modo más inaudito en su poder. No podía dar un paso, ninguna defensa me era posible, fuerza alguna de la que me
pertenecía se presentaba por allí; fue, pues, preciso resignarme y someterme a mi cruel destino."
Don
Saturnino Gallegos, primo hermano del general Estanislao López, y quien se
encontraba presente en la tienda de éste, cuando entró en ella el general Paz
prisionero, relata: "En la madrugada
del 11 de mayo de 1831, nos encontrábamos en Calchines, acampados, esperando las fuerzas de Buenos Aires que
mandaba el general don Juan Ramón Balcarce, para emprender la campaña contra el
general Paz. El general López, su secretario el coronel Pascual Echagüe y otros
jefes lo acompañaban alrededor del fogón tomando mate, cuando se presentó un
joven cordobés que dijo llamarse Serrano, anunciando dejaba a corta distancia
la partida que conducía prisionero al general Paz, cuyo caballo había boleada
él mismo.
Si grande fue la sorpresa que produjo
esta noticia, no lo fue menos la duda acerca de la veracidad del informante;
aunque entre las señas que daba, la de "manco" era incontestable. El
general ordenó al señor Echagüe, que sin demora montase una mitad de lanceros
de 25 hombres con un oficial a la cabeza y acompañado del chasque Serrano fuese
a encontrar la partida que se decía conducía al prisionero. Verificado esto, y
antes de mucho rato, regresó toda la gente y a la inmediación del general López
desmontaba el señor Paz, en mangas de camisa, y quitándose un gorrete de tropa,
que se le había dado en vez de la gorra que le quitó uno de los soldados. Don
Estanislao López y demás de su círculo se pusieron de pie, y el primero se
adelantó a dar la mano y saludar al prisionero, ofreciéndole con grande
instancia aceptase la única silla, que era una pequeña con asiento de paja,
para sentarse, la que aquél rehusó con toda cortesía, sentándose en una cabeza
de vaca de las que rodeaban el fogón. El señor López le ofreció entonces mate,
café o té (el informante no recuerda que aceptó); y al mismo tiempo ordenó a un
asistente subiese a su carretón y trajese un poncho de abrigo y una chaqueta
para que el huésped se cubriese, pues el frío era fuerte, diciendo al mismo
tiempo:
-General, las únicas "capas" que podemos ofrecerle son las de "cuatro puntas" y de ponerse por la boca; a lo que el general Paz contestó que eran las mejores, y cuando vino el asistente se cubrió arrebozándose.
A poco se llamó al sargento que mandaba la partida apresadora, quien explicó la boleadura del caballo, que presentó (era un malacara choquizuela blanca), animal de buena apariencia y manso; y cumpliendo la orden que se le dio, se hizo entrega al general Paz de la casaca de la que se había despojado, gorra buena, etcétera.
Como ni el general López, ni otro
alguno abría la conversación, el general Paz, rompiendo el silencio, dijo:
"Señor López, los soldados de usted son unos valientes y los míos unos
cobardes, que me han abandonado a dos cuadras de mi ejército".
El general López asintió con un
movimiento de cabeza y el general Paz continuó:
-"Dejo un ejército, que en moral,
disciplina, armamento, etcétera, es completo y capaz de batirse con el que
usted presentase, fuese el que fuese, pero falto yo, todo es perdido; pues
Madrid, que es quien queda a la cabeza, es incapaz de sacar ventaja alguna de
su posición, careciendo de aptitudes para llevar a cabo mis planes".
Tampoco consiguió que el señor López
dijese más que palabras sueltas, ni cosa que pudiera dar ofensa ni halago al
prisionero, y así continuó hasta que las tareas del día, entre las que tuvo
lugar la de encontrarse con el ejército que llevaba el general Balcarce y otras,
dejaron al general Paz encargado a los que lo custodiaban.
Se ha querido decir que el general Paz
fue insultado y amenazado a su llegada, lo que no es cierto; si bien causó un
tumulto natural conocer su arribo, entre lo que más se mostraba la algazara y
retozo de los indios guaycurúes de la división que llevaba el general López,
compuesta de un mil hombres más o menos. Tampoco se puede negar que entre las
consideraciones tenidas con el general Paz, no fue la menor su envío a Santa Fe
a cargo del capitán don Pedro Rodríguez, mozo altamente educado y elegido por
el general López, como la persona más propia para el desempeño de la comisión
que se le confió".
En carta a su madre, Paz le escribirá: “No tenga usted cuidado porque he merecido del señor
general (López) y de otros jefes, consideraciones muy satisfactorias”.
De los gauchos santafecinos dirá el
Gral. Paz: “Pude admirar la decisión de
aquellos paisanos que se habían armado para sostener una opinión política que
no comprendían. ¡Qué actividad! ¡Qué brevedad y armonía en sus consejos y consultas, que se sucedían
con frecuencia! ¡Qué rapidez en sus movimientos! ¡Qué sagacidad para evadir los
peligros que podrían sobrevenirles!”
Después
de caído prisionero Paz, se cumplieron sus predicciones; Lamadrid, fue
derrotado en Ciudadela por Quiroga y luego de la caída de Salta a fines de
1831, nada quedaba ya, de la que había sido
Apresamiento de Paz.
Óleo de Francisco Fortuny. Museo Colonial e Histórico “Dr. Enrique Udaondo”, Luján |