domingo, 1 de junio de 2008

El Gral. José María Paz, prisionero de Estanislao López

   Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 7 - Junio 2008 - Pags. 9 a 11  

  EL GRAL. JOSÉ MARÍA PAZ, 

PRISIONERO DE ESTANISLAO LÓPEZ 


            

Derrotado Lavalle en Puente de Márquez, el Gral. José María Paz queda como cabeza del partido unitario. A mediados de abril de 1829, y luego de desalojar del gobierno de Córdoba al caudillo Juan Bautista Bustos, Paz obtiene una serie de victorias militares, demostrativas de su alta capacidad militar; desplaza a los gobernadores con tendencia federal e instala gobiernos adictos en las provincias de Cuyo y el Noroeste, conformándose la Liga del Interior (Córdoba, San Luis, San Juan, Mendoza, Catamarca, Rioja, Santiago del Estero, Tucumán, Salta y Jujuy), ejerciendo el Supremo Poder Militar –virtual dictadura–. Las cuatro provincias del Litoral, firmantes del Pacto Federal de 1831 (Buenos Aires, Santa fe, Entre Ríos y Corrientes) se le oponen.

        Contra la Liga del Interior comienzan a operar Facundo Quiroga –quien vuelve a ocupar Córdoba– y Estanislao López quien era el general a cargo de las fuerzas federales, y había organizado un ejército de cerca de 2000 hombres con el cual quería atacar a Paz desde distintos puntos. Advirtiendo esa situación, Paz también se movilizó para batir a López, quien a su vez evitó un encuentro directo, realizando movimientos permanentes con pequeñas escaramuzas.

El 10 de mayo de 1831, un hecho imprevisto sella el destino de la guerra. En el paraje El Tío ubicado al noroeste de la provincia de Córdoba, Paz se adelantó a su ejército acompañado por su ayudante, el teniente Arana y un baqueano, con el objeto de realizar un reconocimiento del terreno y ponerse en contacto con una avanzada de sus fuerzas.

Sigamos con el relato que hace Paz en sus Memorias:

"Se adelantó Arana -relata Paz en sus Memorias- y yo continué tras él mi camino; ya estábamos a la salida del bosque; ya los tiros estaban sobre mí; ya por bajo la copa de los últimos arbolillos dis­tinguía a muy corta distancia los caballos, sin percibir aún los jinetes; ya, al fin, los des­cubrí del todo, sin imaginar siquiera que fuesen enemi­gos y dirigiéndome siempre a ellos. 

En este estado, vi al te­niente Arana que lo rodea­ban muchos hombres, a quie­nes decía a voces; «allí está el general Paz, aquél es el general Paz», señalándome con la mano; lo que robus­tecía la persuación en que estaba de que aquella tropa era mía. Sin embargo, vi en aquellos momentos una ac­ción que me hizo sospechar lo contrario y fue que vi le­vantados, sobre la cabeza de Arana, uno o dos sables, en acto de amenaza. Mil ideas confusas se agolparon en mi imaginación; ya se me ocu­rrió que podían haberlo desconocido los nuestros; ya que podía ser un juego o chanza, común entre militares; pero vinieron, en fin, a dar vigor a mis primeras sos­pechas, las persuaciones del paisano que me servia de guía para que huyese, porque creía firmemente que eran enemigos. Entretanto, ya se dirigía a mí aquella turba, y casi me tocaba, cuando, dudoso aún, volví las riendas a mí caballo y tomé un galope tendido. Entre multitud de voces que me gritaban que hiciera alto, oía con la ma­yor distinción una que grita­ba a mi inmediación: «párese mi General; no le tiren que es mi General; no duden que es mi General» y otra vez, «párese mi General». Este incidente volvió a hacer renacer en mí la primera persuación, de que era gente mía la que me perseguía, desconociéndome, quizá, por la mudanza de traje. En me­dio de esta confusión, de conceptos contrarios, y ruborizándome de aparecer ­fugitivo de los míos, delante de la columna que había quedado ocho o diez cuadras atrás, tiré las riendas a mi caballo y, moderando en gran parte su escape, volví la cara para cerciorarme: en tal estado fue que uno de los que me perseguían, con un acertado tiro de bolas, dirigido de muy cerca, que inutilizó mi caballo, me impidió continuar la retirada. Este se puso a dar terribles corcovos, con que, mal de mi agrado, me hizo venir a tierra.

            En el mismo momento me vi rodeado por doce o catorce hombres que me apuntaban sus carabinas, y que me intimaban que me rindiese; y debo confesar que aún en este instante no había depuesto del todo mis dudas sobre la clase de hombres que me atacaban, y les pregunté con repetición quiénes eran y a qué gente pertenecían; mas duró poco el engaño y luego supe que eran enemigos y que había caído del modo más inaudito en su poder. No podía dar un paso, ninguna defensa me era posible, fuerza alguna de la que me pertenecía se presentaba por allí; fue, pues, preciso resignarme y someterme a mi cruel destino."

Don Saturnino Gallegos, primo hermano del general Estanislao López, y quien se encontraba presente en la tienda de éste, cuando entró en ella el general Paz prisionero, relata: "En la madrugada del 11 de mayo de 1831, nos encontrábamos en Calchines, acampados, esperando las fuerzas de Buenos Aires que mandaba el general don Juan Ramón Balcarce, para emprender la campaña contra el general Paz. El general López, su secretario el coronel Pascual Echagüe y otros jefes lo acompañaban alrededor del fogón tomando mate, cuando se presentó un joven cordobés que dijo llamarse Serrano, anunciando dejaba a corta distancia la partida que conducía prisionero al general Paz, cuyo caballo había boleada él mismo.

Si grande fue la sorpresa que produjo esta noticia, no lo fue menos la duda acerca de la veracidad del informante; aunque entre las señas que daba, la de "manco" era incontestable. El general ordenó al señor Echagüe, que sin demora montase una mitad de lanceros de 25 hombres con un oficial a la cabeza y acompañado del chasque Serrano fuese a encontrar la partida que se decía conducía al prisionero. Verificado esto, y antes de mucho rato, regresó toda la gente y a la inmediación del general López desmontaba el señor Paz, en mangas de camisa, y quitándose un gorrete de tropa, que se le había dado en vez de la gorra que le quitó uno de los soldados. Don Estanislao López y demás de su círculo se pusieron de pie, y el primero se adelantó a dar la mano y saludar al prisionero, ofreciéndole con grande instancia aceptase la única silla, que era una pequeña con asiento de paja, para sentarse, la que aquél rehusó con toda cortesía, sentándose en una cabeza de vaca de las que rodeaban el fogón. El señor López le ofreció entonces mate, café o té (el informante no recuerda que aceptó); y al mismo tiempo ordenó a un asistente subiese a su carretón y trajese un poncho de abrigo y una chaqueta para que el huésped se cubriese, pues el frío era fuerte, diciendo al mismo tiempo:

-General, las únicas "capas" que podemos ofrecerle son las de "cuatro puntas" y de ponerse por la boca; a lo que el general Paz contestó que eran las mejores, y cuando vino el asistente se cubrió arrebozándose.

A poco se llamó al sargento que mandaba la partida apresadora, quien explicó la boleadura del caballo, que presentó (era un malacara choquizuela blanca), animal de buena apariencia y manso; y cumpliendo la orden que se le dio, se hizo entrega al general Paz de la casaca de la que se había despojado, gorra buena, etcétera.

Como ni el general López, ni otro alguno abría la conversación, el general Paz, rompiendo el silencio, dijo: "Señor López, los soldados de usted son unos valientes y los míos unos cobardes, que me han abandonado a dos cuadras de mi ejército".

El general López asintió con un movimiento de cabeza y el general Paz continuó:

-"Dejo un ejército, que en moral, disciplina, armamento, etcétera, es completo y capaz de batirse con el que usted presentase, fuese el que fuese, pero falto yo, todo es perdido; pues Madrid, que es quien queda a la cabeza, es incapaz de sacar ventaja alguna de su posición, careciendo de aptitudes para llevar a cabo mis planes".

Tampoco consiguió que el señor López dijese más que palabras sueltas, ni cosa que pudiera dar ofensa ni halago al prisionero, y así continuó hasta que las tareas del día, entre las que tuvo lugar la de encontrarse con el ejército que llevaba el general Balcarce y otras, dejaron al general Paz encargado a los que lo custodiaban.

Se ha querido decir que el general Paz fue insultado y amenazado a su llegada, lo que no es cierto; si bien causó un tumulto natural conocer su arribo, entre lo que más se mostraba la algazara y retozo de los indios guaycurúes de la división que llevaba el general López, compuesta de un mil hombres más o menos. Tampoco se puede negar que entre las consideraciones tenidas con el general Paz, no fue la menor su envío a Santa Fe a cargo del capitán don Pedro Rodríguez, mozo altamente educado y elegido por el general López, como la persona más propia para el desempeño de la comisión que se le confió".

En carta a su madre, Paz le escribirá: “No tenga usted cuidado porque he merecido del señor general (López) y de otros jefes, consideraciones muy satisfactorias”.

         De los gauchos santafecinos dirá el Gral. Paz: “Pude admirar la decisión de aquellos paisanos que se habían armado para sostener una opinión política que no comprendían. ¡Qué actividad! ¡Qué brevedad y armonía  en sus consejos y consultas, que se sucedían con frecuencia! ¡Qué rapidez en sus movimientos! ¡Qué sagacidad para evadir los peligros que podrían sobrevenirles!”

            Después de caído prisionero Paz, se cumplieron sus predicciones; Lamadrid, fue derrotado en Ciudadela por Quiroga y luego de la caída de Salta a fines de 1831, nada quedaba ya, de la que había sido la Liga del Interior.

Apresamiento de Paz. Óleo de Francisco Fortuny.
Museo Colonial e Histórico “Dr. Enrique Udaondo”, Luján