Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 7 - Junio 2008 - Pag. 1 a 4
“…Yo combatí su gobierno (el de Rosas), lo recuerdo con disgusto…”
Juan Bautista Alberdi Tucumán 1810 - Paris 1884 |
Los dos Alberdi
Por Norberto Jorge Chiviló
Así como la historiografía oficial ocultó durante muchísimo tiempo la amistad entre José de San Martín y Juan Manuel de Rosas, también nos ocultó que además del Alberdi enemigo del Restaurador, existió ese otro Alberdi al que nos referiremos en esta nota y que llegó a admirar al Restaurador.
Juan Bautista Alberdi nació en Tucumán en el mismo año en que ocurrió la Revolución de Mayo (1810). En el comienzo de su adolescencia –y cuando contaba con 14 años–, fue elegido por el gobernador tucumano Javier López, para estudiar en Buenos Aires, en el Colegio de Ciencias Morales, donde se cursaban los estudios preparatorios para la Universidad. A poco de haber ingresado abandonó los estudios, los que retomó tres años después, vinculándose con la sociedad porteña. Aprendió a tocar el piano y compuso minués y valses, muy populares en aquella época entre las clases acomodadas. Fue asiduo concurrente a las tertulias en la casa de María (Mariquita) Sánchez de Thompson. Ese momento de su vida lo definió el mismo Alberdi como “vida frívola… que me hizo pasar por un estudiante desaplicado”.
Alberdi se mantuvo al margen de la contienda que las Provincias Unidas mantuvieron con el Imperio del Brasil (1826-1828) y de los hechos que se sucedieron posteriormente en el país: levantamiento del Gral. Lavalle contra el legítimo Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Manuel Dorrego y el posterior fusilamiento de éste por orden de aquél; la llegada a la Gobernación de la provincia de Juan Manuel de Rosas; la lucha del Gral. Paz al frente de la “Liga del Interior”, contra los Gobernadores de Santa Fé y Buenos Aires: Estanislao López y Juan Manuel de Rosas respectivamente y el afianzamiento de éste último en la política nacional.
Terminados esos estudios preliminares, Alberdi ingresó en la Universidad para el estudio del Derecho –carrera que no llegó a completar– y en 1834 decidió viajar a Córdoba, obteniendo allí el grado de bachiller en leyes. Con ese título se dirigió a Tucumán donde el gobernador lo autorizó a ejercer como abogado y al poco tiempo volvió a dirigirse hacia Buenos Aires con una recomendación del gobernador tucumano Alejandro Heredia para el caudillo Juan Facundo Quiroga quien por aquella época residía en Buenos Aires, el que recibió al joven Alberdi y ayudó monetariamente. Al poco tiempo Quiroga fue asesinado –febrero de 1835– en Barranca Yaco (Pcia. de Córdoba) y Rosas asumió poco después, por segunda vez la gobernación de la provincia.
En 1837 Alberdi publicó su obra doctrinaria titulada Fragmento preliminar al estudio del Derecho, reconociendo el poder representativo ejercido por Rosas. Dirá en esa obra: “El señor Rosas, considerado filosóficamente, no es un déspota que duerme sobre bayonetas mercenarias. Es un representante que descansa sobre la buena fé, sobre el corazón del pueblo. Y por pueblo no entendemos aquí, la clase pensadora, la clase propietaria únicamente, sino también la universalidad, la mayoría, la multitud, la plebe”. Esa obra que resultaba laudatoria para el gobierno de Rosas había despertado las críticas de los unitarios emigrados por entonces en Montevideo.
Por esa época también se fundó en Buenos Aires el semanario La Moda, que era, según decía en su portada, un “Gacetín semanal de música, de poesía, de literatura, de costumbres”, que traía artículos sobre moda, costumbres, música, comentarios de novelas y obras francesas y europeas, etc. El contenido de los artículos eran livianos y frívolos. Aparecieron veintitrés números de esa revista y en ellos también escribió Alberdi sobre las costumbres porteñas, bajo el seudónimo de “Figarillo”.
En 1837 el librero Marcos Sastre, quien traía de Europa obras literarias y periódicos, fundó el Salón Literario, que congregaba a un grupo de jóvenes, entre otros a Esteban Echeverría, José Mármol, Jujan María Gutiérrez, Juan Bautista Alberdi y otros más, la llamada “Generación del 37”.
Esos jóvenes estaban encandilados por el romanticismo en boga en Europa, por su literatura, principalmente la francesa y contrarios a todo lo que fuera español y especialmente también su cultura.
En 1838, con otros jóvenes, fundaron la Asociación de la Joven Generación Argentina, a imitación de aquellas sociedades de carácter secretas y revolucionarias que se estaban dando en Europa como por ejemplo, La Joven Italia de Mazzini.
Por problemas financieros, en 1838, Marcos Sastre decidió cerrar su librería.
Miguel Cané, emigrado y residente en Montevideo, cofundador con el uruguayo Andrés Lamas del periódico El Nacional, le ofreció a su amigo Alberdi el poder escribir en ese medio periodístico, que se destacaba por su oposición al gobierno de Rosas.
Así, Alberdi, voluntariamente y sin que nadie del gobierno lo persiguiese o lo impulsara a ello, solicitó su pasaporte y se fue de Buenos Aires, para radicarse en la ciudad de Montevideo, donde residían la mayoría de los emigrados argentinos contrarios a Rosas y su gobierno. Allí Alberdi colaboró con diversos periódicos antirrosistas: El Nacional, El Grito Arjentino, Muera Rosas, entre otros, donde se destacó en esa actividad.
Minuet en un salón federal. Litografía de Carlos E. Pellegrini. El pintor se retrató a si mismo, (el primero a la derecha) sentado y tomando mate. |
Alberdi, contrariamente a la realidad, no veía a Francia con ánimo de conquista, sino que la consideraba como país “libre y generoso”. Y decimos “contrariamente a la realidad”, porque en aquellos momentos el monarca Luis Felipe I de Orléans quería la creación de un imperio francés y solamente le interesaban –como era lógico– los intereses de su Nación.
Así Lavalle inició su “cruzada libertadora” con la ayuda y el dinero francés y el apoyo de los unitarios emigrados en Montevideo, y su ejército llamado “Legión argentina” fue transportado en los barcos de la flota francesa a las costas argentinas. En nuestro país, no tuvo el apoyo esperado, sino todo lo contrario y como dirá en carta a su esposa, solo encontraba “hordas de esclavos… muy contentos con sus cadenas” –es decir muy contentos con el gobierno de Rosas–. Desalentado no se animó a atacar al Restaurador y después de algunas vacilaciones y ante la firma del tratado Arana-Mackau que ponía fin al conflicto con Francia, Lavalle inició su retirada al norte argentino.
Firmado ese tratado de paz y vencido Lavalle, el prestigio de Rosas se acrecienta no solo en la Confederación Argentina, sino también en toda América y en Europa.
En 1843 el ejército federal en ayuda del presidente legítimo del Uruguay Manuel Oribe, puso sitio a Montevideo. En esos momentos y ante esa situación, Alberdi decidió abandonar esa ciudad y se dirigió a Europa y al poco tiempo regresó a América y se instaló en Valparaíso (Chile) en 1844, donde ejercerá el periodismo. Vivirá en Chile durante diez años.
En 1847 escribió La República Argentina treinta y siete años después de su Revolución de Mayo, donde dice: “Rosas no es un simple tirano, a mis ojos. Si en su mano hay una vara sangrienta de fierro, también veo en su cabeza la escarapela de Belgrano. No me ciega tanto el amor de partido para no reconocer lo que es Rosas bajo ciertos aspectos”.
Permanecerá ajeno a la intervención anglo francesa y al pronunciamiento de Urquiza y la alianza de éste con brasileros y orientales para derrocar al Gobernador Rosas.
Producida la derrota de Caseros y la instalación de Urquiza como nuevo hombre fuerte de la Confederación, Alberdi desde Chile lo apoya.
En el país trasandino, en 1852, redactó sus famosas Bases, –que contiene un proyecto de constitución– cuyo nombre completo es Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, derivadas de la ley que preside el desarrollo de la civilización en la América del Sud y del tratado del Litoral de 1831. Del título de la obra surge claramente la importancia que Alberdi daba al Tratado del Litoral o Tratado Federal de 1831 –que para algunos constitucionalistas es una cuasi constitución–, cuyo mentor fue Rosas y con el cual se dio inicio a la Confederación Argentina y que será tomada como piedra fundamental de la organización constitucional de 1853.
A casi cuatro meses de caído Rosas, Urquiza se reunió con los gobernadores rosistas y firmaron el pacto de San Nicolás, en el cual se decidió el futuro de la Nación, nombrándose a Urquiza como director provisorio de la Confederación y la convocatoria de una convención nacional que diera una constitución.
Las Bases, obra de Alberdi, fue tomada en cuenta por los convencionales que sesionaron en la ciudad de Santa Fe y que redactaron la Constitución de 1853.
Pero el 11 de setiembre de 1852 se había producido una revolución en la provincia de Buenos Aire, promovida por unitarios (entre otros, Vélez Sársfield, Alsina, Mitre, etc) que con anterioridad se habían unido a Urquiza en su lucha contra Rosas, pero que ahora se habían puesto en su contra y también contra el gobierno provincial impuesto por el entrerriano; en esa revolución participaron también antiguos rosistas. Se produce así la secesión de la provincia –o sea su separación del resto de las provincias hermanas unidas en la Confederación– y se erigió como un nuevo estado autónomo y prácticamente independiente: el Estado de Buenos Aires, ya que tiene constitución, ejército y gobierno propio. Se encuentran así, enfrentadas por una parte, el Estado de Buenos Aires y por la otra, la Confederación Argentina, con capital en la ciudad de Paraná. Alberdi se pondrá del lado del director provisorio Urquiza y condena la “separación desleal de Buenos Aires”. Ese enfrentamiento origina una nueva guerra civil que durará diez años.
En 1854, el ya Presidente Urquiza (primer presidente constitucional argentino), designó a Alberdi como ministro plenipotenciario de la Confederación Argentina, en misión diplomática ante distintos países europeos –para evitar el reconocimiento de éstas al Estado de Buenos Aires–, el Vaticano y también en España, donde debería también obtener el reconocimiento de la Madre Patria a la independencia argentina.
En Inglaterra se entrevistó con la reina Victoria y en Francia con el mismo Napoleón III, realizando gestiones satisfactorias obteniendo la aceptación de la Confederación Argentina y de su gobierno como legítimo. Asimismo en 1859, firmó un tratado con el gobierno de la reina de España, Isabel II, por el cual se reconocía la independencia argentina y se ponía fin al conflicto que se había originado en 1810.
Producida la caída de Rosas por la batalla de Caseros, Urquiza había designado al autor del himno Nacional, Vicente López y Planes –antiguo rosista e integrante como camarista del Superior Tribunal de Justicia– como gobernador provisional de Buenos Aires, quien a instancias de su hijo Vicente Fidel López, recién regresado del “exilio” de Montevideo, junto con otros unitarios, lo impulsan a decretar catorce días después de Caseros que “Todas las propiedades de todo genero pertenecientes a D. Juan Manuel de Rosas y existentes en el territorio de la provincia son de pertenencia pública” lo cual significaba la confiscación de los bienes del ex Dictador. Ese decreto fue derogado meses después -7 de agosto de 1852- por Urquiza, por considerar entre otros motivos “Que la confiscación considerada como pena, atenta contra la moral pública y gravita muy principalmente sobre personas inocentes” y por ello dispuso la desconfiscación de esos bienes, pero el gobierno de Buenos Aires, surgido de la revolución del 11 de setiembre de 1852, procedió nuevamente a la confiscación de los mismos y por ley de la Legislatura provincial del 28 de julio de 1857 declaró a Rosas reo de lesa patria y somete a Rosas –exiliado en Southampton– a un proceso penal, violándose toda norma y principio jurídico, por el que se dictó sentencia en 1862, condenándolo a la pena ordinaria de muerte con calidad de aleve.
En la discusiones legislativas que habían tenido lugar en la Legislatura con motivo del proyecto de ley que declaraba a Rosas reo de lesa Patria y disponía la confiscación de todos sus bienes, el diputado Félix Frías –enemigo de Rosas–, se había opuesto: “Yo deseo que este proyecto no sea ley. Votaré contra todas las leyes de carácter político cuyo espíritu tienda, como el de la presente, a remover recuerdos y a encender pasiones que en el interés de la tranquilidad pública deben calmarse”. En carta a ese legislador, Alberdi le dijo: “Le doy mil parabienes por su noble conducta con la oposición hecha al frío, rencoroso y triste proceso contra Rosas. A usted, secretario de Lavalle, soldado de tantos combates, le tocaba el alto rol de respetarle en el rol de vencido que ha llevado hasta aquí con silencio y resignación loables”
Desde el exilio Rosas redactó una Protesta –haciéndolo en tres idiomas: español, inglés y francés– contra dichas medidas, que se publica en diarios de Europa y América, poniendo en conocimiento público las arbitrariedades que se habían cometido contra él.
Con motivo de la impresión de la Protesta, Rosas debió viajar a Londres y allí accidentamente, en una tertulia, se encontró con Alberdi quien oficiaba en Europa de ministro plenipotenciario de la Confederación. En esas circunstancias, estos dos personajes se conocen y olvidando viejos odios y rencores, dialogan con palabras corteses y con respeto. Alberdi queda impresionado de ese primer contacto con el ex dictador argentino, por su dignidad y por su conducta y cómo Rosas se refiere, respetuosamente, hacia su ex contendiente Urquiza y a la Confederación que este presidía. Con el tiempo, Alberdi llegará a conocer más a Rosas, a comprenderlo y a admirarlo y a ser ese “otro” Alberdi, del cual la historia oficial no habla.
En carta que Alberdi le remite a Urquiza el 3 de noviembre de 1857, le comenta sobre esta entrevista: “Ya estará V. E. en posesión de la protesta del general Rosas contra la ley de Buenos Aires, que le despoja de sus bienes. Hoy está en Londres, ocupado de su impresión y publicación. Quiso visitarme; pero yo lamenté en encontrarme con él en casa del señor Dickson. Me ha tratado en todo como al representante de la República Argentina en Europa. Después del señor Balcarce, ningún porteño de los que están en Europa, me ha tratado con más miramientos que el general Rosas. Me ha encargado muy interesadamente de repetir y trasmitir a V. E. la expresión del profundo agradecimiento en que le está por su política alta, justa y generosa hacia su persona y hacia sus bienes. Me ha repetido que para él no hay más que una Nación Argentina y una sola autoridad soberana de la Nación. El la ve en el Congreso y en la autoridad que reside en el Paraná...”.
En su Autobiografía, Alberdi dice de Rosas, que lo encontró "más viejo de lo que lo creía y se lo dije. Me observó que no era para menos, pues tenía 64 años. Al ver su figura toda le hallé menos culpable a él que a Buenos Aires por su dominación. Habló mucho. Habla inglés mal; pero sin detenerse, con facilidad. Es jovial y atento en sociedad. Después de la mesa, cuando se alejaron las señoras, habló mucho de política. Acababa de leer él todo lo que trajo el vapor de antes de ayer sobre su proceso. No por eso estaba menos jovial y alegre. Me llaman por edicto -decía-. Pues estoy loco para ir a entregarme para que me maten. Niega a Buenos Aires el derecho de juzgarlo. Repite como de memoria las palabras de su protesta. Dice que el único gobierno de autoridad soberana es el de la Confederación no el de Buenos Aires... Habló con moderación y respeto de todos los adversarios, incluso de Alsina… habló mucho de caballos, de perros, de sus simpatías por la vida inglesa, de su pobreza actual, de sus economías... No es ordinario, está bien en sociedad. Tiene la fácil y suelta expedición de un hombre acostumbrado a ver desde lo alto el mundo. Y sin embargo no es fanfarrón... Está cano, no tenía bigotes, ni patilla. No estaba bien vestido; no tenía ropa en Londres. Ha venido por quince días a publicar su protesta. Me dijo que no había sacado plata de Buenos Aires; pero sí todos sus papeles históricos, en cuya autoridad descansaba. El dice que guarda sus opiniones, sin perjuicio de sus respetos por la autoridad de su Nación".
En una carta que en 1863, Alberdi le remite al yerno de Rosas, Máximo Terrero, le dice: “Sabrá usted que al mismo tiempo que así ultraja el nombre del General Rosas –(porque “La Nación” es periódico semioficial)– el señor Elizalde ha entrado en sus últimos trabajos diplomáticos con la misma política exterior que el General Rosas tuvo antes que conociera la Europa. Fiel a su destino, se ve que Elizalde marcha siempre a raya del General Rosas. ¡Ah! ¡Si al menos imitaran su energía y dignidad!” (Elizalde era el Ministro de Relaciones Exteriores del Gobierno de Mitre).
En 1864, le planteó a Rosas, la necesidad de publicar unas Memorias, para rebatir a los diarios mitristas quienes seguían atacando al ex gobernante. En una carta que dirigió el 14 de agosto de ese año a Máximo Terrero, le presenta un plan de defensa de Juan Manuel, que él aconseja. En esa carta, dice: “…Nada más público y notorio que la honorabilidad con que lleva el General Rosas su vida de refugiado en el país de los libres… El ejemplo del General Rosas de refugiado digno, resignado, laborioso, en Europa, no tiene ejemplo sino en la vieja historia de Roma. Ningún general de los muchos que la ola de la revolución americana ha echado a las playas de Europa ha dado el ejemplo honroso del General Rosas. Solo él no ha conspirado para recuperar el poder ni ha hecho la corte a los Reyes, ni buscado espectabilidad, ni ruido. Solo él ha vivido del sudor de su trabajo de labrador, sin admitir favores de extraños. Ni el mismo San Martín llevó con más dignidad su proscripción voluntaria. Es indigno y vergonzoso atacar a un hombre semejante y en semejante situación” y seguidamente aconseja como debe ser escrita la Memoria de Rosas: “…Ciertamente que una época de 20 años no se expone en un volumen corto. Pero no se trata de una historia ni de una crónica, ni de una biografía completa. Eso ni es obra del momento, ni será obra del General Rosas. Otro será quién lo haga. Exponer la historia de su vida en 10 volúmenes sería sepultarla por ahora. Lo que la historia del momento exigiría de él, es una palabra, algo breve y corto, para servir a la historia. Hoy todo el mundo habla, nadie calla, empezando por Napoleón, pasando a Lord Palmerston y acabando por Mitre, que no es tonto en majadear con sus disertaciones históricas, en que habla más de sí mismo que de Belgrano. Cuarenta ó cincuenta páginas debe ser la extensión obligada ó máxima de la memoria. Lo demás debe constar de documentos. Total –un volumen brevísimo–. La impresión de esto no puede costar en Francia arriba de mil francos. Y como se podrían vender ejemplares (aun para mejor propagarlos) tal vez se ganaría en vez de perder. La memoria ó manifiesto debe ser sin frases. Ya la simple idea de manifiesto hace bostezar, porque el ordinario consta de palabras y frases mas o menos retumbantes. Debe reducirse a tres cosas –cifras, documentos y hechos– Nadie cree hoy en frases, pero todos creen en los números, y en lo que se toca y palpa. Cifras y solo cifras para cosas de este orden: –cuanto valía el papel moneda (o las onzas como allá dicen) bajo el Gobierno de Rosas: cuanto vale hoy. A cuanto subía la deuda entonces, a cuanto sube hoy. Cual era el presupuesto entonces, cual es hoy. Documentos y solo documentos de este orden: –la ley que dio todo el poder al General Rosas y todo lo que a ella se refiere. Sus renuncias reiteradas. Las aprobaciones Legislativas de sus actos. Los votos en su honor. Sus títulos y honores recibidos. Tratados internacionales que pusieron fin a las cuestiones. Sobre el territorio de la Provincia o Nacional, el mejor documento sería un extracto o resumen de la carta geográfica de sir W. Parish, con la demarcación de la frontera de entonces y la de la frontera de hoy, según Mr. de Moussy, respecto de los Indios. Lo que no se ve, no se estima a este respecto. No hay que olvidar el testamento de San Martín. En cuanto a los hechos, señalar cual era entonces la seguridad de la propiedad y de la vida, en la campaña para los neutrales a la lucha política y la que hoy existe. Cuanta fortuna tenía el General Rosas al entrar al poder: cuanta tiene hoy. El grande hecho que todos ven: como ha vivido y procedido en Europa desde que bajó del poder. Altas atenciones de que es objeto. Nada de recriminaciones. Para responder al reproche de barbarie inferido á su manera de atacar y defenderse, mostrar o señalar la historia contemporánea de Estados Unidos, Rusia, Italia, Alemania, etc. Que personas lo acompañaron en su Gobierno como amigos y servidores oficiosos, como legisladores, ministros, guerreros, publicistas, consejeros, cortesanos: donde están hoy?, que posición tienen? Todo esto no es ocuparse de la persona de Rosas, sino del país, de quien fue expresión de la sociedad de que es miembro a pesar del destierro: hasta por patriotismo argentino. El General Rosas debe defender el decoro de su país, defendiendo o explicando su conducta pública. Callar, es dar la razón al que habla aunque no la tenga… Por lo que hace a mí, le confieso que me irrita el espectáculo de tanta duplicada e hipocresía que nos dan los que se gozan de deprimir al caído al mismo tiempo que parecen gozarse en obrar peor, que lo hizo, según ellos, ese adversario, a quien persiguen...”
Peinetón de Carey con la esfigie de Juan M. de Rosas. Colección Museo Histórico Cornelio Saavedra |
En una carta que el 20 de setiembre de 1864 le envió a Rosas, le dice: “Mi honorable Señor General. Había esperado tener el gusto de visitarle este año en Southampton, para responder a sus atenciones que no olvido a pesar del tiempo transcurrido; pero mil obstáculos menudos me obligan a postergar el cumplimiento de ese deber. No quiero sin embargo dejar pasar el año, sin presentarle mis respetos y renovarle los testimonios de mi constante aprecio y distinción, de un modo directo, pues por intermedio de amigos, no he cesado de tener ese gusto, y de saber igualmente por ellos que su salud y su espíritu se conservan fuertes y enteros como en sus bellos años. El ejemplo de moderación y dignidad que Vd. está dando á nuestra América despedazada por la anarquía es, para mí, una prenda segura de que le esperan días más felices que los actuales. Yo se los deseos de su corazón, mi distinguido señor General, y con estos sentimientos tengo el honor de renovarle mis respetos amistosos con que soy de Vd. General, su atento compatriota y servidor”.
En otra carta dirigida a Máximo Terrero en 1865, le dijo: “Para mí, la vida del general Rosas tiene dos grandes fases: en una de ellas como jefe supremo de Buenos Aires, he sido su opositor; en la otra de refugiado en Inglaterra, SOY SU ADMIRADOR”. En otra carta dirigida al mismo destinatario, le dirá: “Cuando veo a una nación sin gobierno, yo le preguntaría al general Urquiza: ¿Para qué volteó usted al general Rosas? ¿No dijo usted que era para organizar y constituir un gobierno nacional regular?. Lo que hoy existe, ¿es gobierno regular?”.
También le preocupaba la salud del ex Dictador: “Hoy es necesario su vida –escribirá en 1866–, no solo para ustedes y muchos amigos, sino para la historia y tal vez para el porvenir inmediato de nuestro país” y al año siguiente afirmará: “Mi pasado político me gobierna un poco, pero él no me impedirá, llegada la oportunidad que ha de venir, de tributar a la justicia histórica, en obsequio de muchos títulos que le asisten a él (Rosas), el testimonio público de mis convicciones al respecto”.
Arrepentido de haber sido opositor a Rosas, ese “otro” Alberdi escribirá: “Yo combatí su gobierno, LO RECUERDO CON DISGUSTO”.