lunes, 1 de septiembre de 2008

Anécdotas - Todos obedecen con gusto cuando el que manda es justo - Gregorio Aráoz de Lamadrid

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 8 - Setiembre 2008 - Pag. 16  

Anécdotas

“Todos obedecen con gusto cuando el que manda es justo” -  Proverbio español  

El siguiente relato pertenece al Gral. Gregorio Aráoz de Lamadrid, publicado en sus “Memorias” 

Estanciero. Dibujo de A. D’Hastrel 

Desde sus primeros años ya Rosas empezó a desplegar su carácter dominador y perseverante, en sus mismos establecimientos de campo, pero cu­bierto de la hipócrita capa del respeto a la propiedad y elevándolo al más alto extremo, y era tan rígido en el cumplimiento de sus mandatos, que tenía arreglado, por punto general, en todos sus establecimientos de cam­po, que sus órdenes debían ser irrevocablemente cumplidas aun contra él mismo, si las quebrantaba. Todas sus órdenes eran bárbaras y crueles y para que sus domésticos o dependientes supieran hasta qué punto quería que fuesen obligatorias, empezó por hacerlas ejecutar en sí mismo de un modo singular. Había establecido por punto general que nadie saliera al campo sin su lazo a los tientos y las boleadoras a la cintura; que todos los sábados al retirarse del trabajo, todos sus sirvientes o peones depositaran sus cuchillos en poder del capataz de cada uno de sus establecimientos pa­ra evitar las desgracias que son consiguientes en los días festivos entre nuestros paisanos del campo; que nadie pudiera apartar ganado suyo o caballos cuando se hubiesen interpolado en las haciendas de los ve­cinos, sin obtener antes su venia, o pedir al propietario que parara su ro­deo para apartar los animales que del suyo se habían entreverado; que na­die corriera avestruces en campo ajeno, ni cazara nutrias, y por consi­guiente en el suyo, sin su permiso.

Todos estos mandatos eran, por descontado, muy laudables y mere­cieron la aprobación de todos los hacendados, y mucho más desde que vieron la rigidez con que éstas sus órdenes eran observadas aun contra él mismo si no las cumplía. Las penas por las infracciones eran: dos horas de cepo del pescuezo, a todo el que se le encontrara con cuchillo el día festivo y cincuenta azotes a pantalón quitado al que saliera sin su lazo al campo o corriera avestruces, etcétera... Pues él sufrió ambas penas, lo primero pa­ra enseñar a todos los suyos hasta dónde llevaba el cumplimiento de sus mandatos. En su primera falta por el lazo no quiso el capataz, que era esclavo suyo, aplicar a su amo los cincuenta azotes, sin embargo de haber­se él mismo desnudado, bajándose los pantalones y tendídose en el campo y en presencia de todos sus peones para que cumpliera con su deber. El criado tuvo reparo en azotar a su amo y se resistió a cumplir en él la or­den. ¡Pues le costó cien azotes bien pegados!

No contento Rosas con esto hizo muy luego como que se olvidaba y se salió una mañana al campo con los peones sin poner su lazo a los tientos. El capataz, que ya había probado cuánto gustaba su amo de ser obedeci­do, le advirtió al instante y, mandándolo apear del caballo, quitarse los pantalones y tenderse, se los aplicó con toda fuerza a los cincuenta azotes. Rosas los sufrió sin hacer un gesto y regaló después a su capataz y criado por haber llenado su deber. Igual experimento sufrió en el cepo del pes­cuezo por haber salido con cuchillo bien oculto. No se crea que esto es su­puesto: me lo aseguraron sus mismos dependientes, ponderándome el or­den que se observaba en todos sus establecimientos de campo.

Pues a pesar de todo este rigor con que se hacía obedecer, era él el hacendado que más peones tenía, porque les pagaba bien y tenía con ellos en los ratos de ocio, sus jugarretas torpes y groseras con que los divertía; y apadrinaba, además, a todos los facinerosos que ganaban sus estancias y nadie los sacaba de ellas. Este fue el modo con que Rosas empezó a for­marse una reputación, y después del suceso del 5 de octubre era ya en to­da la campaña del sur, muy particularmente, más obedecida una orden suya que la del mismo gobierno.

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Gregorio Aráoz de Lamadrid (1795-1857). Militar. Se hizo célebre por su temerario valor. Se distinguió en Tucumán y Salta; hizo las campañas del Alto Perú; fue ayudante de San Martín y combatió luego a las órdenes de Güemes. Intervino en la guerra civil; encabezó el Partido Unitario en Tucumán y secundó a los Generales Paz y Lavalle en la lucha que éstos en­tablaron contra Rosas y los caudillos del interior. Vencido por Pacheco en Rodeo del Medio, Mendoza, en 1841, pasó a Chile y después a Montevideo. En Caseros, en 1852, mandó una divi­sión de caballería.



Trascendencia política del Revisionismo

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 8 - Setiembre 2008 - Pags. 14 y 15 

Este artículo fue publicado en "Revision" Nº 1 de julio de 1959

Trascendencia política del

Revisionismo

                                                ESCRIBE: EMILIO SAMYN DUCÓ

 

Revisión N° 1
Sin una verdadera interpretación histórica, no puede encararse una política de autenticidad nacional. No hay posibilidad de solucionar los problemas sociológicos, sin un conocimiento cierto del pasado y un exacto juicio valorativo.

Si estas premisas son comunes a todos los pueblos, por razones particulares de nuestro propio devenir, adquieren en nuestro caso una importancia decisiva.

Hay en la entraña misma de nuestro transcurrir histórico una constante que alguna vez deberá ser quebrada en forma definitiva. Esa constante es la lucha permanente entre los intereses supremos de la nación y los planteamientos ideológicos, ingenuos en unos casos, de manifiesta mala fe en otros, pero siempre contrarios a la nacionalidad. En general estos planteamientos teóricos, han sido sencillamente el decorado sicológico de una verdadera y permanente traición.

Solo así podemos explicarnos que salvo admirables excepciones, nuestro actuar político ha sido dirigido siempre a la desintegración espiritual de nuestro pueblo, al desmembramiento de nuestro territorio y al empobrecimiento y deformación de nuestra economía.

En su juicio aparece una clara herencia española, ya que el propio Imperio, en los años de su decadencia, acusa manifiestas actitudes disolventes. Su política en el Río de la Plata, con Portugal, aliado de Inglaterra, vino a significar la pérdida momentánea de las Misiones Orientales y de la otra Banda. Y la desautorización diplomática de la reconquista de la colonia del Sacramento, efectuada victoriosamente por nuestras armas, es el antecedente, perfectamente análogo, de lo ocurrido caso siglo y medio después, al triunfar nosotros por las armas, sobre el Imperio del Brasil, y perder luego la Banda Oriental en un tratado desastroso.

Ideologías y complejos

Pero si en España esto pudo haber sido simplemente el producto de la decadencia imperial -un fenómeno político puro- en nuestro caso, esta actividad va a agravarse al correr de los años, con la introducción de dos factores particulares: la influencia de ideologías, no sólo ajenas sino contrarias al ser nacional y la aparición de un complejo de inferioridad racial, que sobre haber perturbado peligrosamente nuestra propia vida como nación, recrudece justamente en estos precisos momentos, en las actitudes más desvergonzadas y destructoras.

Estas formas de actuar de nuestra vida política; una nacida de la tierra, con un sentido de autenticidad y de orgullo nacionales, la otra producto de espíritus desarraigados, cuando no de verdaderos traidores, dan origen a dos corrientes de opinión, a dos actitudes, a dos mundos diametralmente opuestos e incompatibles.

De un lado, argentinos para quienes la grandeza de la Patria y el bienestar de nuestro pueblo, están por encina de todo. Pero para quienes esta grandeza y este bienestar, solo pueden y deben lograrse dentro de nuestras propias posibilidades, con nuestras virtudes y nuestros vicios, porque antes que toda "idea" de organización o de progreso, lo que importa es permanecer fieles a nuestro ser nacional. No aceptamos progreso ni organización, a costa de nuestra personalidad nacional. No queremos sacrificar a "teorías", por seductoras que parezcan, nuestras características nacionales. Aún con aparente lentitud o imperfección, queremos nosotros, resolver nuestros problemas. Lo que importa es ser una nación, imperfecta, pobre, atrasada inclusive, pero ser nosotros mismos. Rechazamos la idea -falsa por lo demás- de convertirnos en una factoría brillante, con un pueblo sin alma y sin vocación histórica.

Del otro lado, los ideólogos: ¿Cómo son estos ideólogos?, ¿Cómo nacen dentro de una comunidad nacional, estos espíritus enemigos de lo propio, que no comprenden que "lo extraño" será siempre "lo enemigo" y que de él no es posible esperar la solución de los propios problemas?

Muchos factores se han conjugado en nuestra historia, para dar origen a esta corriente turbia y patricida.

El idealismo y nuestros complejos 

En primer lugar, las mencionadas ideologías liberales, que en nosotros no fueron solamente una retórica, sino que crearon un temperamento. En segundo, el producto de ciertos resentimientos sociales y raciales. En tercero el actuar inequívoco de ciertos hombres públicos que obran en defensa de sus intereses personales, al servicio del extranjero, y que, lógicamente, disfrazan esa conducta con pretextas teorías.

Nada hay más contrario -y nada lo había, sobre todo- a nuestro propio ser nacional, que las ideas liberales. La época de la colonia, transcurrió entre hechos de armas y la predicación católica. La fe y el coraje fueron las virtudes supremas de la raza. La disciplina y la jerarquía, consubstanciales con la nacionalidad incipiente. La vida austera y sufrida, hecha a las campañas, dieron generaciones de varones esforzados y abnegados mujeres que hicieron el milagro de la argentinidad.

Unos pocos hombres -en el fondo débiles y afeminados- se dieron a la lectura de libros extraños. Incapaces de comprender la macha aspereza del paisaje nativo, dieron la espalda a la tierra y se extranjerizaron definitivamente.

Nada había tampoco, ni en nuestras leyes, ni en nuestras usanzas -por parte de sana entraña republicana- que permitiera suponer viable una derivación liberal en nuestras instituciones.

Los ideólogos, los "botarates de las luces y los principio" como los califica Juan Manuel, se caracterizan así por su ajenidad. Son ajenas las instituciones que preconizaron e impusieron sin comprender que las instituciones deben ser el producto histórico de la comunidad nacional y que no pueden injertarse. Son extraños, por su cultura y pretenden inclusive extranjerizar nuestras costumbres.

Esta división entre patriotas e ideólogos, entre argentinos auténticos y extranjeros vocacionales, subsiste cada vez más agravada, hasta nuestros días, y de ella nacen las profundas contradicciones de nuestro acontecer histórico.

El sentido de patria y las dos políticas 

Casi podría trazarse una línea vertical de separación. Por una parte, por trágico error o por malicia, los permanentes autores de la traición. Por la otra los jefes naturales, los auténticos caudillos, los hijos de la tierra que tienen su más ilustre antecedente en la noble personalidad de Hernandarias, pasando por Artigas y culminando en Juan Manuel de Rosas.

En Caseros, verdadera derrota de todo un país, se quiebra en cierto modo irreversiblemente la línea nacional. La gestión de los ideólogos, altera, con claras consecuencias sociológicas, el ser nacional. El país adquiere una nueva fisonomía, a través de leyes impuestas despóticamente por una minoría contra las cuales, se agitan rebeldemente las usanzas propias originando un funcionamiento jurídico permanente. La inmigración en masa, el hecho más grave, produce, por motivos raciales, una alteración en nuestro ritmo espiritual.

Esta dos corrientes históricas, lejos de haberse fundido o diluido, se han ido ahondando día a día, del tal modo, que hoy mismo, constituyen toda la clave de nuestra problemática política. Pues la lucha por el reencuentro del país real, del país verdaderamente argentino, consigo mismo, se actualiza ahora con todo rigor.

El país, en lo que tiene de auténtico, de popular, de atado a la Madre Tierra, está enrolado, conscientemente, en la corriente nacional.

Todo lo demás, es el criminal agitarse de intelectualoides apátridas y de astutos mandatarios del extranjero.

Y ambas corrientes están hoy, como hace cien años, de nuevo frente a frente.

Por claros motivos, pues, revisionismo y posición política, van indestructiblemente unidos. Ante estos hechos, nadie puede suponer que el revisionismo sea sólo un quehacer historiográfico. Es por encima de todo, un quehacer de trascendencia política.

Porque quien no comprende nuestra historia, nuestra verdadera historia, no podrá comprender ni servir fielmente a la argentinidad.


En el 70° aniversario del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, 1938-2008

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 8 - Setiembre 2008 - Pags. 12 y 13 

En el 70º aniversario del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, 1938-2008

                                                                     Por el Dr. Sandro F. Olaza Pallero 

José M. Rosa y John W.Cook en una conferencia en el instituto Rosas

El 6 de agosto de 1938 un grupo de militantes nacionalistas fundó el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. En la asamblea convocada en el restaurante Edelweiss con la participación de Julio Irazusta, Rodolfo Irazusta, Alberto Contreras, Juan Bautista Ithurbide, Ernesto Palacio, Evaristo Ramírez Juárez, Pedro Vignale, Alberto Ezcurra Medrano, Isidoro García Santillán y Raúl de Labougle, resolvieron “provocar un movimiento de revisión histórica” para investigar y esclarecer la época de nuestra historia que comprende el ascenso, gobierno y caída del brigadier Juan Manuel de Rosas. “No se trata –aclaraba la institución- de invitarlo a Rosas a participar en el festín de 1853 y de incorporarlo al panteón haciéndole un lugar junto a Sarmiento, Mitre, Urquiza. Por lo contrario, los blasones de Rosas son completamente distintos a los de aquéllos, y el primero, por no decir el único es el de servir como ejemplo de todo lo que debe afirmarse, y enfrentarse contra una experiencia de 85 años que ha sido destronada para la integridad y soberanía de la Argentina”.

Revista del Instituto

Fue el “rosismo” la rehabilitación del caudillo federal, a quien la tradición liberal había caracterizado desde tiempo atrás como el maldito de la historia oficial. El revisionismo no venía a innovar ni a resultar original, sino a retomar una historia deliberadamente inconclusa tras la derrota de Caseros, y a recordarles a sus compatriotas las raíces que les habían tergiversado u omitido. Pero sin proponerlo fue innovador, y fue original, del mejor modo que se puede ser: restituyéndose al origen. El logró hacer pesar ante la opinión pública, y aún ante los estudiosos del pasado, ese valioso legado rectificador que yacía silente en algún archivo privado o en ciertos círculos restringidos de especialistas. La primera importante recusación de la escuela liberal surgió en la década de 1880, en forma de una restringida y moderada exhortación a favor de un juicio equilibrado sobre la época rosista. Un presupuesto esencial del derecho a la identidad es el acceso a la verdad histórica, hecho que nos obliga a revisar ciertos aspectos de la nuestra y a recuperar parte sustancial de nuestro pasado común.

En la primera etapa del Instituto Juan Manuel de Rosas, que abarcó 46 años, desde 1938 a 1974 en que se logró la promulgación de leyes que reivindicaron al Restaurador y dispusiera la repatriación de sus restos, el Instituto realizó una tarea fundamental en el esclarecimiento histórico de la Argentina. Durante ese tiempo pasaron figuras como José María Rosa quien fue Presidente en varias ocasiones, Ramón Doll, Justo Díaz de Vivar, Carlos Ibarguren (h), Juan Pablo Oliver, Federico Ibarguren, Rodolfo Lestrade, Atilio García Mellid, Enrique Guerrero Balfragón, Vicente D. Sierra, Jorge María Ramallo, Gabriel A. Puentes, Carlos Ibarguren, Manuel Gálvez, Carlos Steffens Soler, Jorge Luna Valdés, Daniel García Mansilla, Mario Amadeo, Lucio Moreno Quintana, Bruno Jacovella, Pedro de Paoli, Arturo Jauretche, Raúl Roux, Fernando García Della Costa, Alberto A. Mondragón, Ricardo Font Ezcurra, Héctor Sáenz Quesada, Víctor Saá, Fermín Chávez, Benjamín Villegas Basavilbaso, Lauro Lagos, Enrique Pavón Pereyra, Josué T. Wilkes, Juan Manuel de los Ríos, Julio Castellanos, Homero Saldeña Molina, Eduardo Corvalán Posse, Julio César Corvalán Mendihalarzu, Mario César Gras, Luis Soler Cañas, Jaime Gálvez, Félix G. Barreto,  Enrique Stieben, Juan Miguel Hogan, Francisco Compañy, José Luis Muñoz Azpiri, Marcos P. Rivas, Raúl Oyhanarte, Leonardo Castellani, Roberto de Laferrère, Orlando Sanguinetti, Alfredo Ortiz de Rozas, Diego Luis Molinari, Rómulo D. Carbia, Manuel Benito Somoza, Roberto Tamagno, Guillermo Furlong, Guillermo Losteau Heguy y John W. Cooke.

La segunda etapa del Instituto se inició en 1984, cuando un grupo de intelectuales y militantes nacionales reunidos en el café Tortoni y encabezados por Alberto Contreras resolvieron retomar las actividades interrumpidas por motivos políticos hacía una década. Recién se había salido de un gobierno de facto que había cambiado por decreto el nombre de la avenida “Brig. Gral. Juan Manuel de Rosas” por “Monroe”, más afín al pensamiento de los civiles y militares del Proceso. En el Boletín Nº 1 del Instituto, del 1º de noviembre de 1984 se afirmaba: “Mucho sucedió en el país en estos diez años. Equívocos, frustración, sectarismos y represiones demenciales, intentos de reculadas como si el tiempo fuera reversible, manipuleos de ignominia que dejaron la República como al cabo de una guerra perdida, manoseo de anhelos populares irredentos, una perpleja manera de querer administrar los hechos, sin poderlo”.

La comisión directiva encabezada por Contreras e integrada por varios de los asistentes al Tortoni estaba integrada por Jorge Francisco Perrone, René Orsi, Enrique Oliva Vélez (Francois Lepot), José Alberto Pradelli, Carlos Alberto Abalsamo, Carlos French, Valentín Thiebaut, Luis Angel Cersócimo, Arturo Jorge Podestá, Juan Carlos Elizalde, Ariel Keller, Enrique Alberto Breccia, Víctor Tosto Valenzuela, Luis Fernando Calviño. Otros destacados colaboradores en la reorganización del Instituto fueron Luis Soler Cañas, Arturo Peña y Lillo, Fernando García Della Costa, Enrique Arturo Bonomi quien fue más tarde Presidente del Instituto Nacional y Fermín Chávez.

Al poco tiempo el Instituto se mudó a la sede de Hipólito Yrigoyen 788 y se sostenía por el aporte patriótico de sus socios y amigos.

En 1989 el P.E.N. junto a la Comisión de Repatriación de los Restos de Rosas presidida por el Dr. Manuel de Anchorena y el Instituto lograron retornar los restos de don Juan Manuel. Culminando así el largo exilio a que fue sometido en vida y después de muerto el que fuera gobernador de la provincia de Buenos Aires, Jefe de la Confederación Argentina y campeón de la soberanía, y culminó asimismo uno de los cometidos esenciales que dieron nacimiento al Instituto en 1938. Volvió a salir la Revista del Instituto Nº 24 en mayo de 1991, realizándose el Primer Congreso Nacional de Institutos Juan Manuel de Rosas en Mar del Plata, con la asistencia de Rubén Bini, Alberto Molfino, Miguel Ortiz de Rozas, Romano López Osorio, Humberto Fernández, Laura Giacnacovo de Gallardo, Alfredo Elizagaray, Carlos Bosano Ansaldo, Ricardo Elorza, etc. Se realizaron dos veces al año las clásicas Jornadas de Historia de los Gobernadores Bonaerenses con la colaboración del Archivo y Museo Históricos del Banco de la Provincia de Buenos Aires, donde participaron destacados expositores como Fermín Chávez, Lauro Destéfani, Alberto de Paula, Carlos Pesado Palmieri, Jorge Bohdziewicz, entre otros.

El 10 de enero de 1997 por el decreto Nº 26/27 del P.E.N., el Instituto fue nacionalizado dependiendo de la Secretaría de Cultura de la Nación. Se constituyó un cuerpo académico presidido pro el Brig. Carlos Rubén French y por el cual pasaron Enrique Bonomi, José Castiñeira de Dios, Oscar J. C. Denovi, Jorge Oscar Sulé, Luis C. Alén Lascano, Arturo Pellet Lastra, Norberto Chindemi, Roberto Liñares, Haydeé Frizzi de Longoni, Carlos Tagle Achával, Héctor Julio Martinoti, Manuel de Anchorena, Carlos Ortiz de Rozas, Roberto Fernández Cistac, Roque Aragón, Rubén González, Enrique Mayochi, Mario Tesler, Carlos Pesado Palmieri, Enrique Oliva Vélez (Francois Lepot), Miguel Unamuno, José Pradelli, Francisco Hipólito Uzal, Alberto Gelly Cantilo, Aurora Venturini, Carlos Steffens Soler, Federico Ibarguren, etc.

Han colaborado con el Instituto y la Biblioteca Popular Adolfo Saldías, inaugurada el 12 de agosto de 1993, año del bicentenarario del nacimiento de Rosas, las siguientes personas: Nicolás Antonio Carrizo, Robín Víctor Mezquida, Ernesto Vieytes, Néstor Walter Alauzet, Guillermo Greig, César María Castex, María Eugenia Varas de Ferrante, Miguel Angel Lentino, Filomena Dabusti de Tomassini, Fernando Irigaray, Diego Bras Harriot, Eduardo Rosa, Francisco Pestanha, Graciela French, René Orsi, Norberto J. Chiviló, José Luis Muñoz Azpiri (h), Gustavo Lambruschini, Pedro García Mansilla, Miguel Angel Ramírez, Carlos Torreira, Fernando Hrycak, entre otros.

La Comisión Directiva de la Biblioteca Popular Adolfo Saldías y el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas (Asociación civil), están presididos por Antonio Testa, por otra parte creador y director de la Muestra Itinerante La Guerra del Paraná y sus banderas que ha sido declarada de interés cultural por los municipios de San Miguel del Monte, Campana, Las Flores, Puerto Gral. San Martín (Santa Fe), Córdoba, Salta, etc.

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ACTIVIDADES CULTURALES DEL INSTITUTO

A través de sus 70 años de fecunda vida, el Instituto realizó una importante tarea cultural, ya mediante conferencias desarrolladas en sus distintas sedes que fue teniendo a través del tiempo en la Ciudad de Buenos Aires, como también en las distintas filiales y otras instituciones en las ciudades del interior de nuestro país. Fueron y son importantes los cursos desarrollados sobre historia nacional.

No estuvo ajena a la vida del Instituto el conmemorar periódicamente las distintas fechas patrias como así también la realización y participación en exposiciones y la organización de bibliotecas para la utilización de sus asociados y del público en general. (La actual Biblioteca Popular Adolfo Saldías –con un importante acervo bibliográfico-, funciona en la sede del Instituto de la calle Montevideo Nº 641 de la Ciudad de Buenos Aires).

Fue importantísimo el aporte a la historiografía nacional, que realizó mediante la edición de su famosa Revista, la primera de las cuales apareció en el año 1939, habiéndose editado hasta el presente 66 números y en las cuales escribieron importantísimos historiadores y ensayistas. También fueron publicados distintos Boletines, con artículos más breves. Tanto las Revistas como los Boletines, fueron de distribución limitada a asociados y personas vinculadas al área cultural. En el año 1959 se editó la revista “Revisión”, de venta al público en puestos de diarios y revistas, los dos primeros números en tamaño “tabloide”, habiéndose editado hasta el año 1966 un total de 22 números.

Se efectuaron también diversas ediciones de libros, separatas, folletos y ensayos. En la década del 90 se realizó una importante edición de obras que integraron la colección Estrella Federal.

También se promovió el turismo histórico, organizándose periódicamente excursiones a distintos sitios de interés histórico (Vuelta de Obligado, isla de Martín García, Navarro, San Miguel del Monte, etc.)

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Por el Decreto del PEN Nº 52795, del 12 de enero de 1940, se aprobó un proyecto y presupuesto para "llevar a cabo el revestimiento del morro de tierra existente sobre la playa del Río Paraná en la Vuelta de Obligado, Partido de San Pedro, provincia de Buenos Aires; y… Teniendo en cuenta que las obras de referencia han sido solicitadas por el Instituto de Investigaciones Históricas "Juan Manuel de Rosas" con el objeto de proteger al citado morro de las crecientes del Río Paraná y conservarlo como reliquia histórica de la acción naval desarrollada en sus inmediaciones el 20 de noviembre de 1845…"

En ese morro habrían sido amarradas las cadenas que cruzaron el Paraná en aquella memorable jornada, cerrando el paso del río a la flota anglofrancesa.

La obra se realizó (según da cuenta la fotografía adjunta) y el monumento se inauguró el 20 de noviembre de ese mismo año, pero debido a la desidia de las autoridades (nacionales, provinciales y municipales) a través del tiempo, ese monumento ya no existe…

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ACTO REALIZADO EN LA CIUDAD DE GENERAL SAN MARTÍN

En la Revista Nº 20 correspondiente al segundo semestre del año 1959, salió publicado la crónica de un acto realizado por la filial de nuestra Ciudad en la Plaza central.

SAN MARTIN

Vuelta de Obligado

Conmemoró la filial San Martín también con un acto público el 114 aniversario del Combate de Vuelta de Obligado. El acto se realizó en la plaza principal de la localidad de San Martín y en el mismo hicieron uso de la palabra los Sres. González Polero, Jorge Perrone y el Dr. José María Rosa, quienes pusieron de relieve la importancia del hecho histórico que se conmemoraba. La numerosa concurrencia aplaudió los discursos de los distintos oradores.

Algo más sobre Rosas y Alberdi

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 8 - Setiembre 2008 - Pag. 11 


Algo más sobre Rosas y Alberdi

En nuestro número anterior, en la nota de tapa, nos referimos a ese “otro” Alberdi, el amigo del Restaurador. Muchos de nuestros lectores, nos manifestaron que no conocían ese costado de la personalidad de Alberdi y se interesaron sobre su frase “Yo combatí su gobierno. Lo recuerdo con disgusto”. Para satisfacer la curiosidad de los lectores, transcribimos la carta que fue publicada el 25 de mayo de 1910 en el Nº 1514 del diario “El Porvenir” de San Juan y que dice así:

                                                                                                Paris, 27 de Junio, 1887.

Mi apreciable amiga y señora:

Durante un largo silencio, que su carta del 24 de Mayo ha venido a interrumpir, con mucho placer para mi, la he recordado con muchos motivos, y uno de ellos es el que Vd. toca en su carta; lo sucedido con respecto al funeral que debió hacerse al General Rozas, y cuya prohibición fué para mí enigma, que no comprendo hasta ahora. No creía ya jamás que la pasión pudiese llegar a este extremo.

Cuando la muerte del General, yo escribí á doña Manuelita, dos palabras de dolorosa simpatía por la situación que ese evento le hacía en país extraño y ausencia de su marido. Estando últimamente, la he visitado. La ví llorando la muerte de su padre, de un modo que hacía honor al corazón más elevado y a la más alta educación. Sería llenar un libro decirle a usted lo que en esa conversación la oí, sobre el final del hombre notable, de que se gloria de descender hoy mismo.

Ella y su familia pueden consolarse con un hecho: Mientras se levantan al­tares a San Martín, su espada está en Southampton, sirviendo de trofeo monu­mental a la tumba de Rosas, puesta en ella, por las manos mismas del héroe de Chacabuco y Maipú. 

Yo he combatido a Rozas desde niño. Se lo recordé a él mismo en Londres por si lo ignoraba. Por oposición a su gobierno, dejé el país hasta ahora. Creo según esto, tener más derecho que nadie para juzgarle. Su conducta en Europa, no ha sido inferior que la de San Martín. Yo no tendría derecho de hablar de otro modo. Me visitó muchas veces en Londres, y con respeto, se puso a mi dispo­sición. No por mi persona, sinó por mi calidad de representante del Gobierno que lo había derrocado. Ese respeto al vencedor, sin coacción ni motivo de temor, es tenido en todo pueblo civilizado, como respeto liberal de la ley.

Yo combatí su gobierno. Lo recuerdo con disgusto. Pero dejé de tener adversión a su persona, desde que lo ví inclinarse con respeto ante la autoridad de su país, desde una distancia que pudo él emplear como baluarte de agitación y de lucha, contra sus adversarios victoriosos. Otros muchos gobernantes caídos lo han hecho.

Nada le digo en esta carta, que no sea la expresión de mi conciencia, pero le ruego no divulgue su contenido en el interés de la paz de Vd. y mía. Hay jui­cios, que es preciso dejar a la Historia emitir y apreciar.

Juan Bautista Alberdi.


Un resúmen histórico

   Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 8 - Setiembre 2008 - Pag. 11 

Un resúmen histórico

Moneda de oro con la efigie de Rosas

En 1906 el novelista y escritor correntino, y también fundador del radicalismo santafesino, Dermidio T. González , publicó “El Hombre”, en el cual reivindicaba la figura de Rosas; parte de cuyo texto se publica a continuación. 

“El general Rosas fue el primer mandatario argentino que inició la unidad de la familia argentina, en una confederación de provincias. Antes de la iniciativa del tratado del litoral de 1831, cada estado pugnaba por su independencia. Las provin­cias del Río de la Plata, se dislocaban, se desunían en diversi­dad de tendencias y ambiciones políticas. En este sentido, la condición social argentina hizo surgir la personalidad de Rosas como un símbolo, como una bandera necesaria como un estandarte incontrastable, cuyo propósito era secundar la acción emancipadora de Mayo.

Después del fracaso de las constituciones de 1819 y 1826 todo era un caos, hasta que con el llamado pacto federal, suscriben los gobernadores de provincia el compromiso de la unidad argentina. Este hecho fue de los más grandiosos después del grito de independencia, pues presentaba a la familia unida y compacta en un solo haz de aspiraciones y con una sola bandera desde el Plata hasta Jujuy, desde el Océano Atlántico hasta las nevadas crestas de los cíclopes andinos. El héroe de esta unidad, el paladín de esta victoria, el hábil político de esta difícil causa, fue Rosas, encargándose de proclamarlo así el pueblo de la nación, con el concurso de los próceres de Mayo que en aquel entonces vivían en Buenos Aires.

Ante este triunfo indiscutible del federalismo, el partido unitario comienza su trabajo de zapa, para recuperar sus perdidas posiciones, después de su exclusión lógica de los negocios de estado, a causa del levantamiento funesto de 1828.

El partido federal se dió cuenta al punto de que su enemigo se preparaba nuevamente a una lucha sin cuartel, a la lucha fraticida que tanta sangre costó. Claro está que Rosas con su partido, fuerte en la opinión nacional se dispuso a disputar palmo a palmo en todos los terrenos, y con todos los medios al elemento unitario. En aquellos días de desorganización y apasionamientos, los dos partidos querían exterminarse, para quedar el vencedor dueño de la escena.

Entonces las masas populares, los gobiernos, los principa­les hombres, la mayoría del pueblo, mejor dicho, inviste a Rosas con la Suma del Poder, pues le considera el único capaz, el único hombre de ese histórico instante para contrarrestar con éxito y para detener la avalancha, que si llega a la meta de sus aspiraciones hubiera sido desgarrada la nacionalidad ar­gentina. Pero Rosas quiere salvar su responsabilidad ante la suma del poder, porque se da cuenta del peligro que entraña dicha facultad y pide "que los ciudadanos expresen su voto para que quede consignado el libre pensamiento de la opinión". El plebiscito ratificó por completo las aspiraciones de la sociedad”.


Revista Revisión, su primer Editorial (julio de 1959)

   Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 8 - Setiembre 2008 - Pag. 14 




Revista Revisión,
su primer Editorial (julio de 1959)



Revisar, rever la historia argentina, es el objetivo primario de REVISION, periódico de cultura popular, que con este número abre al pueblo argentino sus páginas. 

De su contenido de éste y los siguientes, vamos a estructurar la gran marcha victoriosa de la reconquista y restauración de los valores nacionales postergados por una historia oficial tergiversada y adulterada, como lo iremos probando. 

Los valores nacionales son todo nuestro grandioso pasado que el pueblo intuye, sospechando que lo escrito sobre historia argentina, sobre sus hechos y sus hombres no contienen la verdad y la claridad necesarias para explicar los hechos anteriores, interpretar los presentes y advertir las del futuro. 

Porque historia no es el relato frío de los acontecimientos, al uso actual, sino las íntimas relaciones con el presente, de efecto a causa, de dónde venimos y a dónde vamos. 

La historia encierra el gran secreto de ser un saber vital, madre de la filosofía, sociología y sobre todo de la moral. 

Los pueblos la hacen y los hombres la escriben, las pasiones de éstos la desvían por intereses de castas que terminan en descastadas, esos intereses impuros, tienden a dar mitos: llamamos ángeles y demonios, leyendas negras o rojas. 

La historia argentina tiene de todo demasiado, este país distorsionado por una prédica base de una historia dislocada, por ser una historia falsificada, quiere su reencuentro en una Argentina GRANDE y que sólo por una revisión amplia, total, podrá reencontrarse a sí misma. 

Con tal plan de tareas, los argentinos tendrán en REVISION sus propias páginas, con su material, coleccionado con amor de patria por las cosas nuestras, edificaremos la HISTORIA CIENTIFICA que los tiempos obligan, ya que un PUEBLO maduro como Argentina no puede postergar por mas tiempo el conocer su propia historia.

El gaucho según un cónsul francés - El gaucho federal

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 8 - Setiembre 2008 - Pag. 10 

El gaucho federal, óleo de Bernabé Demaría

EL GAUCHO SEGÚN UN CÓNSUL FRANCÉS

En el año 1834, el cónsul francés en Montevideo, Raymonde Baradere, redactó un informe a su gobierno en el cual incluyó la siguiente descripción sobre el gaucho oriental. Adjuntó al mismo dos dibujos, que él mismo hizo, uno de un gaucho antes de montar su caballo y el otro de las piezas que componen el recado. He aquí el relato.

"Se designa generalmente con el nombre de gauchos a esa parte de la población de la campaña que sólo posee como propio su choza o ran­cho, su caballo y su silla o recado. Lo más a menudo no tiene absolutamente nada.

Tal vez sea el gaucho el más independiente, el más libre, y el más feliz de todos los hombres; es de una com­pleta indiferencia por el porvenir, y vive absolutamente al día. Solo trabaja cuando ha agotado todos sus recur­sos para proveer a sus ne­cesidades. Entonces se pre­senta en la primera estan­cia que encuentra en su camino, se instala allí en virtud del derecho ilimitado de la hospitalidad, téngase o no necesidad de sus servi­cios. En tal caso trabaja sin salario, hasta que uno de sus camaradas suficientemen­te provisto de dinero para volver a emprender su vida ociosa le cede su lugar. Des­pués de algunos días de trabajo, hace otro tanto, y va a reunirse con sus camaradas. Su punto de reunión es por lo común una especie de taberna conocida en el país con el nombre de pulpería. Allí establecen su domicilio, pasan el tiempo bebiendo y cantando cielitos, acompa­ñándose con la guitarra, y jugando a las cartas. Cuando han gastado todo su dinero, la compañía se disuelve; y cada uno emprende de nuevo el camino de las estancias. Pero es raro que tal separa­ción se efectúe sin que ten­gan lugar numerosas riñas, peleas a cuchillo y sin que se derrame sangre.

Los gauchos rara vez se casan, lo que no les impide que tengan mujeres. Si tie­nen hijos, es raro que los abandonen. En tal caso cons­truyen una choza o rancho en el primer terreno que en­cuentran, pero lo más cerca posible de una estancia, donde esperan encontrar trabajo. El gaucho así instalado es muy hospitalario. El mejor lugar de su rancho y el mejor trozo de su asado, son siempre para el huésped; él cuida de su caballo y lo ata en el lugar donde el pasto es más abundante. Si se da cuenta que el caballo está cansado, le ofrece gustoso el suyo. Afecta el mayor desinterés y jamás acepta el precio de la hospitalidad que se ha recibido. Pero, repito, por una extrañeza inexplicable, ha sucedido varias veces que ha desvalijado a su huésped, el puñal al cuello, a sólo algunos centenares de pasos de su casa.

El gaucho es muy apegado a sus hijos; él se encarga de su educación, que consiste en montar a caballo, en ­arrojar las boleadoras y matar los animales. La mu­jer estéril está casi segura de ser abandonada.

El gaucho sin dinero ni trabajo se vuelve ladrón. Roba algunas pocas reses, que conduce a gran distancia, y que mata enseguida para vender los cueros a comer­ciantes ambulantes. Él no considera este acto como un robo;  parece que buscara disimular su ociosidad calificándola con la palabra changar. De manera que esta clase de ladrones es designada en el país con el nombre de changadores.­

Cuando el gaucho ha llegado a la edad en que las fuerzas comienzan a faltarle y no puede procurarse más lo ne­cesario, se retira entonces a la cocina de alguna estancia. Se lo considera como el Pe­nate de la cocina; se le cuida como un antiguo servidor, y concluye allí apaciblemente su carrera.

Después de muerto, se le co­loca, sin ceremonia, en una fosa abierta al borde de algún camino Importante, o de algún río. Una simple cruz de madera indica a los transeúntes el lugar en que ya­cen sus despojos.

Los gauchos constituyen una clase completamente aparte dentro de la población orien­tal. Ella es, tal vez, la más numerosa. Suministra obreros a las explotaciones agrícolas de la campaña y soldados al Estado cuando lo exigen las circunstancias. Constituyen, pues, la verdadera fuerza de la República, y puede trans­formarse en un instrumento peligroso para ella cuando se entrega a algún Jefe ambi­cioso.

Como ha podido verse, sus usos y costumbres tienen mucho más del hombre en estado salvaje que del civilizado. Sólo una línea meta­física separa al gaucho actual del indio indígena."

 

EL GAUCHO FEDERAL, según Ventura R. Lynch (1851-­1883)

"EI gaucho federal vestía con muy poca diferencia del gaucho primitivo, con el sombrero de embudo de aque­lla época que había sustituido al anterior y en el que lucía su ancha divisa punzó. El panta­lón había sido reemplazado por el chiripá, siendo los más usados los de paño, lana, lino o algodón. Al cuello usaba un pañuelo punzó. Su facón había crecido un medio palmo, pa­sando a colocarse sobre los ri­ñones en vez del costado izquierdo o delante como lo usa­ban sus antecesores. El tirador sustituía ya al ceñidor. Su música había sido aumentada con huellas, gatos, pericones, triunfos, medias cañas, tristes, estilos, cuecas, imperando en sus letras los gritos de muerte que lanzaban los seides del tirano contra sus enemigos y los elogios al Ilustre Restaurador de las Leyes, como él mismo pomposamente se hacía lla­mar.

La trenza de los primitivos gauchos había desaparecido, usándose el pelo cortado a la altura de la oreja. La barba ya había entrado en moda, deján­dose también crecer el bigote. El color del rostro era acen­tuado, semiachinado, mezcla todavía de la raza blanca y la cobriza, con el labio inferior un poco grueso, como los gau­chos anteriores".

 

Jorge Guinzburg, Sarmiento y el Día del Maestro

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 8 - Setiembre 2008 - Pags. 8 y 9 

Jorge Guinzburg, Sarmiento y el Día del Maestro

por Norberto Jorge Chiviló

Hace tres años atrás 2005, mas o menos para esta época, próximos al “Día del Maestro”, habían ocurrido ciertos hechos que llamaron en ese entonces la atención de la opinión pública: vedettes que querían entrar al Congreso, guerra a pedradas entre alumnos de dos colegios platenses, la agresión de un colectivero a un no vidente y otros más, que no son distintos a los que vemos y leemos todos los días y de los cuales y desgraciadamente, nuestra población ya se está acostumbrando por su repetición. 

Ese viernes 9 de setiembre se habían desarrollado en todas las Escuelas, el acto del Día del Maestro, en homenaje a Domingo Faustino Sarmiento. Dos días después –domingo 11 en el diario “Clarín”, el Sr. Jorge Guinzburg, recientemente desaparecido, en su columna dominical “desde el diván”, relacionaba esos hechos con la figura del “gran sanjuanino” Sarmiento. En las palabras de Guinzburg, noté un cierto estado de desazón y angustia y por ello decidí escribirle para hacerle notar que el personaje –Sarmiento- no hubiera estado tan a disgusto con los hechos que se habían producido.

Jorge Guinzburg

He aquí la columna "desde el diván" del Sr. Jorge Guinzburg:



Congoja sarmientina

A veces, distraído, tarareo algún tema, mientras camino. El viernes, al cruzar la calle rumbo al consultorio, me escuché de pronto cantando "Fue la lucha, tu vida y tu elemento, la fatiga tu descanso y calma": el Himno a Sarmiento. Claro, pensé, el próximo domingo se celebra el Día del Maestro y el inconsiente no es consiente de lo que hace, pero lo consiente.

Evité mirar al resto de los transeúntes y seguí mi camino hasta encontrarme por fin en el diván, tratando de entender por qué no entiendo.

Evoqué, una vez más, al Gran sanjuanino. ¿Cómo se habría sentido esta semana conviviendo con nuestra realidad? ¿Reconocería el país soñado leyendo las noticias en los periódicos?

El lunes, atraído por el foro de mujeres que reunió a 900 dirigentes políticas, sociales y empresarias, podría haber llegado a un hotel céntrico para comprobar que varias ex vedettes son candidatas en las próximas elecciones. Después de todo, ¿acaso el Congreso no es como un gran teatro de revistas, con peleas de cartel, lenguaje subido de tono, la presencia de algunos cómicos y una gran preocupación por la recaudación?

Hombre de origen humilde, viajaría en colectivo. Quizá le habría tocado presenciar, entonces, cómo un chofer de la línea 102 golpeaba a un no vidente porque éste insistía en viajar gratis a pesar de haber caducado su certificado de discapacidad. Claro, el bastón blanco y la mirada perdida no alcanzan para probar la ceguera; es necesario presentar un papel que lo atestigüe.

Humilde, pero con inquietudes culturales, lo imagino a Sarmiento acudiendo el lunes al Teatro Colón a presenciar el Festival Martha Argerich con la Orquesta Sinfónica Juvenil de Venezuela.

Como tantos otros, Domingo Faustino tendría que haberse trasladado hasta el Teatro Coliseo porque el conflicto gremial impidió realizar la velada en el principal escenario de la lírica argentina.

La gran pianista argentina también se vió obligada a levantar el concierto del jueves por el paro de la Filarmónica y la imposibilidad de reemplazarlos por otros músicos cuando el escenario fue tomado por los huelguistas.

Al fin, negándose a reemplazar el piano por los bombos, Martha se irá del país agregando una vergüenza más a la larga lista.

Esta semana el desconcierto del padre del aula no tendría límites con las idas y vueltas que tuvo la autorización a los piqueteros de llegar a la Plaza de Mayo; la negativa del lunes, el permiso del miércoles y, por fin, la imposibilidad de concretar la marcha el viernes cuando la policía los desvió y todo terminó en la Avenida 9 de Julio. Ante tanta contraindicación algunos imaginaban a los gendarmes cortando el Puente Pueyrredón exigiendo al Gobierno que se ponga de acuerdo.

La información llegada desde el Ministerio de Economía anunciando que el riesgo país de la Argentina había caído ubicándose por debajo de Brasil de seguro alegraría al prócer, pero, al día siguiente, al enterarse de que todo fue un error de los funcionarios del área de finanzas, lo invadiría una gran vergüenza ajena.

A la vergüenza se le sumaría la tristeza al saber del duelo a piedrazos entre los alumnos del Colegio Nacional y el Liceo Víctor Mercante (ambos de La Plata) que encontraron en la batalla campal la manera de dirimir su rivalidad.

Chiche Duhalde amenazando con contar todo lo que sabe, los jueces federales investigados por posible cobro de sobresueldos, una jueza de Corrientes anulando boletas de un frente de izquierda porque la imagen de San Martín y el Che no pueden ir juntas, la suspensión del gobernador de Tierra del Fuego, acusado de incumplimiento de los deberes de funcionario público, el sabotaje de sindicalistas a una torre de alta tensión por citar sólo algunos hechos de la semana terminarían por matar de nuevo a Sarmiento. O al menos lo llevarían a hacerse algunas preguntas; ¿qué aprendimos?, ¿cuál es nuestra escuela? y ¿quienes son hoy nuestros maestros?

Este fue el correo electrónico que le envié a Jorge Guizburg el 20 de setiembre de 2005

De mi mayor consideración:

    No soy lector habitual del diario “Clarín”, pero el día 11 de setiembre pasado lo compré porque me interesaba el libro “La Fotografía en la Historia Argentina“ que lo acompañaba, y por esa razón leí su columna “desde el diván”, que tituló “Congoja sarmientina”.

A escasos metros de mi domicilio hay una escuela y yo también el viernes 9 escuché el himno a Sarmiento. Muchos recuerdos vinieron a mi memoria de aquellos ya lejanos años de la infancia.

Recuerdo que una parte del himno era: “Gloria y Loor, honra sin par…” y nosotros con esa candidez y picardía de chicos cantábamos “Gloria y Olor, honra sin par…”. ¡Gran travesura la misma!!!.

Yo también en el diván de mi casa recordé ese domingo a Domingo Sarmiento –vaya la redundancia– y al leer su columna también me pregunté: ¿Cómo se habría sentido esta semana el “Gran Sanjuanino”, conviviendo con nuestra realidad?. ¿Reconocería el país soñado, leyendo las noticias en los periódicos?.

También esos días me había conmovido un poco por las peleas a pedrada limpia entre dos grupos de estudiantes de la Ciudad de La Plata y sí me sentí muy conmovido por la agresión sufrida por un no vidente por parte de un colectivero de la línea 102.

 Pero ¿qué mejor que leer a Sarmiento para saber como pensaba?. Así hurgueteé en mi biblioteca y justamente encontré Recuerdos de Provincia, que es el Tomo 6 de la serie “Clásicos” de “La Biblioteca Argentina”, editada también por Clarín, hace mas o menos cuatro años.

 Comencé a releerlo y en la pág. 131, encontré esta “confesión”: “La familia de los Sarmientos tiene en San Juan una no disputada reputación, que la han heredado de padres a hijos, dirélo con mucha mortificación mía, de embusteros. Nadie les ha negado esa cualidad, y yo les he visto dar tan relevantes pruebas de esta innata y adorable disposición, que no me queda duda de que es alguna cualidad de familia”.




El periódico “El Mosquito”, publicó esta caricatura de Domingo F. Sarmiento, al finalizar su presidencia en 1874, debajo de la caricatura, llevaba esta leyenda “El feld-mariscal Domingo, Gran duque de Carapachay, nombrado por el Mosquito, agradecido por los buenos ratos y el tipo rico que le ha proporcionado durante seis años”






Haciendo un poco de memoria recordé también que el “Gran Maestro”, cuando le dedicó un ejemplar del Facun­do al general José María Paz, el 22 de diciembre de 1845, le confesó que era una "obra improvisada", y que es­taba "lleno de inexactitudes, a designio a veces".                    

También en otra oportunidad, le escribió Sarmiento a su amigo Rafael García el 28 de octubre de 1868: "Si miento lo hago como don de familia con la naturalidad y la sencillez de la verdad".

Por cierto y a confesión de parte, relevo de pruebas, don Domingo no era muy afecto a la Verdad.

Continué con la lectura y en la pág. 135, dice don Domingo en su libro: “Por las tardes de los domingos (vaya otra vez la redundancia) el provincial se tornaba en general en jefe de un ejército de muchachos (el general en jefe de tal ejército era el propio Sarmiento…Oh!), ¡ay de los que quisiesen hacer frente a aquella lluvia de piedras que salía del seno de mi falange!”

En el relato de sus “guerras” juveniles,  el “General en Jefe” Sarmiento nombra a quienes fueron sus seis “reclutas”, los niños Barrilito, Piojito, Chuña, Velita, Gaucho Riberos y Capotito, compañeros estos inseparables del niño modelo y valiente en aquellas guerrillas a pedradas, contra otra banda de párvulos. –¿Habrá sido por su estrategia y valentía demostrada en esas batallas campales entre bandas juveniles que a Sarmiento muchos años después se le dieron grados militares hasta llegar a General…??? –

Después de lo leído, Sr. Guinzburg, no creo que Sarmiento hubiera estado a disgusto –muy por el contrario– o hubiera sentido vergüenza al saber del duelo a piedrazos entre los alumnos del Colegio Nacional y el Liceo Víctor Mercante de La Plata. Por el contrario y visto los antecedentes del “Maestro de América”, creo que más que gustoso hubiera participado como uno más en la batalla campal y posiblemente los hubiera dirigido como “General en Jefe”.

Señor Guizburg, nuestro personaje tampoco se hubiera admirado de que varias ex vedettes sean candidatas para las próximas elecciones, porque también el Congreso y la política en la época de don Domingo eran como un gran teatro de revistas, como lo es en la actualidad. Las agresiones verbales eran como lo son hoy en día y si no veamos que decía por ejemplo Sarmiento –gran pendenciero de su época– de Juan Bautista Alberdi: "Charlatán, mal criado y pillo, saltimbanqui, raquítico y jorobado, conejo, eunuco, zonzo, camorrista insigne y botarate insignificante. Asco me da la baba de su envidia hipócrita y de su ambición rastrera. (Usted y sus amigos son unos) intrigantes y una banda de piratas. Cínico, mentiroso, malvado, traidor, alma torcida y detractor de oficio que escribe sin creer ­palabra de lo que dice..."

De José Mármol escribió en El Nacional del 6 julio de 1857: "El señor senador Mármol es el representante en la legislatura de todo lo que se ignora, y no se toma el trabajo de apren­der nada. Para él es un bagaje inútil el más le­ve conocimiento de lo que se trata". De Pastor Obligado, (Gobernador de la Pcia. de Buenos Aires) afir­mó: "Es un pobre diablo, a quien Vélez SársfieId lleva del cabestro". Ni Fray Mamerto Esquiú se salvo de sus diatribas afirmando que su humildad era falsa, y que fue "un pobre sermón" el que pronunció "el orador oficial de la constitución argentina".

Del gaucho Martín Güemes dijo: "Destruyó todo de­recho para hacer valer el suyo propio". Cuan­do Bernardo de Irigoyen lo llamó "traidor a la patria" por la entrega de la Patagonia a Chile, le respondió que era "un energúmeno".

Para el dictador Rosas y el general Quiroga pidió "maldición eterna"; y a los caudillos Es­tanislao López, Francisco Ramírez y Juan Bautista Bustos los trató como a Artigas y a Ma­nuel Oribe, de quien dijo al conocer su muerte en 1857: "Ya no existe el bárbaro sangriento que regó de sangre los pueblos del Plata. La sangre le gusta y la derrama sin medida. Nunca se vio monstruo semejante a él".

Cuando en 1858 pretendió entrometerse en la dirección de las Escuelas de la Sociedad de Beneficencia, y ante el fracaso de su intento, desahogó su encono diciendo que era imposible toda acción educativa en esa repartición "por el insuperable obstáculo de esas veinte señoras, viejas, ricas e ignorantes".

En 1881, siendo presidente del Consejo Nacional de Educación, también se peleó con todos sus miembros (Alberto Larroque, Carlos Guido y Spano, Miguel Navarro Viola, Adolfo van Gelderen, etc.) en la primera reunión, les dijo la siguiente insolencia: "Tengo el honor de no conocerlos como educacionistas". Luego de advertirles que no hacían falta, pues se bastaba solo, añadió:­ “¿Cómo voy a gobernar el consejo con un burro como Guido y Spano?".     

También cuando en 1884, 110.000 mil señoras soli­citaron al Senado la escuela religiosa para sus hijos, Sarmiento desestimó tal pe­dido diciendo: "No vale un comino la opinión de todas las damas que firmaron la petición al senado. (Y a las 24.000 de la capital) les diré que de lo que menos entienden es de educación escolar. ¡A mí no me vengan con zonceras. Las conozco a todas!" .

De Navarro Viola –publicista de nota y presidente de la cámara de diputados de la nación– dijo que era un "pajarraco, oprobio de la literatura. argentina, estafador, el perro más flaco, pulguiento y sarnoso, basura sucia y hedionda y cloaca de inmundicias"; y a los demás católicos integrantes del Congreso Pedagógico de 1882: José Manuel Estrada, Tristán Achával Rodríguez, Emilio Lamarca, Pedro Goyena, Van Gelderen, y otros, los llamó: "charlatanes adocenados, infatuados, malvados, traidores a la cons­titución y engañados por Satanás".

En homenaje a la brevedad, no es necesario –a mi entender– abundar  en mayores agravios que el “Maestro de América”, disparaba a diestra y siniestra, contra otros personajes de su época, como las pedradas de sus guerrillas juveniles.

También Sr. Guinzburg, medité que habría hecho Sarmiento en el caso del no vidente y el colectivero. No me cabe la menor duda que se hubiera puesto de inmediato del lado del colectivero.

   Si…. Sr Guinzburg, sin dudar, se hubiera puesto del lado del colectivero. A los hechos me remito.

 El 13 de setiembre de 1859 dijo nuestro Prócer en el senado provincial refiriéndose al asilo de men­digos, a la casa-cuna, a los hospitales y al hogar de huérfanos: "Las cámaras no deben votar partidas para caridad pública porque la caridad cristiana no es del dominio del Estado. El Estado no tiene caridad. No tiene alma. Si los po­bres se han de morir que se mueran... El m­endigo es como la hormiga. Recoge los desperdi­cios. De manera que es útil sin necesidad que se le dé dinero. ¿Qué importa que el Estado deje morir al que no puede vivir por causa de sus defectos? Los huérfanos son los últimos seres de la sociedad. No se les debe dar más que de comer".

En su Informe del 10 de abril de 1859, como Director General de Escuelas, y en El Nacional del 11 de junio de ese año escribió: "¿Que servicio prestarán a la patria las huérfanas, hijas de padres viciosos o extraviados? ¿Por qué ha de gastar el Estado su dinero en alimentar a nadie? Son dineros mal empleados los destinados al colegio de huérfanas que, si cerrara, nada perdería en ello el Estado".

  Si Sarmiento hubiera estado en el colectivo de la línea 102, sí –no tengo la menor duda– se hubiera puesto a favor del colectivero y hubiera dicho: “¡Cómo pretende este ciego… (ponga Ud. cualquier epíteto de los que usaba el Maestro) viajar sin pagar!”

Sr. Guinzburg, no se atormente pensando que nuestro país actual no es el que don Domingo soñó. ¿No cree Ud. que estaría más que contento viviendo entre nosotros?, donde la mentira ha pasado a ser la Verdad, donde ya no hay honra, donde la palabra no existe, donde nada se respeta, donde hay muchos que viven a costa del Estado –cómo él vivió en su época–, donde los chanchullos son cosa de todos los días… No se atormente, Sr. Guinzburg. Duerma tranquilo.

Me acuerdo ahora del “Gloria y Olor”, …¿olor?… sí feo olor! ¿sexto sentido de los niños…?. Vaya uno a saber.

¿Cómo nos han mentido…no, Sr. Guinzburg?

                                                                                      Norberto Jorge Chiviló

Jorge Guinzburg contestó

“Estimado Norberto

Gracias

Creo que lo suyo no es una carta, es una lección de historia.

Logró conmoverme en cada párrafo y sentí como un honor inmerecido a mi columna los datos que me aportaba.

Le reitero mi agradecimiento y le envío un gran abrazo.

Jorge Guinzburg”