lunes, 1 de septiembre de 2008

El gaucho según un cónsul francés - El gaucho federal

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 8 - Setiembre 2008 - Pag. 10 

El gaucho federal, óleo de Bernabé Demaría

EL GAUCHO SEGÚN UN CÓNSUL FRANCÉS

En el año 1834, el cónsul francés en Montevideo, Raymonde Baradere, redactó un informe a su gobierno en el cual incluyó la siguiente descripción sobre el gaucho oriental. Adjuntó al mismo dos dibujos, que él mismo hizo, uno de un gaucho antes de montar su caballo y el otro de las piezas que componen el recado. He aquí el relato.

"Se designa generalmente con el nombre de gauchos a esa parte de la población de la campaña que sólo posee como propio su choza o ran­cho, su caballo y su silla o recado. Lo más a menudo no tiene absolutamente nada.

Tal vez sea el gaucho el más independiente, el más libre, y el más feliz de todos los hombres; es de una com­pleta indiferencia por el porvenir, y vive absolutamente al día. Solo trabaja cuando ha agotado todos sus recur­sos para proveer a sus ne­cesidades. Entonces se pre­senta en la primera estan­cia que encuentra en su camino, se instala allí en virtud del derecho ilimitado de la hospitalidad, téngase o no necesidad de sus servi­cios. En tal caso trabaja sin salario, hasta que uno de sus camaradas suficientemen­te provisto de dinero para volver a emprender su vida ociosa le cede su lugar. Des­pués de algunos días de trabajo, hace otro tanto, y va a reunirse con sus camaradas. Su punto de reunión es por lo común una especie de taberna conocida en el país con el nombre de pulpería. Allí establecen su domicilio, pasan el tiempo bebiendo y cantando cielitos, acompa­ñándose con la guitarra, y jugando a las cartas. Cuando han gastado todo su dinero, la compañía se disuelve; y cada uno emprende de nuevo el camino de las estancias. Pero es raro que tal separa­ción se efectúe sin que ten­gan lugar numerosas riñas, peleas a cuchillo y sin que se derrame sangre.

Los gauchos rara vez se casan, lo que no les impide que tengan mujeres. Si tie­nen hijos, es raro que los abandonen. En tal caso cons­truyen una choza o rancho en el primer terreno que en­cuentran, pero lo más cerca posible de una estancia, donde esperan encontrar trabajo. El gaucho así instalado es muy hospitalario. El mejor lugar de su rancho y el mejor trozo de su asado, son siempre para el huésped; él cuida de su caballo y lo ata en el lugar donde el pasto es más abundante. Si se da cuenta que el caballo está cansado, le ofrece gustoso el suyo. Afecta el mayor desinterés y jamás acepta el precio de la hospitalidad que se ha recibido. Pero, repito, por una extrañeza inexplicable, ha sucedido varias veces que ha desvalijado a su huésped, el puñal al cuello, a sólo algunos centenares de pasos de su casa.

El gaucho es muy apegado a sus hijos; él se encarga de su educación, que consiste en montar a caballo, en ­arrojar las boleadoras y matar los animales. La mu­jer estéril está casi segura de ser abandonada.

El gaucho sin dinero ni trabajo se vuelve ladrón. Roba algunas pocas reses, que conduce a gran distancia, y que mata enseguida para vender los cueros a comer­ciantes ambulantes. Él no considera este acto como un robo;  parece que buscara disimular su ociosidad calificándola con la palabra changar. De manera que esta clase de ladrones es designada en el país con el nombre de changadores.­

Cuando el gaucho ha llegado a la edad en que las fuerzas comienzan a faltarle y no puede procurarse más lo ne­cesario, se retira entonces a la cocina de alguna estancia. Se lo considera como el Pe­nate de la cocina; se le cuida como un antiguo servidor, y concluye allí apaciblemente su carrera.

Después de muerto, se le co­loca, sin ceremonia, en una fosa abierta al borde de algún camino Importante, o de algún río. Una simple cruz de madera indica a los transeúntes el lugar en que ya­cen sus despojos.

Los gauchos constituyen una clase completamente aparte dentro de la población orien­tal. Ella es, tal vez, la más numerosa. Suministra obreros a las explotaciones agrícolas de la campaña y soldados al Estado cuando lo exigen las circunstancias. Constituyen, pues, la verdadera fuerza de la República, y puede trans­formarse en un instrumento peligroso para ella cuando se entrega a algún Jefe ambi­cioso.

Como ha podido verse, sus usos y costumbres tienen mucho más del hombre en estado salvaje que del civilizado. Sólo una línea meta­física separa al gaucho actual del indio indígena."

 

EL GAUCHO FEDERAL, según Ventura R. Lynch (1851-­1883)

"EI gaucho federal vestía con muy poca diferencia del gaucho primitivo, con el sombrero de embudo de aque­lla época que había sustituido al anterior y en el que lucía su ancha divisa punzó. El panta­lón había sido reemplazado por el chiripá, siendo los más usados los de paño, lana, lino o algodón. Al cuello usaba un pañuelo punzó. Su facón había crecido un medio palmo, pa­sando a colocarse sobre los ri­ñones en vez del costado izquierdo o delante como lo usa­ban sus antecesores. El tirador sustituía ya al ceñidor. Su música había sido aumentada con huellas, gatos, pericones, triunfos, medias cañas, tristes, estilos, cuecas, imperando en sus letras los gritos de muerte que lanzaban los seides del tirano contra sus enemigos y los elogios al Ilustre Restaurador de las Leyes, como él mismo pomposamente se hacía lla­mar.

La trenza de los primitivos gauchos había desaparecido, usándose el pelo cortado a la altura de la oreja. La barba ya había entrado en moda, deján­dose también crecer el bigote. El color del rostro era acen­tuado, semiachinado, mezcla todavía de la raza blanca y la cobriza, con el labio inferior un poco grueso, como los gau­chos anteriores".