Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 8 - Setiembre 2008 - Pag. 10
El gaucho federal, óleo de Bernabé Demaría |
EL GAUCHO SEGÚN UN CÓNSUL FRANCÉS
En el año
1834, el cónsul francés en Montevideo, Raymonde Baradere, redactó un informe a
su gobierno en el cual incluyó la siguiente descripción sobre el gaucho
oriental. Adjuntó al mismo dos dibujos, que él mismo hizo, uno de un gaucho
antes de montar su caballo y el otro de las piezas que componen el recado. He
aquí el relato.
"Se
designa generalmente con el nombre de gauchos a esa parte de la población de la
campaña que sólo posee como propio su choza o rancho, su caballo y su silla o
recado. Lo más a menudo no tiene absolutamente nada.
Tal vez sea
el gaucho el más independiente, el más libre, y el más feliz de todos los
hombres; es de una completa indiferencia por el porvenir, y vive absolutamente
al día. Solo trabaja cuando ha agotado todos sus recursos para proveer a sus
necesidades. Entonces se presenta en la primera estancia que encuentra en su
camino, se instala allí en virtud del derecho ilimitado de la hospitalidad,
téngase o no necesidad de sus servicios. En tal caso trabaja sin salario,
hasta que uno de sus camaradas suficientemente provisto de dinero para volver
a emprender su vida ociosa le cede su lugar. Después de algunos días de
trabajo, hace otro tanto, y va a reunirse con sus camaradas. Su punto de
reunión es por lo común una especie de taberna conocida en el país con el
nombre de pulpería. Allí establecen su domicilio, pasan el tiempo bebiendo y
cantando cielitos, acompañándose con la guitarra, y jugando a las cartas.
Cuando han gastado todo su dinero, la compañía se disuelve; y cada uno emprende
de nuevo el camino de las estancias. Pero es raro que tal separación se
efectúe sin que tengan lugar numerosas riñas, peleas a cuchillo y sin que se
derrame sangre.
Los gauchos
rara vez se casan, lo que no les impide que tengan mujeres. Si tienen hijos,
es raro que los abandonen. En tal caso construyen una choza o rancho en el
primer terreno que encuentran, pero lo más cerca posible de una estancia,
donde esperan encontrar trabajo. El gaucho así instalado es muy hospitalario.
El mejor lugar de su rancho y el mejor trozo de su asado, son siempre para el
huésped; él cuida de su caballo y lo ata en el lugar donde el pasto es más
abundante. Si se da cuenta que el caballo está cansado, le ofrece gustoso el
suyo. Afecta el mayor desinterés y jamás acepta el precio de la hospitalidad
que se ha recibido. Pero, repito, por una extrañeza inexplicable, ha sucedido
varias veces que ha desvalijado a su huésped, el puñal al cuello, a sólo
algunos centenares de pasos de su casa.
El gaucho
es muy apegado a sus hijos; él se encarga de su educación, que consiste en
montar a caballo, en arrojar las boleadoras y matar los animales. La mujer
estéril está casi segura de ser abandonada.
El gaucho
sin dinero ni trabajo se vuelve ladrón. Roba algunas pocas reses, que conduce a
gran distancia, y que mata enseguida para vender los cueros a comerciantes
ambulantes. Él no considera este acto como un robo; parece que buscara disimular su ociosidad
calificándola con la palabra changar. De manera que esta clase de ladrones es
designada en el país con el nombre de changadores.
Cuando el
gaucho ha llegado a la edad en que las fuerzas comienzan a faltarle y no puede
procurarse más lo necesario, se retira entonces a la cocina de alguna
estancia. Se lo considera como el Penate de la cocina; se le cuida como un
antiguo servidor, y concluye allí apaciblemente su carrera.
Después de
muerto, se le coloca, sin ceremonia, en una fosa abierta al borde de algún
camino Importante, o de algún río. Una simple cruz de madera indica a los
transeúntes el lugar en que yacen sus despojos.
Los gauchos
constituyen una clase completamente aparte dentro de la población oriental.
Ella es, tal vez, la más numerosa. Suministra obreros a las explotaciones
agrícolas de la campaña y soldados al Estado cuando lo exigen las
circunstancias. Constituyen, pues, la verdadera fuerza de la República, y puede
transformarse en un instrumento peligroso para ella cuando se entrega a algún
Jefe ambicioso.
Como ha
podido verse, sus usos y costumbres tienen mucho más del hombre en estado
salvaje que del civilizado. Sólo una línea metafísica separa al gaucho actual
del indio indígena."
EL GAUCHO
FEDERAL, según Ventura R. Lynch (1851-1883)
"EI gaucho federal vestía con muy poca diferencia del gaucho primitivo, con el sombrero de embudo de aquella época que había sustituido al anterior y en el que lucía su ancha divisa punzó. El pantalón había sido reemplazado por el chiripá, siendo los más usados los de paño, lana, lino o algodón. Al cuello usaba un pañuelo punzó. Su facón había crecido un medio palmo, pasando a colocarse sobre los riñones en vez del costado izquierdo o delante como lo usaban sus antecesores. El tirador sustituía ya al ceñidor. Su música había sido aumentada con huellas, gatos, pericones, triunfos, medias cañas, tristes, estilos, cuecas, imperando en sus letras los gritos de muerte que lanzaban los seides del tirano contra sus enemigos y los elogios al Ilustre Restaurador de las Leyes, como él mismo pomposamente se hacía llamar.
La trenza de los primitivos gauchos había desaparecido, usándose el pelo cortado a la altura de la oreja. La barba ya había entrado en moda, dejándose también crecer el bigote. El color del rostro era acentuado, semiachinado, mezcla todavía de la raza blanca y la cobriza, con el labio inferior un poco grueso, como los gauchos anteriores".