viernes, 1 de junio de 2018

Opiniones sobre Rosas - Mariscal Ramón Castilla

   Publicado en el Periódico El Restaurador - Año XII N° 47 - Junio 2018 - Pag. 16 

Opiniones sobre Rosas
El Mariscal Ramón Castilla y Rosas

Ramón Castilla nació en Tarapacá, Virreinato del Perú en 1797 y falleció en el mismo lugar, pero ya República de Perú en 1867.

De joven revistió en el ejército realista, interviniendo en la batalla de Chacabuco, donde fue tomado prisionero, posteriormente regresó al Perú donde fue reincorporado al ejército, pero después de la proclamación de la independencia, se incorporó al ejército patriota, destacándose en la batalla de Ayacucho en 1824 que dio por finalizado el dominio español en América.

Tuvo una ascendente carrera militar y política, ocupando los más altos cargos militares, llegando a ostentar el grado de Gran Mariscal del Perú y por dos veces asumió la presidencia constitucional por los períodos 1845-1851 y 1858-1862 y dos veces también como presidente provisorio en el período 1855-1858 y por unos días en 1863.

Realizó una importante tarea de reorganización del país como así durante su gestión también se tomaron muchas medidas de carácter progresista, entrando su país en una etapa de paz y progreso. Dispuso la manumisión de esclavos, estableció la libertad de imprenta, abolió la pena de muerte, comenzó una reforma educativa, abolió el tributo indígena entre otras muchas medidas.

Durante su mandato también modernizó el ejército, creó una fuerza naval considerable, reformó la administración pública y creó el servicio diplomático, se introdujo el telégrafo, los ferrocarriles, el alumbrado a gas, etc.

El diario El Comercio, así lo evocó: "Redentor del indio, libertador del negro, fundador de la libertad de prensa, demoledor del cadalso político".

En el año 1845/1846 el general venezolano -primer expresidente del Ecuador- Juan José Flores, exiliado en Europa había comenzado el alistamiento de fuerzas militares para realizar una expedición en el litoral del Pacífico en América para imponer a su hijo en el trono del Ecuador. Para ello contó con la ayuda y complicidad de casas reinantes en Europa.

En esas circunstancias el entonces presidente del Perú, Ramón Castilla, le escribió el 11 de noviembre de 1846, una conceptuosa carta a Rosas, solicitándole su ayuda en esa cuestión, en la cual llama al gobernante argentino "…uno de los primeros campeones de la libertad…" para agregar "Ud. que ha dado tantas y tan ilustres pruebas del valor en que lo aprecia, repeliendo con heroico denuedo la intervención extranjera en las cuestiones Americanas, va a encontrar una ocasión mas de inmortalizarse prestando su apoyo a la más noble de las causas. Como amigo y admirador imparcial de la gloriosa reputación que se ha adquirido V., me asiste la confianza ilimitada que le cabrá una gran parte en el triunfo de la lucha que nos amenaza, y que vengaremos derechos de la América…" (Carta obrante en el Archivo General del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la República Argentina. Confederación 1846. Movimiento político exterior colectivo. Varios).

Veinte años después, el 11 de julio de 1866, Castilla, quien había estado exiliado en Inglaterra fue visitado por Rosas y a quién él también visitó en su casa, comprobando las dificultades económicas que el exdictador porteño tenía, le envió una carta al entonces presidente Bartolomé Mitre -en esos momento en campaña por la guerra de la Triple Alianza- solicitándole intercediera para que se le devolvieran los bienes, que le habían sido confiscados: 

"Lanzado de mi patria y llegado a Southampton recibí una visita del general don Juan Manuel de Rosas, y habiendo estado en su casa a corresponderle Su atención, comprendí, sin insinuación ninguna de su parte la estrechez en que vive, y que contrasta con el carácter que ha investido en su país y su alto rango militar. Híceme desde entonces el deber de invocar en su favor las ideas e ilustración del siglo, a cuya altura ha sabido usted colocarse, dando de ello repetidas pruebas en su administración.

Guiado por estas ideas, me atrevo a interesar la grande influencia que le dan su bien merecido puesto y filantrópicos sentimientos para que se devuelva al general Rosas sus bienes confiscados en oposición con los principios que proclama la época…

Estimando esta medida muy digna de la nobleza del carácter argentino, no puedo dudar de que usted tomará la iniciativa para aliviar la suerte de un viejo soldado…" (carta publicada en la Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas N° 23, pág. 441).

Por supuesto, que Mitre nada hizo para complacer al expresidente peruano y menos aún para que se le devolvieran a Rosas, sus bienes ilegítimamente confiscados.

Carta de lectores

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año XII N° 47 - Junio 2018 - Pag. 15  

…estoy leyendo como nunca estos periódicos, me parecen muy hermanados con la verdadera historia.... Mi respetuosísimo saludo al Sr. NORBERTO CHIVILÓ

Federico Mayorga Zaragoza, Ex - Director General de la UNESCO

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Muchas gracias!!!!!!!, siempre tan interesante lo publicado en el periódico.

Yayi Sáez

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Buenísima la revista como siempre!!! …es una revista muy completa, interesante y útil como material de consulta…

Instituto Juan Manuel de Rosas de Mercedes

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Gracias Amigo!!! Éxito!!! Te lo mereces por el trabajo y la constancia.

Roberto Valdi

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Estimado Norberto Chiviló ¡qué número importante por sus medulosos artículos!

Lo felicito con verdadero afecto y admiración.

Bernardo Lozier Almazán, Historiador

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Estimado Sr. Chiviló, por la presente quisiera enviarle a través de este correo mis felicitaciones por el periódico EL RESTAURADOR que ha llegado a mis manos a través del "Instituto Nacional de Investigaciones Históricas J.M.de Rosas", en especial por su artículo "Las Relaciones Franco-Argentinas. A los 180 años del Inicio del Primer Bloqueo Francés" de Marzo del presente año Nro.46.

En efecto, me ha sorprendido gratamente, no solo el contenido del artículo, sino lo diáfano del lenguaje y la concatenación de hechos históricos que se relatan, en una forma sucinta pero en forma gráfica y clara en su desarrollo que es fácilmente entendible para cualquier lego que lo lea y que -a no dudarlo- sería muy conveniente que dicho trabajo pudiese tomarse como material docente en las escuelas sobre el tema para que los estudiantes de historia tomasen al mismo como texto de estudio, ya que explica claramente un período de la historia nuestra y europea para entender como se desarrollaron las relaciones entre las Provincias Unidas y los demás países de América y Europa y las causas de la desmembración de nuestro territorio. 

Si bien muchos autores han tratado temas como el artículo trata, lo han hecho en forma fragmentada por diversos períodos en forma independiente. Es la primera vez que he encontrado desarrollado en un solo trabajo toda nuestra relación con los franceses a lo largo del tiempo, y las consecuencias que de ello se derivaron…

Gonzalo V. Montoro Gil, abogado 

Guerra de Malvinas - Reportaje a Esteban Tries

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año XII N° 47 - Junio 2018 - Pags. 12 a 15 

Reportaje a Esteban J. Tries, veterano de la guerra de Malvinas


El día 9 de abril ppdo. me reuní con el soldado (VGM) Esteban Juan Tries, para que me contara en el siguiente reportaje, sobre su experiencia vivida  hace ya 36 años atrás durante la Guerra de la islas Malvinas.

Norberto Jorge Chiviló - Director

Esteban Tries

El Restaurador (ER): ¿Cuándo hizo su servicio militar?.

Esteban Juan Tries (T): Pocos meses después de haber terminado la secundaria en el Instituto Hölters y recibirme de Técnico electrónico, en marzo de 1981 me incorporaron para cumplir con el servicio militar en el Regimiento de Infantería Mecanizado N° 3, Compañía A “Tacuarí”, que estaba ubicado en La Tablada, Ptdo. de Matanza, y me dieron la baja en noviembre.  

ER: ¿Ese fue el regimiento que en el año 1989 fue atacado por elementos subversivos?.

T: Sí.

ER: Volviendo al tema que nos ocupa. Después de la recuperación de las Islas Malvinas el 2 de abril de 1982, ¿cuando fue convocado para integrarse al Regimiento?

T: Cuando me dieron de baja en el servicio militar, comencé a trabajar en una empresa de venta de artículos de decoración de interiores y en enero y febrero de 1982 hice el curso de ingreso en la Universidad Tecnológica Nacional. Pocos días después de la recuperación de las islas,  el día 8 de abril vino un soldado a mi domicilio en Villa Ballester, trayendo la convocatoria para reincorporarme al Regimiento al día siguiente en horas de la noche. Me comuniqué con otros compañeros con los cuales había hecho el servicio militar y convinimos que todo el grupo nos presentaríamos a la hora que nos habían indicado. A medida que fuimos llegando con los otros excompañeros del Regimiento, fuimos reemplazando a los soldados que se habían incorporado hacía poco tiempo y no tenían la instrucción completa. Nos dieron uniforme y equipo y el día 10 partimos en columna en camiones y micros hacia el aeropuerto militar de El Palomar, que está en el Ptdo. de Tres de Febrero.

Allí abordamos un avión Boeing 737 de Aerolíneas Argentinas, al cual le habían sacado los asientos para que tuviera más capacidad. 

ER: ¿Como fue la llegada a las islas?

T: Llegamos a las islas, al aeropuerto de Puerto Argentino a las 9 de la mañana del domingo de Pascua, con una gran expectativa y emoción por el momento histórico que nos tocaba vivir y por pisar tierra malvinera.

ER: Después de desembarcados del avión, ¿a dónde se dirigieron?.

T: Una vez que bajamos del avión, cargamos armas, bolsones y municiones y caminamos los 8 kilómetros que separaban al aeropuerto de la ciudad. Desde ahí nos trasladamos a un punto donde nos dijeron que iban a ser nuestras posiciones, donde cavamos pozos de zorro.

ER. ¿Qué son los pozos de zorro?.

T: Es un pozo de un metro por dos y uno cincuenta de profundidad aproximada, ya que la profundidad depende de la estatura del soldado. Ese pozo es para dos soldados, que les permite guarecerse del fuego enemigo.

ER: ¿Qué pasó después?

T: Al día siguiente nos hicieron correr hacia otra posición a dos mil metros, donde debimos cavar un nuevo pozo. Allí estuvimos hasta el 25 de abril, donde nos volvieron a reubicar hacia la base de Sapper Hill (Cerro Zapador) que es un monte de ciento cincuenta metros de altura aproximadamente que termina al sur de Puerto Argentino. Ahí nos quedamos hasta casi la finalización de la guerra.

ER: ¿Cómo fue el transcurrir de los días hasta que entraron en combate?

T: El grupo al cual yo pertenecía era de 14 soldados y estábamos al mando del sargento Manuel Ángel Villegas que tenía 23 años, unos pocos más que nosotros. Él ya estaba casado y tenía familia; vivía en González Catán. Era una persona ruda pero a la vez buenazo. Era un verdadero líder que había establecido con sus subordinados una relación de respeto y afecto. Permanentemente realizábamos adiestramiento, manteníamos el armamento siempre en condiciones, cuidábamos el pozo para que estuviera limpio, nos ocupábamos también de nuestras vestimentas y cuidábamos nuestra higiene personal. Por el tipo del suelo de Malvinas, de turba, los pozos de zorro se inundaban y con los cascos sacábamos el agua y con algunas maderas tratamos de hacer una plataforma que nos aislara de ese suelo casi siempre inundado. 

Nos dimos cuenta de la importancia de tener entre nosotros una buena convivencia, de mantener limpio el armamento, de hacer bien las guardias. Sentíamos la presencia de Dios. Reinaba una verdadera camaradería. El sargento, a pesar de ser una persona muy joven, supo contenernos y conducirnos, darnos aliento y ánimo para no desfallecer, abrazarnos y mirarnos a los ojos en los momentos difíciles. 

El momento emotivo era cuando recibíamos cartas de nuestras familias y novias o de las que nos enviaba el pueblo. Hablábamos mucho sobre la vida de cada uno de nosotros, de nuestras novias, nos acordábamos de las comidas que comíamos en nuestras casas, rezábamos. La sección de la cual formábamos parte compuesta de más o menos cuarenta soldados, de diversas religiones, coordinados por el teniente primero Víctor Hugo Rodríguez, todas los días por la tarde nos reuníamos para rezar juntos un Rosario, Ave María, Padrenuestro, al cual concurrían también los camaradas de otras religiones, cada uno orando según sus creencias; la concurrencia era voluntaria, pero normalmente nadie faltaba, esa comunión espiritual nos unía y nos daba más fuerzas.

Teníamos el convencimiento que no entraríamos en combate pues creíamos que todo se arreglaría diplomáticamente, pero llegó el primero de mayo y los ingleses bombardearon el aeropuerto desde el aire y desde el mar y nos dimos cuenta que la guerra había llegado. La tierra temblaba con las explosiones, nuestra fuerza aérea también hacía esfuerzos denodados para defendernos de los ataques enemigos. Quiero aclarar que no obstante que la pista del aeropuerto era el blanco obligado de las bombas enemigas, nunca fue gravemente dañada y menos aún destruida; siempre estuvo operativa.

ER. ¿En algún momento tenían momentos de distracción para jugar al fútbol por ejemplo?

T. En realidad no nos podíamos mover mucho de nuestro lugar de asentamiento ya que si bien caminábamos, no nos podíamos alejar mucho, ya que existían campos minados.

ER. ¿Cómo pasaban las noches?

T. Después del 1° de mayo, todas las noches éramos bombardeados desde el mar por tres o cuatro barcos, durante tres o cuatro horas. Veíamos los resplandores en el horizonte producidos por los disparos de la artillería naval. Era un hostigamiento permanente. Tiraban a distintas zonas de la isla. Al principio eso no nos dejaba dormir, pero después uno se acostumbra y con el cansancio se puede conciliar el sueño. También “jugábamos” a saber dónde explotarían aquellos proyectiles, según si sentíamos sobre nuestras cabezas el silbido que el paso de los mismos producía; cuando no sentíamos el silbido era porque explotarían cerca de donde estábamos y entonces nos acurrucábamos más en nuestros pozos de zorro.

ER. Alguna vez escuché que Ud. se refirió en muy buenos términos al accionar de nuestra Fuerza Aérea.

T. Sí, nuestros pilotos atacaban las veces que podían y nos defendían permanentemente. Cuando en alguna oportunidad me encontré con alguno de ellos y le agradecí lo que hicieron por nosotros, me contestaron que no tenía que agradecerles nada, pues abajo en tierra nosotros también estábamos combatiendo. Nosotros en tierra, ellos en el cielo. Recuerdo también el resplandor que alguna noche vimos en el horizonte, de alguna nave británica ardiendo, que había sido bombardeada por nuestros aviadores.

ER. ¿Cuál era el ánimo en general de todos ustedes?.

T. En general nuestro ánimo era bueno, hasta el día 10 de junio teníamos la sensación de que la guerra se podría ganar.

ER. ¿Cómo fueron los últimos días del conflicto?

T. El día 13 de junio dejamos nuestras posiciones en Sapper Hill para dirigirnos al Monte Tumbledown  (Monte Destartalado)

Soldados que venían retrocediendo, nos decían que íbamos al infierno.

Para reforzarnos moralmente, el teniente primero Rodríguez nos hizo formar y cantar la Marcha de San Lorenzo, lo que hicimos con gran fervor, mientras marchábamos en columna a ocupar nuestras nuevas posiciones, cantar esa Marcha tan linda y emotiva, con toda la voz que teníamos, nos motivó y nos levantó el ánimo. 

Cuando llegamos a nuestro destino, las características del terreno nos impidieron cavar los pozos de zorro y por eso armamos nuestras posiciones defensivas con piedras lo más pesadas posibles. Los ingleses estaban en Monte Longdon, ubicado a mil quinientos o dos mil metros de donde nos habíamos establecidos nosotros, ellos habían desalojado a nuestras fuerzas el día anterior después de una cruenta batalla. Puerto Argentino estaba a seis kilómetros. Cuando llegamos a lo que serían nuestras posiciones era de día, la artillería tanto argentina como británica tiraban con todo. La artillería británica era terrestre y naval y también había una gran actividad de la aviación inglesa de los Sea Harrier. La tierra temblaba ante nuestros pies, producto de las explosiones.

Ese día tuvimos el primer héroe que cayó en combate, ya que el soldado Julio Segura que era de Moreno fue mortalmente herido por la esquirla de una bomba, ello ocurrió cuando salió de su posición para ocupar una nueva. Por la noche, veíamos que desde las posiciones ocupadas por nuestros enemigos, nos tiraban con todo, parecían fuegos artificiales, que venían hacia nosotros que éramos más o menos 130 hombres, toda la Compañía A.

A la noche nos ordenaron bajar de nuestras posiciones para ir a apoyar al Regimiento de Infantería N° 7 de La Plata que estaba destacado en el Monte Wireless Ridge y que desde hacía más o menos 20 horas estaban enfrentando el ataque británico y ya no podían resistir más. Cuando llegamos arriba, ellos ya no estaban porque se habían replegado. Se veían movimientos de tropas y por no saber si eran camaradas o enemigos no disparamos nuestras armas.

Comenzaron a atacarnos los del Regimiento de Paracaidistas 2, que estaban a treinta o cuarenta metros de nosotros. Una bala hirió en el brazo izquierdo al soldado Mario Russo, yo le hice un torniquete y le dije que después lo sacaríamos del lugar, me arrastré a mi posición y cuando le comuniqué al Sargento de la herida de Russo, me dijo que él también había sido herido en la panza y me ordenó que dispare con mi FAL (1) hacia el lugar de donde provenían los disparos enemigos. Cuando estaba por cumplir la orden, compruebo que él se encontraba en la línea de fuego y le pedí que se corriera, pero me contestó que por la herida que tenía no podía correrse y que disparara igual que él ya estaba acabado, le dije que no iba a hacerlo, en ese momento estiró su mano para alcanzar un fusil, pero un francotirador británico lo hirió en la muñeca para sacarlo fuera de combate. Cuando le grité que lo íbamos a buscar, me dijo que no, que estábamos rodeados y que disparara, orden que no cumplí, porque eso significaba matarlo a él. En esos momentos caían sobre nosotros como unas bolitas o pelotitas de fuego por las bombas tipo Beluga, prohibidas por la Convención de Ginebra, que nos tiraban los ingleses. Con un compañero, el soldado José Luis Cerezuela, que era de la clase ’63, de los nuevos, dejamos el fusil y levantamos las manos, para que nos vieran los ingleses e interpretaran que queríamos rescatar a un camarada, no nos dispararon y así fuimos a donde estaba nuestro Sargento malherido, le salía mucha sangre de la herida, me pidió tomar agua. En esos momentos hacía mucho frío y le puse un poco de nieve en los labios y la boca, el día anterior había nevado. En esos minutos que parecieron eternos, él recordó a su esposa y a su hija Silvana. Su sueño era volver a estrechar en un abrazo a su hija y como veía que eso iba a ser imposible, porque se veía ya morir, se puso a llorar y a pedirme que lo matara por los fuertes dolores que sufría. Le dije que de ninguna manera haría lo que él me pedía y le dije que todavía nos debíamos comer un asado juntos. “De qué asado me hablás que estoy liquidado”, me contestó. Rezamos juntos un Padrenuestro, él pedía que lo dejáramos, que sentía mucho dolor, que le pagáramos un tiro, que no iba a aguantar el traslado, pero con Cerezuela, lo cargamos los 8 kilómetros que nos separaban de Puerto Argentino y cuando llegamos lo dejamos en el Hospital Militar, donde los médicos, por suerte, lograron salvarle la vida.

ER. Prácticamente con lo que me comentó con este episodio, para Uds. la guerra se terminó porque el 14 las fuerzas argentinas se rindieron. ¿Qué pasó con posterioridad, como fueron trasladados al territorio, como vivieron la finalización de la guerra?.

T. Terminada la batalla, nos tomaron prisioneros y durante tres días no supimos que iba a ser de nosotros. Teníamos incertidumbre, temores, miedo. Después nos subieron al SS Canberra y nos trasladaron a Puerto Madryn. El Canberra era un transatlántico británico que fue utilizado en el conflicto para el transporte de tropas, trajo aproximadamente cinco mil combatientes ingleses.

ER. ¿Cómo fue el regreso a casa?.

T. Llegados a Puerto Madryn, fuimos cargados en camiones, nos trasladaron al Aeropuerto Aeronaval de Trelew y desde allí en avión fuimos a parar a El Palomar, donde llegamos de noche. Ahí tuve un primer contacto con mi mamá, con la cual solo pudimos tocarnos los dedos de las manos y decirnos unas pocas palabras. Del aeropuerto nos trasladaron a Campo de Mayo, y después de dos o tres días nos remitieron al cuartel de nuestro Regimiento de La Tablada. En agosto me dieron de baja.

ER. ¿Cómo fue la reinserción en la vida civil?

T. Fue un poco difícil, pues hubo bastante incomprensión de los altos mandos militares, ya que nos prohibieron no solo hablar del tema, sino de participar de todo acto que se pudiera hacer de recibimiento o reconocimiento hacia nuestras personas. También sentimos un rechazo de gran parte de la población, que creyeron que veníamos locos por la guerra, éramos para ellos “los loquitos de la guerra”. Muchos de nuestros compañeros no obtenían trabajo o mejor dicho eran rechazados porque eran excombatientes. La desmalvinización que comenzó con el gobierno militar, lamentablemente continuó y se incrementó durante el gobierno constitucional del Dr. Raúl Alfonsín. Pero con el tiempo todo eso, gracias a Dios, se fue revirtiendo.

ER. ¿Qué opina cuando refiriéndose a ustedes, los llaman los “chicos” de la guerra?.

T. En realidad ya éramos hombres y no chicos cuando partimos para Malvinas y si bien hubo de todo, en lo que a mi grupo respecta, creo que nos comportamos como hombres y no como “chicos”, con las flaquezas, caídas de ánimo, que Ud. se imaginará, pero también con nuestros veinte años nos considerábamos sino invencibles, sí con una fuerza bárbara. En la guerra hubo de todos los comportamientos, ya que somos humanos y ante el peligro y la posibilidad de perder la vida, las reacciones pudieron ser diversas. Actos de heroísmo hubo entre la tropa, suboficiales y oficiales y actos indecorosos, lo mismo. Cada uno de nosotros puso lo mejor de sí para lograr el objetivo de que las islas se reincorporaran al patrimonio nacional.

ER. ¿Cómo es actualmente su actividad con respecto al tema Malvinas?

Guerra de Malvinas
T. Después de muchos años de no querer hablar del tema, lo que nos pasó a muchos veteranos, en un momento decidimos dar a conocer nuestra experiencia y contar lo sucedido en las islas para que nuestros compatriotas supieran la verdad de los hechos, ya que muchas veces estos fueron tergiversados. Actualmente soy docente en el Instituto de Seguridad Pública donde se forma la Policía de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y también participo de un programa de Salud para veteranos de la Guerra de Malvinas que depende del Ministerio de Salud también de la misma Ciudad, mi tarea es dar charlas y conferencias. También con otros camaradas nos dedicamos a ir a los Colegios para que los chicos y los jóvenes conozcan y se interesen sobre aquella guerra y los derechos que le asisten a nuestro país sobre aquél territorio. Las charlas las programamos para durar determinada cantidad de minutos, pero muchísimas veces se extienden mucho más por el interés que demuestran los alumnos en conocer más en el tema y por las preguntas que nos hacen. También damos charlas en otros ámbitos, allí donde nos inviten o convoquen, estamos.

ER. ¿Me podría dar algún número de teléfono, al cual pueden contactarse aquellos que quieran invitarlos a dar una charla?

T. Sí, como no. Pueden llamar al 011-5719-3187.          .

ER. Algo que quedó en el tintero: ¿Cuántos asados comieron con el Sargento?

T: …Bueno, nos comimos un montón de asados, pero fue uno en particular que nos marcó y dijimos, “este es el asado que nos debíamos”, es uno que preparamos hace cinco años atrás en una parrillita chica e improvisada, a orillas del río Mendoza, un lugar muy lindo, utilizando para el fueguito, la leña que pudimos encontrar en el lugar. Comimos un buen pedazo de carne y tomamos un rico Malbec mendocino y con eso dijimos “saldada la deuda”. Con el Sargento, que es mi hermano del alma, un verdadero hermano de la vida, la hermandad que da el campo de batalla, ahora estamos juntos y vamos a Instituciones y Colegios a transmitir valores. 

ER. Tries, ha sido un gusto muy grande para mí estar frente a Ud. para hacerle este reportaje y escuchar todas estas cosas tan interesantes que ha contado, pero no quiero dejar pasar esta oportunidad para darle las GRACIAS, con mayúscula, por haber estado allí, en esas Islas tan queridas por todos los argentinos, poniendo en peligro su vida y combatiendo por la Patria y por todos nosotros. Uds. combatieron con honor y poniendo todo lo que hay que poner en tales circunstancias y merecen el reconocimiento de todo argentino bien nacido. No tienen que tener remordimiento alguno, ya que pueden marchar con la frente bien alta, nadie puede reprocharles nada. Nuestras fuerzas armadas fueron derrotadas por una potencia de primer orden, con la ayuda también por la mayor potencia del mundo, lo cual entraba en la lógica pero que las autoridades militares de aquél momento no supieron o no quisieron ver o simplemente lo minimizaron. Valga mi eterno reconocimiento, para todos aquellos que dieron su vida en ese conflicto y quienes como Ud. combatieron con honor e hidalguía. En la vida de una Patria hay victorias y derrotas. Derrotas como la de Malvinas, nos duelen pero son honrosas y me remito al reconocimiento realizado en ese aspecto por muchos de nuestros enemigos. 

T. Si me permite, voy a nombrar a los nueve vecinos del Ptdo. de Gral. San Martín, soldados y marineros conscriptos que descansan en el mar austral y en suelo malvinero: Roberto Báez, Alberto Fernando Cháves, Andrés Aníbal Folch, José Antonio Gaona, Sergio Giusepetti, Oscar José Mesler. Néstor Osvaldo Morando, Julián Héctor Ocampo y Guillermo Omar Teves.

ER. De nuevo muchas gracias y como una vez leí, que decía más o menos lo siguiente: “En la defensa de la soberanía no hay batalla perdida”.

(1) Fusil automático ligero, de calibre 7,62 mm, de origen belga, pero también fabricado en nuestro país por Fabricaciones Militares. 

Litografías de Bacle - Carreta de desembarque

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año XII N° 47 - Junio 2018 - Pags. 10 y 11 

Litografías de Bacle – Carreta de desembarque

Por Norberto Jorge Chiviló

 

Litografías de Bacle

La litografía “Carreta de desembarque”, es la N° 1 del Cuaderno 4, de “Trages y costumbres de la Provincia de Buenos Aires”. 

Desde la fundación del “Puerto de Nuestra Señora Santa María del Buen Aire” por Pedro de Mendoza en 1536 hasta el año 1889 en que se inauguró la primera dársena de Puerto Madero (dándose finalización a toda la obra el 31 de marzo de 1898) la ciudad careció de un muelle que permitiera hablar de un verdadero puerto que posibilitara el desembarco cómodo de mercaderías y de viajeros que arribaban por agua a Buenos Aires.

Hasta entonces, la playa extendida, la poca profundidad del río frente a la ciudad y los bancos de arena, impedían que los navíos pudieran acercarse a la costa para descargar mercaderías y pasajeros. Si bien ello era un inconveniente, también tenía sus beneficios pues ponía a salvo a la ciudad de ataques de piratas o fuerzas enemigas, que pudieren atacar por el río. Podemos recordar que durante la Reconquista de Buenos Aires en 1806, el navío inglés HMS Justine,  quedó varado por la bajante del río, en el lugar aproximado que en la actualidad ocupa la plaza Fuerza Aérea Argentina en Retiro y que en aquél entonces era río, y fue atacado por fuerzas de caballería al mando de Martín Miguel de Güemes, quienes pudieran abordarlo y apresar a su tripulación (ver ER N° 3 y 40)

Por todos esos inconvenientes, los navíos que arribaban de ultramar debían echar anclas lejos de la costa –en balizas exteriores- y el desembarco de mercaderías y pasajeros, debía realizarse en dos o tres etapas, en la dos primeras se hacía el trasbordo a barcas balleneras, que tenían fondo plano y una pequeña vela o chalupas o barcos de alije y por último, se volvía a trasbordar todo a carros, con altas ruedas, piso de tablas y el costado con barandas de caña, tirados por uno o dos caballos de gran porte y mucha fuerza. Cuando los equinos no hacían pie en el fondo del río, debían nadar arrastrando ese carro. Estas carretas no eran muy seguras y muchas veces los pasajeros sufrían mojaduras y contratiempos de todo tipo. Este medio primitivo e incómodo de desembarco hacía más fatigosas todas las tareas de trasbordo y traslado y por ello se encarecía el valor de las mercaderías y en realidad lo convertían en más costosos que la travesía del mar, además del mayor costo de los contratos de seguros, por los averías que podían sufrir las mercancías o su pérdida, como consecuencia del azar de los vientos, las encrespadas olas del río y las inclemencias del tiempo sobre todo en invierno, lo que convertía al desembarco en un gran problema.

De acuerdo al calado de los barcos que llegaban, por ejemplo uno de 16 pies debía anclar prácticamente a 5.000 metros de la costa, debiendo permanecer allí durante varios días para descargar y cargar mercaderías, meciéndose muchas veces en la superficie del río por los fuertes vientos y azotados por implacables olas, produciendo inconvenientes y malestares en las tripulaciones y ocasionando no pocos naufragios. Por ello el puerto de Buenos Aires era llamado por los marinos “infierno de los navegantes”.

En 1824, encontrándose al frente de la gobernación de la provincia el general  Martín Rodríguez, siendo Ministro de Gobierno, Bernardino Rivadavia, se gestionó un préstamo por un millón de libras esterlinas a la banca inglesa Baring Brothers con la finalidad de construir un puerto, dar aguas corrientes a la ciudad y promover la fundación de pueblos. Nada de eso se hizo y el país quedó endeudado hasta principios del siguiente siglo… y sin puerto.

En el año 1855 se realizaron obras que ayudaron a mejorar las cosas, con la construcción de la Aduana Nueva o Aduana Taylor edificada en hemiciclo aprovechando el foso del Fuerte y separada de la Casa de Gobierno por una calle, este nuevo edificio servía para el depósito y almacenaje de mercaderías. A su frente se construyó un muelle de madera dura que se adentraba en el río más o menos 300 metros. La Aduana Taylor fue demolida veinticinco años más tarde a raíz de la construcción de Puerto Madero. (1)

Muchos viajeros y de distintas nacionalidades, hicieron mención en sus relatos y memorias de ese primitivo medio de desembarco todo lo cual les llamó la atención, refiriéndose algunos de ellos con miedo, otros con asombro, y no pocos considerando el lado cómico, según como les fue su experiencia personal en ese traslado, que en más de una oportunidad se convirtió en una verdadera odisea. 

Cuando los hermanos Robertson arribaron en 1810 relataron en una carta: "Nada sorprende más al llegar por primera vez a Buenos Aires que los carros y los carreteros de la ciudad. Los primeros son vehículos de anchos ejes de madera y ruedas enormes, tan altas que solamente los rayos tienen unos ocho pies y se elevan muy por encima de los caballos y del conductor. Este último va montado sobre uno de los animales. Cuatro tablas anchas de madera clavadas entre sí forman un paralelogramo sobre el eje y a este paralelogramo se agregan cañas de bambú horizontales en el fondo y verticales a los lados, todo lo cual viene a constituir lo que se llama el carro”.

“El piso del vehículo tiene naturalmente aberturas muy perceptibles y el agua puede subir por ellas con toda facilidad. Las cañas verticales de los lados están a considerable distancia una de otra y sirven para sujetar los cueros que se ponen allí como para proveer de agarraderas al pasajero. La primera impresión que producen estos incómodos y rústicos carros, la experimentamos al desembarcar en la ciudad. Salen arrastrados por los caballos, como casillas de baño, una docena de estos carros, en dirección al hotel… Así salen con su carga en el vehículo que va dando tumbos sobre las toscas hasta que de pronto se hunde en un pozo bastante profundo, circunstancia ésta en que podéis estar seguros de salir empapados, porque a pesar de todos vuestros esfuerzos para evitarlo, el agua del río sube e través del piso de cañas y por lo menos el calzado, calcetines y pantalones se mojan inevitablemente”.

“Y por temor a un vuelco del carro acaba uno por olvidar cuanta precaución pueda tomarse para salvar la vestimenta. Al llegar a la orilla, siéntese deseos de formular una oración de gracias. Y, con todo, es maravillosa la destreza que los carreros exhiben al manejar los carros. Los caballos están atados de la cincha a una lanza corta por una correa de cuero trenzado y solamente con este rudo y sencillo aparejo los carreros de Buenos Aires hacen prodigios en el sentido de ir para un lado y otro, retroceder cuando quieren colocarse en un espacio reducido y avanzar en un camino -como lo hacen en la Aduana- entre una doble o triple fila de competidores".

Otro viajero, el inglés Williams Hadfield, que arribó al país en 1852, relató: "En varios aspectos, la apariencia de la ciudad no es muy halagüeña. Después de esperar durante dos horas al oficial, pudimos al fin desembarcar, y ¡que desembarco!, peor, seguramente, que el que encontraron los españoles en su primera visita, porque desde entonces, montones de barro petrificado se han ido acumulando en la orilla, formando verdaderas rocas, y los botes están obligados prácticamente a buscar a ciegas el camino, llegando tan cerca cómo es posible de la tierra. Más el procedimiento común para el desembarco de los viajeros es el ser llevados fuera del barco en una gran carreta abierta tirada por dos caballos, frecuentemente con el peligroso riesgo de caer al agua y verse empapados”. 

"Nada más calamitoso que ese desembarco, en una de las más hermosas ciudades de América, que no posee un solo desembarco, Muelle o Dique, aunque sí, un paseo muy hermoso situado en la margen del río y que sirve de solaz, siendo sin embargo muy poco frecuentado" (2).

"La vista del Puerto de Buenos Aires desde las azoteas de las casas es muy pintoresca. Se divisan barcos, tan lejos como alcanza el ojo humano. A la izquierda, hacia Palermo, se levantan numerosas residencias de muy hermoso aspecto; a la derecha, está el antiguo fuerte, luego la Aduana, depósitos de almacenes de diferentes clases; más allá lo que se llama la Boca, entrada de un pequeño río donde gran cantidad de barquichuelos cargan y descargan en perfecta seguridad. Pero algunas veces se dificulta esta operación por la acumulación de arena en la boca del río. Mirando más lejos aún, pueden divisarse cantidades de carretas yendo o viniendo a las pequeñas embarcaciones ancladas, siendo ésta la única manera de que pueda descargarse o cargarse las mercaderías, expuestas desde luego a mojaduras, ya que los caballos marchan casi siempre con el agua hasta el pecho, y las mismas carretas a veces se hunden en el fango. Es asombroso como puede llevarse a cabo cualquier clase de comercio con tanta desventaja".

Existen muchos otros relatos, pero por falta de espacio se escogieron estos dos.


Carreta de desembarque
El desembarco en Buenos Aires. Grabado de Emeric Essex Vidal

También debemos decir que muchos pintores y dibujantes de la época reflejaron en numerosas obras este primitivo medio de desembarco y además de esta litografía de Bacle, podemos mencionar a Emeric Essex Vidal, León Palliere, Julio Arienta, Gregorio Ibarra, Maurigio Rugendas, entre otros.


Notas:

(1) Sobre los restos de las galerías de la Aduana Taylor y del antiguo Fuerte, se instaló el Museo Casa Rosada algunos años atrás.

(2) Se refiere al Paseo de la Alameda o Paseo de Julio, remodelado por el Ing. Felipe Senillosa en 1846, por encargo del gobierno de Rosas.

Pedro Subercaseaux

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año XII N° 47 - Junio 2018 - Pag. 9 

 

Pedro Subercaseaux
Pedro Subercaseaux                 

Pedro León Maximiliano María Subercaseaux Errázuriz, nació en Roma a fines de 1880, de padres chilenos.

Influenciado por su progenitor, que además de embajador, era pintor, realizó estudios de arte en la Academia Superior de Arte de Berlín, después en la Escuela Libre en Roma y más tarde en la Académie Julian de París.

En 1907 se casó, compartiendo con su esposa el gusto por las artes y la religión. Ambos con gran vocación religiosa, años después solicitaron al Papa la autorización para que pudieran separarse y cada uno pudiera dedicar su vida a Dios. Otorgada la autorización, en 1920, Pedro lo hizo como monje benedictino en Inglaterra y su exesposa se recluyó en un convento en Toledo.

En 1938 fue enviado de regreso a Chile para fundar un monasterio benedictino en la ciudad Capital.

Falleció en Santiago de Chile el 3 de enero de 1956.

Fue un prolífico artista reconocido internacionalmente por la calidad de sus obras, llenas de detalles, que denotan un estudio previo de la escena y los personajes que intervienen en ella. Esas pinturas por lo general de carácter religiosas o históricas atrapan la atención de quien las observa, no pudiendo evitarse que se las admire y se las disfrute desde todo punto de vista, ya sea por su alto contenido artístico, como desde el punto de vista histórico, por la fidelidad guardada en el dibujo de vestimentas, uniformes, armas y situaciones de guerra.

Si bien la mayoría de su producción artística corresponden a la historia chilena, hay muchas que reflejan hechos importantes de nuestra historia nacional como el óleo del Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810 en Buenos Aires; Entonación del Himno Nacional Argentino en casa de Mariquita Thompson; Retrato del Doctor Mariano Moreno; Batalla de Chacabuco; Abrazo de Maipú; varias sobre la batalla de Maipú, entre otras. 

Además de pintor, fue caricaturista, dibujante en diarios y revistas y muralista.  

A 200 años de la batalla de Maipú

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año XII N° 47 - Junio 2018 - Pags. 1 a 8 

A 200 años de la batalla de Maipú

“Esta batalla decidirá el destino de toda América”. José de San Martín

Por Norberto Jorge Chiviló

Daniel Hernández Morillo
General José de San Martín y Matorras
Óleo del pintor peruano Daniel Hernández Morillo 

Antecedentes

Después del exitoso cruce de los Andes por el ejército comandado por José de San Martín entre el 17 de enero y el 4 de febrero de 1817 y la victoria conseguida en Chacabuco, ocho días más tarde (temas tratados en ER N° 42), el día 14 de febrero por la noche, San Martín entraba triunfante en Santiago, Capital del Reino de Chile en medio de la alegría general de la población.

El Cabildo Abierto que se reunió el día después, quiso designarlo Director Supremo del Estado con amplias facultades, cargo que él no aceptó, pues entendió que debía ser un nativo del país el que lo asumiera, pidiendo se lo nombrara a Bernardo O’Higgins, lo que así se hizo.

Batalla de Maipú
Batalla de Maipú

Operaciones militares en el sur de Chile

No obstante las victorias obtenidas por el Ejército de los Andes en el centro de Chile, el sur era una zona donde su población era francamente realista y allí quedaron varias fuerzas leales a la Corona española, que era preciso desalojar para tomar el control total del territorio trasandino para asegurar su independencia.

Después de la victoria en Chacabuco y antes de partir para Buenos Aires -lo que hizo el 11 de marzo-, San Martín preparó y organizó una división que puso al mando del coronel Juan Gregorio de Las Heras, para marchar rápidamente hacia allí y ocupar Talcahuano que estaba en manos realistas, la campaña no iba a ser fácil ni sencilla, como veremos a continuación.

Por el lado realista el general José Ordóñez, quien había sido enviado al Reino de Chile en 1815, para desempeñarse como gobernador intendente de Concepción (1), estaba al mando de todas las tropas que se encontraban en aquella región. Éste era un militar muy experimentado -había combatido en España contra las tropas napoleónicas-, de acreditado valor, audaz, estimado por sus hombres, quien  realizó una notable tarea de reorganización de sus fuerzas, la que incrementó después de enterarse de la derrota que habían sufrido las tropas del rey en la batalla de Chacabuco.

Se impuso la tarea de formar un ejército capaz de enfrentarse con éxito a las tropas independentistas que marchaban desde el norte a su encuentro. Reclutó a todo hombre capaz de llevar un fusil, incorporó a quienes venían derrotados en Chacabuco y se atrincheró en Talcahuano, la que convirtió en una fortaleza inexpugnable, construyendo reductos y bastiones defendidos con empalizadas y fosos cubiertos de agua, puentes levadizos y otras construcciones defensivas. Además artilló unas lanchas en el puerto adyacente. Todo ello a la espera de recibir refuerzos desde Perú, agrandar así su ejército y marchar hacia el norte.

Mientras ello ocurría, el 8 de marzo Las Heras había ocupado la localidad de Talca y prosiguió su marcha.

Cuando Las Heras estaba a 8 leguas para llegar a Concepción, y habiendo llegado la noche del 4 de abril, dispuso hacer acampar su ejército en la Hacienda de Curapaligüé, tomando todas las precauciones defensivas para no ser atacado por sorpresa. El general Ordóñez, creyendo que podría sorprender a los patriotas y destruirlos por completo, dispuso atacar con una partida de 600 infantes y 100 caballos que salieron de Talcahuano. Cuando llegaron al campamento patriota comprobaron que los argentinos no habían sido tomados por sorpresa, sino que por el contrario fueron ellos mismos sorprendidos por las defensas patriotas que les ocasionaron muchísimas bajas entre muertos y heridos, perdiendo asimismo dos cañones; el ataque fracasó, lo que provocó su retirada hacia la fortaleza.

Así, Las Heras pudo entrar en la importante ciudad de Concepción y hacerse de su control.

Este jefe patriota, no tenía suficientes fuerzas para tomar la fortaleza de Talcahuano y por ello pidió ayuda al Director Supremo O’Higgins, quien inició su marcha para aunar fuerzas el 15 de abril.

Mientras tanto los realistas el 1° de mayo, recibían ayuda y refuerzos por mar. Cuatro  buques trasportes trasladaron al lugar 1.500 soldados que reforzaron notablemente la guarnición.

El ejército español se fortaleció y sus jefes consideraron enfrentar a las fuerzas de Las Heras antes de que recibieran el refuerzo a cargo de O’Higgins y así el 5 de mayo en la acción de Chepe, atacaron pero nuevamente fueron rechazados, ya que Las Heras los esperaba totalmente preparado con sus fuerzas. Ante la resistencia patriota y las cargas de los granaderos a caballo argentinos, Ordóñez decidió el retiro de sus tropas, perdiendo gran cantidad de hombres y pertrechos. Ese mismo día pero cuando la acción ya había terminado llegó O’Higgins con su división y se unió al ejército de Las Heras.

Así, dos veces, Ordóñez fue vencido por Las Heras.

El 18 de abril San Martín partió de regreso a Santiago, traspasando la cordillera los primeros días de mayo y el 11 de dicho mes ya estaba de regreso en la capital, donde el pueblo lo recibió con muestras de afecto. Debido a las condiciones climáticas adversas por las que tuvo que pasar, su salud que no era buena, se quebrantó aún más, su enfermedad se agudizó y le impidió hacerse cargo del mando del ejército y de las acciones militares durante varios meses, incluso se llegó a pensar que por el estado de agravamiento de su enfermedad, pudiera fallecer. No obstante lo cual el 15 de junio O’Higgins lo nombró general en jefe del Ejército de Chile. 

Ante la imposibilidad de tomar la fortaleza de Talcahuano, las tropas criollas establecieron un cerco y a fines de junio la sitiaron.

Los indios araucanos, aliados de los realistas, les prestaron toda clase de ayuda y hostilizaban cuando podían a las fuerzas patriotas.

Las fuerzas atrincherados en la fortaleza, salían y buscaban sorprender a los patriotas o bien tomarles caballadas y otros bienes, pero en general esos intentos les fueron adversos, por lo que decidieron no realizar más salidas y limitarse a la vida de la fortaleza; también con las lanchas cañoneras hostilizaban el movimiento de las tropas argentinas-chilenas. Sitiados y sitiadores tuvieron muchos encuentros, hasta que O’Higgins considerando las fuerzas que tenía bajo su comando y considerándolas suficientes, se decidió a tomar la plaza fuerte por asalto.

El 6 de diciembre a las dos de la mañana, comenzó el movimiento de tres divisiones del ejército de O’Higgins, para tomar al asalto la fortaleza de Talcahuano. Iniciado el ataque los patriotas se encontraron con todas aquellas defensas que se habían construido en el lugar, guarnecidas por una aguerrida tropa, quienes opusieron una obstinada resistencia, apoyados asimismo por una fragata, un bergantín y varias lanchas cañoneras que se encontraban en el cercano puerto, las que con el fuego de sus cañones batían también a las fuerzas atacantes. 

En esa batalla, de nuevo se destacó el coronel Las Heras, quien con sus tropas, si bien conquistaron un morro, se vieron impedidos de poder continuar con el plan trazado porque unos realistas fugitivos levantaron un puente levadizo que aisló las tropas patriotas en la posición que habían conquistado. La caballería argentina de los granaderos a caballo, si bien tuvieron siempre destacada y decisiva actuación en todos los combates en las que se vieron envueltas, en este caso su participación se vio seriamente limitada, por las características del terreno y las defensas existentes y no pudieron imponer su superioridad combativa.

Si bien los patriotas se reconcentraron y reorganizaron para intentar un nuevo ataque, viendo O’Higgins que era inútil continuar con la lucha y pese a las muestras de valor puestas de manifiesto en la acción y ante la imposibilidad de conseguir la victoria dispuso la retirada del ejército derrotado, destacándose el orden con que lo hicieron las tropas que mandaba Las Heras. Los atacantes sufrieron 150 muertos y 280 heridos. No obstante todo ello y que el ejército independentista no pudo cumplir con el objetivo trazado y fue derrotado, el sitio siguió y los españoles estuvieron siempre a la defensiva, viviendo de los recursos que recibían desde el Perú. Podemos decir que el enfrentamiento entre realistas y criollos en la zona sur se mantuvo durante todo el año 1817.


Reacción y expedición realista. Declaración de la independencia chilena

A principios de diciembre de 1817 el virrey del Perú, Joaquín de la Pezuela, organizó una nueva expedición para auxiliar a los sitiados en Talcahuano y para expulsar de suelo chileno a los independentistas y a las tropas al mando de San Martín, y reconquistar Chile.

La expedición compuesta de 3.300 hombres aproximadamente de las tres armas, fueron transportados desde Lima en nueve grandes buques, comboyados por la fragata Esmeralda.

José de San Martín
Mariano Osorio
El general patriota William Miller, amigo de San Martín, cuenta en sus memorias: “La llegada de España a Lima del primer batallón del regimiento de Burgos, un escuadrón de Lanceros del Rey, y una compañía de artillería volante, facilitó los medios a Pezuela de equipar una expedición destinada a la reconquista de Chile. El general Osorio, hijo político del virrey, dio a la vela desde el puerto del Callao, el 9 de diciembre de 1817, y desembarcó en Talcahuano  con tres regimientos de infantería, uno de caballería, y doce piezas de artillería, cuyo total ascendía a tres mil seiscientos hombres. A estas fuerzas se unió la guarnición de Talcahuano a las órdenes de Ordóñez, y algunos reclutas que había extraído Sánchez de la provincia de Concepción”. 

El 1° de enero de 1818, desde Concepción, el Director Supremo O’Higgins proclamó la independencia chilena.

Ante la unión de las fuerzas sitiadas en Talcahuano y las nuevas tropas venidas desde Perú, compuestas por famosos y aguerridos batallones, se formó un importante ejército, que ponía en peligro la existencia de las fuerzas patriotas del sur, por lo que O’Higgins, dispuso la retirada de la provincia de Concepción, tanto de las fuerzas militares argentinas del Ejército de los Andes al mando de Las Heras y las chilenas del Ejército de Chile bajo su comando, replegándose todos hacia Talca, localidad que se encuentra más o menos a mitad de camino de Santiago, lo que ocurrió a principios de enero. También se ordenó que de los pueblos costeros y de la ciudad de Valparaíso, se retiraran caudales, recursos, ganados (entre 40 y 50 mil cabezas de vacunos y lanares) y demás bienes que pudieran ser utilizados por las fuerzas realistas. 

Con más incorporaciones, el general Mariano Osorio –quien años atrás había comandado las tropas reales que habían vencido al ejército chileno en Rancagua– llegó a formar una fuerza de seis mil hombres, llamado Ejército Real de  Chile y con ellos y diez piezas de artillería comenzó a marchar hacia el norte con rumbo a Santiago los primeros días de febrero, mientras que con cuatro buques bloqueaba Valparaíso. En su marcha hacia el norte el ejército realista encontró un país desierto, sin habitantes, sin recursos, ni siquiera enemigos. Ello se debió a que la población de Concepción también siguió en su retirada a las tropas de O’Higgins, quien llegó primero a Talca

El 12 de febrero se juró solemnemente la independencia en Santiago, capital de Chile. El trascendental acto tuvo lugar en la plaza principal de la ciudad, con gran profusión de los festejos públicos.

A fines de febrero, San Martín, se situó en la ciudad de San Fernando, lugar que eligió porque era intermedio entre Valparaíso y la capital y permitía la defensa de ambas ciudades, según donde pudieran marchar las tropas enemigas. Allí ordenó que se dirigieran y concentraran las fuerzas argentinas de Las Heras y las chilenas de O’Higgins, que venían marchando desde el sur. El 15 de marzo se reunieron allí todas las fuerzas a las que se llamó Ejército Unido Libertador de Chile compuesto por siete mil hombres de infantería, mil quinientos caballos, treinta piezas de artillería de campaña y dos obuses.

Tres días después las vanguardias de ambos ejércitos tuvieron un  encuentro en Quechereguas, donde la vanguardia realista fue batida por la patriota. Viendo Osorio la superioridad de sus enemigos, contramarchó precipitadamente. Los ejércitos marcharon en paralelo, los patriotas en orden y mayor regularidad y los realistas con cierta precipitación, llegando éstos primero a la ciudad de Talca y tomaron posición, mientras los patriotas se desplegaron en la llanura de Cancha Rayada, llamada popularmente así porque allí se realizaban carreras cuadreras y tenían diversas marcaciones especiales.


Batalla de Cancha Rayada

San Martín, se propuso batir al ejército realista el día 20 por la mañana, ya que la situación de los enemigos era crítica, pues los movimientos que él había dispuesto el día anterior, daba poca esperanza a los enemigos de salir victoriosos en la batalla. 

Mientras Osorio perdía el tiempo, sus inmediatos subordinados se preparaban para la inevitable batalla, tomando la iniciativa. Así el general Ordóñez -segundo en el mando- y el coronel Baeza prepararon un plan y se dispusieron a dirigir el ataque. 

El 19 y cuando caía la tarde, San Martín, tomó conocimiento que los realistas estaban preparando el ataque y por eso dispuso que el ejército cambiara de posición y se iniciaron los movimientos pertinentes, pero lamentablemente se retardó el cumplimiento de su orden y ello fue fatal, pues cuando estos se estaban llevando a cabo, dos o tres regimientos españoles, cayeron durante la noche muy oscura y cargada de nubarrones del 18 sobre las tropas que estaban en pleno movimiento para tomar las nuevas posiciones y cuya situación no pudo ser peor. Parte del ejército tenían a su espalda al río Lircay -pegado a la localidad de Talca-, en un lugar barrancoso. Los puestos avanzados patriotas sobrepasados por los realistas, fueron arrollados y dispersos y muchos fueron hechos prisioneros, apoderándose de los sorprendidos soldados de un “pánico terror” al decir del general Miller, huyendo en una “confusión espantosa”. Muchos de los caballos cargados con armamentos y cañones se precipitaron al río con estruendo, otros salieron en estampida atropellando todo lo que tenían a su paso. Mucha artillería de las tropas argentinas al no poder ser trasladada y salvada fue arrojada al río para evitar que cayera en manos enemigas y así la artillería argentina, se perdió por completo.

Ese ataque, bien ejecutado de noche por los enemigos e inesperado por los patriotas, produjo la confusión y el desconcierto entre sus filas, siendo derrotados totalmente. No se podía determinar dónde estaban los enemigos y la confusión tan grande que reinaba por todo el ejército, originó que entre las mismas fuerzas americanas dispararan entre sí y se ocasionaran numerosas bajas, pues no podía determinarse cuales fuerzas eran patriotas y cuales realistas.

El pánico que cundió en la vanguardia, se transmitió rápidamente a todo el ejército e hicieron infructuosas las acciones ordenadas por los jefes para contrarrestarla o neutralizarla y mantener el orden necesario en toda fuerza armada.

Las tropas al mando del coronel Las Heras -aproximadamente tres mil hombres- si bien se vieron influidos por el desorden general, su jefe con serenidad y valor logró contenerlos, pudo reunir a su gente bajo un fuerte fuego enemigo, y luego abandonar su posición y retirarse del campo de batalla en pleno orden, seguido también por la artillería chilena y muchos dispersos que se les unieron salvando así a gran parte del ejército de una derrota segura. En su retirada reunía a los hombres que huían y bagajes abandonados.

En la acción, O’Higgins fue herido de gravedad en el brazo derecho, por lo cual debió retornar a Santiago.

San Martín, ante el cariz que tomó la batalla y considerando la imposibilidad de hacer frente con perspectivas de éxito, debido a la desorganización que sufrió el ejército a su mando, decidió como mejor opción el retiro de las tropas y se dirigió a San Fernando, donde esperó la llegada de Las Heras, y tras analizar la situación marcharon por el Camino Real hacia Santiago.

En el parte que San Martín, dirigió a las autoridades de Buenos Aires, decía: “Campado el ejército de mi mando en las inmediaciones de Talca, fue batido por el enemigo, y sufrió una dispersión casi general que me obligó a retirarme. Me hallo reuniendo la tropa con feliz resultado, pues cuento ya 4.000 hombres… Espero muy luego juntar toda la fuerza y seguir mi retirada hasta Rancagua. Perdimos la artillería de los Andes, pero conservamos la de Chile”.

Conocido en Mendoza el desastre de Cancha Rayada, se aprestó un ejército compuesto de 500 hombres de infantería, para mandar a Chile como refuerzo.


Desánimo en Santiago

En Santiago  se confiaba en la superioridad del ejército independentista y en la capacidad de los jefes que la comandaban, pero con la llegada a ciudad de algunos fugitivos del ejército derrotado, en la mañana del día 21, la población tomó conocimiento de los desgraciados hechos acaecidos en Cancha Rayada, corrió la voz que tanto San Martín como O’Higgins habían sido muertos en combate y que el ejército había sido destruido y con ello la revolución había nuevamente fracasado. Los enemigos de la causa americana, aprovecharon la ocasión para diseminar toda clase de rumores y dudas que minaban la confianza de los pobladores en sus autoridades.

Leamos lo que cuenta el general Miller al respecto: “Algunos de los fugitivos, que desde el lugar del combate, anduvieron ochenta leguas en veintiséis horas, esparcieron en Santiago la noticia de la derrota en la mañana del 21. En tales casos los hechos se desfiguran y el terror los aumenta; así pues creyeron en la capital que no habían quedado reunidos cincuenta patriotas y que debían esperar en ella a Osorio, de un momento a otro. El recuerdo de la tiranía y crueldad que este general  había ejercido en otra ocasión, dio motivo a tristes presentimientos… La capital se convirtió en una escena de confusión y de espanto, que no es posible describir. Las gentes despavoridas, corrían a esconder en los conventos, lo que tenían de más precioso; otros cargados de efectos iban a depositarlos a las casas de sus amigos, que tenían o suponían tener relaciones con los realistas, para precaverlos en caso de saqueo parcial. Aun ofrecían espectáculo más lastimero grupo de mujeres que buscaban temerosas e impacientes, ya al esposo, al hijo, al hermano o al amante, y que al no ver llegar al objeto que le era tan querido, prorrumpían en llanto y alaridos, creyéndolo perdido para siempre. No pocas de estas desgraciadas cayeron sin sentido en medio de las calles, mientras que la desesperación parecía apoderarse de los demás. Muchos de los habitantes huyeron, mal provistos de los medios necesarios para atravesar la nevada cordillera de los Andes; al paso que los que se veían obligados a permanecer, parecían absolutamente frenéticos en sus palabras y acciones… todos los ramos de la administración pública cayeron en el desorden más espantoso; en fin no había cosa que no indicase una disolución inmediata y absoluta, hasta que el valiente Rodríguez (2) se puso al frente de los negocios y restableció en parte el orden: obligó a volver a Santiago a los funcionarios públicos que habían huido con la tesorería; contuvo la emigración,  señaló cuarteles para los fugitivos, levantó gente, y juró e hizo jurar publica y solemnemente no abandonar su país, cualquiera que fuesen las circunstancias. Excitado el espíritu público con estas medidas, muchos valientes imitaron su ejemplo, y un rayo de esperanza empezó a tranquilizar los espíritus. La llegada de O’Higgins y San Martín aumentó la confianza que Rodríguez había principiado a inspirar, y adoptaron providencias vigorosas para defender las llanuras de Maypo”.

Después de la llegada de O’Higgins primero y el día 25 de San Martín a Santiago y de la noticia que Las Heras había podido salvar toda su división, la calma volvió a renacer en la asustada ciudadanía y se recuperó la confianza en el ejército y sus jefes.


Acciones posteriores a Cancha Rayada

Después de la victoria conseguida en Cancha Rayada, los realistas, en vez de perseguir a los patriotas en su retirada hacia Santiago, como las circunstancias aconsejaban para intentar su destrucción, retrocedieron en la noche del 19, después de saquear lo que los patriotas habían abandonado en el campo de batalla y regresaron a Talca.

San Martín y O’Higgins temieron que después de su victoria los realistas marcharan rápidamente a tomar Santiago, y no tuvieran tiempo ellos de poner en pie nuevamente un ejército para hacerles frente, pero Osorio no supo aprovechar las ventajas conseguidas en el combate por sus subalternos y comenzó la marcha hacia Santiago recién el día 24, con total lentitud y precaución, alcanzando a los patriotas después de diecisiete días, lo que fue aprovechado por ambos jefes patriotas, para reorganizar nuevamente el ejército, en los campos de Maipú, acampado a dos millas de la capital, contando con seis mil quinientos hombres y mil de milicias, habiendo sido fundamental para revertir aquella situación crítica, las tropas que habían abandonado el campo de batalla y retrocedido al mando de Las Heras.

En Maipú, comenzó la reorganización e instrucción del ejército, no había descanso ni de día ni de noche en esa tarea contra reloj, realizándose maniobras continuas, imponiéndose el orden y la disciplina, para elevar la moral del ejército derrotado días atrás. La vigilancia fue extrema para evitar un ataque por sorpresa. El recuerdo de Cancha Rayada estaba fresco.

Ya en los primeros días de abril, el Ejército Unido se encontraba nuevamente reorganizado y en condiciones operativas para poder enfrentar con éxito a las tropas de Osorio.


La junta de guerra

Pocos días antes de la batalla de Maipú se reunió una junta general de guerra para acordar un plan que se seguiría en aquellos momentos. Cada uno dio su opinión con entera libertad. Algunos opinaron que las fuerzas del Ejército Unido todavía no eran suficientes para batallar contra un enemigo que venía con una moral alta por la victoria que habían obtenido en Cancha Rayada y eran de la idea de traspasar los Andes, llegar a Mendoza y esperar una nueva oportunidad, otros opinaron que lo más atinado era efectuar una retirada al norte, para volver a abrir la campaña el año venidero con un ejército más poderoso. Cada una de estas posibilidades tenían sus defensores y detractores. La discusión fue cortada drásticamente por la posición de San Martín, quien manifestó que de ninguna manera abandonaría la capital y que la defendería a toda costa.

Sin embargo quedó establecido que en caso de una derrota, el ejército se retiraría a las provincias del norte, donde se iban a tomar medidas preventivas.

Durante esa junta algunos jefes expresaron sus inquietudes por la falta total de municiones.

El coronel Manuel A. Pueyrredón, en sus Memorias, relata lo siguiente: El parque, dirigido por el capitán Beltrán [ Fray Luis Beltrán ], trabajaba día y noche… Entre las dificultades que presentaron algunos jefes el día de la junta de guerra, una de ellas fue la carencia total de municiones. Beltrán fue llamado a la junta de guerra. Instruido en pocas palabras del motivo, el general le interpeló de este modo: -¿Cómo estamos de municiones, Beltrán?- (palabras textuales del General). Beltrán, que mientras hablaba el General, formaba su plan, le contestó: -Hasta los techos, Señor-.

Entre tanto no tenía un cartucho.

Salió de allí y se fue derecho a la Intendencia, con la cual se entendió para hacer una leva general para trabajar en el parque. Dos horas después 1.800 personas reunidas de todas clases, hombres, mujeres y hasta muchachos, trabajaban en el parque.

Tres días después, Beltrán entregaba un millón de tiros; pero Beltrán no había dormido en todos aquellos”.


Batalla de Maipú

San Martín arengó a sus tropas antes de la batalla decisiva que tuvo lugar el 5 de abril en los cerrillos de Maipú –o Maipo, o Maypo- (3) “Esta batalla decidirá el destino de toda América. Es preferible sufrir una muerte digna en el campo del honor antes que encontrarla en manos de nuestro verdugos”.

En la mañana, de ese día, desde el ejército patriota se avistó el avance del Ejército Real, compuesto por 4.500 hombres y 14 piezas de artillería, que iban en camino a Santiago.

Las fuerzas del Ejército Unido contaban con un total de unos 5.500 soldados, de ellos 4.000 de infantería, 1.200 de caballería y 300 artilleros con 21 cañones.

Debemos aclarar que la cantidad de hombres que componían ambos ejércitos difieren según las fuentes consultadas, como así también pasa con respecto a las bajas sufridas a consecuencia de la batalla.

A las once de la mañana, se desplegaron los realistas en paralelo a las fuerzas del Ejército Unido y ambas partes iniciaron un vivo fuego de cañón. Luego dos batallones patriotas atacaron la derecha realista, pero fueron rechazados con considerables bajas. A su vez dos batallones realistas en columna comenzaron a avanzar, pero mientras se estaban desplegando fueron atacados por la retaguardia patriota muy bien mandada por Hilarión de la Quintana. Al mismo tiempo la caballería americana atacó la izquierda enemiga, batiéndolos y ocasionando que estos abandonaran todos los puntos que ocupaban, ocasionando la derrota de los ejército real. Los gritos en medio de la batalla de “Viva la Patria” por un lado y “Viva el Rey” por el otro, se entremezclaban con el ruido de las armas y el grito de los combatientes, de los heridos y los moribundos y el relincho de los caballos. Fue una encarnizada y feroz batalla, que duró todo el día y en el que ambas partes se batieron por igual y dieron muestras de valor.

Tuvieron destacada actuación los granaderos a caballo, quienes con su sable en mano provocaron en las filas enemigas una espantosa carnicería.

San Martín, desde su caballo dictó el parte de guerra “Acabamos de ganar completamente la acción. Un pequeño resto huye, nuestra caballería los persigue hasta concluirlo. La patria es libre”. 

El general Ordóñez, juntando dispersos de su fuerza realizó una esforzada e inútil resistencia a una legua a retaguardia en el caserío de la Hacienda de Espejo. Osorio, a su vez, seguido por cien de sus hombres huyó hacia Talcahuano, para ponerse a salvo.


José de San Martín




Batalla de Maipú. Resistencia del regimiento Burgos ante las cargas patriotas. Óleo sobre tela de Pedro Subercasaux, 1904 – Museo Histórico Nacional, Santiago de Chile




Las fuerzas del Real Ejército, opusieron tenaz y valiente resistencia, pero fueron diezmados por el ataque del Ejército Unido. Podemos mencionar el caso del batallón de Burgos que cuando fue cercado, salieron unas voces, ya legendarias. Aquí está el Burgos. Dieciocho batallas ganadas, ninguna perdida, mientras hacían ondear su laureada bandera, victoriosa en la batalla de Bailén -donde años antes también había luchado San Martín, aquella vez en las filas del ejército español- y en tantos otros combates. Este batallón pese a su bravura, no sobrevivió a su 19° batalla. Así, fueron varios los batallones realistas que se batieron hasta lo último con gran valentía.

Debemos decir que en un momento del combate el resultado parecía empatado, incluso a favor de los realistas, pero las tropas de reserva, hábilmente empleadas en el combate por San Martín, inclinaron el fiel de la balanza a favor de los americanos.

El general San Martín, dijo sobre el combate y el comportamiento de las tropas enemigas: Con dificultad se ha visto un ataque más bravo, más rápido y más sostenido, y jamás se vio una resistencia más vigorosa, más firme y más tenaz.

José de San Martín
Abrazo de Maipú, Óleo sobre tela de Pedro Subercaseaux, 1908

El general O’Higgins, convaleciente de una gran herida que había recibido dos semanas antes en Cancha Rayada, se presentó en el campo de batalla con una fuerza aproximada de 1.000 milicianos, poco antes de terminado el último ataque contra los realistas y entusiasmado por la victoria lograda, acercó su caballo al de San Martín, y con su brazo libre lo abrazó, exclamando “¡Gloria al salvador de Chile!” y San Martín, contemplando las vendas que cubrían el brazo herido del camarada, le respondió “General, Chile no olvidará jamás su sacrificio de presentarse al campo de batalla con su gloriosa herida abierta”. La escena fue inmortalizada en un óleo pintado por Pedro Subercaseaux conocido como Abrazo de Maipú.

Las fuerzas argentino chilenas obtuvieron una espléndida y rotunda victoria, ya que ocasionaron dos mil bajas a los realistas y les tomaron tres mil quinientos prisioneros, 12 cañones, 4 banderas, además de miles de fusiles, tercerolas y otras armas de fuego y municiones, sufriendo por su parte mil bajas entre muertos y heridos.

En una carta que el virrey Abascay remitió al de Nueva Granada, le decía que  se resistía “a convencerse como pudo suceder que un ejército completamente dispersado en un punto, se rehiciese a los quince días en otro, ochenta y más leguas distantes, en disposición de batir a sus vencedores”.


Algarabía en Santiago

Cuando en la capital se tuvieron noticias de la victoria de las fuerzas al mando de San Martín, la incertidumbre y la desazón dio paso a la algarabía de toda la población.

A Las nueve de la noche cuando arribaron los jefes vencedores, José de San Martín y Bernardo O’Higgins, encontraron la ciudad completamente iluminada,  mientras que las campanas de las iglesias no paraban de tocar y los vecinos aclamaban a las tropas victoriosas.

En los días siguientes, las autoridades enviaron mensajeros a distintas ciudades del país para anoticiarlos de la buena nueva y en las jornadas posteriores, muestras de júbilo se vieron en otras ciudades de Chile y también en las de las Provincias Unidas, a medida que se iba conociendo la magnitud de la victoria lograda sobre los ejércitos reales. 

Según Miller: “Suspensos y silenciosos durante el combate, temblaban los habitantes de la capital por la suerte que les cabría y rogaban al Todo Poderoso les librada del azote que les amenazaba, bendiciendo los esfuerzos de sus valientes defensores; pero a la noticia feliz de la victoria, la alegría reemplazó a la zozobra, y se entregaron de tal manera a la sensación agradable que aquél acontecimiento les produjo que todos parecían fuera de sí. Ya se abrazaban unos a otros, ya reían o lloraban y gritaban como insensatos; algunos perdieron materialmente el juicio, y uno o dos no lo recobraron jamás; otro cayó en la calle de repente y murió en el acto. La noticia de la victoria llegó a una gran porción de fugitivos, principalmente señoras, en el puerto (4) elevado de Uspallata; y tal fue su alegría y sorpresa, que no sabían si marchar a Mendoza o volver a Santiago. Muchos estaban tan abatidos y cansados, que se quedaron en la montaña con algunos criados para para que los asistieran, hasta que algo repuestos y restablecidos pudiesen emprender su viaje para regresar a sus casas”.

Entre los restos del ejército vencido, fue encontrada la correspondencia del general Osorio, entre las cuales había cartas muy comprometedoras que le habían enviado algunos vecinos destacados de Santiago para congraciarse con él, algunos lo felicitaron por la “magnífica” victoria obtenida en Cancha Rayada, otros informándole sobre la situación del Ejército Unido y dándole datos sobre el mismo, y también le daban cuenta de los festejos que se harían a su entrada a Santiago. Muchas de esas cartas no solo provenían de personas del bando realista, sino también de otros vecinos seguramente asustados por la derrota sufrida en Cancha Rayada y creyendo que el general español sería el nuevo gobernante de Chile.

Después de leer en solitario esa correspondencia, San Martín para evitar la venganza, decidió destruirla, pues de lo contrario mucha sangre hubiera corrido por esos actos de traición.

Batalla de Maipú
Los artilleros de Borgoño en la batalla de Maipú. Óleo sobre tela de Pedro Subercaseaux, 1943 

Juan Manuel Beruti, en su Memorias, relató la llegada de la buena noticia a Buenos Aires: “El 17 de abril de 1818. A las 4 de la tarde se oyó una descarga general de fusilería por las tropas que al frente de sus cuarteles se hallaban formados, en seguida la fortaleza y los buques de guerra hacían salva, a lo que correspondieron las iglesias con un repique general de campanas, que duró hasta las nueve de la noche; siendo precedido de la noble y plausible noticia que trajo don Manuel Escalada con los pliegos de oficio del general San Martín (del que es su cuñado, por estar casado con doña Remedios Escalada), de haber vencido al general Osorio el día 5 del presente mes, dos leguas de la capital de Santiago de Chile, en términos de una derrota completa, pues concluyó con cerca de 7 mil hombres enemigos, quitándoles toda su artillería, municiones, bagajes, etcétera, quedando prisioneros la mayor parte del ejército, con sus jefes principales, comisario del ejército, intendente auditor de guerra, caja militar y más de 1.500 soldados con 160 oficiales. Sus demás tropas quedaron dispersas por el campo, a los que perseguían los nuestros, como a Osorio, su orgulloso general, que había huido con 200 hombres, pero que no se escaparía de caer prisionero, quedando en el campo de batalla entre muertos y heridos sobre dos mil hombres y prisioneros más de 3 mil y más de 190 oficiales, con 26 piezas de artillería, de manera que es la acción más grande que se ha dado en nuestra revolución, por la fuerza y valor de las tropas enemigas que se han vencido, quedando el reino de Chile afianzado en su libertad y totalmente libre de enemigos, y nuestra causa y libertad asegurada, pues Lima no tiene como poner otro ejército igual; habiendo llegado igualmente con los pliegos dos estandartes tomados y dos banderas a los enemigos en el acto de la acción, únicos con que entraron en ella. Quien creería que un ejército como el nuestro, que pocos días hacía había sido dispersado perdiendo toda su artillería y municiones, con menores fuerzas que antes de su dispersión tenía, pues no llegaba a 5 mil hombres, habría de vencer completamente con usura a un enemigo poderoso, lleno de orgullo y victorioso: nadie; pero así ha sucedido, por lo que claramente se conoce la mano del Señor de los ejércitos que nos protege, y al mismo tiempo que nos amenaza por nuestras iniquidades, como padre nos auxilia y ampara, gracias sean dadas a él por sus grandes misericordias con que nos protege; y por lo tanto el 18 por la mañana en la santa iglesia Catedral se le fueron a rendir las gracias debidas a su piedad, donde se cantó el Tedéum, con toda solemnidad que requería; a cuya solemne función asistieron todas las autoridades eclesiásticas, civil y militar, con todas las tropas de la guarnición, entre medio de salvas y aclamaciones, teniendo por tres días salvas de artillería, músicas e iluminación general en la ciudad.

Al señor general don José de San Martín, natural del pueblo de Yapeyú en la misiones guaraníes de este obispado de Buenos Aires, estuvo reservado por la providencia el que había de reconquistar a Chile, batir sus enemigos y afianzar el sistema de nuestra independencia y libertad”.

Batalla de Maipú, Óleo de Johann Moritz Rugendas, 1837

San Martín en Buenos Aires

Con el fin de lograr el apoyo del gobierno argentino para su campaña al Perú, el día 13 San Martín dejó Santiago para dirigirse a Buenos Aires, donde llegó un mes después, en medio del regocijo y muestras de afecto de la población, siendo recibido por el Congreso en sesión especial. Se dispuso un empréstito forzoso al comercio para financiar la empresa libertadora al Perú y San Martín obtuvo la promesa del Director Juan Martín de Pueyrredón de apoyar su proyecto.

Los hombres del gobierno de Buenos Aires, más que interesarse en la liberación del Perú, estaban más preocupados por los “anarquistas” del litoral y promovían las posibilidad de que el ejército regresara de Chile para combatirlos, lo que fue desoído por San Martín.

El 4 de junio inició su regreso a Chile. Encontrándose en Mendoza, recibió una carta de Pueyrredón, que le manifestaba el fracaso del empréstito, ante lo cual San Martín elevó su renuncia la que le fue rechazada en forma cordial, aconsejándole Pueyrredón pasar a Chile y tratar allí de arreglar las cosas.

También la renuncia a seguir siendo el jefe de los ejércitos chilenos presentada a O’Higgins, le fue rechazada. Esas dos muestras de confianza reforzaron el ánimo del Libertador para continuar con su tarea emancipadora, que culminaría años más tarde con la caída de Lima. 


Consecuencias de la victoria de Maipú - Se revirtió la derrota sufrida en Cancha Rayada.

Desde el punto de vista militar, la batalla es ejemplo de táctica y estrategia, tanto por los movimientos realizados durante su curso, como por el empleo combinado y adecuado de las armas (infantería, caballería y artillería) y de la reserva para atacar al enemigo en el momento oportuno y en el lugar más débil.

La victoria del Ejército Unido, produjo también gran desmoralización entre los jefes y las fuerzas realistas que ocupaban otros territorios americanos y por el contrario afianzó la moral y confianza de los ejércitos americanos que los combatían y de los pueblos que los sostenían.

Las consecuencias de la gran victoria obtenida en Maipú, con la destrucción total de las fuerzas realistas, fue por un lado el afianzamiento de la independencia chilena y por el otro que las Provincias Unidas del Río de la Plata, ya no podrían ser invadidas por el oeste, a través de los Andes.

Además, la marina americana pasó a tener el dominio sobre el Pacífico.

En las Cancillerías y las Cortes europeas se consideró ya irreversible la pérdida por España de sus posesiones en América.

El plan pergeñado por San Martín, para derrotar a los realistas en su bastión en Lima, estaba en plena ejecución, faltaba ahora aprestar al ejército para desde Valparaíso, invadir por mar al Perú.


Notas

(1) Talcahuano, fue y es uno de los puertos más importantes de Chile, perteneciente a la provincia de Concepción, ubicada en la zona centro-sur del país, región del Biobío. Para ubicarnos geográficamente decimos que se encuentra a la altura aproximada de nuestra ciudad de Olavarría de la provincia de Buenos Aires.

(2) En la mañana del 22 de marzo se reunió un Cabildo Abierto para tratar la situación, eligiéndose a Manuel Rodríguez, como presidente interino, quien dispuso las primeras medidas para la defensa de Santiago. 

(3) La batalla se desarrolló, en los llanos del rio Maipo o cerrillos de Maipo, distante aproximadamente 10 km. al sur de Santiago.

(4) Se llamaba “puertos” a los pasos cordilleranos, en este caso el de Uspallata.


Fuentes

Beruti, Juan Manuel. "Memorias curiosas", Emecé Editores S.A., Buenos Aires, 2001.

López, Vicente Fidel. “Historia de la República Argentina”, T° IV, Editorial Sopena Argentina S.A., Buenos Aires, 1957.

Miller, John. “Memorias del general Miller”, Emecé Editores S.A., Buenos Aires, 1997.

Pérez Pardella, Agustín. “José de San Martín. El libertador cabalga”, Editorial Planeta Argentina SAIC, Buenos Aires, 1997.

Pueyrredón, Manuel A. "Memorias inéditas del coronel Manuel A. Pueyrredón. Historia de mi vida. Campañas del Ejército de los Andes", Editorial Guillermo Kraft Ltda., Buenos Aires, 1947.