jueves, 1 de marzo de 2012

Segregación del Alto Perú y Tarija

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año VI N° 22 - Marzo 2012 - Pags. 10 a 16 

Historia de la segregación del Alto Perú y Tarija y Juan M. de Rosas

Por Norberto J. Chiviló

 

Batalla de Suipacha (A)


En la polémica que sostuve con el Dr. Omar López Mato a través de las páginas de este periódico (Nº 18 y 21), manifesté que el tratamiento de los distintos temas planteados por el mismo, los desarrollaría en las futuras ediciones, ya que ellos de por sí son importantes y seguramente serán interesantes para nuestros lectores.

En este artículo me referiré a la pérdida del Alto Perú.

Originariamente el territorio que se denominó “Alto Perú”, se llamaba provincia de Charcas o Audiencia de Charcas y formaba parte del Virreinato del Perú, pero en 1776 al crearse el Virreinato del Río de la Plata por Carlos III (ER 16, pág.4), pasó a integrarlo y se lo comenzó a denominar “Alto Perú”, así como lo que había quedado del Virreinato del Perú fue denominado “Bajo Perú”. El término “Alto Perú” fue usado casi cincuenta años hasta que se declaró la independencia de Bolivia el 6 de agosto de 1825.

El Diccionario de la Real Academia define el término “altoperuano” como “Perteneciente o relativo al Alto Perú, territorio de la Audiencia de Charcas, hoy Bolivia”.

La Provincia del Alto Perú como parte del Virreinato del Río de la Plata estaba integrada originariamente por las Intendencias de Cochabamba, Chuquisaca –llamada también Charcas–, La Paz, Potosí y Puno. Cabe aclarar que la Intendencia de Puno en 1796 fue integrada al Virreinato del Perú, por lo que al producirse los sucesos revolucionarios de 1810, ya no formaba parte del virreinato rioplatense. Es de destacar también que la Intendencia de Potosí tenía salida marítima al Océano Pacífico.

En ese territorio de meseta a 3.000 m. de altura del nivel del mar, con zonas que llegan hasta los 3.800 m., con algunos valles, se encontraban las importantes ciudades de Cochabamba, Santa Cruz de la Sierra, La Paz, Oruro, Potosí, Charcas (también denominada Chuquisaca), San Pedro, San José de Chiquitos, entre otras. En la ciudad de Charcas, se encontraba la importante Universidad de San Francisco Xavier. Todo ese territorio es una zona rica en recursos minerales y se la conoce también como altiplano. 

Ese territorio altoperuano, fue centro de enfrentamientos armados entre 1810 y 1824 contra las fuerzas realistas del Perú. 

También debemos recordar (ER 11, pág. 12, artículo de Eduardo Rosa “A 200 años del primer grito de independencia en el Virreinato del Río de la Plata“) que en la Ciudad de Charcas o Chuquisaca, el 25 de mayo de 1809, hubo un intento revolucionario independentista, que fue severamente reprimido.

Instalada la Junta Gubernativa Provisional en Buenos Aires –capital del Virreinato rioplatense–, como consecuencia del movimiento de mayo de 1810, esta dispuso, pocos días después (27 de mayo), el envío de una circular a los Cabildos del interior invitándolos a la elección de diputados y su incorporación a la Junta a medida que llegaren a Buenos Aires, anunció también la expedición de un ejército de quinientos hombres que partiría hacia el interior. 

En varios territorios del Virreinato como el Paraguay, en Montevideo –en la Banda Oriental–, en Córdoba y el Alto Perú, sus autoridades se mostraron contrarias a la revolución producida en Buenos Aires, pero el presente relato se centrará en estos dos últimos casos.

Así, El Virrey del Perú, José Fernando de Abascal, reincorporó las cuatro provincias de los territorios altoperuanos a su virreinato ocupándolo con el ejército realista.

También en Córdoba, su Gobernador no se sometió a la Junta de Buenos Aires y quien había sido el héroe de la Reconquista y Defensa de Buenos Aires –en 1806 y 1807– Santiago de Liniers, encabezó allá el movimiento contrarrevolucionario.

Debido a la reacción surgida en Córdoba, la Junta de Buenos Aires dispuso el envío de una fuerza militar de 1.150 hombres que al mando militar de Francisco Antonio Ortiz de Ocampo, secundado por Antonio González Balcarce e Hipólito Vieytes como Auditor de Guerra o delegado especial del gobierno, partió hacia el norte los primeros días de julio. Las instrucciones que se le habían dado eran lograr el reconocimiento de la Junta porteña y el establecimiento de una Junta provincial, comprometida a mantener buenas relaciones con la de Buenos Aires y la elección de representantes para su envío a esta. Pero otras instrucciones reservadas, disponían el fusilamiento de los cabecillas de la reacción (“deben ser arcabuceados en cualquier lugar donde sean habidos…”, decía la orden).

A principios de agosto la Expedición Auxiliadora llegó a Córdoba. Mientras esto sucedía, las fuerzas contrarrevolucionarias juntadas por Liniers se fueron diluyendo y este es apresado junto a algunos complotados. 

Ortiz de Ocampo y sus compañeros no se animaron a dar muerte a los apresados, no obstante las instrucciones que habían recibido y por el contrario los remitieron a Buenos Aires.

Enterada la Junta de esa circunstancia y temiendo las consecuencias que podría tener la presencia de Liniers en la Ciudad –por el prestigio ganado por su actuación pocos años atrás contra los ingleses y su ascendencia entre la población y que era una figura muy amada–, dispuso proceder a su inmediato “arcabuceamiento”, comisionando a Juan José Castelli –vocal de la Junta– para que procediera a ejecutar la orden, ni bien encontrara a los reos. Así, Castelli, sale escoltado por 50 fusileros ingleses –que habían quedado en el Río de la Plata después de la Invasiones Inglesas– al mando de Domingo French.

Cuando encuentran en el camino a la partida que traía a los prisioneros a Buenos Aires, proceden a ejecutar la orden y fusilan a Liniers y 4 de sus lugartenientes cerca de la posta de Cabeza de Tigre (Pcia. de Córdoba) el 26 de agosto de 1810.

Debido al incumplimiento de la orden que le había sido impartida y a la que se hizo referencia precedentemente, Ortiz de Ocampo fue reemplazado en el mando del Ejército auxiliador por Antonio González Balcarce, y Vieytes también fue reemplazado por Castelli, quien como representante de la Junta, tenía “facultades para dirigir el Ejército del Norte y organizar los pueblos”, teniendo en sus manos las decisiones de carácter político y militar. 

Las instrucciones dadas por el Gobierno revolucionario eran de carácter extremadamente represivas y terroristas, para ser aplicadas a los enemigos de la revolución y Castelli como vimos, tuvo la primera oportunidad de hacerlo con los conjurados realistas de la ciudad de Córdoba, procediéndose sin miramiento alguno al fusilamiento del que había sido héroe de la Reconquista de Buenos Aires en 1806. 

Las primeras instrucciones que tenía Castelli era la de avanzar hasta Jujuy, pero luego allí, se le ordenó acelerar la marcha y seguir avanzando pues en muchas ciudades había pronunciamientos a favor de la Revolución.

Ya en el Alto Perú, si bien en un primer momento el Ejército del Norte (Ejército Auxiliador o Ejército del Perú, como también fue llamado indistintamente) fue derrotado en Cotagaita, pero a los pocos días (7 de noviembre de 1810) se produjo la victoria a orillas del río Suipacha, que fue la primera batalla ganada por un ejército patriota, con gran repercusión política, pues todas las ciudades altoperuanas se pronunciaron a favor de la revolución, con lo cual todo ese territorio pasó a estar en manos patriotas. 

Alto Perú
Cerro de Potosí (B)


La Junta de Buenos Aires, había ordenado que los jefes realistas Nieto, Paula Sanz y Córdova “deben ser arcabuceados en cualquier lugar donde sean habidos…” por el cual y una vez apresados los mismos, Castelli procedió a cumplir la orden y ordenó su fusilamiento en la Plaza Mayor de Potosí. También consintió actos de anarquía de la tropa como el saqueo y la confiscación de bienes de los realistas y otros desmanes en perjuicio de los vencidos. A todo ello se sumaron actitudes jacobinas de irreligiosidad, sacrilegio, falta de disciplina de las tropas, vida licenciosa de algunos jefes, actos de libertinaje, todo ello, consecuencia de manejos irresponsables, lo cual fue muy mal visto por las poblaciones altoperuanas –sobre todo indígenas– con una religiosidad muy arraigada y costumbres sencillas, que las consideraron ofensivas a sus sentimientos, generando mucha resistencia en esos pueblos, que determinaron que las autoridades que habían impuesto las tropas revolucionarias y acatadas gustosamente por los habitantes en un principio, ahora perdieran su ascendencia en la población. Prácticamente los realistas llamaron a una guerra santa contra los “herejes” de Buenos Aires. Por otra parte, la inactividad del ejército por varios meses en Potosí, conspiró contra su disciplina y su espíritu militar.

El 20 de junio de 1811 las tropas patriotas fueron sorprendidas en Huaqui por los realistas, sufriendo un desastre y descalabro mayor, lo que obligó a una retirada hasta Jujuy; esas tropas en su retirada siguieron cometiendo desmanes (José Bolaños, dirá  [A principios de agosto el pueblo de Potosí] “se levanta furioso contra nosotros, esparcida la voz que veníamos a saquearlos como lo habíamos hecho en los demás pueblos”) y fueron prácticamente echadas y rechazadas por la población, quienes ya no las veían como libertadoras.

Ese manejo irresponsable de los jefes patriotas, sumado al comportamiento del ejército a que me he referido precedentemente, provocaron la enajenación de la población altoperuana y la pérdida en ese momento de ese territorio que volvía a ser ocupado por los realistas, pero también provocaron el nacimiento de un sentimiento independentista respecto de las autoridades de Buenos Aires. Sentimiento este que muchos años después –como veremos más adelante– sería decisiva en la segregación definitiva de ese importante y rico territorio de la Provincias Unidas del Río de la Plata.

Después de Huaqui, los realistas tenían frente a sí el camino libre hacia Córdoba, incluso hacia Buenos Aires. Fue en ese crítico momento que el gobierno (Primer Triunvirato), a los fines de juntar tropas dispuso el levantamiento del sitio de Montevideo (ER Nº 20, pág. 2) produciendo el rechazo de Artigas y originando la enemistad de los orientales; y a su vez encargó a Manuel Belgrano la jefatura del Ejército del Perú, para reorganizarlo. 

Belgrano encontró al ejército en el norte de Tucumán (26 de marzo de 1812) y lo condujo hasta Jujuy, cerca de las avanzadas realistas. En agosto los realistas comenzaron a avanzar hacia el sur y cuando Belgrano comunicó esta novedad al gobierno de Buenos Aires, recibió la orden de bajar hacia Córdoba. Se produjo entonces el “Exodo Jujeño”, en el que toda la población jujeña siguió al ejército hacia el sur, aplicando la táctica de la tierra arrasada, no dejando recurso alguno al enemigo. Todo el ejército y esa masa humana de pobladores, pasó por Salta y al llegar a Tucumán, Belgrano se decidió a enfrentar a los realistas, desoyendo la orden del gobierno que le ordenaba el repliegue hacia Córdoba, y se dispuso defender la ciudad y dar batalla en el lugar, ganándola el 24 de setiembre de 1812 (Batalla de Tucumán) y a comienzos del año siguiente, Belgrano avanzó nuevamente hacia el norte donde el 20 de febrero los volvió a vencer en la batalla de Salta. El ejército realista se replegó hacia el norte, por lo que Belgrano recibió una nueva orden de ocupar el Alto Perú. Avanzó así, hasta Potosí, donde durante seis meses se dedicó a organizar la región, tratando de no cometer nuevos errores y ganarse nuevamente la buena voluntad de esa población. Pero tampoco los realistas perdieron el tiempo y se reorganizaron y en la pampa de Vilcapugio, ambos ejércitos se enfrentaron el 1º de octubre de 1813, donde los realistas obtuvieron la victoria y un mes y medio después, el 14 de noviembre, Belgrano fue definitivamente derrotado en la batalla de Ayohuma, retirándose entonces hacia el sur, hasta Tucumán donde entregó el mando a San Martín el 29 de diciembre de 1813, quien había sido designado nuevo jefe de ese Ejército. Por segunda vez el Alto Perú se perdía para la revolución. "Estamos como al principio", escribió dolido Belgrano a fines de 1813.

San Martín pidió ser relevado a los pocos meses (fines de abril de 1814) alegando problemas de salud, nombrándose entonces a José Rondeau como jefe del Ejército del Perú, pero al poco tiempo se nombró como reemplazante a Carlos María de Alvear, pero los oficiales desconocieron ese nombramiento e instaron a Rondeau a iniciar las operaciones. El ejército se encontraba anarquizado. Después de algún éxito inicial, el ejército patriota fue vencido en la pampa de Sipe-Sipe, el 28 de noviembre de 1815, siendo esta una de las peores derrotas sufrida por el ejército patriota en toda la guerra de la independencia, lo que produjo la retirada a la quebrada de Humahuaca en Jujuy.

Esta era la tercera vez que se perdía el Alto Perú y ello fue una prueba que no se podía llegar a Lima que era el centro del poder realista en América, atravesando el Alto Perú.

La defensa de la frontera con el Alto Perú, quedó entonces en manos de Martín Miguel de Güemes y su ejército de gauchos, quienes contuvieron a los realistas, ya que de allí en más no hubo por parte argentina ningún otro intento ofensivo para ocupar aquel territorio. 

San Martín, conociendo las dificultades que se presentaban para llegar al Perú –que era el reducto realista– por la ruta del Alto Perú, había concebido el presente plan: la formación de un ejército bien instruido, traspasar los Andes y liberar a Chile y luego por mar, llegar al Perú. 

En carta del 22 de abril de 1814 San Martín le dice Rodríguez Peña: “La patria no hará camino por este lado del norte (Alto Perú), que no sea una guerra permanente, defensiva; defensiva y nada más. Para eso bastan los valientes gauchos de Salta con dos escuadrones de veteranos. Pensar en otra cosa es echar al pozo de Airón hombres y dinero. Así es que yo no me moveré ni intentaré expedición alguna. Ya le he dicho a Ud. mí secreto: un ejército pequeño y bien disciplinado en Mendoza, para pasar a Chile y acabar allí con los godos, apoyando un gobierno de amigos, para acabar también con los anarquistas que reinan. Aliando las fuerzas pasaremos por el mar a tomar Lima; es ése el camino y no éste (el de pasar por el altiplano)” –lo que figura entre paréntesis es agregado nuestro–.

Ese plan fue cumplido por el Libertador, entre 1814 (desde que fuera designado gobernador intendente de Cuyo) y 1821, quien liberó así a esos dos pueblos hermanos, Chile y Perú. Pero toda esa campaña libertadora la hizo, no solo sin contar con el auxilio del gobierno de Buenos Aires, sino muchas veces con la oposición del mismo. Esa falta de recursos –negados y retaceados por el gobierno porteño– le impidió a San Martín desde la Lima liberada proseguir su campaña libertadora al sur y liberar el Alto Perú y dar así fin al dominio español en América.

José de San Martín
Entrevista de Guayaquil

Frente a la inferioridad de recursos de su ejército, en comparación con los que contaba el ejército comandado por el otro Libertador, Simón Bolívar, determinaron que San Martín, en la entrevista que los dos libertadores mantuvieron en Guayaquil, los días 26 y 27 de julio de 1822, se retirara poco después de la escena política y militar, renunciando a la jefatura del Ejército de los Andes  el 18 de setiembre y dos días después ante el primer Congreso del Perú, que él mismo había convocado, también renunciara ante ese cuerpo soberano, como Protector del Perú y al día siguiente se embarcara en Lima para dirigirse a Valparaíso –Chile–, y después traspasara nuevamente los Andes, esta vez hacia Mendoza, en el camino que lo llevaría al exilio.

Antonio José de Sucre
Batalla de Ayacucho (C)


Entonces, la gloria de libertar al Alto Perú, le cupo al brazo derecho de Bolívar, el Mariscal  Antonio José de Sucre, quien al derrotar a los realistas en la llanura de Ayacucho el 9 de diciembre de 1824, selló el destino del poder realista en América y con la rendición del último virrey del Perú, marcó el final de la guerra de la independencia hispanoamericana. 

El 9 de febrero de 1825 Sucre convocó una asamblea constituyente de las provincias altoperuanas para que estas decidieran su destino, esto es: la pertenencia a las Provincias Unidas del Río de la Plata, al Perú o bien un autogobierno declarando la independencia, no solo de España, sino de nuestro país y del Perú. 

Segregación de Tarija
Capitulación de Ayacucho (D)


En un primer momento Bolívar reconvino a Sucre por la medida tomada, porque consideraba que dichas provincias pertenecían por derecho a la Provincias Unidas del Río de la Plata, por la aplicación del principio de uti possidetis iure, ("como poseías [de acuerdo al derecho], poseerás") principio este que venía del derecho romano y que Simón Bolívar consideraba de aplicación entre los estados hispanoamericanos que estaban naciendo a la vida independiente, es decir que esos estados tendrían las fronteras que correspondían a las anteriores jurisdicciones territoriales coloniales, con lo cual y de acuerdo a ese principio jurídico el territorio del Alto Perú, le correspondía a las Provincias Unidas, por ser estas herederas del Virreinato del Río de la Plata, al cual dicha provincia pertenecía en la época colonial. O para decirlo de otra forma, que los nuevos estados americanos conservasen las mismas fronteras existentes bajo el dominio español y tomando el año 1810 como el último de la monarquía española, para la posesión legítima de su dominios americanos.

En una carta enviada por Bolívar al vicepresidente de Colombia, el 18 de febrero de 1825, antes de conocer la decisión de Sucre de la convocatoria de la Asamblea, decía “Yo pienso irme dentro de diez o doce días al Alto Perú a desembrollar aquél caos de intereses complicados que exige absolutamente mi presencia. El Alto Perú pertenece de derecho al Río de la Plata, de hecho a España, de voluntad a la independencia de sus hijos que quieren su Estado aparte, y de pretensión pertenece al Perú, que lo ha poseído antes y lo quiere ahora... Entregarlo al Río de la Plata es entregarlo al gobierno de la anarquía… Entregarlo al Perú es una violación del derecho público que hemos establecido, y formar una nueva República, como los habitantes lo desean, es una innovación de que yo no me quiero encargar y que sólo pertenece a una asamblea de americanos”. 

Ya conociendo lo resuelto por Sucre, en carta del 21 de febrero, Bolívar le expresaba: “Ni usted, ni yo, ni el Congreso mismo del Perú, ni el de Colombia, podemos romper y violentar la base del derecho público que tenemos reconocido en América. Esta base es que los gobiernos republicanos se fundan entre los límites de los antiguos Virreinatos, capitanías generales o presidencias… El Alto Perú es una dependencia de Buenos Aires, …Según dice, usted piensa convocar una asamblea de dichas provincias. Desde luego, la convocación misma es un acto de soberanía. Además, llamando usted estas provincias a ejercer su soberanía, las separa de hecho  de las demás provincias del Río de la Plata. Desde luego usted logrará con dicha medida la desaprobación del Río de la Plata…”

En contestación a Bolívar, Sucre le dijo: “desde ahora si le advierto que ni ustedes ni nadie los une de buena voluntad a Buenos Ares, porque hay una horrible aversión a esos vínculos…”.

El Congreso reunido en Buenos Aires, dominado por los liberales rivadavianos, no solo no invitaron a las provincias altoperuanas a reintegrarse a las Provincias del Plata y pedirles el envío de diputados para integrarse a dicho Congreso, como hubiera correspondido, sino que por el contrario establecía que el Alto Perú quedaba en plena libertad para decidir sus destinos! La resolución decía “…ES LA VOLUNTAD DEL CONGRESO GENERAL CONSTITUYENTE QUE ELLAS (las provincias del Alto Perú) QUEDEN EN PLENA LIBERTAD PARA DISPONER DE SU SUERTE…”

Nótese que el Congreso reunido en Buenos Aires, ni siquiera intentó defender el derecho que tenían las Provincias Unidas sobre el Alto Perú, no actuó ni con la premura ni la energía que el delicado caso requería, sino tampoco con el sentimiento de hermandad que correspondía con aquellos pueblos del altiplano.

El temor de incorporar diputados de las provincias altoperuanas de filiación federalista, movió a los congresales a votar una resolución que precipitaba la segregación de aquellos territorios.

Ese mal manejo de ese delicado tema por Buenos Aires, facilitaron los planes de Sucre.

Vicente Quesada –padre de Ernesto– dirá sobre estos hechos: “La desmembración se sancionaba sin ambages por un liberalismo desquiciador y disolvente. Aplicadas esas doctrinas a las provincias que formaban el núcleo de las Unidas del Río de la Plata, el desquicio, la anarquía y el separatismo eran consecuencias inevitables…”

Celebrada la Asamblea Constituyente que había convocado Sucre, se pronunció el 6 de agosto de 1825, por la independencia, dando lugar al nacimiento de la República de Bolívar (cambiando posteriormente de nombre por “Bolivia”). De ese cónclave que contó con 48 representantes, ninguno de ellos votó para adherirse a las Provincias Unidas del Río de la Plata y solo dos lo hicieron por el Bajo Perú. 

Aquí estaban los resultados de aquel mal manejo y descontrol del cual hablamos primeramente ocurridos en aquellos territorios desde fines de 1810 y mediados del año siguiente, al que se le sumaron la falta de apoyo de los gobiernos directoriales a la estrategia y empresa sanmartiniana para la culminación de la liberación del Alto Perú y por último la actitud de falta de grandeza del Congreso liberal y rivadaviano para integrar a los pueblos altoperuanos a las Provincias Unidas y dar una resolución que fue como decirles “hagan Uds. lo que quieran que a nosotros no nos interesan”.

Pero las segregaciones territoriales en el norte no terminaron aquí. Inmediatamente después vino Tarija. 

Tarija era un territorio, que formaba parte de la Provincia de Salta, pero que había sido ocupada por las tropas de Sucre, al mando de Francisco O’Connor. Tarija, por ser parte de esta provincia argentina, no había sido invitada a mandar representantes a la Asamblea Constituyente citada por Sucre (“si ella era de Salta en el año 1810…” había manifestado Sucre) y que fue la que había declarado la independencia de Bolivia.

Un grupo de tarijeños influyentes, resentidos contra Buenos Aires, querían incorporarse a las provincias del Alto Perú y contaban con la conformidad de O’Connor y de Sucre.

Otros grupos “argentinistas”, propiciaron la separación de Tarija de Salta (de la que formaba parte) y su creación como una nueva provincia rioplatense y en envío de representantes al Congreso reunido en Buenos Aires.

El Congreso dio vueltas y vueltas al asunto, mientras que los grupos separatistas no perdían el tiempo. El 26 de agosto de 1826 fue derrocado el teniente gobernador de Tarija y los amotinados solicitaron su anexión a Bolivia, lo que fue aceptado por el Congreso boliviano el 4 de octubre, quien aceptó a los diputados electos de la “provincia de Tarija”.

El historiador A. J. Pérez Amuchástegui, así se refiere a esos hechos: “La habilidad y la eficiencia puestas de manifiesto por los partidarios de la anexión de Tarija a las provincias altoperuanas fue ayudada en muy buena medida por la falta de sentido político del Congreso de Buenos Aires. En el seno de ese Cuerpo se dio largas al reconocimiento de los diputados tarijeños oportunamente elegidos, y se postergó el tratamiento del pedido de Tarija a ser promovida a provincia. En las artimañas de Rivadavia para asegurarse una mayoría, no entraba la perspectiva de una virtual oposición por parte de nuevos diputados norteños. Al mismo tiempo, el paulatino avance del centralismo porteñista en el Congreso fue creando cada vez mayores recelos en el interior, y ello favoreció, obviamente, la prédica tarijeña que aconsejaba la separación del Río de la Plata, cuyo Congreso no se interesaba por atender los problemas de Tarija. La voz de Manuel Dorrego, campeando por los fueros federales, logró, por fin, que el 17 de setiembre el Congreso incorporara un diputado tarijeño; otro fue incorporado el 13 de enero de 1827. Y a todo esto, Tarija había pasado a depender formalmente de Bolivia desde agosto de 1826. Sólo el 30 de noviembre, cuando nada quedaba ya por hacer, una ley del Congreso rioplatense elevó a Tarija a la jerarquía de provincia argentina…”. Tarija ya se había perdido para la Argentina.

Esta es, en breve síntesis, la historia de la segregación del Alto Perú y Tarija.

En la carta que me remitió López Mato “Otra Vuelta de Obligado” y que se publicó en el número anterior de este periódico, afirmó que Rosas “Nada hizo para defender nuestros intereses en Bolivia. Es verdad que en el 39 Buenos Aires estaba bloqueado por los franceses, pero un año más tarde Rosas tenía a 10.000 hombres persiguiendo a Lavalle por el Norte del país ¿Ni entonces pudo reclamar por el territorio usurpado?”

Si bien López Mato no dice expresamente cual es el territorio “usurpado”, se infiere que se trata de Tarija o el Alto Perú.

Veamos entonces cuales eran las circunstancias históricas en aquellos momentos.

En 1837, la Confederación Perú-Boliviana a cuyo frente se encontraba como Protector el Mariscal Andrés de Santa Cruz, mantenía excelentes relaciones con Francia, potencia esta con la cual nuestro país estaba teniendo problemas por la política expansionista y colonialista de los galos. Santa Cruz, tenía aspiraciones de incorporar nuestras provincias norteñas a su Confederación, a la par que daba asilo y fomentaba las actividades de argentinos unitarios exiliados, que desde allí conspiraban contra nuestro país.

La Confederación Perú-Boliviana también se encontraba en guerra con Chile.

Debido a todas esas circunstancias, sumada a la invasión de tropas bolivianas al norte de nuestro país, determinan que Rosas –al frente de la Confederación Argentina– en mayo de 1837, le declarara la guerra y se produjera una alianza con Chile para combatir a Santa Cruz. El 20 de enero de 1839 los chilenos obtienen la victoria en la batalla de Yungay, produciéndose la disolución de aquella Confederación Perú-Boliviana (ER 6, pág. 1 y 2).

Simultáneamente con aquellos sucesos, en el Río de la Plata se producía el bloqueo francés (marzo de 1838) y posteriormente la invasión del Ejército “Libertador” al mando de Lavalle quien en combinación y con ayuda francesa intentaba derrocar al gobernador de Buenos Aires.

Lavalle no se decidió a atacar Buenos Aires e inició la retirada al norte, perseguido y acosado por el ejército de la Confederación, siendo derrotado en Quebracho Herrado y Famaillá. Ya en San Salvador de Jujuy el 9 de octubre de 1841 se produjo la extraña muerte de Lavalle –suicidio?, matado por su joven amante Damasita Boedo?...– y la huida hacia Bolivia de lo que quedaba de su ejército. Poco le hubiera costado al poderoso ejército nacional en aquel momento (fines de 1841 y principios de 1842) seguir la persecución de los fugitivos por la quebrada de Humahuaca, internarse en Bolivia, vencerlos y de yapa lograr la reincorporación de Tarija y Bolivia a la Confederación Argentina, ya que el país vecino se encontraba en total anarquía y al borde de la disolución, pues como ya se dijo, después de la batalla de Yungay, la situación de Bolivia era caótica. 

El Gobernador de Salta, Miguel Otero escribió a Rosas en tal sentido, haciéndole saber de la anarquía que reinaba en el país hermano, de la existencia de grupos argentinistas en Tarija, la simpatía que los bolivianos sentían por la Confederación Argentina, solicitándole en consecuencia intervenir para lograr la reincorporación de aquellos territorios a la Confederación Argentina.

Segregación de Tarija
Juan Manuel de Rosas (E)


Es esclarecedora la carta  de Rosas al General Angel Pacheco el 17 de noviembre de 1841 en la que le dice: “… te diré, que el señor Otero, actual gobernador de Salta, y otras personas, me hablan desde aquella parte, y desde Bolivia, sobre el estado de aquella república, diciéndome: que las provincias de ella invocan y desean la federación, que hablan de nuestra Confederación con respeto e interés; y que por todo sería la mejor oportunidad para que el gobierno argentino reincorporase a Tarija, y fomentase la federación en Bolivia, interviniendo en ello y auxiliando a los federales. Que de esto reportaría grandes beneficios el comercio de la República Argentina y la causa nacional de la Federación. Es esto en substancia lo que me escriben con sumo interés, y que me apresuraré a contestar, porque todo ello es absolutamente opuesto a mis principios políticos; y a mi carácter privado.

Les diré, pues; que de ningún modo estoy, ni puedo, ni podrá jamás estar conforme este gobierno mientras yo esté a su cabeza, y como tal Encargado de las Relaciones Exteriores. Que lo que nos corresponde es sentir las desgracias de una república hermana, vecina y amiga, y en sus disensiones domésticas guardar toda la neutralidad del derecho internacional, sin dejar de distinguir en la parte posible a nuestros amigos de nuestros enemigos, resguardarnos y precavernos de estos. Que no debemos mezclarnos en que su forma de gobierno sea de unidad o de federación. Y que respecto de Tarija, &, no es digno de la República Argentina reincorporarla hoy por la fuerza, ni reclamar nuestros derechos en circunstancias que Bolivia se encuentra afligida, y envuelta en una terrible anarquía. Que esto debe ser obra de la paz, por negociaciones pacíficas, dignas y honorables, en que por un tratado quede restituída, lo que no nos será difícil conseguir así que Bolivia se encuentre en perfecta tranquilidad, presidida por un gobierno justo y verdaderamente amigo, con el que conseguiremos también otro de límites y comercio, como lo desean los mismos señores que me han escrito. Tratado que puede y debe ser recíprocamente ventajoso y de inmensos beneficios a las dos repúblicas. Que oportunamente marchará un ministro argentino a ir poco a poco preparando las cosas en este sentido. Que la guerra contra Santa Cruz, no fue a Bolivia sino a éste, a consecuencia de las invasiones que fomentó sobre la República Argentina, su liga con los salvajes unitarios y establecimiento de la Confederación Perú-Boliviana, que en todo sentido rompía su permanencia el equilibrio de los Estados del continente y minaba en toda forma su base de gobierno republicano…”

En otra carta del 12 de enero de 1842 pero esta vez dirigida al general Manuel Oribe se expresará con los mismos conceptos.

Creo que hubiera sido posible atento a la situación anárquica de Bolivia, que con las tropas que la Confederación tenía a fines de 1841 en el norte –que habían derrotado a las tropas de Lavalle y lo habían empujado al Norte, tropas estas que después de la muerte de su jefe pasaron a Bolivia– se hubiera reincorporado a la fuerza a Tarija e incluso Bolivia –Alto Perú– a la Confederación Argentina. Las tropas argentinas, bien pudieron perseguir a los unitarios en su huida hacia Bolivia y haber reincorporado dichos territorios.

Pero el no haber actuado así, no se le puede imputar a Rosas ningún antipatriotismo como lo deja entrever López Mato y otros escritores antirrosistas sino que por el contrario primaron en el gobernante argentino, otros principios: a) Respeto a la soberanía de otros países americanos, b) No inmiscuirse ni intervenir en la política interna de otros estados, c) Verdadera solidaridad americana, d) Que solo los tratados firmados por partes en igualdad de condiciones pueden llevar a una paz duradera, e) Los tratados deben ser ventajosos para todas las partes, f) No valerse de una circunstancial posición de fuerza para obligar a la otra parte a la firma de un tratado desventajoso a sus intereses, g) No valerse de la fuerza para reincorporar territorios, h) La unión perdurable nunca está basada en la fuerza.

Estos principios, –a lo mejor sustentados ingenuamente por Rosas–, no fueron aplicados por nuestros vecinos a la hora de conspirar y alentar levantamientos contra la Confederación Argentina e intervenir en sus cuestiones domésticas.

Si Rosas buscó la reconstrucción territorial del antiguo virreinato –algo que nunca dijo–, lo sería por la vía pacífica y por la voluntad de sus habitantes, pero nunca por la fuerza.

Pregunto a nuestros lectores: ¿Cómo sería el mundo hoy día si en las relaciones entre los países se aplicaran estos principios éticos?. 


Fuentes:

Irazusta, Julio. Vida política de Juan Manuel de Rosas a través de su corrrespondencia. Edic. 1975. Tomo 4.

Pérez Amuchástegui, A. J. Crónica Argentina Histórica, Edit. Codex, Tomos 1 y 2.

Perrone, Jorge. Historia de la Argentina, Edic. Olimpo, Tomo I.

Rosa, José María. Historia Argentina. Edit. Oriente, Tomo IV.


(A) Batalla de Suipacha. Detalle de la litografía de Nicolás Grondona. Museo Histórico Nacional. 

(B) Dibujo del Cerro Rico, Potosí, hecho c. 1715. 

(C) Batalla de Ayacucho. Selló la suerte de los realistas en Sudamérica, pero para las Provincias Unidas del Río de la Plata, significó la pérdida de sus cuatros provincias del Alto Perú y posteriormente de Tarija. 

(D) Capitulación de Ayacucho. Óleo de Daniel Hernández. Museo del Banco Central de Reserva del Perú. 

(E) Rosas. Miniatura. Rosas se negó a incorporar por la fuerza a Tarija a la Confederación Argentina.

Chilavert - El hombre de dos bandos

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año VI N° 22 - Marzo 2012 - Pag. 9 

El hombre de dos bandos

  Por la Prof. Beatriz C. Doallo

La  existencia de Martiniano Chilavert, transcurrida entre leal servicio a unitarios y a federales, obtuvo un lugar destacado en la historia patria al culminar con un acto de extraordinaria valentía por su parte y un acto de barbarie por parte de un vencedor.

Martiniano Chilavert nace en Buenos Aires en 1801. Era hijo de Francisco Vicente Chilavert, capitán español que, luego de las Invasiones Inglesas, lo lleva a España, donde inicia sus estudios. A fines de 1811 padre e hijo viajan a Inglaterra y, desde allí, el capitán Chilavert, que ha aceptado con ecuanimidad la Revolución de Mayo, decide regresar con su hijo a Buenos Aires. Lo hacen en 1812 y en la fragata “George Canning”, que también devuelve a su tierra natal a José de San Martín, y a Carlos de Alvear. Con este militar y político traba amistad el padre de Martiniano, y esa relación paterna tiene su peso en la determinación de su quinceañero hijo de dedicarse a la carrera de las armas, aunque paralelamente estudia ingeniería en la Universidad.

Chilavert ingresa al Regimiento de Granaderos de Infantería, y en 1817 es nombrado subteniente de artillería. Combate bajo las órdenes del general Alvear durante la invasión de Buenos Aires por el caudillo santafesino Estanislao López; participa de la victoria de Cañada de la Cruz y de la derrota de Pavón, tras la cual se exilia en Montevideo.

En 1820 Chilavert renuncia al ejército y regresa a Buenos Aires, donde reanuda sus estudios de ingeniería. Obtenido el título, lo designan ayudante de cátedra de Felipe Senillosa, ingeniero español que dicta matemáticas en la Universidad.

En 1826 ocurre la declaración de guerra del Imperio del Brasil contra nuestro país. Chilavert se alista nuevamente con las tropas comandadas por Alvear, y bajo la jefatura del coronel Tomás de Iriarte, Comandante de Artilleros, se destaca el 20 de febrero de 1827 en la batalla de Ituzaingó (Corrientes), donde lo ascienden a Sargento Mayor. En noviembre de ese mismo año, con la artillería de Alvear frustra un intento de invasión brasileña en la desembocadura del río Salado.

En diciembre de 1828 sobreviene el levantamiento del general Juan Galo Lavalle contra el coronel Manuel Dorrego, gobernador de Buenos Aires. La insurrección produce lo que años más tarde Lavalle confesará como su crimen, el fusilamiento de Dorrego en los campos de Navarro, y da impulso a la carrera política del estanciero y comandante de milicias rurales don Juan Manuel de Rosas.

En tanto esto acontece en Buenos Aires, Chilavert se halla en la Banda Oriental con una división del ejército que decide unirse a las que Lavalle ha sublevado en territorio argentino. Derrotadas esas tropas en Puente de Márquez, Chilavert se mantiene leal a Lavalle y le acompaña a su expatriación en el Uruguay. En Montevideo participa de las reuniones de emigrados unitarios que conspiran, en oportunidades con la presencia de enviados franceses y brasileños, para derrocar al gobierno que Rosas ha asumido en Buenos Aires con facultades extraordinarias el 13 de abril de 1835.

En 1836, al ocurrir en el Uruguay la disputa del poder entre su primer presidente, el líder del Partido Colorado, Fructuoso Rivera, y el jefe del Partido Blanco, Manuel Oribe, sucesor de aquél, Chilavert es “cedido en préstamo” por Lavalle a Rivera, quien le nombra Coronel de su ejército.

En julio de 1839, Lavalle se traslada con sus tropas a la isla de Martín García y decide recuperar a Chilavert, a quien designa Jefe de su Estado Mayor. En septiembre de ese año Lavalle desembarca en Entre Ríos y el día 22 obtiene una victoria con la batalla de Yeruá, triunfo en el que tiene primordial importancia la artillería que comanda Chilavert.

Pero ya hay disensiones entre Lavalle y su Jefe de Estado Mayor y de la Artillería. El motivo: la indignación que ocasiona a Chilavert la ingerencia francesa en las luchas civiles argentinas. Lavalle lo acusa de indisciplina y, fastidiado, lo envía otra vez a combatir junto a su aliado Rivera. El pardejón Rivera - como lo apodaba Rosas - invade Entre Ríos en 1841; en 1842 las fuerzas invasoras son derrotadas por Oribe y Urquiza en Arroyo Grande, cerca de Concordia, y Chilavert se exilia en el Brasil.

Durante ese destierro tiene lugar el 20 de noviembre de 1845 una de las más heroicas batallas de nuestra historia, la de la Vuelta de Obligado. Chilavert ha tenido mucho tiempo para recapacitar acerca de su partidismo, reconoce que ha perdido el rumbo pero aún es tiempo de retomarlo. Escribe a Juan Bautista Alberdi y a otros emigrados a quienes conoció en Montevideo, intentando hacerles comprender el error que cometen al permitir que potencias extranjeras invadan suelo argentino.

En carta de abril de 1846 ofrece sus servicios a Rosas, aunque declarando honestamente ser contrario a su línea política: “… por ser opuesto a mis principios combatir contra mi país unido a fuerzas extranjeras, sea cual fuere la naturaleza del gobierno que lo rige.”

En mayo escribe también al general oriental Manuel Oribe, contra quien luchara con el ejército de Rivera: “…Considero el más espantoso crimen llevar contra él  (el país) las armas del extranjero. Vergüenza y oprobio esperan al que así procede, y en su conciencia llevará eternamente una acusación implacable, que sin cesar repetirá: ¡traidor! ¡traidor! (…) Vi también propagadas doctrinas que tienden a convertir el interés mercantil de Inglaterra en un centro de atracción al que deben subordinarse los más caros del país. La disolución misma de la nacionalidad se establece como principio. (…) El cañón de Obligado contestó a tan insolentes provocaciones. Su estruendo resonó en mi corazón. Desde ese instante un solo deseo me anima: el de servir a mi patria en esta lucha de justicia y de gloria para ella.”

Rosas le envía un emisario instándolo a regresar a Buenos Aires, le nombra Coronel, y a comienzos del año 1847 ya está Chilavert ocupado en reorganizar la artillería del ejército federal, y en defenderse epistolarmente de la acusación de traidor que pregonan los unitarios exiliados.

Cuando en 1852 llega el enfrentamiento final de Caseros, Chilavert, Comandante de la artillería de Rosas, lucha hasta que se le terminan las balas de cañón. Concluida la batalla, tiene oportunidad de huir, pero permanece junto a uno de sus cañones hasta ser tomado prisionero por el Coronel José Virasoro.

En el cuartel general del ejército vencedor, establecido en la casona de Palermo en que residiera Rosas, el 4 de febrero de 1852, al día siguiente del combate de Caseros, Chilavert se enfrenta con Urquiza en una agria disputa.

Hay dos versiones sobre el motivo de esta discusión. La más difundida asegura que Urquiza odiaba a Chilavert por rivalidad en un asunto de amoríos allá por 1830; la más aceptable, que Urquiza increpó a Chilavert por su cambio de bando y éste replicó que “mil veces lo volvería a hacer”.

Cualesquiera hayan sido las causas de la disputa, ésta finaliza con la orden de Urquiza de fusilar a Chilavert por la espalda, castigo que se imponía a los traidores y a los cobardes que desertaban del ejército. Orden que, por lo arbitraria, horroriza inclusive al Estado Mayor del entrerriano.

Arrastrado a una cuadra del edificio principal de la finca y arrojado contra un   paredón, Chilavert exige a gritos ser fusilado de frente, forcejea con el oficial a cargo del pelotón, recibe un balazo en el rostro y es ultimado con bayonetas y a culatazos. Su cadáver permanece insepulto varios días en una zanja, mientras la magnitud del crimen inicuo cometido por Urquiza convierte al Jefe de Artilleros de Rosas en un mártir de la causa federal.

La infamia de Caseros

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año VI N° 22 - Marzo 2012 - Pag. 8 

La infamia de Caseros

                                                                       Dr. Edgardo Atilio Moreno

Justo José de Urquiza

Litografía colorada impresa por la “Litografía Madrileña” de Buenos Aires. MHN



El 3 de febrero de 1852 la Confederación Argentina, que  conducía legítimamente y conforme a derecho don Juan Manuel de Rosas, cayó derrotada en los campos de Caseros frente a la infame coalición que conformaron brasileños, orientales “colorados”, y urquicistas.

Aquella tragedia, que marcó a fuego nuestro destino nacional, fue el fruto de una trama perversa comenzada varios años atrás.

En efecto, nuestro enemigo histórico en la región, el Imperio del Brasil, hacia tiempo que estaba preocupado por que el gobierno de Rosas se había convertido en un escollo insalvable para sus ambiciones expansionistas, de modo tal que ordenó a su hábil diplomacia que encontrase la forma de derrocar al Ilustre Restaurador de las Leyes y el Orden.

En esto los brasileños coincidieron con los intereses económicos y geopolíticos de los ingleses, los cuales no cejaban en su intento por imponer la libre navegación de nuestros ríos interiores y el sistema de librecambio.

Para tales fines, los imperiales comprendieron que debían ganarse el apoyo de los enemigos internos de Rosas. Su presa mas codiciada fue el general Justo José de Urquiza, a la sazón gobernador de la provincia de Entre Ríos y a cargo del ejército mas poderoso que disponía la Confederación Argentina.

Con ese afán ya en 1850 habían tentado al caudillo entrerriano solicitándole su neutralidad ante una eventual invasión al territorio argentino; oportunidad en la cual Urquiza supo contestar que no podía tomar tal actitud sin traicionar a su Patria.

Sin embargo, poco tiempo después, su forma de ver las cosas cambiaría. Razones de peso –o mejor dicho de “pesos” – influirían en ello. Y es que don Juan Manuel había resuelto poner fin al comercio espurio que había enriquecido al entrerriano.

Justo José de Urquiza
Delantal masónico de Urquiza

Como bien lo explica el historiador José María Rosa, la política económica proteccionista que impulsó don Juan Manuel  –instrumentalizada principalmente con la Ley de Aduana–, si bien protegió y dio un gran impulso a la actividad industrial en las provincias del interior –desencadenando así las agresiones anglofrancesas que culminaron en la Vuelta de Obligado–, sin embargo se convirtió en una molestia para los negocios personales de Urquiza.

Y aunque todos los gobernadores conservaron el derecho de adoptar las medidas económicas que desearan para sus provincias, siempre y cuando no perjudicaran a la Confederación, además de tener sus propias aduanas interiores y exteriores, sin que Buenos Aires obtuviera ninguna renta que les correspondieran a ellas; el caso es que Urquiza fue mas allá, en pos de su interés personal, abasteciendo a Montevideo, plaza enemiga sitiada por la Confederación, así como traficando oro y  transgrediendo la Ley de Aduana en detrimento del bien común de los argentinos.

Su mismo secretario personal, Nicanor Molina reconoció que “Al pronunciamiento se fue porque Rosas no permitía el comercio del oro por Entre Ríos”. Claro que Urquiza debió encubrir esas motivaciones y alegó que se pronunciaba en contra de Rosas para dar al país una Constitución y terminar con la tiranía. Cuestiones que nunca antes le habían interesado y que tampoco podían justificar que un general de la Nación se uniera a los enemigos de la Patria con el objeto derrocar un gobierno e imponer otro ajeno a los intereses nacionales.

Así fue que, con ese pecado original –crimen de lesa patria–, se llegó al oprobioso 3 de febrero de 1852 y a la derrota inevitable de la Confederación Argentina frente a fuerzas mucho más poderosas. Fuerzas que dicho sea de paso habían sido financiadas por el enemigo extranjero, poniéndose el patrimonio nacional como garantía del pago por dicha ayuda.

La ola de crímenes que se desató inmediatamente después de esta batalla fue otro baldón en dicho proceso, y fue un ejemplo más del proceder consuetudinario de unitarios y liberales en nuestra Patria. Más de 600 asesinatos en la ciudad de Buenos Aires, acompañados de toda clase de vejámenes a la población civil. Miles de ejecuciones en la campaña; toda una división del ejercito federal –la división Aquino– pasada por las armas; el coronel Chilavert y cientos de los héroes que lucharon en la Vuelta de Obligado asesinados cruelmente por los vencedores de Caseros.

El proceder de estos “iluminados”, que decían luchar contra la tiranía y el terror, y que prometían traernos los beneficios de la civilización; así como todo lo que vino después de Caseros, justificaría aun más todo lo hecho por don Juan Manuel de Rosas.

Las consecuencias de tal ignominia serian tristes, gravísimas y perdurables.

Por lo pronto, con la batalla de Caseros, Brasil salvó su destino y lavó sus afrentas. El hecho de que si bien la misma tuvo lugar el día 3 de febrero y que sus tropas esperaran hasta el día 20 de ese mes –aniversario de nuestra victoria en Ituzaingo– para recién entrar desfilando victoriosas en Buenos Aires, lo dice todo.

Pero lo más grave fue que para la Nación Argentina, Caseros vino a ser el comienzo de su declive nacional. Este hecho significó la interrupción de aquella empresa común iniciada en 1550 con la fundación de la ciudad de Santiago del Estero; determinó la ruptura de nuestra tradición histórica y el aborto de nuestro destino de grandeza.

A partir de entonces se comenzó a inventar un nuevo país, una antiargentina, de espaldas a la Argentina real y en contra de su verdadero Ser Nacional.

El país que nació de aquel oprobio se edificaría conforme a los dictados de la masonería internacional y respondería a los intereses del imperialismo anglosajón.

El Estado que se organizará será la base del actual sistema de dominación que asegura el gobierno de los peores y la sumisión de nuestra Patria al capital financiero internacional.

El modelo económico a implantarse de aquí en más se encargará de transferir nuestras riquezas al extranjero; y nuestra cultura hispano católica y criolla sufrirá el embate de la cosmovisión materialista, laicista y liberal que transmiten las logias masónicas.

Incluso el repudio a lo autóctono llegó a tal punto que se intentó implementar un verdadero genocidio con nuestro pueblo criollo a los efectos de reemplazarlo por una inmigración anglosajona y protestante, que gracias a Dios, no arribó a estas tierras. De todos modos, aquellas matanzas sistemáticas de gauchos habrían de afectar la psicología del arquetipo del hombre argentino, contribuyendo a la perdida de nuestro antiguo espíritu heroico y digno.

Ese espíritu fundacional perdido –pero materialmente vivo– es lo que los argentinos debemos recuperar para que volvamos a tener una Nación grande, fuerte e independiente, como la de los tiempos de don Juan Manuel; y para que los felones de hoy –del mismo linaje de los de Caseros– tengan su merecido.

El autor del artículo domiciliado en La Banda, Pcia. de Santiago del Estero, es abogado, egresado de la Universidad Nacional de Tucumán, actualmente está realizando un proyecto de investigación para recibirse de profesor de historia en el Instituto Superior del Profesorado Provincial Nº 1 de Santiago del Estero. Fue secretario del Tribunal Electoral de la ciudad de La Banda, Santiago del Estero. Es autor del libro "Alianza Libertadora Nacionalista, una aproximación". Tiene un blog: www.criticarevisionista.blogspot.com

Belgrano y Rosas

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año VI N° 22 - Marzo 2012 - Pag. 7 



Belgrano y Rosas

Por El Federal Apostólico

 

Manuel Belgrano, pese a haber sido soltero, tuvo dos hijos, un varón y una mujer. En esta nota nos vamos a referir al hijo varón: Pedro Pablo Rosas y Belgrano.

En 1802, Belgrano, cuya edad en ese momento era de 32 años, conoció en una tertulia, a la joven María Josefa Ezcurra, hija de una importante familia del Buenos Aires de aquél entonces, de la cual se enamoró, iniciándose una relación amorosa entre ambos.

Al poco tiempo, los padres de la joven, la casaron con un primo venido de España, quien instaló un comercio en la Ciudad. A raíz de los acontecimientos ocurridos en mayo de 1810, lo decidieron a volver a la metrópoli, dejando y abandonando en Buenos Aires a su joven esposa.

Posteriormente y de paso Belgrano por Buenos Aires, volvió a encontrarse con María Josefa y volvieron a enamorarse.

Debido a la designación de Belgrano como Jefe del Ejército Auxiliar al Alto Perú y su partida de la Ciudad para hacerse cargo del ejército, María Josefa, viajó en diligencia al norte a los fines de encontrarse con su amado, quien ya estaba en Jujuy. Acompañó así a su amante, en el éxodo jujeño y estuvo con él en los días en las batalla de Tucumán – 24 y 25 de setiembre de 1812– donde las tropas patriotas vencieron a las realistas. Al poco tiempo María Josefa quedó embarazada.

Cuando Belgrano, continuando con su campaña se dirigió a Salta, su amante, con su hijo en sus entrañas, se fue a Santa Fe, donde el niño nació en una estancia de la familia Ezcurra el 30 de junio de 1813.

La situación de María Josefa Ezcurra no era fácil en aquella época, porque si bien había sido abandonada por su esposo, su carácter de madre adulterina, era muy mal vista por la estricta sociedad de aquél entonces, razón por la cual se dirigió a Buenos Aires, con el pequeño,  para encargarle a su hermana Encarnación –recientemente casada con el estanciero Juan Manuel de Rosas– y a su cuñado para la crianza del niño, quienes lo adoptaron y trataron como un verdadero hijo, criándose con los hijos del matrimonio: Juan Bautista y Manuela Robustiana –Manuelita–, viviendo todos en la misma casa. Rosas le dio a su hijo adoptivo –su sobrino– su apellido.

Al fallecer Belgrano en 1820, no reconoció a sus hijos en su testamento, para no deshonrar a las madres de los mismos.

Cuando el hijo de Belgrano fue mayor de edad, Rosas le informó quienes habían sido sus verdaderos padres y el joven en agradecimiento a sus padres adoptivos, siguió usando ese apellido que le habían dado, adicionándole “Belgrano”, siendo entonces: Pedro Pablo Rosas y Belgrano, que es como se lo conoce en la historia.

Pedro como alférez de caballería, sirvió como ayudante de campo a Rosas en la Campaña al Desierto de 1833. Cuando Rosas fue designado por segunda vez como Gobernador de la provincia, designó a su hijo adoptivo como juez de paz y comandante del fuerte de Azul, regalándole asimismo una estancia en esos pagos. Rosas y Belgrano se dedicó a la explotación agropecuaria y tuvo trato frecuente con las tribus indígenas de la zona.

Fue allí donde Pedro conoció a la que sería su esposa Juana Rodríguez, con quien se casó  a fines de 1851, -siendo madrina de la boda su madre natural Maria Josefa Ezcurra-, habiendo tenido el matrimonio 6 hijos.

Después de la caída de Juan Manuel de Rosas del gobierno como consecuencia de la batalla de Caseros, Rosas y Belgrano se vio involucrado en las distintas acciones bélicas que se suscitaron entre la secesionada Buenos Aires y el resto de la Confederación Argentina bajo el liderazgo de Urquiza.

En su testamento dictado poco antes de morir –el 26 de setiembre de 1863– declara ser hijo natural del Gral. Manuel Belgrano, pero manifiesta desconocer quien fue su madre y ello para  resguardar su condición de hijo adulterino.

Manuel Belgrano
María Josefa Ezcurra, óleo de Fernando García del Molino, 1849


Sus restos fueron inhumados en el panteón de María Josefa Ezcurra, por los que yacen así junto a los de su madre natural, por haberlo así dispuesto esta en vida.


Mausoleo de Belgrano

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año VI N° 22 - Marzo 2012 - Pags. 6  

El Mausoleo de Belgrano

Por el Federal Apostólico

Manuel Belgrano


A las 7 de la mañana del 20 de junio de 1820, falleció a los 50 años de edad, en la más absoluta pobreza y olvidado por sus contemporáneos el Dr. y Gral. Manuel Belgrano.

Un día antes de morir y como no tenía dinero para pagarle a su médico, le entregó el único bien que poseía, su reloj de bolsillo de oro, que lo había recibido como regalo del rey Jorge III de Inglaterra.

Manuel Belgrano
Reloj que perteneción a Manuel Belgrano


La lápida de su tumba fue improvisada con el mármol de una cómoda de su casa y en ella fueron escritas estas palabras “Aquí yace el general Belgrano”.

Fue enterrado –por su voluntad expresada en su testamento– en la entrada de la iglesia del Rosario del Convento de Santo Domingo, amortajado con el blanco hábito de la orden los dominicos, ya que pertenecía a la Tercera orden de Santo Domingo. Cerca de su tumba también estaban enterrados los restos de sus padres y otros personajes como Martín de Álzaga.

El día del fallecimiento de Belgrano, fue también un día de anarquía y grave crisis política en el ejecutivo de la provincia, por la existencia de tres gobernadores –Idelfonso Ramos Mejía, Miguel Estanislao Soler y el Cabildo–, por lo que su muerte pasó desapercibida.

El diario “El Despertador Teofilantrópico”, que dirigía el fraile Francisco de Paula Castañeda, fue el único, de los ocho que existían en aquella época en la Ciudad, que anunció la noticia del "Triste funeral, pobre y sombrío, que se hizo en una iglesia junto al río, en esta capital, al ciudadano, brigadier general Manuel Belgrano”

En 1895 entre un grupo de estudiantes, surgió la idea para la construcción de un mausoleo –monumento funerario– que fuera el más hermoso de la ciudad, para que reposaran en él, los restos del creador de la bandera.

Los fondos se juntaron mediante la realización de colectas públicas, como así también por aportes dispuestos por el Congreso nacional y de varias legislaturas provinciales y diversas instituciones oficiales y privadas, y también por comerciantes, escuelas y particulares, llegándose a recaudar la suma de $ 107.725,25 que era una importante cantidad para esa época.

Se hizo un concurso de proyectos, del que participaron escultores argentinos, franceses e italianos, siéndole encargada la obra al escultor italiano Ettore Ximenes.

El mausoleo fue inaugurado el 20 de junio de 1903, durante la segunda presidencia del Gral. Julio A. Roca y en el año 1946 fue declarado Monumento Histórico Nacional.

El mausoleo tiene una altura total de 9 metros y su basamento es de mármol de Carrara.

En su parte superior se encuentra el sarcófago rematado por un yelmo con un águila que representa el genio, la nobleza y el heroísmo. El águila, alegoría al noble guerrero en su lucha por la Libertad e Independencia y es esa ave quien lleva a las almas heroicas a la eternidad. Todo ello rodeado de flores ornamentales.

En su base –sobreelevada, a la cual se accede por unos pocos escalones–  hay dos estatuas que representan, “El Pensamiento” y “La Acción”. La primera, de un hombre sentado en actitud pensante, comprometido con la realización intelectual y la otra, de un hombre sentado con un libro y una espada, simbolizan las distintas actividades que realizó el Prócer durante su vida: abogado, economista, militar, periodista, etc.

Dos bajorrelieves ubicado uno al frente que evoca la creación de la Bandera y debajo del mismo esta cincelado BELGRANO y el otro en la parte posterior que recuerda a las dos grandes victorias de las batallas de Tucumán y Salta. Este último friso cubre la parte inferior del mausoleo donde está depositada la urna con los restos de Belgrano.

Debajo de estos bajorrelieves hay guardas de laureles como ofrenda eterna de gloria y honor.

Tanto las dos estatuas, los bajorrelieves y las guardas de laureles son de bronce.

Cuatro estatuas de ángeles –vaciadas en aluminio, imitación plata vieja– en figuras femeninas, de pie, rodean el sarcófago y expresan distintas simbologías. La figura que tiene la hoja de palma hacia abajo significa la victoria asumida con humildad, otra que tiene la cinta con la leyenda en latín Studis Provehendis (Proveedor de Estudios) representa la donación que hiciera Belgrano para la construcción de 4 escuelas, la tercera que sostiene la espada representa a Belgrano en su aspecto militar y la última que sostiene el engranaje, lo es por el aspecto de la economía y el comercio ya que Belgrano fue Secretario del Real Consulado.

En la parte inferior de la escalinata del mausoleo se colocaron a través del tiempo, diversas placas conmemorativas con que las distintas instituciones lo homenajearon.

Una hermosa y trabajada reja de hierro rodea al mausoleo y entre este y la entrada principal de la basílica se encuentra un mástil para el pabellón nacional.

En la reja, también de hierro, que circunda el atrio de la iglesia se encuentra la llama votiva.

Todo argentino debiera conocer este Mausoleo y también la Iglesia del Rosario del Convento de Santo Domingo, donde se encuentran en exposición las banderas inglesas tomadas en las invasiones inglesas, lugar este donde también se desarrollaron enfrentamientos armados en aquellas heroicas jornadas.

El Mausoleo se encuentra en la calle Defensa esquina Av. Belgrano del Barrio de Monserrat, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.