jueves, 1 de marzo de 2012

Belgrano y Rosas

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año VI N° 22 - Marzo 2012 - Pag. 7 



Belgrano y Rosas

Por El Federal Apostólico

 

Manuel Belgrano, pese a haber sido soltero, tuvo dos hijos, un varón y una mujer. En esta nota nos vamos a referir al hijo varón: Pedro Pablo Rosas y Belgrano.

En 1802, Belgrano, cuya edad en ese momento era de 32 años, conoció en una tertulia, a la joven María Josefa Ezcurra, hija de una importante familia del Buenos Aires de aquél entonces, de la cual se enamoró, iniciándose una relación amorosa entre ambos.

Al poco tiempo, los padres de la joven, la casaron con un primo venido de España, quien instaló un comercio en la Ciudad. A raíz de los acontecimientos ocurridos en mayo de 1810, lo decidieron a volver a la metrópoli, dejando y abandonando en Buenos Aires a su joven esposa.

Posteriormente y de paso Belgrano por Buenos Aires, volvió a encontrarse con María Josefa y volvieron a enamorarse.

Debido a la designación de Belgrano como Jefe del Ejército Auxiliar al Alto Perú y su partida de la Ciudad para hacerse cargo del ejército, María Josefa, viajó en diligencia al norte a los fines de encontrarse con su amado, quien ya estaba en Jujuy. Acompañó así a su amante, en el éxodo jujeño y estuvo con él en los días en las batalla de Tucumán – 24 y 25 de setiembre de 1812– donde las tropas patriotas vencieron a las realistas. Al poco tiempo María Josefa quedó embarazada.

Cuando Belgrano, continuando con su campaña se dirigió a Salta, su amante, con su hijo en sus entrañas, se fue a Santa Fe, donde el niño nació en una estancia de la familia Ezcurra el 30 de junio de 1813.

La situación de María Josefa Ezcurra no era fácil en aquella época, porque si bien había sido abandonada por su esposo, su carácter de madre adulterina, era muy mal vista por la estricta sociedad de aquél entonces, razón por la cual se dirigió a Buenos Aires, con el pequeño,  para encargarle a su hermana Encarnación –recientemente casada con el estanciero Juan Manuel de Rosas– y a su cuñado para la crianza del niño, quienes lo adoptaron y trataron como un verdadero hijo, criándose con los hijos del matrimonio: Juan Bautista y Manuela Robustiana –Manuelita–, viviendo todos en la misma casa. Rosas le dio a su hijo adoptivo –su sobrino– su apellido.

Al fallecer Belgrano en 1820, no reconoció a sus hijos en su testamento, para no deshonrar a las madres de los mismos.

Cuando el hijo de Belgrano fue mayor de edad, Rosas le informó quienes habían sido sus verdaderos padres y el joven en agradecimiento a sus padres adoptivos, siguió usando ese apellido que le habían dado, adicionándole “Belgrano”, siendo entonces: Pedro Pablo Rosas y Belgrano, que es como se lo conoce en la historia.

Pedro como alférez de caballería, sirvió como ayudante de campo a Rosas en la Campaña al Desierto de 1833. Cuando Rosas fue designado por segunda vez como Gobernador de la provincia, designó a su hijo adoptivo como juez de paz y comandante del fuerte de Azul, regalándole asimismo una estancia en esos pagos. Rosas y Belgrano se dedicó a la explotación agropecuaria y tuvo trato frecuente con las tribus indígenas de la zona.

Fue allí donde Pedro conoció a la que sería su esposa Juana Rodríguez, con quien se casó  a fines de 1851, -siendo madrina de la boda su madre natural Maria Josefa Ezcurra-, habiendo tenido el matrimonio 6 hijos.

Después de la caída de Juan Manuel de Rosas del gobierno como consecuencia de la batalla de Caseros, Rosas y Belgrano se vio involucrado en las distintas acciones bélicas que se suscitaron entre la secesionada Buenos Aires y el resto de la Confederación Argentina bajo el liderazgo de Urquiza.

En su testamento dictado poco antes de morir –el 26 de setiembre de 1863– declara ser hijo natural del Gral. Manuel Belgrano, pero manifiesta desconocer quien fue su madre y ello para  resguardar su condición de hijo adulterino.

Manuel Belgrano
María Josefa Ezcurra, óleo de Fernando García del Molino, 1849


Sus restos fueron inhumados en el panteón de María Josefa Ezcurra, por los que yacen así junto a los de su madre natural, por haberlo así dispuesto esta en vida.