lunes, 20 de noviembre de 2023

Combate de Vuelta de Obligado

 Con motivo de conmemorarse un nuevo aniversario del Combate de la Vuelta de Obligado, en la sección  Sociedad del portal INFOBAE del 18 de noviembre de 2023, se publicó el siguiente artículo, que compartimos con nuestros lectores.

Vuelta de Obligado

"¿Estamos en guerra con Buenos Aires?": el debate que la Vuelta de Obligado suscitó en los parlamentos de Inglaterra y Francia

Hubo interpelaciones a los responsables de la política exterior de esas potencias coloniales, porque unos no podían entender y otros explicarse cómo no habían triunfado en su intento de imponer su voluntad en este rincón del mundo

por Pablo Yurman

La guerra que sostuvo nuestro país, por espacio de cinco años, contra la armada anglo-francesa en la década de 1840, y que tuvo como fecha icónica el 20 de noviembre de 1845, día del Combate de Vuelta de Obligado, sobre el río Paraná, fue cubierta con marcado interés por la prensa internacional, y además constituyó tema de permanente debate en los parlamentos tanto en Inglaterra como de Francia. 

Para comprender los motivos por los que ambas potencias decidieron financiar una armada que superaba el centenar de buques, en su mayoría mercantes, escoltados por una veintena de naves de guerra, debe tenerse en cuenta el contexto internacional de mediados del siglo XIX.

Eran años en los que en varias partes del mundo se asistía a una expansión del colonialismo británico, y también francés, que por la vía diplomática o por el uso de la fuerza -recordemos que se trataba de las principales potencias militares y económicas de la época- obtenían en todos lados las más variadas concesiones de diversos pueblos sometidos. Por ejemplo, el primer ministro Lord Robert Peel logró la firma del Tratado de Nankín con China en 1842 por el cual se puso fin a la primera guerra del opio, y le permitió a Inglaterra apoderarse de la célebre isla de Hong Kong (cuyo control retuvo hasta su cesión en 1997) y la apertura económica de China a sus productos industriales. Era una época en la que la diplomacia británica no aceptaba de buen grado una negativa a sus demandas por parte de otros países.

Combate de Vuelta de Obligado
La firma del Tratado de Nankin, 1842

Los franceses no se quedaban muy atrás. Y en tren de reivindicaciones territoriales sostenían un vasto imperio colonial en todos los continentes. Al tiempo que inventaban el término “Latinoamérica” (jamás usado en los siglos precedentes), no se privaron ni de bombardear el puerto mexicano de Veracruz (1838) ni de instalar a un emperador dócil a la sugerencia de establecer un tutelaje galo sobre México, como fue el caso del  desdichado Maximiliano (1864-1867).

Era, por tanto, cuestión de esgrimir una buena excusa para iniciar formalmente hostilidades contra una nación que, como la Argentina, controlaba la comercialmente estratégica boca del estuario del río de la Plata, la que a su vez constituía el paso previo para la navegación por los ríos Paraná, Paraguay y Uruguay, que eran la llave de ingreso al interior del continente.

Máxime cuando había un punto débil para la Argentina de aquellos años que será astutamente aprovechado por las potencias invasoras: nuestra guerra civil entre unitarios y federales que había provocado el exilio de muchos de los primeros en Montevideo, desde donde prestarían su ayuda a los enemigos externos del país.

Raúl Roux
Francia usó como excusa el reclamo al gobierno presidido por Juan Manuel de Rosas de que a sus ciudadanos se les diera el mismo trato privilegiado que ya tenían los residentes británicos en nuestro país (concesión que venía de tiempos de Bernardino Rivadavia). Por su parte Inglaterra reclamaba que los ríos internos en territorio argentino fuesen de libre navegación internacional, es decir, que naves de bandera británica circularan por ellos sin necesidad de autorización del gobierno argentino.

Años antes habíamos mantenido un conflicto militar similar con Francia, entre 1838 y 1840, que se concluyó con la firma del Tratado Arana-Mackau. Al respecto señala Edmundo Heredia (en Un conflicto regional e internacional en el Plata. La vuelta de Obligado) que “la prepotencia francesa desnudó su imperialismo al mezclar sus pretensiones comerciales con su apoyo a los unitarios proscriptos, entrometiéndose así en una cuestión interna de los rioplatenses. Las concretas intervenciones de fuerzas navales francesas acompañadas de declaraciones y otras actitudes nada amistosas del gobierno de Francia, eran una demostración ostensible de su decisión de mantener siempre una presencia activa en el continente”.

La negativa argentina, expresada en un incesante intercambio de notas diplomáticas entre nuestro canciller, Felipe Arana, y los funcionarios europeos, se mantuvo incólume, lo que derivó en el inicio de hostilidades. La resistencia militar argentina en la Vuelta de Obligado fue saludada por los pueblos americanos que la reivindicaron al nivel de una segunda guerra por nuestra independencia. Resultó que nuevamente ingleses y franceses deberían lidiar con uno de los pocos pueblos del planeta dispuesto a hacerles frente.

Dice Vicente Sierra en su Historia de la Argentina que “ya en enero de 1846 en el Parlamento inglés se hizo escuchar la voz de la oposición liberal ante un desarrollo de los hechos del Plata que no se ajustaba a lo que la mayoría había supuesto.” (tomo IX, pág. 275). Y agrega respecto de las bases para una salida negociada a la crisis, propuesta formulada por Rosas a través del representante argentino en Londres, Manuel Moreno, que “Lord Aberdeen dijo ante la Cámara de los Lores, el 19 de febrero de 1846, que si bien se trataba de proposiciones inadmisibles, ‘podían muy prontamente conducir a un arreglo amistoso de toda la cuestión.”

El 23 de marzo de 1846 Lord Peel fue interpelado en el parlamento, sitio en el que tuvo que responder las preguntas del vocero de la oposición, Lord Aberdeen (tiempo después pasará de la oposición al gobierno). A las preguntas relacionadas con el estado de la cuestión del Plata, a saber: si existía un estado de guerra entre Gran Bretaña y la Confederación Argentina, y fundamentalmente, sobre las perspectivas que razonablemente tendría el asunto, Peel respondió diciendo: “¿Estamos en guerra con Buenos Aires? No ha habido declaración de guerra. Hay un bloqueo de ciertos puertos del Río de la Plata pertenecientes a Buenos Aires; pero no entiendo que el establecimiento de un bloqueo importe necesariamente un estado de guerra. La segunda pregunta del noble Lord es si las operaciones de carácter más hostil en las márgenes del río Paraná tenían la sanción previa del Gobierno. Dije ya que no había dado instrucciones ningunas al representante del gobierno o al comandante de las fuerzas navales además de las que fueron comunicadas a la Cámara, y aunque parezca singular hasta hoy no se ha recibido aún una explicación amplia o satisfactoria de los motivos que hubo para la expedición del Paraná…”(citado por Vicente Sierra en Historia de la Argentina).

Sostiene Heredia que “las razones por las cuales, entre otras alternativas, la flota conjunta decidió forzar el paso fluvial en lugar de atacar un puerto o llevar a cabo alguna otra medida de fuerza, o hasta declarar la guerra, son por ahora objeto de conjeturas. Resulta extraña la pretensión de colocar mercaderías contenidas en casi una centena de barcos, en un mercado incierto y de escasa población; es poco creíble que comerciantes y fuerzas armadas creyeran realizar un buen negocio, en términos estrictamente comerciales. La hipótesis que parece más plausible, que puede inferirse por los hechos ocurridos, es que la opción procuraba movilizar en contra de Rosas a las provincias situadas al Norte (Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes) y al Paraguay; es decir, producir un hecho detonante que provocara una reacción generalizada contra Rosas.”

En efecto, varios documentos y testimonios de la época dan cuenta del interés por parte del Brasil de sacar ventajas de la intervención europea en perjuicio de la Argentina, procurando su debilitamiento en combinación con el Paraguay. Llegó a manejarse la posibilidad de crear una artificial República de la Mesopotamia, es decir, el desmembramiento del territorio argentino.

Las tensiones parlamentarias en Francia estaban a la orden del día a raíz de los sucesos en Sudamérica. François Guizot era el ministro de relaciones exteriores francés y será poco tiempo después primer ministro coincidiendo con el reinado de Luis Felipe. Al comparecer a la Asamblea Nacional fue duramente interpelado por un viejo adversario, Adolfo Thiers, en línea similar a la de los parlamentarios ingleses.

Al respecto expresa Sierra que “Guizot no podía defenderse muy eficazmente, pues su política rioplatense distaba de ser coherente, revelaba contradicciones, de manera que se limitó a exponer que no se podía aún hablar de que la intervención hubiera fracasado. La verdad era, en cambio, que ni Guizot ni Aberdeen lograban explicarse cómo no habían triunfado.”

Constituye un lugar común en ciertos sectores de nuestra historiografía, guiados más por prejuicios que por rigor y exhaustividad histórica, considerar a la actitud argentina de resistir las demandas extranjeras como un capricho de Rosas. Además de omitir decir que ese conflicto culminó con una victoria diplomática de nuestro país, olvidan que al tiempo que fue una guerra internacional, también lo fue regional, en la que por una suma de intereses y circunstancias se jugaba nuestro destino: o salvaguardar nuestra integridad y dignidad, o atomizarnos en un mosaico de pequeños estados irrelevantes en el tablero internacional.

martes, 14 de noviembre de 2023

Los libres del Sur - Batalla de Chascomús

 REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

254

  En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.

Durante los meses de octubre y noviembre de 1989 y con motivo de cumplirse el 150° aniversario de la revolución o levantamiento de los llamados "Libres del Sur", fueron publicados en el diario La Prensa, artículos alusivos al tema, con la visión de la Historia Oficial.
El 30 de julio, se publicó siguiente artículo en el Suplemento Cultural del mencionado matutino.


Dolores y Chascomús, los libres del sur, de 1839
por Rolando Dorcas Berro (h)

Batalla de Chascomús, los hacendados del sur
Batalla de Chascomús


Hace exactamente ciento cincuenta años, Dolores y Chascomús, dos pueblos cercanos de similar características, nacidos ambos como avanzadas de la civilización en el desierto, protagonizaron la Revolución del Sur, gesta heroica que Esteban Echeverría calificó, en 1849, como el acontecimiento más notable de la historia argentina después de la Revolución de Mayo.

Recordemos, brevemente, aquellos hechos. A fines de 1839 el comandante Rico se incorporó a los complotados con Jo cual se ganaba a uno de los principales actores del movimiento.

El grito de rebelión estaba acordado para el 6 de noviembre, pero, un acontecimiento, sl se quiere insignificante, precipitó el estallido. Un vecino del pueblo de Dolores, un tal Cuello, encontró en la calle un anónimo harto comprometedor y se lo llevó al juez de paz. Este, preocupado, le envió una copia del mismo a Rosas que le contestó así: "Que esta clase de anónimos son obra de la miserable importancia de los salvajes unitarios y que toda vez que aparezca alguno, se fije usted en cuatro unitarios de los más señalados y mentados por tales en el partido, los haga prender, les remache una barra de grillos a cada uno y los remita a la cárcel pública de esta ciudad con orden al conductor de fusilarlos en el camino si dieran trabajo y dar cuenta. Y, por último, que luego de recibir la presente mande los cuatro que correspondan al anónimo comunicado”.

Temeroso el juez Sánchez se apresuró a pedirle a Rosas que designe a los cuatro y, por consiguiente, en esos días se empezó a rumorear en la población los nombres de ellos.

Un comunicado análogo le había llegado al juez de paz de Lobería, don José Otamendi con la nómina de los que tenía que engrillar, que eran: su hermano Fernando, Pedro Castelli, su íntimo amigo, Juan Ramón Ezeiza y el comandante Lacasa. El juez comunicó la noticia a su hermano Fernando, éste avisó a Lacasa quien a su vez se puso en comunicación con Castelli y éste urgió a Rico que se hallaba en los Montes Grandes para que regrese a Dolores. Rico, a su vez, había tenido noticias de que iban a ser detenidos otros amigos de modo que precipitó los acontecimientos. En las primeras horas de la mañana del 29 de octubre se empezó a escuchar el redoble acompasado del tambor batiendo generala por las calles solitarias de Dolores y, rápidamente, se comenzó a llenar la plaza de gente. Entonces el comandante Rico, cubierto aún con el polvo del camino -como dice Carrranza-  y seguido por los capitanes Zacarías, Márquez y Crispín Peralta, penetró en el cuadro a caballo y desmontándose, comenzó a hablar así

"Compañeros: Nos hemos reunido aquí con el objeto de elegir para el partido de Dolores un nuevo comandante militar y otro juez de paz que respondan y apoyen el levantamiento dela campaña del Sur contra el gobernador D. Juan Manuel de Rosas…”

Luego de firmada el acta, el ciudadano Severo Pizarro fue con cuatro hombres a buscar el retrato de Rosas que ocupaba en el juzgado de paz un lugar de honor, así nos lo relata Ángel J. Carranza en su libro "La Revolución del Sur”. Llevado el retrato delante de Rico, dijo éste:

“Compañeros, hermanos: Por quién llevamos este velillo de luto en el sombrero y arrancándose también la divisa agregó: Y qué significa esta marca ignominiosa sobre el corazón? Pues arrojemos al suelo con desprecio el primero, clavando en él con nuestros puñales la segunda para vengarnos de tantos ultrajes…” y en acto, dice un testigo, la plaza quedó coloreando de cintas y sembrada de trapos negros.

Esa misma noche, no encontrándose tela celeste para embanderar el pueblo un grupo de mujeres tiñó varias piezas de bramante, de modo que, a las pocas horas quinientas banderas flotaban al viento.

El grito de Dolores repercutió de inmediato en Chascomús y el 2 de noviembre el comandante José Mendiola en medio de la plaza y entre repiques de campanas aclamaba a los revolucionarios de Dolores con la consecuente destrucción de bustos de yeso. El 3 la vanguardia de las tropas revolucionarias entró en la ciudad y en tanto que Dolores bullía de espirito belicoso, Castelli escribía al General Eustaquio Díaz Vélez, guerrero de la Independencia, a su estancia en la comarca, ofreciéndole la jefatura de todo el movimiento. Se enviaron tropas para sublevar Tandil y al mismo tiempo se comunicaban con la escuadra francesa bloqueadora para ponerse en contacto con Montevideo.

Pedro Castelli, sargento mayor, fue designado jefe del movimiento por el prestigio de su apellido pues era hijo de Juan José Castelli, miembro de la Junta de Mayo. Dicen que cuando Martínez Castro y Ramos Mejía, en nombre de Lavalle y de Maza le ofrecieron la jefatura del movimiento, declaró “que preferiría ir como simple soldado ya que se empeñaban en hacerlo degollar”.

Mientras en Chascomús se reclamaba la presencia de Castelli, desde Azul y Tapalqué venían avanzando las fuerzas del gobierno al mando de Prudencio Rosas. El 5 llegó Castelli a Chascomús y junto con Crámer y Márquez recorrieron el campamento revolucionario. Castelli lanzó una proclama a la población y luego doña Carmen Machado de Deheza repartió escarapeles de mostacillas azul y blanco a los oficiales y de cintas a los soldados. Por la noche se celebró un gran baile en honor de las ropas que venían de Dolores. Era Ja noche del 6 de noviembre. Las informaciones decían que Rosas y Granada venían llegando y que desde Monte avanzaba el famoso coronel Vicente González su Majestad Caranchísima.

En poco más de tres horas se decidió la batalla que sirvió para consolidar el poder de Rosas. Muchos quedaron en el campo de lucha, muchos fueron prisioneros. Rico se retiró a Dolores y desde allí al Tuyú en donde se embarcó con cerca de mil hombres para Montevideo.

En la tarde de ese tormentoso día 7, Castelli regresaba solitario y deprimido hacia Dolores y con su asistente el negro Gabino optó por continuar solo hacia los Montes  Grandes de Monsalvo y allí se refugió. Al pasar por dichos montes la vanguardia de Prudencio Rosas, que iba con el mismo rumbo, uno de los soldados de la partida sorprendió al asistente que aterrorizado dio a conocer el refugio de su amo. Castelli fue atacado de Improviso, mientras grababa su nombre en un tala; cayó derribado de un feroz  hachazo en la cara y enseguida lo degolló el soldado Durán“.

En la mañana  del 17  de  noviembre los vecinos de Dolores se sintieron horrorizados pues una partida entraba al pueblo, al frente de la cual un jinete traía colgada al pecho de su caballo una cabeza humana, era la de Pedro Castelli, que, totalmente desfigurada fue colgada en un madero que se colocó en la plaza donde ahora se levanta la pirámide. Para escarnio y terror de la población estuvo siete años colocada allí.

Refiere Juan B. Selva, en su libro “El Grito de Dolores”, que una mañana lluviosa y destemplada de julio de 1847, una mulata correntina conocida como Mama Pancha y otra amiga atravesaban la plaza en dirección a su casa. Al llegar al poste, Mama Pancha levantó los ojos, quizá para dirigirle una plegaria al muerto, y con sorpresa vio que la cabeza había desaparecido. Su compañera la sacó de dudas pues la hacía rodar de un puntapié. Mama Pancha sólo pensó en rescatarla. Cuándo llegó su hijo José, cabo del 5 de Cívicos, al notarla tan preocupada le inquirió la causa y la madre le propuso que fuera a la plaza para traer el fúnebre despojo. Algo similar había hecho Fortunato García con la cabeza de Avellaneda. Madre e hijo comprendian que se exponían a ser fusilados, no obstánte, José la trajo esa noche, oculta en su pesado poncho pampa. La madre, ansiosa, lo recibió con un grito de júbilo. Nada nos ocurrirá, dijo, rasgando el cotín del colchón, escondiendo la cabeza entre la lana. Mama Pancha solía sacarla, la colocaba sobre un cajón, le encendía velas y le rezaba oraciones. Así la tuvo oculta hasta la caída de Rosas.

 Muchos poetas han cantado esta épica acción: Echeverría en la “Insurrección del Sur”, Mitre en varios poemas, Melgar en “El Grito de Dolores”, Egozcue en “La cabeza de Castelli”, Cotta en “La Jornada heroica”, Navarro  Puentes en su “Canto épico a la batalla de Chascomús”, mi progenitor en sus “Décimas”

Dolores y Chascomús son hoy ciudades cultas e importantes en la provincia de Buenas Aires, pero la santidad y el heroísmo, están por encima de todas las grandezas materiales y para siempre su mayor título de gloria habrá sido esta acción casi legendaria.


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sábado, 11 de noviembre de 2023

Revolución de los Libres del Sur - Isidoro Ruíz Moreno

 

REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

253

  En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años. 

Durante los meses de octubre y noviembre de 1989 y con motivo de cumplirse el 150° aniversario de la revolución o levantamiento de los llamados "Libres del Sur", fueron publicados en el diario La Prensa, artículos alusivos al tema, de autoría de autores seguidores de la línea de la Historia Oficial; el que sigue se publicó el 31 de octubre.

Los Libres del Sur
por Isidoro Ruiz Moreno

Levantamientos contra el gobierno de Rosas
Los iniciadores del levantamiento de los hacendados del sur

No siempre la admiración de la posteridad se detiene en hechos victoriosos. A veces, como en el  presente episodio histórico, la atención va dedicada a exaltar gestas que, no obstante su fracaso, salvan la dignidad de un pueblo. Al cumplirse el 150° aniversario del alzamiento porteño de 1839 contra un sistema degradante y regresivo rememoraremos sus alternativas como homenaje a la protesta viril ante ese estado de cosas.

Cuatro años hacía que asumiera el mando provincial don Juan M. de Rosas. Investido por la Legislatura con la “suma del Poder Público”, su autoridad omnímoda se había hecho sentir de inmediato para eliminar a sus opositores, a los enemigos de la Federación y a quienes calificaba de  traidores a la misma. Listas de cesantías de todo tipo de funcionarios, sin exceptuar a clérigos o profesores universitarios, pasando por la baja de militares, llenaron páginas del Registro Oficial; paralelamente se fulminaba con amenazas tremendas a quienes osaran manifestarse contra el régimen imperante, denostados con dicterios aterradores.

Se había trocado libertad por orden, y éste se hizo sentir pesadamente. Una severa fiscalización que no perdonó siquiera modas, impuso todo tipo de control, hasta llegar incluso a prohibir el acceso a las Iglesias a quienes no portaban la divisa partidista.

Lo descripto —y mucho más que no permite referir el espacio— podía perpetuarse merced a la ausencia de una Constitución. Nada bastaba que el propio Pacto Federal de 1831 impusiera la obligación de convocar al Congreso, ni que el mismo Rosas lo hubiera ratificado, como tampoco que reinase formalmente la “paz y tranquilidad” fijadas como presupuesto para dicha convocatoria.

La uniformidad cromática era reflejo de la igualdad de conductas, y la pasividad vino a ser la característica del pueblo porteño, otrora levantisco y altivo, que había rechazado a los ingleses y expulsado a los españoles.

En 1838 este panorama sombrío vino a complicarse cuando un conflicto con el Reino de Francia derivó en el establecimiento de bloqueo primero, y de hostilidades después. Motivaba el entredicho la negativa de las autoridades de la provincia a someter a proceso a ciertos franceses detenidos, y a licenciar a otros que prestaban servicio militar. Presentado por el gobernador Rosas como un ataque a la propia independencia nacional con propósito de colonización, esta interpretación pronto fue refutada por el gobernador López de Santa Fe, que la redujo a los límites de Buenos Aires por procederes de sus funcionarios. De su parte, Francia negó todo intento de conquista.

La sorda protesta culminaría en 1839, no ya encarnada en opositores emigrados, sino por los hasta entonces sostenedores de la situación. La crítica dio paso a la conspiración.

Numerosos hombres vinculados al circulo dominante se propusieron lograr la renuncia de Rosas, encabezándolos el comandante Ramón Maza en la capital de la provincia, con ramificaciones en su campaña. Todos, por cierto, militaban dentro del partido Federal.

Los más prestigiosos hacendados del sur de Buenos Aires, hombres de alma templada y espíritu valeroso, sin agitaciones partidistas sino cansados de todo tipo de imposición oficial, resolvieron secundar aquellos esfuerzos. Se preveía el apoyo del general Lavalle, quien al frente de una Legión Libertadora vendría desde Montevideo para derribar la tiranía uniendo en la empresa común a los antiguos bandos adversarios. Tres jóvenes decididos actuaban como enlaces entre la capital, la campaña y el cuartel de la Legión, instalado en Martín García: Marcelino Martínez Castro, Félix Frías e Isaías de Elía. Estaba previsto que Lavalle conduciría el armamento preciso hasta la costa bonaerense, en cercanías de la actual Mar del Plata, donde poseía una pequeña estancia el jefe de los complotados del sur; que era el antiguo mayor de caballería Pedro Castelli, ex oficial de Granaderos como aquél, e hijo del prócer del año 10.

Al lado de éste anudaban adhesiones sus amigos Martín Campos, Francisco Matías Ramos Mejía; Martín de la Serna, José Otamendi, José Ferrari y varios jóvenes más. Carreras de caballos y yerra servían de ocasión para unir voluntades, y el círculo creció: Anselmo Sáenz Valiente, Martín de Alzaga. Leonardo Gándara, Domingo Lastra, Juan Ramón Ezeiza, Francisco Bernabé Madero y otros hacendados de fortuna, enviaron dinero a Montevideo para adquirir los fusiles, sables y lanzas que les faltaban. Cabe apuntar otros nombres de quienes se movilizaban con entusiasmo; el veterano coronel de la Independencia Ambrosio Crámer, Pedro Lacasa, José María Guerra; José Iraola, José María Pizarro, Pascual Calvento, Miguens, Agustín Acosta, Tiburcio Lens, Miguel Miller, Antonio Pillado, Juan Antonio Fernández  Suárez, Ildefonso Torres, Rufino Fornaguera, Saturnino Lara, Manuel Silva, Juan Dillon, Francisco Mujica y multitud más que resulta imposible mencionar.

En el mes de junio la conspiración del teniente coronel Maza en la capital fue descubierta, y ejecutado su jefe y detenidos muchos implicados. Empero, contra lo que podía esperarse, el movimiento de la campaña no se detuvo pese al grave contraste, sin cundir el desaliento. Rosas sintió la agitación, y en septiembre ordenaría que los vecinos de la costa del Tuyu internasen sus caballadas a 20 leguas, para privar de elementos de movilidad a los legionarios del general Lavalle si desembarcaban allí.

Pero el esperado adalid había alterado sus planes: noticiado que el Ejército Entrerriano cruzaba el río Uruguay para atacar a su aliado el presidente Rivera en el estado oriental, tomó la funesta decisión de invadir Entre Ríos para aliviarlo en vez de dirigirse al sur...“A mí me es indiferente empezar por una o por otra parte, pero no al pueblo oriental invadido —escribió Lavalle a Andrés Lámas—. Yo tengo, que obedecer a su interés, que es el de todos: en Buenos Aires se van a desesperar, pero así lo exige el bien público”.

Esta alteración tan importante no detuvo tampoco a los complotados, quienes contaban con lograr la defección del coronel Granada, jefe de valor y prestigio, a fin de sumarlo a sus filas, tal como se había adherido el comandante Manuel Rico, segundo jefe del Regimiento 5 de Milicias y antiguo juez de paz de Dolores.

El pronunciamiento estaba previsto para el 6 de noviembre. Unos 3.000 hombres sólo esperaban el armamento necesario; ya estaba impresa la Proclama suscripta por Castelli, quien se denominaba en ella: “el jefe de los patriotas armados en la campaña del sur contra el tirano Rosas”.

Un raro ejemplar de la misma, propiedad del historiador Juan Isidro Quesada, informaba sobre los agravios que los movían: “Un error funesto nos hizo elevar al mando supremo a un malvado indigno de gobernarnos, y aún de vivir entre nosotros. Juan Manuel Rosas ha quebrantado todas las promesas, todos los juramentos que hizo cuando le confiamos el gobierno. Nos prometió restablecer la tranquilidad  pública y no ha hecho más que fomentar odios, partidos y desuniones. Nos ofreció dar paz a la República, y la comprometió injustamente en guerras con Estados vecinos y con naciones amigas. Juró proteger nuestras vidas, nuestros derechos, y se ha ocupado diez años consecutivos en encarcelar, fusilar y degollar a nuestros compatriotas. Nos ha hecho quemarle inciensos, darle nuestras fortunas, vestir trajes y divisas ridículas e insultantes, arrastrar su coche, adorar su retrato en los templos mismos”. Concluía el documento: “Os hablan hombres que conocéis, propietarios, hacendados, que os ofrecen garantías de sus intenciones: no tenemos aspiración ninguna no queremos partidos, no los quiere tampoco el patriota general Lavalle ni los valientes que le acompañan, queremos sólo paz para la República, unión de hermanos entre todos los argentinos, un gobierno regular y justo, elegido libremente por el voto de los pueblos”.

La delación de un vecino de Dolores precipitó el estallido. El comandante Rico dio la señal de insurrección en la plaza de Dolores en la mañana del martes 29 de octubre, quitándose la concurrencia las divisas coloradas con que sembraron el suelo; esa noche un grupo de entusiastas damas tiñeron con añil varias piezas de bramante —porque se carecía de tela celeste, color proscripto oficialmente por “unitario"— y confeccionaron banderas argentinas para engalanar al pueblo. Cuatro días después se levantaba en Chascomús el comandante José Mendiola,

Mas una semana después, todo estaba concluido; sorprendidos los elementos heterogéneos de los “Libres del Sur” al borde de la laguna de Chascomús, por una división mandada por el general Prudencio O. de Rozas, hermano del mandatario, en cuyas filas formaba —para confusión y terror de aquéllos— el coronel Granada con cuyo apoyo se especulaba, la derrota y la muerte fueron la consecuencia inevitable de la confusión, y la falta de armamento y disciplina. Apenas pudo salvar Rico unos 1.400 hombres que luego engrosaron la hueste de Lavalle.

Tremendo fue el escarmiento, y nada mejor que trascribir un parte del jefe vencedor: “El principal cabecilla motinero, salvaje unitario Pedro Castelli, había sido encontrado en una isleta de monte, y  habiéndose resistido a entregarse, fue necesario matarle y cortarle la cabeza, la que reconocida por mí, la remitió el general que firma a Dolores, para que el comandante de este pueblo la coloque en un palo en medio de la plaza, lugar donde estalló el motín, para escarmiento de esos malvados salvajes unitarios”. Los que salvaron de la persecución, sufrieron la confiscación de sus propiedades, repartidas entre los triunfadores.

Pero quien mejor juzgó el hecho que evocamos, midiéndolo con cabal conocimiento y criterio, fue el general José María Paz, a la sazón residente en Buenos Aires, donde tenía la ciudad por cárcel. Sabiéndose de la severidad de sus costumbres y lo parco que era en elogios, llama la atención las vibrantes frases que le dedicó en sus “Memorias”: “Creo que el movimiento del sur de Buenos Aires es uno de los episodios más brillantes de esta época: el fue tan espontáneo como general, tan desinteresado como simultáneo; casi no tuvieron parte en él los cuerpos militares, y fue todo obra del paisanaje, incluso los ricos propietarios de aquella campaña. Es seguro que ningún otro suceso ha sorprendido tanto a Rosas, y a fe que tenía razón para ello: el sur era su comarca predilecta, en la que se freía que conservaba más influencia; había sido en una palabra la cuna de su poder. Fue para él un desengaño, una sorpresa, un desencanto: puede creerse sin miedo de equivocarse que han sido los días más aciagos de su carrera”.

Episodios como el reseñado son los que prepararon el ambiente para la reacción final. Sin ellos, que sedimentaron la resistencia a lo largo del tiempo, el espíritu público habría languidecido para siempre, privando al país de su regeneración. Tal es la enseñanza que se desprende de su análisis, y por eso sus autores y actores son dignos de nuestro reconocimiento en este aniversario de su empresa.


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Revolución de los Libres del Sur - General Tomás de Iriarte - Comisión Argentina de Montevideo

 REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

252

  En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.

Durante los meses de octubre y noviembre de 1989 y con motivo de cumplirse el 150° aniversario de la revolución o levantamiento de los llamados "Libres del Sur", fueron publicados en el diario La Prensa, artículos alusivos al tema, de autoría de personas que seguían la línea de la Historia Oficial.
El 16 de noviembre, se publicó siguiente artículo de interesante apreciación sobre la Comisión Argentina de Montevideo.


Iriarte y los Libres del Sur
por Alberto Allende Iriarte

General Iriarte
General Tomás de Iriarte



Sin lugar a dudas son Ángel Carranza en 1880 y Juan B. Selva, más tarde, los mayores investigadores de la romántica Revolución de los Libres del Sur. Sin embargo, en sus magníficas obras que tratan exhaustivamente dichos acontecimientos, la figura del brigadier general Tomás de Iriarte aparece fugazmente.
Las memorias del general Iriarte que constan de 10.000 páginas manuscritas, fueron publicadas a partir de 1945 en 12 voluminosos tomos, con estudio preliminar del académico Enrique de Gandía.  Carranza y Selva no tuvieron en sus manos el relato de Iriarte que hubiese dado respuesta a muchos de los interrogantes que consignan en sus libros. ¿Qué sucedía con esa “Comisión Argentina”, controvertida y vacilante? ¿Qué motivaba las cambiantes decisiones del general Lavalle?  ¿Por qué se retardó la invasión a Buenos Aires, qué abortara la conspiración de Maza? Todas estas preguntas están contestadas en las maravillosas páginas del memorialista que explican la vida, las divisiones, las ideas, las ambiciones, las ilusiones y las debilidades de los inmigrados de Montevideo. En 1838 la primera inmigración formada por los unitarios de Rivadavia y los que acompañaron a Lavalle en su revolución de 1828 estaba dividida. Por un lado los que no concebían la ayuda francesa para derrocar a Rosas y por otro los que consideraban que ésta potencia no tenía pretensiones sobre nuestro país, sino que sólo quería ayudar a derrocar un régimen despótico que había perseguido a sus súbditos. De la primera opinión participaban entre otros el General Lavalle, Varela, Agüero, Alsina y Gallardo. Opinaban en forma contraria, inducidos por Rivadavia que escribía febrilmente desde el Brasil, el canónigo Gomes y el doctor Zavaleta. Los antiguos unitarios, “Los Ancianos” dice Alberdi, recelaban de los “Lomos Negros”, como Iriarte, que junto a Olazábal, Martínez, Balcarce y otros formaban la segunda inmigración de federales constitucionalistas. En Montevideo, Rivera se propuso organizar la inmigración y al efecto promovió la instalación de una "Comisión Argentina”, con la que debían entenderse y ante quien debían subordinarse los Inmigrados. Quedó constituida bajo la presidencia del general Martín Rodríguez, y estaba integrada por Florencio Varela como secretarlo y como vocales Valentín Alsina, Salvador María del Carril, general Félix de Olazábal y el General Tomás de Iriarte. A medida que llegaron por sus destierros se incorporaron. Agüero, Ocampo, Gallardo, Costa y Agrelo. Desde las primeras reuniones de la comisión se manifestó el espíritu antagónico entre la primera y segunda inmigración. Los unitarios y los federales liberales (Lomos negros). Según Iriarte, “... vivían hacía cerca de cuatro años y no tenían inmediato contacto, existía entre ellos una especie de interdicción”. La comisión estaba integrada en su mayoría por unitarios, solamente había dos liberales: Iriarte y Olazábal. La inmigración de Buenos Aires aumentaba día a día y se componía en especial de hombres jóvenes y muchos estudiantes de Derecho que estaban imbuidos de las  nuevas ideas que habían convulsionado al régimen imperante. Los nuevos emigrados se denominaron "La nueva generación”, pretendía constituir el país y hacerlo marchar bajo su dirección por la senda del progreso social. Esta tercera inmigración que tenía por principales representantes, entre otros, a Alberdi, Echeverría, Gutiérrez, Mitre y Rivera Indarte, surgió de las ideas románticas  que llegaron de Francia con le revolución de Julio de 1830, que llevó al trono a Luis Felipe de Orleáns: Este movimiento producido por la burguesa de Francia es producto de la prédica de republicanos y liberales. Sus doctrinas llevaron a Diego de Alcorta, desde la cátedra, a enseñar un nuevo lenguaje intelectual y político que llevó a sus discípulos a pasar de una postura literaria a una decidida acción política. De sus primeras reuniones en lo de Miguel Cané, de las  realizadas en el “Salón Literario” en la librería de Marcos Sastre, pasaron a actuar secretamente en Ja Asociación de Mayo, para luego tener que emigrar por la persecución de Rosas. Es indudable que la "Nueva Generación” fue la que logró que los unitarios y el mismo Lavalle aceptaran la ayuda de la Flota Francesa y de Rivera en la empresa de derrocar al tirano. Lavalle, distanciado de Rivera desde la batalla del Palmar, a instancia de los inmigrados y muy especialmente de Iriarte, escribió al caudillo oriental, logrando su apoyo y se convirtió finalmente en el jefe del movimiento. Estas desinteligencias habían hecho perder un tiempo precioso a la revolución y dio por resultado desarticular las operaciones combinadas con el coronel Maza en  Buenos Aires y con los hacendados del sur de la campaña. La actividad de Iriarte  dentro de la Comisión Argentina, su trabajo con Alberdi en los proyectos bélicos y políticos que se resumieron en el memorial citado y su lucha denodada para unir a las tres inmigraciones, tenía un solo objetivo, lograr que la legión argentina invadiera Buenos Aires por el sur cuanto  antes para concretar el plan concebido. Muchos hacendados, federales distinguidos, ponían objeciones a la figura de Lavalle como jefe de la expedición y requerían al general Martín Rodríguez u otro jefe de mérito para encabezarla. La edad y el estado de salud del general Rodríguez impedían que accediera a lo solicitado y en consecuencia quedaban los generales Olazábal e Iriarte como líderes naturales con antecedentes reconocidos para satisfacer tales requerimientos. El bloqueo final que privaba al Fisco de las entradas aduaneras y la guerra que mantenía la Confederación con Bolivia, habían resentido el erario dejando al gobierno en estado de total insolvencia. Fue así que Rosas expidió un decreto en 1838 que duplicaba el canon enfitéutico y estableció una amplia zona dentro de la provincia en la cual no se renovarían los contratos enfitéuticos cuyos terrenos serían vendidos. Quienes atacan la gesta de los Libres del Sur, invocan estas razones como las causas que indujeron a los hacendados en su pronunciamiento, olvidando que la mayor parte de los sublevados eran propietarios de sus estancias. Asimismo los sublevados del sur se habían incorporado al “Club de los Cinco” liderado por Tejedor y en consecuencia Ramón Maza, Pedro Castelli, Marcelino Martínez Castro, los hermanos Ramos Mejía, Francisco Madero y Manuel Belgrano y otros se habían imbuido de las ideas de libertad que allí se debatían. Por entonces estallaban movimientos contra Rosas en los cuatro puntos cardinales del país y los inmigrados en la Banda Oriental se preparaban para invadirlo. Félix Frías seguía comunicándose con los conjurados y prometiendo la ayuda de Lavalle. Descubierta la conspiración de Maza, por la tardanza de Lavalle, ésta terminó con su fusilamiento y el asesinato de su padre Manuel Vicente en su despacho. Al fracasar la revolución en la ciudad, los hacendados, privados de su jefe militar, quedaron librados a sus propios y desorganizados recursos, sólo les quedaba la esperanza del desembarco de Lavalle en las playas de Buenos Aires. Los de conjurados del sur lo instaban a que lo hiciera en sus costas, Ferré preocupado por su situación le pedía invadir Entre Ríos. Finalmente, Lavalle, ante la invasión de Echagüe, varió su plan y se dirigió a Entre Ríos desde Martín García, desembarcando el 5 de septiembre en el puerto de Landa. No obstante sus reiterados pedidos a Lavalle en Martín García, Iriarte, presumiblemente por la oposición de los “Ancianos Ilustrados”, no pudo incorporarse a la legión.   El mismo día que embarcó Lavalle comisionó al general don Tomás de Iriarte, para que se entrevistara con Rivera a efectos de combinar un plan militar entre los ejércitos argentino y uruguayo. Rico el 28 de octubre de 1839 dio el Grito de Dolores y puso en marcha la romántica epopeya de los Libres del Sur. La costa cayó en poder de los sublevados, lo que les permitió luego una retirada que evitó un desastre mayor. Prácticamente no era más que una masa humana sin jefes y sin soldados y para colmo sin armas. Estas habían sido pedidas a la “Comisión Argentina” en Montevideo y llegaron después del desastre. Frente a estos grupos que sólo podían oponer su valor, avanzaron las huestes de Prudencio Rosas bien equipadas e igualmente disciplinadas. El 7 de noviembre de1839 se encontraron las fuerzas enemigas en Chascomús  donde después de un combate reñido, que duró “tres horas, quedó sellada la suerte de la revolución. Ese mismo día llegó a Montevideo por vía de la escuadra francesa la noticia del levantamiento de la campaña del sur de Buenos. Aires, irónicamente  cuando ya estaba definido el destino de los insurrectos. Iriarte, como representante de Lavalle, resuelve embarcarse hacia el lugar de las operaciones y se le presentan jefes y oficiales que resuelven acompañarlo. En nombre de la “Comisión Argentina” entrega a los enviados de los insurgentes, mil sables, mil tercerolas y municiones. Montevideo vive jornadas de júbilo y las campanas de las iglesias no cesan de repicar, la música cruzaba por las calles de la ciudad hasta después de la medianoche. El día 14 de noviembre llegó a Montevideo la noticia funesta del desastre de Chascomús y la crónica real de los sucesos. No obstante la certeza de la derrota, Iriarte con su secretario Pascual Videla y su comitiva partió el mismo día al ponerse el sol, en la balandra “L'Actif”, llegando el día 15 de mañana a la boca del Salado. Iriarte se reunió con Rico en el bergantín en que éste estaba embarcado. Lo acompañaban Miguel Irigoyen y Miguel Sánchez, que habían llegado poco antes comisionados por los líderes de la primera inmigración. Estos habían ya convencido a Rico de unirse a Lavalle embarcándose a Montevideo y éste había soltado poco antes más de 4.000 de los mejores caballos del sur de la provincia. Este no había sido el plan original del jefe revolucionario. Luego de permanecer más de tres días inactivo en Dolores con 1.000 hombres, 300 lo abandonaron por no haber entrado en acción. Entonces recibió la comunicación del coronel Martín Campos que le anunciaba su llegadas al Ajó con 200 hombres. Rico arengó a sus tropas y prometió luchar hasta el fin, fue aclamado por el pueblo y marchó a unirse con Campos y con los efectivos y armas que venían desde Montevideo para batir la campaña y juntarse con los Libres que aún combatían. Rico le manifestó a Iriarte que estaba decidido a unirse a las fuerzas de Lavalle e Iriarte no insistió más, quedando convenido que el cambio de plan de Rico y la falta de una cabeza que diere dirección al conjunto fue la única causa de la derrota de los libres. Entre los900 hombres que acompañaban a Rico sólo treinta y tantos estuvieron en la acción de Chascomús. El plan del general Iriarte no pudo aplicarse debido a las luchas de predominio de las distintas facciones de los emigrados, que trataban separadamente de atribuirse el mérito de la caída de Rosas y, por ende, de lograr para ellos el acceso al poder. Lavalle animado de las mejores intenciones qué surgen de su proclama, no pudo sustraerse de los consejos de los “Ancianos Ilustrados”, a quien tanto oía y que en definitiva le hicieron cometer los errores que lo llevarían a su trágico fin y que demorarían más de una década el comienzo de la organización de la Nación.

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