viernes, 25 de junio de 2021

Guerra de Malvinas - Batalla de Pradera del Ganso - Soldado Walter Buffarini

 Publicado en diario Clarín el 30 de mayo de 2021  



El conflicto del Atlántico Sur - El 39° Aniversario de la batalla más sangrienta 

Herido en combate. Walter Buffarini vió morir al teniente Estévez y a varios de sus compañeros. 15 minutos antes de la rendición, una bomba le voló la mitad de la cara 

La dramática epopeya del soldado de una foto histórica de la guerra de Malvinas 

Informe
Daniel Santoro 
Guerra de Malvinas
Buffarini sujeta con una venda que le pusieron los enfermeros ingleses, su mandíbula,
lengua y paladar que le cortó una esquirla 15 minutos antes del fin de la batalla

El soldado conscripto Walter “Polaco” Buffarini combatió en la batalla de Pradera del Ganso en la guerra de Malvinas, la más sangrienta de todas. Fueron 36 horas de combate entre 1.400 soldados de ambos bandos en una zona de sólo 1 kilómetro de frente por 3 de profundidad. Quince minutos antes de la rendición una esquirla de una bomba británica le voló la mitad de la cara. Antes, vio morir al teniente Roberto Estévez y a varios de sus compañeros y quedó retratado en una foto histórica de la capitulación en esa batalla. 

A 39 años del combate que definió el curso de la guerra que se cumplieron ayer, Clarín localizó a Buffarini y relató así en primera persona su experiencia:

“Yo y mi sección estábamos posicionados en la escuela del pueblo de Darwin desde el 3 de abril. Eramos una segunda línea defensiva de las posiciones en Darwin. Secciones del Regimiento de Infantería 12 de Corrientes estaba en la primera línea. 

Yo era del Regimiento de Infantería 25 de Sarmiento, Chubut. Pertenecía a la sección del entonces subteniente Juan José Gómez Centurión. Era del grupo de apoyo de armas pesadas como las Instalazas (un lanzacohetes portátil) y ametralladoras Mag. Pero unos días antes de la batalla nos cambian a la sección del teniente Roberto Estévez y me quedé en la escuela de Darwin. Afuera tenía bien armadito mi "pozo de zorro" para poder operar mi Instalaza. Los de la Compañía C del 25 estábamos divididos en las secciones “los romeo” de Gómez Centurión y “los bote” de Estévez y “los gato” de otro subteniente. 

“Desde el 27 de mayo empezaron a caer bombas inglesas sobre las posiciones argentinas en Darwin. Los combates terrestres comenzaron el 28 en las colinas de Darwin donde estaban apostadas secciones del 12 a cargo del subteniente Ernesto Peluffo. Ese día ellos pidieron urgente refuerzos por radio. Entonces, Estévez nos reúne y nos da instrucciones para ir al combate.

Tuvimos que caminar 3 ó 4 mil metros con todo el armamento hasta la primera línea. Fue de terror. Era una noche muy oscura y de mucho frío. Sentíamos a cada metro cómo detonaban los cañonazos de artillería y de los buques británicos.

En un momento nos topamos con un alambrado y un grupo de ingleses abrió fuego en contra nuestra. Nos agarraron caminando. Nos tiramos cuerpo a tierra. Estábamos solo a unos 30 metros de los pozos del regimiento 12 de Corrientes. Llegamos arrastrándonos bajo una balacera impresionante. Balas trazantes y bengalas iluminaban la noche. Para nuestra mala suerte no había más lugar en los pozos.

A mi compañero Horacio Giraudo una esquirla le entró por la espalda y quedó mortalmente herido. Yo me tiré cuerpo a tierra a un costado de un pozo. Y el soldado Orlando Rufino, que también es de Córdoba, quedó cerca mío. Seguían cayendo bombas por todos lados y cada vez más cerca.

Los ingleses disparaban desde una altura y nosotros desde abajo. Nos separaban unos 60 metros. Al teniente Estévez le dieron dos balazos, pero siguió combatiendo, dando órdenes y “reglando” con una radio Thompson nuestro fuego de artillería. Me ordenó disparar con la Instalaza pero las bombas las tenía el soldado Enrique Culazo que sí había podido refugiarse en el pozo.

Estévez gritaba que disparemos con los “Fales” a la izquierda, a la derecha y a todo lo que se moviera fuera de nuestras posiciones. Los ingleses tenían visores nocturnos. Nosotros, no.

- Fuego libre. Nos rodeaban- gritaba Estévez.

Me ordenó que disparaba la Instalaza hacia un cementerio donde se habían atrincherado unos ingleses. Le grité a Culazo y me trabajo tres bombas. Boca arriba y siempre cuerpo a tierra bajo ráfagas de balas, armé la Instalaza, saqué una bomba de su estuche de plástico y la cargué. Muy incómodo apunté y le di al cementerio. Vi un fogonazo y Estevez me gritó:

- Bien Bufa. Disparé de nuevo.

Logramos por unas horas frenarlos. Pero minutos después lo mataron a Estevez de un tercer tiro en la cara. Me quedaban dos bombas. Entonces, el cabo Mario Castro tomó la radio y siguió pasando datos a nuestra artillería. Pero también lo matan y quedó al mando el soldado Fabricio Carrascul quien siguió “reglando” el fuego. Carrascul pasó el parte por radio: “Murió el teniente Estévez y el cabo Castro. Me hice cargo de la sección”.

Pero también lo matan. A los que agarraron la radio los mataron a todos.

Seguíamos tirando con FAL. Era tirar y tirar. Yo, Rufino y otros. Guirado no podía tirar por la gravedad de sus heridas. Se escuchaban gritos de desgarradores de dolor por todas partes. Un olor rancio mezcla de pólvora y sangre se esparcía por el campo.

Alguien me dijo “Bufa dispara la Instalaza hacia el frente" porque los paracaidistas ingleses venían avanzando desde una laguna o algo así. Faltaban unos 15 minutos para la rendición. La agarré y cuando estaba apuntando cayó otra bomba inglesa y la onda expansiva me tiró a dos o tres metros para atrás del pozo de zorro.

Estaba aturdido pero no perdí el conocimiento. Me arrastré como pude al lado de Guirado. Me toqué la cara. Sentí que estaba destrozada. Me puse una toalla para sujetar mi maxilar derecho que quedó suelto. Una esquirla también me cortó la lengua y un pedazo del paladar. Rápidamente, la toalla quedó empatada de sangre. Entonces, la sujeté con mi pasamontaña que era lo único que me quedaba.

Era imposible soportar el fuego enemigo. Cada vez había más ingleses. Corrían por todos lados. Eran un hormiguero donde nos iban acorralando.

Ya había amanecido. Creo que eran las 9 o las 10. Me quedé boca arriba conteniendo mi dolor. Desde otro pozo de zorro escuchó que un soldado por orden del subteniente Ernesto Peluffo gritaba “parte para el teniente Estevez, parte para el teniente Estevez”. Y le contestaron:

- Está muerto.

Así Peluffo, que había quedado a cargo de la posición y también tenía una herida en la cabeza y otra en la pierna, dio la orden de rendirse.

Entonces, apareció un cabo argentino que tenía un repasador blanco atado a un FAL en señal de rendición.

Venía seguido de varios ingleses. Daban órdenes en inglés que no entendía. Dejé mis armas.

Me ordenaron bajar a un claro. No necesité camilla pero estaban desangrando. Allí me practicaron primeros auxilios. Me vendaron toda la cara y ahí es cuando quedé arrodillado y retratado en esa foto histórica.

También se ve a los soldados que resultaron ilesos boca abajo en el pasto. Todavía me pregunto que hace ese casco cerca de mí que se ve en la foto. Nosotros, los “romeo” o los “bote” de Gómez Centurión usábamos boina negra como los comandos.

Ahora que veo la foto recuerdo que me estaba asfixiando. Entonces me llevaron a un hospital de campaña que habían montado en un galpón. Me cortaron toda la ropa con una tijera y pusieron nuevas vendas. Como seguía perdiendo sangre y cada vez veía menos por la hinchazón decidieron trasladarme de urgencia. Pasaron los 30 minutos más largos de mi vida y me subieron a un helicóptero. Lo último que recuerdo es que tenía todo suelto adentro de la boca, que llegué al buque hospital Uganda y me metieron en un quirófano. Me anestesiaron y cuando me desperté tenía hecha una traqueotomía y la cara toda cocida. Si me hubiesen herido así en medio del combate me hubiese muerto desangrado en un pozo. Tuve suerte.

En el posoperatorio apareció un sacerdote inglés que hablaba español. Pero no podía hablar por las heridas. El 29 de mayo cumplí 19 años. Me regaló un Rosario de piedra y yo le di el mío de plástico. Para entendernos, le escribía. Recuerdo que le gustaba el fútbol. También le dejé una carta a una enfermera que me cuidó. Después me mandó una carta pero con los años perdí el contacto. No tengo odio a los ingleses. Estoy vivo gracias a ellos.

Estuve seis días con los ingleses.

Guerra de Malvinas
Walter Buffarini
Cuando regresé al continente estuve dos años internado. Me hicieron más de 30 operaciones en la cara. Algunas salieron bien y otras y mal. Al principio no podía hablar. Recién 25 años después de la guerra, un empresario argentino -conocido de Gómez Centurión y Seineldín- me pagó una prótesis y una operación para que pudiera comer normalmente. 
Me sacaron un pedazo de hueso de la cadera y quedé bien.

Siempre soñé que iba a volver a las Malvinas. Pude viajar en el 2009. Quería cerrar un ciclo en mi vida. Fuimos nueve veteranos. Visité la escuela de Darwin donde viví antes de la batalla. Repetí la famosa caminata que hice bajo fuego pero de día. Recogí tierra de mi pozo de zorro que ya estaba tapado pero aún se ven las marcas. Puede ver desde las alturas el panorama más amplio de la batalla. Desde donde tiré y me hirieron.

Estuve, también, en el cementerio de Darwin. Me hizo muy mal. No pude encontrar la tumba de Guirado. Aunque sea ya un hombre adulto, me lloré todo por mis compañeros muertos. Pensar que estuve muy cerca de estar enterrado allí. Pero volví el doble más malvinero. Le prometí a Guirado que iba a regresar. Hice un segundo viaje en el 2019 y esta vez sí lo pude despedir. Lo único que nos pertenece es el cementerio. Ojalá que nunca traigan los cuerpos al continente. Se termina la causa. Ellos son los verdaderos héroes.

Nosotros los veteranos no somos San Martín o Belgrano pero hicimos algo por la Patria. El sábado cumplí 58 años. Tengo 3 hijos y 4 nietos en mi pueblo General Cabrera y en la Villa del Dique donde vivo ahora. Ahora mi deber es que contar esta historia a los chicos para que no muera.

miércoles, 23 de junio de 2021

Guerra de Malvinas - La operación que encendió la chispa de la guerra

   Publicado en el diario Clarín 3 de abril de 2021  


Guerra de Malvinas


Un empresario argentino fue a buscar chatarra a las Islas Georgias, en marzo de 1982. Clarín accedió a más de 170 documentos reservados que indican cómo ese viaje comercial fue utilizado por la dictadura argentina y el gobierno de Thatcher para lanzar una escalada que terminó en la guerra.


Los documentos confidenciales de Malvinas: así fue la operación que encendió la chispa de la guerra

 

INFORME

Nadia Celeste Durruy y Pablo Esquivel


Guerra de Malvinas

El verdadero origen de la guerra de Malvinas no es, como muchos creen 39 años después, la decisión personal de un militar -el ex presidente de facto Leopoldo Fortunato Galtieri- que una mañana se levantó alcoholizado y decidió invadir las islas. Fue el aprovechamiento político-militar que tanto la dictadura argentina como el gobierno británico hicieron del viaje de un hombre que se fue hasta el confín del mundo para buscar chatarra.

Poco y nada se habla hoy de Constantino Davidoff, un empresario jubilado que quiso hacer un negocio muy particular -avalado por la justicia y la cancillería británicas- en las islas Georgias del Sur, ubicadas 1.550 kilómetros al sureste de las Malvinas.

A través de uno de sus trabajadores, Davidoff se había enterado de que en Puerto Leith, en la isla San Pedro de Georgias del Sur -igual que Malvinas, ocupadas por Gran Bretaña- había una enorme cantidad de máquinas y materiales metálicos de factorías balleneras abandonadas. Considerando la proximidad relativa al continente, hacerse de esta gran cantidad de chatarra podía significarle un negocio multimillonario.

En 1979 se puso en contacto con la firma escocesa Cristian Salvesen Limited para la compra de la fábrica, gestionó todos los trámites legales correspondientes en Inglaterra e informó formalmente a la cancillería británica sobre su desembarco allí con fines mercantiles.

Para llevar a cabo el trabajo, durante 1981 intentó contratar por lo menos tres barcos especializados -de distintas nacionalidades- para navegar por esas aguas gélidas. Hasta que en febrero de 1982 recibió la noticia de que la división Transportes Navales, dependiente de la Armada Argentina, le rentaría el buque mercante ARA Bahía Buen Suceso para el transporte de sus trabajadores, maquinarias y posterior retiro del material desguazado.

Los telegramas diplomáticos entre Londres, Buenos Aires y el gobierno de las Falkland Islands ya habían sido enviados en reiteradas ocasiones informando sobre la operación comercial que se haría en las Georgias. Sin embargo, el desembarco del buque contratado fue el primer acto del drama en escalada que culminó con el enfrentamiento bélico argentino-británico.

A 39 años del conflicto, existen pruebas para sostener que la Operación Davidoff  fue utilizada en secreto por los dos países en disputa para ejecutar los pasos siguientes que terminarían en el enfrentamiento militar. Esa escalada -cuyo registro quedó en más de 170 documentos confidenciales de ambos gobiernos, a los que accedió Clarín para esta investigación- fue la chispa de la guerra.

A sabiendas del traslado y posterior asentamiento -durante más de cuatro meses- que los trabajadores del empresario necesitarían para realizar el desarmado de la fábrica, el gobierno militar argentino pergeñó el “Operativo Alfa”. La Cancillería conocía los planes del empresario porque allí se había tramitado parte del expediente y habían intervenido en su favor en una nota que Davidoff envió al Comando en Jefe de la Armada, liderado por Emilio Massera, en agosto de 1981.

Según los periodistas Oscar Raúl Cardozo, Ricardo Kirschbaum y Eduardo Van der Kooy, autores de “Malvinas. La trama secreta”, los dos operativos se superpusieron. En realidad, en septiembre de 1981 la Armada ya había concebido un plan para sacar provecho del viaje de Davidoff y así establecer un destacamento militar -que aparentaría ser una base científica-en ese territorio disputado. Esta acción fue denominada con el nombre en código de “Proyecto Alfa”.

El plan consistía en infiltrar militares entre los obreros, con la excusa de que eran científicos. Ingenuamente, los miembros de la Junta Militar pensaban que, una vez que el buque británico polar HMS Endurance se hubiera retirado del Atlántico Sur, a partir de abril podrían sumarse infantes de marina embarcados en otro navío destinado a abastecer bases antárticas argentinas. Y así fijar una base permanente en las Georgias del Sur que contaría con la ayuda del invierno, lo que impediría cualquier acción británica para tratar de recuperarlas.

El objetivo final, sin embargo, era Malvinas. Al comienzo de la dictadura, el almirante Massera había presentado un plan que después fue archivado por el Ejército. Esta intención fue luego retomada por el almirante Jorge Isaac Anaya, por entonces jefe de Operaciones Navales y luego sucesor en el cargo de Massera como cabeza de la Armada. Anaya estaba alineado a los planes de su antecesor y se había comprometido a apoyar a Galtieri en la sucesión de Viola si éste sacaba del archivo el plan de la Armada sobre Malvinas.

La noticia sobre la operación comercial de Davidoff y la chatarra de las Georgias resultó un anillo al dedo para aquellas intenciones.

Del lado británico, la operación Davidoff recibía las furibundas críticas de una corriente inglesa hostil que había organizado un lobby en contra de la transferencia pacífica de las islas a la Argentina, luego de que Margaret Thatcher, al asumir su gobierno, se mostrara favorable a la idea de que Gran Bretaña se deshiciera de varias de sus ocupaciones coloniales. Ese lobby estaba liderado por la Marina Real, la Falkland Islands Company (FIC por sus siglas en inglés) -la mayor empresa comercial de las islas- y el gobernador instalado en las islas, Rex Hunt.

El principal defensor de esta teoría del lobby es el comodoro Rubén Oscar Moro, hoy de 85 años, único secretario y redactor del Informe Rattenbach al finalizar el conflicto bélico en el Atlántico Sur. Aquel informe, a cargo del teniente general Benjamín Rattenbach, fue el dictamen de una comisión militar que analizó las responsabilidades políticas, militares y estratégicas de la guerra de Malvinas.

Moro -autor de La guerra inaudita, editado en 1985- recibió a Clarín en su casa de Mar del Plata. “De no haberse producido la operación de Davidoff, los ingleses no hubiesen tenido un motivo para justificar el envío de la flota más poderosa de su historia a las islas Malvinas”, sostiene.

Según se desprende de los documentos confidenciales, cuando Margaret Thatcher tomó el poder, reunió a los miembros de su gabinete y les dijo que proyectaba desprogramar el 40 por ciento de la flota naval y que quería terminar con todas las posesiones coloniales de la Corona alrededor del mundo. Las Malvinas estaban entre ellas. De hecho, la República de Rodesia, en el sur de África, logró la independencia gracias a esa política.

De acuerdo con la teoría del comodoro, estaba claro entonces que la formación de este complot entre la Marina Real y la Falkland Islands Company, entre otros sectores, fue un instrumento para impedir, en principio, el retiro del buque polar HMS Endurance estacionado en Puerto Stanley y la venta del portaaviones HMS Invincible a Australia. Un conflicto bélico en aguas lejanas le demostraría a Thatcher la necesidad de mantener la flota británica a cualquier precio.

La entrega de la soberanía del territorio de ultramar formado por las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur le implicaría a la Falkland Islands Company la pérdida del histórico monopolio económico que ejercía sobre estos archipiélagos. Concentraba el comercio, el tráfico y la explotación ovina que, con el tiempo, se había transformado en un poder paralelo al de la autoridad colonial británica.

Moro sostiene que “el lobby del Reino Unido aprovechó el tratado comercial de Davidoff, cuyo equipo de 41 obreros desembarcó el 19 de marzo del ‘82 para trabajar en las islas Georgias con todos los documentos en regla y autorizados por la Embajada Británica en Buenos Aires. Pero el ex gobernador Hunt informó el hecho como un incidente "urgente". Y aunque sólo debía informar a su jefe, el embajador británico en Buenos Aires Anthony Williams, extendió la alarma a la Royal Navy y al Ministerio de Relaciones Exteriores británico".

Los sucesos en las islas Georgias -presentados como una "invasión" argentina- hicieron que Thatcher, que atravesaba una reprobada gestión económica y una fuerte caída de su imagen- vislumbrara un golpe de timón: entró en alerta y decidió que ya no achicaría el tamaño de la Armada británica, como pensaba hasta pocos días antes.

Constantino Davidoff

Davidoff tiene hoy 77 años y vive a pocas cuadras de la estación Sarandí, en Avellaneda. Allí recibió a Clarín.

En su juventud se había dedicado a la extracción de cables telegráficos submarinos que se extendían desde Argentina hasta Río de Janeiro, en Brasil. Supo ser un hombre de buen pasar económico, pero no sólo terminó en la ruina endeudado de por vida por no poder llevar adelante el negocio en 1982 -para el cual había invertido todos sus ahorros- sino que aún siente que fue señalado como "el culpable de haber causado el conflicto bélico".

En el living de su humilde departamento -cuya dirección es la misma que figura en sus contratos comerciales de fines de la década del ‘70- atesora 22 cuadros torcidos con diplomas sobre su participación en congresos, seminarios y conferencias sobre el conflicto en el Atlántico Sur. Además, abundan mapas de las islas, mensajes patrióticos de excombatientes de Malvinas, sables colgantes, y también una imagen de Juana de Arco, su referencia ineludible, símbolo de “resistencia” ante las adversidades.

Davidoff recibió a Clarín vestido de impecable camisa negra, pantalón y zapatos blancos. Se presentó como piloto de avión y ex dueño de dos buques de ultramar, aunque se encargó de aclarar que nunca formó parte de las Fuerzas Armadas.

Enseguida recordó cómo fue su primera idea de que podía hacer un negocio en el Atlántico Sur. En uno de sus viajes por trabajo, se le acercó uno de sus contramaestres:

—Davidoff, usted que es un hombre que compra chatarra, ¿por qué no se fija el tema de las Islas Georgias?

—¿Qué hay ahí?

—Uff... no se imagina.

Se trataba de una enorme fábrica abandonada en Puerto Leith llena de máquinas y metales con los que fabricaban caza balleneros y también producían aceite de ballenas. “De inmediato inicié las gestiones ante la Embajada Británica en Buenos Aires hasta que viajé a Puerto Stanley en 1978, a través de un vuelo de LADE (Líneas Aéreas del Estado) desde Comodoro Rivadavia”, expresó Davidoff.

Durante su estadía en ese lugar inhóspito y desolado, Davidoff se reunió con el entonces gobernador de las Malvinas, sir James Roland Walter Parker, quien lo contactó con la firma escocesa propietaria de la factoría abandonada: Christian Salvesen Ld. de Edimburgo. Finalmente, el 19 de septiembre de 1979 firmó el contrato por el cual le transferían las instalaciones balleneras en desuso, con vigencia de cumplimiento hasta el 31 de marzo de 1983. Dicho acuerdo fue legalizado en Londres ante el escribano público Ian Roger Frame.

“En agosto de 1981, me llamaron del Ministerio de Relaciones Exteriores en Buenos Aires para averiguar qué gestiones estaba haciendo con los británicos. Yo estaba tranquilo porque el acuerdo que se había firmado en 1971 entre Argentina y Gran Bretaña tiene un párrafo que dice: ningún acto o actividad comercial que desarrollaran ambos países serviría como fundamento para asentar o denegar la soberanía sobre las islas”, recuerda Davidoff.

Moro sostiene que “los funcionarios intervinientes, conocedores de las actividades de Davidoff desde la anterior gestión de Oscar Camilión como canciller, decidieron apoyar sus planes y consideraron que la actividad mercantil no era un antecedente desfavorable en la disputa por el dominio de los archipiélagos”.

Davidoff jura que nada de esto imaginaba -el aprovechamiento político de su viaje-, cuando en 1981 empezó a buscar un buque idóneo para navegar hacia aquellas aguas, trasladar al personal de trabajo, y cargar las grúas y elementos de corte necesarios para el desarme de la factoría. De acuerdo con su testimonio, intentó contratar primero al buque británico HMS Endurance apostado en Puerto Stanley, pero recibió una lógica negativa.

Finalmente, “el 26 de febrero de 1982 contraté al buque mercante Bahía Buen Suceso de la división Transportes Navales, que depende de la Armada, cuya tripulación era de marinos no militares. Este barco hacía viajes regulares hacia el sur de Argentina y era el único medio disponible”.

Con el entusiasmo de iniciar un nuevo negocio, el 9 de Marzo del ’82 lo llamaron de la Armada para avisarle que en dos días zarparían, para lo cual debía alistar al personal y proporcionar la documentación exigida por los británicos. De acuerdo a su relato, Davidoff cumplimentó el trámite y sumó la Tarjeta Blanca -un permiso tipo "pasaporte" que pedirían las autoridades inglesas- de los 39 obreros y dos ingenieros que viajarían.

Como prueba de su accionar legal, Davidoff mostró a los periodistas de Clarín un ejemplar original del Falkland Islands Review —más conocido como el “Informe Franks”— que es la historia oficial del Reino Unido sobre la guerra de Malvinas.

Hizo hincapié en la lectura del párrafo 168, en el cual se lo desliga de responsabilidades en el conflicto e informa que el empresario había enviado, entre otras, una notificación formal a la Embajada Británica de Buenos Aires el 9 de Marzo de 1982. Tal como se lee en inglés, el reporte dice que “...41 trabajadores partirían hacia la Isla Georgia del Sur el 11 de marzo en el 'Bahía Buen Suceso', un buque de apoyo de la Armada, y permanecerían por un período inicial de cuatro meses. (...) La Embajada reportó sobre ello al gobernador y al Ministerio de Relaciones Exteriores...”.

El cálculo de los días de viaje no falló. De acuerdo al relato de Davidoff, el capitán del buque Osvaldo Niella atracó el viernes 19 en el muelle abandonado del antiguo establecimiento ballenero en Puerto Leith. Un lugar gélido y aislado del Atlántico Sur.

Niella realizó el atraque sin enarbolar pabellón, ya que la República Argentina consideraba a los archipiélagos como territorio propio y en disputa. “De haberlo hecho, podría haber sido considerado como un acto de reconocimiento de soberanía británica en las islas”, reconoció Davidoff.

La tripulación y los integrantes del grupo descendieron y descargaron todas las herramientas de mayor volumen en unas horas. Luego de esto, el buque volvió con los dos ingenieros y su capitán Niella. Los obreros -según ellos, espontáneamente y sin indicación de nadie- izaron una bandera argentina en un viejo remo y entonaron las estrofas del Himno Nacional para darse ánimos, ya que debían permanecer aislados muchos meses en aquel lugar hostil, desolado y con vientos helados.

“El izamiento de nuestra bandera no tuvo intenciones ni entidad alguna de reivindicar soberanía sobre las islas, contrariamente a lo aludido tiempo después en medios oficiales y de prensa británicos”, sostuvo Moro.

Del lado inglés no lo vieron así. El libro The Official History of de Falklands Campaign consigna que los chatarreros desembarcaron "en un modo que desafiaba la soberanía británica, lo que provocó esta cadena de eventos".

La versión oficial inglesa de la guerra también asegura que los obreros argentinos llegaron "sin autorización" y que pocos días después "los británicos reciben información que confirma que Argentina había colocado un número sustancial de fuerzas especiales en el mar, dirigiendo su atención hacia Malvinas, con intención de invadir la colonia...".

Davidoff continuó con su relato sobre lo sucedido aquel 19 de marzo: “Tres horas después del desembarco, aparecieron cuatro miembros del Organismo de Exploración Antártico Británico -BAS por sus siglas en inglés- que habían sido notificados con anticipación por Hunt y la Embajada Británica en Buenos Aires sobre el arribo del buque".

Le pidieron al capitán que arriara la bandera, no alterara las señales, cargara los elementos ya descargados del buque y presentara a todos los obreros en Grytviken -una bahía al sur de Puerto Leith, separadas por una cadena montañosa- para hacerles sellar el pasaporte. Para la patrulla del BAS, las tarjetas blancas no tenían ningún valor de visado y, encima, les imponían condiciones para ver si ‘aun así los dejarían trabajar’”. Y agregó orgulloso: “Hizo muy bien el capitán Niella en negarse a sellar los pasaportes ya que, de esa manera, les estaríamos cediendo las islas a los británicos. Era entregar la soberanía”.

Durante la entrevista, el empresario negó rotundamente la presencia de militares e infantes de Marina entre su tripulación, que según fuentes británicas habrían viajado junto con su personal en el buque ARA Bahía Paraíso, como parte del “Operativo Alfa”. Sin embargo, de acuerdo con la versión de "Malvinas, la trama secreta" se mantenían las dudas acerca de si había personal militar entre los trabajadores de Davidoff. Desde el BAS se reportó a Londres que algunos argentinos que estaban en las playas pedregosas de la isla vestían uniformes de infantes de la marina, junto con otros 50 o 60 civiles.

Las informaciones se contradecían de acuerdo a los intereses que se ponían en juego. Desde Buenos Aires se aseguraba, en línea con lo que sostuvo Davidoff, que no había personal militar alguno. El embajador británico Williams le advirtió al canciller Costa Méndez que este incidente se trataba de algo serio para su gobierno. En tanto que los tironeos en las negociaciones por el regreso del buque con los obreros comenzaban a escalar en intensidad.

Siguiendo con el relato de Davidoff, Niella se volvió en el buque con los dos ingenieros y los obreros se quedaron a trabajar, pese a las maniobras del BAS para que se retiraran. “No hicieron ni el uno por ciento del trabajo encomendado, ya que fueron expulsados por los británicos a Londres en un buque tanque. No fueron retenidos como prisioneros de guerra ya que eso les pasa a los militares, no a los civiles como era todo mi personal contratado”, aseguró Davidoff.

Las hostilidades en las relaciones diplomáticas entre Argentina y Gran Bretaña llegaban a puntos de no retorno. Williams le comunicó a Costa Méndez la decisión de que el buque HMS Endurance fuera a las Georgias para retirar a los argentinos que allí permanecían, y eventualmente trasladarlos a Grytviken, donde podrían entrar legalmente.

Por el lado argentino, trascendió también la posibilidad de que el navío Bahía Buen Suceso fuera apoyado por el ARA Bahía Paraíso, con infantes de marina que respondían al capitán de fragata Alfredo Astiz, quien fuera condenado luego por su papel en la feroz represión ilegal de la dictadura argentina, participando en operativos en los que desaparecieron dos monjas francesas y una adolescente sueca.

Davidoff admitió a Clarín que, aunque en su buque no viajaron militares, "los obreros que yo había contratado me contaron luego que, varios días después de haberse instalado, les golpearon la puerta de noche y, cuando fueron a abrir, sorprendidos, vieron que eran el capitán Astiz y sus 14 infantes de marina".

-¿Qué les dijeron?​

-Que habían ido en defensa del Estado argentino y de los obreros, a quienes los ingleses querían expulsar embarcándolos en el buque HMS Endurance.​

Eso prueba que el "Proyecto Alfa" se cumplió en paralelo al Operativo Davidoff, y que los militares argentinos aprovecharon el viaje del empresario para desembarcar en las Georgias.

En línea con Moro, el embajador Atilio Molteni, veterano diplomático de carrera que en 1982 se desempeñaba como encargado de negocios de la Embajada Argentina en el Reino Unido, sostuvo -durante una entrevista vía zoom con Clarín- que “las negociaciones por las Malvinas comenzaron a ir bien desde 1965 cuando los ingleses aceptaron negociar la soberanía. Luego, durante el gobierno de facto de Juan Carlos Onganía, el gobierno inglés comenzó a desprenderse de muchos de sus territorios colonizados y Malvinas estaba dentro de ese paquete”.

Guerra de Malvinas
Soldados argentinos en Malvinas


En el 82 “hubo un lobby desde las islas, con intereses de Hunt y de quienes las explotaban allá: las compañías petroleras y la comisión antártica británica”, especificó Molteni. En línea con el embajador, Moro complementó esta afirmación: “El exgobernador malvinense no estaba al servicio de la Corona, sino al servicio de la Falkland Islands Company, a la que le interesaba seguir usufructuando el comercio totalitario que tenía de los archipiélagos. Ellos manejaban las importaciones y exportaciones de todo el territorio”.

El arribo del buque argentino a las islas Georgias del Sur, y su posterior detención por la patrulla del BAS, fue el factor desencadenante -el “factótum”- que permitió a todos los sectores del lobby inglés avanzar con la escalada del conflicto. “Estaba todo en regla. Ellos se excusaron en una serie de cosas para decir que era ilegal”, afirmó Moro, indubitable.

Hunt, la autoridad máxima en las islas jugó fuerte y a fondo. En la carta que envió el 21 de marzo de 1982 al canciller Lord Carrington, entre otros, mencionó como desembarco “ilegal” al trasbordo de la delegación de Davidoff.

Según Moro, este primer mensaje de Hunt permitió al Ministerio de Defensa y a los medios británicos utilizar calificativos como “invasión”, “violación de soberanía” e “inadmisible”. “Esto indujo al Parlamento y a la prensa inglesa a informar sobre el incidente de manera maliciosa y falsa. Una prueba clara de la operación de falsa bandera”, afirma Moro.

Del lado argentino, el cable 332/333 “secreto” y “muy urgente” del 21 de marzo enviado desde Buenos Aires por el Director General de la Antártida y Malvinas con destino Londres, establecía que el Bahía Buen Suceso no era de la marina de guerra, sino de transportes navales que realizaba actividades comerciales. Allí dejaron por sentado la imposibilidad de Davidoff de conseguir otro transporte adecuado para su emprendimiento, que no había personal militar a bordo del barco y que no se había llevado a tierra armas de fuego, como había informado la patrulla del BAS.

“La operación comercial la conocían el gobierno argentino y el gobierno británico. Lo sabían todos. No sé por qué diablos operaron de esa manera”, se lamenta hoy Davidoff, ante Clarín.

Mientras tanto, el lobby seguía su curso en el Parlamento británico. Molteni daba cuenta de cómo se conformaba un discurso altisonante en ambas Cámaras y enviaba telegramas de aviso sobre el curso, el tenor de los debates y las decisiones que tomarían las autoridades.

“La cancillería argentina trabajó fuertemente con la británica, pero nunca nos atendió el Parlamento del Reino Unido. Entonces nosotros estábamos en dificultades porque los que toman las decisiones están en ese órgano político. No fuimos eficaces. Todas las propuestas que recalaban allí fracasaron rotundamente”, reconoció el embajador durante la entrevista telefónica para esta investigación.

En el cable 656 del 25 de marzo que envió a las delegaciones del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea, Molteni resaltó que, en una moción textual firmada por 53 parlamentarios de la Cámara de los Comunes, se pedía por una declaración en “términos unívocos” sobre la mantención soberana de las islas. Exigían el reaseguro de que el gobierno de Thatcher enviaría a la Fuerza Naval Real, “de suficiente fuerza para repeler cualquier intento del gobierno argentino de anexarse estas colonias británicas por la fuerza”.

El Informe Rattenbach calificó como hecho desencadenante previo a la guerra a la decisión adoptada por la Junta Militar el 24 de marzo, cuando el gobierno argentino se sintió agredido por el envío de un buque armado para expulsar a los trabajadores de Puerto Leith. Entre otras resoluciones tomadas, se decidió que no retirarían a los ciudadanos argentinos que fueron a trabajar a las Georgias y se decretó la orden de desembarcar al grupo del buque ARA Bahia Paraíso -liderado por Astiz- “para proteger al personal que está en Leith e impedir que sean embarcados por el Endurance”. Esa era la Operación Alfa.

Las instrucciones a las fuerzas operativas eran elocuentes y expresaban una decisión final que ya estaba fijada: “Tomar las medidas para ejecutar la ‘Operación Azul’ el jueves 1° de abril en horas nocturnas, con flexibilización al viernes 2 o sábado 3”. El “Azul”, así denominado por la Armada, fue el proyecto general que luego fue conocido como “Operación Rosario”, por su fase de desembarco y de toma inmediata de las Malvinas.

Comenzaría en la mañana del 28 de marzo, cuando las tropas del Ejército y de la Armada marcharan rumbo a las islas bajo las órdenes del comandante de la operación, el general Osvaldo García. Los soldados argentinos saldrían desde Puerto Belgrano, mientras que la flota tomaría rumbo hacia el Sur con destino incierto. Cuatro días después, el 1° de abril, se anunciaría oficialmente a las embarcaciones cuál sería la misión.

 “Los primeros agresores fueron los ingleses con la operación de falsa bandera que planificaron para cuando arribara el personal de Davidoff a la isla y así justificar un ataque en su contra. Además, Thatcher se estaba jugando el puesto. Si ella le decía que no a la Marina y al Parlamento, no duraba más de 48 horas”, insistió Moro.

Las cartas estaban echadas y el 2 de abril era inminente. La operación del lobby de uno y otro lado había surtido efecto: los buzos tácticos argentinos desembarcaron en las Falklands con la idea de llamarlas Malvinas para siempre, el Reino Unido desplegaría su flota como no lo había hecho desde la Segunda Guerra Mundial y cientos de combatientes -argentinos y británicos- darían su vida al son de una guerra inédita, montada sobre la acción de un hombre que viajó al fin del mundo para comprar chatarra.

*Los autores son periodistas que cursan la Maestría Clarín-San Andrés.

Guerra de Malvinas

  Publicado en diario Clarín el 13 de junio de 2021  


Guerra de Malvinas


39° Aniversario de la guerra de las Malvinas - Un oficial que ganó la medalla al Heroico Valor en Combate

Memorias de un veterano. El ex titular de la Aduana combatió en Pradera del Ganso

Evocó a sus 7 soldados muertos. Aún se pregunta por qué murieron ellos y no él.

Gómez Centurión: "Ver caer y enterrar a mis soldados me dejó un dolor en el alma"

Informe
Daniel Santoro

Guerra de Malvinas
Gómez Centurión (segundo de der. a izq.), un capellán, oficiales británicos y el sacerdote
Santiago Mora despiden a los muertos argentinos en Pradera del Ganso

A los 63 años el mayor retirado y ex director general de la Aduana Juan José Gómez Centurión ─quien recibió de parte del Congreso en 1984 la Cruz Argentina al Heroico Valor en Combate, la más alta condecoración argentina─ se sigue preguntando hoy por qué murieron 7 de sus soldados en la batalla de Pradera del Ganso y no él.

La condecoración fue por su acción como subteniente (23 años) del Regimiento de Infantería 25 de Sarmiento, Chubut, en la recuperación de dos cañones, en ese duro combate y en el rescate de un suboficial herido dentro de las filas enemigas en la guerra de Malvinas.

Gómez Centurión participó de las rebeliones carapintadas de Aldo Rico y Mohamed Alí Seineldín en los noventa que jaquearon la democracia. Con el gobierno de Mauricio Macri en el 2015 fue nombrado en la Aduana donde descubrió una de los más grandes casos de contrabando. Actualmente, preside el partido de NOS y busca ser candidato en las próximas elecciones.

A pocos días del 39° aniversario de la rendición argentina del 14 de junio de 1982 en una entrevista con Clarín recordó en primera persona cómo cayeron sus soldados de la sección Romeo y sin dejar de cuestionase si hizo todo lo suficiente para protegerlos en la contienda bélica con Gran Bretaña:

-El 22 de mayo rescatamos a los náufragos del guardacostas Río Iguazú que había sido atacado por un avión Harrier británico. El jefe de las piezas de artillería que quedaron en su bodega, el subteniente José Navarro -hoy es general-, me pidió ayuda. Sabía que tenía un traje de neoprene muy finito. Era para verano, sin tubos de oxígeno, visor, ni patas de rana. Junté a “un rosario" de voluntarios y nos llevaron en un helicóptero Chinook piloteado por el mayor Posee hasta Darwin. El Río Iguazú estaba escorado de popa.

Gómez Centurión
El guardacosta Río Iguazú, encallado en la costa de Malvinas después
de ser atacado por un Sea Harrier

Entré a la bodega por un tombucho de la popa. Hacían 6 grados de temperatura y en el agua, 5 grados. Cada cañón pesaba alrededor de 1.500 kilos y su volumen es como el de un Fiat 600. Entonces los desarmé en 12 partes. Me sumergía yo solo porque la bodega era muy chica. Los soldados que me ayudaron quedaron al costado de popa del barco haciendo guardia por si volvían los ingleses. Trabajamos dos días. Yo salía cuando ya estaba al borde de la hipotermia. Buceaba no más de cinco o seis horas por día. Teníamos miedo a otro ataque inglés".

El 25 de mayo recibimos fuego amigo de aviones argentinos que nos confundieron con soldados británicos. Volvían del ataque de Bahía Agradable contra dos barcos ingleses. Por suerte sin bombas y poca munición. Además, tiraron en medio de la neblina y debían volver rápido al continente porque no tenían más combustible. Dios nos salvó de esa. Después dinamitamos el barco para que no lo tomen los ingleses. A uno de los cañones le faltaban una pieza y la completaron no sé cómo. Después, tiraron durante todo el combate de Pradera del Ganso-Darwin.

El 26 de mayo me ordenaron movilizarme hacia el sur de Pradera del Ganso para custodiar un pequeño puente que estaba a unos 5 kilómetros del poblado. Quedé separado del teniente Roberto Esteves quien fue a apoyar las posiciones del norte del istmo de Darwin. Las dos secciones éramos reservas para la fuerza de tareas principal. A mi me mandaron donde nadie iba a pasar. La nada misma.

-El 28 a la madrugada, a las 2 aproximadamente, empieza un intenso fuego naval británico y luego fuego de artillería y el tableteo de las ametralladoras. Supe después que era la compañía A del Regimiento 12 de paracaidistas británicos. Al sur, donde estábamos nosotros, no iban a llegar. Venían atacando desde el norte. El estrecho de Darwin es como un pasillo. Los ingleses se querían guardar la espalada para avanzar hacia norte y sobre Puerto Argentino.

Me quedé sin comunicaciones porque las radios no tenían más baterías. Entonces, tuve que tomar una decisión. Me quedaba a cuidar un puente sin importancia o me presentaba para la reserva en el lugar del combate. Le mandé a avisar a la otra compañía que estaba en la zona del puente que les dejaba el flanco libre. Volví a Goose Green y pedí órdenes. Sentí un dolor en el alma cuando me enteré que la sección de Estevez -mi camarada y comando como yo- había sido diezmada en el monte de Darwin.

Me hicieron esperar un rato largo y luego me ordenaron ir al norte a reforzar nuestras posiciones. Pasé por la escuela. Estaba llegando a las alturas y en una hondonada chocamos, en forma sorpresiva, con una fracción británica que venía de frente. Estábamos a 800 metros de la escuela de Darwin.

Entonces, tomamos posiciones en una colina. Yo sabía que detrás de los británicos había una zona de paneles minados. Los teníamos acorralados. Abrimos el fuego. Eramos 38 hombres. Combatimos entre 40 y 60 minutos. Hasta que un sargento me dijo que pedían un alto el fuego desde una cadena de piedras. Levantaban fusiles y cascos en señal de tregua. Ordené el alto fuego. Bajé unos 200 metros hasta un potrero con mi fusil FAL en alto.

Unos minutos después llegó un oficial británico y me preguntó si hablaba inglés. Le contesté que sí. Para mi sorpresa me pidió la rendición. Me dijo que si le entregábamos nuestras armas, salíamos todos vivos... Me decía “ya terminó la guerra para ustedes. Voy a atender a sus heridos…” Le pedí que me repita y le dije, con toda la adrenalina encima, que no nos estamos entendiendo. Insistió con lo mismo. Entonces, le dije que yo creía que él iba a rendirse. Le advertí que le daba dos minutos y volvía a abrir fuego. Me di vuelta y empecé a volver a donde estaba mi fracción.

Antes de que terminara la tregua, una ametralladora británica abrió fuego desde el oeste contra mi sección. Mis hombres contestaron el fuego y yo quedé en el medio de los dos fuegos. Me di vuelta y disparé con mi fusil FAL contra un grupo de ingleses que se estaba acomodando en un alambrado para atacar. Mis soldados pelearon como leones en medio de la neblina. Nunca me voy a olvidar cómo José Ortega murió a 20 centímetros mío. Estamos disparando detrás de un postre. Me moví para ver un ametralladora que se había trabado en otra posición y cuando volví lo encontré muerto de un disparo. Mientras las balas trazadoras y las esquirlas rebotan por todos lados, los soldados José Allende y Andrés Austin y el sargento Sergio García cayeron juntos cuando intentan moverse de su posición, en una actitud heroica, para buscar un mejor ángulo de tiro contra una ametralladora que nos estaba batiendo.

El cabo Miguel Avila había muerto al amanecer con el teniente Estevez. Era el jefe de Walter Buffarini, al que le volaron la mitad de la cara. Avila era de mi sección pero, a último momento, fue agregado a la de Estevez. Para rescatar a la compañía que teníamos arrinconada los ingleses mandaron refuerzos y más refuerzos. Después de enteré que eran 250. En esta nueva situación, el cabo Oviedo y el soldado Ramón Cabrera murieron juntos por el fuego cruzado de las ametralladoras inglesas que nos estaban rodeando, en medio de gritos y neblina.

Después de la batalla me dijeron que había muerto mi interlocutor en el alto el fuego. Hay una controversia en la que no me interesa meterme. La versión oficial británica es que era el teniente James Barry mientras otras versiones dicen que era el teniente coronel Herbert Jones. Esa versión oficial dice que Jones murió bajo el fuego de la ametralladora MAG del soldado Oscar Ledesma. Yo no distinguí el grado de mi interlocutor. El uniforme de combate británico incluía mucho armamento, municiones y una mochila. Estaba todo enmascarado. No sé si hay un parte oficial británico. Hay documentos clasificados, como el ataque el portaaviones Invencible, por 100 años.

Los historiadores británicos más serios dicen que a mi me abrió fuego una ametralladora de otra compañía. Ellos no son sabían del parlamento. Estaba lloviznado y había mala visión.

Luego de la caída de mi interlocutor, los ingleses intentan rodearnos por el oeste. Nosotros teníamos munición limitada. Cada soldado solo llevaba 120 proyectiles. La que llevamos puesta. Los refuerzos no llegaban. Me muevo a una posición y veo al soldado Miguel Canyaso con un disparo en la frente. Tenía la cabeza abierta. Le di la extremaunción, recé un Padrenuestro y le hice la señal de la Cruz pero gracias a Dios sobrevivió. No podía besar mi Rosario porque estaba debajo de mi uniforme y mi campera.

A esa altura del combate, conté que tenía 7 muertos y 13 heridos del total de mis 38 hombres. Muchos con heridas graves en el cuello o tórax. Entonces, ordené el repliegue de la sección. Los que estaban más enteros debieron cargar a los heridos. Nosotros no teníamos camilleros como ellos.

Me quedé en la retaguardia con 3 o 4 hombres, entre ellos el cabo cocinero Andrés Fernández. No era de mi sección. Era un cabo primero cocinero. El decidió venir con nosotros. Dejó la cocina, tomó el fusil de un soldado herido y se sumó a nosotros. Esto te habla de los hombres de Malvinas que actuaron por encima de su deber.

Cuando estábamos por terminar el repliegue, hirieron a Fernández en una pierna. Un disparo le produjo una hemorragia arterial. Con un pañuelo le hice un torniquete. No lo podíamos cargar. Bajo intenso fuego enemigo, lo metí a cubierto en un pozo de proyectil de mortero, lo tapé con un poncho y le saqué las armas para que vean que era inofensivo. Le ordené que si pasaba un camillero inglés se entregase, sino le prometí que yo lo volvería a buscar.

Así regresamos a Goose Green y llevamos a los heridos a la enfermería. Cayó el sol y vino la noche. Nos preguntábamos que habría pasado con Fernández. ¿Ya estaría prisionero? Los soldados lo querían mucho. Pedí dos voluntarios para ir a buscarlos y se ofrecieron cuatro. Nosotros no teníamos uniformes con la Cruz Roja. Entonces, yo voy armado con mi FAL y mis soldados “el vasco” Aguerrebengoa y Carobbio sin armas.

Salimos a buscarlo infiltrándonos en las líneas enemigas. Ibamos paralelo al camino. Atravesamos a un par de patrullas enemigas que no nos vieron. Mientras los ingleses hacían tiros exploratorios sobre la zona de la batalla. Después de casi 3 horas lo encontramos a Fernández. Estaba inconsciente por la pérdida de sangre. Primero lo arrastramos y al alejarnos lo cargamos hasta nuestra enfermería. Fue la voluntad de Dios y cumplí con mi palabra de buscarlo.

Al mediodía del 29 fue la capitulación. Los ingleses trasladaron a los prisioneros a San Carlos. Pero a mí me dejaron porque hacía de traductor. Armaba los contingentes y me quedé hasta que saliera el último prisionero. Luego pedí enterrar a los muertos con los honores correspondientes y con un responso religioso. Con el sacerdote católico Santiago Mora, un italiano de Bergamo, conseguimos el permiso. Estamos en una foto histórica de la BBC junto a un capellán británico y el general Wilson, el comandante de la tercera brigada británica en un responso frente a la tumba provisoria de nuestros caídos.

Primero, participé del doloroso proceso de identificación de los muertos argentinos en la batalla de Pradera del Ganso. Al cuerpo del teniente Estevez lo reconocí por la forma en que se ataba el cordón de sus borceguíes. Los cuerpos fueron depositados bajo la lluvia en una fosa común y los despedimos con honores y encomendando su alma a Dios. Ese día me marcó para todo la vida. Fue duro verlos morir en el campo de batalla y más trágico, enterrarlos. Pero fue un honor que me acompañará toda la vida.

El trato a los prisioneros de guerra fue duro, como es en todo el mundo. Buscan quebrante la voluntad de lucha y de fugarte. Así son las reglas de la guerra. Pero hubo un hecho ilegal. Hay una carta que mandó el teniente Durán a Clarín por la muerte de tres soldados del regimiento 12 que los ingleses obligaron a cargar munición. Está prohibido por la convención de Ginebra. Hicimos un acta y lo denunciamos. Incluso, un soldado se prendió fuego y un sargento británico lo mató. Hicimos la denuncia al segundo jefe del batallón de paracaidistas y a la Cruz Roja. Meses más tarde, una corte británica lo sobreseyó como un acto eutanasia ante el sufrimiento. Yo me quede solo en Darwin con el padre Mora. Después del sepelio nos embarcaron en el barco Norland y nos entregaron en Montevideo.

¿Si me relacionó con veteranos británicos? En abril de 1983, el capitán Christopher Goundry me escribió una carta en la que me recuerda la batalla. Dijo que las guerras son una terrible tragedia y me manifestó su “admiración por el coraje y valor de mis jóvenes soldados que combatieron en malas condiciones”. Luego me pidió entablar una amistad. Nunca le contesté. También me escribieron otros veteranos británicos. Sucede que para mi la posguerra no es el tercer tiempo de un partido de rugby. Los respeto, pero son mis enemigos. Yo le dije a otro inglés que si quiere ser mi amigo le diga a la reina Isabel que nos devuelvan las islas. Nada me devuelve a mis 7 suboficiales y soldados que vi morir y enterré. Hay muchas viudas y huérfanos de mis muertos que impiden en mi conciencia entablar una amistad con los británicos.

Insisto como jefe ver morir a tus hombres es lo peor que te puede pasar en la vida militar. En el momento del combate tenés mucha adrenalina, desesperación e inconsciencia, pero cuando te toca enterrar a tus soldados tomas conciencia de la dimensión de la tragedia. Me dejó un dolor en el alma. Después de la guerra, siempre me pregunto por qué murieron ellos y no yo.


ANTECEDENTES

La batalla de Pradera del Ganso-Darwin fue una de las más sangrientas de la guerra de Malvinas. Dejó un saldo de 50 argentinos y 19 británicos muertos. Entre ellos murió el teniente Roberto Estevez, un comando al igual que Gómez  Centurión.

Entre los heridos estuvo el soldado Walter Buffarini a quien una esquirla le cortó la mitad de la cara y pudo sobrevivir. Pero Buffarini combatió en otra colina distinta a la de Gómez Centurión y su sección.

El combate se desarrolló entre el 27 y 29 de mayo de 1982 y duró 36 horas.

Los ingleses habían desembarcado en bahía San Carlos y no querían dejar tropas argentinas a su retaguardia antes de avanzar sobre Puerto Argentino.

En el combate murió el coronel Hebert Jones, jefe del segundo batallón de paracaidistas. Fue el oficial británico demás alto rango en caer en las Malvinas. Recibió posmorten la Cruz a la Victoria.

San Martín y la masonería

La coherencia política de San Martín


El Dr. y profesor Jorge O. Sulé en el capítulo IV de su magnífico libro "La coherencia política de San Martín", trata el tema San Martín y la Masonería. Lo transcribimos en su totalidad por lo interesante de los datos aportados sobre esta cuestión, que siguen debatiendo distintos historiadores.




IV

SAN MARTÍN Y LA MASONERÍA

Se ha incursionado bastante sobre este tema. Es hora de hacer un balance.

En el N* 16 de la revista "Todo es Historia” de agosto de 1968, una nota del Dr. Enrique de Gandía, haciendo uso de su acostumbrada actitud apodíctica, afirmó rotundamente el carácter masónico de San Martín: ardua e infructuosa tarea, porque tenía que corregir a conspicuos masones como Sarmiento, que explicaron que la Logia Lautaro No era una masonería como generalmente se ha creído, ni menos las sociedades masónicas comprometidas en la política colonial…” (1).

También tuvo que enfrentar a su propio maestro, Bartolomé Mitre, Gran Maestre de la Masonería Argentina, que admitió que “La Logia Lautaro no formaba parte de la masonería y su objetivo era solo político...” (2). O tenía que rebatir a masones contemporáneos como Martín Lascano, que negó el carácter masónico de la Lautaro y, por consiguiente, de San Martín, en varias oportunidades.

También el historiador de la Academia Nacional de la Historia tuvo que enfrentar a sus pares de la Corporación, como Juan Canter (3) o Guillermo Furlong Cardiff que, en un valioso estudio aseveró que San Martín jamás fue masón en el sentido que se le da hoy en día a este vocablo...San Martín perteneció a la Logia Lautaro. Es un hecho indubitable, pero igualmente lo es que esa logía nada tenía de masónica en el sentido heterodoxo de este vocablo fuera de sus formas externas...” (4).

El artículo del Dr. De Gandía no convenció porque no aportó documento probatorio alguno y, en cambio, originó varias réplicas, una de ellas publicada en el Suplemento N° 14 de la revista “Todo es Historia”, en la que el historiador de la Academia Sanmartiniana, Coronel Leopoldo Ornstein con aquilatada y profusa documentación, desnudó las pretensiones iconoclastas del primero y entibió el entusiasmo de los masones que viven en la Argentina, que nunca pudieron probar el masonismo de San Martin y, por el Contrario, muchos de estos en el siglo pasado y en este, lo siguieron negando.

Pero a nadie, hasta hace muy poco, en el mundo de los historiadores, se le había ocurrido consultar directamente a las logias centrales europeas de las que dependían las americanas, en cuyos archivos, tendrían que estar registradas tanto las logias como sus integrantes o, por lo menos, sus fundadores, como lo establecen  los registros de la masonería mundial.

Este camino de metodología directa y contundente lo etectivizó el historiador Patricio Maguire. Fallecido este gran investigador, todo su archivo de documentos históricos inéditos, pasó en custodia al historiador Norberto Chidemi quien ha dado a luz parte de dicho archivo. Entre estos documentos publicados, se encuentra la correspondencia entre el historiador Patricio Maguire y las Centrales de la Masonería de Inglaterra, Escocia, Irlanda y otras (5).

Transcribimos textualmente parte de esa correspondencia, que es definitivamente esclarecedora:


Carta de Patricio Maguire a  la Gran Logia de Inglaterra

Madrid, Agosto 7. 1979,

Al Señor Gran Maestre de la

GRAN LOGIA UNIDA DF INGLATERRA

Freemasons May

Great Queen Street WC 2

LONDRES


Estimado señor:

Soy un historiador argentino que investiga los antecedentes de la revolución e independencia de las posesiones españolas en América, con especial referencia a la argentina.

Gran importancia se atribuye a la acción de la denominada Logia Lautaro, existiendo una controversia ya centenaria respecto si constituyó una logia masónica o una logia puramente política (…)

Ningún historiador ha dado a conocer una respuesta basada en documentos,

Todo ha sido deducción pura.

Por esta razón el suscripto recurre a vuestra amable ayuda (…)

(…) podría resultar posible que esa Gran Logia poseyera los archivos de aquella época donde se registraría la existencia, si fueran masónicas, de las logias y sus afiliados.

Las logias cuyos antecedentes procuro hallar son las siguientes:

1) Logia Lautaro (de Buenos Aires y de Chile)

2) Logia de Caballeros Racionales N° 7 de Londres

3) Logia Gran Reunión Americana de Londres.

Las dos primeras pueden haber sido fundadas en 1808 y 1811. La tercera, algunos autores señalan su creación hacia 1795.

Las principales personas que presidieron o pertenecieron a esas logias fueron:

1) Francisco Miranda, de Venezuela.

2) Carlos María de Alvear, de Buenos Aires.

3) Simón Bolívar, de Venezuela.

4) José de San Martín, Matías Zapiola y Martiniano Chilavert, de Buenos Aires.

5) Bernardo O'Higgins, de Chile.

6) Luis López Méndez y Andrés Bello, de Venezuela.

Preguntamos:

¿Algunas de las mencionadas logias fueron inscriptas por la Gran Logia Unida de Inglaterra?

¿Podían los masones extranjeros ajenos a la jurisdicción inglesa instalar logias masónicas en Inglaterra durante aquellos años?

¿Existe algún documento de carácter masónico en los Archivos de esa Gran Logia, referentes a las logias o personas antes mencionadas, y de existir, podría obtenerse fotocopia de los mismos, teniendo en cuenta su valor histórico?

Quedaría muy agradecido a las autoridades de esa Gran Logia por cualquier información que pudieran suministrarme.

                                                        Patricio Maguire

Mi domicilio hasta  el 15 de octubre de 1979:

Patricio Maguire 

Lagasca 67 Ap. 309 B

MADRID- ESPAÑA


La respuesta no se hizo esperar, y la contestación llegó de esta manera:


Gran Logia Unida de Inglaterra 

Freemasons Hall — Great Queen Street- London

Departamento del Gran Secretario. 

Señalar la correspondencia como personal. 

21 de agosto de 1979

Estimado Señor: 

Su carta del 7 de agosto de 1979, dirigida al Gran Maestro, me ha sido derivada para su contestación. 

1) La Logia Lautaro era una sociedad secreta política, fundada en Buenos Aires en 1812 y no tenía relación alguna con la Francmasonería regular. 

2) Las tres logias que Ud. menciona en su carta, jamás aparecieron anotadas en el Registro o en los Archivos ni de los Antiguos modernos y de la Gran Logia Unida de Inglaterra: no hubieran sido reconocidas como masónicas en este país entonces ni posteriormente. 

3) Las seis personas mencionadas en su carta, de acuerdo a nuestros archivos, nunca fueron miembros de logias bajo la jurisdicción de la Gran Logia Unida de Inglaterra.

4) La gran Logia de Inglaterra no era el único organismo masónico existente durante el período del cual está usted interesado. Existían grandes logias independientes en Irlanda, Escocia, Francia, Holanda y  Estados Unidos de América, todas las cuales autorizaban la instalación de logias propias.

5) Nunca han existido medios legales para prohibir que extranjeros en Inglaterra crearan sus propias logias, pero tal acción siempre es considerada por la Gran Logia de Inglaterra como una invasión a su soberanía territorial, y las logias así creadas no serían reconocidas como regulares, ni se permitiría a sus miembros concurrir a logias inglesas o que los masones ingleses concurrieran a aquellas

Sinceramente suyo.

JW Brubbs. Gran Secretario

P. Maguire, Esq., 

Lagasca 67- Ap. 309 B

Madrid Spain


En la misma fecha el historiador Maguire dirigió una carta a la logia Quator Coronati N° 2076, que está en la misma sede de la Gran Logia Unida de Inglaterra y que agrupa en su seno a historiadores masones dedicados a la investigación.

El tono y el requerimiento del historiador argentino son similares  a los utilizados en la carta anterior. 

Espigaremos algunos fragmentos por la similitud de la respuesta.

”…Es una cuestión a la cual recibimos requerimientos de tiempo en tiempo, pero sobre la cual estamos imposibilitados de proveer cualquier evidencia sobre las fuentes primarias debido a que no existió contacto alguno entre la francmasonería regular y esos movimientos dedicados a la independencia de Sudamérica. Las logias a las cuales Ud. se refiere en su carta no eran en ningún aspecto logias masónicas regulares, sino sociedades secretas políticas...”

Luego, el autor de la respuesta sugiere la lectura de Mitre y transcribe párrafos de su obra en la que cl autor argentino se explaya en los mismos términos.

Ya finalizando la carta, expresa:

“Que varios miembros de la Lautaro fueron masones no cabe la menor duda. Uno de mis predecesores John Heron Lepper, quien fue un lingüista español y una autoridad en asuntos de Sudamérica, dijo que él había investigado todo registro probable en Freemasons Hall con el objeto de relacionar aquellos con la logia inglesa, pero sin éxito. 

(…) Lamento que mis informes (...) Los archivos por lo tanto, están desprovistos de documentación referente a las entidades y personas que Ud. menciona. Espero que lo manifestado sin embargo pueda servirle de ayuda.

Suyo sincera y fraternalmente

TO Hauch

Bibliotecario y Curador Sr.

Patricio Maguire

Lagasca 67 Ap. B 309

Madrid, España.


Cartas similares, el historiador argentino, dirigió a la Gran Logia de Escocia y a la Gran Logia de Irlanda con resultado negativo.

No existe, por lo tanto, rastros en las grandes logias inglesas, escocesas e irlandesas, que pudieran probar el masonismo de la Logia Lautaro y de San Martin. El historiador Maguire no hizo la pesquisa en las logias francesas y holandesas. O bien consideró la indagatoria como improcedente por estar Holanda o Francia fuera de la cuestión o por sospechar que los resultados negativos de las respuestas hubieran sido similares a las obtenidas por Inglaterra.

Por lo tanto, reiteramos que la Logia Lautaro fue una reunión de americanos con exclusivos fines políticos y militares como lo fue en este siglo el G.O.U (Grupo de Obra y Unificación) que programó y llevó a cabo la Revolución de 1943. En otras palabras, existían grupos políticos y militares al margen de la masonería e independientes de su ideología y sus mandatos, con frecuencia opuestos ideológicamente a ella y que se reunían en la prosecución de objetivos políticos y/o militares.


(1) “El Gran San Martin”, en Galería de Celebridades Argentinas, Buenos Aires, 1954

(2) Mitre, Bartolomé: “Historia de Belgrano y la Independencia Argentina”, Editorial Estrada, 1947.

(3) Canter, Juan: “Historia de las sociedades secretas y literarias”. T.V, 1ra; Sección, Academia Nacional de la Historia.

(4) Furlong Cardiff, Guillermo: “El Gral. San Martín ¿masón, católico, deísta? Editorial Theoría, 1960.

(5) Chindemi, Norberto: "Historia y Política”, Edit. Los Nacionales, Buenos Aires, 1996.