lunes, 1 de diciembre de 2008

Anécdotas - Las bromas del Restaurador

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año III N° 9 - Diciembre 2008 - Pag. 16

Anécdotas 

Las bromas del Restaurador  

A Rosas, le gustaba hacer bromas, incluso realizando algunas demasiadas pesadas, que tenían como destinatarios no solo a personas de su entorno familiar sino también a extraños y diplomáticos extranjeros.

En el libro “Tradiciones y recuerdos de Buenos Aires”, Manuel Bilbao relata, con el título “Dos anécdotas”, las bromas que se realizaron Juan Manuel y su hermana Mercedes. He aquí el relato:


Mercedes Rosas de Rivero - Fotografía - M.H.N.

"Con  frecuencia vemos aparecer anécdotas y relatos de y sobre don Juan Manuel de Rosas, la mayor parte conocidos ya hace tiempo, pero que tienen la novedad del momento para quienes no los conocen, que son los más. Esto nos mueve a publicar las dos que constituyen la presente narración, completamente descono­cidas, en las que veremos a un Rosas familiar, sin locos ni bufónes que lo diviertan, en las que da y recibe bromas despojado de toda autoridad, como la que puede hacer y recibir cualquier hijo de vecino, según se decía por aquellos tiempos.

Era Palermo de San Benito, cuando Rosas tras­ladaba allí su residencia veraniega, el centro de todo el movimiento político y social, secundado eficazmente por su hija Manuelita.

Las cálidas tardes de los veranos las aprove­chaban las parientas y amigas intimas para ir hasta allí a tomar el fresco, cosa muy natural y que no tenia nada de particular, dada la intimidad con que, en general, se trataban entre si dichas personas. Algunas veces iban solas y otras se reunían para hacer el camino juntas. Si el tiempo lo permitía, se iban a la orilla del río, y si entre los visitantes había algún aficionado a la música, éste amenizaba la reunión.

Doña Mercedes R. de Rivera y su hermano D. Juan Manuel fueron muy unidos, y lo fueron tanto que hasta sus bienes en las herencias de sus padres los tuvieron juntos. En lo físico y en el carácter fueron también los que más  se parecieron. De ahí su intimidad y el afectuoso trato que se dispensaron siempre. Era la que se permi­tía llevarle la contraria y darle bromas.

Con estos antecedentes, vamos a referir dos anécdotas en las que fueron protagonistas los dos hermanos que, como hemos dicho, son com­pletamente desconocidas.

Una tarde fue doña Mercedes con varias ami­gas a visitar a Manuelita llevando puestas unas gorras muy elegantes, que cuidaban mucho, y con las que esperaban dar una sorpresa a las dueñas de casa.

Don Juan Manuel las vio llegar desde su pieza, causándole gracia el ver lo que presumían y reían su hermana y sus compañeras con sus go­rras, y como hacía poco que su hermana Mer­cedes le había hecho una broma, que no había olvidado, encontró la oportunidad de tomarse el desquite.

En efecto, una vez que las visitas entraron y estuvieron un rato conversando con Manuelita, se sacaron las gorras, encaminándose al interior de la casa y resolviendo ir a la orilla del río en cabeza a tomar el fresco.

Cuando don Juan Manuel las vio salir, fue hasta la pieza donde estaban las gorras, las tomó en la mano, las miró y se rió. Después de esto salió al jardín, encontrándose con uno de sus asistentes, a quien llamó preguntándole:

-¿Cuántas mulas hay en la maestranza?

-Debe haber pocas, excelentísimo señor, porque ayer se dispuso el envío de todas a Santos Lugares.

-Pero -dijo Rosas- ¿habrán quedado cinco o seis?

-Sí, excelentísimo señor.

-Bueno mande buscarlas y que las entren por detrás de la capilla y cuando estén allí viene a buscar algunos bonetes y con cuidado, pero con mucho cuidado de no ensuciarlos o de rom­perlas, se los pone en la cabeza a las mulas, con una buena frentera, bien sujetas para que no vayan a caer y cuando estén listas y vea venir a Manuelita con sus visitas, les da un guascazo para que salgan disparando y ellas las vean. To­me todas las precauciones necesarias para aga­rrarlas enseguida, sacarles los bonetes, limpiarlos bien y ponerlos donde estaban. ¿Ha entendido bien? ­

-Sí, excelentísimo señor.

Don Juan Manuel se retiró a sus habitaciones para esperar y ver el resultado de su broma.

Las cosas se hicieron en la forma dispuesta y cuando regresaban del río Manuelita y sus acom­pañantes, una de ellas, al ver a las mulas con sus gorras, exclamó llena de sorpresa:

-¿Qué es aquello?

-¡Qué va a ser! -dijo doña Mercedes-, una broma de Juan Manuel, ¡ya verán cómo me las va a pagar!

Don Juan Manuel al oír las risas se asomó, riéndose a su vez a desternillarse, como se decía entonces, y presentándose a las del grupo les preguntó qué les pasaba, a lo que doña Merce­des le respondió riendo también:            ­

-Lo que ha pasado ya lo has visto, pero «donde las dan las toman».

-Todos reían; pero don Juan Manuel, que conocía a su hermana: se dijo:

-Esta me va a hacer alguna de las suyas y no tendré más remedio que aguantarme -recordando una broma que le había hecho en «El Pino».

Duró mucho tiempo el éxito de esta broma, siendo motivo de chascarrillos familiares, a los que replicaba el autor «que ése era el efecto que le causaban las mujeres con esos bonetes».

Una noche, en su casa de la calle Santa Rosa celebraba doña Mercedes una reunión de familia con asistencia del maestro Esnaola, a la que había concurrido don Juan Manuel, bastante res­friado, pero con un buen abrigo y una boa muy fina, regalo del general Ibarra, que le servía de abrigo a la boca cuando salía a la calle.

Cuando entró se sacó el abrigo y junto con la boa, lo dejó en una salita.

Durante la reunión todos le decían a Rosas que había hecho muy mal de haber salido con una noche tan fea; pero él contestaba diciendo que con un capote grueso como el que llevaba y su boa, no le temía al mal tiempo.                

A instancias de los circunstantes la mandó buscar para enseñarla y con gran sorpresa suya se presentó Cimarrón, el perro mimado de la casa, con la prenda atada al cogote como collar.

Ante la risa de los concurrentes, don Juan Ma­nuel, dirigiéndose a Mercedes, riendo como to­dos, le dijo:

-¿Tú has andado en esto?

-¿Y por qué he de ser yo?

-Porque eres la única capaz de tomarse esa confianza.

-Yo no sé, Juan Manuel, quien habrá sido; pero voy a mandar averiguarlo.

-Necesito -dijo a Pepa, su criada de confian­za- que me averigües quién ha tomado la boa de mi hermano.

-Muy bien, su merced.

-Y en cuanto encuentres al qué se la ha puesto al perro, me lo traes.

-Mientras tanto don Juan Manuel, conversando sin enojo, manifestó que sentía mucho su boa, porque no se la pondría jamás.

-Al oirlo doña Mercedes le dijo que no fuera necio, que la cosa no era para tanto, pues ella y sus amigas se habían puesto siempre las go­rras, a pesar de que las usaron las mulas, rién­dose de la cara de su hermano, que la miraba sonriéndose y repitiéndole aquello de «donde las dan las toman».  

Así es -dijo don Juan Manuel- pues las co­sas no tienen mayor importancia sino porque, co­mo tú muy bien comprenderás, las gorras en las cabezas de las mujeres no tienen el mismo uso que tiene la boa, que lo es en la boca, y como ésta ha andado por el suelo y en el cogote del perro, no podré usarla.

Estaban en esto cuando apareció Pepa trayendo una bandeja de plata, en cuyo centro venía una hermosa boa primorosamente sahumada, te­jida en finísima seda y vicuña, la que después de saludar ceremoniosamente a don Juan Manuel le dijo:

-Mi amita, la señora doña Mercedes, me encarga ponga en sus excelentísimas manos esta boa, que ella misma ha tejido para que la use en su nombre, y no le guarde rencor.

Don Juan Manuel se levantó, tomó la boa, la besó y dirigiéndose a su hermana le dio las gra­cias, felicitándola por ser autora de un trabajo tan fino, que no merecía.

La reunión terminó en medio de la alegría ge­neral, celebrando todos la broma y quedando los dos hermanos tan amigos y unidos como antes.

Don Juan Manuel juró no hacerle ninguna bro­ma más a Mercedes, se guardó la boa que había llevado en el bolsillo, se colocó la que le acababa de regalar su hermana y no volvió a usar otra sino ésta”.


Recordando...

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año III N° 9 - Diciembre 2008 - Pag. 15 

Recordando...

El 5 de marzo de 1964 y mediante la Resolución Municipal Nº 154/64, el Concejo Municipal de Presidente Roque Sáenz Peña, Prov. del Chaco, decidió imponer el nombre de Juan Manuel de Rosas a una calle de esa Ciudad, de acuerdo a los Considerandos que transcribimos a continuación y que entendemos que son de interés porque constituyen una síntesis de la vida y logros de Juan Manuel de Rosas.

 

Que resulta oportuno honrar con tal motivo, el nombre de uno de los forjadores de la nacionalidad, propósito tanto más conveniente al interés cívico, cuanto que la provincia a que esta ciudad pertenece ha sido una de las últimas en integrarse como estado federal dentro de la vasta patria argentina;

Que los próceres de la Organización Nacional, como Urquiza y Mitre, hicieron triunfar el hecho consumado de la Confederación Argentina, fundada por el brigadier general don Juan Manuel de Rosas por medio del pacto orgánico de 1831;

Que dicha Confederación fue sostenida por su fundador durante más de dos decenios luchando contra confabulaciones internas y coaliciones extranjeras en condiciones que hubieran desalentado a cualquier otro gobernante o jefe militar;

Que el mismo Brigadier General fue el primero en bregar por los objetivos que orienta el actual pueblo argentino al postular y defender los principios de una nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana;

Que en efecto, el excelentísimo señor Gobernador de la provincia de Buenos Aires, don Juan Manuel de Rosas creó mediante sistemas inéditos de producción de bienes y distribución y comercialización de los mismos, fuentes útiles de trabajo para el hombre de campo y proletario, mejorando sensiblemente el “bienestar general” a que alude la Constitución de 1853;

Que el estanciero, industrial y exportador don Juan Manuel de Rosas fundó la denominada por nuestras fuerzas vivas “industria madre del país” o sea la ganadería, cuyos productos exportó al exterior en barcos de bandera argentina, pertenecientes a la primera flota mercante argentina nacional, tan sólo superada en tonelaje en 1943;

Que dignificó al trabajador y proletario al asumir con nacional orgullo el nombre de “gaucho” conque se designaba despectivamente al humilde de entonces;

Que hizo respetar dicho nombre ante los poderosos de la tierra en virtud del ejercicio de la inteligencia y de las armas;

Que postuló la primera ordenanza de independencia económica nacional mediante la famosa Ley de Aduanas de 1835 por la cual esclareciera controles financieros y el proteccionismo de nuestras industrias y artesanías;

Que hizo profesión permanente de honrarse “con la amistad de los pobres” y vivir alejado del privilegio de la llamada oligarquía porteña;

Que arrancó centenares de leguas al desierto y fundó los centros de civilización de Bahía Blanca, Junín y 25 de Mayo;

Que durante doce años de conflictos internacionales defendió con inmortal dignidad la soberanía argentina, sosteniéndola “íntegra e inmaculada como salió de las manos del Todopoderoso” y cumplió e hizo cumplir por primera vez en los hechos el juramento del 9 de Julio de 1816;

Que decretó fiesta nacional el 9 de julio;

Que gozó de la admiración de los primeros estadistas y publicistas del mundo de su época, quienes lo consideran el campeón de los derechos de la soberanía de Sud América;

Que rodeó de dignidad el nombre argentino por su intachable conducta en la vida personal y privada y el manejo escrupuloso de los fondos públicos;

Que robusteció los fueros de la Iglesia y revocó medidas persecutorias contra el Catolicismo, dictadas por gobiernos doctrinarios anteriores, fortaleciendo de tal modo la unidad civil argentina, una de cuyas fuentes es la fuerza y solidaridad de la fe cristiana, demostrando ser un ferviente católico;

Que hizo del Ejército Argentino un organismo técnico proveyéndolo de industrias y laboratorios y constituyendo las bases de fabricaciones militares en los cuarteles y talleres modelos de Santos Lugares;

Que convirtió nuestra incipiente diplomacia en un cuerpo de profesionales y especialistas en política internacional y en el arte de la negociación, tales como Arana, Guido, Manuel Moreno y Mariano Balcarce;

Que el brigadier general don Juan Manuel de Rosas fue un hecho y una etapa de nuestra vida nacional que nadie puede dejar de reconocer;

Que fue el primero en honrar al Padre de la Patria al decretar que una plaza de Buenos Aires llevara el nombre del Libertador en vida de éste;

Que con la presente resolución se cristaliza uno de los deseos del Padre de la Patria, general José de San Martín, quien en carta fechada en Boulogne el 6 de mayo de 1850, expresa al general Rosas “que al terminar su vida pública sea colmado del justo reconocimiento de todo argentino, son los votos que hace y hará siempre a favor de usted su apasionado amigo y compatriota”;


Las naves rojas de la federación

   Publicado en el Periódico El Restaurador - Año III N° 9 - Diciembre 2008 - Pag. 14 

Las naves rojas de la federación

                                            Por Héctor Pedro Blomberg en “Cantos Navales Argentinos”

Héctor Pedro Blomberg


Rojos son las mesanas y los trinquetes,

Las cureñas, las bandas; rojas, sangrantes,

Las camisas que llevan los tripulantes,

Desde los condestables a los grumetes,

Y usan galones rojos los comandantes.


Allá van por las aguas del patrio río,

Clavados en el mástil los pabellones:

En el puente de cada rojo navío

Se oye la voz de un “cielo” ronco y bravío,

Junto a la negra boca de los cañones.


Son las goletas rojas de Costa Brava,

Son las que respondieron en Obligado

Al clamor iracundo que las llamaba

Para batir la flota que navegaba

El Paraná invadido y ensangrentado.


¡Bergantines de Thorne! La voz del viento

Dice en la arboladura la copla errante

Que recuerda en su recio y extraño acento

Aquellas que en el viejo puente sangriento

Se oían en los tiempos del Almirante.


Con sus rojas banderas en la mesana,

Allá van sus bravías tripulaciones:

“Federación o Muerte”, se oye, lejana,

La canción que cantaban en la mañana

Junto a la negra boca de los cañones.


El retrato de Manuela

   Publicado en el Periódico El Restaurador - Año III N° 9 - Diciembre 2008 - Pags. 13 y 14 

El retrato de Manuela

                                                     Por la Profra. Beatriz Celina Doallo                                                                          

Manuelita Rosas. Óleo de Prilidiano Pueyrredón

A principios de año, con una de sus ediciones dominicales, el matutino Clarín entregó un suplemento titulado "Las mujeres más bellas de la pintura", dedicado a obras argentinas. En esas páginas pueden apreciarse retratos de mujeres realizados por entre otros artistas, Sívori, Berni, Spilimbergo, Fader, Castagnino y Soldi, cada uno de ellos glosado por una nota interpretando la pintura, con datos acerca del autor y de la obra analizada. Sin desmerecer la excelente calidad del resto, puede afirmarse que lo más impactante es la aproximación al rostro de Manuelita Rosas, tomada del cua­dro pintado por Prilidiano Pueyrredón en 1851 que se exhibe en el Museo Históri­co Nacional.

Lamentablemente, la señora Laura Malosetti Costa, que escribió el texto para co­mentar la obra, no se ilustró lo suficiente sobre Manuela Rosas, por lo que la re­seña correspondiente, titulada "Retrato de la hija del rigor" es políticamente sub­jetiva e históricamente inexacta. Hace referencia a un escrito de José Mármol en Montevideo, presentando a la retratada "como una víctima de los designios de su padre. Era conocido, aún entre los opositores a Rosas, su rol de intercesora ante su padre procurando clemencia, en casos terribles como la ejecución de Camila O 'Gorman en 1848."

La tan esgrimida historia del fusilamiento de Camila O'Gorman ha focalizado gran parte de los ataques contra Rosas y no es ese trágico episodio el motivo de este artículo, sino el papel que cupo a la hija del Restaurador durante esos cruciales días de agosto de 1848. Para entenderlo, es necesario ubicamos en tiempo y es­pacio. A 160 años de distancia, en un mundo de comunicaciones por satélite, pen­semos en una época en que el correo lo distribuían las diligencias y los oficios (es­critos entre autoridades) los chasques. Morse había inventado el telégrafo en 1832 pero el sistema no estaba implementado en la Confederación. Por lo que concier­ne a la política, no existían las conferencias de prensa, los voceros del gobierno, ni tan siquiera los discursos oficiales. Las resoluciones y decretos salían del despa­cho de cada gobernador sin darle cuenta a la ciudadanía, que se enteraba, si era menester hacerlos de conocimiento público, por escritos enviados a la prensa o carteles fijados en los muros.

Rosas supo que Camila y su amante, el ex sacerdote Ladislao Gutiérrez, habían sido apresados en la localidad de Goya, Corrientes, por un oficio que envió el go­bernador Virasoro, quien también le informaba que le remitía los prisioneros en un barco a vela por el Paraná. Rosas, ante un caso delictivo fuera de lo común, llamó a su despacho a varios destacados juristas, quienes divulgaron la noticia entre la sociedad distinguida de La gran aldea. Maria Josefa Ezcurra, la hermana de En­carnación que tanta ingerencia tuviera en las primeras etapas del gobierno, care­cía ya de influencia, pero escribió sobre la cuestión a su cuñado:

"Mi querido hermano Juan Manuel: Esta se dirige a pedirte a favor de Camila. Es­ta desgraciada, es cierto, ha cometido un crimen gravísimo contra Dios y la socie­dad. Pero debes recordar que es una mujer y ha sido inducida por quien sabe más que ella en el mal camino. El gran descuido de su familia en permitirle esas rela­ciones tiene mucha parte en lo que ha sucedido; ahora se desentienden de ella; si quieres que entre recluída en la Santa Casa de Ejercicios, yo hablaré con doña Rufina Días y estoy segura de que se hará cargo de ella y no se escapará de allí. Con mejores advertencias y ejemplos virtuosos, entrará en sí y enmendará sus errores, ya que los ha cometido por causa de quien debía ser un remedio para no hacerlos”.

Las medidas que se tomaron en Buenos Aires indican que Rosas dejaría que la justicia se ocupara del delito de Gutiérrez y que Camila, tal como sugiriera la señora Ezcurra, sería llevada a la Casa de Ejercicios. El Jefe de Policía dispuso se asease un calabozo del Cabildo para alojar al primero y dos habitaciones en dicha Casa para comodidad de Camita. Por desgracia, un golpe de viento encalló el barco en que traían a los prisioneros en la costa de San Pedro; el capitán dijo al Juez de Paz de ese distrito que le era imposible llegar a Buenos Aires y el magistrado, carente de órdenes, envió los presos al cuartel de Santos Lugares y un oficio a Rosas informando del hecho.

Para ubicar los sucesos en un espacio comprensible, hay que saber que, con la mudanza a Palermo de San Benito, ocurrida ese mismo año de 1848, algunas co­sas habían cambiado, entre ellas la forma en que Rosas atendía los asuntos de gobierno. En su antigua casa de la ciudad, lo hacía con los escribientes en su propio dormitorio (*) y Manuela entraba allí a menudo para llevarle cartas, paquetes o avisarle que una visita o el almuerzo lo esperaban. En Palermo, con mayor canti­dad de habitaciones, todo era más protocolar; Rosas tenía en un ala de la casona un despacho adecuado para recibir visitas importantes, otro más sencillo donde trabajaba con dos escribientes y una secretaría contigua ocupada por varios ama­nuenses. Los empleados de secretaria eran jóvenes que, muchos años después, refirieron al doctor Saldías y a otros cronistas las peculiaridades del gobernante, por lo que conocemos que Manuela y su padre rara vez conversaban fuera de los almuerzos. La hija de Rosas tenía sus propias ocupaciones, residía en un ala de la casa alejada de las oficinas y la red de chismografía que corre por los pasillos gu­bernamentales de la actualidad era impensable. Lo que se hablaba y dictaba en el despacho de Rosas no era comentado fuera de ese ámbito, el Restaurador no era persona dispuesta a charlar sobre sus acciones políticas mientras almorzaba y a ningún chasque le pasaba por la cabeza romper el sello de lacre de un oficio y leerlo, si es que sabía leer.

EI 17 de agosto las cosas se precipitaron. Llegó a Palermo el oficio remitido desde San Pedro y al cuartel de Santos Lugares la carreta que transportaba a Camila y a Gutiérrez. En la madrugada del 18 de agosto un chasque partió de la residencia de Rosas llevando al mayor Antonino Reyes, jefe del cuartel, la orden de fusilar a la pareja. Reyes intentó salvar a Camila: envió un oficio a Rosas informándole que la joven estaba embarazada y una carta a Manuela para que intercediera por ella ante su padre. La carta y el oficio los recibió en Palermo el oficial de guardia, Eladio Saavedra, y los entregó a Rosas, quien los devolvió a Reyes con una amonestación por no haber dado aún cumplimiento a su orden. Horas después fusila­ban a Camila y a Gutiérrez, sin que Manuelita Rosas ni su entorno de Palermo tuviera siquiera conocimiento de que se hallaban en Santos Lugares. De forma tan hermética se llevó el asunto en el despacho del Restaurador que, sabiendo de la captura de ambos fugitivos en Goya, suponían su pronto arribo al puerto de Buenos Aires. La noticia de la ejecución se propaló días después, cuando el capellán que suministró los últimos sacramentos a los condenados comunicó el hecho al Consejo que manejaba las relaciones del clero católico. Mientras la nave con los cautivos bajaba por el río Paraná, una secuencia perversa de artículos periodísti­cos, peticiones sórdidas y opiniones inclementes influyó para que Rosas mudara su primitivo propósito sobre ambos y tomara la fatídica decisión.

Leemos otros párrafos del comentario sobre el retrato de Manuelita:

"Luego de Caseros, Manuela de Rosas y Ezcurra partió con su padre al exilio en Inglaterra. Allí pudo finalmente contrariar la prohibición paterna y casarse con el hombre a quien amaba: Manuel Terrero, con quien tuvo dos hijos."

Es sabido que no hubo tal prohibición. Manuela tuvo varios pretendientes, entre ellos un despechado José Mármol que en su novela Amalia trazó de la hija de Ro­sas una patética e infundada semblanza; otro cortejante fue Antonino Reyes. En Palermo Manuela comenzó a aceptar los galanteos de uno de los secretarios de su padre, el hijo del socio y leal amigo de Rosas, Juan Nepomuceno Terrero, que no se llamaba Manuel, sino Máximo. Los noviazgos de esa época no tenían la celeridad meteórica de los actuales y el romance se mantuvo entre los graves con­flictos de la Confederación con Inglaterra y Francia, y el pronunciamiento de Urqui­za. Manuela representaba a su padre en banquetes, espectáculos y conmemora­ciones; era el nexo gentil y ensalzado entre los enviados extranjeros y el Restau­rador, y no quiso privarlo de su apoyo con un matrimonio, que, por las costumbres imperantes, le restringiría esas actividades sociales.

Otro párrafo del artículo nos dice que "(Manuela) vivió en Londres hasta su muer­te, en 1898. Nunca pudo volver a la Argentina."

Manuela Robustiana de Rosas y Terrero falleció a los 81 años en su hogar de Hampstead (Londres) el sábado 17 de septiembre de 1898, pero es erróneo que nunca pudo volver a nuestro país.

En 1877 la justicia argentina había fallado a su favor, devolviéndole los bienes que le correspondían por herencia de su madre, Encarnación Ezcurra. Manuela viajó a Buenos Aires en 1886 para hacerse cargo de esos bienes, que incluían la vieja ca­sa que sirviera de sede a la gobernación hasta la mudanza a Palermo.

Ya venía prevenida acerca del antagonismo hacia Rosas y todo cuanto tuviera relación con el extenso gobierno de éste sobre la Confederación Argentina, pero lo que percibió superó sus peores recelos. Se alojó en una casa de la calle Reconquista N° 23 e, invitada por el contraalmirante Cordero, jefe de la flota y esposo de una de sus viejas amigas, visitó en el puerto un barco de guerra de la Armada. Du­rante su permanencia en Buenos Aires hizo poner a la venta las propiedades que le habían sido restituídas, con lo que obtuvo una buena suma de dinero. En lugar de convertir la moneda argentina en libras esterlinas y girarlas a la cuenta de su marido en Londres, compró cédulas hipotecarias de nuestro país; la operación, a la postre, resultó desastrosa por la caída de esos títulos durante la crisis económi­ca que comenzó en 1890, causó una revolución e inspiró al periodista José María Miró (1867-1896) para escribir la novela La Bolsa con el seudónimo de Julián Marte. 

(*) Ver "Es acción santa matar a Rosas" en el número 8 de “El Restaurador”.

Tarjeta de visita de Manuelita
* * * * * * * * * *

La profesora de idiomas, literatura e historia, Beatriz Celina Doallo, recibió 57 premios por su labor literaria, destacándose dos Premios Nacionales y dos Fajas de Honor de la SADE. Libros publicados: “Echeverría, el poeta de Mayo” (1985), “Alberdi, una voz desde el exilio” (1988), “José Pedroni, poeta de Esperanza” (1989), “El Nuevo Mundo en la literatura española del Siglo de Oro” (1992), “Cuentos de aquí y de allá” (1993), “Las vidas de José Hernández” (1995), “El exilio del Libertador” (1997), ensayo biográfico que integra la colección Estrella Federal.

La guerra de las caricaturas

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año III N° 9 - Diciembre 2008 - Pag. 12 

La guerra de las caricaturas  

Caricatura de Rosas

A fines de 1851 fueron difundidas en Montevideo, por iniciativa de Rosas, algunas caricaturas de Urquiza en las que este jefe de la Confe­deración aparecía junto al Emperador del Brasil, como aliado, e identi­ficado como «el loco traidor salvaje unitario Urquiza, que después de vender su patria al oro brasilero y de haber entregado su alma al diablo, a la vista de la poderosa Confederación Argentina, se horroriza, tiembla y quiere huir, por más que sus amos compradores lo empujan".

Las caricaturas de Mendes de Carvalho

Caricatura de Rosas y Urquiza

La difusión de tales caricaturas alarmaron a Honório Hermeto Car­neiro Leão, ministro plenipotenciario del Brasil en la capital oriental, y decidió contraatacar mediante la confección de otras caricaturas, en las que la figura de Rosas apareciese ridiculizada. Para ello contrató a un dibujante brasileño, Rafael Mendes de Carvalho, quien trabajó con toda celeridad, ya que los dibujos antirrosistas estuvieron terminados antes del 9 de enero de 1852, y fueron impresos en los talleres de La Se­mana, periódico montevideano que redactaba José Mármol. Se tiraron cerca de mil ejemplares de los dibujos, para ser distribuídos en el ejército aliado brasileño-urquicista, e introducidos en Buenos Aires.

Mendes de Carvalho era un excelente dibujante y pintor…

La primera de las cuatro caricaturas de Mendes de Carvalho mues­tra a Rosas y a Urquiza: éste tira de una oreja al Restaurador y dice: “He aquí el titulado Gran Americano; es tan enano que apenas puedo agarrarlo de una oreja". Se ve más atrás, de perfil, a don Eusebio de la Santa Federación, con una botella en la mano…”

Fermín Chavez “Iconografía de Rosas y la Federación”, Tomo II

La población sitiada de Montevideo

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año III N° 9 - Diciembre 2008 - Pag. 11  

La población sitiada de Montevideo

"Al tiempo de ser sitiada Mon­tevideo por el ejército de Ro­sas, su población se componía de poco más de 31.000 habi­tantes. De éstos sólo once mil eran nacionales, de todos los sexos y edades, incluyendo en el número casi una mitad de negros emancipados, criollos los unos y africanos los más. Los veinte mil restantes, casi en su totalidad hombres de armas llevar, eran emigrados argentinos, franceses, españo­les, italianos, etcétera. De es­tos veinte mil hombres, las tres cuartas partes (15.488 se­gún el censo) correspondían a las nacionalidades argentina, francesa, italiana y española, que constituían su nervio. Los proscriptos argentinos, enarbolando en sus sombreros su escarapela azul y blanca, for­maron una legión en número de más de 500 hombres…Los franceses se organi­zaron en batallones en número de más de 2.000 hombres, for­mando los vascos un cuerpo aparte, y cuando sus represen­tantes diplomáticos les exigie­ron que depusiesen las armas abandonaron su cucarda trico­lor y aceptaron los colores na­cionales, coronando las astas de sus banderas con el gallo de las galias y las águilas napo­leónicas. Los españoles, en número como de 700 hom­bres, acudieron a las trinche­ras... Los italianos, mandados por Giuseppe Garibaldi, formaron una legión de más de 600 hombres…El núcleo del ejército de la defensa lo componían cinco batallones de infantería y un regimiento de artillería, forma­dos de negros libertos, manda­dos en su mayor parte por ofi­ciales argentinos".

(Bartolomé Mitre, en un ar­tículo publicado en La Nación el 4 de julio de 1882)

Rasgos personales de Urquiza

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año III N° 9 - Diciembre 2008 - Pag. 11  

Rasgos personales de Urquiza

Urquiza. Óleo de Egidio Querciola

Vicente G. Quesada –padre de Ernesto Quesada–, publicó en 1889 el libro “Memorias de un viejo”, con el seudónimo de Víctor Gálvez; así describe a Urquiza: 
"Conocí personalmente al ge­neral Urquiza después de la batalla de Caseros. Era de es­tatura regular, fuerte y vigo­roso de músculos. Tenía anchas las espaldas y levantado el pecho: su aspecto revelaba fuerza física, valor, audacia. Vestía entonces siempre de frac, unas veces azul con boto­nes de metal amarillo, chaleco blanco y pantalón claro: otras, todo de negro. Calzaba botas de charol, el pie era pequeño como la mano. En su mirada penetrante había algo de fasci­nador, su cara era imponente. Cuando estaba en calma y sereno podía adivinarse que te­nía un alma susceptible de fie­rezas y borrascas. Tenía poco pelo y cuidadosamente ocul­taba la calvicie con el peinado. Era pulcro en su aspecto. Apa­recía empero autoritario, no era muy afectuoso. En ese tiempo tenía siempre en la mano un latiguillo muy delgado, con el cual jugueteaba sin cesar. Sus labios eran delgados, sobre todo el superior, que se contraía fácil­mente, y empalidecía: el movi­miento nervioso de sus fosas nasales era síntoma de emo­ción moral profunda, el ojo se hacía brillante y tenía los ful­gores del relámpago. En ese entonces era reservado y casi taciturno… Recuerdo que era muy aficionado al baile y especialmente a la contradanza. Era atento con las damas, cortesano y tal vez galante… El vencedor en Caseros tenía una memoria prodigiosa, los nombres propios y las fisonomías se le grababan para siempre, de manera que conocía personalmente, puede decirse, a todos los soldados entrerrianos; sabía sus hazañas, sus calidades, sus de­fectos, su domicilio y hasta conocía la familia. De modo que cuan­do veía un gaucho, le llamaba por su nombre de bautismo, y si por casualidad no le había reconocido, le preguntaba cómo se llamaba. Con la respuesta ya sabía que era hijo de fulano, que vivía en tal parte. De manera que el interrogado quedaba sorpren­dido, temiendo que hubiese sido ardid el preguntarle quien era para averiguar si mentía. Estas condiciones peculiares le daban un prestigio singular. Ante el general Urquiza el gaucho prefería decir la verdad, aunque le perjudicase. Temía ser reconocido si mentía”. 


Rosas y Urquiza ¿Amigos o enemigos?

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año III N° 9 - Diciembre 2008 - Pags 8 a 11 

Rosas y Urquiza ¿Amigos o enemigos?

Por Norberto Jorge Chiviló

La batalla de Caseros, Óleo de Carlos Penuti (1) 

Cuando hace pocos meses atrás la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires aprobó el proyecto por el que se impuso el nombre de Juan Manuel de Rosas a la Terminal de subterráneos de la línea B que se encuentra en pleno barrio de Villa Urquiza y a escasos metros de la estación de FFCC, que lleva el nombre del vencedor de Caseros, muchos vieron esta coincidencia de aproximación geográfica de ambas estaciones, contrapuesta a lo que consideran como el agua y el aceite, entre Juan Manuel de Rosas y Justo José de Urquiza, como dos personajes históricos contrapuestos, antagónicos, como enemigos eternos. Pero ello no es así. Creo que a pesar que existen notables diferencias, también existen muchísimas coincidencias entre ellos.

Estos dos personajes históricos tuvieron una gran gravitación en la vida política de nuestro país durante medio siglo. Juan Manuel de Rosas durante treinta y pico de años (de 1820 aproximadamente hasta 1852) y Justo José de Urquiza, un poco menos de veinte (1851 hasta 1870), totalizando ambos los cincuenta años a los que me referí.

La vida de estas dos personas a mi entender tienen hechos en común, que podemos dividir en tres etapas. Una primera etapa que va desde fines de 1841 cuando Urquiza es designado como Gobernador de Entre Ríos –antes había actuado como lugarteniente del Gobernador Pascual Echagüe–  hasta el famoso “Pronunciamiento de Urquiza”, en 1851; una segunda etapa desde ese hecho hasta la batalla de Caseros y la tercera desde allí hasta el asesinato del entrerriano en 1870.



En esa primera etapa encontramos a estos dos personajes, uno –Rosas– caudillo de la Provincia de Buenos Aires, con gravitación en toda la Confederación Argentina, au Jefe indiscutido, su cabeza visible, es quien detenta el ejercicio de las relaciones exteriores (es decir quien maneja las relaciones con los demás países). Es virtualmente el “Presidente” de la Confederación, como en alguna carta también lo designa San Martín y algunos otros personajes históricos nacionales y extranjeros. Las facultades que inviste Rosas, son también las facultades que la Constitución del 53 le confieren al Presidente.

El otro personaje, Urquiza, se convierte en Gobernador de Entre Ríos en 1841 y caudillo indiscutido de esa provincia y es uno de los mejores guerreros que tiene la Confederación, es Jefe del Ejército federal de reserva en 1845 y en 1849 Comandante en Jefe del Ejército de Operaciones.

A fines de la década del 40 y principios de la del 50 se estaba formando un poderoso ejército, preparándose nuestro país para una futura confrontación con el Brasil. Urquiza es su jefe (Ejército de Operaciones)  y Rosas le provee de vituallas y armamentos. Esta es una primera etapa de armonía entre estas dos personas.

También podemos señalar ciertas diferencias. Cuando Rosas se hace cargo de la Gobernación de la Provincia de Buenos Aires en 1829, renuncia a sus negocios particulares y privilegia durante todo su gobierno, el interés de la Nación a sus intereses particulares y a los de su clase (p.e. ante los perjuicios que el bloqueo francés 1838/40 ocasiona a los estancieros y saladeristas de la provincia, él privilegia el interés de la Nación, no acuerda con los franceses, sino cuando estos se avienen a satisfacer las exigencias de nuestra Nación).

Por el contrario, Urquiza, no sólo no renuncia a sus negocios particulares, sino que los incrementa y se fija más en su interés particular, que en el del país. 

A fines de la década del 40, Entre Ríos y Urquiza, se enriquecen del comercio con la sitiada ciudad de Montevideo. Recordemos que en estos momentos en Montevideo, sitiada por las fuerzas del presidente legítimo del Uruguay don Manuel Oribe, secundados por los ejércitos –aliados– de la Confederación Argentina, se encontraban en poder del caudillo colorado Rivera, apoyado por los emigrados unitarios argentinos y por fuerzas francesas.

Urquiza, es en esos momentos, uno de los jefes más importantes de la Confederación y no obstante ello comerciaba con la plaza sitiada de Montevideo, en manos de los enemigos de la Argentina, de los que obtiene importantes ganancias.

El principal comercio con esa Ciudad, es el de la venta de carnes. Urquiza, principal ganadero de su provincia, resulta ser el primer beneficiado.

Las balleneras que transportaban la carne a Montevideo regresaban con mercaderías europeas que reenviaban a Buenos Aires. Era un gran negocio: comprar mercaderías en Montevideo, llevarlas a Entre Ríos y de allí a Buenos Aires, burlando la Ley de Aduanas. Como entraban por Entre Ríos no pagaban derecho de importación de aduana y se convertía así en contrabando.

La salida de oro por Entre Ríos era el tercer negocio. En 1838, Rosas había prohibido la exportación de oro desde Buenos Aires para mantener así con el metálico que la garantizaba, el valor de la moneda. El oro –debido a su imposibilidad de exportarlo se conseguía barato en Buenos Aires; el negocio, entonces, era comprar el oro en Buenos Aires y hacerlo salir por los puertos de Entre Ríos, y era vendido a mayor precio en el extranjero, obteniéndose así una considerable ganancia y convirtiéndose en un pingüe negocio. El oro que Rosas había prohibido exportar de Buenos Aires, es llevado a Entre Ríos y de allí se exporta, burlándose la prohibición. Con la venta de carne Urquiza tenía la parte más importante y con los otros negocios era también beneficiario. Ese comercio no podía ser impedido por Rosas, pero por dos decretos perjudicará los negocios entrerrianos y urquicistas; por uno prohibía sacar el oro de Buenos Aires para Entre Ríos y en el otro establecía que las mercaderías extranjeras introducidas a Buenos Aires aún por buques nacionales, pagaran derechos aduaneros.

Las medidas tomadas por Rosas que benefician a la Confederación, afectaron notablemente los intereses económicos del entrerriano y su provincia.

El catalán Cuyás y Sampere, comerciante y agente de Urquiza, hará saber a los enemigos de Rosas que Urquiza “Obrará según las circunstancias se presenten, y como lo demanden los intereses de la provincia y los suyos personales”. Este comerciante intermediará también entre Urquiza y los brasileros.

La clase dirigente del Imperio del Brasil, avizorando el futuro no tan promisorio del Imperio ante una probable guerra con la Argentina, tantearon a Urquiza para que defeccionara de la Confederación por intermedio de su agente Cuyás y Sampere, preguntándole insólitamente si en un probable conflicto entre la Confederación y el Imperio, Urquiza se mantendría neutral. Recordemos que Urquiza era un general argentino y la pregunta hubiera estado demás.

Ante ese nuevo y probable conflicto, los brasileros sabían que no iba a repetirse lo que había ocurrido en la primera guerra entre estos dos países entre 1826/28 en la que las Provincias Unidas del Río de la Plata habían ganado la guerra en el campo de batalla pero la habían perdido en la mesa de negociaciones, ya que una de las principales provincias, la Banda Oriental, se independizó. Ahora al frente de la Argentina, de la Confederación Argentina, se encontraba Rosas y este no era ni un inexperto ni un improvisado. Había enfrentado a las dos potencias más importantes del globo (primero a Francia y luego a Francia e Inglaterra aliadas) y las había derrotado. Estas se habían visto obligadas a firmar tratados que nunca habían celebrado ni con otras potencias de primer orden y ni que hablar de “potencias” de inferior rango como en esos momentos era la Argentina. Al Brasil la cuestión se le presentaba así muy difícil, agravado ello por sus cuestiones internas (esclavitud, movimientos secesionistas, etc….)

En ese contexto, Urquiza pacta con los brasileros, acordando sacar del medio a Rosas y se produce así el llamado “Pronunciamiento” el 1º de Mayo de 1851.

Se da así el desencuentro entre estos dos personajes. Urquiza pasa a ser llamado en el resto de la Confederación, el “loco traidor, inmundo unitario” y Rosas pasa a ser considerado en Entre Ríos como “el tirano, el déspota…” y demás epítetos. Esos calificativos se repiten en documentos, publicaciones, funciones teatrales, etc. tanto de un lado como del otro. Esa etapa de desencuentros se cierra prácticamente con el desenlace producida por la batalla de Caseros. Rosas parte para su definitivo exilio en Inglaterra y Urquiza se convierte en el nuevo hombre fuerte de la Confederación.

A partir de ese hecho de armas, comienza la tercera etapa de acercamiento que es la más interesante en lo que hace a la relación Rosas-Urquiza. A partir de un gesto de Urquiza que pasaré a comentar, estos dos hombres tendrán una correspondencia epistolar seria, respetuosa, cordial, exenta de reproches tanto de un lado como del otro, tendrá también reconocimientos de un lado y del otro, se darán consejos, en fin… un trato de amigos.

Caído Rosas, Urquiza se convierte en el “Director Provisorio“ de la Confederación y nombra Gobernador Provisorio de la provincia de Buenos Aires al autor del Himno Nacional, Vicente López y Planes, antiguo rosista y miembro del Tribunal de Justicia, padre del unitario, emigrado en Montevideo, Vicente Fidel López.

Inmediatamente después de Caseros, retornan a Buenos Aires, los unitarios emigrados, quienes comienzan a tener gravitación importante en el nuevo gobierno de Buenos Aires. Vicente López y Planes, como dije, antiguo rosista, y que había escrito poemas laudatorios a Rosas, se convierte de la noche a la mañana, en antirrosista y a instancias de su hijo –Vicente Fidel– y de otros unitarios, a pocos días de Caseros, esto es el 16 de febrero de 1852, por decreto ordena que “Todas las propiedades de todo género pertenecientes a Don Juan Manuel de Rosas, y existentes en el territorio de la Provincia, son de pertenencia pública”, ello importaba ni mas ni menos que confiscación de todos los bienes del ex dictador.

Advirtiendo lo injusto de la medida, meses después (7 de agosto) Urquiza deroga este decreto confiscatorio de los bienes de Rosas. En los Considerandos de ese Decreto de Urquiza, se reconoce que la medida adoptada con los bienes de Rosas fue una “rigurosa confiscación” y “Que la confiscación considerada como pena, atenta contra la moral pública y gravita muy principalmente sobre personas inocentes” y sigue diciendo “Que en el presente caso, los bienes de don Juan Manuel Rosas, apropiados al Tesoro Público… no han producido para éste ventaja alguna, porque los bienes confiscados han sido disipados en parte, y aún quizá convertidos en provecho de los que ningún derecho han podido alegar a ellos” y ordena entregar los bienes al apoderado de Rosas, Juan Nepomuceno Terrero.

A raíz de esta medida reparatoria de Urquiza, Rosas por intermedio de su apoderado Terrero, puede vender una de sus estancias, la San Martín y así obtiene un desahogo económico en su exilio.

Pero al poco tiempo se produce en la provincia la revolución liberal del 11 de setiembre de 1852, Esta revolución promovida por unitarios y antiguos rosistas, produce que esta provincia se secesione o se separe de la Confederación Argentina, convirtiéndose en el Estado de Buenos Aires, prácticamente un estado independiente, con ejército, armada y diplomacia propia.

Producida esta revolución se restablece la confiscación a los bienes de Rosas y los antiguos enemigos de Rosas, ahora se convierten también en enemigos de Urquiza, y tildan a éste con los mismos epítetos con que otrora se referían al dictador Rosas. Las publicaciones de Buenos Aires, no ahorran calificaciones contra Urquiza. A ambos personajes de nuestra historia, Rosas y Urquiza, sus coincidentes enemigos, los tildaron de “tiranos”.

Cuando en la Legislatura, se estaba discutiendo en el año 1857 el proyecto de la ley que declaró a Rosas “reo de lesa Patria”, el diputado Albarellos, indignado porque Urquiza ha recibido una condecoración del Papa exclama:

“¿Qué diríamos de Urquiza? ¿Hay uno sólo que creyera que Urquiza no es tan criminal o más bárbaro que Rosas? Y sin embargo, ¿qué dirá la historia cuando se diga que el Papa le ha hecho regalos suntuosos y le ha mandado condecoraciones y reliquias sagradas? Yo pregunto si pasados algunos años en que esta generación haya desaparecido, si no desempeñará un rol grandioso en la historia como humano y buen cristiano, el infame tirano Urquiza. Lo mismo sucederá con Rosas… Lancemos sobre Rosas este anatema que, tal vez, sea el único que pueda hacerle mal en la historia, porque, de otro modo ha de ser dudosa siempre su tiranía y también sus crímenes”.

En ese debate, otro diputado, Navarro Viola, dijo: “…ya para que éste –refiriéndose a Urquiza no pueda traernos a su amigo Rosas…”

Otro diputado, Rufino de Elizalde, también manifestó: “El general Urquiza no puede dejar de sentirse atacado por esta ley. Ella establece que todos los delitos cometidos en abuso del poder público, lo ponen en el caso de ser declarado traidor, que todos los delitos comunes lo ponen bajo la acción de la justicia ordinaria y que, todos los bienes usurpados tienen que responder a los perjuicios por él originados. Ha de sentir pues que se le pega un pistoletazo en el corazón”. 

Así pretendía este Diputado que con la sanción de esta ley contra Rosas, se preparara el cadalso de Urquiza.Otro diputado, Rufino de Elizalde, también manifestó: “El general Urquiza no puede dejar de sentirse atacado por esta ley. Ella establece que todos los delitos cometidos en abuso del poder público, lo ponen en el caso de ser declarado traidor, que todos los delitos comunes lo ponen bajo la acción de la justicia ordinaria y que, todos los bienes usurpados tienen que responder a los perjuicios por él originados. Ha de sentir pues que se le pega un pistoletazo en el corazón”. 

Así pretendía este Diputado que con la sanción de esta ley contra Rosas, se preparara el cadalso de Urquiza.


Condecoración otorgada por Pio IX a Urquiza 

Allá en Southampton, Rosas, estaba convencido ya en 1852, de que Urquiza seguiría su mismo camino del exilio.

En la visita que el Señor Carlos Lumb le hizo en 1852, encontró a Rosas pescando a la vera de un arroyuelo cercano a la ciudad, como lo hacía antes en Palermo. Dice Lumb que al advertir que Rosas, además de la caña que retenía entre sus manos, conservaba a su lado otra, aparentemente sin objeto. Creyó que ella estaba destinada a Manuelita y para salir de su curiosidad preguntó:

–¿Y esa otra caña, general? ¿Es para mi señorita doña Manuelita?

–No, contestó Rosas sonriendo socarronamente. Es para mi amigo Urquiza, que no ha de tardar mucho en seguirme.

En sus memorias el General Ignacio Hamilton Fotheringham, cuenta lo siguiente: “Afuera de Southampton, en Shirley, tenia Rosas un pequeño farm o estancia. Cuatro vacas, algunas ovejas, pocos caballos: Los Cerrillos en miniatura, como para recordar, acaso, a la patria. En su salón, allá en la casa de The Crescent, tenia dos grandes sillones rojos; él ocupaba uno, el mismo siempre y a la visita que intentaba sentarse en el otro, la detenía con un… "Dispense, no se siente en ese sillón, pues espero al general Urquiza... "

Al pensar de esa manera, Rosas no estaba tan alejado de la realidad. Recordemos que Sarmiento, a raíz de la batalla de Pavón, propugnó, otra vez, el asesinato de Urquiza escribiendo al general Mitre: “Urquiza debe desaparecer de la escena, cueste lo que cueste. Southampton o la horca”

Caído en desgracia Rosas después de su derrota en Caseros, mantuvo correspondencia con su antiguo adversario Urquiza, a quien respetó en su investidura presidencial. Posteriormente y en algún momento, Urquiza, contribuyó con una suma de dinero a paliar las dificultades económicas de Rosas, quien a su vez se obligó a la devolución del dinero con sus intereses, cuando recuperase sus bienes.

Juan Bautista Alberdi, nombrado embajador por el Gobierno de la Confederación Argentina, a cuyo frente se encontraba Urquiza como primer presidente constitucional, para desempeñarse ante diversos gobiernos europeos, en Inglaterra conoció a Rosas, también su antiguo adversario. Olvidando viejos odios y rencores, dialogan con palabras corteses y con respeto. Alberdi queda impresionado de ese primer contacto con el ex dictador argentino, por su dignidad y por su conducta y cómo se refiere a su ex contendiente Urquiza y a la Confederación que este presidía.

En carta que Alberdi le remite a Urquiza el 3 de noviembre de 1857, le comenta sobre esta entrevista:

Medalla con la efigie de Urquiza 

Me ha tratado en todo como al representante de la República Argentina en Europa. Después del señor Balcarse, ningún porteño de los que están en Europa, me ha tratado con más miramientos que el general Rosas…Me ha repetido que para él no hay más que una Nación Argentina y una sola autoridad soberana de la Nación. El la vé en el Congreso y en la autoridad que reside en el Paraná...”

También existió una interesante correspondencia entre Rosas y Urquiza. En la carta que el Primer Presidente constitucional de los argentinos le remite a Rosas el 24 de agosto de 1858 la dirige a “Mi distinguido amigo” y termina esa carta con estas palabras: “Debo aprovechar esta ocasión para agradecerle los recuerdos honrosos de mi persona que ha hecho a algunos amigos, y asegurarle que yo deseo de V. me considere como su verdadero amigo y afectuoso S/Servidor”.

En otra carta del 27 de diciembre de 1858, dirigida a Rosas como “Mi estimado amigo”, le dice: “Soy muy sensible a la expresión noble de los sentimientos de cariño y gratitud que me dedica, correspondiendo a los que yo le profeso por impulsos a que no son de ninguna manera extraños sus propios merecimientos” y la termina: ”Aprovecho esta oportunidad para repetirle que soi su afmo. Amigo y S. Servidor”, en otra carta del 15 de febrero de 1859, se despide de él, así: “En la efusión de estos sentimientos yo lo abrazo felicitando a V. al patriota y al amigo y me reitero Su afmo. Servidor”

A su vez Rosas en carta a Urquiza del 7 de octubre de 1858, se la dirige a “Excmo. Señor y muy querido amigo” y la termina también con estas palabras “…con que soy. Excmo. Señor, de V.E. perdurable amigo”. Y en otra carta de abril 8 de 1859 en la que felicita al Gral. Urquiza por sus gestiones realizadas para poner fin a las tensiones que se habían suscitado entre el Paraguay y los Estados Unidos, la termina con esta palabras: “… me he visto enternecido al recibir el abrazo congratulatorio, que V. E. me ha enviado, como al Patriota y al Amigo. Si, Exmo. Señor y mi muy amado Amigo; con ternura he recibido ese abrazo dulce de V. E. que correspondo con lo más expresivo de la conciencia, de mi corazón y de mi alma…debemos ponernos del lado de V. E. para ayudarlo, según cada uno pueda, tanto en sus aciértos, como en sus errores, puesto que constantemente he creido, que siempre en todo cuanto V. E. comprenda y haga, según su juicio y su conciencia, muchos mas han de ser sus aciertos que sus errores… Al cerrar la presente permítame V. E. reiterarle mi entrañable congratulación por la Paz anunciada. Paz gloriosa que debemos al acierto de la sabiduría especial con que Dios ha dotado a V. E. Y así, con toda la intensidad de mi estimación, reciba V. E. las seguridades de mi lealtad y el íntimo afecto conque soy de V. E., Exmo. Señor”.

La Sra. Josefa Gómez (Pepita Gómez), amiga del Restaurador y que por aquellos tiempos se había entrevistado con el Gral. Urquiza, en carta a Rosas el 10 de marzo de 1864, le manifestó: “Siete días estube en San José, pués, no quería el General (Urquiza), que me viniera, y yo deseava regresar por la salida del vapor frances que conduce esta, y por otras muchas atenciones que me rodean. Muy largo me sería detallarle todo lo que conversamos en esos siete días, siendo la principal materia “el dolor con que recuerda su gran error y crimen”, (son las palabras del General Urquiza) en haber dado en tierra con el Gobo. de V. y sobre esto con considerandos elocuentes, que presenta la terrible situación de la republica Argentina nuestra desgraciada patria común”.

Producido el asesinato del caudillo entrerriano el 11 de abril de 1870, Rosas, entristecido por la noticia, en  una carta que dirige a su amigo Federico Terrero el 5 de junio de 1870 se refiere al “desgraciado fin de su Excelencia el señor capitán general Urquiza… Últimamente, poco antes de la triste noticia de su asesinato, le escribí…”

Cuando el 28 de noviembre de 1870, se dirige a la viuda de su amigo, Doña Dolores de Urquiza, le manifiesta

“Antes no he dirigido a V. esta mi dolorosa carta… Lo hago hoy, pensando no ser prudente demorar mas tiempo, este deber de mi amistad agradecida… Sigo compadeciendo, y acompañando a V., en los penosos días de su alma desolada… no tenemos porqué dudar de que nuestro noble amigo, el Excelentísimo Señor Capitán Dn. Justo José de Urquiza, ha pasado a mejor vida, en las delicias eternas, donde ruega a Dios por V., sus queridos hijos, por todos sus amigos, sus enemigos y el bien de su Patria. Disponga V. del íntimo afecto, y mejores deseos conqué soy de V. Señora, agradecido amigo”.

No quiero dejar de mencionar, por último, aquella carta del 24 de agosto de 1858 cuando Urquiza le dice a su amigo Rosas:

“…Yo y algunos amigos de Entre Ríos estaríamos dispuestos á enviar á V. alguna suma para ayudarlo a sus gastos, si no nos detuviese el no ofender su susceptibilidad, y le agradecería que nos manifestase que aceptaría esta demostración de algunos individuos que más de una vez han obedecido sus órdenes. Ella no importaría otra cosa que la expresión de buenos sentimientos que le guardan los mismos que contribuyeron a su caída, pero que no olvidan la consideración que se debe al que ha hecho tan gran figura en el país, y a los servicios mui altos que le debe, y que soi el primero en reconocer, servicios cuya gloria nadie puede arrebatarle, y son los que se refieren a la energía con que siempre sostuvo los derechos de la Soberanía é independencia nacional”.

(1) En la pintura se observan el mirador y el palomar de Caseros.