lunes, 1 de diciembre de 2008

La esposa del Gran Americano

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año III N° 9 - Diciembre 2008 - Pags. 1 a 3  


LA ESPOSA DEL GRAN AMERICANO

                                                                                                 Por Oscar J.C. Denovi

Encarnación Ezcurra (1795-1838), miniatura sobre marfil de F. García del Molino

El 16 de marzo de 1813, se casaban en la Iglesia de Monserrat una joven pareja, que vistas a los ojos de nuestra contemporaneidad, lo sería con singular simpatía entre algunos mayores, siendo para muchos otros, una locura que preanunciaba la rápida ruptura de los lazos que los unieran. Más, en aquel tiempo, cuando las mujeres de esa edad eran casadas con hombres mucho mayores que ella en los sectores altos y de alcurnia, debió despertar cierta simpatía en el mundo femenino de esa alta sociedad, y cierta reprobación en el mundo varonil en el mismo terreno social.

¿Quiénes eran los contrayentes? Juan Manuel Ortiz de Rozas de 20 años de edad (nacido el 30 de marzo de 1793) y Encarnación Ezcurra, de 17 años (nacida el 25 de marzo de 1795). Encarnación cumpliría sus 18 años nueve días después de su casamiento, y Juan Manuel Ortiz de Rozas los 21, catorce días después.

Ambos serían demasiados jóvenes ahora, y entonces, sobre todo el varón, de acuerdo a las costumbres de la época, por lo que ya hemos dicho más arriba.

Pero el varón, era un joven que acumulaba una larga experiencia de vida en la que afrontaba los peligros de la campaña en la Estancia de su abuelo, el Rincón de López, donde además ya llevaba alrededor de cuatro años administrando aquel establecimiento al que por entonces, en orden administrativo, ya se le habían sumado algunos establecimientos cercanos, atraídos por el prestigio adquirido en la materia por Juan Manuel, y por la conducción ejercida sobre los difíciles hombres que constituían la peonada de las estancias.

La relativa corta edad del joven Juan Manuel, quedaba superada por la forja que sobre él había ejercido ese desafío que había abrazado cuando niño aún, había rechazado de su madre, la intención de colocarlo como habilitado en una tienda de la ciudad, y había elegido su destino campestre. Tenía entonces dieciséis años.

¿Pero que era Encarnación a su lado, una niña de la sociedad de la alta clase, deslumbrada por ese joven atractivo, que juntaba su encanto con su varonil apostura y su carácter decidido?

Desde el mismo momento en que se forma la pareja a la que nos estamos refiriendo, Encarnación que tenía una ascendencia familiar de menor prestigio social que los Ortiz de Rozas, mostró que su temperamento, y su consecuencia natural, su carácter, tenía rasgos equivalentes a su enamorado.

Fue madre de tres hijos, dos mujeres y un varón, y tuvo un varón más adoptado, hijo de su hermana Josefa, que separada de su esposo –un primo español que se volvió a España apenas declarado el movimiento político iniciado el 25 de mayo de 1810– enamorada de Manuel Belgrano, lo siguió desde Buenos Aires cuando él partió al Norte para hacerse cargo del Ejército que tenía como escenario esa región geográfica de la Patria, y que se encontraba en grave situación por la derrota de Huaqui. Del romance que mantuvieron en Jujuy, Josefa quedó embarazada, y tuvo su hijo en una estancia de Santa Fé. Vuelta a Buenos Aires, encubrió el niño con su hermana y su esposo, quedando el vástago como hijo de la joven pareja Ortiz de Rozas, con el nombre de Pedro.

Durante un tiempo, Encarnación vivió en casa de sus suegros, pero luego de algo más de dos años, se trasladó a casa de sus padres; en ese lapso tuvo dos de sus tres hijos, Juan en 1814 y María de la Encarnación, de muy corta vida, y en 1817 tendría a Manuela Robustiana que con el correr de los años fuera la popular Manuelita.

En 1815 se produce el incidente por el que Juan Manuel Ortiz de Rozas se aleja de sus padres y cambia su apellido por el que es conocido históricamente: Rosas.

El acontecimiento, torna difícil la posición de la familia, (por entonces con un niño, y con Encarnación ya embarazada) pero Rosas la conjura rápidamente con la asociación con Juan Nepomuceno Terrero y Luis Dorrego, que inician las operaciones de salazón de carnes en el establecimiento Las Higueritas.

Aunque el carácter de Juan Manuel era evidentemente de un hombre emprendedor, y que frente a la adversidad atropellaba en vez de recular, debió tener a su lado quien no se inquietase o que fuera compañera hasta en enfrentar la adversidad con la misma entereza. Lo cierto es que salió airoso, y en 1817, con sus socios, compra a Julián del Molino Torres la estancia Los Cerrillos, sobre el río Salado, en las cercanías de San Miguel del Monte, que con el correr de los años se transformará en una estancia modelo, donde se criaban vacunos equinos y ovinos, se cultivaba y se molía granos para hacer harinas, y donde cruzando el río, sobre la otra orilla, se fundaba otro establecimiento con el nombre de “Independencia”, exclusivamente dedicado al cultivo de hortalizas.

Así pasarán los años, en los que Juan Manuel habrá de afianzar su experiencia de productor y organizador de la explotación agropecuaria, y comenzará sin quererlo a tener experiencia política y militar, a partir de su acción asociativa con sus pares del campo, estancieros como él, y de la formación de una milicia “Los Colorados del Monte”, constituida por los peones de su estancia, y de los asociados a su administración, que con el tiempo formarían el 5º Regimiento de Campaña de la Provincia de Buenos Aires, y cuya actuación en 1820, llevará a Rosas y sus hombres, a la lucha para imponer el orden alterado en la ciudad de Buenos Aires, y en acontecimientos posteriores, a intervenir en cuestiones de relaciones provinciales con el caudillo Estanislao López de Santa Fe y en el Pacto de Benegas y en el proyecto de convención constituyente convocado por Bustos, que fracasaría por la acción destructiva del Ministro de Gobierno de Buenos Aires, bajo la gobernación de Martín Rodríguez, Don Bernardino González Rivadavia. En todo este tiempo, y en el que sigue hasta 1828, Encarnación es la persona que apoya sin condiciones a su marido, y así lo hará cuando Rosas dispone ir solo al parlamento de Tandil, donde parlamentará con los indios, y de ese parlamento surgirá el acuerdo para ampliar las fronteras de la Provincia de Buenos Aires mas allá del Salado y la fundación de varios pueblos: Junín, 9 de Julio, 25 de Mayo, Bahía Blanca y Olavarría, tareas que demandaban mucho tiempo fuera del hogar a Juan Manuel, y que fueron acompañadas por Encarnación sin que se haya escuchado o escrito ninguna queja que se conozca.

El tiempo discurrirá implacable durante algunos años, en que la actuación de Rosas, lo lleva al gobierno de la Provincia y el encargo de las Relaciones Exteriores.

Algunas manifestaciones de la época, ilustran esta relación entre Encarnación y Juan Manuel. Así, Lucio V. Mansilla, autor de “Una Excursión a los Indios Ranqueles”, sobrino de Rosas e hijo del General Lucio Norberto Mansilla, Jefe de las tropas de Obligado, dice respecto a sus tíos: “A nadie quizás amó tanto Rosas como a su mujer, ni nadie creyó tanto en él como ella; de modo que llegó a ser su brazo derecho, con esa impunidad, habilidad, perspicacia, y doble vista que es peculiar en la organización femenil.”  (1)   

Muchos años después de esta manifestación, ésta de Manuelita: “Pobre mamita si abriera sus ojos, y viera su esposo querido en la miseria, despojado con tanta infamia de los bienes que ella misma y por su virtuosa humildad y economía le ayudó a ganar y a sus hijos sufriendo privación.” (1)

Se ajusta a esta apreciación la manifestada en el diario “La Prensa” por el periodista Correa Luna en el suplemento dominical del 7 de octubre de 1932, que sostuvo la opinión, de que la mujer de Rosas había tomado parte activa en la política antes de los acontecimientos del 33 revelaran sus condiciones extraordinarias para la movilización de las masas.

“Por cierto, dice Correa Luna, si la enérgica  señora –‘compañera y amiga’, (2) mucho más que simple consorte del héroe de la Federación– pudiera oírlos (a los historiadores que negaban su actuación) nada igualaría en elementos pintorescos a la escena en que los obligaría a retractarse.”

“Basta en efecto un mínimo conocimiento de la vida criolla para comprender que si en lo privado, desde 1814 (sic) año en que se celebró el matrimonio, fue irreprochable la unidad de la inmortal pareja, aún más grande, más apasionada y ardiente debió mostrarse en lo público la identificación de la esposa con los ideales políticos de su incomparable marido.” “¿Quién no ve a la férrea y orgullosa mujer consagrada con furia desde el primer instante, a la tarea de mantener encendida la llama del entusiasmo federal en el corazón de los correligionarios? Así su frenética exaltación de 1833 por conservar intacta la autoridad del Restaurador, es la misma de 1820, cuando contribuye con sus votos a la derrota de los amotinados del 1º de octubre, la misma de 1828 cuando propaga el horror a los despiadados verdugos de Dorrego, y la misma de 1829, de 1830, de 1831 y de 1832, cuando por fin, encumbrado el caudillo a la suprema grandeza, debe, sin embargo, seguir su formidable pugna con los ‘parricidas’, cismáticos, y demás endiablados opositores a la gloriosa causa de la Federación que él representa y dirige.”

En apoyo de su tesis, Correa Luna publica una carta de Encarnación  a Rosas, en julio de 1831, que dice:”Los unitarios se han vuelto a erguir con la demasiada condescendencia que hay con ellos; están insolentes. Dios quiera que no tengamos pronto que sentir por una caridad tan mal entendida; permíteme esta franqueza.” (1)

Pero es en 1833, ausente de Buenos Aires su esposo por encontrarse en el Sur, en la campaña al Desierto de ese año y los primeros meses de 1834, –finalizó el 25 de marzo de ese año–,  cuando Encarnación se expone a una actuación pública de destacados ribetes, al punto que dirige una sublevación contra el Gobierno del Gral. Juan Ramón Balcarce, cismático federal, partidario de un régimen atemperado, donde la realidad aconsejaba lo contrario, y con cierto acercamiento con los unitarios.

Es en abril de 1833, por mano del Gral. Martínez, que comienza una campaña contra los apostólicos, seguidores de Rosas, en vistas a las elecciones para renovar la legislatura. Tal campaña sube de tono cruzándose de ambos bandos acusaciones, que cobran un giro escandaloso por el lenguaje empleado. El gobierno nada hace, y ganadas las elecciones por los cismáticos, los periódicos continúan con su acusaciones entre sí, y el hecho crea una situación de agitación pública que Encarnación aprovechará para organizar grupos de choque, constituidos en general por los orilleros de la ciudad, (por vivir en las orillas) aunque no faltaron también gente proveniente de sectores sociales más elevados.

He aquí como se manifiesta Encarnación, y se prepara la contraofensiva apostólica, en carta al Coronel Vicente González, ‘el Carancho’ de San Miguel del Monte, Juez de Paz en aquel partido: “La acción de una logia encabezada por el Ministro de Guerra Enrique Martínez y el General Olazábal de acuerdo con el actual gobernador tratan de dar por tierra con el referido mi esposo, para cuyo efecto han tenido la perversidad de unirse a los unitarios más exaltados haciendo venir con el mismo objeto muchos de ellos desde Montevideo. Espero que no se deje sorprender pues aquí estamos ya alerta para cualquier cosa y que usted debe hacer lo mismo precaviéndose de las órdenes que pueda recibir de estos hombres mal agradecidos. Expresiones de toda la familia para la de Usted, disponiendo del afecto de su servidora y muy amiga que espera le comunique la menor novedad que ocurra por ese punto” (1)

Mas adelante y respecto de las elecciones de abril, le escribe a su esposo Juan Manuel: “Fueron ganadas por nuestros enemigos sin oposición, pues nada se trabajó para que no lo lograran. Esto los volvió altaneros y jactanciosos y públicamente hablaban de la caída de Rosas. Pero en los comicios últimos las cosas se revirtieron pues los paisanos empezaron a entender que era contra la federación y contra vos, se movieron y empezaron a trabajar, dándoles una lección práctica que ellos no se venden a los malvados.” (1)

Este clima que refleja la carta de Encarnación, y que no es menor entre los cismáticos y aun sus mujeres, se extiende en el tiempo y va ‘in crescendo’, hasta el 11 de octubre, en que el gobierno en días anteriores manifiesta públicamente la formación de un juicio al “Restaurador de las Leyes”. Se trata de un periódico alineado con los apostólicos, que ha incurrido en similares manifestaciones, aunque opuestas, a las publicadas por los periódicos cismáticos. Encarnación mueve sus resortes, y convoca a los federales, en su mayoría de la periferia. Federales armados se concentran en Barracas a la espera que su movimiento suscite la adhesión que permita desplazar a los cismáticos. El gobierno está desorientado y no acierta a disponer contramedida adecuada. Encarnación, desde su propia casa mueve los hilos en busca de un objetivo, la caída del gobierno.

Tropas del ejército se suman a los concentrados en Barracas. Como son tiempos de dudas entre los que tienen el poder gobernante, recién el 3 de noviembre, Balcarce es exonerado del gobierno por la Legislatura, que elige en su lugar al Gral. Juan José Viamonte. Encarnación dirá frente a ello: “no es nuestro amigo, ni jamás podrá serlo; así es que a mi ver solo hemos ganado en quitar una porción de malvados  para poner otros menos malos”.(1) Esta afirmación de la Heroína de la Federación, como en aquel momento fue llamada, preanunciaba que su lucha por la posición ideológica de su marido y del movimiento político Federal sin concesiones, continuaría con la acción de ella a su frente, mientras su marido estaba ausente. Ausencia que se prolongaba en lo epistolar, porque desde el 30 de octubre, hasta el 26 de noviembre, no recibió carta de su querido Juan Manuel. Encarnación había actuado sin guía en los momentos decisivos de la Revolución de los Restauradores.

Y entonces contesta esa carta del 26 de noviembre en los siguientes términos:”Juan Manuel, a mi ver nunca mejor que ahora te debes retraer cuanto sea posible de los magnates que no hace otra cosa que explotarte para vivir ellos con más comodidad, y solo te muestran amistad porque te creen como en realidad eres un don preciso. Déjalos que marchen solos hasta que palpen su nulidad que no tardará muchos días… todos los de categoría no tenían más paño de lágrimas que yo, y todo el día me molían; por aquí ya no aportan después del triunfo, no me importa nada, yo para nada los necesito; y por sistema no me he querido servir de ellos para nada, sin dejar por eso de servir en cuanto puedo a los pobres”.

“El pueblo esta tranquilo como que todo lo han hecho los pobres, que no tienen aspiraciones; el gobernador me ha visitado dos veces, no se lo agradezco, pues como mi nombre ha sonado por decidida contra los furiosos, me tiene miedo, y porque debe estar seguro que no me he de callar cuando no se porte bien, es decir cuando haga la desgracia de mi Patria y de los hombres de bien”.(1)

Encarnación continuará esa tarea patriótica que se había impuesto, hasta contribuir a la renuncia de Viamonte, y su sustitución por Manuel Vicente Maza.

Ya Rosas había regresado de la campaña al Desierto, y su presencia hizo innecesaria la gestión que en su favor había realizado su esposa. La imagen pública de Encarnación se desdibuja en 1835. En 1836, acompañada por la mujer de Facundo Quiroga, concurrirán a los actos que fundan los Santos Lugares de Rosas (3), y dejan en aquella visita, la elocuente imagen de una virgen tallada en madera, que se encuentra en la Catedral de la ciudad de Gral. San Martín, testimonio sin duda de la religiosidad de ambas mujeres y del pueblo argentino, y una manifestación plástica de los pobres queridos por Encarnación y protegidos en la Confederación, por aquella heroína Federal.

 Luego cae enferma, larga enfermedad que cierra su ciclo en la madrugada del 20 de octubre de 1838, hace 170 años, con la muerte de la conductora que sostuvo con valentía y decisión el prestigio político de su esposo, que contribuyó a su encumbramiento como gobernador en 1835. A su muerte, había sido la esposa de Juan Manuel durante 25 años y 7 meses. Tenía 43 años   

La Heroína de la Federación había ganado honestamente su honorífico nombre, en la lucha traicionera y oscura que planteaban los enemigos del Federalismo, la oligarquía porteña unitaria y sus cómplices de ocasión, los federales lomos negros miembros también de aquella oligarquía.

 

(1) Textos extraídos de María Sáenz Quesada en “Mujeres de Rosas”.

(2) Así se despedía Encarnación en sus cartas a Juan Manuel de Rosas.

(3) Rosas rechazó la voluntad de la población de denominar el pueblo con su nombre. Pero admitió luego el nombre de Los Santos Lugares de Rosas, que luego de caído el Restaurador, pasó a denominarse Gral. San Martín.



Texto de la invitación para el funeral de Encarnación Ezcurra:

        Sr. Don …    

El Ciudadano Don Juan Manuel de Rosas, Esposo de la finada Señora Doña Encarnación Ezcurra de Rosas, que en paz descanse, los Padres, Hijos y demás Deudos, suplican a Ud. se sirva favorecerles con su asistencia á los funerales que se han de hacer por el alma de dicha Señora, en la Iglesia de Nuestro Seráfico Padre San Francisco, el Martes 20 del corriente, á las 10 de la mañana, á cuyo favor quedarán reconocidos. Noviembre de 1838.