Publicado en el Periódico El Restaurador - Año III N° 9 - Diciembre 2008 - Pag. 16
Anécdotas
Las bromas del Restaurador
A Rosas, le
gustaba hacer bromas, incluso realizando algunas demasiadas pesadas, que tenían
como destinatarios no solo a personas de su entorno familiar sino también a
extraños y diplomáticos extranjeros.
En el libro “Tradiciones y recuerdos de Buenos Aires”, Manuel Bilbao relata, con el título “Dos anécdotas”, las bromas que se realizaron Juan Manuel y su hermana Mercedes. He aquí el relato:
Mercedes Rosas de Rivero - Fotografía - M.H.N. |
"Con frecuencia vemos aparecer anécdotas y relatos de y sobre don Juan Manuel de Rosas, la mayor parte conocidos ya hace tiempo, pero que tienen la novedad del momento para quienes no los conocen, que son los más. Esto nos mueve a publicar las dos que constituyen la presente narración, completamente desconocidas, en las que veremos a un Rosas familiar, sin locos ni bufónes que lo diviertan, en las que da y recibe bromas despojado de toda autoridad, como la que puede hacer y recibir cualquier hijo de vecino, según se decía por aquellos tiempos.
Era Palermo de San Benito,
cuando Rosas trasladaba allí su residencia veraniega, el centro de todo el
movimiento político y social, secundado eficazmente por su hija Manuelita.
Las cálidas tardes de los
veranos las aprovechaban las parientas y amigas intimas para ir hasta allí a
tomar el fresco, cosa muy natural y que no tenia nada de particular, dada la
intimidad con que, en general, se trataban entre si dichas personas. Algunas
veces iban solas y otras se reunían para hacer el camino juntas. Si el tiempo
lo permitía, se iban a la orilla del río, y si entre los visitantes había algún
aficionado a la música, éste amenizaba la reunión.
Doña Mercedes R. de Rivera y su
hermano D. Juan Manuel fueron muy unidos, y lo fueron tanto que hasta sus
bienes en las herencias de sus padres los tuvieron juntos. En lo físico y en el
carácter fueron también los que más se parecieron. De ahí su intimidad y el
afectuoso trato que se dispensaron siempre. Era la que se permitía llevarle la
contraria y darle bromas.
Con estos antecedentes, vamos
a referir dos anécdotas en las que fueron protagonistas los dos hermanos que,
como hemos dicho, son completamente desconocidas.
Una tarde fue doña Mercedes
con varias amigas a visitar a Manuelita llevando puestas unas gorras muy
elegantes, que cuidaban mucho, y con las que esperaban dar una sorpresa a las
dueñas de casa.
Don Juan Manuel las vio llegar
desde su pieza, causándole gracia el ver lo que presumían y reían su hermana y sus
compañeras con sus gorras, y como hacía poco que su hermana Mercedes le había
hecho una broma, que no había olvidado, encontró la oportunidad de tomarse el
desquite.
En efecto, una vez que las
visitas entraron y estuvieron un rato conversando con Manuelita, se sacaron las
gorras, encaminándose al interior de la casa y resolviendo ir a la orilla del río
en cabeza a tomar el fresco.
Cuando don Juan Manuel las vio
salir, fue hasta la pieza donde estaban las gorras, las tomó en la mano, las
miró y se rió. Después de esto salió al jardín, encontrándose con uno de sus asistentes,
a quien llamó preguntándole:
-¿Cuántas mulas hay en la
maestranza?
-Debe
haber pocas, excelentísimo señor, porque ayer se dispuso el envío de todas a Santos
Lugares.
-Pero -dijo Rosas- ¿habrán
quedado cinco o seis?
-Sí,
excelentísimo señor.
-Bueno
mande buscarlas y que las entren por detrás de la capilla y cuando estén allí
viene a buscar algunos bonetes y con cuidado, pero con mucho cuidado de no
ensuciarlos o de romperlas, se los pone en la cabeza a las mulas, con una
buena frentera, bien sujetas para que no vayan a caer y cuando estén listas y
vea venir a Manuelita con sus visitas, les da un guascazo para que salgan
disparando y ellas las vean. Tome todas las precauciones necesarias para agarrarlas
enseguida, sacarles los bonetes, limpiarlos bien y ponerlos donde estaban.
¿Ha entendido bien?
-Sí, excelentísimo señor.
Don
Juan Manuel se retiró a sus habitaciones para esperar y ver el resultado de su broma.
Las cosas se hicieron en la
forma dispuesta y cuando regresaban del río Manuelita y sus acompañantes, una
de ellas, al ver a las mulas con sus gorras, exclamó llena de sorpresa:
-¿Qué es aquello?
-¡Qué va a ser! -dijo doña
Mercedes-, una broma de Juan Manuel, ¡ya verán cómo me las va a pagar!
Don Juan Manuel al oír las
risas se asomó, riéndose a su vez a desternillarse, como se decía entonces, y
presentándose a las del grupo les preguntó qué les pasaba, a lo que doña Mercedes
le respondió riendo también:
-Lo
que ha pasado ya lo has visto, pero «donde las dan las toman».
-Todos
reían; pero don Juan Manuel, que conocía a su hermana: se dijo:
-Esta me va a hacer alguna de
las suyas y no tendré más remedio que aguantarme -recordando una broma que le
había hecho en «El Pino».
Duró
mucho tiempo el éxito de esta broma, siendo motivo de chascarrillos familiares,
a los que replicaba el autor «que ése era el efecto que le causaban las mujeres
con esos bonetes».
Una noche, en su casa de la calle Santa Rosa celebraba doña Mercedes una reunión de familia con asistencia del maestro Esnaola, a la que había concurrido don Juan Manuel, bastante resfriado, pero con un buen abrigo y una boa muy fina, regalo del general Ibarra, que le servía de abrigo a la boca cuando salía a la calle.
Cuando
entró se sacó el abrigo y junto con la boa, lo dejó en una salita.
Durante
la reunión todos le decían a Rosas que había hecho muy mal de haber salido con
una noche tan fea; pero él contestaba diciendo que con un capote grueso como el
que llevaba y su boa, no le temía al mal tiempo.
A instancias de los
circunstantes la mandó buscar para enseñarla y con gran sorpresa suya se
presentó Cimarrón, el perro mimado de la casa, con la prenda atada al cogote
como collar.
Ante la risa de los
concurrentes, don Juan Manuel, dirigiéndose a Mercedes, riendo como todos, le
dijo:
-¿Tú has andado en esto?
-¿Y por qué he de ser yo?
-Porque eres la única capaz de
tomarse esa confianza.
-Yo
no sé, Juan Manuel, quien habrá sido; pero voy a mandar averiguarlo.
-Necesito -dijo a Pepa, su
criada de confianza- que me averigües quién ha tomado la boa de mi hermano.
-Muy
bien, su merced.
-Y
en cuanto encuentres al qué se la ha puesto al perro, me lo traes.
-Mientras tanto don Juan
Manuel, conversando sin enojo, manifestó que sentía mucho su boa, porque no se
la pondría jamás.
-Al
oirlo doña Mercedes le dijo que no fuera necio, que la cosa no era para tanto,
pues ella y sus amigas se habían puesto siempre las gorras, a pesar de que las
usaron las mulas, riéndose de la cara de su hermano, que la miraba sonriéndose
y repitiéndole aquello de «donde las dan
las toman».
Así es -dijo don Juan Manuel-
pues las cosas no tienen mayor importancia sino porque, como tú muy bien
comprenderás, las gorras en las cabezas de las mujeres no tienen el mismo uso
que tiene la boa, que lo es en la boca, y como ésta ha andado por el suelo y en
el cogote del perro, no podré usarla.
Estaban
en esto cuando apareció Pepa trayendo una bandeja de plata, en cuyo centro venía
una hermosa boa primorosamente sahumada, tejida en finísima seda y vicuña, la
que después de saludar ceremoniosamente a don Juan Manuel le dijo:
-Mi
amita, la señora doña Mercedes, me encarga ponga en sus excelentísimas manos
esta boa, que ella misma ha tejido para que la use en su nombre, y no le guarde
rencor.
Don
Juan Manuel se levantó, tomó la boa, la besó y dirigiéndose a su hermana le dio
las gracias, felicitándola por ser autora de un trabajo tan fino, que no
merecía.
La reunión terminó en medio de
la alegría general, celebrando todos la broma y quedando los dos hermanos tan
amigos y unidos como antes.
Don Juan Manuel juró no hacerle ninguna broma más a Mercedes, se guardó la boa que había llevado en el bolsillo, se colocó la que le acababa de regalar su hermana y no volvió a usar otra sino ésta”.