lunes, 1 de diciembre de 2008

El retrato de Manuela

   Publicado en el Periódico El Restaurador - Año III N° 9 - Diciembre 2008 - Pags. 13 y 14 

El retrato de Manuela

                                                     Por la Profra. Beatriz Celina Doallo                                                                          

Manuelita Rosas. Óleo de Prilidiano Pueyrredón

A principios de año, con una de sus ediciones dominicales, el matutino Clarín entregó un suplemento titulado "Las mujeres más bellas de la pintura", dedicado a obras argentinas. En esas páginas pueden apreciarse retratos de mujeres realizados por entre otros artistas, Sívori, Berni, Spilimbergo, Fader, Castagnino y Soldi, cada uno de ellos glosado por una nota interpretando la pintura, con datos acerca del autor y de la obra analizada. Sin desmerecer la excelente calidad del resto, puede afirmarse que lo más impactante es la aproximación al rostro de Manuelita Rosas, tomada del cua­dro pintado por Prilidiano Pueyrredón en 1851 que se exhibe en el Museo Históri­co Nacional.

Lamentablemente, la señora Laura Malosetti Costa, que escribió el texto para co­mentar la obra, no se ilustró lo suficiente sobre Manuela Rosas, por lo que la re­seña correspondiente, titulada "Retrato de la hija del rigor" es políticamente sub­jetiva e históricamente inexacta. Hace referencia a un escrito de José Mármol en Montevideo, presentando a la retratada "como una víctima de los designios de su padre. Era conocido, aún entre los opositores a Rosas, su rol de intercesora ante su padre procurando clemencia, en casos terribles como la ejecución de Camila O 'Gorman en 1848."

La tan esgrimida historia del fusilamiento de Camila O'Gorman ha focalizado gran parte de los ataques contra Rosas y no es ese trágico episodio el motivo de este artículo, sino el papel que cupo a la hija del Restaurador durante esos cruciales días de agosto de 1848. Para entenderlo, es necesario ubicamos en tiempo y es­pacio. A 160 años de distancia, en un mundo de comunicaciones por satélite, pen­semos en una época en que el correo lo distribuían las diligencias y los oficios (es­critos entre autoridades) los chasques. Morse había inventado el telégrafo en 1832 pero el sistema no estaba implementado en la Confederación. Por lo que concier­ne a la política, no existían las conferencias de prensa, los voceros del gobierno, ni tan siquiera los discursos oficiales. Las resoluciones y decretos salían del despa­cho de cada gobernador sin darle cuenta a la ciudadanía, que se enteraba, si era menester hacerlos de conocimiento público, por escritos enviados a la prensa o carteles fijados en los muros.

Rosas supo que Camila y su amante, el ex sacerdote Ladislao Gutiérrez, habían sido apresados en la localidad de Goya, Corrientes, por un oficio que envió el go­bernador Virasoro, quien también le informaba que le remitía los prisioneros en un barco a vela por el Paraná. Rosas, ante un caso delictivo fuera de lo común, llamó a su despacho a varios destacados juristas, quienes divulgaron la noticia entre la sociedad distinguida de La gran aldea. Maria Josefa Ezcurra, la hermana de En­carnación que tanta ingerencia tuviera en las primeras etapas del gobierno, care­cía ya de influencia, pero escribió sobre la cuestión a su cuñado:

"Mi querido hermano Juan Manuel: Esta se dirige a pedirte a favor de Camila. Es­ta desgraciada, es cierto, ha cometido un crimen gravísimo contra Dios y la socie­dad. Pero debes recordar que es una mujer y ha sido inducida por quien sabe más que ella en el mal camino. El gran descuido de su familia en permitirle esas rela­ciones tiene mucha parte en lo que ha sucedido; ahora se desentienden de ella; si quieres que entre recluída en la Santa Casa de Ejercicios, yo hablaré con doña Rufina Días y estoy segura de que se hará cargo de ella y no se escapará de allí. Con mejores advertencias y ejemplos virtuosos, entrará en sí y enmendará sus errores, ya que los ha cometido por causa de quien debía ser un remedio para no hacerlos”.

Las medidas que se tomaron en Buenos Aires indican que Rosas dejaría que la justicia se ocupara del delito de Gutiérrez y que Camila, tal como sugiriera la señora Ezcurra, sería llevada a la Casa de Ejercicios. El Jefe de Policía dispuso se asease un calabozo del Cabildo para alojar al primero y dos habitaciones en dicha Casa para comodidad de Camita. Por desgracia, un golpe de viento encalló el barco en que traían a los prisioneros en la costa de San Pedro; el capitán dijo al Juez de Paz de ese distrito que le era imposible llegar a Buenos Aires y el magistrado, carente de órdenes, envió los presos al cuartel de Santos Lugares y un oficio a Rosas informando del hecho.

Para ubicar los sucesos en un espacio comprensible, hay que saber que, con la mudanza a Palermo de San Benito, ocurrida ese mismo año de 1848, algunas co­sas habían cambiado, entre ellas la forma en que Rosas atendía los asuntos de gobierno. En su antigua casa de la ciudad, lo hacía con los escribientes en su propio dormitorio (*) y Manuela entraba allí a menudo para llevarle cartas, paquetes o avisarle que una visita o el almuerzo lo esperaban. En Palermo, con mayor canti­dad de habitaciones, todo era más protocolar; Rosas tenía en un ala de la casona un despacho adecuado para recibir visitas importantes, otro más sencillo donde trabajaba con dos escribientes y una secretaría contigua ocupada por varios ama­nuenses. Los empleados de secretaria eran jóvenes que, muchos años después, refirieron al doctor Saldías y a otros cronistas las peculiaridades del gobernante, por lo que conocemos que Manuela y su padre rara vez conversaban fuera de los almuerzos. La hija de Rosas tenía sus propias ocupaciones, residía en un ala de la casa alejada de las oficinas y la red de chismografía que corre por los pasillos gu­bernamentales de la actualidad era impensable. Lo que se hablaba y dictaba en el despacho de Rosas no era comentado fuera de ese ámbito, el Restaurador no era persona dispuesta a charlar sobre sus acciones políticas mientras almorzaba y a ningún chasque le pasaba por la cabeza romper el sello de lacre de un oficio y leerlo, si es que sabía leer.

EI 17 de agosto las cosas se precipitaron. Llegó a Palermo el oficio remitido desde San Pedro y al cuartel de Santos Lugares la carreta que transportaba a Camila y a Gutiérrez. En la madrugada del 18 de agosto un chasque partió de la residencia de Rosas llevando al mayor Antonino Reyes, jefe del cuartel, la orden de fusilar a la pareja. Reyes intentó salvar a Camila: envió un oficio a Rosas informándole que la joven estaba embarazada y una carta a Manuela para que intercediera por ella ante su padre. La carta y el oficio los recibió en Palermo el oficial de guardia, Eladio Saavedra, y los entregó a Rosas, quien los devolvió a Reyes con una amonestación por no haber dado aún cumplimiento a su orden. Horas después fusila­ban a Camila y a Gutiérrez, sin que Manuelita Rosas ni su entorno de Palermo tuviera siquiera conocimiento de que se hallaban en Santos Lugares. De forma tan hermética se llevó el asunto en el despacho del Restaurador que, sabiendo de la captura de ambos fugitivos en Goya, suponían su pronto arribo al puerto de Buenos Aires. La noticia de la ejecución se propaló días después, cuando el capellán que suministró los últimos sacramentos a los condenados comunicó el hecho al Consejo que manejaba las relaciones del clero católico. Mientras la nave con los cautivos bajaba por el río Paraná, una secuencia perversa de artículos periodísti­cos, peticiones sórdidas y opiniones inclementes influyó para que Rosas mudara su primitivo propósito sobre ambos y tomara la fatídica decisión.

Leemos otros párrafos del comentario sobre el retrato de Manuelita:

"Luego de Caseros, Manuela de Rosas y Ezcurra partió con su padre al exilio en Inglaterra. Allí pudo finalmente contrariar la prohibición paterna y casarse con el hombre a quien amaba: Manuel Terrero, con quien tuvo dos hijos."

Es sabido que no hubo tal prohibición. Manuela tuvo varios pretendientes, entre ellos un despechado José Mármol que en su novela Amalia trazó de la hija de Ro­sas una patética e infundada semblanza; otro cortejante fue Antonino Reyes. En Palermo Manuela comenzó a aceptar los galanteos de uno de los secretarios de su padre, el hijo del socio y leal amigo de Rosas, Juan Nepomuceno Terrero, que no se llamaba Manuel, sino Máximo. Los noviazgos de esa época no tenían la celeridad meteórica de los actuales y el romance se mantuvo entre los graves con­flictos de la Confederación con Inglaterra y Francia, y el pronunciamiento de Urqui­za. Manuela representaba a su padre en banquetes, espectáculos y conmemora­ciones; era el nexo gentil y ensalzado entre los enviados extranjeros y el Restau­rador, y no quiso privarlo de su apoyo con un matrimonio, que, por las costumbres imperantes, le restringiría esas actividades sociales.

Otro párrafo del artículo nos dice que "(Manuela) vivió en Londres hasta su muer­te, en 1898. Nunca pudo volver a la Argentina."

Manuela Robustiana de Rosas y Terrero falleció a los 81 años en su hogar de Hampstead (Londres) el sábado 17 de septiembre de 1898, pero es erróneo que nunca pudo volver a nuestro país.

En 1877 la justicia argentina había fallado a su favor, devolviéndole los bienes que le correspondían por herencia de su madre, Encarnación Ezcurra. Manuela viajó a Buenos Aires en 1886 para hacerse cargo de esos bienes, que incluían la vieja ca­sa que sirviera de sede a la gobernación hasta la mudanza a Palermo.

Ya venía prevenida acerca del antagonismo hacia Rosas y todo cuanto tuviera relación con el extenso gobierno de éste sobre la Confederación Argentina, pero lo que percibió superó sus peores recelos. Se alojó en una casa de la calle Reconquista N° 23 e, invitada por el contraalmirante Cordero, jefe de la flota y esposo de una de sus viejas amigas, visitó en el puerto un barco de guerra de la Armada. Du­rante su permanencia en Buenos Aires hizo poner a la venta las propiedades que le habían sido restituídas, con lo que obtuvo una buena suma de dinero. En lugar de convertir la moneda argentina en libras esterlinas y girarlas a la cuenta de su marido en Londres, compró cédulas hipotecarias de nuestro país; la operación, a la postre, resultó desastrosa por la caída de esos títulos durante la crisis económi­ca que comenzó en 1890, causó una revolución e inspiró al periodista José María Miró (1867-1896) para escribir la novela La Bolsa con el seudónimo de Julián Marte. 

(*) Ver "Es acción santa matar a Rosas" en el número 8 de “El Restaurador”.

Tarjeta de visita de Manuelita
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La profesora de idiomas, literatura e historia, Beatriz Celina Doallo, recibió 57 premios por su labor literaria, destacándose dos Premios Nacionales y dos Fajas de Honor de la SADE. Libros publicados: “Echeverría, el poeta de Mayo” (1985), “Alberdi, una voz desde el exilio” (1988), “José Pedroni, poeta de Esperanza” (1989), “El Nuevo Mundo en la literatura española del Siglo de Oro” (1992), “Cuentos de aquí y de allá” (1993), “Las vidas de José Hernández” (1995), “El exilio del Libertador” (1997), ensayo biográfico que integra la colección Estrella Federal.