jueves, 30 de junio de 2022

Mayoría - Rosas - Luis Soler Cañas - Cancionero de la Vuelta de Obligado

REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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Juan Manuel de Rosas
En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.

Con el diario Mayoría  del miércoles 20 de noviembre de 1974, se publicó un suplemento de 80 págs. con motivo de la proclamación oficial del "Día de la Soberanía", de la sanción de la ley nacional 20768/74 disponiendo la repatriación de los restos de Juan Manuel de Rosas y de la ley sancionada por la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires, derogando la ley 139 del 28 de julio de 1857. 

En dicho suplemento se han publicado artículos de diversos escritores e historiadores, que incluímos en este Blog.


Los cantores de la Soberanía
Vuelta de Obligado también tiene su cancionero
por Luis Soler Cañas  

Vuelta de Obligado
Soldados de Juan Manuel de Rosas


La verdad sea dicha: aunque solo ahora, en el transcurso de los últimos 30 años, el combate de Vuelta de Obligado fue objeto de rememoraciones oficiales y sus héroes evocados con justicieras palabras provenientes del mismo ámbito, lo cierto es que dicha acción bélica es una de las pocas ocurridas durante la época de Rosas que siempre fue considerada por los argentinos, sin distinción de partidos e ideologías, como una victoria moral de la que cabía enorgullecerse y cuyos laureles —si vale la expresión en este caso— son reivindicados por toda la Nación sin parcialidades ni distingos. En ese sentido tuvo razón el diario de la tarde que dijo, al cumplirse el 20 de noviembre de 1964 otro aniversario del combate, que “la historia ha recogido este episodio destacándolo con perfiles propios y sin comprometerlo en la crítica de nuestras guerras civiles”.


UN “CANCIONERO” INEDITO

Recordaré que a principios de nuestro siglo el escritor Martin Coronado, hijo del federal Juan Cororonado (el autor de Los misterios de San José; uno de los urquicistas que se alzaron, como José. Hernández, López Jordán, Simón Luengo, Francisco F. Fernández y Evaristo Carriego, entre otros, contra el caudillo entrerriano), fue distinguido en un certamen literario por una novela titulada La Bandera, en la cual el protagonista, que es antirrosista, se une las fuerzas de la Confederación cuando observa a las naves francesas e inglesas avanzar por el Paraná: tocando en sus más vivos y profundos sentimientos de argentino, el héroe de la novela de Coronado ya no se siente unitario ni antifederal, sino simplemente hombre de su tierra, y sin dudar se resuelve a luchar junto los héroes de la Vuelta de Obligado.

Más tarde, el mismo escritor llevó el asunto de su novela a las tablas, con el nombre de El sargento Palma, drama que es una de sus mejores creaciones dramáticas. Y bien: parece que en ninguno de los dos casos hubo reacción que tildase a estas obras de exaltadoras de la tiranía o cosa parecida. Ni el jurado del certamen de La Sin Rumbo se eximió de premiar La Bandera (cosa que no es tan seguro hubiera ocurrido en nuestros días) ni la crítica, que sepamos, o el público, rechazaron el drama por motivos ideológicos.

Curiosamente, repito, ha privado casi siempre, al juzgarse o recordarse este heroico hecho de armas, un sentido netamente nacional. Desde luego, ello no significó en ningún caso extender el sentimiento de justicia histórica a Don Juan Manuel de Rosas, que fue quien ordenó la fortificación de ese lugar del Paraná a fin de procurar entorpecer el avance de la escuadra anglo-francesa. Antes bien no ha faltado el fanático antirrosista que, no pudiendo por cierto desmerecer la acción de Obligado, acusó a Rosas de haber mandado a aquellos héroes a un inútil sacrificio y creo, incluso, de no haberles proporcionado bastantes municiones...

Por otra parte, aunque existe una literatura y un cancionero de Obligado (no muy abundante, es verdad, porque los cantores de la línea nacional y popular nunca fueron muchos), también es verdad que esa literatura y ese cancionero permanecieron marginados del conocimiento público, por razones que yo llamaría obvias. Además, ese tipo de literatura nunca atrajo la atención de los historiadores y los críticos de las letras argentinas ni menos tentó a los antólogos, ni siquiera a los proveedores de textos de lectura para las escuelas. Desde luego, también por razones obvias.

En vista de tal circunstancia, hace más o menos unos seis años desglosé de mi inédito Cancionero Histórico de la Federación las piezas referentes al Combate de Obligado, les añadí algunas páginas en prosa de diferentes autores en conexión con el tema y le entregué el conjunto, con las notas histórico-bibliográficas del caso, a un editor que hasta el día de hoy no ha dado cumplimiento a su promesa de publicarlo. Parece que el libro llegó hasta el plomo, pero no ¡ay! a su impresión: quedó encarcelado en el taller de imprenta hasta que fuera pagada la composición, del plomo, es decir, por lo que imagino in aeternum. Los originales, según parece, también quedaron re tenidos, pues no los he vuelto a ver. De todos modos, obran copias en mi poder que me permiten volver sobre el tema, no para brindar una información detallada o exhaustiva sobre la literatura de Obligado pero sí para recordar a algunos de sus cantores. No todos fueron brillantes, es verdad, pero los hubo y hay muy meritorios.


POETAS DEL SIGLO XIX

Poesías contemporáneas del hecho de armas hubo por lo menos dos, Una, original de don Alejandro Medrano, quien después de luchar en las guerras de la Independencia se dedicó a la industria o al comercio, y cuyo hijo, el subteniente Faustino Medrano, murió en Obligado, como consta en el parte de Mansilla de fecha 21 de noviembre de 1845. Precisamente, su Canción Fúnebre a la heroica acción del Tonelero y Vuelta de Obligado, que se publicó en un diario de la época, está consagrada a la memoria de ese hijo. Algunas estrofas de la Canción permitirán, a la vez que dar idea del estilo vigente en la época, apreciar los sentimientos de los argentinos en aquella hora de prueba para la libertad, la independencia y la soberanía del país: “Cual pacificadores / su corte los envía a nuestro suelo. / Pero conquistadores... / No puede soportarlo nuestro celo! / Repita el bronce, oh nobles Argentinos! / No somos la Gran China ni Argelinos! / En la margen undosa / del Paraná su escuadra combinada, / se presenta / animosa / contra una batería improvisada: / Ciento trece cañones la batieron. / Del calibre de ochenta muchos fueron.”

Otro poema contemporáneo del combate es la Canción del Quebracho, recogido en un viejo y olvidado libro de historia, cuyo autor —guiándose por referencias orales— la atribuye al propio general Lucio Norberto Mansilla, el mismo que comandó a las tropas federales de Obligado. Como su título lo indica, no se refiere en realidad a dicho combate sino a otro de la misma época y librado contra los mismos invasores. Pertenece, pues, la Canción al ciclo que podríamos denominar de Vuelta de Obligado. He aquí un fragmento: “Entre el humo y las balas se vio / a las grandes naciones ceder / al valor de libre que hicieron / vergonzosas su fuga emprender. / Esos mismos que allá en Obligado / levantaron de nuevo el pendón / de Inglaterra, serán el oprobio / de la Francia, vergüenza y borrón”.

En su poema El sueño de la Patria, escrito en febrero de 1878, dos años antes de la repatriación de los restos del general San Martin, el futuro novelista de La Bandera y dramaturgo de El sargento Palma evoca los postreros instantes del Libertador en Francia. San Martin sueña, moribundo, con su tierra lejana; le tiende con la imaginación sus brazos de proscripto y regresan hacia él las horas pasadas: Maipo, Lima, la aparición de Bolívar, a quien abre paso y cuya gloria saluda, para luego arrojarse “a las olas del destierro, en busca de la sombra y del olvido”. También aparece en su sueño la época de Rosas y, en ella, la defensa del ser nacional simbolizada en la heroica resistencia de Obligado:

“De su expatriado hogar lo vio el guerrero: / el Paraná de cólera rugía / al oír el cañón del extranjero, / y el tirano de un día cerraba el paso a las soberbias naves / que llevaban le eterna tiranía”.

Entre los autores de nuestro siglo cabe mencionar a don Carlos Obligado, noble poeta, digno hijo de su padre, el poeta nacional. En don Carlos, como en toda su familia, se conservaba viva la tradición federal y rosista que muchos años de liberalismo no pudieron apagar, y en el seno de su hogar bebió sin duda enseñanzas y emociones que, dos veces al menos, retoñaron lozanas en su obra poética con referencia al combate de Vuelta de Obligado. Precisamente en ese lugar, donde se elevaba la casa solariega de la familia, escribió en 1915 La elegía del combate, que comienza así:

“¡Campo augusto de gloria lejana /, que con olas y frondas murmuras, / reclinado en la paz soberana / de las cosas agrestes y puras! / ¡Oh barrancas, oh cancha bravía / gala y prez de los lares paternos, / que el horror fragoroso de un día / ha poblado con himnos eternos! / ¡Oh reposo del aire en aromas / que rasgaba la muerte en las balas, / y hoy, en vuelo fugaz de palomas, / sesga un silbo de rápidas alas!”.

 A esta poesía escrita en su juventud siguieron, muchos años más tarde, en su florida madurez, los versos de su Campo de Gloria, más conocidos por formar parte de su libro El poema de la Vuelta de Obligado.

Héctor Pedro Blomberg, que no fue precisamente un poeta de filiación rosista, no olvidó en sus poemas el episodio glorioso.

“Son las goletas rojas de Costa Brava, son las que respondieron en Obligado / al clamor iracundo que las llamaba / para batir la flota que navegaba / el Paraná invadido y ensangrentado. / Bergantines de Thorne. La voz, del viento / dice en la arboladura la copia errante / que recuerda en su recio y extraño acento / aquellas que en el viejo puente sangriento / se oían en los tiempos del Almirante. / Con sus rojas banderas en la mesana, / allá van sus bravías tripulaciones: / Federación o Muerte, se oye, lejana, / la canción que cantaban en la mañana / junto a la negra boca de los cañones”.

Así dicen los versos de Las naves rojas de la Federación. Blomberg cantó también, en otra poesía, a los héroes de la Vuelta de Obligado.


ORTIZ BEHETY, BRASCO, CHAVEZ

Luis Ortiz Behety consagró varios de sus libros al tema, tan consustanciado con él, de la Patria: la lejana patria de los hielos blancos (fue el primer poeta de la Antártida), la patria irredenta (en su Cancionero de las islas Malvinas, y las glorias de la patria histórica (la Reconquista, la época de don Juan Manuel).

En su Cancionero de Juan Manuel de Rosas la heroica lucha contra los invasores anglo-franceses se revive, con profunda vibración, en varios poemas. De todos ellos quiero reproducir, como lo he hecho ya tantas veces, su hermoso Cielito de las Batallas:

“Cielito, cielo y más cielo, / de la Vuelta de Obligado. / Como la sangre argentina / puso gloria en su costado. / Cielito, cielo que sí, cielito de la victoria. / En San Lorenzo las armas / se engalanaron de gloria. / Cielito, los federales, / cielito del Tonelero, / cuando los cañones truenan, / Cómo corre el extranjero. / Cielo y cielo del Quebracho,

Cómo brilla nuestro rio /cuando lo cubre el coraje / de federales bravíos. / Cielito, cielo y más cielo, /cielito del corazón / ya huyeron los extranjeros. / viva la Federación.

Algún día deberán reeditarse todos esos libros de Luis Ortiz Behety, árdidos de emoción de patria, y —reitero un antiguo pensamiento mío— algunos de sus poemas incluirse en los textos de lectura de nuestras escuelas.

Otros autores contemporáneos, Alfredo Tarruella, Dante Rodolfo Núñez, Héctor Pedro Soulé Tonelli, Fermín Chávez, han escrito poemas dedicados a la acción de Obligado. Anda por ahí, también, una canción con letra del poeta Miguel Brascó a la que puso música otro poeta, Hamlet Lima Quintana. Termina diciendo, muy expresivamente:

“Que los tiró a los gringos... / Junaygran siete. / Navegar tantos mares, / venirse al cuete; / ¡qué digo, venirse al cuete!...”

Según mis referencias, la pieza ha sido muy difundida por conjuntos nativistas y hasta creo que ha sido llevada al disco. Y por este mismo medio se divulgó, en su momento, la Chacarera de Obligado con letra de Fermín Chávez:

AIlí está Ramón Rodríguez/ con su fusil entre el pasto; / para aporrear tantos gringos / las balas no dan abasto, / Tiene el pulso de Facundo/ ese teniente Quiroga / que metiendo bocha gruesa / por docenas los ahoga. / Chacarera del Clavel / Cayéndose por las venas./ Gaucho ladino ese Rosas, / ponerle al río cadenas.


EL MAS JOVEN POETA DE OBLIGADO

Alusiones al combate las hay en composiciones de otros poetas, no referidas específicamente al tema. De los pocos de Vuelta de Obligado quizás el más joven sea Eduardo Gómez Tayhbe, quien escribió dos poesías sobre un mismo motivo, Atardecer en la Vuelta de Obligado. He aquí la segunda:

En esta tarde que languidece / y va rindiendo lentamente / sus banderas a la sombra, / he vuelto a caminar / por los senderos muertos de antes. / Aquí todo es lo que parece: / el cielo, el río, el susurrar creciente de las aguas tranquilas... / No sé si es cierto que vinieron a morirse / por un pedazo ‘e cielo / al tope de una caña, / ni se si murieron como árboles, atados a la tierra, / o si tenían color de ceibo / y olor de pasto sus desvelos. / o si en el último recodo trazó la angustia por sus bocas yertas / un balbuciente signo de pregunta.”...


“EL MAS HERMOSO POEMA”

En una oportunidad, hablando con el R. P. Guillermo Furlong, le dije que tema en prensa (ingenuo de mi) un Cancionero de la Vuelta de Obligado. “Usted —me contestó— seguramente no conoce, como yo, el más hermoso poema de Vuelta de Obligado”. Contra lo que yo en el primer momento supuse, no se trataba de versos, pero sí, como afirmara Furlong, de poesía. Tiempo después, con la idea de incorporarlo al Cancionero, que no terminaba de salir del plomo al papel, le pedí me lo relatara por escrito. Así lo hizo cortés y modesto como era el padre sugiriéndome que obrara con libertad y lo redactara yo de nuevo, en la creencia generosa de que yo podría hacerlo “con mayor elegancia y con más vivacidad”. Yo preferí transcribir textualmente sus palabras, a las que nada hay que quitar —salvo referencias circunstanciales y personales— ni tampoco añadir. Para concluir esta nota, y como un humilde homenaje a la memoria del sabio sacerdote jesuita, a quien tanto debe la Iglesia Católica y la cultura d nuestra Patria, reproduzco aquí sus palabras que son la transcripción casi total de su carta del 5 de febrero de 1970, cuyo original consta en mi archivo:

“...el poema, a que Ud. se refiere, relacionado con la Vuelta de Obligado, u “Obligadó”, como oí decir en París con referencia a la estación del Metropolitano, así llamado, es lo que contó Juan José Biedma

“Estando él tomando exámenes conmigo allá por 1918, como saliera el tema referente a la Vuelta de Obligado, me refirió cómo cuando falleció José Manuel Estrada en la Asunción del Paraguay en 1894, fue él uno de los que formaron la Comisión para ir a esa ciudad y traer los restos mortales de ese gran ciudadano. Así lo hicimos, y al regresar con los mismos en el vapor Villarino de la Armada Nacional, quise una noche subir a cubierta y respirar un poco de aire sano, pues estaba en la sala del velorio. La noche era oscura ya, pero no tanto que no viera, a lo menos en parte, la silueta del vapor y lo que no esperaba ver fue lo que mejor vi; en la proa del vapor estaba de pie un hombre, haciendo la venia o saludo con toda la grandeza de una estatua de bronce. Es un loco, pensé yo, y con el mayor cuidado y disimulo me adelanté algunos metros para ver quién era el loco. Era el capitán del barco: Thorne, hijo de Juan T., el héroe de la Vuelta de Obligado. Entonces entendí toda la grandeza de ese acto de sublime «locura». El hijo, en la soledad de la noche, saludando el hecho histórico, tan relacionado con su señor padre. Juan no murió entonces, pero las heridas que entonces recibiera le afectaron hasta su deceso en 1885”.

“Creo que me dijo que su hijo era también Juan pero no estoy seguro. / ... / Recuerdo que también me dijo: y al regresar a la sala del velorio pensé: Eso fue José Manuel Estrada, el hombre que siempre estuvo de pie, haciendo la venia a Su Dios y Señor, incondicionalmente a su servicio”.

Mayoría - Rosas - Vicente D. Sierra

 REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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Juan Manuel de Rosas
En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.

Con el diario Mayoría  del miércoles 20 de noviembre de 1974, se publicó un suplemento de 80 págs. con motivo de la proclamación oficial del "Día de la Soberanía", de la sanción de la ley nacional 20768/74 disponiendo la repatriación de los restos de Juan Manuel de Rosas y de la ley sancionada por la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires, derogando la ley 139 del 28 de julio de 1857. 

En dicho suplemento se han publicado artículos de diversos escritores e historiadores, que incluímos en este Blog.


Sarmiento y Rosas ante la guerra franco-prusiana de 1870
por Vicente D. Sierra

 

Rosas
La guerra franco-prusiana de 1870 apasionó a los pueblos occidentales, y el de Buenos Aires se contó entre los más fervorosos apasionados en favor de Francia. En carta a Manuel R. García, de octubre de 1870, Sarmiento decía: Aquí se vive en las imprentas esperando boletines de notícias. El público es franco por la república”. Cuando el 21 de enero de 1871 Buenos Aires supo la derrota de Francia, la noticia inesperada para la mayoría, produjo unánime desolación. Se libró de ella Sarmiento, entonces presidente de la Nación, que nunca creyó en un posible triunfo francés, fundado en la imposibilidad de que la República Francesa pudiera mantener “un gobierno que le dé seguridad y duración”, como dijera a García en dicha carta, en la que agregaba: “Supóngolo a usted interesadísimo en la lucha europea. Era usted antes simpático a los esfuerzos franceses por mayor libertad y en contra del imperio; y probablemente espera, como tantos pueblos, un esfuerzo supremo del patriotismo francés para reivindicar el territorio por lo menos. ¿Qué resultaría del triunfo alemán para el progreso humano? Cuestión es ésta que a mí preocupa. Hace muchos años que dejé de ser simpático a las ideas francesas. Deseando ardientemente la libertad los que de ella hablan en Francia han hecho siempre como si se propusieran acabar con lo que aún les quedaba, y me temo que vuelvan a perturbar el mundo con sus ensayos prácticos y apasionados… El gobierno de las sociedades humanas, me digo, es un mecanismo, y es perverso, por inocente que sea su construcción, si no puede preservarse a sí mismo. Los francos republicanos nunca acertaron a crear ese mecanismo, que debían defender, conservar por el gobierno de la libertad. No lo mejorarán en adelante porque no han dejado en sus hechos históricos base alguna en qué fundarlo. La república mal construida trae el imperio; el imperio trae la derrota.

Ahora veamos la Prusia. Su mecanismo de gobierno está montado en acero; absorbe, asimila, disciplina y educa. La República Francesa produce los efectos contrarios. La Prusia militar es hoy Alemania; la Alemania está al frente de las ciencias históricas; y el pueblo alemán educado es el que más realiza el programa de una democracia. ¿Cómo es que los Estados Unidos, y la Alemania, más Nueva Inglaterra y Prusia, se tocan a este respecto? ¿Aprenderán a leer los demócratas franceses? ¡Lo dudo!”.

Después de semejante elogio a los métodos prusianos de gobierno, como forma de realizar “el programa de una democracia”, el 12 de julio de 1871, reafirma esas ideas al decir: “La monarquía en Europa se consolidará, y el sistema prusiano monárquico, educado, disciplinado, sin teorias, pero fuerte por la organización férrea, tenderá a hacer prosélitos, pues el éxito FULMINANTE es una de las piedras de toque de los sistemas políticos”. La Inglaterra solo exterior en los mares tiene pocas ocasiones de poner a prueba sus instituciones. Son los Estados Unidos los que representarían el lado opuesto, la república con gobierno electivo, impersonal, discutiente y amovible. La educación más general, regular, profunda, en Prusia. El ejército más fuerte en Prusia. No sé cómo anda la industria. La de Prusia dice que ha hecho progresos inmensos”. Á estos conceptos Sarmiento agregaba una declaración sorprendente,  diciendo:

“Yo he ido a los Estados Unidos a aprender tiranía; y la verdad es que hubiera querido hacer tomar por tipo aquella pacífica y fuerte república en lugar de las agitaciones tumultuosas de los franceses”.

El choque entre la “tumultuosa” República Francesa y la despótica Prusia colocó a Sarmiento entre los partidarios de ésta y contra aquélla; y como no era hombre de términos medios, metió en danza hasta la Iglesia Católica y al liberalismo francés, para demostrar las razones de su fe en el triunfo prusiano, y agregó en su carta:

“Mientras tanto, vea después de Sadowa lo que queda en limpio. Las naciones protestantes, Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, fuertes, constituidas y victoriosas; las católicas Francia, Italia y España, nosotros en medio de convulsiones seculares sin atinar a darnos un día de reposo. La despótica Prusia ha educado a sus vasallos; la liberal Francia está a merced del plebiscito de los bárbaros”.

Que el autor de “Facundo” escribiera que había ido a Estados Unidos “a aprender tiranía” asombrará a más de un lector, por no tener en cuenta que su liberalismo, en lo político, se ajustó, ejerciendo la presidencia, al de prominentes políticos estadounidenses; quienes creían, como Adams, que si bien el pueblo es la fuente de toda soberanía política, el carácter popular del gobierno debía restringirse por medios adecuados; o quienes, como Jackson, entendían que si el gobierno debía ser emanación de lo popular, debían fortalecerse los poderes del gobernante. Idea ésta que Sarmiento procuró imponer actuando al frente del Poder Ejecutivo, y explica la admiración que tuvo por Bismarck y el régimen prusiano, y el repudio con que siempre consideró el populismo de la Revolución Francesa; siguiendo con ello a todos los constitucionalistas de los Estados Unidos. Sarmiento intentó fortalecer los poderes del presidente de la República, del gobierno, de la administración. En sus opiniones, al respecto, coincidió en más de un punto con Rosas; pero olvidó que el fortalecimiento del poder requiere que el gobierno sea auténtica emanación de la voluntad popular, y el que presidió no tenía tan legítimo origen. En el aprendizaje de la tiranía olvidó que don Juan Manuel de Rosas había aceptado la suma del poder tras previa comprobación de que la voluntad popular esperaba que le fuera acordada. El propio Sarmiento destacó años más tarde el carácter popular del gobierno de Rosas. Puede decirse que Bismarck había respondido a la voluntad de su pueblo, mientras Luis Felipe no podía decir que el suyo respondía a la voluntad de Francia. Por eso, al orden prusiano, Francia no podía oponer sino las turbulencias de un pueblo que no era gobernado por algo que fuera emanación de la realidad nacional, y si el patriotismo de ese pueblo bastó para que pusiera en juego toda su capacidad de heroísmo para no ser vencido, el orden hecho fuerza de Prusia, tenía que imponerse, como ocurrió.

Desde su refugio en Inglaterra, don Juan Manuel de Rosas siguió con preocupación las alternativas de la guerra franco-prusiana. Lo muestra la activa correspondencia que sobre el conflicto mantuvo con sus fieles amigos Antonio Reyes y Josefa Gómez, en la cual sus juicios, de alto contenido social e histórico, lo muestran como observador agudo frente a la superficialidad de Sarmiento. Rosas advierte la expansión de las ideas liberales, las inquietudes del proletariado y la aparición del socialismo, y todo ello lo conduce a comprender la grave situación que vive Europa. Como Sarmiento teme “a la licenciosa tiranía a que llaman libertad”, y en una de sus cartas señala que “si hay algo que necesita de dignidad, decencia y respeto es la libertad, porque la licencia está a su paso”, y señala que el remedio se reduce a evitar que sea atacado el principio en que reposa el orden social. Entre éstos considera fundamental el religioso, a raíz de las consecuencias de la situación creada en 1869 a S.S. Pio IX, y con valentía agrega: “Si el Papa ha de salvar a la Iglesia Católica, necesita dar unas cuantas sacudidas con la tiara a la polilla que la carcome”. Y hay que aceptar que en el momento actual asistimos a esos golpes de tiara que aconsejó don Juan Manuel, lejos del auge monarquista que pronosticó Sarmiento.  

En una de sus cartas sobre la guerra, Rosas afirmó predicciones tan trascendentales que muchas de ellas mantienen su vigencia en el mundo de hoy. Dice al respecto: “Su Majestad el rey Guillermo, aun con su poder extraordinario y sus victorias, debe sentir ya los ojos llorosos por no haber sido generoso después de Sedán, cumpliendo su declaración al principio de la guerra” Reprocha la conducta egoísta de Inglaterra, que ha dejado a Francia en manos de Prusia, y opina que el rey “Guillermo y Bismarck siguen su camino de ambición embriagados por sus triunfos, con la cabeza desnuda de toda sana razón. Así no conocen el mal que se hacen y hacen a las naciones de ambos mundos al someter y apoyar a la Francia y crearse un poder tan temible, tanto más al imponer la soberanía imperial de Alemania, ¿Dónde está la regla de moral y el equilibrio reclamados para la paz y bienestar de las naciones”. Vislumbra como un peligro para el mundo una unión posible de los dos poderosos imperios, el germánico y el ruso, y juzga que todo ello surge de la enseñanza libre. En carta de 12 de mayo de 1872 dice: “Por la enseñanza libre la más noble de las profesiones se convierte en arte de explotación en favor de los charlatanes, de los que profesan ideas falsas subversivas de la moral o del orden público. La enseñanza libre introduce la anarquía en las ideas de los hombres, que se forman bajo principios opuestos o variados al infinito. Así el amor a la patria se extinguirá, el gobierno constitucional será imposible, porque no encontrará la base sólida de una mayoría suficiente para seguir un sistema en medio de la opinión pública confundida, como los idiomas en la torre de Babel. Ahora mismo Francia, España y los Estados Unidos están delineando el porvenir. Las naciones, o vivirán constantemente agitadas, o tendrán que someterse al despotismo de alguno que quiera y pueda ponerlas en paz”. ¿A qué “enseñanza libre” se refiere Rosas? No, por cierto, a lo que actualmente se conoce con ese nombre. Rosas no repudia la libertad de enseñar, sino al libertinaje intelectual a que conduce, con el falso pretexto de defender la libertad de cátedra, que los centros de enseñanza se truequen en escuelas destructoras del orden social, desvirtuando las enseñanzas espirituales de los pueblos. Hay en esta opinión un contenido trascendental, en cuanto afirma la importancia de que se eduque para el desarrollo de los valores morales y espirituales afirmados en las esencias tradicionales de cada pueblo.

Cuando en nombre de la libertad el artista pretende tener derechos especiales a pintar o esculpir como quiera, lo que quiera, a título de lo que considera obra de arte por autoafirmación; el literato se considera libre de escribir en ofensa de usos y costumbres; el maestro de enseñar lo que se le dé la gana; el periodista a ofender, el cine a enlodar, olvidando todos y cada uno de ellos que no son entes absolutos sino elementos de una comunidad social, a cuyo fortalecimiento están obligados el arte, las letras, la enseñanza y los medios de comunicación la libertad pasa a ser puro libertinaje; pues la libertad es, sobre todo una responsabilidad y, por lo mismo una disciplina. A tal libertinaje se refirió Rosas para señalar la debilidad de Francia en aquella oportunidad, y a la par señaló lo que habría de ocurrir siguiendo ese camino. Valiente premonición la suya. En la hora actual nuestra Argentina lucha para liberarse de ese libertinaje que avanzaba en su seno. Es que desde Southampton, Rosas sigue abriendo caminos al andar argentino.

Mayoría - Rosas - Arturo Sampay

 REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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Juan Manuel de Rosas
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Con el diario Mayoría  del miércoles 20 de noviembre de 1974, se publicó un suplemento de 80 págs. con motivo de la proclamación oficial del "Día de la Soberanía", de la sanción de la ley nacional 20768/74 disponiendo la repatriación de los restos de Juan Manuel de Rosas y de la ley sancionada por la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires, derogando la ley 139 del 28 de julio de 1857. 

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Sociología de la ley de repatriación de los restos de Rosas

por Arturo Sampay

Hagamos con pocas palabra la sociología de la ley de repatriación de los restos del jefe de la Confederación Argentina, entendiendo por tal el examen de la circunstancia que hizo posible — que casi forzó— a que las distintas expresiones políticas del pueblo argentino tomaran de consuno esa determinación.

La ley de la Legislatura de la provincia de Buenos Aires que condenó sin juicio previo a Juan Manuel de Rosas fue un absurdo jurídico y la manifestación de un odio partidista que aflora implacable en los momentos históricos en que una clase social es sustituida por otra en el predominio político, después de una cruenta lucha. La transformación profunda que se ha operado en la Argentina ha determinado que la lucha actual por su progreso social sea, esencialmente, entre otros protagonistas históricos.

En el presente, los vastos sectores populares de la Argentina han decidido liberarse de la dependencia económica a que son sometidos por el imperialismo, fin de promover un desarrollo autónomo de la riqueza y la cultura como medio para efectuar plenamente la justicia social, esto es, que todos y cada uno de los habitantes del suelo patrio participen de los bienes de la civilización.

Esta es pues, una empresa cuyo acabamiento exige utilizar aunadamente todos los recursos con que cuenta el país en particular su inteligencial

Si en este preciso momento la mi inteligencia argentina se aplicase a una lucha emplazada en el pasado, en su totalidad o en parte considerable, estaríamos desperdiciando armas que son necesarias para combatir al imperialismo y a la oligarquía que nos sojuzgan.

La inteligencia de los pueblos que no tienen un gran designio que realizar se recluyen en el pasado, es decir, las principales energías intelectuales se vuelcan al debate histórico. Y sucede al revés con los pueblos que se lanzan a cumplir una gran misión: concentran en ella todas sus fuerzas.

En consecuencia, la madurez política del pueblo argentino ha obligado a que esa reparación histórica —la revocación de una sentencia arbitraria recaída sobre Rosas y la repatriación de sus restos— se realice sin abrir debate pormenorizado acerca de los aciertos y concepciones políticas de Rosas y sus rivales.

Por otra parte, la conducta de Rosas respecto de la soberanía nacional, de la cual fue un aguerrido defensor, es un modelo de suma actualidad. En efecto, el principal instrumento para lograr la liberación del país es una defensa cerrada de la soberanía nacional. Comprendida ésta como la potestad suprema e incontrastable de la comunidad política para reglar la utilización de todos los recursos que posee; a fin de hacerlos servir a la consecución del bienestar moderno del pueblo argentino.

La lucha por la liberación es lucha por el efectivo ejercicio de la soberanía nacional frente al imperialismo. Por tanto, la soberanía nacional es todavía —para los países dependientes— una conquista de la civilización a favor de los pueblos. Pues, en suma el respeto a la soberanía significa, por el lado exterior extirpar la expoliación y contener la agresión de los Estados imperialistas manejados por los grandes monopolios multinacionales, y, por el interior crear libremente, autodeterminar las formas de vida social y los modos de utilizar sus recursos para efectuar la justicia.

Mayoría - Rosas

 REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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Juan Manuel de Rosas
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Con el diario Mayoría  del miércoles 20 de noviembre de 1974, se publicó un suplemento de 80 págs. con motivo de la proclamación oficial del "Día de la Soberanía", de la sanción de la ley nacional 20768/74 disponiendo la repatriación de los restos de Juan Manuel de Rosas y de la ley sancionada por la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires, derogando la ley 139 del 28 de julio de 1857. 

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Rosas y mi generación
por Horacio Salas  
Juan Manuel de Rosas
Rosas por Carlos Enrique Pellegrini



Que difícil nos resultó a los que hoy andamos entre los cuarenta y los cuarenta y cinco años, primeo entender la trascendencia popular de Juan Manuel de Rosas, y luego hacerle comprender al resto que su defensa no implicaba necesariamente simpatías hacia el nazi-fascismo, ni nada tenía que ver con ese trasnochado antisemitismo de opereta que de tanto en tanto reverdecen ciertos grupos homeopáticos. Sectarios y ruidosos como todos los que de un extremo al otro de la ideología han pretendido calcar en la Argentina modelos extranjeros. Solo que en este caso la confusión resulta justificable porque en cierto momento buena parte de los escritores pioneros del revisionismo mantuvieron una actitud aristocratizante y porque su lógico fervor antibritánico llevó a varios autores a manifestar sus simpatías por el Tercer Reich, durante la segunda Guerra Mundial.

Las generaciones anteriores no tuvieron esos conflictos. Para nuestros abuelos —tal como lo habían aprendido en la escuela y podían leerlo en editoriales y artículos del los grandes diarios— Rosas era una especie de monstruo sanguinario. Un psicópata que inexplicablemente, por esas cosas de la barbarie “felizmente extirpada después de Caseros , había gobernado en forma tiránica este país tan civilizado y europeo como el que más.

Recuerdo haber escuchado de muy chico de boca de mi abuela un relato terrorífico aprendido durante su infancia. Años después lo encontré casi textual en las Tablas de Sangre de de Rivera Indarte: “La más-horca  y los empleados de Rosas, en bandas, recorren día y noche las calles de Buenos Aires degollando a los dividuos cuyos nombres Rosas les ha dado. Cuando habían degollado 10 ó 20 disparaban un cohete volador, señal a la policía para que mandase carros que llevasen al cementerio los cadáveres; tras de ellos iban los asesinos tocando una música de farsa y gritando ¿quién compra duraznos? Las cabezas de las víctimas eran expuestas en el mercado público adornadas con cintas celestes. Los degüellos se hacían a cuchillo; pero si los pacientes eran distinguidos por el odio a Rosas, eran degollados con sierras de carpintero desafiladas. Los proscriptos eran sacados de sus casas o tomados en las calles y horriblemente maniatados. No hay habitante de Buenos Aires que no haya oído el aterrante grito que lanzaban los degollados”.

Rivera Indarte, difamador a sueldo que antes había cantado loas al Restaurador, fue también el responsable de la repugnante leyenda del incesto de Rosas con Manuelita y otras aberraciones estrafalarias como la supuesta costumbre de organizar en la residencia de Palermo orgías descomunales en las que la castración era el juego preferido del dueño de casa.

Transcribí el párrafo de Rivera Indarte porque a pesar de no haber sido lectura obligatoria, varias generaciones de argentinos, a sabiendas o no, repitieron sus vilezas, y la historia oficial adoptó sus falsedades como testimonios indubitables. Esas generaciones se acostumbraron también a repetir en las fiestas escolares aquellos deplorables versos de José Mármol “¡Sí Rosas te maldigo! Jamás dentro de mis venas/ la hiel de la venganza mis horas agitó/ como hombre te perdono mi cárcel y cadenas/ pero como argentino las de mi patria NO”. Estrofas que —como se sabe— concluían con un anatema que durante décadas se creyó profético: “Ni el polvo de tus huesos la América tendrá”.

Como dato ilustrativo se puede agregar que libro habitual de lectura de sexto grado fue durante lustros Nuestra Patria, de Carlos Octavio Bunge, editado en 1907 o que para reseñar la época de Rosas había elegido un fragmento de José Ramos Mexía, referido a las tendencias megalómanas del gobernante.

Era cosa fácil: cada personaje tenía su casillero, y Rosas ocupaba el infierno que correspondía a sus pervertidores. Por eso no llama la atención que Jorge Luis Borges, en su primer libro, Fervor de Buenos Aires, de 1923, aclarara en el poema Rosas: “Famosamente infame / su nombre fue desolación en las calles, / amor idolátrico en el gauchaje / y horror de puñaladas en la historia”.

La cultura oficial ya había calificado a Rosas en forma irreversible. Voces aisladas como las de Adolfo Saldías, Ernesto Quesada, Dardo Corvalán Mendilaharzu, eran excentricidades sometidas al silencio. Alguna notoriedad liberal como Alberto Palcos, por ejemplo, escribía hacia 1930: “Sin Rosas el país lo mismo, muy probablemente habría encallado en la tiranía durante parte, a lo menos, del largo período que llena la suya, pero una tiranía que pudo ser menos feroz y menos depresiva de la dignidad humana”.

Pero también por esos años, comenzaron a brotar investigadores que recurrían a documentos no fragmentados por la censura oficial para iluminar la realidad de una historia deliberadamente distorsionada. Distorsión que Arturo Jauretche explicaría con lucidez: “Se creó una política de la historia con el objeto de impedir una política de la Nación”.

El conflicto para el hombre común (ese que había estudiado Grosso chico y tras plebiscitar a Hipólito Yrigoyen, ahora lo veía calumniado y difamado) estaba dado en el hecho de que quienes glorificaban a Rosas, mantenían por lo general una actitud aristocratizante, oligárquica y rescataban en el Restaurador aquellos aspectos menos importantes de su vida, no su hondo sentido popular y el apoyo del pueblo que lo seguía con fervor fanático porque se había encargado de  reivindicarlo frente a la posición elitista de los doctores unitarios. Les gustaba más el estanciero que el estadista, el propietario de los saladeros que el defensor de la soberanía, el dictador que el caudillo. Y todavía hoy por esa inercia nefasta que rige los planteos culturales —para amplios sectores en especial de clase media— la confusión continúa.

El azar que rige ciertos vaivenes de la historia quiso que le tocara a mi generación poder comprender que el significado de Rosas excedía en mucho las virtudes de un mero señor feudal. Entender que era un constructor del verdadero país. La descolonización mental fue difícil —insisto— porque a nosotros también se nos inculcó desde la escuela primaria que Rosas fue un tirano, un demente al estilo de Heliogábalo o Calígula, y que los caudillos populares no fueron otra cosa que “mandones analfabetos que explotaban las bajas pasiones de los desarrapados que los seguían.”

Nos enseñaron —Grosso mediante (texto que según mi experiencia se recomendaba en el Colegio Nacional de Buenos Aires en la década del cincuenta)— que los unitarios eran “ciudadanos respetables”, y que en cambio los federales eran “un grupo de forajidos puestos al servicio del tirano”. Como factor negativo Grosso apuntaba: “Rosas buscó siempre la adhesión de la gente humilde, y le eran particularmente adictos los negros”. Después comprenderíamos que esa característica era la mayor virtud del Restaurador.

Cuando volvíamos a nuestras casas podíamos leer volúmenes aparentemente inocentes como El tesoro de la juventud donde nos enterábamos: “El dictador Rosas ha dejado en la historia argentina ejemplos tristísimos de inhumanidad dignos de perdurable execración” (Tomo X, página 3242).

Pero un hecho habría de permitirnos entender el fenómeno: el golpe de setiembre de 1955. Los que por esa época teníamos entre 15 y 25 años pudimos enterarnos que al día siguiente a la caída de Perón ya se hablada de Segunda tiranía. Y por simple identificación pudimos entrever que Rosas había sido tan tirano como Perón. Y a poco que indagábamos en la historia nos encontrábamos con que los mismos argumentos que mencionaban los enemigos del gobierno derrocado habían sido esgrimidos cien años antes por los exiliados —también por coincidencia en Montevideo—, próceres que se vendieron al imperialismo británico y francés para atacar a su patria.

Vimos que mientras los diarios en grandes titulares execraban al aluvión zoológico, y subrayaban la “barbarie peronista”, se ordenaba masacrar a compatriotas indefensos en junio de 1956. En todas partes nos enterábamos de algún nuevo militante torturado por su ideología o por pertenecer al comando de un sindicato, algunos nos acostumbramos a recibir a la policía en nuestras casas. Y así mientras se hablaba de la noche negra de la tiranía y se alababa una supuesta línea Mayo-Caseros, por otro lado sus mismos mentores sentenciaban: “Se acabó la leche de clemencia” para justificar los fusilamientos.

Toda esa historia triste ha quedado atrás —es cierto— y en 1973 el pueblo pudo manifestar su voluntad con más rapidez que tras la derrota nacional de Caseros, porque los engranajes de la historia se mueven cada vez a más velocidad, y la liberación de los países coloniales ya no puede esperar mucho tiempo en ningún rincón del planeta.

Tal vez sin sospecharlo, aquellos que en 1955 y 1956 vituperaban a Rosas en nombre de la misma ideología que los impulsó a despreciar a las masas, nos permitieron comprender la realidad de nuestra historia y muchos de nosotros, aún los que tenían intereses ajenos al estudio del pasado nacional, se sumergieron en los textos revisionistas, en un intento de tratar de entender a este país caótico (bárbaro para la intelligentzia) donde latía un fermento popular que había sido capaz de generar el 17 de octubre.

Y así nos hicimos deudores de hombres con los que muchas veces no coincidíamos en el plano ideológico contemporáneo, pero que sin embargo habían sido capaces de mostrarnos una historia argentina sin deformaciones, ajena por completo a aquello que nos habían inculcado en las aulas y reiteraban en soporíficos discursos las maestras de nuestra infancia.

Podíamos estudiar cualquier carrera universitaria, o ser sencillamente obreros de una fábrica, tener vocación literaria, artística o trabajar metódicamente en un comercio o en una oficina pública, pero estábamos aunados en esta búsqueda de la patria esencial, esa que nos negaban en forma cotidiana. Así devoramos los libros de José María Rosa, Fermín Chávez, Hernández Arregui, Raúl Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche, Atilio García Mellid y un centenar más de autores nacionales. Y así, medio a los empujones, nos fuimos fabricando nuestra propia imagen del país. Era como si le pasáramos un trapo a un espejo empañado desde tiempo atrás y comenzábamos a reflejarnos tal como éramos en realidad.

Ya no iba a ser tan fácil engañarnos porque comprendimos que los mismos intereses que habían combatido a Rosas, eran los mismos que impedían que el pueblo pudiera elegir libremente sus gobernantes.

Mi generación tiene —claro— una ventaja con respecto a la de los investigadores que la precedió. Ellos debieron poner al descubierto las patrañas de la historiografía oficial. Los que vinimos detrás como nos encontramos con la picada abierta y hasta nos podemos dar el lujo de pensar que la antinomia Rosas-Sarmiento se parece demasiado a la puerilidad y que insistir con los errores del adversario hoy no sirve para mirar hacia adelante.

Fue difícil, pero los argentinos hemos alcanzado la suficiente madurez como para comprender de una vez por todas que los que arrojan bombas de alquitrán a la estatua del sanjuanino en Palermo se han quedado detenidos en el tiempo, hipnotizados. Y que Juan Manuel de Rosas retoma al país para sellar la unidad. Quienes no lo entiendan y se obstinen en esgrimir slogans grotescos como Mazorca,  mazorca / judíos a la horca, tratando de convertir a Rosas en líder del antisemitismo, son tan ridículos como los que desde las tribunas liberales se desgarran las vestiduras por el regreso del tirano. Ambos grupos pertenecen —por suerte— a un país definitivamente muerto, Rosas —como explicó Salvador Ferla con claridad— pertenece a todos los argentinos, descendientes de españoles, italianos, polacos, alemanes, ingleses y también judíos por supuesto.

Lo que ocurre es que los integrantes de estos grupúsculos —lo mismo que sus ideólogos— no han advertido que ellos también han pasado a la historia, solo que contrariamente a San Martin, Rosas, Sarmiento, Roca, Yrigoyen o Perón, que conviven en el territorio amplio y soleado de la historia grande, allí donde también el pueblo anónimo se mueve a sus anchas, ellos han ingresado ya en el lote pequeño, en el triste baldío que Dios seguramente reserva a los mezquinos, a esos que cada día al levantarse se colocan prolijamente sus orejeras.

Mayoría - Rosas y la Soberanía - González Arzac

REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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Juan Manuel de Rosas
En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.

Con el diario Mayoría  del miércoles 20 de noviembre de 1974, se publicó un suplemento de 80 págs. con motivo de la proclamación oficial del "Día de la Soberanía", de la sanción de la ley nacional 20768/74 disponiendo la repatriación de los restos de Juan Manuel de Rosas y de la ley sancionada por la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires, derogando la ley 139 del 28 de julio de 1857. 

En dicho suplemento se han publicado artículos de diversos escritores e historiadores, que incluímos en este Blog.


Rosas significa soberanía

por el Dr. Alberto González Arzac  


García del Molino
Los poderes públicos han decidido hacer justicia a la memoria de Juan Manuel de Rosas, gobernante y patriota ilustre que hasta hace muy poco era difamado por la historia oficial.

El reconocimiento es oportuno, pero creo que el pueblo argentino ya había apreciado las virtudes de aquel gran estadista, pese a la prédica constante de las minorías que nunca perdonaron su popularidad y de los entreguistas que condenaron sistemáticamente su patriotismo.

Antes que ahora, la figura de Rosas tuvo grandes reivindicaciones que exceden en importancia al descrédito fomentado desde escuelas, universidades y academias por los mencionados grupos. Una estuvo dada expresamente por el célebre testamento del general José de San Martin, que es el fallo inapelable del más grande de los argentinos.

La otra reivindicación fue hecha a contrario sensu por los ideólogos le la autodenominada “Revolución Libertadora” cuando calificaron a las dos primeras presidencias de Perón como “segunda tiranía”, haciendo alusión evidente a los gobiernos le Rosas. La actitud injuriosa de los “gorilas” terminó por hermanar, a través de los tiempos, esos dos estadistas amados por su pueblo.

No quiero negar ni disminuir el indudable mérito de los historiadores que, desde la época de Adolfo Saldías hasta nuestros días, dieron lo mejor de su producción científica para que sea una realidad la reivindicación oficial de Juan Manuel de Rosas. Pero interpreto que el estudio histórico, por más erudito que fuere, solo sirve para una élite cuya opinión —en definitiva— es minúscula frente al juicio popular.

La significación de Rosas supera la polémica de minorías intelectuales, de poco servían las investigaciones históricas cuando el poder político estaba en manos de sectores minoritarios; en aquel entonces Rosas seguía siendo una mala palabra para la cultura oficial. Sin embargo, fue suficiente que el pueblo accediera al poder político para oficializar una reivindicación que ya era realidad en el alma de la ciudadanía.

Como historiador nunca he sido un fanático de Rosas. He reconocido sus virtudes y he señalado sus errores conforme a los dictados de mi modesto juicio. No dudo que mi mediocridad carece de altura como para permitirse juzgar los actos de un prócer; en todo caso esa limitación se engloba a todos los historiadores, pero seguiré obrando como hasta ahora, porque entiendo que la actitud del científico debe ser crítica en las ciencias sociales, donde la valoración tiene una presencia necesaria.

La realidad que vivimos trasciende lo científico: se ha replanteado la significación de Rosas en la Historia Nacional. Y en este momento mis valoraciones se impregnan de emotividad; el análisis objetivo del estudioso abandona su desapasionamiento. La búsqueda paciente y la meditación fría del historiador se nutren de una inocultable pasión argentina... Un sensible impulso interior me dice que la significación de Rosas es Soberanía, porque así lo entiende el pueblo argentino.

Vuelvo a rememorar la vida del prócer y encuentro la confirmación de mi actitud impulsiva. Porque en mi escala de valores el patriotismo es principalísimo y cuando hago un juicio histórico —por meditado que sea —prefiero justificar los posibles errores de un patriota antes que aplaudir el eventual acierto de los vendepatrias, Y Rosas (que aprendió a defender nuestro suelo durante la Reconquista de Buenos Aires, siendo un niño de trece años) fue consecuente con su nacionalismo en todo momento, afirmando la soberanía argentina en el combate de Obligado.

Justa para su memoria, necesaria para el pueblo que precisa de sus próceres, la reivindicación de Juan Manuel de Rosas debe entenderse como un aporte a la consolidación de nuestra nacionalidad. Así como el liberalismo extranjerizante difamó su nombre como parte de la campaña para asegurar nuestra dependencia, Rosas prócer será patrimonio de una cultura histórica que aspira a nuestra liberación.

Los grandes próceres también son, en definitiva, símbolos de la patria. Las virtudes de un patricio representan aspiraciones nacionales, tanto como los laureles, el gorro frigio, las manos entrecruzadas o el sol naciente del escudo nacional. Estamos ante un fenómeno histórico notable, que encierra una revolución cultural: el pueblo argentino está reivindicando hombres hasta ayer profanados. Está cambiando los símbolos; va dando forma a las verdaderas aspiraciones nacionales.

Comenzó con Juan Domingo Perón, el gran elegido para el denuesto por la oligarquía y el imperialismo; el gran elegido por el pueblo para liderarlo... Simboliza la Liberación, la Soberanía, la Justicia Social. Junto con él, Evita, en cuya profanación la oligarquía fue tan retorcida y en cuya veneración el pueblo es tan espontáneo.

Paralelamente, otros patriotas olvidados conmovieron sus huesos de las tumbas, como cuando la figura poética de Vicente López revalorizó la significación del inca en el Himno nacional. Dorrego, el Chacho Peñaloza, Facundo Quiroga, Felipe Varela y tantos más. Ellos simbolizan el ideal federalista de nuestros pueblos; representan la integración de una Argentina grande y poderosa. Es que los argentinos superamos el dilema de “civilización o barbarie”, donde nos lograron encasillar desde la segunda mitad del Siglo XIX. La “barbarie” fue el complejo de inferioridad de las minorías gobernantes; la “civilización” una hipoteca a favor de intereses extranjeros... La falsa opción era el interés común de la oligarquía y el imperialismo. El tribunal histórico de la “civilización o barbarie” rechazaba el espíritu altivo de Rosas porque era “barbarie”; prefería la sumisión de Mitre, que era “civilización”, desde que los bancos, los ferrocarriles y el comercio inglés eran quienes nos concedieron la gracia de sentirnos casi “un importante dominio británico”, como dijera jactanciosamente Julito Roca (uno de los ejemplares más decadentes de la oligarquía argentina, en una de las épocas más infames).

Sarmiento hizo su confesión en una difundida carta a Alberdi, referida a la biografía del general San Martín: “Una alabanza eterna de nuestros personajes históricos, fabulosos todos, es la vergüenza y la condenación nuestra”. Un país dependiente debía tener próceres decadentes.

Los próceres de una nación liberada, en cambio, trasuntan en su propia efigie el orgullo nacional. La Argentina dependiente renegó de Rosas; ahora prócer de la Argentina liberada.

Mayoría - Rosas y la Iglesia

REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

115 


Juan Manuel de Rosas
En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.

Con el diario Mayoría  del miércoles 20 de noviembre de 1974, se publicó un suplemento de 80 págs. con motivo de la proclamación oficial del "Día de la Soberanía", de la sanción de la ley nacional 20768/74 disponiendo la repatriación de los restos de Juan Manuel de Rosas y de la ley sancionada por la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires, derogando la ley 139 del 28 de julio de 1857. 

En dicho suplemento se han publicado artículos de diversos escritores e historiadores, que incluímos en este Blog.


Rosas, la cuestión religiosa y sus relaciones con la Iglesia

por Rodolfo Audi 


Rosas
A cada paso de su accionar político Rosas supo imprimirle un rasgo indeleble de argentinidad. Esgrimiendo con rigor las tradiciones hispano-criollas, despreció lo que no fuera esencial y de arraigo en el sentimiento popular. Como gobernante atendió con especial preocupación la Iglesia y el culto, resguardando y restaurando la concepción cristiana del hombre criollo.

Fue católico y aprendió el amor a Dios desde la soledad de esta tierra llena de misterios, con sobriedad y ascetismo.

Sería abundar demasiado si recordáramos ahora hasta dónde alcanzaba la tradición religiosa del hogar paterno; basten las palabras de Ibarguren, rescatando el deseo del padre de don Juan Manuel al tiempo del bautismo: “El teniente pensaba que el vástago de un Ortiz de Rosas debía, el primer día de su vida, ser ungido a la vez católico y militar, y por ello empeñóse en que fuera castrense el sacerdote que pusiera óleo y crisma a la criatura”.

Los primeros pasos de su formación intelectual estuvieron Íntimamente vinculados a la doctrina cristina, a través del catecismo real y clases del doctor en Teología, Saturnino Peña. Luego, al regir los destinos de la Confederación, aquellos principios, generosamente alentados en todo el territorio, le sirvieron para cohesión del Estado.

En alguna oportunidad se ha dicho que Rosas usó a la Iglesia por conveniencia política. Sin embargo, el argumento parece olvidar que si el hábil estanciero, el caudillo de la pampa, buscó relacionar el dogma con las funciones políticas, lo hizo en salvaguarda de la integridad espiritual y territorial de la Patria. Las divergencias entre unitarios y federales iban más allá de la disputa por el gobierno; constituían una evidente escisión social e ideológica; eran un cisma en la sociedad colonial.

Una de las causas más importantes para que esto aconteciera, fueron los ataques al culto establecido, a las órdenes religiosas y el desprecio por la práctica, muy cara a todos los ciudadanos, especialmente en provincia. Rosas no hizo entonces sino responder a ese sentimiento, y al encontrarse con los graves desaciertos de la nueva corriente, reintegró las cosas a su lugar. Aún antes de que Juan Manuel asumiera el gobierno, el propio clero se consideraba federal y la defensa de las autonomías provinciales se confundía en una sola bandera con la defensa de la religión, para los caudillos locales.

Es así, como Rosas se convierte en la versión antirrivadaviana; fundamentalmente en lo religioso. El que con energía y astucia había comprendido y disciplinado al “salvaje hombre de la pampa”, era también el restaurador de su fe.

Clero y autoridad

A poco de asumir el primer gobierno. y en tanto el federalismo festejaba por las calles atropellando casas respetables, Rosas firmó los decretos de una serie de iniciativas destinadas a rezumar el espíritu católico en las costumbres y las instituciones. En combinación con el clero, el Restaurador amplió en poco tiempo el marco de acción de la Iglesia.

Comenzó por restituir a “los párrocos de los Curatos de campaña la administración del ramo de fábrica de sus respectivos templos” y dispuso que “las funciones de la sindicatura se exerceran en adelante desempeñando los síndicos las de defensor público de las rentas de la iglesia a que perteneciere el nombramiento que tuvieren”.

Donó sus sueldos del primer gobierno a distintas iglesias de la provincia y cuidó que en las escuelas los alumnos recibieran doctrina y oyeran misa con fervor.

Ya en su segundo mandato repuso la orden dominica suprimida por Rivadavia y reanudó las obras de la Catedral, suspendidas ocho años atrás.

Estas actitudes, y otras como la donación de los trofeos de la campaña del desierto a distintos templos y una valiosa medalla que le acordó la Legislatura (para adornar la Divina Imagen de Mercedes) fueron llenando de símbolos religiosos el trance de don Juan Manuel por aquellos intrincados años de la historia argentina. Por cierto, ello le valió también el favor de la Iglesia, que no solo pudo actuar a discreción, sino que gozó de la protección del régimen, en tanto respetara complacientemente al gobierno. Jamás aceptó Rosas que, desde el púlpito o desde el confesionario algún clérigo hiciera alusiones contra la autoridad que él representaba. Frente a los tiempos de anarquía que se habían vivido, la restauración del orden implicaba el acatamiento a la autoridad; de no ser así él consideraba afectado el legítimo origen de ese mandato.

La Iglesia en la época de Rosas
La Catedral de Buenos Aires, en la época de Rosas. Obra de Léonie Mathis


El Patrono burlado

Una de las páginas más “brillantes” con que la “intelligentzia” argentina armó su mentirosa versión del Restaurador fue aquella que Manuel Bilbao llamó: Documento Forjado”.

Consiste el entuerto en un supuesto decreto firmado por Juan Manuel de Rosas en 1839 (época del bloqueo francés) mediante el cual se sustituye al patrono de Buenos Aires, San Martín de Tours, por San Ignacio de Loyola.

Durante muchos años se hizo creer a los argentinos —aún hoy lo pretende González Arrili— que Juan Manuel, en un rapto de locura, presa de odio al santo francés por haberse vendido al invasor, le arrebató sus funciones levantando en el pedestal de la ciudad al fundador de los jesuitas.

Sobre esto, baste decir que está suficientemente demostrada la falsedad del decreto, entre otros motivos por no constar oficialmente registrado en ningún boletín. Constan además, en innumerables documentos, las oportunidades en que el gobernador tributó honores al Patrono. Su propio testimonio, en el exilio, desvirtúa el infame libelo.

Roces con el Papa

Ross practicó y difundió la religión con toda severidad. No obstante, debió afrontar algunos serios entredichos que, incluso lo llevaron a polemizar con la Santa Sede.

La primera cuestión se suscitó hacia 1834, con motivo de una bula del Papa Pío IX, mediante la cual se proveía la auxiliatura del obispo de Buenos Aires en la persona del doctor Mariano José de Escalada y Zevallos, nombrándolo al mismo tiempo obispo de Aulón. El asunto tenía origen en tiempos de Viamonte. La provisión se hizo sin consulta ni propuesta previa al gobierno de la ciudad. Rosas rechazó el nombramiento y posteriormente, con motivo delia ancianidad del obispo diocesano, doctor Mariano Medrano, propuso al doctor Miguel García. La cuestión no se dirimió nunca y poco después el Papa envió a Buenos Aires a monseñor Luis Bessi, con indicaciones precisas.

En el trance, la Santa Sede y el gobernador y encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación, intercambiaron correspondencia muy ardiente.

En ese canje epistolar, el brigadier genera reveló una vez más, sus extraordinarias capacidades diplomáticas o quizá lo que Gálvez ha llamado “su capacidad dialéctica” que “no ha tenido par en nuestro país”. En nota del 16 de junio de 1851, Rosas rechazó la misión de monseñor Bessi —no obstante la buena recepción que se le brindó— por la grave situación interna y se permitió reprocharle duramente al Sumo Pontifice, el descuido en que habían tenido a estas tierras desde la Santa Sede.

Advertía también Rosas sobre “las logias establecidas en Europa y ramificadas infortunadamente en América”. Eran, entre otras: la Asociación de Mayo y el Club de los Cinco, sociedades masónicas que no obstante sus confabulaciones para derrocar al dictador, debieron dormir en esa época su “gran sueño”, como bien lo explica Aníbal Rottier.

Esas sociedades, con intrigas, fueron moviendo los hilos de la derrota.  Así, con sutiles maniobras, alentaron la conmoción en Buenos Aires cuando Camila O'Gorman se fugó con el sacerdote Ladislao Gutiérrez. Luego de ardorosos trámites Rosas ordenó que fueran fusilados y un manto de desasosiego cubrió la ciudad.

No hay duda que desde Montevideo lo intrigaban para que tomara aquella decisión y que, como lo expresa Gálvez: “Rosas al aplicar la ley, solo lo hizo por razones morales, para salvar a la sociedad toda, para evitar la repetición de tan lamentable ejemplo. Tal vez se excedió en el castigo, pero sus motivaciones fueeron moralizadoras, justas y excelentes”.

Expulsa a los jesuitas

Los fusilamientos se produjeron en el mismo momento en que el caudillo acometía la segunda expulsión de la Compañía de Jesús de estos territorios. Había sido él mismo quien la reintegrara a América 8 años antes, luego de su expulsión durante el reinado de Carlos III.

El 9 de agosto de 1836 llegaron al puerto de Buenos Aires los primeros jesuitas. Se hallaban proscriptos en España y se los llamó para jerarquizar la enseñanza y fortalecer la disciplina religiosa. En los primeros momentos actuaron muy favorecidos por el gobierno, pero con el tiempo se fue poniendo en evidencia su poca disposición para adherirse a la política oficial. Los jesuitas prescindieron del principios que inspirara a Rosas: salvar a la Nación, y en los últimos años, por opción, hasta llegaron a identificarse con la insurrección unitaria. Luego de aboliciones parciales —en algunas provincias— la Compañía se retiró definitivamente del país el 34 de marzo de 1844. Rosas no consideró un éxito esta expulsión, por el contrario, hubiera querido no llegar a ella.

Rosas ha sido uno de los gobernantes argentinos que más intensamente combinara la cuestión religiosa con los factores políticos que le llevaron al poder. No usó a la Iglesia, trató de ponerla al servicio de la Nación. Como colofón y prueba de su preocupación religiosa, sirvan estas palabras escritas en el exilio: decía Rosas a don Antonio Reyes, desde su granja de Burguess Street: “No es hacer un gran pronóstico decir que la Republica exaltada, la Monarquía Vieja y la Curia Romana, tendrán que cambiar su modo de ser pasado, para realizar, por una marcha progresiva y constante, el bienestar de la civilización. Si el Padre Santo acordase la conciencia libre de la cristiandad, se establecería el Papado Universal, bajo las reglas de la libertad, y se cumpliría con el verdadero espíritu y sentido del Evangelio”.

Mayoría - Rosas - Pulperías

 REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

114 


Juan Manuel de Rosas
En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.

Con el diario Mayoría  del miércoles 20 de noviembre de 1974, se publicó un suplemento de 80 págs. con motivo de la proclamación oficial del "Día de la Soberanía", de la sanción de la ley nacional 20768/74 disponiendo la repatriación de los restos de Juan Manuel de Rosas y de la ley sancionada por la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires, derogando la ley 139 del 28 de julio de 1857. 

En dicho suplemento se han publicado artículos de diversos escritores e historiadores, que incluímos en este Blog.


Cafés y pulperías en tiempos de Rosas

por Jorge A. Bossio

 

Época de Rosas

El dilatado período del Gobierno de don Juan Manuel, tan exaltado y tan execrado al mismo tiempo, ha sido y es estudiado en sus manifestaciones políticas y militares, casi con exclusividad. Otros aspectos del quehacer humano del proceso que encarnó Rosas, vitales para comprender el periodo, no lograron de parte de los estudiosos, salvo honrosas excepciones, ser analizados profundamente. Los múltiples aspectos de la vida popular, las costumbres, los usos, los hábitos y modos de los eternos anónimos resultan hoy casi desconocidos. Algo parece de interés dejar establecido en estas consideraciones y es comprender los singulares aspectos del porqué de muchos hechos y acontecimientos ocurridos durante el presente vivo del tiempo federal. ¿No es la historia, acaso —como lo afirma Claudio Sánchez Albornoz— la ciencia del porqué? ¿Y dado qué misterio, nos preguntamos, la inquisición histórica no pudo legar a las costumbres populares? Quizás debamos sospechar que ello se debe al hecho de ser el pueblo fuente nutricia de muchas verdades.

El haber marcado el énfasis sobre los acontecimientos políticos y militares nos hizo perder la perspectiva integral de la historia argentina. Ello se debió, en parte, al espíritu pragmático que se le imprimió a nuestra ciencia historiográfica con el objeto de encontrar en el pasado una suerte de misticismo con el que justificar el presente. No va en ello pecado, por cierto, pero sí olvido,

Muchas veces nos preguntamos ¿cómo vivieron los hombres y mujeres que protagonizaron la época, cómo fue el clima hogareño de la familia porteña, cómo fueron sus casas y su vida interior? ¿Qué instituciones populares albergó el alma de los hombres de entonces? En fin, todo aquello que hace a la historia de los seres anónimos con los que se construyen las páginas más vibrantes de la humanidad. Dickens sostenía que no quería conocer las listas de los miembros del Parlamento británico, pero que sí deseaba saber cómo vivían los humildes. Por no querer caer en ese olvido es que buscamos incorporar a la historia las instituciones populares.

La ciudad constituyó en nuestra historia el escenario principal de la integración del país y en ello se desarrolla la escena de la emancipación, de la libertad y de la unificación. La cuadrícula de la diagramación primera de Buenos Aires no sufrió, hasta nuestro siglo, variantes fundamentales. Las casas, las casonas o quintas se alinearon en una suerte de pathos melancólico, de transculturación a las pautas heredadas de España, tanto desde el punto de vista de la practicidad de las cosas como de su eticidad, con las que se engalanaban los aspectos más diversos de la vida cotidiana.

El hombre vivía en el tiempo ético español, resultante del escolasticismo fundado por Santo Tomás y San Ambrosio, tras haber pasado por el cedazo del padre de Mariana y de Juan Luis Vives. La ciudad y sus hombres y mujeres vivían adheridos a las rancias ilusiones que los mantuvieron en la atmósfera henchida de belleza y de fe, de religiosidad. La vida familiar se desenvolvía, justamente, en ese clima, suave y sencillo a pesar de los acontecimientos políticos y militares; y ello ocurría en las casas más humildes como en las más encumbradas. Las imágenes religiosas ornaban las salas, las habitaciones, junto a un mobiliario, austero a veces pero traído de Europa, que completaban la atmósfera de sencillez.

Es indudable que en ese ámbito la vida debía rodearse de una tierna sensibilidad y hasta los hombres que encarnaban el paternalismo y el patriciado gozaban de la serena existencia familiar. Y aun aquellos que eran frecuentadores de cafés y a veces de pulperías, encontraban siempre en la calidez hogareña, el clima propicio para el sereno descanso.

Época de Rosas


A propósito de cafés, no eran muchos los que gozaban de distinción en la ciudad, pero los pocos, contaban con la preferencia y asiduidad de sus concurrentes.

Entre los más destacados, el de Marcó, conocido en tiempos de Rosas como café Argentino, mantuvo el prestigio adquirido cuando abrió sus puertas en 1804. Entonces por el esfuerzo de su propietario fundador don Pedro José Marcó fue el centro de atención de los varones más ilustres de la época. Y en 1843, La Gaceta Mercantil lo recuerda al anunciar el pedido de su propietario de un oficial para el obrador de la confitería y de un mozo para el mostrador de la botellía. Pero si desde su aparición en Buenos Aires en aquel lejano 1804, el café fue testigo de muchos e importantes acontecimientos políticos; en 1833, ya durante el segundo gobierno de Rosas, un hecho nuevo lo proyecta a la historia con caracteres líricos.

El acontecimiento, romántico, sensible a las emociones humanas, perfumado y colorido, señalaba a la posteridad los momentos felices que se vivían en la ciudad. Casi dulcemente se deslizaban aquellos días de 1836, cubiertos por el halo de un lento progreso y serenidad que no hacían presagiar los difíciles años de la década del 40. Hacia mayo de ese año se produce la reapertura de la Catedral por la finalización de las obras de reconstrucción. Hacia el final, en diciembre, el joven y animoso propietario del café Argentino, conocido como el café de Marcó o del Colegio, por encontrarse en la esquina del colegio de San Carlos —hoy Nacional Buenos Aires—(1), decidió expresar su amor a la ciudad y al llgar la Navidad organizó una serenata que recorrió los barrios, finalizando su periplo ante los balcones de la casa de Manuelita Rosas. Aquel joven se llamaba Francisco Munilla.

A las 12 de la noche del día 24 de diciembre, partió desde el local del café un piano de los llamados “perna de calzón”, montado sobre una carreta y acompañado de intérpretes de diversos instrumentos, entre los que se contaban clarinetes, pífanos, violines y guitarras, interpretados por casi 200 jóvenes. La recorrida se inició con la compañía de faroles que iluminaban los atriles en los que se posaban las piezas musicales. La improvisada orquesta terminó la serenata ofreciéndole un tierno final a Manuelita.

Una dulce esperanza llenó el corazón de las abuelas, las madres y las jóvenes que respiraron una noche aromada de felicidad y cariño. ¡Cuántas mujeres bendijeron la ternura que Francisco Munilla excitó en aquella noche!

El café de los Catalanes no fue de menor prestigio que el de Marcó en la ciudad puerto de Santa María. Durante varias décadas y hasta 1876 disputó, desde Catedral al Norte el privilegio de las visitas cotidianas de sus salones.

Tampoco podemos olvidar el café y confitería de Baldraco, que nos recuerda Alberdi en sus relatos de Figarillo. Había sido fundado por dos italianos, Víctor Furno y Gioconde Baldraco, en 1818. Está ubicado en la calle del Cabildo y ocupa uno de los cuartos del edificio tradicional. Pero su prestigio lo había adquirido, más que por la jerarquía de su salón, por la calidad de las confituras y licores que producían sus propietarios. Arsene Isabelle, viajero francés, en su relato Aspectos de Buenos Aires, recuerda que si bien los salones de las casas cafés eran espaciosos, los consideraba, en general, pasablemente malos. Opinión muy parcial, por cierto, pues otros europeos llegados al Río de la Plata tuvieron juicios ponderaticios para nuestros salones de cafés.

La población perteneciente a los estratos bajos de la sociedad, integrada, por lo general, por gauchos, artesanos, negros, carreteros, matarifes, frecuentaban las pulperías. Este negocio, tan antiguo como la ciudad misma —la primera de ellas aparece en los registros del Cabildo en 1600—, tanto servía para surtir a la población de productos alimenticios, para beber como para jugar. Era, en definitiva, el medio social de esparcimiento de los compadres de los arrabales de los gauchos o de los soldados. No siempre quedan nombres registrados de las pulperías, al modo de los cafés, y las que quedaron fueron testimonio literario, casi una ficción como la que nos dejó Héctor Pedro Blomberg en La pulpera de Santa Lucía. Pueden arrojarse, sin embargo, sobre el papel del recuerdo, algunos nombres; vaya si no, el nombre de La Paloma, la antigua y desaparecida pulpería del barrio de San Telmo, ubicada en la actual cortada Giufra y su intersección con Balcarce. A ella solía concurrir Echeverría en sus años mozos cuando sus travesuras juveniles lo convertían en payador conocido en los suburbios. A pesar de los pocos nombres que podemos aportar, la ciudad estaba poblada de pulperías y su crecido número servía como sustento a parte de la población. Buenos Aires era, al fin y al cabo, una ciudad comercial, orilleros y compadres que pululaban en los confines de la ciudad encontraban su esparcimiento en las pulperías; allí cantaban o escuchaban atentos coplas populares, como las que estudió Luis Soler Cañas (2), dedicadas, por lo general, al Restaurador.

No es engreído como algunos,

que apenas les dan un cargo

parecen unos marqueses

U eso que llaman fidalgo.

O esta otra, también exhumada por Soler Cañas, en la que se describe el diferente trato que ofrecía Rosas a los gauchos en relación con la de otros hombres:

Cuando un pobre les va a hablar

Le muestra una carusa,

Capaz de asustar al diablo

en figura de lechuza.

Los compadres y orilleros frecuentadores de las pulperías, en su mayoría trabajadores de los mataderos y saladeros de extramuros o habitantes de las quintas, merodeaban la ciudad encontrando en estos negocios el esparcimiento que la sociedad de entonces no les brindaba. Otra pulpería de cierto renombre fue la que tuvo el padre de Leandro N. Alem en la calle Federación (hoy avenida Rivadavia) a la altura de Pasco, pero cualquiera fuera, ya por el prestigio de su propietario o no, a ellas siempre concurrían hombres simples, fuertes y vigorosos. ¿Qué diferencia había entre estos mozos y los que participaron en la Revolución de Mayo? ¿No eran tan sencillos y guapos y provocadores como estos otros? Era un mismo temple y un mismo corazón. Sus cielitos y sus actitudes no eran diferentes a la de aquellos gauchos de las luchas de la Independencia, que cantaban coplas como ésta:

Allí va el cielo y más cielo

cielito de la alameda

si la Patria no me paga

me paso a la montonera.

El frecuentador de la pulpería era el hombre de sabiduría no libresca, intuitiva, que seguía los dictados del corazón. El hombre acostumbrado a la munificencia de la naturaleza en la grandiosidad de la pampa, ese gran misterio que lo acercaba, quizá sin saberlo él, hacia la idea de Dios. De ningún modo significa esto una manifestación de desprecio para lo científico; muy por el contrario, nos adscribimos a un permanente proceso de la ciencia y de la cultura; pero si ella no es apta para que el historiador comprenda los ínfimos resortes del alma, algo falla en el investigador. No puede silenciarse la experiencia inmediata de aquellos hombres que pasaron por la vida sin transitar los senderos de la educación o de la cultura.

Los cafés y, especialmente las pulperías, fueron las instituciones en las que aquellos seres realizaron una cultura natural, fueron las entidades donde los Fierro o los Vega, sintetizaron la sabiduría agreste pero llena de experiencias vitales no desdeñables por el historiador.

Entre las tantas pautas culturales que el criollo recibió del español, el pulsar el “changango”, guitarra más pequeña que la común —quizás herencia andaluza— sirvió para que cantara sus cuitas afectivas o sus reclamos de hombre no escuchado, y por qué no, también, su fervor patriótico exultante de pasión y de justicia. La reja de la pulpería fue un acercarse al vaso de “carlón” o a los naipes, para enjugar en el atardecer del desierto la magia y el misterio del azar.

Los hombres de simples costumbres, los orilleros, los compadres, los gauchos o los negros, integraron las huestes de los desconocidos para quienes debe haber una comprensión histórica y un recuerdo; probablemente esta nota nos ayude a desarrollar la imaginación y memorar con el juicio de Walt Whitman a “los infinitos héroes desconocidos, que valen tanto como los grandes héroes de la historia”, porque ellos también —agregamos nosotros— forjan junto a los próceres, con sangre y con sudor, la grandeza de los pueblos.

(1) Esquina noroeste de Alsina Bolívar.

(2) Soler Cañas, Luis. Negros, gauchos y compadres en el cancionero de la federación (1830-1848) en Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, N° 19, Año 1959, Bs. As.