REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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Con el diario Mayoría del miércoles 20 de noviembre de 1974, se publicó un suplemento de 80 págs. con motivo de la proclamación oficial del "Día de la Soberanía", de la sanción de la ley nacional 20768/74 disponiendo la repatriación de los restos de Juan Manuel de Rosas y de la ley sancionada por la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires, derogando la ley 139 del 28 de julio de 1857.
En dicho suplemento se han publicado artículos de diversos escritores e historiadores, que incluímos en este Blog.
Nacionalidad desagravia
por Francisco Hipólito Uzal
Sí, es un derecho del prócer descansar por fin en el seno de la Patria, pero antes es un derecho de la Patria custodiar en su seno los despojos mortales del prócer
Es bueno aclarar, sin embargo,
que nunca perturbó el espíritu del Restaurador ni del país, siquiera sea la
sombra de una intención expansiva de conquista territorial. En la mente del
gobernante todo se conjugó partiendo de la idea de la más absoluta legitimidad
conceptual y de una rígida rectitud de conducta. Soñó con la grandeza nacional,
pero en base a un casi místico respeto por el derecho de los demás, para
merecer el respeto que siempre supo exigir para el propio derecho.
Alentó en sus vigilias fecundas
la impronta de la Patria Grande, ambicionando reagrupar en un haz común a las
provincias dispersas, que en sucesivos desmembramientos habían ido mutilando la
originaria unión. Pero con intuición de estadista genial, comprendió que ello
se haría “a su tiempo y armoniosamente”, sin violentar el ritmo de la historia,
ya que se trataba de consagrar la restauración de la vieja heredad y aspiraba a
lograrlo con el consenso de todos. Para ello, como imprescindible etapa previa,
aplicóse primero a darle férrea cohesión a lo que había quedado, salvándolo de
la anarquía.
Esa fue la trascendental obra de
arte de su genio político, en un proceso de elaboración incesante en que, a
través de veinte años de gobierno y de luchas sin tregua, ha legado a la
posteridad una vigorosa conciencia nacional en millares de cartas y decretos;
en su persuasivo intercambio de ideas con los caudillos del interior, donde la
prudencia, el afecto y la energía se emplean alternativamente al servicio del
alto propósito; en los admirables pactos, las alianzas, los tratados interprovinciales, que tanto acercaron
espiritualmente, que contribuyeron a estrechar vínculos, hasta transformar al peligroso
desorden heredado a raíz del asesinato de Dorrego, en una nación homogénea y
fuerte, respetada hasta por los poderosos de la Tierra.
Ese aspecto de la monumental obra
de Rosas se salvó del naufragio, a pesar de los promotores de Caseros. Interprétese
allí la frustración parcial del propósito de los “vencedores” que se traían en
las alforjas un americano “reparto de Polonia”, en proyectos de virtual
balcanización de nuestra dimensión territorial. Lo otro sí, el ensueño de la
Patria Grande, hubo de aventarse quién sabe por cuánto tiempo, hasta que una
rediviva toma de conciencia nos una nuevamente a los hijos de la vieja heredad
originaria.
La unidad de lo que somos la
debemos, fundamentalmente, a la obra tesonera del prócer de la soberanía. Nuestra
temporaria frustración —hasta hoy— por la grandeza pergeñada por Rosas, debe
imputarse al sacrilegio de quienes lo derrocaron en 1852.
La inteligente táctica de los
usufructuarios de Caseros, desplegada sistemáticamente durante un siglo y medio
desde la escuela pública, el periodismo, el libro, la conferencia, etc., en
flagrante defraudación a la buena fe del país cometida en escala ciclópea, fue
cargar sobre las anchas espaldas de Rosas el ludibrio, la infamia, la absoluta
proscripción ante la posteridad, la muerte civil. No nos engañemos, sin
embargo: no hay nadie capaz de tanto odio, desde los más inmediatos enemigos
hasta los últimos focos de contumacia que todavía subsisten, a pesar de las
pruebas. Este no ha sido ni es un problema de odios, sino de defensa propia, de
desesperada defensa. Porque si Rosas hizo todo lo que hoy sabemos que hizo; si
Rosas es todo lo que hoy se sabe que es, el interrogante lógico se impone: ¿qué
hicieron y qué son los otros? La conclusión es obvia.
El Congreso de la Nación acaba de
sancionar un proyecto que lo honra, relativo a la repatriación de los restos
del prócer, sobre la base de un magnifico texto original del senador Cornejo
Linares, ulteriormente mutilado por la presión del irredento liberalismo.
Puntualicemos, con la significación trascendente del acontecimiento, una
diferencia que para nosotros es fundamental: hemos leído y oído, en comentarios
derivados de la aprobación de la ley, que es un derecho natural inherente a
cualquier argentino, que sus restos mortales descansen en la tierra que lo vio
nacer. Nadie discute eso. Pero ante todo, aquí no se trata de cualquier
argentino, sino del prócer de la gloriosa epopeya del Paraná, del conductor que
con energía y coraje dio un tremendo escarmiento, en nuestros ríos, a dos
grandes potencias agresoras, demostrando con ello, como dijera entusiasmado el
Libertador, “que los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo
que abrir la boca”. Se trata del grande americano, que en su firme defensa de
la soberanía nacional, vengó al continente entero de cien humillaciones
sufridas en distintas latitudes, por obra de representantes armados de las
potencias de Europa.
Pero —y a esto queríamos llegar— se
trata de algo más importante que el argentino Juan Manuel de Rosas; de algo
superior aun al prócer de la soberanía que es don Juan Manuel de Rosas, Rosas
tiene derecho —nadie lo niega— a que sus huesos reposen, por fin, en la Patria
de sus amores. Pero antes que todo eso, es la Nación argentina, la entidad
suprema, la que tiene derecho, y lo reclama, a que el defensor porfiado de su
soberanía descanse bajo su suelo. A integrarlo consigo. Es el derecho de la
Patria agradecida, a custodiar por siempre los despojos mortales de uno de sus
hijos dilectos.
Y como síntesis final, después de un siglo y medio de omisiones culpables, de falsedades y supercherías, es la nacionalidad, que se despierta desagraviada.