viernes, 10 de junio de 2022

Revolución de Mayo - Cornelio Saavedra

 REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.

En la revista El Tradicional  N° 95 de mayo-junio de 2010, se publicó un interesante artículo sobre Cornelio Saavedra.




Bicentenario

Cornelio Saavedra y la impronta militar de la Revolución de Mayo 

por Ismael Pozzi Albornoz (Magister en Historia de la Guerra)

 

Revolución de Mayo
Cornelio Saavedra

EI martes 31 de marzo de 1829 los habitantes de Buenos Aires conocieron que dos días antes había dejado de existir quien fuera principal protagonista de los sucesos de Mayo de 1810. En su edición de aquella fecha “El Tiempo” publicó este escueto suelto: “A las ocho de la noche del domingo murió repentinamente el brigadier general Cornelio de Saavedra. Los buenos patriotas deben sentir su pérdida, por los servicios que aquel ciudadano ha prestado al país”. Así, en apenas tres líneas, se anoticiaba el final de uno de los prohombres de nuestra nacionalidad. Ningún acto oficial hubo ni tampoco rendición de honores, pues por entonces los asesinos de Manuel Dorrego usurpaban el poder y su política era una continuación ideológica de la que, a su tiempo, había inaugurado Mariano Moreno, visceral enemigo del difunto que había truncado su alocado proyecto político de una transformación sangrienta como el mismo Saavedra, en carta del 15 de enero de 1811 a Feliciano Chiclana, lo ratifica con estas palabras “...el sistema robespierrano que se ha querido adoptar en ésta, y la imitación de la Revolución Francesa que se intentaba tener como molde, gracias a Dios ha desaparecido” no obstante, aquella conducta jacobina alcanzó para cobrarse la vida de Santiago de Liniers y sus compañeros. Por lo demás, el silencio ominoso frente al óbito del ejemplar patriota obedecía también a que se buscaba desdibujar en los relatos de los sucesos de 1810 la fundamental intervención que en ellos tuvo el estamento militar encarnado por Saavedra, sosteniendo que dicho proceso fue obra de un grupo intelectual imbuido por aquel ideario y que su protagonismo operó: como un verdadero acicate del mismo. Y esto, conviene reiterarlo, fue lo que más tarde la historia liberal impuso como paradigma de enseñanza, partiendo del parcial relato de los hechos que Bartolomé Mitre plasmó en sus libros (“Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina”), prolijamente distorsionado más tarde por Vicente Fidel López en los suyos (“Evocaciones Históricas”) y definitivamente canonizado, a partir de 1893, en los “manuales” de estudio escritos por Alfredo Bartolomé Grosso. De tal suerte la fabulación sustituyó a la verdad en una progresión de mentiras, que iba desde la jocosa de los paraguas en aquel día “que amaneció gris y lluvioso”, a la voluntariosa de las “cintas celestes y blancas” repartidas por French y Beruti, para concluir con la dañosa que exaltaba como motor revolucionario, y cito a Mitre, “...al pueblo de la plaza pública, que no discute pero que marcha en columna cerrada apoyando y a veces iniciando por instinto los grandes movimientos que deciden de sus destinos”. Felizmente, todos esos macaneos no quedaron impunes y tuvieron su oportuna rectificación a partir de investigaciones serias y responsables realizadas por figuras señeras como Gustavo Martínez Zuviría con su inigualable “Año X” y Roberto H. Marfany con la saga iniciada por “La Semana de Mayo. Diario de un testigo” y concluida con “Episodios de la Revolución de Mayo”. En la línea de pensamiento de esos verdaderos maestros realizamos hoy este modesto aporte.

Un potosino notable

Pero volviendo a lo anunciado en “El Tiempo” ¡quién era ese al que “los buenos patriotas” debían llorar como una pérdida? Una rápida semblanza lo señala como oriundo de Potosí, más precisamente de Santa Ana de Otuyo, en cuya iglesia recibió las aguas bautismales el 20 de febrero de 1761. Seis años después sus padres, don Santiago Saavedra y doña Teresa Rodríguez, resolvieron afincarse en Buenos Aires trayendo con ellos al pequeño Cornelio Judas Tadeo. Iniciado en las primeras letras, posiblemente por un maestro particular, se matriculó luego en el Real Convictorio Carolino distinguiéndose en los cursos de Filosofía que lo acercaron al pensamiento de los clásicos y a la sana doctrina de la Iglesia, leyendo a sus autores en un latín fluido. En cuanto a su personalidad, los estudios grafológicos realizados por el profesor Enrique Mosquera, analizando científicamente manuscritos originales del prócer, permiten concluir que Saavedra fue hombre sumamente reservado, cauteloso y prudente. Rígido en la emisión de juicios y respetuoso, en todo momento, de su sentido del honor y del deber. Dueño de un perfil signado por la precisión de ideas y conceptos, resultó idóneo en la organización de tareas, por ser meticuloso incluso en los menores detalles. Cerebralmente activo, con una propensión al aislamiento y cierta tendencia a imponer su criterio, era en extremo disciplinado y no se apartaba de sus principios, llegando incluso en esto hasta la intransigencia. Justamente ese perfil le ganó pronto el respeto y la confianza de sus contemporáneos, que no dudaron en promoverlo a importantes tareas de responsabilidad en la administración de la cosa pública, ocasión en la que, dice Enrique Ruiz Guiñazú, “...cumpliendo su cargo de procurador y alcalde se atuvo a las enseñanzas cristianas de los escritos de San Agustín y de Santo Tomás, que venían a su memoria frecuentemente por su gran saber teológico”. Pero no fue solo en el medio civil donde destacó su figura pues, a imperio de las circunstancias, Saavedra se hizo militar y quedó al frente de una emblemática unidad de infantería: la Legión de Patricios Voluntarios Urbanos, relatando que ellos “...me proclamaron por su primer jefe y comandante”. El antiguo edil y comerciante devino así en soldado, y pronto los acontecimientos convertiría a ese ámbito castrense en el campo donde desarrollaría una intensa y eficaz acción política. En lo inmediato, se consagró por entero a la organización del flamante Cuerpo, que en la primera revista pudo exhibir alistadas en sus tres batallones 22 compañías, todas perfectamente uniformadas y provistas del respectivo armamento; pero además congregando a su alrededor a un grupo de noveles oficiales cuyo protagonismo cobraría dimensión con el paso del tiempo, pues en esa forja se templaron, entre otros, el sargento mayor Manuel Belgrano y los capitanes Feliciano Chiclana, Juan José Viamonte, Antonio Luis Beruti y Eustaquio Díaz Vélez.

Revolución de Mayo

El estamento militar

Derrotada en 1806 la primera intentona británica para apoderarse de estas tierras la inminencia de una nueva agresión llevó a que Liniers lanzara su proclama del 6 de septiembre convocando a los vecinos de Buenos Aires para que —decía— “...uniendo vuestra voluntad a mis deseos, vengáis a dar el más constante testimonio de vuestra lealtad y patriotismo reuniéndoos en Cuerpos separados y por provincias, y alistando vuestro nombre para la defensa sucesiva del suelo que poco hace habéis reconquistado”. La trascendencia de la misma fue señalada por el Dr. Carlos Alberto Pueyrredón, al sostener que tal Proclama ”...constituye la partida oficial de nacimiento de nuestro glorioso Ejército Nacional [pues] todos concurrieron con puntualidad al llamado y en cuanto se organizaron con sus uniformes y armamento marchaban en correcta formación a las iglesias para la bendición de sus banderas... Con ese espíritu patriótico no es de extrañar el fracaso de la nueva expedición llegada al mando del teniente general Whitelocke en 1807...que tuvo repercusión inmensa, y constituye una de las grandes etapas de la vida de nuestra Nación... Pues sin esto no habría habido Revolución de Mayo, sin Revolución de Mayo no habría habido Independencia, sin Independencia no habría habido Patria, y sin Patria seríamos una factoría”.

En la cronología de los hechos, le siguió una Orden hecha pública el martes 9 de septiembre donde se fijaba un cronograma para los voluntarios. En ella Liniers les recordaba que “Uno de los deberes más sagrados del hombre es la defensa de la patria que lo alimenta” y que los habitantes de Buenos Aires habían dado siempre “…las más relevantes pruebas de que conocen y saben cumplir con exactitud esta preciosa obligación”, y deseando verlos ahora “...alistados y condecorados con el glorioso título de Soldados de la Patria” les pedía que concurrieran a la Real Fortaleza en los días que a ese efecto les designaba “...a fin de arreglar sus batallones y compañías, nombrando los Comandantes y sus segundos, los Capitanes y sus Tenientes a voluntad de los mismos Cuerpos”. Admonitoriamente, concluía “Ninguna persona en estado de tomar las armas dejará de asistir sin justa causa a la citada reunión, so pena de ser tenida por sospechosa y notada de incivismo, quedando en tal caso sujetos a los cargos que deban hacérseles”.

Al respecto, sostiene Ricardo Zorraquín Becú que “Los batallones criollos estaban compuestos por jóvenes de todas las clases sociales, reunidos por un común sentimiento patriótico que los impulsaba a defender su tierra de los enemigos exteriores. Sus jefes, elegidos por ellos mismos, pertenecían también según sus respectivas categorías a todos los sectores de la población... Sin embargo, la vida común fue creando entre todos ellos una especie de conciencia de clase que los apartó progresivamente de su pertenencia a las demás”. Esta observación es exacta, porque al elegir voluntariamente esos ciudadanos hacer vida de cuartel, subordinándose a una disciplina castrense, terminaron por configurar una nueva élite con códigos propios, donde la adhesión sin retaceos a ideales comunes y un respeto absoluto por el honor empeñado marcaban la diferencia; hermanando a sus miembros en una férrea fraternidad cuyos pilares descansaban en la lealtad y camaradería. Esto se hizo tan notorio que terminó por despertar la suspicacia de otros factores de poder, las denominadas “viejas categorías”, que no tardaron en descalificar a quienes ahora veían como un peligroso adversario para sus propios intereses, apelando a todo tipo de crítica incluso las más peyorativas. Ubicados en la época comprenderíamos mejor la enorme valoración que se daba al sentido de pertenencia social y cómo ciertos sectores rechazaban que un individuo cumpliera un rol para el cual, según esos rígidos patrones imperantes, no estaba capacitado por su origen. En el caso concreto del militar, esa condición se heredaba o, excepcionalmente, se ganaba por privilegio real; de allí que en el nuevo Ejército creado por Liniers el orden de cosas se había alterado radicalmente, al quedar desplazados de la conducción los antiguos jefes veteranos españoles y muy desprestigiada sus tropas por el deslucido cuando no inepto papel desempeñado durante 1806 y 1807. En contraposición, esas funciones habían recaído en un núcleo de oficiales caracterizados por dos notas relevantes: eran recién llegados a la milicia y, dato clave, mayoritariamente americanos. De allí el protagonismo que cobraron Saavedra, porque estando al frente de la Unidad con mayor poder de fuego abroqueló a su alrededor al resto de los comandantes de Cuerpos, y ese núcleo militar que comenzó a interesarse por todo lo que acontecía en esa caja de resonancia que era la capital virreinal conservando, de paso, el monopolio de la fuerza tal como lo demostrara el 1° de enero de 1809 haciendo fracasar la asonada que lideró el alcalde Martín de Álzaga pretendiendo destituir al virrey Liniers.

Revolución de Mayo
El primer Gobierno Patrio

El complejo marco internacional que se vivía en el Viejo Mundo, donde por primera vez los ejércitos napoleónicos se enfrentaban a una verdadera resistencia popular en la Península seguido de la proclamación del fugaz José I como monarca, que provocó la constitución de una Junta Central Gubernativa a nombre de Fernando VII con asiento en Sevilla, dejaría sentir su influencia en el Río de la Plata. Sobre todo, al conocerse un decreto emanado del organismo metropolitano elevando a las colonias a categoría de “provincias de ultramar” y reconociendo a sus habitantes como “iguales a los peninsulares y con derecho a participar en el gobierno central por medio de sus diputados”; también, cuando poco después se supo que otorgándole a Liniers un título condal se lo reemplazaba por un valiente y prestigioso marino: don Baltasar Hidalgo de Cisneros. La llegada del nuevo virrey a Buenos Aires fue aplaudida por el partido españolista pero tomada con mucha prevención por los criollos, actitud que mudó a total desconfianza cuando Cisneros, invocando razones presupuestarias, ordenó en septiembre de 1809 una profunda reforma militar que en verdad apuntaba a disminuir el poder de fuego de las unidades americanas: los “Patricios” se transformaron en el Batallón 1 y 2, los “Arribeños” en el N° 3, los “Andaluces” en el N° 5, el de “Indios, Pardos y Morenos” quedó convertido en el de Castas y los “Granaderos del Señor Liniers” en los “de Fernando VII”; en cuanto a los escuadrones de caballería de cuatro fueron reducidos a uno, porque los antiguos “Húsares de Pueyrredón” mutaron en los “del Rey”; y finalmente los “Patriotas de la Unión” devinieron en “Artillería Volante”. Fue a partir de esta medida que otro clima comenzó a percibirse, polarizándose las opiniones acerca de la legitimidad del mando en cabeza del virrey, pero siendo notorio que ningún cambio, y mucho más de orden político, podría operarse sin el respaldo de las tropas. En referencia a todo esto, y años después, Saavedra expresó en una “Solicitada” aparecida en “La Gaceta Mercantil” del 25 de mayo de 1826 que “La Revolución la prepararon gradualmente los sucesos de Europa. Los patriotas en ésta nada podían realizar sin contar con mi influjo y el de los jefes militares que teníamos armas en la mano. Cuando llegó el momento de sazón di los pasos para verificarla con toda la circunspección y energía que es sabida por notoriedad, y el voto público lo acreditó en destinos que me colocó, presidiendo el país, pues afortunadamente viven muchos de aquellos días; [y] el que se atreva a desmentir esta aserción, preséntese”. Y, a mayor abundamiento, sostiene en sus “Memorias” que “a la ambición de Napoleón y a la de los ingleses de querer ser señores de esta América se debe atribuir la Revolución de Mayo de 1810”, poniendo especial énfasis en esta última causa, porque —remarca— de no haberse rechazado a los británicos en sus dos ataques “...si hubieran triunfado de nosotros, si se hubieran hecho dueños de Buenos Aires ¿qué sería de la causa de la Patria, dónde estaría su libertad e independencia?... Sí, a esos sucesos es que debemos radicalmente atribuir el origen de nuestra Revolución, y no a algunos presumidos de sabios y doctores que en las reuniones de café y sobre las carpetas hablaban de ella, mas no se decidieron hasta que nos vieron a mis compañeros y a mí mismo con las armas en las manos resueltos a verificarla”.

Con relación a esos ideólogos “de café”, un contemporáneo de los sucesos y actor de los mismo, el doctor Tomás Manuel de Anchorena en carta a su primo Juan Manuel de Rosas, fechada el 4 de diciembre de 1845, le expone la ninguna influencia ideológica que en la Revolución tuvo el pensamiento de los iluministas franceses, concretamente Juan Jacobo Rousseau, de cuyo “Contrato Social” -“ traducido al castellano por el famoso señor don Mariano Moreno”- es totalmente crítico pues afirma que su contenido solo podía “...servir para disolver los pueblos y formarse de ellos grandes conjuntos de locos furiosos y bribones”. Incluso, el mismo Rosas con ocasión de un nuevo aniversario de la fecha patria, el 25 de Mayo de 1836, expresó en su discurso que la Revolución “...no se hizo para introducir anarquía sino para preservarnos de la anarquía y para no ser arrastrados al abismo de males en que se hallaba sumida la misma España. Pero ¿quién lo hubiera creído?, un acto tan heroico de generosidad y de patriotismo, no menos que de lealtad y fidelidad a la Nación española fue interpretado en algunos malignamente como una rebelión disfrazada por los que debieron haber abocado su admiración y gratitud para corresponderlo dignamente”.

Yendo ahora a los sucesos puntuales de aquella trascendental semana culminada el día 25, luego de conocido aquí por los periódicos llegados de Europa, que ocupada por los franceses prácticamente toda España la Junta Central se había disuelto formándose en su lugar un denominado Consejo de Regencia, integrado por unos pocos miembros, esa novedad conmovió de tal manera los espíritus que inteligentemente, Cisneros decidió adelantarse a los acontecimientos para liderarlos y evitar una crisis mayor. Comenzó por hacer pública la difícil situación en que se encontraba la metrópoli, a través de una proclama aparecida el 18 en donde descontando “...toda la amargura que debe produciros su inexcusable conocimiento” alertaba al pueblo en contra “...de aquellos genios inquietos y malignos que os procuran inspirar celos y desconfianza recíproca contra los que os gobiernan”, de los que aconsejaba “...huid como de áspides, los más venenosos”, e invocando “...los sagrados derechos de nuestro amado Monarca” instaba a todos a que respetaran el orden establecido. Pero sabía muy bien que la clave de todo exigía conocer qué pensaban los jefes militares, y para ello los convocó a su despacho en la noche del 20 de mayo. Nuevamente es Saavedra quien nos relata lo acontecido en esa significativa reunión, que comenzó cuando el virrey inquirió “...si están resueltos a sostenerme en el mando como lo hicieron el año de 1809 con Liniers o no”. A lo que el jefe de los “Patricios” respondió “Señor, son muy diversas las épocas del 1 de enero de 1809 y la de mayo de 1810 en que nos hallamos. En aquella época existía la España aunque ya invadida por Napoleón; en ésta toda ella, todas sus provincias y plazas están subyugadas por aquel conquistador, excepto solo Cádiz y la Isla de León, como nos aseguran las gacetas que acaban de venir y V. E. en su proclama de ayer. ¿Y qué, Señor? ¿Cádiz y la Isla de León son España? ¿Este territorio inmenso, sus millones de habitantes, han de reconocer soberanía en los comerciantes de Cádiz y en los pescadores de la isla de León? ¿Los derechos de la Corona de Castilla a que se incorporaron las Américas han recaído en Cádiz y la Isla de León que son parte de una de las provincias de Andalucía? No, Señor; no queremos seguir la suerte de España y ser dominados por los franceses; hemos resuelto reasumir nuestros derechos y conservarnos por nosotros mismos. El que a V. E. dio autoridad para mandarnos ya no existe; por consiguiente tampoco V. E. la tiene ya, así que no cuente con las fuerzas de mi mando para sostenerse en ella”.

Pensamos que en esa noche, y merced a tal decisión de los mandos criollos, se selló la suerte del poder español en esta parte de América, porque los sucesos consiguientes sólo reforzaron la tesitura enunciada por Saavedra hasta darle el reconocimiento legal con la proclamación de la Junta Provisional Gubernativa, previo su fundamentación jurídica en los importantes debates del Cabildo abierto del día 22. Nuestra aseveración no hace sino recoger el parecer que por entonces se difundió internacionalmente, y de lo que da prueba, por ejemplo, el N° 240 de un periódico francés, la “Gaceta Nacional o Monitor Universal”, que en su edición del 28 de agosto de 1810 publicó con referencia a los sucesos porteños “... Hombres ilustres de este país, anticipándose a los acontecimientos, habían reflexionado largamente en las medidas que convendría tomar cuando recibieran de Europa noticias que los autorizaran a reclamar el ejercicio de sus derechos... Como los autores de este proyecto tenían a su lado a los militares, a varios jefes de Regimiento y como tomaron una actitud activa, el Virrey se vio obligado a ceder... el 25 [de mayo] se procedió a una nueva elección y se nombró a siete miembros (sic) que formaron la Junta provisoria, cuya presidencia fue confiada a don Cornelio Saavedra, hombre muy popular y que es jefe de un Cuerpo compuesto por nativos de Buenos aires, llamado Cuerpo de Patricios. Esta última elección ha conformado a todo el mundo, y como el Virrey quedó despojado de toda su autoridad, la Junta empezó enseguida a ejercer sus funciones”. Nadie mejor que el mismo Cisneros para corroborarlo y al respecto, en un informe reservado a la Corte, señaló que el 22 de mayo, día del célebre Cabildo abierto, habiendo dado orden que en cada boca calle de la plaza se apostaran efectivos para impedir el ingreso de todos los que no exhibieran la invitación oficial “...las tropas y sus oficiales hacían lo que sus comandantes les prevenían secretamente... negaban el paso a los vecinos honrados y lo franqueaban a los de la confabulación, tenían algunos oficiales copias de esquelas de convite sin nombre y con ellas introducían a la casa del Ayuntamiento a sujetos no citados por el Cabildo...”, frustrando así su jugada tendiente a contar en el recinto con un número suficiente de votos capaz de impedir el menor cambio político.

Y cuando el 23 se anunció la caducidad de la autoridad del Virrey proclamándose una Junta que formada por dos criollos y dos españoles presidía el mismo Cisneros con retención de la Comandancia de Armas, la reacción fue incontenible. Confesando sin ambages el español que encontrándose exaltados en los cuarteles “oficiales y paisanos” esa actitud tornaba su autoridad “precaria y aparente”, quedando la misma “…pendiente de la voluntad de los Comandantes, quienes en la misma noche anduvieron por sus respectivos cuarteles juntando a viva diligencia firmas de sus oficiales, sargentos y cabos, para pedir con este aparato mi entera separación a nombre del pueblo”. En efecto, ese documento existió y se conserva. Dirigido al Cabildo lo rubricaron 401 firmas, de las que 95 son de civiles y 16 de sacerdotes pues todas las restantes corresponden a militares alistados en las diferentes Unidades criollas.

En esa verdadera acta fundacional de nuestra nacionalidad se expone que “Los vecinos, Comandantes y oficiales de los Cuerpos voluntarios de esta capital de Buenos Aires que abajo firmamos por nosotros y a nombre del Pueblo hacemos presente que hemos llevado a entender que la voluntad de este resiste la Junta y vocales que V. E. se sirvió erigir y publicar a consecuencia de las facultades conferidas a este excelentísimo Congreso en el cabildo abierto del 22 del corriente, y porque pudiendo el Pueblo como lo hace reasumir la autoridad y facultades que había conferido en uso de ella, y mediante la renuncia que ha hecho el señor Presidente nombrado y demás vocales, revoca y da como de ningún valor la Junta erigida y anunciada en el bando de ayer veinticuatro del presente; y quiere que V. E. proceda a manifestar por medio de otro bando público la nueva elección de vocales que hace de la Junta de Gobierno que ha de regir y gobernar compuesta de los señores Don Cornelio Saavedra para Presidente de dicha Junta de Gobierno y Comandante General de Armas, Dr. D. Juan José Castelli, Dr. D. Manuel Belgrano, D. Miguel Azcuénaga, Dr. D. Manuel Alberti, D. Domingo Matheu y D. Juan Larrea, y para Secretarios al Dr. D. Juan José Paso y Dr. D. Mariano Moreno; entendiéndose esta elección bajo la expresa y precisa condición de que instalada la Junta se ha de publicar en el término de quince días una expedición de quinientos hombres para auxiliar las Provincias Interiores del Reino... porque esta es la manifiesta voluntad del Pueblo lo hacemos presente a V. E a los fines expresados. Buenos Aires, veinticinco de mayo de mil ochocientos diez años”.

Aunque la contundencia de este texto prueba que la Revolución tuvo en Saavedra -como cabeza militar visible- a su verdadero numen y gestor, a poco otros pretendieron hacerse con tal mérito; llevando a que aquel reflexionara sobre ello y se sincerara en carta a su amigo Viamonte con un relato que permite tener un cabal conocimiento de lo verdaderamente acontecido. Así, en esa singular misiva, le escribe “...es verdad que Peña, Vieytes y otros querían de antemano hacer la Revolución, esto es desde el 1° de enero de 1809 y que yo me opuse porque no [lo] consideraba tiempo oportuno. Es verdad que ellos y otros, incluso Castelli, hablaron mucho de esto antes que yo, pero también lo es que ninguno se atrevió a dar la cara en lo público, aun cuando yo les decía que lo hiciesen y que aseguraba no hacer oposición a nada. En sus tertulias hablaban, trataban planes y disponían; más personarse para realizar lo mismo que aconsejaban o querían ¿quién lo hizo? ¿Se acuerda Usted cuántas veces me tocó [atender] estos negocios movidos por estos hombres? ¿Se acuerda usted que mi respuesta fue siempre que no es tiempo, y que lo que se hace fuera de él no sale bien? ¿Se acuerda usted que cuando el 20 de Mayo me llamó de San Isidro mostrándome los papeles públicos y proclamas que el mismo Cisneros dio a luz; dije a Usted ya es tiempo y manos a la obra? ¿Quién desde aquel momento dio más la cara que yo? ¿Quién movió al Cabildo para que se hiciese Cabildo Abierto, en que se oyese al pueblo? ¿Quién habló al virrey Cisneros con tal carácter y firmeza que en aquella época se requería sino yo? ¿Quién ...pero para que me canso en recordar hechos con un sujeto que es testigo presencial de todos ellos? ...No tenga Vuestra merced reparo en hacer correr esta carta; le suplico la lea a todos los oficiales pues de nada de cuánto digo me retracto ni arrepiento”. Ciertamente nunca podría Saavedra haberse arrepentido de ser el precursor de nuestra libertad, ni tampoco de haber presidido el primer gobierno patrio surgido de la gloriosa Revolución cuya innegable impronta castrense quedó marcada en cada una de las jornadas vividas durante esa inmortal semana de Mayo.

Colofón

Concluyo convencido de aportar con estas líneas un enfoque veraz acerca de los orígenes del magno acontecimiento cuyo Bicentenario celebramos, reivindicando el esencial protagonismo que en 1810 tuvieron los Cuerpos militares existentes y, en particular, la figura del brigadier general Cornelio de Saavedra. Esa certeza nace a sabiendas que la Historia opera siempre como eficaz herramienta de esclarecimiento y justicia vindicativa a condición de enfocarla con una perspectiva ética, cuya premisa enunció su santidad León XIII, de feliz memoria, cuando proclamó “La primera ley de la Historia es no atreverse a mentir, la segunda, no temer decir la verdad”.