REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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Con el diario Mayoría del miércoles 20 de noviembre de 1974, se publicó un suplemento de 80 págs. con motivo de la proclamación oficial del "Día de la Soberanía", de la sanción de la ley nacional 20768/74 disponiendo la repatriación de los restos de Juan Manuel de Rosas y de la ley sancionada por la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires, derogando la ley 139 del 28 de julio de 1857.
En dicho suplemento se han publicado artículos de diversos escritores e historiadores, que incluímos en este Blog.
por Marcos Merchensky
Durante la colonia y tras la Revolución
de Mayo, las pautas de la problemática económica, más o menos resueltas en la
doctrina y enfocadas en la acción, se dan en el cuadro del conflicto entre la
industria artesanal, fundamentalmente del interior, y la actividad pecuaria de
la llanura bonaerense y el litoral. Aquélla es proteccionista porque no resiste
la competencia extranjera: ésta es librecambista porque necesita mercados para
colocarse. El problema queda atado igualmente al de los recursos que para
entonces eran fundamentalmente los derechos sobre la importación y la
exportación. Las aduanas interiores suplen la falta de otros recursos en unos
estados provinciales muy pobres que no tenían otra cosa que gravar, sino el
comercio.
El eje de la disputa es siempre
la aduana, los aranceles mayores o menores, los derechos a la exportación, la
competencia entre los puertos de Buenos Aires, Montevideo y los interiores, la
ganadería y los saladeros de Buenos Aires, el litoral y la Banda Oriental. De
ahí derivan las guerras civiles, la secesión del Uruguay, el Alto Perú y el
Paraguay, la guerra de la Triple Alianza y la tentativa de la República del
Plata; en fin, toda nuestra historia, moviéndose entre intereses contrapuestos
que procuran integrarse y lo logran por periodos, más o menos extensos, a
partir de la Ley de Aduanas de 1835, de la llamada Organización Nacional y de
la federalización de Buenos Aires, pero que asume una y otra vez formas conflictuales,
mientras no se resuelve el problema de integrar la Nación.
Don José María Rojas y Patrón
elabora, como ministro de Rosas, las leyes de aduanas y de confiscación de
bienes. Por la primera, daba las bases materiales para la unidad nacional; por
la segunda, se arbitraban recursos para la defensa nacional ante el ataque
extranjero y sus aliados locales.
Pocos años antes y con motivo de
las tratativas conducentes a elaborar y aplicar el Pacto Federal de 1831, Rojas
y Patrón, delegado de Rosas, no había aceptado las exigencias del correntino
Pedro Ferré: “Prohibición absoluta de importar algunos artículos que produce el
país, habilitación de otros puertos más que el de Buenos Aires” y aplicación de
las rentas de aduana a las necesidades nacionales (defensa, relaciones exteriores,
pago de una administración independiente, etc.).
En la polémica Rojas-Ferré se dan
de una vez para siempre las características de nuestra lucha nacional. La Ley
de Aduanas de 1835 resulta ser el punto de integración posible en ese tiempo y
esa circunstancia nacional.
Con el advenimiento de Rosas al
poder, en la provincia de Buenos Aires, no quedaba agotada la voluntad de los
pueblos del interior de constituir la Nación. En esta apetencia queda imbricada
la cuestión de la aduana, la protección de la industria y la necesidad de
solventar los gastos comunes de la defensa contra el enemigo exterior. López,
Ferré, Quiroga, reclamaban el cumplimiento de los pactos; todo esto dio origen
a una nutrida correspondencia en la que Rosas expone sus puntos de vista. Su
carta de la hacienda de Figueroa a Quiroga fue considerada por Rosas como el
texto suficiente y acabado de su doctrina; tanto que la publicó una y otra vez,
en cada oportunidad en que se insistió sobre el tema. Escrita para completar
las “instrucciones” a Quiroga en ocasión de su viaje al norte, a cuyo regreso
sería asesinado, se hace fuerte en dos puntos: el Estado debía constituirse
sobre el sistema federal; el país no estaba en condiciones de constituir la
República Federativa; en consecuencia, había que cumplir una larga y cuidadosa
labor de ordenamiento que permitiera funcionar a la Confederación de Estados.
La alternativa era: o la dictadura unitaria, o la anarquía. Rosas no perdió
oportunidad de volver sobre el tema, sin introducir variante alguna a su
escrito de diciembre de 1834. Mandó publicarla por última vez, en oportunidad
del Pronunciamiento de Urquiza.
Su manera de entender la
Constitución se da en la búsqueda de la síntesis nacional y se expresa en la
Ley de Aduanas de 1835, destinada a regir en 1836 y que a partir de entonces
tuvo suerte varia. (Los conflictos exteriores determinaron que fuera necesario no
detener la importación, trabada por los sucesivos bloqueos, sino fomentarla.)
Al proteger la industria, Rosas
aceptaba la tesis de Ferré, apoyándose en una realidad concreta: la amenaza de
la guerra exterior hacía necesario avanzar hacia un cierto grado de independencia
económica.
Las necesidades de la guerra
condujeron a Rosas a integrar el círculo de la unidad nacional. Las provincias
de Cuyo del N.E. mantenían un fluido intercambio con Chile que provocaba la
salida de la plata a través de la Cordillera. Hacia 1842 todas esas provincias
impusieron un gravamen del 25 por ciento sobre las importaciones procedentes de
Chile. De esta manera el comercio de Salta, Jujuy, Catamarca, La Rioja, Tucumán
San Juan y Mendoza se reorientó hacia Buenos Aires, a pesar de las dificultades
del transporte. Verdad es también que menudearon las quejas mercantiles por
esta dirección impuesta al comercio que obligaba a cambiar un rumbo seguro, por
otro lleno de riesgos; un trecho relativamente breve, por un tiempo precioso.
Rosas había heredado de Rivadavia
al polígrafo italiano Pedro de Ángelis fundador de la escuela lancasteriana de
la época de aquél. En los años del gobierno de Rosas y aun antes, de Ángelis
convertido al rosismo, fue una suerte de doctrinario del federalismo. Dirigió
el Archivo Americano editado en tres idiomas y que constituyó el instrumento
utilizado por Rosas como vanguardia de su política exterior. Por muchos años
careció el país de un cuidado tal en presentar su imagen ante el extranjero
como se hizo en la época de Rosas. Claro es que aquello fue entonces una
necesidad ante la acción persistente de los emigrados en las cortes europeas.
Si hay un rasgo del gobierno de Rosas unánimemente reconocido, es su eficaz defensa
de la soberanía nacional contra vecinos como Brasil, Chile y Bolivia (fue
precisamente de Ángelis quien escribió fundamentando los derechos de la
Confederación sobre la Patagonia) y contra las grandes potencias, Francia e
Inglaterra. Menos universalmente reconocida, pero no menos inteligente, fue su
relación con Paraguay abriendo una puerta a un entendimiento que permitiera
hacer la unidad entre ambas naciones y la reivindicación de la Banda Oriental,
como provincia arrebatada a la Confederación.
Con la victoria de Rosas sobre el
extranjero comenzó la crisis definitiva de su régimen. Su propuesta al país, su
proyecto había sido suficientemente explícito: los pueblos le conferían poderes
extraordinarios y las provincias delegaban en la suya la conducción de las
relaciones exteriores, para que impusiera el orden, alcanzara la paz social y
lograra la unidad nacional. Todo ello se había alcanzado y un nuevo horizonte
debía trazarse: la Nación. ¿Podía ser Rosas intérprete del nuevo tiempo? En
todo caso no alcanzó a mostrarle, cuando se apresuraron los signos de su caída.
Se disponía sin embargo a liberalizar el régimen político empujado a ello por
la ola de prosperidad desatada a consecuencia de haberse levantado el bloqueo
anglo- francés. Su ministro en los Estados Unidos, Carlos de Alvear le escribía
por entonces que “la fuerza del vapor y los ferrocarriles” eran mejores
fundamentos de unidad y poder nacionales que las armas y los ”pactos federales”
según lo cita H. S. Ferns. Podemos deducir fácilmente que el embajador no se
atrevería a juicios tan categóricos si no estaba en el pensamiento del dictador
una apertura de esta clase. Si así fuera, estaríamos en presencia de un hecho
reiterado en el curso de nuestra historia: cada vez que un régimen popular se
dispone a completar su ciclo, proporcionando bases materiales que consoliden la
soberanía, aparece la alianza entre el factor extranjero y la vieja estructura
provocando el relevo.
Del extranjero vendría la
reacción antirrosista y su instrumento sería el Ejército Grande integrado por
tropas brasileñas. La intervención extranjera fue aconsejada a Urquiza por los
ideólogos del destierro (Varela. Del Carril, Sarmiento y el propio Alberdi). Al
hacerlo tuvieron en cuenta qué se perdía y qué se ganaba con esta asociación,
Baldomero García, uno de los voceros de Rosas, se los advertía desde Buenos
Aires: “El Brasil nos hace la guerra por el Paraná y no por la linda cara de
Urquiza”.
Tan pronto cayó Rosas el conflicto Buenos Aires-Interior cobró relieve. El equilibrio estaba roto y muy pronto pudo verse que, en definitiva, ya no había solo dos fuerzas: la próspera provincia bonaerense y el interior, con esa zona intermedia dada por el litoral (a veces aliado de la una, a veces de la otra) sino que cobraba nueva realidad Buenos Aires-puerto, con sus intereses y clases sociales, dispuesta a presidir la República o ser ella misma la Nación.