REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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Con el diario Mayoría del miércoles 20 de noviembre de 1974, se publicó un suplemento de 80 págs. con motivo de la proclamación oficial del "Día de la Soberanía", de la sanción de la ley nacional 20768/74 disponiendo la repatriación de los restos de Juan Manuel de Rosas y de la ley sancionada por la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires, derogando la ley 139 del 28 de julio de 1857.
En dicho suplemento se han publicado artículos de diversos escritores e historiadores, que incluímos en este Blog.
La victoria de ROSAS
por Félix Luna
Félix Luna |
Empezó hace casi un siglo con Adolfo Saldías, que era
liberal hasta los tuétanos y participaba en todos los cargos que los hombres de
su generación habían lanzado contra Rosas; pero que creía de estricta justicia
reconocer los grandes servicios que el Encargado de las Relaciones Exteriores
de la Confederación Argentina había prestado a su país cuando enfrentó las
agresiones extranjeras preservó la unidad nacional y dio contenido a la
conciencia americanista que había despertado junto a la Patria vieja. Saldías
fue anatematizado por su atrevimiento: había osado poner en cuestión la
tradición antirrosista que —como dijera Avellaneda al asumir la presidencia en
1874— era la única que reputaban legítima los hombres que gobernaron después de
Pavón. El anatema que cayó sobre Saldías detuvo durante “tres décadas el
movimiento de revisión de la figura y la trayectoria de Rosas: impuso un
terrorismo intelectual sobre la generación de nuevos historiadores que empezó a
gravitar después del Centenario —Levene, Molinari, Ravignani— y obligó al
movimiento oblicuo que realizaron algunos investigadores del interior dando
nueva luz a los caudillos locales que con diferentes matices, habían compartido
el ideario federal y participado al igual que Rosas de la virtud popular de su
jefatura.
Pero ni aquella detención temporal ni estos operativos de distracción
local (también útiles a la larga) podian evitar el redimensionamiento de la
figura histórica de Rosas. Ello estaba impuesto por la lógica la sana
curiosidad histórica la creciente madurez del público argentino, al que ya no podían
satisfacer los estereotipos de las versiones clásicas, la “fidelidad a los
viejos odios” que señalara Mitre. Y mediando la década del 30 empezó a
cohesionarse el movimiento revisionista con un sentido de dinámica ofensiva
contra los dictados de la historia académica. Originariamente nacionalista en
su vertiente ideológica. el revisionismo incluyó progresivamente a expresiones de
diferente signo y de la primitiva reivindicación a Rosas amplió sus objetivos a
una reelaboración de todo el pasado argentino.
Han pasado más de tres décadas, desde entonces, y puede
afirmarse que el saldo del revisionismo es enormemente positivo. Revalorizó el
documento como fuente de la historia, derribó los mitos y tabúes de la
historiografía clásica, adoptó una actitud fresca y desprejuiciada frente a tantos
lauros impolutos y glorias inmarcesibles. Pero también cayó a veces en sus propios
prejuicios y por momentos fueron demasiado copiosos sus débitos políticos. Sin
embargo, repito, el saldo es positivo. Lo demuestra la generalizada conciencia
asumida frente a Rosas y su significación, que acaba de ser consagrada
legislativamente por la representación nacional.
Y aquí termina la lucha. De ahora en adelante, Rosas está en
igualdad de condiciones con los otros personajes que pueblan los territorios de
nuestra historia, ya no pesan sobre él leyes infamantes ni prejuicios escolares.
Ya no es un proscripto histórico. Ahora puede defenderse solo, sin necesidad de
ayudas. Recuerdo un drama de Valle Inclán: en un momento dado uno de los
personajes arranca la lanza con que una imagen de San Jorge tiene al diablo a
mal traer
— Para qué haces eso? —le preguntan.
—Para que pelen parejos...
Ahora Rosas puede pelear parejo. Ahí está su ingente
documentación ahí están los centenares de libros y millares de trabajos que se
han escrito sobre él en una u otra actitud. Ahí está la ley que ordena la
repatriación de sus restos. Está parejo para la pelea. Recuerdo que en mayo de
1967 apareció el primer número de la revista “Todo es Historia”. Su tapa traía
la imagen de Rosas en una reproducción de la magnífica litografía de Julien.
Fue un escándalo y hubo auténticos indicios de que podría clausurarse la
publicación por haber osado presentarse con el personaje maldito de la historia.
Todo eso ha pasado ahora al granero de las cosas viejas.
Debo decirlo: yo no soy un rosista muy fervoroso. Hay
demasiadas cosas del Restaurador que no me gustan. Creo que su política no dio
salidas al interior, me parece que fue inútilmente represivo, en muchos
momentos cayó en un peligroso anacronismo ideológico en no pocas ocasiones y
sobre todo, no 1e perdono la anquilosis de su régimen en los últimos años, que
imposibilitó la institucionalización que el país le reclamaba, inutilizó los
esfuerzos del viejo partido Federal y puso la organización nacional en manos
que no eran las mejores. Debo decir también que, a mi juicio, la memoria
póstuma de Rosas no fue perjudicada tanto por los antirrosistas como por muchos
rosistas que mezclaron la historia con la política: a veces con la peor
política.
Pero estas objeciones y reticencias pierden significación
ante las contribuciones de don Juan Manuel a la formación de la Argentina como
nación. Hay una única y decisiva pregunta que debe formularse respecto de los
protagonistas mayores de la historia: ¿qué dejaron al país?
Mucho fue lo que dejó Rosas. La noción de una nacionalidad
que estaba casi desvanecida y que después de su capitanía quedó
irrevocablemente afirmada. La fortaleza de espíritu para resistir —entonces y
siempre— la agresión de las grandes potencias de la Tierra. La conciencia de
una solidaridad que vincula a las provincias fundadoras ricas a pobres,
litorales o interiores, en torno de un objetivo nacional común. La tradición
hispano-criolla revalorizada a través del reconocimiento de una realidad de la
que nunca se avergonzó como lo hicieron sus opositores. Y hasta me atrevería a
agregar el colorido y la plasticidad de su época que imprimió por primera vez
un estilo característico a estas tierras muestras, tan desabridas y
despersonalizadas hasta entonces.
Estas son las justificaciones de su victoria final y lo que motiva nuestra apoyo al acto de justicia que acaba de sancionarse. De ahora en más, el debate sobre Rosas seguirá porque es figura conflictiva y de vigencia permanente. Pero seguirá en distintas condiciones y todo será más esclarecedor.