jueves, 30 de junio de 2022

Mayoría - Rosas

 REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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Juan Manuel de Rosas
En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.

Con el diario Mayoría  del miércoles 20 de noviembre de 1974, se publicó un suplemento de 80 págs. con motivo de la proclamación oficial del "Día de la Soberanía", de la sanción de la ley nacional 20768/74 disponiendo la repatriación de los restos de Juan Manuel de Rosas y de la ley sancionada por la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires, derogando la ley 139 del 28 de julio de 1857. 

En dicho suplemento se han publicado artículos de diversos escritores e historiadores, que incluímos en este Blog.


Repudio y reivindicación de Rosas

por Salvador Ferla 



Mayoría
Al atardecer del 2 de febrero de 1852, dos hombres a caballo atraviesan el bañado de Flores; galopan hasta las inmediaciones de lo que hoy es Plaza Constitución, se detienen y uno de ellos, rubio, buen mozo, como de 60 años, dice: “aquí debemos separarnos” y sin desmontar redacta una nota dirigida a la Legislatura bonaerense, en la cual presenta su renuncia al cargo de gobernador de la provincia y encargado de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina, que concluye así: “Creo haber llenado mi deber con mis conciudadanos y compañeros; si más no hemos hecho en defensa de nuestra independencia, de nuestra integridad y muestro honor, es porque más no hemos podido”. Se despide con un abrazo de su ayudante Lorenzo López, y cabalga melancólico hasta la casa del embajador inglés, Mr. Gore, a quien le pide asilo, Tal vez en esos momentos repase su vida. A los 12 años luchó en las invasiones inglesas llevando mensajes y arrastrando cañones, que fue lo que hicieron los niños en ese evento, Desfilarán en su mente los recuerdos de su dedicación al campo, su perfecta asimilación a la vida agreste y la mentalidad y costumbres del gaucho, sus espectaculares éxitos como empresario. Recordará que en 1815 fue nombrado oficial de milicias; en 1820 ascendió a coronel; fue brazo armado de varios gobiernos a los fines del mantenimiento del orden. En 1827 el gobernador Dorrego lo nombró Comandante General de Campaña y, al ser derrocado por la “revolución libertadora” del 1° de diciembre de 1828, Rosas dio comienzo a su trascendente actuación política. Porque el Rosas histórico comienza cuando se hace solidario con el desventurado Dorrego; todo lo anterior es su “prehistoria”.

Como tenía miedo se refugió en una embajada. Esto, que algunos lo señalan estúpidamente como dato negativo, yo lo menciono de exprofeso para reivindicar el derecho al miedo. Todos los hombres, incluso los más valientes y los más geniales sienten miedo cuando peligra su vida; la esperanza y el entusiasmo vital suelen reprimirlo, pero, cuando se está fatigado por más de 20 años de esfuerzo titánico, cuando se deja de creer en los hombres y se considera la causa que se defiende como irremediablemente perdida, no hay razón para reprimir el miedo. Se refugia en casa del embajador inglés porque es el único que puede garantizarle un viaje seguro; por otra parte, él no es un chauvinista xenófobo y siente por Inglaterra y los ingleses una cordial y “normal” admiración, sin encandilamiento ni complejo de inferioridad. Una semana permanece Rosas en casa del embajador, y en ese lapso suceden en su amada ciudad hechos de violencia apocalíptica, cómo él nunca viera. Los días 2 y 3 Buenos Aires ha quedado desguarnecida de fuerzas de seguridad porque hasta los vigilantes están en Santos Lugares.

Elementos malvivientes, que nunca faltan, y a quienes se unen algunos núcleos de dispersos del ejército federal excitados y deprimidos por la derrota, se dedican al saqueo y pillaje. El día 4 llega el general Mansilla con una fuerza armada y comienza a reprimir y castigar los delitos cometidos, con una severidad insólita. Son fusiladas 608 personas, “entre ellas muchos inocentes”, dice un testigo. Buenos Aires se llena de sangre, que corre a torrente, ofreciendo un cuadro de violencia en contraposición al cual el tiempo de Rosas resulta de una paz idílica. Llega Urquiza, y para curarse del complejo de traición que lo atormenta, fusila a diestro y siniestro. Todos son traidores, menos él. Y mientras se esfuerza por mostrarse amable con todas las figuras de relieve, sean unitarias o federales, ordena la ejecución “por traidor” del bravo coronel Chilavert, que se le presenta como una encarnación de su propia conciencia. Uno de los dos había traicionado a la patria. Para convencerse de que no es él, lo mata al otro, y por la misma reacción anímica ordena el fusilamiento masivo de la División Aquino, unidad militar que había incorporado por la fuerza a su ejército, y que antes de comenzar la batalla se había pasado al bando que reconocía como suyo: el de Rosas.

En pocos días se realizan alrededor de un millar de fusilamientos batiéndose todos los récords habidos y por haber, incluyendo la época colonial. El 9 de febrero Rosas se embarca en la fragata británica “Centaur”, en compañía de sus hijos Manuela y Juan, del general Pascual Echagüe y el coronel Jerónimo Costa. Se aleja de ese alucinante festival sangriento, y con su alejamiento concluye una actuación que había comenzado y terminado recibiendo el legado de dos espadas históricas: la de Dorrego, que su viuda le ofrendó “al compañero y amigo que se presentó primero a su lado para auxiliarlo a restablecer las instituciones y las leyes”, y la de San Martín, por la firmeza con que defendiera la dignidad de la Nación frente a las potencias extranjeras que trataban de humillarla.

Rosas se aleja y comienza a esfumarse el colorido folklórico de una época, las fiestas populares de carácter político, el cielito federal, el candombe negro, los vivas y mueras, esa coreografía popular que constantemente rodeó al dictador, y que disgustó tanto al general Paz, al punto de justificar en ella su autoexilio. Porque José María Paz era un antiperonista típico, que le tenía al candombe y al chiripá la misma alergia que los antiperonistas de hoy sienten por el bombo, la camiseta y la marchita.

Mayoría
El 22 de febrero, mientras Rosas cruza el Atlántico rumbo a Inglaterra y de los árboles de Buenos Aires cuelgan centenares de hombres de cuya muerte él es totalmente ajeno, se celebra en la Catedral un solemne tedeum para dar gracias a Dios por el feliz término de la lucha; y un cura —¡para todo hay un cura!—, Martin Avelino Piñero, electriza a los presentes con este sermón que no sé si fue dictado por un sentimiento vehemente reprimido y ahora liberado, o por un agudo sentido del oportunismo político: “¡Repúblicas vecinas!... ¡Naciones extranjeras!... ¡Pueblos todos que habitáis la Tierra!... ¡Generaciones futuras!.... Sabed y transmitidlo de edad en edad a vuestros descendientes; sabed que los hijos del Plata repudiamos a ese monstruo; que lo despojamos de las prerrogativas de argentino; que le negamos la patria... que el voto unánime de la República entera es que ande errante, de playa en playa, de ciudad en ciudad, de familia en familia, cual fratricida Caín, llevando esculpida en la mente la marca de sus crímenes, a fin de que su propia ignominia sea la expiación de sus delitos!

Este buen sacerdote, enfermo de ira y de daltonismo, que tenía a su vista mil cadáveres calientes producidos en cuestión de días por los enemigos de Rosas, sin causarle emoción alguna, inauguraba el repudio a Rosas y lo fijaba en los exactos términos en que había de manifestarse y perdurar. No obstante, debemos decir que esta iracundia post-caída no era una novedad absoluta. Alvear y Pueyrredón habían abandonado sus respectivos gobiernos abucheados por un coro de diatribas, si no iguales, parecidas. Los dos fueron llamados “tirano sangriento”. Alvear que cuando se tambaleaba en el poder había dictado un bando amenazando con el fusilamiento a quienes hablaran mal de su gobierno, había sido repudiado y anatemizado unánimemente; se había nombrado comisiones especiales para investigar sus crímenes, y San Martín, en Mendoza, había hecho celebrar un oficio religioso para dar las gracias a Dios “por la caída de la tiranía”. Pero este repudio virulento fue efímero y no tuvo trascendencia histórica. Diez años después, quien había puesto el país en remate ofreciéndolo suplicante a Inglaterra, quien había perdido perdón a la monarquía española manifestando que había trabajado en la revolución americana como infiltrado, era un respetable ciudadano al que se candidateaba para jefe del ejército o embajador en los Estados Unidos. ¿Por qué el repudio a Rosas no revistió el mismo carácter circunstancial producto de una ofuscación momentánea?... ¿Por qué hubo de ser histórico e irreversible?... Lo veremos más adelante. Sobreviene la “revolución libertadora” del 11 de setiembre de 1852 y Buenos Aires se segrega de la Confederación Argentina. Y es en el marco de esa segregación que se adopta a Rivadavia como prócer (realmente el prócer ideal para una Buenos Aires segregada) y se condena a Rosas de manera inapelable en los términos fijados por el padre Avelino Piñero. El 29 de julio de 1857, la Legislatura de la Buenos Aires escindida (conviene tener presente este dato como marco condicionante del repudio de Rosas) dicta una ley que dice así: “Artículo 1°: Se declara a Juan Manuel de Rosas reo de lesa patria por la tiranía sangrienta que ejerció sobre el pueblo argentino durante el período de su dictadura, violando hasta las leyes de la naturaleza y haciendo traición en muchos casos a la independencia de su patria, sacrificando su ambición, su libertad y sus glorias. Artículo 2°: Se declara la competencia de los tribunales ordinarios para tomar conocimiento de sus crímenes. Artículo 3°: Se autoriza al Poder Ejecutivo a enajenar todos los bienes que le pertenecen. Obsérvese que se lo condena por el único delito que ninguna mente normal podría adjudicarle jamás: traición a la Patria. Y esto tiene una explicación psicológica: Se transfiere a Rosas el delito cometido por quienes lo derrocaron. Urquiza ordenó fusilar a Chilavert “por traidor”, para convencerse a sí mismo y a los demás de que el traidor no era él. Los unitarios porteños, que después de aliarse con Francia y con el imperio del Brasil, han convertido a Buenos Aires en república independiente, lo declaran traidor por idéntico motivo, en una actitud semejante a la del criminal que deja adrede falsos elementos de juicio para despistar a los investigadores.

El 17 de abril de 1861 el juez Sixto Villegas lo condena a muerte en un fallo donde se le llama “asesino de profesión” y “ladrón famoso”, (otro cargo arbitrario) “quien al frente de hordas escogidas de la sociedad, armada del puñal de los degüellos se lanzaba sobre la vida y la bolsa de los ciudadanos ricos y decentes”. Aquí quiero destacar dos cosas: la contemporaneidad de la batalla de Pavón, en la que el viejo país indohispánico sufre su derrota definitiva, con esta pena de muerte que se dicta contra Rosas. (El caudillo y el país son sentenciados simultáneamente.) Y esa alusión a la “vida y la bolsa de los ricos y decentes”, que nos aproxima a una de las motivaciones profundas  del repudio solemne.

Dos pleitos fundamentales estuvieron en juego en el escenario rioplatense desde 1810 hasta la caída del caudillo: el antagonismo puerto-país (que él intentó resolver y no pudo) y el ingreso incondicional o negociado al área del capitalismo europeo. Estos dos pleitos se resuelven con la batalla de Pavón. Buenos Aires, que durante 50 años le ha disputado el país... al país, queda dueña absoluta del escenario, y los procónsules mitristas eliminan a sangre y fuego los últimos focos de resistencia. Simultáneamente se consuma la rendición incondicional a la presión del capitalismo europeo (fundamentalmente el inglés) y se articula esa entidad que Ernesto Palacio llama “la república liberal y mercantil”. Se ha realizado al fin el proyecto europeísta que data por lo menos de 1812. La Patria Vieja, la Patria Grande, la patria de Murillo, de Artigas, de Rosas y Peñaloza, ha sido asesinada. Se ha transferido el país de un colonialismo a otro y se ha cortado de raíz nuestra conciencia nacional. Así como los judíos tuvieron durante 2.000 años patria sin tierra, nosotros tendríamos tierra sin patria. La antítesis de los dos proyectos, el eliminado y el triunfante, se puede ilustrar con estos datos elocuentes: En 1832 Rosas decretó que para poseer y trabajar un taller de imprenta era menester ser ciudadano argentino. Reverso: Siendo presidente, Sarmiento firmó un decreto aprobando la radicación de colonos suizos protestantes “a condición de que mantengan su religión e idioma” (sic).

Comienza un proceso de modernización, que al no ser manejado con mente argentina y conciencia nacional, resultó un plan de colonización imperialista que no era malo por liberal, sino por antinacional y antipopular. En su desarrollo, el repudio a Rosas y a la patria vieja resultaba una necesidad, por eso fue trascendente. Treinta años después de Caseros Mitre impugnaba la candidatura presidencial del. Dr. Bernardo de Irigoyen por sus antecedentes rosistas que la hacen “moralmente imposible —decía— por representar una tradición condenada por el pueblo argentino”. En abril de 1877 llega a Buenos Aires la noticia del fallecimiento de Rosas. Como es natural, un grupo de parientes, amigos y simpatizantes programa un funeral en la iglesia de San Ignacio. Al tomar conocimiento el gobierno de Buenos Aires dicta un decreto prohibiendo el oficio religioso, Decía así “Artículo 1° Queda prohibida toda demostración pública en favor de la memoria del tirano Juan Manuel de Rosas, cualquiera sea su forma. Articulo 2°: Prohíbense en consecuencia, como demostración pública, los funerales a que se ha invitado para el día martes en el templo de San Ignacio”. Firmado: Carlos Casares, Vicente Gil Quesada, Rodolfo Varela. Al día siguiente se ordena un funeral “en memoria de las víctimas de la tiranía”, Obsérvese que el repudio a Rosas es una actitud porteña, no nacional, lo cual significa que la identificación cultural de Rosas con el Interior es más trascendente que su defensa de los intereses bonaerenses por los menos para el puerto, que es quien lo condena.

Alrededor de 1890, su sobrino Lucio Mansilla publica un ensayo sobre su tío y titula uno de los capítulos. el XII así: ¿Rosas era loco o cuerdo?... En 1907 José María Ramos Mejía en “Rosas y su tiempo” trata de demostrar que se está en presencia de un caso clínico. Rosas, su personalidad, su gobierno y su época eran una aberración, una especie de psicopatía política, Cuando ya más cerca de nuestros días la Academia Nacional de la Historia que presidía el Dr. Levene decide redactar y editar una monumental Historia Argentina, resuelve omitir el período rosista, que finalmente se añadió unos años después, cuando alguien advirtió tal vez que se trataba de una colosal estupidez. Rosas era cosa juzgada. Era “tabú”. De allí se originó aquel lugar común de nuestra historiografía que considera a la historia como un tribunal que da fallos inapelables, y la condena a Rosas fue un valor entendido al que durante un largo tiempo se subordinaron todos, historiadores, políticos, maestros. Así alguien que contribuyó a rehabilitarlo, Ernesto Quesada, y un historiador serio y capaz como Emilio Ravignani tienen tanto temor reverencial hacia este dogma que al empezar sus estudios sobre Rosas anticipan que no se proponen reivindicarlo. “Quiero aclarar —dice Ravignani— que jamás pondré mis investigaciones en torno al período que va de 1829 a 1852 al servicio reivindicatorio del personaje más discutido de la historia argentina, Juan Manuel de Rosas.” ¿Qué jueces extraños son éstos que al comenzar a tratar el caso advierten solemnemente que bajo ningún concepto absolverán al acusado?... ¿Por qué Rosas no habría de merecer el juicio imparcial que se le garantiza a cualquier encausado?... Emilio Agrelo, fiscal de la causa que le siguió la Legislatura provincial comenzó su requisitoria con estas palabras: “Pocos criminales presenta la historia antigua y moderna como Juan Manuel de Rosas!” Veamos en qué consistían los crímenes por los que la Buenos Aires secesionista y la Argentina de Mitre —una misma entidad— sancionaban a Rosas con la excepcional dureza del anatema y la proscripción eterna... José Ingenieros nos da una pista: “los adversarios de Rosas, dice, representan el porvenir argentino contra el pasado gaucho” O sea que gaucho sería sinónimo de antiargentino, de lo cual se deduce que Rosas fue “traidor a la patria” por gaucho. Traidor, claro, a la patria ideal que el mitrismo tenía en mente y cuyas características Ernesto Palacio describe con suma elocuencia: “No se trataba de ser independientes sino civilizados. No se trataba de hacernos en cualquier forma dueños de nuestro destino sino de seguir dócilmente las huellas de Europa. No de imponernos sino de someternos. No de ser una gran nación sino una colonia próspera. No de crear una cultura propia sino de copiar la ajena, No de poseer nuestras industrias, nuestro comercio, nuestros navíos, sino de entregarlo todo al extranjero y fundar en cambio escuelas primarias donde se enseñara que había que recurrir a ese expediente para suplir nuestra propia capacidad”. Rosas representaba en fin aquellos valores que el naciente mitrismo excluía de su patrón cultural: la tierra, menospreciada por extensa, el pueblo desdeñado por racialmente incapaz, el pasado repudiado por vergonzante, la soberanía despreciada por constituir un obstáculo al libre comercio, el catolicismo, desdeñado por intolerante, lo americano todo, rechazado por ser producto de la simbiosis de lo español con lo indígena. Rosas simbolizaba la suma de todos esos valores. Ese era su crimen.

La rueda de la historia siguió rodando a pesar de todos los intentos que suelen hacerse para detenerla. A fines del siglo pasado frente a la avalancha inmigratoria, que no se compone de rubios y delicados nórdicos sino de groseros españoles e italianos, nuestra oligarquía siente un tremendo disgusto estético, que la lleva a buscar elementos culturales de diferenciación. Así es como consiente la reivindicación folklórica del gaucho, al que le otorga una especie de indemnización literaria postmortem. A través de difundidísimas obras gauchescas el gaucho obtiene un ascenso póstumo: es ascendido a arquetipo, poseedor de las más nobles virtudes y víctima de las más tremendas injusticias. En ese contexto Saldías y Quesada ensayan los primeros intentos de revisionismo histórico. Los dos son liberales y no se proponen objetivos políticos sino puramente académicos; por eso su revisionismo es esencialmente heurístico en contraposición al que aparecerá después, sustancialmente hermenéutico. El país vive en el apogeo de su liberalismo, la euforia de un progreso cuyos límites precisos nadie sospecha. Desde lejos. Lenin nos señala como modelo de país independiente “solo en apariencias”.

El régimen “falaz y descreído” desliza su existencia sin más problemas que los que le ocasiona un descendiente de mazorqueros. Hipólito Yrigoyen, perfectamente superables. Y viene la famosa depresión financiera mundial de 1929 y su repercusión en muestro país donde las estructuras creadas después de Pavón entran en crisis. Cae Yrigoyen y le sucede una dictadura en la que con bastante ingenuidad e inexperiencia muchos ponen sus esperanzas de reparación y renovación nacional. Es “la hora de la espada” profetizada por Lugones, un mito dañino cuyos efectos negativos aún estamos padeciendo. No obstante estas ilusiones gratuitas, la dictadura sin pueblo tiene una culminación lógica: la restauración conservadora que va a dedicarse durante los años que un patriota apasionado, José Luis Torres denominó “década infame” a perfeccionar nuestra atadura colonial. Se crea el dirigismo económico al servicio de Inglaterra y la oligarquía: se centraliza la banca y se prohíben los “colectivos” por decreto como antes se había prohibido el tráfico de carretas en socorro de las empresas ferroviarias británicas. El régimen agudiza sus contradicciones y se crea una coyuntura apta para descubrir muestro estado de dependencia colonial Y así, mientras el vicepresidente Roca declara en Londres que desde el punto de vista económico la Argentina forma parte del imperio británico, una pléyade de intelectuales, la mayoría de ellos frustrados por la experiencia Uriburu, comienzan a meditar si la “restauración nacionalista” se haría con espadas, como pontificaba Lugones, o con algo más sutil pero más determinante como la conciencia nacional. Y fundaron el revisionismo histórico militante, con el propósito de buscar en el pasado la raíz de los males presentes. Recordamos algunos nombres: Manuel Gálvez, Carlos Ibarguren, Julio y Rudolfo Irazusta, Vicente Sierra, Ernesto Palacio, y alguien que sin cultivar el arte de las letras es un pionero del revisionismo: Alberto Contreras. A estos fundadores se le agregó pronto nuestro inolvidable patriota y maestro Raúl Scalabrini Ortiz, quien resumió sus estudios sobre el pasado en estos dos axiomas esclarecedores: “Somos un país sin realidad” (o sea sin conciencia de su realidad) y “el capital británico invertido en la Argentina no es más que el trabajo argentino contabilizado a favor de Inglaterra”. Este revisionismo ya no es una posición académica como el de Saldías v Quesada, sino un movimiento cultural que arranca del descubrimiento de nuestro estado de dependencia colonial e intenta superarlo mediante la concientización masiva. Es un instrumento auxiliar de la tarea de liberación nacional que en el plano político proponen el nacionalismo, el yrigoyenismo y el peronismo.

En su reconstrucción del pasado con lo primero que tropezó fue con un Rosas calumniado,  tergiversado, incomprendido y se dedicó principalmente a reivindicarlo y a promover una resurrección espiritual de la patria vieja, de la cual Rosas parecía ser el rostro. Comprendió que allí estaba la raíz de una conciencia nacional que se había perdido con la destrucción deliberada del viejo país indohispánico de Rosas y los caudillos federales. Porque en el concepto nación con que se construyó la nueva Argentina presuntamente europea, se había excluido nada menos que el pasado, la raza, el pueblo, la tierra y el concepto de soberanía. Así como la situación histórica en el periodo de la escisión portuaria había condicionado el repudio a Rosas, la nueva situación, que reclamaba una mayor conciencia nacional para liberarnos del imperialismo, condicionaba su reivindicación. Le reivindicaba la valorización de las masas populares que se operaba a nivel mundial, sin necesidad de adjudicarle por eso un fantasioso “socialismo sin utopía” que nunca estuvo en su ánimo ni en el sentido de sus actos. Le reivindicaba la valorización del nacionalismo a la que todos los países del Tercer Mundo se ven obligados para defenderse. Por otra parte, a los descendientes de aquellos criollos a quienes Rosas había hecho iguales ante la ley, y que sus enemigos hicieron objeto de planes de genocidio, ya no se les podía conformar con la indemnización literaria de fines de siglo.

La “revolución libertadora” de setiembre de 1955, echaría las bases, para que la reivindicación de Rosas se difundiera velozmente a todos los niveles, cuando por rebajar a Perón lo compararon con Rosas, y lograron el resultado inverso de agrandar a los dos. Quienes no habían entendido de qué se trataba a través de los libros, los folletos y las conferencias, lo entendieron de pronto por la comparación. Y la reivindicación de Rosas, de tema para intelectuales, historiadores, profesores y estudiantes universitarios pasó a ser una idea de pueblo.

Como Rosas durante mucho tiempo solo tuvo entre los historiadores detractores sistemáticos y no analistas, el revisionismo —por lo menos el revisionismo nacionalista— solo produjo apologistas, que en líneas generas les repiten el procerismo de la historiografía liberal cambiando de personajes. Falta el enfoque crítico, que sin ser agraviante para nadie es una necesidad imperativa en el estudio de la historia para que ésta se convierta realmente en una experiencia ordenada y razonada Hoy, ni la personalidad de Rosas puede proponerse como arquetipo, ni su estilo de gobierno autocrático, como modelo institucional. La continuación de Rosas a través de un sucesor o imitador sería un absurdo Rosas, que como cualquier personaje tuvo limitaciones, insuficiencias y fallas, es nada más y nada menos que el símbolo de nuestra soberanía de nuestro nacionalismo defensivo y su reivindicación tan trascendente como el repudio ofuscado de que fuera objeto, además de ser un estricto acto de justicia histórica marca la recuperación de nuestra conciencia nacional Por eso me asocio al júbilo revisionista por este triunfo obtenido con la disposición de la Legislatura nacional de proceder a la repatriación de sus restos y le doy la bienvenida en los términos con que lo hiciera al comenzar: ¡Bienvenido general Rosas! Gracias por los importantes y patrióticos servicios prestados…