jueves, 30 de junio de 2022

Mayoría - Rosas y la Iglesia

REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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Juan Manuel de Rosas
En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.

Con el diario Mayoría  del miércoles 20 de noviembre de 1974, se publicó un suplemento de 80 págs. con motivo de la proclamación oficial del "Día de la Soberanía", de la sanción de la ley nacional 20768/74 disponiendo la repatriación de los restos de Juan Manuel de Rosas y de la ley sancionada por la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires, derogando la ley 139 del 28 de julio de 1857. 

En dicho suplemento se han publicado artículos de diversos escritores e historiadores, que incluímos en este Blog.


Rosas, la cuestión religiosa y sus relaciones con la Iglesia

por Rodolfo Audi 


Rosas
A cada paso de su accionar político Rosas supo imprimirle un rasgo indeleble de argentinidad. Esgrimiendo con rigor las tradiciones hispano-criollas, despreció lo que no fuera esencial y de arraigo en el sentimiento popular. Como gobernante atendió con especial preocupación la Iglesia y el culto, resguardando y restaurando la concepción cristiana del hombre criollo.

Fue católico y aprendió el amor a Dios desde la soledad de esta tierra llena de misterios, con sobriedad y ascetismo.

Sería abundar demasiado si recordáramos ahora hasta dónde alcanzaba la tradición religiosa del hogar paterno; basten las palabras de Ibarguren, rescatando el deseo del padre de don Juan Manuel al tiempo del bautismo: “El teniente pensaba que el vástago de un Ortiz de Rosas debía, el primer día de su vida, ser ungido a la vez católico y militar, y por ello empeñóse en que fuera castrense el sacerdote que pusiera óleo y crisma a la criatura”.

Los primeros pasos de su formación intelectual estuvieron Íntimamente vinculados a la doctrina cristina, a través del catecismo real y clases del doctor en Teología, Saturnino Peña. Luego, al regir los destinos de la Confederación, aquellos principios, generosamente alentados en todo el territorio, le sirvieron para cohesión del Estado.

En alguna oportunidad se ha dicho que Rosas usó a la Iglesia por conveniencia política. Sin embargo, el argumento parece olvidar que si el hábil estanciero, el caudillo de la pampa, buscó relacionar el dogma con las funciones políticas, lo hizo en salvaguarda de la integridad espiritual y territorial de la Patria. Las divergencias entre unitarios y federales iban más allá de la disputa por el gobierno; constituían una evidente escisión social e ideológica; eran un cisma en la sociedad colonial.

Una de las causas más importantes para que esto aconteciera, fueron los ataques al culto establecido, a las órdenes religiosas y el desprecio por la práctica, muy cara a todos los ciudadanos, especialmente en provincia. Rosas no hizo entonces sino responder a ese sentimiento, y al encontrarse con los graves desaciertos de la nueva corriente, reintegró las cosas a su lugar. Aún antes de que Juan Manuel asumiera el gobierno, el propio clero se consideraba federal y la defensa de las autonomías provinciales se confundía en una sola bandera con la defensa de la religión, para los caudillos locales.

Es así, como Rosas se convierte en la versión antirrivadaviana; fundamentalmente en lo religioso. El que con energía y astucia había comprendido y disciplinado al “salvaje hombre de la pampa”, era también el restaurador de su fe.

Clero y autoridad

A poco de asumir el primer gobierno. y en tanto el federalismo festejaba por las calles atropellando casas respetables, Rosas firmó los decretos de una serie de iniciativas destinadas a rezumar el espíritu católico en las costumbres y las instituciones. En combinación con el clero, el Restaurador amplió en poco tiempo el marco de acción de la Iglesia.

Comenzó por restituir a “los párrocos de los Curatos de campaña la administración del ramo de fábrica de sus respectivos templos” y dispuso que “las funciones de la sindicatura se exerceran en adelante desempeñando los síndicos las de defensor público de las rentas de la iglesia a que perteneciere el nombramiento que tuvieren”.

Donó sus sueldos del primer gobierno a distintas iglesias de la provincia y cuidó que en las escuelas los alumnos recibieran doctrina y oyeran misa con fervor.

Ya en su segundo mandato repuso la orden dominica suprimida por Rivadavia y reanudó las obras de la Catedral, suspendidas ocho años atrás.

Estas actitudes, y otras como la donación de los trofeos de la campaña del desierto a distintos templos y una valiosa medalla que le acordó la Legislatura (para adornar la Divina Imagen de Mercedes) fueron llenando de símbolos religiosos el trance de don Juan Manuel por aquellos intrincados años de la historia argentina. Por cierto, ello le valió también el favor de la Iglesia, que no solo pudo actuar a discreción, sino que gozó de la protección del régimen, en tanto respetara complacientemente al gobierno. Jamás aceptó Rosas que, desde el púlpito o desde el confesionario algún clérigo hiciera alusiones contra la autoridad que él representaba. Frente a los tiempos de anarquía que se habían vivido, la restauración del orden implicaba el acatamiento a la autoridad; de no ser así él consideraba afectado el legítimo origen de ese mandato.

La Iglesia en la época de Rosas
La Catedral de Buenos Aires, en la época de Rosas. Obra de Léonie Mathis


El Patrono burlado

Una de las páginas más “brillantes” con que la “intelligentzia” argentina armó su mentirosa versión del Restaurador fue aquella que Manuel Bilbao llamó: Documento Forjado”.

Consiste el entuerto en un supuesto decreto firmado por Juan Manuel de Rosas en 1839 (época del bloqueo francés) mediante el cual se sustituye al patrono de Buenos Aires, San Martín de Tours, por San Ignacio de Loyola.

Durante muchos años se hizo creer a los argentinos —aún hoy lo pretende González Arrili— que Juan Manuel, en un rapto de locura, presa de odio al santo francés por haberse vendido al invasor, le arrebató sus funciones levantando en el pedestal de la ciudad al fundador de los jesuitas.

Sobre esto, baste decir que está suficientemente demostrada la falsedad del decreto, entre otros motivos por no constar oficialmente registrado en ningún boletín. Constan además, en innumerables documentos, las oportunidades en que el gobernador tributó honores al Patrono. Su propio testimonio, en el exilio, desvirtúa el infame libelo.

Roces con el Papa

Ross practicó y difundió la religión con toda severidad. No obstante, debió afrontar algunos serios entredichos que, incluso lo llevaron a polemizar con la Santa Sede.

La primera cuestión se suscitó hacia 1834, con motivo de una bula del Papa Pío IX, mediante la cual se proveía la auxiliatura del obispo de Buenos Aires en la persona del doctor Mariano José de Escalada y Zevallos, nombrándolo al mismo tiempo obispo de Aulón. El asunto tenía origen en tiempos de Viamonte. La provisión se hizo sin consulta ni propuesta previa al gobierno de la ciudad. Rosas rechazó el nombramiento y posteriormente, con motivo delia ancianidad del obispo diocesano, doctor Mariano Medrano, propuso al doctor Miguel García. La cuestión no se dirimió nunca y poco después el Papa envió a Buenos Aires a monseñor Luis Bessi, con indicaciones precisas.

En el trance, la Santa Sede y el gobernador y encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación, intercambiaron correspondencia muy ardiente.

En ese canje epistolar, el brigadier genera reveló una vez más, sus extraordinarias capacidades diplomáticas o quizá lo que Gálvez ha llamado “su capacidad dialéctica” que “no ha tenido par en nuestro país”. En nota del 16 de junio de 1851, Rosas rechazó la misión de monseñor Bessi —no obstante la buena recepción que se le brindó— por la grave situación interna y se permitió reprocharle duramente al Sumo Pontifice, el descuido en que habían tenido a estas tierras desde la Santa Sede.

Advertía también Rosas sobre “las logias establecidas en Europa y ramificadas infortunadamente en América”. Eran, entre otras: la Asociación de Mayo y el Club de los Cinco, sociedades masónicas que no obstante sus confabulaciones para derrocar al dictador, debieron dormir en esa época su “gran sueño”, como bien lo explica Aníbal Rottier.

Esas sociedades, con intrigas, fueron moviendo los hilos de la derrota.  Así, con sutiles maniobras, alentaron la conmoción en Buenos Aires cuando Camila O'Gorman se fugó con el sacerdote Ladislao Gutiérrez. Luego de ardorosos trámites Rosas ordenó que fueran fusilados y un manto de desasosiego cubrió la ciudad.

No hay duda que desde Montevideo lo intrigaban para que tomara aquella decisión y que, como lo expresa Gálvez: “Rosas al aplicar la ley, solo lo hizo por razones morales, para salvar a la sociedad toda, para evitar la repetición de tan lamentable ejemplo. Tal vez se excedió en el castigo, pero sus motivaciones fueeron moralizadoras, justas y excelentes”.

Expulsa a los jesuitas

Los fusilamientos se produjeron en el mismo momento en que el caudillo acometía la segunda expulsión de la Compañía de Jesús de estos territorios. Había sido él mismo quien la reintegrara a América 8 años antes, luego de su expulsión durante el reinado de Carlos III.

El 9 de agosto de 1836 llegaron al puerto de Buenos Aires los primeros jesuitas. Se hallaban proscriptos en España y se los llamó para jerarquizar la enseñanza y fortalecer la disciplina religiosa. En los primeros momentos actuaron muy favorecidos por el gobierno, pero con el tiempo se fue poniendo en evidencia su poca disposición para adherirse a la política oficial. Los jesuitas prescindieron del principios que inspirara a Rosas: salvar a la Nación, y en los últimos años, por opción, hasta llegaron a identificarse con la insurrección unitaria. Luego de aboliciones parciales —en algunas provincias— la Compañía se retiró definitivamente del país el 34 de marzo de 1844. Rosas no consideró un éxito esta expulsión, por el contrario, hubiera querido no llegar a ella.

Rosas ha sido uno de los gobernantes argentinos que más intensamente combinara la cuestión religiosa con los factores políticos que le llevaron al poder. No usó a la Iglesia, trató de ponerla al servicio de la Nación. Como colofón y prueba de su preocupación religiosa, sirvan estas palabras escritas en el exilio: decía Rosas a don Antonio Reyes, desde su granja de Burguess Street: “No es hacer un gran pronóstico decir que la Republica exaltada, la Monarquía Vieja y la Curia Romana, tendrán que cambiar su modo de ser pasado, para realizar, por una marcha progresiva y constante, el bienestar de la civilización. Si el Padre Santo acordase la conciencia libre de la cristiandad, se establecería el Papado Universal, bajo las reglas de la libertad, y se cumpliría con el verdadero espíritu y sentido del Evangelio”.