REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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Con el diario Mayoría del miércoles 20 de noviembre de 1974, se publicó un suplemento de 80 págs. con motivo de la proclamación oficial del "Día de la Soberanía", de la sanción de la ley nacional 20768/74 disponiendo la repatriación de los restos de Juan Manuel de Rosas y de la ley sancionada por la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires, derogando la ley 139 del 28 de julio de 1857.
En dicho suplemento se han publicado artículos de diversos escritores e historiadores, que incluímos en este Blog.
por Rodolfo Audi
Fue católico y aprendió el amor a
Dios desde la soledad de esta tierra llena de misterios, con sobriedad y
ascetismo.
Sería abundar demasiado si
recordáramos ahora hasta dónde alcanzaba la tradición religiosa del hogar
paterno; basten las palabras de Ibarguren, rescatando el deseo del padre de don
Juan Manuel al tiempo del bautismo: “El teniente pensaba que el vástago de un
Ortiz de Rosas debía, el primer día de su vida, ser ungido a la vez católico y
militar, y por ello empeñóse en que fuera castrense el sacerdote que pusiera
óleo y crisma a la criatura”.
Los primeros pasos de su
formación intelectual estuvieron Íntimamente vinculados a la doctrina cristina,
a través del catecismo real y clases del doctor en Teología, Saturnino Peña.
Luego, al regir los destinos de la Confederación, aquellos principios,
generosamente alentados en todo el territorio, le sirvieron para cohesión del
Estado.
En alguna oportunidad se ha dicho
que Rosas usó a la Iglesia por conveniencia política. Sin embargo, el argumento
parece olvidar que si el hábil estanciero, el caudillo de la pampa, buscó
relacionar el dogma con las funciones políticas, lo hizo en salvaguarda de la
integridad espiritual y territorial de la Patria. Las divergencias entre
unitarios y federales iban más allá de la disputa por el gobierno; constituían
una evidente escisión social e ideológica; eran un cisma en la sociedad
colonial.
Una de las causas más importantes
para que esto aconteciera, fueron los ataques al culto establecido, a las
órdenes religiosas y el desprecio por la práctica, muy cara a todos los
ciudadanos, especialmente en provincia. Rosas no hizo entonces sino responder a
ese sentimiento, y al encontrarse con los graves desaciertos de la nueva
corriente, reintegró las cosas a su lugar. Aún antes de que Juan Manuel
asumiera el gobierno, el propio clero se consideraba federal y la defensa de
las autonomías provinciales se confundía en una sola bandera con la defensa de
la religión, para los caudillos locales.
Es así, como Rosas se convierte
en la versión antirrivadaviana; fundamentalmente en lo religioso. El que con
energía y astucia había comprendido y disciplinado al “salvaje hombre de la
pampa”, era también el restaurador de su fe.
Clero y autoridad
A poco de asumir el primer gobierno.
y en tanto el federalismo festejaba por las calles atropellando casas
respetables, Rosas firmó los decretos de una serie de iniciativas destinadas a
rezumar el espíritu católico en las costumbres y las instituciones. En combinación
con el clero, el Restaurador amplió en poco tiempo el marco de acción de la
Iglesia.
Comenzó por restituir a “los
párrocos de los Curatos de campaña la administración del ramo de fábrica de sus
respectivos templos” y dispuso que “las funciones de la sindicatura se
exerceran en adelante desempeñando los síndicos las de defensor público de las
rentas de la iglesia a que perteneciere el nombramiento que tuvieren”.
Donó sus sueldos del primer
gobierno a distintas iglesias de la provincia y cuidó que en las escuelas los alumnos
recibieran doctrina y oyeran misa con fervor.
Ya en su segundo mandato repuso
la orden dominica suprimida por Rivadavia y reanudó las obras de la Catedral,
suspendidas ocho años atrás.
Estas actitudes, y otras como la
donación de los trofeos de la campaña del desierto a distintos templos y una
valiosa medalla que le acordó la Legislatura (para adornar la Divina Imagen de
Mercedes) fueron llenando de símbolos religiosos el trance de don Juan Manuel
por aquellos intrincados años de la historia argentina. Por cierto, ello le
valió también el favor de la Iglesia, que no solo pudo actuar a discreción,
sino que gozó de la protección del régimen, en tanto respetara
complacientemente al gobierno. Jamás aceptó Rosas que, desde el púlpito o desde
el confesionario algún clérigo hiciera alusiones contra la autoridad que él
representaba. Frente a los tiempos de anarquía que se habían vivido, la
restauración del orden implicaba el acatamiento a la autoridad; de no ser así
él consideraba afectado el legítimo origen de ese mandato.
La Catedral de Buenos Aires, en la época de Rosas. Obra de Léonie Mathis |
El Patrono burlado
Una de las páginas más
“brillantes” con que la “intelligentzia” argentina armó su mentirosa versión
del Restaurador fue aquella que Manuel Bilbao llamó: Documento Forjado”.
Consiste el entuerto en un
supuesto decreto firmado por Juan Manuel de Rosas en 1839 (época del bloqueo
francés) mediante el cual se sustituye al patrono de Buenos Aires, San Martín
de Tours, por San Ignacio de Loyola.
Durante muchos años se hizo creer
a los argentinos —aún hoy lo pretende González Arrili— que Juan Manuel, en un
rapto de locura, presa de odio al santo francés por haberse vendido al invasor,
le arrebató sus funciones levantando en el pedestal de la ciudad al fundador de
los jesuitas.
Sobre esto, baste decir que está
suficientemente demostrada la falsedad del decreto, entre otros motivos por no
constar oficialmente registrado en ningún boletín. Constan además, en innumerables
documentos, las oportunidades en que el gobernador tributó honores al Patrono.
Su propio testimonio, en el exilio, desvirtúa el infame libelo.
Roces con el Papa
Ross practicó y difundió la
religión con toda severidad. No obstante, debió afrontar algunos serios
entredichos que, incluso lo llevaron a polemizar con la Santa Sede.
La primera cuestión se suscitó
hacia 1834, con motivo de una bula del Papa Pío IX, mediante la cual se proveía
la auxiliatura del obispo de Buenos Aires en la persona del doctor Mariano José
de Escalada y Zevallos, nombrándolo al mismo tiempo obispo de Aulón. El asunto
tenía origen en tiempos de Viamonte. La provisión se hizo sin consulta ni
propuesta previa al gobierno de la ciudad. Rosas rechazó el nombramiento y
posteriormente, con motivo delia ancianidad del obispo diocesano, doctor
Mariano Medrano, propuso al doctor Miguel García. La cuestión no se dirimió
nunca y poco después el Papa envió a Buenos Aires a monseñor Luis Bessi, con
indicaciones precisas.
En el trance, la Santa Sede y el
gobernador y encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación, intercambiaron
correspondencia muy ardiente.
En ese canje epistolar, el
brigadier genera reveló una vez más, sus extraordinarias capacidades
diplomáticas o quizá lo que Gálvez ha llamado “su capacidad dialéctica” que “no
ha tenido par en nuestro país”. En nota del 16 de junio de 1851, Rosas rechazó
la misión de monseñor Bessi —no obstante la buena recepción que se le brindó—
por la grave situación interna y se permitió reprocharle duramente al Sumo
Pontifice, el descuido en que habían tenido a estas tierras desde la Santa
Sede.
Advertía también Rosas sobre “las
logias establecidas en Europa y ramificadas infortunadamente en América”. Eran,
entre otras: la Asociación de Mayo y el Club de los Cinco, sociedades masónicas
que no obstante sus confabulaciones para derrocar al dictador, debieron dormir
en esa época su “gran sueño”, como bien lo explica Aníbal Rottier.
Esas sociedades, con intrigas,
fueron moviendo los hilos de la derrota. Así, con sutiles maniobras, alentaron la
conmoción en Buenos Aires cuando Camila O'Gorman se fugó con el sacerdote
Ladislao Gutiérrez. Luego de ardorosos trámites Rosas ordenó que fueran
fusilados y un manto de desasosiego cubrió la ciudad.
No hay duda que desde Montevideo lo intrigaban para que tomara aquella decisión y que, como lo expresa Gálvez: “Rosas al aplicar la ley, solo lo hizo por razones morales, para salvar a la sociedad toda, para evitar la repetición de tan lamentable ejemplo. Tal vez se excedió en el castigo, pero sus motivaciones fueeron moralizadoras, justas y excelentes”.
Expulsa a los jesuitas
Los fusilamientos se produjeron
en el mismo momento en que el caudillo acometía la segunda expulsión de la
Compañía de Jesús de estos territorios. Había sido él mismo quien la reintegrara
a América 8 años antes, luego de su expulsión durante el reinado de Carlos III.
El 9 de agosto de 1836 llegaron
al puerto de Buenos Aires los primeros jesuitas. Se hallaban proscriptos en
España y se los llamó para jerarquizar la enseñanza y fortalecer la disciplina
religiosa. En los primeros momentos actuaron muy favorecidos por el gobierno,
pero con el tiempo se fue poniendo en evidencia su poca disposición para
adherirse a la política oficial. Los jesuitas prescindieron del principios que
inspirara a Rosas: salvar a la Nación, y en los últimos años, por opción, hasta
llegaron a identificarse con la insurrección unitaria. Luego de aboliciones
parciales —en algunas provincias— la Compañía se retiró definitivamente del
país el 34 de marzo de 1844. Rosas no consideró un éxito esta expulsión, por el
contrario, hubiera querido no llegar a ella.
Rosas ha sido uno de los gobernantes argentinos que más intensamente combinara la cuestión religiosa con los factores políticos que le llevaron al poder. No usó a la Iglesia, trató de ponerla al servicio de la Nación. Como colofón y prueba de su preocupación religiosa, sirvan estas palabras escritas en el exilio: decía Rosas a don Antonio Reyes, desde su granja de Burguess Street: “No es hacer un gran pronóstico decir que la Republica exaltada, la Monarquía Vieja y la Curia Romana, tendrán que cambiar su modo de ser pasado, para realizar, por una marcha progresiva y constante, el bienestar de la civilización. Si el Padre Santo acordase la conciencia libre de la cristiandad, se establecería el Papado Universal, bajo las reglas de la libertad, y se cumpliría con el verdadero espíritu y sentido del Evangelio”.