REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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Con el diario Mayoría del miércoles 20 de noviembre de 1974, se publicó un suplemento de 80 págs. con motivo de la proclamación oficial del "Día de la Soberanía", de la sanción de la ley nacional 20768/74 disponiendo la repatriación de los restos de Juan Manuel de Rosas y de la ley sancionada por la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires, derogando la ley 139 del 28 de julio de 1857.
En dicho suplemento se han publicado artículos de diversos escritores e historiadores, que incluímos en este Blog.
por el Dr. Alberto González Arzac
El reconocimiento es oportuno,
pero creo que el pueblo argentino ya había apreciado las virtudes de aquel gran
estadista, pese a la prédica constante de las minorías que nunca perdonaron su
popularidad y de los entreguistas que condenaron sistemáticamente su patriotismo.
Antes que ahora, la figura de
Rosas tuvo grandes reivindicaciones que exceden en importancia al descrédito
fomentado desde escuelas, universidades y academias por los mencionados grupos.
Una estuvo dada expresamente por el célebre testamento del general José de San
Martin, que es el fallo inapelable del más grande de los argentinos.
La otra reivindicación fue hecha
a contrario sensu por los ideólogos le la autodenominada “Revolución
Libertadora” cuando calificaron a las dos primeras presidencias de Perón como
“segunda tiranía”, haciendo alusión evidente a los gobiernos le Rosas. La
actitud injuriosa de los “gorilas” terminó por hermanar, a través de los
tiempos, esos dos estadistas amados por su pueblo.
No quiero negar ni disminuir el
indudable mérito de los historiadores que, desde la época de Adolfo Saldías
hasta nuestros días, dieron lo mejor de su producción científica para que sea
una realidad la reivindicación oficial de Juan Manuel de Rosas. Pero interpreto
que el estudio histórico, por más erudito que fuere, solo sirve para una élite
cuya opinión —en definitiva— es minúscula frente al juicio popular.
La significación de Rosas supera
la polémica de minorías intelectuales, de poco servían las investigaciones
históricas cuando el poder político estaba en manos de sectores minoritarios;
en aquel entonces Rosas seguía siendo una mala palabra para la cultura oficial.
Sin embargo, fue suficiente que el pueblo accediera al poder político para
oficializar una reivindicación que ya era realidad en el alma de la ciudadanía.
Como historiador nunca he sido un
fanático de Rosas. He reconocido sus virtudes y he señalado sus errores
conforme a los dictados de mi modesto juicio. No dudo que mi mediocridad carece
de altura como para permitirse juzgar los actos de un prócer; en todo caso esa
limitación se engloba a todos los historiadores, pero seguiré obrando como
hasta ahora, porque entiendo que la actitud del científico debe ser crítica en
las ciencias sociales, donde la valoración tiene una presencia necesaria.
La realidad que vivimos
trasciende lo científico: se ha replanteado la significación de Rosas en la
Historia Nacional. Y en este momento mis valoraciones se impregnan de
emotividad; el análisis objetivo del estudioso abandona su desapasionamiento.
La búsqueda paciente y la meditación fría del historiador se nutren de una
inocultable pasión argentina... Un sensible impulso interior me dice que la
significación de Rosas es Soberanía,
porque así lo entiende el pueblo argentino.
Vuelvo a rememorar la vida del
prócer y encuentro la confirmación de mi actitud impulsiva. Porque en mi escala
de valores el patriotismo es principalísimo y cuando hago un juicio histórico
—por meditado que sea —prefiero justificar los posibles errores de un patriota
antes que aplaudir el eventual acierto de los vendepatrias, Y Rosas (que
aprendió a defender nuestro suelo durante la Reconquista de Buenos Aires,
siendo un niño de trece años) fue consecuente con su nacionalismo en todo
momento, afirmando la soberanía argentina en el combate de Obligado.
Justa para su memoria, necesaria para el
pueblo que precisa de sus próceres, la reivindicación de Juan Manuel de Rosas
debe entenderse como un aporte a la consolidación de nuestra nacionalidad. Así
como el liberalismo extranjerizante difamó su nombre como parte de la campaña
para asegurar nuestra dependencia, Rosas
prócer será patrimonio de una cultura histórica que aspira a nuestra
liberación.
Los grandes próceres también son,
en definitiva, símbolos de la patria. Las virtudes de un patricio representan
aspiraciones nacionales, tanto como los laureles, el gorro frigio, las manos
entrecruzadas o el sol naciente del escudo nacional. Estamos ante un fenómeno
histórico notable, que encierra una revolución cultural: el pueblo argentino
está reivindicando hombres hasta ayer profanados. Está cambiando los símbolos;
va dando forma a las verdaderas aspiraciones nacionales.
Comenzó con Juan Domingo Perón,
el gran elegido para el denuesto por la oligarquía y el imperialismo; el gran
elegido por el pueblo para liderarlo... Simboliza la Liberación, la Soberanía,
la Justicia Social. Junto con él, Evita, en cuya profanación la oligarquía fue
tan retorcida y en cuya veneración el pueblo es tan espontáneo.
Paralelamente, otros patriotas
olvidados conmovieron sus huesos de las tumbas, como cuando la figura poética
de Vicente López revalorizó la significación del inca en el Himno nacional.
Dorrego, el Chacho Peñaloza, Facundo Quiroga, Felipe Varela y tantos más. Ellos
simbolizan el ideal federalista de nuestros pueblos; representan la integración
de una Argentina grande y poderosa. Es que los argentinos superamos el dilema
de “civilización o barbarie”, donde nos lograron encasillar desde la segunda
mitad del Siglo XIX. La “barbarie” fue el complejo de inferioridad de las minorías
gobernantes; la “civilización” una hipoteca a favor de intereses extranjeros...
La falsa opción era el interés común de la oligarquía y el imperialismo. El
tribunal histórico de la “civilización o barbarie” rechazaba el espíritu altivo
de Rosas porque era “barbarie”; prefería la sumisión de Mitre, que era
“civilización”, desde que los bancos, los ferrocarriles y el comercio inglés
eran quienes nos concedieron la gracia de sentirnos casi “un importante dominio
británico”, como dijera jactanciosamente Julito Roca (uno de los ejemplares más
decadentes de la oligarquía argentina, en una de las épocas más infames).
Sarmiento hizo su confesión en
una difundida carta a Alberdi, referida a la biografía del general San Martín:
“Una alabanza eterna de nuestros personajes históricos, fabulosos todos, es la
vergüenza y la condenación nuestra”. Un país dependiente debía tener próceres
decadentes.
Los próceres de una nación liberada, en cambio, trasuntan en su propia efigie el orgullo nacional. La Argentina dependiente renegó de Rosas; ahora prócer de la Argentina liberada.