miércoles, 12 de agosto de 2020

El General San Martín, el primer rosista

El Gral. San Martín,   el primer rosista
Gral. José de San Martín 


El Gral. San Martín,

el primer rosista


Norberto Jorge Chiviló




San Martín y Rosas, estos dos personajes históricos de nuestra argentina, los dos Padres de la Patria, uno por habernos dado la libertad e independencia de nuestra Madre Patria y el otro por haberla afianzado en todo su gobierno contra las pretensiones de la dos mas importantes potencias de la época –Inglaterra y Francia– y haber evitado la desintegración territorial de nuestra querida Argentina, son los dos máximos exponentes de la nacionalidad.

Sin haberse llegado a conocer personalmente, lograron a cimentar una amistad por medio de la correspondencia que mantuvieron desde 1838 hasta la muerte del Libertador en 1850. Esa correspondencia debiera ser conocida por todo argentino para comprender los hechos acaecidos en nuestro país en el segundo cuarto del S. XIX.

¿Porqué afirmo que el Gral. San Martín, fue el primer rosista?. Sucintamente lo voy a explicar:

Cuando San Martín, se enteró que Juan Manuel de Rosas había sido elegido Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, en carta a su amigo Tomás Guido, manifestó su satisfacción por esa designación. Rosas fue también la mano firme y el brazo vigoroso que quería el Gral. San Martín para poner orden en la Patria, anarquizada por muchos años de disensiones y luchas civiles.

Mas tarde y ante las injustas agresiones hacia la Confederación Argentina, por Francia primero y por Francia e Inglaterra posteriormente, San Martín, no dudó un instante en ponerse a disposición del gobierno argentino a cargo de Rosas, apoyando su política externa e interna, criticando a su vez a los integrantes del partido unitario quienes traidoramente forjaban alianzas con las potencias extranjeras para someter a nuestro país.

En cartas que San Martín les remitió a Rosas y a Tomás Guido, siempre manifestó su satisfacción al ver como el Gobernador Rosas, defendió el honor nacional. Así en carta al gobernante argentino le expresó el 2/11/1848 que “jamás he dudado que nuestra patria tuviese que avergonzarse de ninguna concesión humillante presidiendo usted a sus destinos; por el contrario, más bien he creído no tirase usted demasiado la cuerda de las negociaciones seguidas cuando se trataba del honor nacional”. El ejemplo a seguir, como lo manifestó Rosas, lo había dado el propio Gral. San Martín.

En su última carta remitida el 6/5/1850 el Libertador señala a “Mi respetado General y amigo (Rosas) …que como argentino me llena de un verdadero orgullo, al ver la prosperidad, la paz interior, el orden y el honor restablecidos en nuestra querida patria; y todos estos progresos efectuados en medio de circunstancias tan difíciles, en que pocos Estados se habrán hallado” y a continuación, le dice: “Por tantos bienes realizados, yo felicito a Ud. sinceramente, como igualmente a toda la Confederación Argentina” y le desea:

“Que goce Ud. de salud completa, y que al terminar su vida pública, sea colmado del justo reconocimiento de todo Argentino, son los votos que hace y hará siempre en favor de Ud. este su apasionado Amigo y compatriota”.

Aquí es, una vez mas, donde el Libertador se muestra como el primer admirador de la obra que Rosas realizó en nuestra Patria y por ello digo que fue el primer rosista.

Pero no debemos dejar pasar por alto que seis años y medio antes de su fallecimiento, el Libertador en su testamento, también había legado a Juan Manuel de Rosas, el elemento mas preciado por todo militar, que es su sable, en este caso el sable libertador de media América “…como una prueba de la satisfacción que como Argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla.”

El legado del sable que acompañó al Gral. San Martín, en toda su campaña libertadora, es el mayor reconocimiento que pudo obtener un argentino, no superado ni ayer, ni hoy, ni mañana por nada ni por nadie. El privilegio del Gral. Rosas de haber tenido en sus manos y en su casa ese sable, es lo máximo que pudo obtener un argentino y quien se lo legó no pudo ser sino el primer rosista.


*Abogado y Escribano. Director del periódico cultural “El Restaurador”



En la Revista de Artes y Letras “SER EN LA CULTURA”, Año 25, N° 28 editada en Noviembre de 2010, fue publicado el artículo “El General San Martín el primer rosista”.


La Revista SER EN LA CULTURA es editada por la Casa y Mutual Universitaria de General San Martín, del Partido de General San Martín, Provincia de Buenos Aires.

jueves, 6 de agosto de 2020

Corsarios de la Independencia sudamericana

Thomas Cochrane 

Corsarios de la 
Independencia sudamericana

Thomas Cochrane

Por la Prof. Beatriz C. Doallo 

En la ardua lucha del general José de San Martín para ayudar a tres países a liberarse del dominio de España, el marino Thomas Cochrane protagonizó el doble papel de héroe y de villano.


Mientras el Ejército del Norte comandado por el general Belgrano triunfaba en Tucumán y Salta y era derrotado en Vilcapugio y Ayohuma, San Martín, por entonces gobernador de Cuyo, daba forma a su gran proyecto de liberación continental. El 22 de abril de 1814 escribió a Nicolás Rodríguez Peña: "...La patria no hará camino por este lado del Norte que no sea una guerra defensiva y nada más: para eso bastan los valientes gauchos de Salta con dos escuadrones de buenos veteranos. Pensar en otra cosa es empeñarse en tirar al pozo de Ayrón hombres y dinero. Ya le he dicho a Vd. mi secreto. Un ejército pequeño y bien disciplinado en Mendoza para pasar a Chile y acabar allí con los godos, apoyando un gobierno de amigos sólidos para concluir también con la anarquía que reina: aliando las fuerzas pasaremos por el mar para tomar Lima. Ese es el camino y no éste, mi amigo".

Tal como afirmaba San Martín, la anarquía se había enseñoreado de Chile luego que el 18 de septiembre de 1810 se proclamara un gobierno autónomo. Tras el cruce de los Andes por el Ejército Libertador y el triunfo en la batalla de Chacabuco, pudo declararse la independencia el 12 de febrero de 1818 y sellarla el 5 de abril de ese año con la victoria de Maipú. Pero el sur de Chile, con importantes plazas fuertes y puertos, seguía en poder de tropas realistas bajo las órdenes del brigadier Mariano Osorio, yerno del general Joaquín de la Pezuela, virrey del Perú. Este, veterano de las guerras napoleónicas, reagrupó con ayuda de los indios, y reorganizó en tierra peruana, a las tropas que huían de Chile y solicitó a la restaurada corona española el envío de naves y soldados.


A mediados de 1818 zarpó de Cádiz, escoltada por una fragata de 50 cañones, una flota de 11 barcos, dos de ellos de guerra, transportando hacia El Callao 2.080 soldados. Por diversas causas -escorbuto, motines, tormentas- esa escuadra tuvo tan mala fortuna como la Armada Invencible enviada por Felipe II contra Inglaterra en 1588. De los buques que lograron llegar al Pacífico, cinco transportes y la fragata artillada cayeron en poder de la embrionaria flota chilena.


Luego que San Martín rehusara el cargo para continuar al mando de las fuerzas conjuntas de Argentina y Chile, el general Bernardo O'Higgins había asumido como Director Supremo y ponía su mayor empeño en constituir una armada para contrarrestar los ataques por mar que se sucedían desde Perú. Se enviaron agentes a Europa para contratar marinos y, comprando algunos y usurpando otros con argucias, cuando el 28 de noviembre de 1818 desembarcaron en ese puerto Thomas Cochrane, su esposa y su hijo, había ya trece buques republicanos en Valparaíso -según algunos historiadores, los Cochrane arribaron el 17 de junio de 1818-. 


El agente chileno Antonio Álvarez Condarco, que lo había contratado, escribió a San Martín para informarle acerca de la brillante carrera naval, valentía personal y prestigio como innovador y estratega de Cochrane, añadiendo "...a la cabeza de la marina de ese país será el terror de los españoles, y el respeto de todos...” 


Hubo un detalle que Álvarez Condarco sin dudas conocía y omitió comunicar a San Martín: que lord Cochrane estaba dotado de un mal carácter que le originaba problemas. Y ese detalle silenciado causaría a San Martín grandes disgustos durante la continuación de su gesta libertadora.


Thomas Alexander Cochrane nació en Amsfield, Escocia, el 14 de diciembre de 1775 en el seno de una familia aristocrática venida a menos. En 1786 lo alistaron como grumete en un barco de guerra inglés; en 1793, al inicio de la Revolución Francesa, ya era guardiamarina, en 1796 teniente de navío, y entre 1799 y 1801 tuvo comando temporal de varios buques de guerra. Uno de ellos fue apresado por los franceses y pudo regresar a Inglaterra mediante un canje de prisioneros. Capturar dos naves francesas le valió ascender a capitán de navío, a tiempo para enemistarse con el Lord Almirante, quien, en represalia, lo destinó a conducir un barco de abastecimiento hasta que en 1804 otro Lord Almirante lo puso al mando de la fragata Pallas, y en 1806 al de la fragata Imperieuse con la orden de vapulear la costa mediterránea en poder de los franceses. Cochrane sembró tal pánico entre Marsella y Barcelona que lo apodaron El lobo de los mares. En 1808 ayudó a guerrilleros españoles a capturar un fuerte en territorio francés y ese mismo año ocupó un fortín costero y copió los códigos militares franceses.


De regreso en Inglaterra, criticó al Lord Almirante Gambier por su floja dirección de una batalla contra la flota napoleónica. Gambier, furioso, lo destinó a guerrear contra los estadounidenses, del otro lado del Atlántico, con la fragata Tonnant , pero la nave partió sin él: Cochrane estaba siendo sometido a una corte marcial acusado de desafiar a duelo a un oficial. Se le declaró inocente pero fue amonestado.


En 1812 se casó con Catherine Celia Barnes, de madre española. El matrimonio con Kitty Barnes irritó a los padres de Cochrane, que lo desheredaron, lo cual no debe haberle inquietado porque ya nada quedaba para heredar: hasta la mansión familiar de Amsfield había sido vendida para saldar deudas. De todas maneras, el título de conde era por ley hereditario y lo recibió al morir su padre, convirtiéndose en el 10º Earl de Dundonald.


Cochrane también intervenía en política. Desde 1806 era miembro del Parlamento como diputado electo por el distrito de Honiton. En aquella época el soborno era habitual al punto que ganaba el candidato que comprara más votos. Cochrane ganó pagando a diez guineas por voto, para de inmediato aplicarse a denunciar la corrupción y a sanear el sistema electoral; su prédica inició la reforma que prohibió el cohecho. Los ciudadanos liberales lo aplaudieron y se le reeligió para diputado desde 1807 hasta 1815. Ese año ocurrió un escandaloso fraude contra la Casa de Cambio, en el que Cochrane, al parecer injustamente, se vio involucrado. Llevado a juicio, lo condenaron a un año de cárcel con cepo y 1.000 libras de multa. El Almirantazgo lo expulsó de la armada, degradándolo, y el Parlamento lo inhabilitó como diputado. El pueblo acudió en su auxilio: la multa se pagó con una colecta pública y, reelecto como diputado en 1816, quedó anulada la sentencia a prisión.


Cochrane y Álvarez Condarco se conocieron en 1817 en un astillero donde se ofrecía un barco a Chile y cuando el arruinado lord se estaría preguntando qué hacer con su vida, sin título de nobleza ni lugar en la armada y anclado en Londres por su diputación. Aceptó la oferta de combatir en Chile contra España y a su llegada al país trasandino O'Higgins lo nombró vicealmirante de la flota chilena.



Manuel Blanco Encalada 
(1790-1876) 
Primer Presidente de la república de Chile en 1826

El almirante era Manuel Blanco Encalada, un argentino de 28 años, de madre chilena, alférez en la armada española durante la guerra con Francia. Enviado a luchar en el Pacífico, adhirió a la causa revolucionaria, se enroló en el ejército, ascendió a teniente coronel, y O'Higgins le encomendó constituir una flota. Blanco Encalada, quien sería presidente de Chile en 1826, había reunido los trece buques y entablado algunos combates con los realistas cuando llegó Cochrane. Admitió la superioridad táctica del lord inglés y aceptó quedar como segundo jefe de la escuadra, con lo que el recién llegado pasó a ser almirante. Decidido a insuflar disciplina, desembarazó a la flota de su dotación de piratas y presidiarios, sustituyéndola por soldados y campesinos provistos de uniformes. Previsor, pidió patente de corso y más barcos; le dieron la patente y consiguió más buques haciendo una mala jugada al corsario francés Hipólito Bouchard al quitarle en julio de 1819 las cuatro naves que el marino francés traía a Valparaíso para unirlas a las fuerzas republicanas en el ataque a El Callao. (Ver ER N° 23, pág. 14)


En septiembre de 1819 partieron cinco naves de guerra de Valparaíso hacia El Callao, al mando de Cochrane, quien utilizó cohetes para atacar esa fortaleza, pero éstos, de mala calidad o saboteados, no llegaron a destino. Desalentado, el almirante bloqueó el puerto, sostuvo algunos combates, apresó una goleta realista, siguió hacia el norte, capturó tres naves mercantes cerca de Guayaquil, ocupó la ciudad de Pisco por unos días, y concluyó la campaña regresando a Valparaíso con su flota intacta, sus presas, y el apodo de El diablo otorgado por los españoles. Y decidido a desquitarse por el fiasco de El Callao tomando Valdivia, puerto del sur chileno llamado El Gibraltar de América y reputado inexpugnable por su sistema de fuertes al norte, al sur y otro en una isla, todo dentro de una bahía.



Ataque a la fragata María Isabel en Talcahuano
Ataque a la fragata María Isabel en Talcahuano

El 17 de enero de 1820 la fragata María Isabel, con pabellón hispano, entró a esa bahía pidiendo piloto. Los realistas ignoraban que la nave, escolta de la expedición enviada desde Cádiz en 1818, había sido capturada, rebautizada O'Higgins, y la comandaba Cochrane. Capturando un bote que acudió a recibirlo obtuvo informes sobre las fortificaciones y se marchó tras apresar un buque mercante que entraba al puerto. En Talcahuano, el almirante pidió al general Ramón Freire, gobernador de Concepción, 250 soldados, dos barcos que allí estaban -el bergantín argentino Intrépido y la goleta chilena Moctezuma- y retornó a Valdivia. La O'Higgins encalló antes de entrar a la bahía; Cochrane pasó la comandancia a la goleta, desembarcó las tropas, que, bajo intenso fuego enemigo, tomaron los fuertes del sur y al día siguiente los del norte, y capturó el fuerte de la isla. El 5 de febrero los patriotas ocuparon la ciudad de Valdivia; San Martín, con el Pacífico libre de enclaves realistas, tenía el camino expedito para atacar nuevamente El Callao y llegar a Lima.


Hasta la toma de Valdivia, San Martín había dejado obrar libremente a Cochrane.


Bastantes problemas tenía ya con la renuencia de Buenos Aires y la precariedad del gobierno chileno, para reaprovisionar el ejército unido que comandaba. Al regreso del almirante inglés a Valparaíso, le encomendó preparar el transporte por mar de las tropas hacia el Perú. Cochrane, henchido de orgullo luego de su triunfo y deseoso de echar mano al oro de los Incas -o lo que quedara de ello luego del saqueo hispano- alegó la inutilidad de tomar El Callao y presentó al gobierno un plan que incluía “800 hombres y provisiones, armas y municiones para hacer la guerra de corso durante cuatro meses y exigir contribuciones a los enemigos en el Perú”. Leído entre líneas, pedía carta blanca para asaltar y despojar poblaciones costeras peruanas, tal como hiciera su compatriota Francis Drake en el siglo XVI. El Senado chileno rechazó el proyecto. El almirante solicitó entonces “2000 hombres para ocupar Guayaquil y transportar luego a la misma fuerza de un punto a otro del Perú hasta agotar al enemigo”. También esta propuesta fue denegada y el 6 de mayo de 1820 se confirmó a San Martín en la jefatura de la expedición al Perú. De inmediato Cochrane exigió “el mando en jefe de la escuadra y del ejército expedicionario de tierra” aduciendo que Chile tenía “el deber de confiar en mis solas manos la suerte del Perú”. Tal pretensión movió al Senado a destituirlo, pero San Martín intercedió por él y sólo se le formuló un aviso: se prescindiría de sus servicios si no se ponía a las órdenes del Libertador, existiendo otros buenos marinos para comandar la flota. La hidalguía de San Martín, que viajó a Valparaíso para convencerlo de buena manera, logró que Cochrane aplacara su codicia y se ocupara del transporte de 4314 soldados en la escuadra de 8 buques de guerra con dotación de 1600 marineros. Al zarpar de Valparaíso el 20 de agosto de 1820 a Cochrane, a la vanguardia en la fragata O´Higgins y al Libertador en el navío San Martín cerrando la marcha, les llegaron sendos oficios enviados por el Director Supremo. El de San Martín le nombraba capitán general del ejército de Chile, y se le remitía a último momento para que no tuviera tiempo de rechazar el cargo. El de Cochrane decía: “El capitán general don José de San Martín es el jefe a quien el gobierno de la república ha confiado la exclusiva dirección de las operaciones de esta grande empresa. No podrá V.S. por sí mismo obrar con el todo a parte de los buques de guerra de su dependencia, sino que observará absolutamente la línea de conducta que respecto de las operaciones de la escuadra le trazare y fuera trazando el general, según él lo creyese conveniente.”


El 8 de septiembre comenzó el desembarco de tropas en Pisco y otros lugares, a fin de hacer creer al enemigo que la invasión era más numerosa. El virrey Pezuela entabló negociaciones y pactó con San Martín una tregua hasta el 4 de octubre, finalizada la cual se iniciaron los combates en tierra. Una parte de la flota bloqueó El Callao, defendido por cañones del fuerte y los castillos que lo rodeaban y cerrado por valla de maderos flotantes y cadenas. Dentro, rodeadas por 27 lanchas cañoneras, estaba anclada la fragata Esmeralda de 44 cañones y 320 tripulantes, junto a otras 5 naves de guerra de menor tonelaje y 3 buques mercantes.


Cochrane concibió un plan que, por incluir un fingido desbloqueo del puerto, comunicó a San Martín, quien lo aprobó. El 5 de noviembre la escuadra patriota salió mar afuera, para alegría de los realistas, que esa noche festejaron el fin del asedio con un banquete a bordo de la fragata. Cochrane, con 14 botes, llegó en silencio al costado de la Esmeralda, la abordó, y tras cruenta lucha salió del puerto con la fragata y dos cañoneras. Luego envió un emisario a Pezuela ofreciendo canje de prisioneros, que el virrey aceptó, liberándose a 200 soldados argentinos y chilenos presos en el fuerte. San Martín quiso dar a la fragata el nombre de Cochrane pero éste prefirió que la rebautizaran Valdivia.


Se sucedieron las batallas, los patriotas cercaron Lima y los realistas, desmoralizados, obligaron a Pezuela a dimitir y entregar el mando al general José de la Serna. Mientras seguía el bloqueo a El Callao, Cochrane, con tres barcos, marchó a Arica, bombardeó y capturó ese puerto y luego la cercana ciudad de Tacna, apoderándose de abastecimientos y de 100.000 pesos que se repartió con sus capitanes, enlodando la reputación de las fuerzas republicanas invasoras.


El 7 de julio de 1821 La Serna decidió evacuar las tropas de Lima y el 10 de julio San Martin ingresó a la ciudad capital. Luego de restablecer el orden, el 28 de julio se proclamó la independencia peruana en la plaza principal y el 2 de agosto San Martín informó en un bando que asumía “el mando político y militar de los departamentos libres del Perú, bajo el título de Protector”.


El 10 de agosto Cochrane escribió a O'Higgins: “El Callao se sostiene todavía encerrado en sus murallas con cinco millones de pesos, de cuya suma ni el gobierno de Chile ni la marina recibirán un real aunque los esfuerzos de ésta han impedido que se abastezca de víveres y acarrearán al fin su rendición. Si yo puedo inducir al gobernador a entregarlo al pabellón de Chile, lo haré para pagar sus justos derechos a Chile y a la escuadra...” En otros párrafos, la misiva afirmaba que San Martín ya no era amigo de Chile sino del país del que se había hecho nombrar Protector y al que tenía intenciones de vender la flota chilena para recobrar las considerables sumas que Chile debía a Buenos Aires.


San Martín había optado por negociar con el gobernador de El Callao; el 19 de septiembre se firmó la capitulación y el día 21 los realistas evacuaron esa plaza.


Ante el avance de un rearmado ejército español al mando del general José Canterac, el Libertador hizo llevar a buques mercantes anclados en Ancón el dinero que estaba en la Casa de la Moneda de Lima. Cochrane se apropió por la fuerza de esos caudales; San Martín le ordenó por escrito devolver lo usurpado y zarpar hacia el norte a la caza de tres naves realistas que aún jaqueaban el litoral del Perú.


Cochrane no devolvió el dinero, pagó a las tripulaciones los sueldos adeudados y zarpó con la O'Higgins hacia Guayaquil, donde supo que los tres barcos que buscaba, las fragatas Prueba y Venganza y la corbeta Alejandro, se habían rendido al gobierno del Perú y la Prueba ya era capitaneada por Bouchard.


De regreso en El Callao, recibió la orden de San Martín de marcharse a Chile. El díscolo lord filibustero, como lo llamó el Libertador, intentando recuperar el control de la escuadra se situó amenazante en la boca del puerto, pero al enterarse de que llegaba Bouchard con la Prueba zarpó rumbo a Valparaíso, donde arribó en junio de 1822. Recibido como un héroe, con medallas y homenajes, pidió el dinero prometido al contratarlo, y le entregaron una hacienda como pago.


El 7 de diciembre de 1822 Don Pedro, regente del Brasil, se coronó emperador con el nombre de Pedro I, luego de lanzar el 7 de septiembre el grito de Ypiranga proclamando la independencia brasileña. Entablada la guerra con Portugal, envió emisarios para contratar a Cochrane, quien, considerándose defraudado por Chile, aceptó trasladarse a Río de Janeiro. Desde 1823 a 1825 luchó, en ocasiones con un solo barco, contra la flota lusitana, logrando grandes victorias, entre ellas la liberación de Bahía y de Maranhao. En reconocimiento, el emperador le nombró marqués de Maranhao pero omitió pagarle sus servicios; Cochrane se apoderó de dos barcos, los vendió a los holandeses y regresó a Inglaterra, donde lo aguardaba otra oportunidad de reivindicarse: la guerra independentista griega.


Dominada por los turcos desde 1453, Grecia luchaba desde 1821 por liberarse del imperio otomano. Comisionados griegos ofrecieron a Cochrane el comando de 6 buques a vapor a construirse. Para dotarlos de tripulación le entregaron £ 35.000. Dos buques no se construyeron, los demás fueron inservibles por mala construcción y el dinero se esfumó, según algunos historiadores, en manos de Cochrane, según el marino inglés, en las de ciertos patriotas griegos.


Recién en 1827 zarpó Cochrane al mando de dos corbetas a vela con las que poco pudo hacer excepto participar en la decisiva batalla de Navarino. El entusiasmo internacional se había solidarizado con Grecia, y la intervención de tropas y naves de Inglaterra, Francia y Rusia obligó al imperio otomano, tras esa derrota de la flota turco-egipcia, a reconocer la independencia griega en 1830.


Cochrane obtuvo en 1834 el indulto real y la restitución de su título de conde de Dundonald. En 1848 se le nombró almirante y se le confió el comando de la flota inglesa destacada en el norte de América y el Mar Caribe; en 1854 fue nombrado Contraalmirante. Murió en Londres a los 85 años, el 31 de octubre de 1860; enterrado en la Abadía de Westminster, sobre su lápida están los escudos de Chile, Perú, Brasil y Grecia junto al blasón de su familia.


Chile continúa honrando al que considera uno de los fundadores de su Marina Nacional. Cinco naves de guerra -dos acorazados, dos destructores y en 2006 una fragata- recibieron el nombre de Almirante Cochrane.

sábado, 1 de agosto de 2020

La muerte de Urquiza

La muerte de Urquiza
Sus causas y consecuencias


por Norberto Jorge Chiviló 

150 años atrás, el lunes 11 de abril de la Semana Santa de 1870, cuando se encontraba en su residencia del Palacio San José, que había terminado de construir diez años antes, cercano a Concepción del Uruguay, fue muerto el gobernador y hombre fuerte de la provincia de Entre Ríos, general Justo José de Urquiza.

Veintinueve años después de aquél suceso, en la revista “Caras y Caretas”, fue publicada la entrevista que Fray Mocho -seudónimo del famoso escritor y periodista argentino José Sixto Álvarez Escalada (1858-1903)- tuvo con el coronel Carlos Anderson, ayudante de servicio que tenía Urquiza en esa noche trágica. Transcribiré el reportaje en sus partes pertinentes por lo interesante del relato realizado por un testigo presencial del hecho.

Cuenta Fray Mocho: “… cuando sin que nada lo hiciera presagiar, la República se acongojó con la noticia de que el Capitán General don Justo José de Urquiza, había sido asaltado y muerto en su palacio de San José, entre los brazos de su mujer y de sus hijas, de las cuales una –Dolores de 16 años de edad, hoy señora de Sáenz Valiente- atropelló a uno de los asaltantes, el Sargento Mayor José María Mosqueira, armada de un espadín, con el cual pretendió herirle.

Teniendo conocimiento de que se hallaba en Buenos Aires el hoy Coronel señor Carlos Anderson, que era ayudante de servicio que tenía el general Urquiza la noche del suceso fatal, le hicimos una visita y obtuvimos de él datos curiosos y nuevos.

- Vengo a visitarlo, mi coronel… para que hablemos de aquellas cosas de Entre Ríos en 1870… de la muerte del General… ¿Recuerda el hecho? 

- Vaya!... Como para olvidarlo fue!... Lo tengo tan presente como si hubiera sido ayer… Amigo!... Qué bárbaro rato me hicieron pasar. 

- Me lo imagino! 

- Figúrese!... Yo estaba de guardia y mi hermano, que era el otro ayudante, estaba en cama, razón por la cual me encontraba en su cuarto acompañándole…

Serían entre las siete y cuarto y siete y veinte de la noche, cuando sentí que don Justo –que estaba, como era su costumbre, tomando el té bajo la galería, casi en la entrada del patio– le preguntaba al hombre de servicio:

- ‘¿Qué ruido es ese?’

- ‘¿Parece un tropel de gente, señor?’

- ‘Ah! Ah!... ¡Eso es!... Ha de ser una comisión que debe llegar de Nogoyá…’. Y luego no más, como el tropel siguiera y no se detuviese donde estaba ordenado se detuvieran las comisiones, agregó – ‘Son asesinos… cierre la puerta del pasillo’.

Y lo oí que corría para la sala costurero de la señora, que quedaba casi en la esquina del patio y se comunicaba con la torre del Palacio por medio de otro cuartito donde estaba la escalera que era de fierro y de esas llamadas de caracol. En la torre había armas y si el General sube, se salva, pero lo perdió su genio, pues como encontró un riflecito a mano, volvió al patio corriendo.

Palacio San José
Palacio San José
En eso los asaltantes, que eran cinco no más –pues aunque entraron al Palacio ciento cuatro, los otros enderezaron a la guardia y a asegurar las entradas- desembocaron en el patio y al verlos les gritó: ‘No se mata así a un hombre en su casa, canallas’ y les disparó un tiro: la bala pasó rozando el bigote a un cordobés Álvarez y fue a quebrarle el hombro al negro Luna, otro de los que venían.

Álvarez, entonces, le tiró con un revólver y le pegó al lado de la boca –era herida mortal, sin vuelta. El general cayó en el vano de la puerta y en esa posición Nico Coronel le pegó dos puñaladas y tres el cordobés Luengo, -único que venía de militar y que lo alcanzó cuando ya la señora Dolores y Lola la hija tomaban el cuerpo y lo entraban a la pieza, en la cual se encerraron con él, yendo a recostarlo en la esquina del frente, donde se conservan hasta ahora las manchas de sangre en las baldosas.

- ¿Y quiénes fueron los que lo mataron?

- Los que entraron fueron: los cordobeses Luengo, que mandaba en jefe y el tuerto Álvarez que fue el que lo volteó, los orientales Nico Coronel y el mentado negro Luna y el entrerriano José María Mosqueira… El correntino Vera vino también, pero él fue el que atacó la guardia por más que era el jefe verdadero del asalto.

- ¿Y López Jordán, entonces?... ¿Qué hacía?

- Estaba en su estancia… Los hilos de la trama eran muchos y había que estar con el ojo abierto. Ya ve: en Concordia mataron también a la misma hora más o menos que al general, a sus hijos Justo y Waldino… a quienes se temía, sobre todo al primero que era prestigioso…”


¿Quién fué el general Urquiza?

Alegoría del General Justo José de Urquiza y el 9 de Julio - Baldassare Verazzi (1819-1886)
Urquiza, fue un gran hacendado e importante comerciante entrerriano, y uno de los mejores militares de su época, que tuvo destacada actuación -por acción u omisión- en los tres conflictos armados que enfrentó el Brasil, primero contra la Confederación Argentina (1851-1852), luego en su intromisión en la política interna del Uruguay (1864-1865) y por último en la guerra del Paraguay (1865-1870) y también en los conflictos internos de la política nacional (1859-1861 y 1863). Esa actuación, activa en unos casos y pasiva en otros, significaron a través del paso del tiempo lo que sus otrora fieles seguidores fueron considerando como traiciones al ideario federal.

Urquiza había nacido en Talar de Arroyo Largo, Virreinato del Río de la Plata el 18 de octubre de 1801. Desde muy joven y después de estudiar en el Colegio de San Carlos en Buenos Aires, se instaló en Arroyo de la China (actual Concepción del Uruguay), donde se destacó en la actividad rural y comercial, logrando amasar una gran fortuna.

Después de ser elegido como diputado provincial en 1826, dos años más tarde fue comandante militar y civil de Concepción del Uruguay. Apoyó al gobernador de su provincia Pascual Echagüe en la guerra civil contra las fuerzas unitarias de Berón de Astrada, Lavalle, Paz y del caudillo oriental Rivera.

Cuando venció el cuarto mandato de Echagüe, el 15 de diciembre de 1841 la Legislatura Provincial designó a Urquiza como nuevo gobernador. A pesar de ejercer ese cargo político, nunca se desentendió de los negocios comerciales, destacándose asimismo como un hábil militar.

Debemos señalar que durante su gestión como gobernador, cargo que ejerció durante varios períodos, tomó medidas progresistas, pero también su ambición personal y su avaricia, lo hicieron incurrir en conductas contrarias al patriotismo y al interés nacional.

En honor a la verdad debemos añadir que Urquiza se había destacado durante los años 1838 a 1847, como leal soldado de la Confederación, primero como subalterno del gobernador Echagüe, contra el gobernador de Corrientes Genaro Berón de Astrada, interviniendo en la batalla de Pago Largo. Ya como gobernador de su provincia, Urquiza junto con Oribe infringieron una derrota a las tropas unitarias en Arroyo Grande y posteriormente derrotó a Fructuoso Rivera –el “presidente” oriental aliado a los expatriados unitarios de Montevideo- en India Muerta y al gobernador correntino Joaquín Madariaga, en Potrero de Vences. Tanto Berón de Astrada como Madariaga pretendían separar de la Confederación, no solo la provincia de Corrientes, sino también las litorales, para formar junto con el Uruguay de Rivera y el sur del Brasil una nueva República.

Batalla de Vences, 27 de noviembre de 1847 – Juan Manuel Blanes - Palacio San José
Batalla de Vences, 27 de noviembre de 1847 – Juan Manuel Blanes - Palacio San José


Antecedentes inmediatos de la muerte de Urquiza

Desde 1868, presidía nuestro país don Domingo Faustino Sarmiento, quien desde los días posteriores a Caseros, era enemigo acérrimo de Urquiza, pero que al ser elegido presidente de la Nación, y ante la oposición que le hacía el partido mitrista, buscó y recibió el apoyo del gobernador entrerriano.

Uniforme de soldado de caballería de Urquiza en la batalla de CaserosEn 1869 el presidente fue invitado a visitar la provincia de Entre Ríos, lo que realizó para conmemorar el 18° aniversario de la batalla de Caseros, el 3 de febrero de 1870 -esto es dos meses antes de la muerte de Urquiza-. Arribó al puerto de Concepción del Uruguay a bordo del vapor Pavón el día 2 por la noche, desembarcando la mañana siguiente. En el lugar y para rendirle honores, se encontraban formados dos batallones de infantería y un regimiento de caballería, que lucían la misma vestimenta de rojo punzó, con la cual lucharon en aquella batalla. 

Fue recibido con gran pompa por el gobernador con el cual se fundió en un abrazo y junto a su nutrida comitiva fue trasladado al Palacio San José, siendo agasajado de todas formas. Sarmiento recibió allí todo tipo de atenciones por parte de su anfitrión –que incluyeron recibimiento con alfombra roja, cena para doscientos comensales, baile, etc.- incluso pernoctó en una de las habitaciones que le fue preparada para tal fin, quedando deslumbrado por la belleza del lugar, tanto por la arquitectura del Palacio, como por los jardines que lo rodeaban.

La actitud de Sarmiento de viajar en el vapor que llevaba como nombre el de la batalla homónima, el abrazo con Urquiza y los agasajos que recibió, exasperó los ánimos de los federales de aquella provincia, ya que Sarmiento era la figura más destacada del unitarismo y declarado enemigo del partido federal. Todo esto junto a otros antecedentes que pasaré a relatar, fue la gota que rebalsó el vaso.

Debemos aclarar que todos aquellos que asaltaron el Palacio en esa noche del 11 de abril eran federales, no mucho tiempo antes también fervientes urquicistas, incluso muchos pertenecientes a su guardia y a su servicio personal.

Desde dos años atrás, venía gestándose una revolución para deponer a Urquiza, a cuyo frente se encontraba el general Ricardo López Jordán (h), quien era un militar y persona que había ido adquiriendo gran prestigio en aquella provincia y que había sido subalterno del gobernador.

El apoyo hacia Urquiza cuyo ascendiente entre los entrerrianos había llegado a ser muy grande, fue decreciendo a través del tiempo, erosionando su prestigio y sobre todo después de Pavón, por actitudes que tomó, que lo acercaron a los hombres liberales y unitarios de Buenos Aires y lo fueron alejando del pueblo federal, siendo considerado por estos últimos como un “tirano” y acusado de haberse “vendido a Buenos Aires”, siendo todos esos antecedentes los que llevaron a que se gestara ese movimiento revolucionario. Paralelamente a ello va incrementándose el apoyo de la gente hacia López Jordán, descendiente de Francisco “Pancho” Ramírez.

Los que se han ocupado del tema de la muerte de Urquiza, difieren acerca de cómo sucedió. Según algunos, la orden dada por López Jordán a quienes asaltaron el Palacio aquella noche, era la de apresar al gobernador sin daño a su persona, con la condición de que dejara el mando de la provincia, saliendo del país o retirándose totalmente a la vida privada y por lo tanto que su muerte no fue querida, sino que ello fue una consecuencia de su resistencia y del disparo que efectuó contra la partida que hirió a uno de sus integrantes. Otros, por el contrario, opinan que el fin del ataque al Palacio San José era sin más el de asesinar al mandatario provincial.

No voy a entrar a analizar ese tema, que excede lo tratado en el presente artículo.


La diplomacia y la política brasilera

Desde el establecimiento en América de portugueses y españoles, fueron continuos los conflictos entre ellos motivados por cuestiones geopolíticas. El expansionismo lusitano y su pretensión de dominación de la cuenca del Plata, las invasiones de los bandeirantes en las misiones jesuíticas y los avances en la Banda Oriental del río Uruguay por la posesión de la Colonia del Sacramento, son prueba de ello.

En el siglo XIX, el tradicional enemigo de los argentinos siguió siendo el Brasil.

Los Braganza, casa reinante en Portugal y aliados importantes de Inglaterra, primero desde la Metrópoli y luego desde suelo americano -una vez trasladados a estas tierras en 1808 en buques ingleses, por la huida de toda la Corte por la invasión napoleónica a la península ibérica-, tuvieron en su mira el expansionismo territorial de sus posesiones americanas y paralelamente el desmembramiento y la división del vecino Virreinato del Río de la Plata y posteriormente de los países que surgieron de ella. Eso continuó y se mantuvo inalterable aún después de declarada la independencia del Brasil y el establecimiento del Imperio en 1822.

La política diplomática brasilera, conocida como “diplomacia de Itamaraty”, se caracterizó siempre por ser muy hábil y profesional, manteniendo una línea coherente en sus medios y fines durante el transcurso de toda su historia, no obstante los cambios de regímenes y gobiernos, contrariamente a lo que sucedió con los países linderos de origen español, en los que sus políticas diplomáticas fueron cambiantes y muchas veces contradictorias y a veces estuvieron muy ligadas a los intereses del Brasil al cual beneficiaron, en contra de sus hermanas americanas.

Podemos decir, sin equivocarnos, que la diplomacia brasilera fue y es una de las mejores del mundo, con una visión geoestratégica envidiable, cuyo fin fue desde el inicio el expansionismo y el dominio de la cuenca del Plata, para lo cual empleó la política de los romanos del divide et impera (divide y vencerás).

Debemos destacar la habilidad de esa diplomacia en lograr que las guerras en las que intervino el Brasil, se desarrollaran principalmente fuera de sus fronteras (p.e. caso de la Primera Guerra contra las Provincias Unidas del Río de la Plata, que se desarrolló en la Banda Oriental; la Segunda Guerra esta vez contra la Confederación Argentina que tuvo lugar en tierras uruguayas y argentinas; la guerra contra el Uruguay de 1864-1865, que se llevó a cabo también en tierra uruguaya; y por último la llamada Guerra de la Triple Alianza o Guerra del Paraguay cuyo teatro de operaciones estuvo mayormente en tierra argentina y paraguaya y en menor medida también en tierra brasilera del Mato Grosso).

El divide et impera, no solo fue aplicado en las relaciones entre los países derivados de la división del antiguo Virreinato del Río de la Plata, sino también dentro de cada país, anarquizándolos, promoviendo levantamientos y guerras internas o civiles, apoyando a un partido en contra del otro, contando siempre con la ayuda de nativos, los que oficiaron de aliados o auxiliares (p.e. el caso del Gral. Urquiza su aliado en la Guerra contra la Confederación Argentina, o apoyando al general colorado Venancio Flores en el Uruguay para que se hiciera del ejecutivo del país hermano, o posteriormente en la guerra del Paraguay, neutralizando al Gral. Urquiza). Para ello se valieron del soborno o alentando intereses o apetencias personales de poder u otros métodos para neutralizar o desembarazarse de quienes pudieran llegar a ser enemigos.

Así lo vio claramente el representante británico Robert Gore cuando le informó al primer ministro Lord Palmerston el 2 de febrero de 1852 que “La política insidiosa del Brasil es muy clara: revolucionar estas comarcas y mantenerlas en un estado de guerra civil y anarquía…”

De todos esos conflictos armados, el Brasil siempre sacó ventajas territoriales (como la independencia de la Banda Oriental, la anexión de las Misiones orientales, la apertura de los ríos argentinos, las mutilaciones a los territorios uruguayo y paraguayo), o bien sacándose de encima a gobiernos (caso de la Confederación Argentina de Rosas) que representaban un peligro para su propia existencia o logrando la destrucción de otros países (caso del Paraguay) que podrían en el futuro ser sus competidores económicos.


La Confederación Argentina y el Imperio

Si existió una política diplomática de acuerdo a sus intereses nacionales, comparable a la de Itamaraty, fue la diplomacia de la Confederación Argentina durante el período rosista, no superada por ningún otro gobierno argentino. Prueba de ello son los textos de las convenciones firmadas con los franceses en 1840 y 1850 (Arana-Mackau y Arana-Lepredour) y con los ingleses en 1849 (Arana-Southern), tratados que no fueron igualados por ninguna otra nación del mundo.

La Argentina anterior a Rosas había sufrido mutilaciones territoriales y durante su época también existieron serios intentos secesionistas de distintos territorios que la conformaban, promovidos por las dos potencias europeas más importantes de la época, Inglaterra y Francia, y por el Brasil.

Para nuestro vecino, Rosas fue una piedra en el camino, un escollo para su política expansionista, un gobernante al cual no se podía engañar y menos aún sobornar y con un gran predicamento no solo en Argentina, sino en toda América, incluso en vastos sectores del Imperio, que no iba a permitir ninguna disgregación territorial, sino que por el contrario su política era la de la reincorporación por el consenso de los territorios que se habían separado del tronco común que formaron el antiguo Virreinato.

Rosas tenía bien claro quién era el enemigo y el país con el cual debía enfrentarse en el futuro y este no era otro que el Imperio del Brasil.

La independencia declarada por el Paraguay a fines de 1842, que Rosas se negó a reconocer por ser y considerarla una provincia argentina, fue con la convicción que en el futuro se reintegraría al seno de sus hermanas. En carta que Rosas envió a las autoridades de Asunción, con motivo de la declaración de la independencia, les decía: "…jamás las armas de la Confederación Argentina, turbarán la paz y tranquilidad del pueblo paraguayo…" y esa posición la mantuvo no obstante la política hostil por parte del gobierno de Asunción con respecto a la Confederación. Esa independencia que sí fue reconocida por el Brasil en 1844 (ya que era un territorio que ambicionaba y que se había separado del tronco común argentino) fue un gesto inamistoso hacia la Argentina y una de las causales, que enturbiaron la relación entre ambos países (Argentina y Brasil). Los paraguayos habrán lamentado años después con las consecuencias nefastas sufridas por su país en la Guerra de la Triple Alianza y la equivocación histórica en la que incurrieron al haber considerado a Rosas y la Confederación como enemigos, ayudando a su derrota y al Imperio del Brasil como potencia amiga.

Sumado a ello las gestiones realizadas por el Imperio con franceses e ingleses para lograr la intervención conjunta en el Río de la Plata y la finalidad de lograr la secesión de las provincias mesopotámicas, deterioraron aún más las relaciones entre ambos países. Rosas y el Imperio, se consideraban mutuamente como el próximo enemigo en una guerra que ya se vislumbraba y era inevitable.

A fines de la década de 1840 la Confederación Argentina, se encontraba en paz, con el partido unitario totalmente vencido y habiendo cesado las agresiones de Francia e Inglaterra, con el levantamiento del bloqueo que ellas habían establecido y la firma de los tratados que habían puesto fin a tales agresiones con el reconocimiento de la jurisdicción argentina sobre sus ríos interiores. Incluso, volvían muchísimos emigrados, que de ninguna manera fueron molestados en su regreso. Sólo restaba resolver la cuestión de Montevideo.

Rosas tenía confianza en que los territorios que se habían segregado años atrás se reintegraran al tronco común, junto a sus hermanas argentinas.

Con el fin de hacer frente a ese futuro conflicto con el Imperio, se fue formando el poderoso y aguerrido Ejército de Operaciones que Rosas puso al mando de Urquiza, uno de los mejores militares que tenía el país en esos momentos. Rosas fue dotando de todo tipo de medios y recursos a ese ejército, que además contaba con la caballería entrerriana que era la mejor de América.

El prestigio de Rosas en nuestro país y en toda América, en ese momento, estaba en todo su apogeo.

Por el contrario el Imperio se encontraba solo, no tenía un ejército comparable al argentino ya que era notablemente inferior y no estaba en condiciones de afrontar con éxito una confrontación armada. En la Mesopotamia se encontraba el importante ejército al mando de Urquiza y en el Uruguay, otra importante fuerza al mando de Manuel Oribe.

Así se lo hizo saber el emperador austríaco, Francisco José I, pariente del emperador del Brasil, Pedro II, aconsejándole a éste evitar una confrontación con la Confederación Argentina, “pues, según la opinión de oficiales franceses informados in locum (en el lugar), la balanza se inclinaría a favor de Rosas”.

Tampoco el Brasil se encontraba en las mejores condiciones políticas internas, ya que había fuertes tendencias secesionistas en Pernambuco y Bahía y también en el sur a pesar de la derrota de la República Farrapa -en la provincia de Río Grande-, donde el sentido republicano era todavía muy fuerte y donde los gaúchos riograndenses, se sentían hermanos de orientales y argentinos. La importante población de esclavos tenía simpatías por el dictador argentino y gran parte de la población tenía ideas republicanas que la acercaban a las del gobernante argentino.

Todo ello podría significar el fin del Imperio y la instauración de la República. Los políticos brasileros eran conscientes de la situación crítica en que se encontraba su país en esos momentos.

Así el diputado Pereyra Da Silva, en la cámara de diputados brasileña el 17 de junio de 1850, expresó: "…Los designios del general Rosas no son ocultos. Pretende reconstruir el virreinato de Buenos Aires, acabando con todos los pequeños Estados que de él se habían hecho independientes. Estos designios son fatalísimos, perjudiciales al Imperio del Brasil”.

La cuestión para el Brasil era: "La Confederación Argentina y Rosas o el Brasil".

“El Brasil temía a Rosas, no sin fundamento, porque éste, con el ejército que tenía en el sitio de Montevideo y con más de 20.000 hombres en Santos Lugares, podía, el día que hubiese querido, presentar 40 ó 50.000 hombres en la frontera del Brasil, invadiendo el Imperio por la provincia de Río Grande, auxiliando al partido republicano y, dando libertad a la esclavitud, hacer bambolear al Emperador brasileño. El Gobierno del Emperador comprendió la política de Rosas, la temía, sabía que era un enemigo fuerte, por lo que no perdonaba medio ni sacrificio para derribarlo”. Así lo afirmó el periodista español Benito Hortelano, quien no obstante haber recalado en Buenos Aires a fines de la década del 40, tenía bien claro cuál era la situación geopolítica de ambos países.

No había más alternativa entonces para el Imperio que el derrocamiento de Rosas y el debilitamiento de la Confederación. El Brasil debía sacarse a Rosas de encima, fuere como fuere, ya que era él con la Confederación Argentina, quien impedía concretar sus aspiraciones y apetencias territoriales y ponía en peligro su propia existencia como Imperio. Había que encontrar el medio para lograr esos objetivos.


Las apetencias de Urquiza y el interés del Brasil


Urquiza, además de excelente militar, fue un comerciante que rápidamente se enriqueció y pasó a ser la persona más rica de la Confederación, sin medir los medios y las consecuencias para lograrlo, como veremos a continuación.

El proceder del caudillo entrerriano, era considerar solo su conveniencia económica.

Mientras que las fuerzas navales y de tierra de la Confederación Argentina, junto con las orientales al mando de Oribe, trataban de mantener el sitio de Montevideo y la rendición de la ciudad, donde estaban radicados los unitarios expatriados ayudados por fuerzas anglofrancesas, Urquiza gobernador de una provincia argentina, fomentaba el contrabando con la ciudad enemiga sitiada, obteniendo de ello importantes ganancias. El principal negocio era la venta de carne –él era el más importante ganadero de su provincia- y el contrabando de mercaderías europeas. Las balleneras que transportaban desde Entre Ríos la carne que abastecían a Montevideo retornaban cargadas con mercaderías europeas que desembarcadas en esa provincia, eran reenviadas luego a Buenos Aires. Como las mercaderías que pasaban de una provincia a otra no abonaban derechos aduaneros, de esa forma se burlaba la Ley de Aduana, ya que las mercaderías extranjeras a su ingreso a la Confederación por Entre Ríos no pagaban los derechos aduaneros y se convertía en contrabando.

Su otro negocio era la venta de oro. El 1838 Rosas había prohibido su exportación desde Buenos Aires, lo que le permitía con ese metal mantener garantizado el valor de la moneda. Por esa prohibición, el oro que conseguía barato en Buenos Aires, pasaba a Entre Ríos y desde allí, violándose la prohibición se exportaba para su venta a mayor valor en el extranjero, obteniéndose así importante diferencia económica.

Todo ese comercio que perjudicaba los intereses de la Confederación Argentina, no podía ser impedido por Rosas, pero tampoco podía dejarlo pasar. Por dos medidas que se tomarán, Urquiza verá perjudicados sus negocios. Una de ellas era la prohibición de sacar el oro de Buenos Aires y la otra era que las mercaderías extranjeras introducidas a Buenos Aires, aún por buques nacionales, pagaran los derechos aduaneros.

Esas dos medidas que se tomaron, beneficiaban a la Confederación, pero afectaron notablemente los intereses económicos de Urquiza y por lo tanto de su provincia y lo predispusieron contra Rosas.

Ante la inminente caída de Montevideo –por el retiro de las fuerzas angloinglesas como consecuencia de las convenciones firmadas en 1849 y 1850- y la situación crítica en la que se encontraba el Imperio, el partido gobernante brasileño considerando que la cuestión era “Rosas y la Confederación o el Imperio”, jugó una última carta tanteando al Gral. Urquiza para que este quedara al margen de una futura guerra argentina-brasilera.

El comerciante catalán Cuyás y Sampere, representante y estrecho colaborador de Urquiza, hará saber a los enemigos de Rosas que Urquiza “Obrará según las circunstancias se presenten, y como lo demandaren los intereses de la provincia y los suyos propios”, e inició contacto con los brasileros.

En 1850 corrieron rumores acerca de la posible defección de Urquiza de la causa nacional. Éste se “consideró” ofendido e hizo publicar en El Federal Entre-Riano de Paraná del 6 de junio de 1850 –que era el diario oficial de la provincia- esta declaración: “Crea Ud. que me ha sorprendido sobremanera que el gobierno brasilero, como lo asevera, haya dado orden a su Encargado de Negocios en esa ciudad, para averiguar si podía contar con mi neutralidad… Yo, Gobernador y Capitán General de la Provincia de Entre Ríos, parte integrante de la Confederación Argentina y General en Jefe de su Ejército de Operaciones, que viese empeñada a esta o a su aliada la República Oriental en una guerra, en que por este medio se ventilasen cuestiones de vida o muerte vitales a su existencia o soberanía… ¿Cómo cree, pues, el Brasil, como lo ha imaginado por un momento, que permanecería frío e impasible espectador de esa contienda en que se juega nada menos que la suerte de nuestra nacionalidad o de sus más sagradas prerrogativas, sin traicionar a mi Patria, sin romper los indisolubles vínculos que a ella me unen y sin borrar con esta ignominiosa mancha mis antecedentes?”

“El Gabinete imperial al expresarse así me ha inferido una grave ofensa, suponiéndome capaz de faltar a mis santos y obligatorios deberes, olvidando que siempre los he llevado del modo que mejor posible me ha sido, y que así lo verificaré…Debe el Brasil estar cierto de que el General Urquiza con 14 ó 16 mil valientes entrerrianos y correntinos que tiene a su órdenes sabrá, en el caso que habrá indicado, lidiar en los campos de batalla por los derechos de la Patria y sacrificar si fuera necesario, su persona, sus intereses, fama, y cuanto posee”.

Léase con detenimiento nuevamente esta declaración de bellas y patrióticas palabras y considérese el proceder posterior del mismo Urquiza totalmente contrario a lo que había declarado. Él mismo afirmó que el proceder que se le atribuía de “neutralidad… en una guerra, en que por este medio se ventilasen cuestiones de vida o muerte vitales a su existencia o soberanía [de la Confederación Argentina y del Uruguay]…”, significaba “traicionar a mi Patria”. Si el mantener la “neutralidad”… “significaba traicionar a mi Patria”, que sería entonces intervenir activamente a favor de la potencia extranjera como lo era el Imperio del Brasil,…que calificativo correspondía aplicar a semejante conducta…

En 1851, le llegó una información al Encargado de Negocios brasileño en Montevideo, que un oficial del Ejército de Operaciones argentino, le habría asegurado que dicho ejército se podría "neutralizar". El Brasil no dejó pasar la oportunidad y actuó en consecuencia.

Así, el canciller del Brasil le hizo conocer a su par del gobierno austríaco que los sucesos ya no eran como un tiempo atrás, sino que ahora venían desarrollándose a favor del Brasil ya que “El fuego se ha encendido en la casa de nuestro vecino, cuando él pensaba ponerla en la nuestra…”.

En efecto, iniciadas gestiones secretas entre Urquiza y el Imperio, una vez que se suscribió su acuerdo, Urquiza efectuó su famoso "Pronunciamiento" contra Rosas. Ya no sería "neutral" en el conflicto entre la Confederación y el Brasil, sino que tomaría parte activísima y decisiva en contra de los intereses de su propia Patria, insurreccionando el ejército a su cargo, para ponerlo al servicio de la potencia extranjera.

La llamada historia oficial ha dado una versión idealista del "Pronunciamiento", como que la lucha de Urquiza era contra la "tiranía sangrienta" y por la "libertad" y "contra" Rosas y no "contra" el pueblo argentino, versión totalmente alejada de lo que fue en la realidad. Siempre que se da la intervención extranjera a favor de una facción política, la lucha nunca es contra el "pueblo", sino contra quien la "tiraniza"; lo mismo volverá a repetirse años después en la guerra contra el Paraguay, donde esta no lo era contra el pueblo paraguayo sino contra el tirano Francisco Solano López. Pero tanto en el caso de la guerra contra la Confederación y después contra el Paraguay, el Brasil obtuvo importantes concesiones y beneficios.

Batalla de Caseros, Ataque de caballería – Juan Manuel Blanes – Palacio San José

La alianza militar de Urquiza, con el Imperio y el gobierno colorado uruguayo, derivó en el derrocamiento de Rosas en la batalla de Caseros, a raíz de la cual nuestros ríos interiores pasaron a ser de libre navegación por terceros países, se perdieron definitivamente las Misiones orientales, se reconoció la independencia del Paraguay-entre otras cuestiones-, todo lo cual benefició al Brasil y nuestro país pasó a ser un aliado del Imperio en las luchas que mantuvo posteriormente con el Uruguay y el Paraguay. Caseros significó una gran victoria para el Brasil ya que se sacó del medio a Rosas, que era lo que más le importaba y la Confederación Argentina quedó debilitada. Ya no sería posible para nuestro país, lograr que se reintegraran junto a sus hermanas argentinas, aquellos territorios segregados. Los esclavos del Imperio ya no recobrarían su libertad al ingresar a territorio argentino, sino que serían devueltos al Brasil.

Batalla de Caseros, Final del combate – Juan Manuel Blanes – Palacio San José
Batalla de Caseros, Final del combate – Juan Manuel Blanes – Palacio San José

La causa del porqué de la defección de Urquiza, la conocemos de boca de uno de los más enconados adversarios de Rosas y quien en su momento formó parte como boletinero del Ejército Grande urquicista, me refiero a Sarmiento, quien en carta que le escribió a Urquiza desde Yungay, el 13 de octubre de 1852, le decía:

“Yo he permanecido dos meses en la Corte del Brasil, en el comercio casi íntimo de los hombres de estado de aquella nación, y conozco todos los detalles, General, y los pactos y transacciones por las cuales entró S.E. en la liga contra Rosas. Todo esto no conocido hoy del público, es ya dominio de la Historia, y está archivado en los Ministerios de Relaciones Exteriores del Brasil y del Uruguay.

Tanta aberración he visto en estos años, como si dijeran que el emperador ha sentado plaza en el ejército de S.E. para corresponderle el servicio que le hizo S.E. conservándole la corona que lleva en la cabeza, como tuvo S.E. la petulancia de decirlo en barbas del Sr. Carneiro Leão, enviado Extraordinario del Emperador.

Se me caía la cara de vergüenza al oírle a aquel Enviado referir la irritante escena y los comentarios: ¡Si, los millones con que hemos tenido que comprarlo para derrocar a Rosas! Todavía, después de entrar en Buenos Aires, quería que le diese cien mil duros mensuales”.

Coinciden estas palabras transcriptas de Sarmiento con el informe que el Encargado de negocios británico en Montevideo le había escrito a Lord Palmerston, el 22 de mayo de 1850: "Me ha sido comunicado confidencialmente que Pimenta Bueno, el nuevo presidente de la Provincia de Río Grande, dispone de treinta mil libras esterlinas suministradas por el gobierno imperial a fin de sobornar a Urquiza, gobernador de Entre Ríos, para que se una al plan de derrocamiento del general Rosas, y que si esta suma no es considerada suficiente, el gobierno brasilero está dispuesto a gastar el doble de la misma, si es necesario".

El Plenipotenciario inglés Henri Southern en comunicación al primer ministro Lord Palmerston el 25 de febrero de 1851, había dicho de Urquiza "…además es rapaz y avaro, uniendo a las características de un tirano insensible e inexorable, los rasgos de un mercader voraz e insaciable".

Después de Caseros

Después de la batalla de Caseros, la mayoría de los federales (entre los más importantes podemos señalar a Pascual Echagüe, Jerónimo Costa, Juan Bautista Thorne, Hilario Lagos, Nazario Benavídez, Prudencio Arnold), consideraron a Urquiza como el sucesor de Rosas al frente del partido federal. Incluso así también lo consideró el exdictador desde su exilio. Esos federales, junto con el pueblo federal, lo siguieron durante mucho tiempo, confiando de buena fe en su persona, sin poder ver en su momento, lo que nos ha mostrado la historia después sobre el actuar de este personaje.

Ingreso triunfal de Urquiza con sus tropas en la ciudad de Buenos Aires, desfilando por la plaza de la Victoria 
(actual Plaza de Mayo), 
hacia el Fuerte, espectáculo seguido por el público desde la plaza y desde los balcones de los altos de Escalada.
Pintura de Leonie Mathis.

Producida la caída de Rosas, se sucedieron hechos de anarquía como fue la separación de la provincia de Buenos Aires de la Confederación, promovida por el partido unitario y no pocos exrrosistas, dando origen al Estado de Buenos Aires. En los hechos eran y se comportaban como dos estados distintos, incluso cada uno con su propia diplomacia y ejército.


Cepeda y Pavón

Entre ambas partes se produjeron no pocos enfrentamientos militares, siendo los más importantes los de Cepeda (23 de octubre de 1859) y Pavón (17 de setiembre de 1861), estando Mitre al mando del ejército de Buenos Aires y Urquiza al frente de los ejércitos nacionales de la Confederación.

Cepeda se originó con motivo de la revolución que desplazó al federal Nazario Benavídez -partidario de Urquiza- de la gobernación de la provincia de San Juan y su asesinato posterior, a manos de hombres del partido liberal y antiguos unitarios, adictos al gobierno de Buenos Aires. El gobierno federal produjo la intervención de esa provincia a la que se opusieron los porteños. Asimismo por una ley del Congreso Nacional, encomendaba a Urquiza que lograra por medios pacíficos, la reincorporación de Buenos Aires –entonces Estado de Buenos Aires- y el acatamiento a la Constitución de 1853 pero si ello no era posible de esa forma, lo autorizaba al uso de la fuerza.

Buenos Aires, consideró eso como una declaración de guerra y ordenó al entonces coronel Mitre para que invadiera Santa Fe y a su flota que bloqueara la ciudad de Paraná, por ese entonces capital de la Confederación.

Los ejércitos se enfrentaron en el arroyo de Cepeda -al sur de la provincia de Santa Fe- donde los urquicistas se impusieron en la lucha, ante lo cual Mitre se retiró derrotado.

Urquiza estaba en condiciones de ingresar a Buenos Aires y así poner fin al conflicto, y lograr la reincorporación del Estado de Buenos Aires al tronco común argentino de la Confederación, ya que nada se lo impedía pero no obstante, se estableció en el pueblo de San José de Flores. La mediación de Francisco Solano López -hijo del presidente paraguayo y futuro presidente de su país- hizo posible que se firmara el Pacto de Unión Nacional o de San José de Flores, lográndose la reincorporación de derecho de Buenos Aires a la Confederación. Ricardo López Jordán afirmó que Urquiza "había llegado a Buenos Aires como vencedor y negociado como derrotado".

En 1860, Urquiza entregó la presidencia de la Confederación a Santiago Derqui y Buenos Aires nombró gobernador a Mitre, mientras que el expresidente ocupó la gobernación de Entre Ríos.

Buenos Aires, ganó tiempo en el cual pudo fortalecerse económica y militarmente, dando vueltas a la cuestión de su reincorporación efectiva a la Confederación, por lo cual en los hechos el pacto no se cumplió. La Confederación a su vez tenía graves problemas financieros.

En ese año se realizó en Buenos Aires la elección de diputados que debían incorporarse al Congreso Nacional, pero como esa elección se hizo de acuerdo a las leyes locales y no a las de la Nación, Derqui desconoció la representatividad de esos diputados y dictó una ley llamando nuevamente a realizar otro acto eleccionario, hecho que fue desconocido por el gobierno de Buenos Aires que declaró caduco el pacto de San José de Flores, lo que fue considerado a su vez por el Congreso Nacional como un acto sedicioso. Ante esa situación Derqui puso a Urquiza al frente del ejército con la misión de imponer a Buenos Aires el acatamiento a las normas federales.

La confrontación entre ambos fuerzas debía ser favorable al de la Confederación, no solo por la experiencia militar siempre exitosa de Urquiza, quien contaba con el apoyo casi unánime del país, contrariamente a lo que sucedía con Mitre, quien nunca había ganado una batalla, y solo lo apoyaba Buenos Aires, y por lo tanto así se preveía una nueva victoria como la de Cepeda.

Fracasaron varios intentos mediadores y llegados ambos ejércitos a orillas del arroyo Pavón, Urquiza no se decidió a atacar de inmediato, como le aconsejaron varios de sus subalternos -como López Jordán y Arnold- para tomar la iniciativa contra los porteños.

El ejército nacional compuesto por aproximadamente 17.000 hombres -aportados 8.000 hombres por las provincias del centro y el resto por las del litoral y voluntarios porteños federales- eran principalmente de caballería con alguna pequeña fuerza de infantería y artillería, se enfrentó a los 22.000 hombres de las fuerzas mitristas con mucha infantería y artillería y con mayores y mejores elementos bélicos que los provincianos.

La caballería que conformaban las alas del dispositivo nacional, al mando de Juan Saá, Ricardo López Jordán y Miguel Galarza, derrotaron totalmente y pusieron en fuga a la caballería porteña mandada por el militar uruguayo Venancio Flores y Manuel Hornos, pero por el contrario la inexperta e inferior infantería nacional que cubría el centro del dispositivo, fue superada por la de Buenos Aires, que después de la lucha quedó muy disminuida y cercada por la caballería urquicista.

Urquiza, que no combatió, sino que se mantuvo en su caballo, "clavado como una estaca" en una hondonada junto a 4.000 aguerridos entrerrianos de reserva y a los cuales no hizo intervenir en la lucha, imprevistamente y en medio de la victoria, ordenó la retirada, junto con la invicta caballería entrerriana, -"me retiré al tranco hacia Rosario", escribió para significar que su retirada era voluntaria y que nadie lo perseguía- donde finalmente se embarcó en Rosario para cruzar el Paraná.

Ante la derrota evidente de sus fuerzas, Mitre se retiró con los restos de su ejército hacia San Nicolás de los Arroyos.

No obstante que la caballería nacional había quedado dueña del campo de batalla y que le fue comunicada esa circunstancia a Urquiza, éste no quiso retornar, siguiendo con la retirada y dejando el campo de batalla libre a los mitristas. Uno de sus jefes subalternos, el general Benjamín Virasoro, no explicándose qué había ido a hacer Urquiza a Rosario, lo esperaba de un momento a otro y al redactar el 19 el parte de batalla datándolo en el "campo de la victoria de Pavón", dice: "El resultado de esta inmortal jornada, que formará una de las brillantes páginas de nuestra historia, ha sido quedar tendidos en el campo de batalla más de 1.500 cadáveres enemigos, entre ellos muchos jefes y oficiales, 1.200 prisioneros, su convoy y bagajes en nuestro poder... Si algunas piezas de artillería han podido arrastrar nuestros enemigos, a trueque nos han dejado otras... hasta la galera del general enemigo la tenemos en nuestro poder".

"¡No dispare, general, que ha ganado!", es el parte que recibió Mitre en su retirada y por el cual días después volvió al campo de batalla y quedó como vencedor -y así lo ha considerado la historia-.

Después de consolidar su posición, se inició posteriormente la persecución del ejército nacional. Venancio Flores al frente de una fuerza porteña, sorprendió a las urquicistas en retirada mientras dormían en Cañada de Gómez, ocasionándoles importantes bajas.

Esa retirada de Urquiza, no obstante la victoria conseguida por la caballería, fue incomprensible para sus generales y todos sus seguidores, quienes no pudieron ver la razón de esa actitud.

¿Qué es lo que pasó con Urquiza y Mitre? La actitud “incomprensible” en aquellos momentos de Urquiza -considerarse vencido, cuando no lo estaba y retirarse como tal del campo de batalla-, fue dilucidada posteriormente por la historia.

Tanto Urquiza como Mitre eran hermanos masones del Grado 33, el que habían recibido -junto a Derqui, Sarmiento y el general Juan Andrés Gelly y Obes- en un acto de confraternidad, celebrada el 21 de julio de 1860 en el Templo de la Logia Unión del Plata.

Un tal Yateman, comerciante norteamericano, estuvo la noche anterior al combate, yendo y viniendo de un campamento a otro, trayendo y llevando correspondencia. Cuenta un asistente de Urquiza que llegado al campamento este caballero norteamericano, fue bien recibido por Urquiza, a quien le entregó una carta remitida por Mitre y a su vez redactó una contestación que le dio para ser entregada para el gobernador de Buenos Aires.

Un acuerdo de Logia determinó que Urquiza se retirara de la escena nacional, replegándose a su provincia donde no sería molestado, reconociéndosele el carácter de hombre fuerte de la misma, dejando a Mitre la dirección y reorganización del país.

Retrato del general Mitre, realizado en 1906 por Ulpiano Checa. Museo Mitre de la Ciudad de Buenos AiresAños después, Mitre en un discurso pronunciado en un banquete que la masonería ofreció a Sarmiento el 29 de setiembre de 1868, agitando un instrumento masónico dijo: “¿Qué es Sarmiento? un pobre hombre como yo, un instrumento como este…”. ¿Todos eran instrumentos de la masonería?

El historiador masónico Alcibíades Lappas, dice sobre toda esta situación y el motivo de la retirada de Urquiza: "Esta vez también el general Urquiza supo dar la victoria a las armas de la Confederación, en los campos de Pavón. Pero no obstante eso, el general victorioso, en magnifico gesto de autosacrificio y renunciamiento se retiró a Entre Ríos dejando el campo de batalla a las fuerzas opuestas comandadas por Mitre, convencido que esa era la única manera de terminar con las disidencias y obtener la meta ideal de la pacificación definitiva".

En una carta que el presidente Derqui le remitió al general Saá el 22 de octubre de 1861, le dijo entre otros conceptos sobre Urquiza, que "entregaría maniatado al partido nacionalista de la República, con tal de que lo dejasen tranquilo en Entre Ríos. Ya se me habían dado avisos por personas muy caracterizadas, que el Gral. Urquiza estaba en relaciones clandestinas con el enemigo: pero ya se ha quitado la máscara y se comunican por medio de vapores de guerra del enemigo que vienen al Diamante con bandera de parlamento y entregan correspondencia para él…"

La sangre de los federales había sido derramada, en definitiva, sin ningún motivo, por lo que la retirada de Urquiza, fue considerada por muchos de sus seguidores como una traición de su jefe.

Después de su "derrota" en Pavón, Urquiza tranquilamente y de acuerdo a lo pactado, se retiró a su provincia, para gozar en su residencia de San José y sin sobresaltos de la riqueza que había acumulado durante los años de su actuación pública y volvió a desentenderse de quienes todavía seguían teniendo esperanzas en él y lo seguían considerando como el jefe del partido federal.



Las consecuencias de Pavón

A raíz de la batalla de Pavón, el gobernador Mitre es catapultado al frente de la escena nacional y se convirtió en figura y árbitro político principal, a la vez que se establecía la hegemonía de la provincia de Buenos Aires sobre el resto del país, marcando el fin de la Confederación Argentina.

Mientras esto ocurría, el presidente Derqui, considerándose traicionado por Urquiza, presentó su renuncia y se refugió en Montevideo. El vicepresidente Juan Esteban Pedernera declaró caduco el gobierno nacional y se encargó su reorganización al gobernador porteño Mitre, quien fue designado luego como encargado del Poder Ejecutivo Nacional y posteriormente electo como nuevo presidente de la Nación asumiendo el 12 de octubre de 1862 por el período de seis años. Extendió así su influencia a todo el país, copando con sus partidarios las bancas del Congreso y toda la administración, pasando así a ser el hombre fuerte del país.

La capital de la Confederación que estaba asentada en Paraná fue trasladada a Buenos Aires.


Las expediciones mitristas al interior del país

A principios de diciembre de 1861, habían partido los ejércitos mitristas, que fueron de represión y exterminio al mando de oficiales uruguayos como Wenceslao Paunero, Ambrosio Sandes, Venancio Flores, José Miguel Arredondo, Ignacio Rivas, Ambrosio Sandez, Pablo Irrazábal -los llamados procónsules o coroneles de Mitre- para invadir el interior del país y desalojar a los gobiernos de tendencia federal que se oponían a la hegemonía porteña -como Córdoba, San Juan, La Rioja, Catamarca, Salta- y poner en su reemplazo a unitarios y liberales, siendo una excepción Urquiza, quien no fue molestado de ninguna forma. Era la imposición de la civilización sobre la barbarie. Nada debía quedar de la derrotada Confederación Argentina. Era la época del "no ahorre sangre de gauchos". Volvía la guerra civil.


El Chacho

En La Rioja, la situación no fue tan sencilla para los ejércitos porteños, ya que la resistencia estuvo a cargo del general Ángel Vicente Peñaloza, "El Chacho", a quien el Congreso Nacional había promovido a ese grado militar en 1855, que tenía gran prestigio, era muy popular en la zona y no era persona a la cual se pudiera dominar fácilmente.

La rebelión del Chacho tuvo nuevos bríos a partir de marzo de 1863. Después de obtener algunas victorias contra el ejército nacional que contaba con numerosos efectivos, más instruidos y mejores armas, éstos se impusieron a los llanistas riojanos -quienes todavía peleaban con chuzas y viejas armas-. Cuando las fuerzas nacionales se le venían encima, el Chacho por medio de varias cartas pidió ayuda a Urquiza a quien considera jefe de los federales. En una última del 10 de noviembre de 1863, poco tiempo antes de su alevosa muerte, le escribió: "Mi digno general y amigo... En medio de esta desigual y azarosa lucha nada me desalienta, si llevase por norte el pensamiento de V.E. de ponerse al frente de la fácil reacción de nuestro partido".

Urquiza nada hizo ni nada contestó, secretamente despreció los levantamientos federales, que perturbaban su coexistencia pacífica con los porteños, él quería seguir disfrutando de la vida en su provincia natal. Muchos de sus seguidores consideraron tal conducta como otra traición.

Peñaloza finalmente, fue tomado prisionero e inmediatamente asesinado, cortándosele la cabeza y clavada en una pica, fue expuesta en la plaza de Olta.


La intervención brasilera en el Uruguay

Durante la intervención brasilera en el Uruguay en 1864 y 1865, que contó con la complicidad del gobierno de Mitre, apoyando al partido colorado en su lucha contra el legítimo presidente Bernardo Prudencio Berro, Urquiza nuevamente ni se movió ni hizo nada…

El 31 de agosto de 1864, el defensor de la sitiada plaza de la ciudad oriental de Paysandú, coronel Leandro Gómez se dirigió a Urquiza, pidiéndole que no deje "que sus hermanos los orientales luchen solos y a muerte con los soldados esclavos de un imperio que pretende sojuzgarnos".

Urquiza desoyó los pedidos de ayuda no solo que le formularon los orientales, sino también de muchos connacionales y coprovincianos para que se involucrara en la acción a favor de los defensores de Paysandú. El sentimiento a favor de los sitiados en esa localidad oriental era muy fuerte en nuestro país y muchos argentinos pudieron cruzar el río Uruguay -lo cual no era fácil, por la presencia de la flota brasilera- para incorporarse a la defensa de la martirizada ciudad.

Cuando ya no quedaron defensores que pudieren ofrecer resistencia, Paysandú “La Heroica” cayó. El coronel Gómez, héroe de la defensa, fue fusilado por sus connacionales colorados. Urquiza tampoco movió ni un pelo a favor de los hermanos orientales. ¿Por qué actuó así?

Cuenta Miguel Ángel Scenna, que en el año 1863, cuando los brasileros se aprestaban a intervenir en el Uruguay, para apoyar a la invasión colorada de Flores, Urquiza dio señales de vida, e hizo llegar su solidaridad al presidente oriental Berro, con la intención de actuar en la contienda y entró en contacto también con el presidente paraguayo Francisco Solano López. Como esa alianza que se insinuaba (Uruguay, Paraguay y Urquiza) podía ser letal a los planes brasileros, el banquero, barón de Mahuá, se trasladó a la residencia de San José, para "convencer" al caudillo entrerriano, que más le convenía mantenerse quieto. ¿Cómo lo "convenció"?, muy fácil, le otorgó "un suculento préstamo de su banco en condiciones excepcionales y la promesa de un subsidio del gobierno de Buenos Aires. A partir de entones -prosigue Scenna- Urquiza se olvidó de los blancos, de los colorados, de los federales, de los liberales y de los paraguayos. Volvió a su opulenta modorra en el suntuoso palacio de San José…"

Sigue contando este autor: "…la incomparable defensa de Paysandú se estaba convirtiendo en un serio peligro para los brasileños. No solo duraba más de lo esperado, sino que podía despertar emulaciones. ¿Y si Urquiza salía de su apatía y arrojaba sus entrerrianos en apoyo de Gómez? ¿Y si las fuerzas paraguayas concentradas en la frontera cruzaban Corrientes y caían sobre Río Grande do Sul?. Había que terminar cuanto antes con Paysandú, pero antes debía asegurarse la pasividad de Urquiza. Los brasileños sabían cómo. El general Manuel Osorio que llegaría a mariscal del Imperio y marqués de Erval, se trasladó a San José para negociar con el caudillo. Necesitaba caballos, unos treinta mil. Estaba dispuesto a pagar 13 patacones por cabeza, cifra espeluznante de acuerdo a los precios corrientes. Urquiza sacó cuentas. Treinta mil a 13 hacen nada menos que 390.000 patacones, suma millonaria, curiosamente parecida a la que recibiera del Imperio para pronunciarse contra Rosas. Claro que si entregaba treinta mil caballos dejaba de a pié a los entrerrianos y convertía a su propia posición política en mero decorado, pero 390.000 patacones son 390.000 patacones. Cerró trato, tomó la fortuna. Osorio se fue con los caballos y Paysandú siguió siendo demolida a cañonazos".

El historiador brasilero João Candiá Calógeras en su obra Formação histórica do Brasil, refiriéndose a la pasividad de Urquiza, que nada hiciera para evitar la caída de Paysandú, después de calificarlo de condottieri (1), dice “…aunque inmensamente rico tenía un amor inmoderado por la riqueza…”


Urquiza y la guerra contra el Paraguay 

Después de la intervención brasilera en el Uruguay, apoyando al partido colorado en contra del legítimo gobierno del presidente Berro, al cual desplazó y tomando el poder el general Venancio Flores, todo ello con la complicidad del gobierno argentino de Mitre y la pasividad de Urquiza, como vimos, se produjo la guerra contra el Paraguay.

El 1° de mayo de 1865, mientras Urquiza asistía en Buenos Aires a la apertura de sesiones del Congreso Nacional, en la casa del presidente Mitre se firmó el Tratado de la Triple Alianza entre nuestro país, el Imperio del Brasil y el Estado del Uruguay, contra el Paraguay.

En nuestro país, la guerra fue apoyada entusiastamente solo por sectores liberales de la ciudad de Buenos Aires, ya que el resto del país se mostró disconforme y el conflicto fue impopular.

En el caso de Entre Ríos, que es lo que en este artículo interesa destacar, ante el pedido de Mitre solicitándole a Urquiza la colaboración "para vindicar el honor y la dignidad de la república", el gobernador entrerriano dispuso la movilización de las milicias provinciales. No obstante el ascendiente que el gobernador Urquiza tenía sobre los habitantes de su provincia, las tropas que juntó se desbandaron.

El 3 de julio la caballería entrerriana que se había juntado en Arroyo Basualdo, se desbandó al saberse que la lucha no era contra el Brasil -como se les había dicho- sino contra el Paraguay. El día 7 Urquiza procedió a licenciar a las milicias, en razón de estado de efervescencia que reinaba en los cuerpos.

El 8 de noviembre, Urquiza quien había convocado a la caballería en el campamento de Arroyo Toledo, por segunda vez presenció su desbandada, para volver a sus casas.

Ello ocurrió no solo en el litoral, sino también en Córdoba, La Rioja, San Luis, San Juan, etc.

López Jordán le escribió a Urquiza: "Usted nos llama para combatir al Paraguay. Nunca, General, ese pueblo es nuestro amigo. Llámenos para pelear contra porteños y brasileros. Estamos pronto. Esos son nuestros enemigos. Oímos todavía, los cañones de Paysandú. Estoy seguro del verdadero sentimiento del pueblo entrerriano". El destinatario de esa carta, nuevamente hizo oídos sordos al pedido de su pueblo, siguió con su vida apacible en su palacio y otra vez más sacó tajada por el conflicto, ya que su fortuna se vio notablemente incrementada, en razón de que sus establecimientos y saladeros proveyeron de carne y tasajo a las fuerzas aliadas, durante todos los años de guerra.


Sucesos posteriores a la muerte de Urquiza

Ya hemos visto los antecedentes que llevaron a exurquicistas a conspirar contra su jefe.

Pocos días después de la muerte de Urquiza, y a fin de completar su mandato, la legislatura provincial designó a López Jordán como gobernador provisorio, todo ello de acuerdo a las normas constitucionales que regían en la provincia.


José Hernández, por entonces residente en Buenos Aires, le hizo llegar su adhesión “Hace diez años que usted es la esperanza de los pueblos, y hoy, postrados, abatidos, engrillados, miran en usted a un salvador… Las provincias argentinas necesitan libertades, garantías efectivas, imperio pleno de las instituciones, y la reacción federal debe ofrecerles esos y otros muchos beneficios… Si en el deseo de realizar esa obra, puedo ayudarlo, cuente conmigo, estaré a su lado en cuanto me lo indique”.


La reacción del presidente Sarmiento

Sarmiento sin contar con ninguna prueba consideró a López Jordán como responsable directo de la muerte de Urquiza, cuando solo era el jefe de la revolución y no el asesino de Urquiza.

El presidente de inmediato mandó tropas nacionales, al mando del general Emilio Mitre, hermano de Bartolomé, y como jefe del ejército de Observación para vigilar las costas del Uruguay” con el fin de mantener la neutralidad argentina en la política interna de país hermano del Uruguay. Días después mandó otro ejército de Observación sobre el Paraná. Las fuerzas nacionales sumaban 16.000 hombres. Pero la finalidad real no era esa, sino directamente intervenir en la política de la provincia de Entre Ríos y sacar a López Jordán como gobernador, cargo para el cual como he manifestado, había sido designado por la legislatura provincial.


La resistencia y los levantamientos jordanistas

López Jordán, considerando que con el desembarco de las tropas nacionales se había vulnerado la autonomía de la provincia, se dispuso a su defensa y no consentirá la intervención y en una proclama que dió el 23 de abril, convocó a todo el pueblo a la defensa de la provincia; “Aquí me tenéis con la lanza en la mano. Si queréis ser libres venid a acompañarme… ¡La guerra, pues! Eso manda el honor y la libertad!... El que no defienda a Entre Ríos es un traidor”. De toda la provincia vinieron los gauchos a formar una milicia ciudadana de 10.000 hombres.

Dos días después, Sarmiento declaró a López Jordán y a sus seguidores “reos de rebelión contra la Nación” y el 2 de mayo puso a todo Entre Ríos en estado de sitio, que más tarde extenderá a Corrientes y Santa Fe.

Sarmiento embarcó al país en una guerra sangrienta contra Entre Ríos que duró tres años.

López Jordán, intentó evitar la contienda que se avecinaba, a cuyo fin envió emisarios a Buenos Aires, sin obtener ningún resultado, incluso ofreció su renuncia, previo retiro de las tropas nacionales, poniendo como condición la prescindencia de Buenos Aires en la elección de las nuevas autoridades de la provincia y la designación de un país garante de lo que se acordara.

El ejército nacional a cuyo frente se encontraban experimentados jefes y oficiales que habían participado poco tiempo antes en la Guerra del Paraguay, había sido dotado de moderno armamento como los fusiles ingleses Enfield y cañones prusianos Krupp, con los cuales y sobre todo con la moderna artillería, se impuso después de varias batallas, a la valiente caballería entrerriana, cuyos hombres no obstante el coraje, no contaban mayormente con armas de fuego y solo hacían frente a las fuerzas nacionales con lanzas, no pudieron así competir con aquél moderno armamento. El último de esos combates fue el de Ñaembé –cerca de Goya- el 26 de enero de 1871, donde las tropas de López Jordán, fueron derrotadas, tuvieron entre muertos y heridos 1000 bajas y 700 prisioneros, además de perder todo el parque. A consecuencia de ello, López Jordán, buscó refugio en el Uruguay y después se estableció en el Brasil.

Un poco más de dos años después, el 1° de mayo de 1873, López Jordán invadió Entre Ríos, contando con el apoyo de la población, que veían como invasoras a las tropas mandadas por el presidente. Logró levantar un ejército de 12.000 gauchos, con 200 fusiles y 10 cañones.


Domingo Faustino Sarmiento, retrato pintado por Eugenia Belín Sarmiento, exhibido en el Museo Histórico Sarmiento, Buenos Aires
Sarmiento mandó a la Cámara un proyecto de ley ofreciendo una recompensa de diez mil pesos por la cabeza de López Jordán y de otros de sus seguidores. Uno de estos a su vez contrató a unos italianos, los hermanos Guerri, para que mataran al presidente. El atentado que tuvo lugar el 23 de agosto, falló, ya que Sarmiento salió ileso y por su sordera, casi no se dio cuenta en el momento de lo que había sucedido.

Sarmiento nuevamente envió la Guardia Nacional para reprimir el nuevo levantamiento jordanista, implantando otra vez el estado de sitio en la provincia. Durante meses no hubo combates decisivos, la caballería entrerriana, después de los ataques que realizaba sobre las tropas nacionales, se esfumaba en el terreno. Las fuerzas nacionales fueron provistas con nuevas armas más modernas, esta vez con fusiles estadounidenses a repetición Remington y ametralladoras francesas, que en presencia de Sarmiento probarán su eficacia contra los muros del Colegio Nacional que se estaba construyendo en Rosario. Días más tarde, en Paraná, hará lo mismo y el presidente no tendrá mejor idea que volver a probarlas esta vez contra las paredes del Colegio Normal. Con tal poder de fuego, las tropas nacionales derrotaron a las jordanistas en Don Gonzalo, fusilándose a numerosos prisioneros, quedando aplastada esta nueva revolución federal y López Jordán siguió el camino del exilio.

El 25 de noviembre de 1876 –siendo presidente Nicolás Avellaneda- López Jordán regresó a Entre Ríos en un nuevo intento revolucionario, pero esta vez sin contar con el apoyo que había recibido antes. Solo logró juntar 500 seguidores y 15 fusiles. Sus fuerzas fueron derrotadas el 7 de diciembre en el combate de Alcaracito y muchos de sus seguidores fueron fusilados.


La prisión y fuga de López Jordán
Su residencia en Montevideo y Buenos Aires

A mediados de ese mes fue tomado prisionero. Con ayuda de su esposa, logró escapar de la prisión en agosto de 1879, pidiendo asilo en el Uruguay, estableciéndose en Montevideo, hasta que regresó al país en 1888 gracias a una ley de amnistía dictada durante la presidencia de Miguel Juárez Celman.

Se radicó en la ciudad de Buenos Aires, donde se dedicó a la vida familiar junto a su mujer y siete hijos y ya alejado de las intrigas políticas, solo le interesa ser reintegrado al ejército con el grado de general.


El asesinato de López Jordán

El 22 de junio de 1889, después de almorzar, López Jordán decidió ir a visitar a un amigo. Mientras caminaba por la calle Esmeralda, con alevosía es atacado por detrás por un joven desconocido.

Asesinato de López Jordán
Así lo cuenta la crónica policial del diario vespertino Sud-Americana de ese día: “Con verdadero pesar llevamos a conocimiento de nuestros lectores el atroz atentado consumado contra el general López Jordán, hoy, a las 12 menos cinco. El general transitaba por la calle Esmeralda entre Lavalle y Tucumán, y al saludar al coronel Leyría, que en ese momento cruzaba por la vereda opuesta, se vio de pronto y por detrás atacado por un individuo alto, moreno, de poblado bigote negro, que dice llamarse Aurelio Casas, entrerriano, casado, quien descerrajó sobre el General dos tiros de pistola Lafaucheaux, fuego central calibre 12, una de cuyas balas penetró en la parte posterior de la cabeza, cerca de la oreja derecha, atravesando la masa encefálica. El General cayó instantáneamente y fue conducido a la farmacia de José Menier, sito en la calle Esmeralda y Tucumán…”

A consecuencia del ataque, el caudillo federal cayó herido de muerte frente al número 562 de aquella calle, domicilio de Diógenes Urquiza, uno de los hijos del general.


Las actuaciones judiciales
¿Asesinato por encargo?

Casas fue arrestado y en sede judicial declaró que el crimen lo había cometido en venganza por la muerte de su padre, según él fusilado por orden de López Jordán. Las investigaciones determinaron que la autoría del crimen del padre del asesino, no podían atribuirse a López Jordán.

También hubieron declaraciones testimoniales, que dieron cuenta que un miembro de la familia Urquiza se habría contactado días antes del atentado con el joven Casas para que matara al general López Jordán.

La familia Urquiza le hizo llegar a la familia del asesino, que se encontraba en situación de indigencia de una importante suma de dinero. En un panfleto que circuló por aquellos días en Entre Ríos, decía “Se ha promovido una suscripción entre los miembros de la familia Urquiza para regalar 70.000 pesos a la esposa del sujeto Aurelio Casas, el asesino del general Ricardo López Jordán… El Dr. Diógenes Urquiza ha suscripto la mitad de esa suma, es decir, 35.000 pesos nacionales. Cuando el criminal conozca esta noticia, se conocerá que su esposa y sus hijos van a salir de la miseria en que han estado hasta ahora”.

Ningún miembro de la familia Urquiza fue citado a declarar por una posible complicidad en el crimen.

Casas fue condenado a cadena perpetua. El 25 de mayo de 1919 fue indultado por el presidente Hipólito Yrigoyen.


Notas

(1) La Real Academia Española, tiene dos acepciones para la palabra “Condotiero”: 1. Comandante o jefe de soldados mercenarios italianos y, por ext., de otros países. 2. Soldado mercenario. 

Wikipedia, la Enciclopedia libre, los define así: Los condotieros (en italiano: condottieri; singular condottiero) eran mercenarios al servicio de las ciudades-estado italianas desde finales de la Edad Media hasta mediados del siglo XVI. La palabra condottier deriva de condotta, término que designaba al contrato entre el capitán de mercenarios y el gobierno que alquilaba sus servicios. Los condotieros consideraban la guerra como un verdadero arte. Sin embargo, sus intereses no eran siempre los mismos que los de los Estados a cuyo servicio estaban. Buscaban riqueza, fama y tierras para sí, y no estaban ligados por lazos patrióticos a la causa por la que luchaban. Eran célebres por su falta de escrúpulos: podían cambiar de bando si encontraban un mejor postor antes o incluso durante la batalla. Conscientes de su poder, en ocasiones eran ellos los que imponían condiciones a sus supuestos patronos. 

En la batalla de Caseros, el Imperio se valió también del concurso de 1.800 mercenarios alemanes.

Fuentes

  • “Caras y Caretas”, N° 27 del 8 de abril de 1899, Buenos Aires, 1899.
  • "Crónica Histórica Argentina", Tomo 4, Editorial Codex S.A., Bs. As., 1968.
  • Gálvez, Manuel. “Vida de Sarmiento”, 3ra. edición, Editorial Tor SRL, Bs. As., 1957.
  • Hortelano, Benito. "Memorias parte argentina 1849-1860", EUDEBA, Bs. As., 1972.
  • Lappas, Alcibíades. "La masonería argentina a través de sus hombres", 2da. edición, Edición del autor, Bs. As. 1966.
  • Luna, Félix. “Bartolomé Mitre”, Colección Grandes Protagonistas de la Historia Argentina, Editorial Planeta Argentina SAIC, Bs. As., 2000.
  • Rosa, José María. "Historia Argentina", Tomos 6 y 7, Editorial Oriente SA, Bs. As., 1973.
  • Rosa, José María. "La caída de Rosas", Editorial Plus Ultra, 2da. edición, Bs. As., 1968.
  • Scenna, Miguel Ángel. "Argentina-Brasil, cuatro siglos de rivalidad", 3ra. parte: La Hegemonía brasileña, Revista Todo es Historia N° 78, Bs. As., Noviembre de 1973.
  • Victorica, Julio. “Urquiza y Mitre”, EUDEBA, Bs. As., 1968.