miércoles, 31 de mayo de 2023

Suspensión del pago de los sueldos a maestros originados por la agresión anglofrancesa de 1845

 

COMUNICACIONES REMITIDAS A LAS AUTORIDADES ESCOLARES CON MOTIVO DE LA IMPOSIBILIDAD DEL ERARIO PÚBLICO DE PAGAR SUELDOS A MAESTROS ORIGINADO EN LA AGRESIÓN ANGLOFRANCESA DE 1845


Como consecuencia de la agresión anglofrancesa en 1845 a la Confederación Argentina, se produjo el bloqueo a los puertos argentinos. Ello derivó en una situación de emergencia económica, por la notable disminución de los ingresos de la Aduana por la importación y exportación de productos, por lo que el gobierno de Rosas, se vio en la necesidad de ordenar la suspensión de los sueldos de los maestros de las escuelas de niñas de Buenos Aires y del interior, dirigiendo a la Sociedad de Beneficencia, a cuyo cargo se encontraban las mismas, la siguiente comunicación: 

“El infrascripto ha recibido orden del Excmo. Señor Gobernador de la Provincia, nuestro Ilustre Restaurador de las Leyes, Brigadier don Juan Manuel de Rosas, para manifestar a la señora Presidente de la Sociedad de Beneficencia, que no pudiendo el Gobierno al presente abonar los sueldos de las personas empleadas en los establecimientos de educación que se hallan a cargo de la Sociedad de Beneficencia, ni los demás gastos que a ellos corresponden, ha dispuesto: 
Primero: Que la Sociedad prevenga a las Inspectoras de las Escuelas de la Ciudad y Campaña, que exijan a los padres o deudos de cada una de las alumnas la cuota que corresponda para subvenir al pago de la casa, maestra, monitora y útiles de cada Escuela, por ejemplo, para la casa de la Escuela N....., se hallan asignados ciento sesenta pesos, cien para el pago de la maestra, treinta para el de la monitora y diez para útiles, que hacen un total de trescientos pesos, y si existen cien educandos en ella, corresponde a tres pesos por cada una, así por este orden asignado a cada alumna la más o menos cantidad que corresponda, según el número que hubiere.
Segundo: Que la que no entregare la suma que le fuere asignada, sea despedida.
Tercero: Que si no se reuniere la cantidad necesaria, cese la escuela ó escuelas, hasta que triunfante la República del tirano que intenta esclavizarla, y libre del bloqueo que hoy sufre injustamente, pueda el Erario volver a costear estos establecimientos tan útiles de beneficencia pública”.

De similar tenor se dirigió una comunicación al Inspector General de Escuelas, a cuyo cargo se encontraban las escuelas públicas de varones:

“El infrascripto ha recibido la orden del Excmo. Señor Gobernador de la Provincia, nuestro lustre Restaurador de las Leyes, Brigadier don Juan Manuel de Rosas, para manifestar al señor Inspector General de Escuelas, que no pudiendo el Gobierno al presente abonar los sueldos de las personas empleadas en las Escuelas de varones de la ciudad y campaña, que se hallan a cargo del Señor Inspector General, ni los demás gastos que a ellas corresponden, ha dispuesto:
Primero: Que el Señor Inspector General prevenga a los maestros de las Escuelas de la Ciudad y Campaña, que exijamos a los padres o deudos de cada uno de los alumnos la cuota que corresponda para subvenir el pago de la casa, maestro, ayudante y útiles de cada escuela. Por ejemplo, para la casa de la escuela N....., se hallan asignados ciento sesenta pesos, cien para el pago del maestro, treinta para el ayudante y diez para útiles que hacen un total de trescientos pesos, y si existiesen cien alumnos en ella, corresponde a tres pesos por cada uno, y así por ese orden asignado a cada alumnos la más o menos cantidad que corresponda, según el número que hubiere.
Segundo: Que el no entregare la suma que le fuere asignada, sea despedido.
Tercero: Que si no se reuniese la cantidad necesaria, cese la Escuela o Escuelas, hasta que triunfe la República del tirano que intenta esclavizarla, y libre del bloqueo que hoy sufre injustamente, pueda el Erario volver a costear estos establecimientos tan útiles a la sociedad en general”.

Sustitución de los Jueces de Paz de la campaña en la época de Rosas

DECRETO DEL 5 DE ENERO DE 1832

PROCEDIMIENTO A REALIZARSE ANTE LA SUSTITUCIÓN DE LOS JUECES DE PAZ EN LA CAMPAÑA


Este decreto establecía muy detalladamente una serie de actos que debían realizarse a tal fin, comprendiéndose en ellos, también actos y ceremonias religiosas.

“Considerando el Gobierno cuanto conviene enseñar á los Pueblos por actos públicos y solemnes, el respeto que deben á los encargados de la Administración de Justicia, y hacer sentir igualmente á estos la gravedad é importancia de sus funciones, no menos que la responsabilidad que ellas les imponen ante Dios y la Patria, ha acordado y decreta:
Luego que el Juez de Paz nuevamente nombrado reciba el oficio de su nombramiento, lo presentará al Juez de Paz existente.
Ambos Jueces, entrante y saliente, acordarán lo conveniente para la recepción del primero. Esta deberá ser precisamente en día festivo, antes de la misa mayor.
El Juez de Paz saliente nombrará dos vecinos de respeto, acompañado de ellos, del Cura y del Alcalde del Pueblo, irá á buscar, á la posada que en él tenga, al Juez de Paz nuevamente electo y lo conducirá hasta la iglesia del lugar.
En el presbiterio de la Iglesia se colocará una mesa cubierta con un paño a la derecha del Altar Mayor, es decir en el lado de la Epístola, poniéndose en ella un Crucifijo, dos velas y el libro de los Santos Evangelios. En el mismo lado y al frente de la mesa se colocarán las sillas necesarias para los Jueces y acompañamiento.
Antes de la misa Parroquial, entre el segundo y tercero repique, el Juez de Paz saliente, ante el Alcalde, el Cura y los vecinos precitados, que estarán todos puestos en pié, como los demás que existan en la Iglesia, procederá á recibir juramento al nuevamente electo, el cual poniendo la mano derecha sobre los Santos Evangelios, lo prestará según la siguiente fórmula, que deberá pronunciarse en altas é inteligibles voces”.
“El Juez de Paz saliente dirá al entrante:
“¿Juráis á Dios y á la Patria ser fiel en el desempeño del cargo de Juez de Paz para que habéis sido nombrado, guardando y haciendo guardar las leyes, administrando justicia según vuestra ciencia y conciencia, y obedeciendo y haciendo obedecer las autoridades legítimamente constituidas, y la forma federal de Gobierno sancionada por la Soberana Representación de la Provincia?”.
Responderá el Juez de Paz entrante: “Si juro,
“A lo que el saliente dirá: ‘Si así lo hiciereis, Dios y la Patria os recompensen, y si no, os lo demanden’.
Concluido este acto, el Juez de Paz saliente entregará el bastón de la justicia al entrante; y dirá al Pueblo:
“D.N... queda recibido, y en posesión del cargo de Juez de Paz en este Partido.
“Entonces el tercer repique anunciará haber ya tomado posesión el nuevo Juez de Paz.
Proclamado que sea el nuevo Juez de Paz, el saliente le colocará en su silla, tomando él la inmediata á su izquierda, y ocupando las restantes por la misma izquierda el Alcalde y los vecinos acompañantes.
Acto continuo se cantará la misa mayor, que oirán desde sus puestos ambos Jueces de Paz, Alcalde y vecinos.
Concluida que sea la misa mayor, el Juez de Paz entrante, acompañado del Cura, el Alcalde y los mismos vecinos comisionados volverán á conducir al saliente hasta su posada en el Pueblo,
En el día que igualmente deberán acordar, el Juez de Paz saliente entregará al entrante el Archivo del Juzgado bajo un inventario formal y prolijo del que se sacarán tres ejemplares firmados por ambos.
El juez de Paz saliente dará cuenta al Ministro de Gobierno de haber cumplido con el presente formulario, acompañando uno de los ejemplares del inventario de que habla el artículo anterior, y quedando los otros dos, uno en poder de cada Juez.

martes, 30 de mayo de 2023

Reglamento de serenos de 1840

 

EN 1840, SE DICTÓ EN BUENOS AIRES UN NUEVO REGLAMENTO DE SERENOS SOBRE LAS OBLIGACIONES QUE DEBEN LLENAR

Sereno

“N° 1251, Serenos. Obligaciones que deben llenar.
- El sereno reconocerá por Gefe al Presidente de la comisión Directiva en lo concerniente a cobro de sueldos y ocurrencias relativas a su persona, y en lo que sea a las públicas al comisario de órdenes, en la casa Central de Policía.
- Firmará un ejemplar de estas obligaciones y se le dará un nombramiento rubricado por el Presidente de la Comisión Directiva y con el sello de la Policía, cuyo empleo deberá durar lo menos tres meses, devolviendo este nombramiento cuando se separe de él.
- Su sueldo será mensualmente de 100 pesos, y cinco se le abonarán para la luz del farol, siendo de su cuenta la conservación y entretenimiento de este, así como de la pistola y demás útiles que se le entreguen.
- Media hora antes de la señalada para dar principio a su encargo, todo Sereno se hallará en el paraje que se destine, a pasar lista y recibir órdenes, debiendo presentarse ya armado y preparado para pasar la noche.
- El servicio principiará en primavera y otoño a las 10 de la noche, a las once en verano y a las nueve en invierno, concluyendo al cañonazo del alba.
- Desde la hora dicha principiará a rondar el distrito que se le señala con marcha pausada, sin detenerse a conversar en pulperías, caso o con persona alguna, y solo hará alto en las bocacalles, no excediendo este de un cuarto de hora.
- Será su obligación primaria celar y vigilar el distrito que se le confíe, por ambas veredas de la calle, cuidando que su farol no se apague mientras dure su servicio.
- Siempre que encuentre alguna pulpería abierta, contra lo mandado por la Policía intimará al pulpero que cierre su puerta y si no lo efectuare dará parte al Alcalde o Teniente de inmediato.
Cada media hora que suene la campana del reloj de la Casa de Justicia, cantará la hora y el tiempo que haga.
- Usará del pito que se le entregue solo para anunciar alguna ocurrencia extraordinaria en el distrito de su pertenencia, con objeto de pedir auxilio del modo que se le instruirá.
- Todo Sereno, al oir un pito tocará también del modo que se le dirá para hacer saber que está de acuerdo, marchando inmediatamente a dar auxilio al compañero que hizo la señal, debiendo ser protegido en el instante por la Partida de Vigilantes establecida en la Casa Central de la Policía, retirándose sin demora a sus respectivos distritos, luego que haya cesado la causa.
- Ningún Sereno podrá cambiar el distrito que se le haya señalado, sin orden del presidente de la comisión, y al que se le encontrare fuera de él en las horas del servicio, como no lo haya hecho para dar auxilio, será despedido de su empleo y perderá el sueldo que haya denegado.
- Cada Sereno tendrá un suplente de su cuenta, para el caso de no poder hacer su servicio; lo presentará al Sr. Comisionado de su manzana para que lo conozca y apruebe dándole al efecto un documento visado por el presidente de la comisión, el que servirá para acreditar serlo, al encargado de pasar lista todas las noches.
- Deberá imponerse por una tablilla que habrá en casa manzana, de la residencia del Alcalde o Teniente a quien entregará la persona o personas que haya tenido por riña u otro motivo que merezca reprensión, y en el inesperado caso de que no abra la puerta algún funcionario de estos, serán conducidos de Sereno en Sereno hasta la Casa Central de Policía, pues la detención será momentánea, porque su obligación primaria es vigilar su destino.
- Siempre que cualquier vecino llame al Sereno, deberá prestarle atención, ya sea para que lo despierte a tal o cual hora, como para ocurrir a algún desorden interior, y en este caso hará señal de auxilio si lo necesita; y del mismo modo si algún vecino lo exigiere para remitir algún sirviente a la Policía, llamar un médico o confesor, o en necesidad de alguna medicina, se prestará a hacerlo si está en su distrito, y si en otro, hará correr la voz de uno en otro Sereno hasta verificarlo.
- Si algún ciudadano o estrangero le pidiere que lo acompañe, lo ejecutará hasta el término de su distrito, desde donde lo acompañará otro Sereno y así hasta donde guste.
- Siempre que encuentre algún ebrio que pueda andar, será conducido de Sereno en Sereno a la Casa Central de Policía.
Observará a toda persona o personas que se hagan sospechosas, yá sea por la posición en que se hallen o la repetición de sus marchas; la interrogará, y no satisfecho, la conducirá de Sereno en Sereno a la Policía, comunicándose a los serenos el motivo de su detención para dar el parte.
- Siempre que un Sereno tenga que interrogar a alguna persona, lo hará con espresiones urbanas y no usará jamás de la fuerza, sino cuando la circunstancia de defenderse lo exija, pues las armas que se le confían solo servirán para proteger su persona y la de los que auxilie, recomendándole muy especialmente que cuando usare de ellas, tendrá que probar haber sido atacado.
- En esepción del anterior artículo, la circunstancia de que un hombre en fuga precipitada no obedezca la voz del Sereno, pues en este caso podrá usar de sus armas con la prudencia posible.
- Siempre que en horas avanzadas observare alguna puerta abierta o postigo que crea de poca seguridad, y que considere estar así por descuido, llamará o dará golpes sin entrar, hasta que lo cierren, y en caso de estar sola la habitación, dará parte al Alcalde o Teniente más inmediato para que tome providencia.
- En caso de incendio en una manzana dará aviso inmediatamente a todos los vecinos de ella y hará que de Sereno en Sereno llegue la noticia a la Policía y a la Iglesia mas cercana para que toquen las campanas.
- Será de su obligación dar parte a la Policía de cualquier reunión que observe se practica con frecuencia y crea sospechosa, así como cuando haya alguna falta en el alumbrado de las calles, por faltar faroles o que están apagados por culpa u omisión del encargado de ello, o también cuando ocurra alguna novedad de importancia.
- En el mero hecho de hacerse un robo en el distrito de un Sereno, será suspendido de su empleo hasta que se averigüe el hecho y justifique no haber podido evitarlo.
- Si resultare que no hubiere cumplido el Sereno su deber, estorbando el robo, será entregado a la Policía.
- Si el robo se hubiere hecho violentando una puerta, el cargo se hará al Sereno que corresponda.
- Los Serenos estarán exentos de todo servicio militar durante este cargo”.

domingo, 28 de mayo de 2023

Prilidiano Pueyrredón - Retrato de Manuelita Rosas

 REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años. 

Publicamos a continuación un breve artículo aparecido en la Revista La Nación, en la sección Arte para todos cuya fecha exacta no podemos precisar pero que fue en la primera mitad de la primera década de este siglo

Retrato de Manuelita Rosas / Cómo ver la obra
Por Fermín Fevre

Prilidiano Pueyrredón


Como ocurre con la mayoría de los retratos, el que Prilidiano Pueyrredón pintó de Manuela de Rosas y Ezcurra 1817-1898) obedeció a un encargo. Un grupo de ciudadanos quiso agasajar al Restaurador con un retrato de su hija que hasta entonces no había sido retratada por un pintor. Una comisión integrada por Luis Dorrego, Juan Nepomuceno Terrero y Gervasio Ortiz de Rosas, con la supervisión del mismo Rosas, convino los detalles del cuadro.
Se eligió a Prilidiano Pueyrredón para realizarlo. Ya había pintado un retrato de su padre, Juan Martín de Pueyrredón, fallecido en marzo de 1850. La ocasión para hacer público el agasajo sería el acto de homenaje a Manuelita que se haría en el teatro Coliseo, en octubre de 1851.
Los Pueyrredón habían regresado de París en 1849, luego de una estada de cinco años, Prilidiano poseía para entonces una sólida formación como pintor, además de estudios de arquitectura. En 1851 lo encontramos, precisamente, proyectando la chacra Los Olivos, que con sucesivas remodelaciones sería la actual residencia presidencial.
Manuelita tenía por entonces 34 años y había sido compañera de juegos infantiles de Prilidiano, que en el momento de hacer el retrato tenía 27. Se conocían bien. La citada comisión determinó, luego de algunos cabildeos, que el retrato sería con la figura de Manuelita de pie. El traje debía ser rojo, según la divisa federal, y tanto la postura como la expresión del rostro tenían que exaltar su bondad y la dignidad de su rango.
Luego de conocer estos requisitos, el artista solicita autorización para colocar encajes blancos en el vestido con el fin de resolver plásticamente mediante contrastes la majestuosidad de la figura. Los pormenores del encargo los conocemos por el relato de José Mármol aparecido el 6 de octubre de 1851 en La Semana de Montevideo (ciudad en la que el escritor estaba exiliado).
El artista desarrolla una magnífica distribución del color, utilizando una gama de rojos que logra una verdadera sinfonía: abarca la figura, el cortinado, la alfombra, el sillón y las flores junto con el dorado para maderas y pasamanería, el marfil de los encajes y un fondo en gama verdosa. Crea, así, un clima adecuado para su representación que también posee elementos simbólicos. La expresión risueña del rostro y la mano derecha apoyada en un papel blanco (que se interpretaba como una carta para su tatita, según el papel de intercesora) completan un cuadro de apreciables dimensiones.
Este óleo, excepcional exponente de la iconografía pictórica argentina, perteneció al Museo Histórico Nacional. Pero en 1932 el crítico José León Pagano publicó un artículo en el suplemento Literario de LA NACION en el que se valorizaba por primera vez a Prilidiano Pueyrredón como uno de nuestros grandes artistas. Luego de esta intervención, el cuadro fue trasladado al Museo Nacional de Bellas Artes, donde hoy lo podemos ver.

DATOS ÚTILES
Año: 1851
Técnica: Óleo sobre tela
Medidas: 199 cm x 166 cm
Donde encontrarlo: Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) – Av. del Libertador 1473, 4803-8814

El autor es director del Departamento de Arte y Cultura de la Universidad Nacional de Tres de Febrero. Ex director del Museo Nacional de Bellas Artes. Miembro de número de la Academia Nacional de Periodismo. (F. en el año 2005)

PRILIDIANO PUEYRREDÓN (1823-1870) arquitecto, ingeniero y urbanista. Fue uno de los pintores argentinos más notables del siglo XIX, buscó perpetuar las tradiciones de la zona rioplatense y las costumbres de sus contemporáneos.

martes, 23 de mayo de 2023

Crónica de la época de Rosas

  REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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En esta sección que llamamos 
"Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años. 


En esta ocasión incluímos en esta sección una página suelta editada por el Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, aproximadamente en los años 2000 a 2005.




Presidencia de la Nación – Secretaría de Cultura 
 
Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas

CRÓNICA DE LA ÉPOCA DE ROSAS

PRIMER GOBIERNO DE ROSAS
6 de diciembre de 1829. La legislatura de Buenos Aires, ante el clima de anarquía imperante y la ocupación militar del interior por un ejército unitario, elige a Juan Manuel de Rosas Gobernador de Buenos Aires, otorgándole Facultades Extraordinarias (Competencia legislativa. Podía dictar decretos - leyes).
4 de enero de 1831. Firma del Pacto Federal, primer acuerdo constitucional suscripto por todas las provincias que origina la Confederación Argentina.
3 de febrero de 1831. Campaña de Quiroga contra el ejército unitario,
4 de noviembre de 1831. Quiroga vence a Lamadrid en la Ciudadela (Tucumán) finalizando la resistencia militar unitaria.
6 de diciembre de 1832. Concluye el primer Gobierno de Rosas y la Legislatura lo reelige tres veces; rechaza Rosas los tres ofrecimientos,

Expedición al Desierto 
22 de marzo de 1833. Rosas inicia desde San Miguel del Monte, sin apoyo gubernamental, la expedición hacia el sur.
3 de abril de 1833. Se incorporan a la expedición los caciques pampas Catriel, Cachul, Llanqueñien, caciquillos, Nicasio, Antuán con más de trescientos guerreros indios.
1 de mayo de 1833. La expedición llega a Fortaleza Protectora Argentina (hoy Bahía Blanca).
10 de mayo de 1833. La expedición llega a Río Colorado y establece su Cuartel General en Médano Redondo, a orillas de dicho río. Se envían varias divisiones para batir especialmente a los pehuenches de Chocorí en Choele-Choel. Se hacen tratados con los tehuelches de Valcheta y los vorogas de Guaminí. Se ocupa el “camino de los chilenos”, evitando el cuatrerismo del ganado hacia Chile. Se liberan tres mil personas, en su mayoría mujeres que vivían en cautiverio. 
25 de marzo de 1834. Rosas licencia a las tropas en Bahía Blanca (Napostá).

Consecuencias de la Expedición al Desierto 
+ Se ganaron extensiones inmensas de tierra que se incorporaron a la producción. 
+ Se reconocieron espacios propios a distintas comunidades indígenas, pampas, vorogas y tehuelches. 
+ Se ocupó el “camino de los chilenos" evitando el cuatrerismo de hacienda hacia Chile. 
+ Se liberaron aproximadamente 3.000 cautivos, generalmente mujeres que se restituyeron a sus familias. 
+ Se neutralizaron los grandes malones y se establecieron condiciones de paz en los medios rurales.
+ Se fundaron o se consolidaron con la colaboración de los propios indios fortines que serán futuras ciudades en las provincias de Buenos Aires y Río Negro. 
+Se introdujo la vacuna antivariólica en muchos grupos aborígenes.

SEGUNDO GOBIERNO DE ROSAS
7 de marzo de 1835. La Junta de Representantes (La Legislatura) designa a Rosas por segunda vez como Gobernador de la Provincia de Buenos Aires y Encargado de las Relaciones Exteriores, con la suma del poder público (sumaba a la competencia legislativa la facultad de crear tribunales especiales para casos excepcionales, Ejemplo: tribunal que juzgó a los asesinos de Facundo Quiroga). 
16 de marzo de 1835.  Rosas pide a la junta que se convoque al pueblo para que con su voto se pronuncie sobre los poderes que se le quieren conferir.
26, 27 y 28 de marzo de 1835. Plebiscito. La Junta de Representantes convoca a los habitantes de Buenos Aires para quo a través de un Plebiscito se pronuncie sobre la suma de poderes que le quiere conferir. Las cifras arrojaron 9.713 votos a favor y sólo 7 fueron negativos.

Aspectos económicos
18 de noviembre de 1835. Sanción de la Ley de la Aduana. Objetivos: defensa de la manufactura criolla y nacimiento de la riqueza agrícola. 
10 de mayo de 1836. Sanción de la Ley Agraria. Fin de la enfiteusis rivadaviana y colonización efectiva de la tierra por pequeños y medianos propietarios. 
30 de mayo de 1836. Disolución del Banco Nacional y creación de la Casa de la Moneda, origen del Banco de la Provincia de Buenos Aires.

Aspectos Culturales
25 de junio de 1837. Inauguración del Salón Literario con los discursos de Marcos Sastre, Juan B. Alberdi y Juan M. Gutiérrez.
15 de noviembre de 1837. Se inicia la publicación de "La Moda”, gaceta de música, poesía y moda escrita por Juan B. Alberdi.
24 de mayo de 1838. Se inaugura el Teatro "De la Victoria”, sala de 500 localidades.
1842. Abre sus puertas el Colegio Republicano Federal.
1843. Se introduce el daguerrotipo en Buenos Aires.
18 de octubre de 1844. Se inaugura otro teatro denominado “Del Buen Orden”. Sala de 300 localidades. Además se abren otros teatros importantes y es numeroso el funcionamiento de circos con anfiteatros estables como los del “Parque Argentino” y “Jardín Florida", “Retiro” y el del “Bajo”.

Aspectos Políticos

Ejecución de los asesinos de Quiroga.
9 de octubre de 1836. Después de ser juzgados, los asesinos de Quiroga son sentenciados a la pena capital que se cumple en la Plaza del Fuerte el 26 de octubre de 1836.

Agresión francesa 1838-1840
28 de marzo de 1838. Bloqueo francés a la Confederación Argentina. Un encargado del Consulado francés hace reclamaciones conminatorias sin tener personería jerárquica diplomática para hacerlo. Negada su representatividad, un contralmirante al frente de una escuadra francesa establece el bloqueo al Rio de la Plata.
3 de abril de 1838. Rosas rechaza el bloqueo y denuncia internacionalmente la agresión colonialista.
5 de agosto de 1838. Primera carta de San Martín a Rosas, adhiriendo a la Defensa de la Soberanía.

Acciones externas e internas para derrocar a Rosas
Abril a julio de 1839. Bloqueo y ataque de buques franceses a objetivos de las costas argentinas. Proyecto de desembarco francés. Invasión de Lavalle traído por la flota francesa desde Uruguay.
8 de junio de 1839. Buchet de Martigny, diplomático francés, entrega la suma de 100.000 patacones a los exiliados unitarios para financiar la expedición de Lavalle y derrocar a Rosas.
28 de junio de 1839. El teniente coronel Ramón Maza, que está en combinación con la invasión de Lavalle, es sorprendido en la conspiración y fusilado. Federales exaltados reunidos en un grupo de acción denominado “la mazorca” asesinan al padre del coronel Maza.
29 de octubre de 1839. Los estancieros del sur, creyendo inminente la ayuda francesa y de Lavalle, se levantan contra Rosas.
7 de noviembre de 1839. Prudencio Rosas y Nicolás Granada reprimen el levantamiento de los estancieros. Muchos escapan en las lanchas francesas estacionadas en la boca del Tuyú y del río Salado.
6 de septiembre de 1840. Lavalle, sin el apoyo de la campaña y de las provincias del interior, resuelve retirarse hacia el norte y es derrotado definitivamente en la batalla de Famaillá (Tucumán) en septiembre de 1842 por el ejército de Vanguardia de la Confederación Argentina, conducido por el oriental Manuel Oribe.
29 de octubre de 1840. Francia levanta el bloqueo y acepta las condiciones impuestas por Rosas, firmándose el tratado Arana-Mackau, Triunfo diplomático de la Confederación Argentina.
29 de diciembre de 1841. Firman un acuerdo Fructuoso Rivera y Bento Goncalvez de ayuda mutua. Entre el oriental y el riograndense alientan un proyecto de “Federación del Uruguay" que estaría integrado por Río Granda, Uruguay, Entre Ríos y Corrientes.
10 de marzo de 1842. Manuel Moreno presenta en Londres una fundada reclamación y afirmación de nuestra soberanía en las Malvinas.
16 de febrero de 1843. Oribe, presidente lega! de Uruguay al frente del Ejército de Vanguardia de la Confederación Argentina, pone sitio a Montevideo.
11 de agosto de 1843. Florencio Varela es designado por el gobierno oriental y los unitarios exiliados en Montevideo para trasladarse a Europa y gestionar! la intervención armada de Inglaterra y Francia.
23 de enero de 1844. San Martín escribe su testamento legando su sable a Juan Manuel de Rosas.
18 de septiembre de 1845. La flota anglofrancesa pone bloqueo al litoral argentino. Simultáneamente un pirata italiano llamado Garibaldi saquea e incendia poblaciones costeras.
Objetivos de la Intervención Anglofrancesa 
+ Asegurar la independencia de la Banda Oriental y del Paraguay. 
+  Internacionalizar las vías acuáticas de la cuenca del Plata para el libre comercio de manufacturas europeas. 
+ Independizar a Entre Ríos y Corrientes.
1 de noviembre de 1845. La escuadra anglofrancesa invade el rio Parana. 
20 de noviembre de 1845. A las 8 horas empieza la batalla en la Vuelta de Obligado (cerca de San Pedro, Provincia de Buenos Aires). A las 16 horas la última batería argentina (fueron cuatro) dispara la última andanada. Después de enfrentamientos con cuerpos de infantería de desembarco, a las 20 horas Obligado ya no contesta.
11 de enero de 1846. San Martín, en otra carta a Rosas, le expresa su confianza en el triunfo final.
4 de junio de 1846. Al regresar la flota anglofrancesa y los buques mercantes, en un punto del Río Paraná llamado El Quebracho, reciben un ataque que les produce serias bajas. 
1847-1848. Rosas no acepta las proposiciones de los distintos diplomáticos negociadores que arriban al Río de la Plata.
24 de noviembre de 1849. El embajador inglés Southern acepta finalmente las condiciones exigidas por Rosas y se firma la paz con Inglaterra. La soberanía argentina ha triunfado.
6 de mayo de 1850. Última carta de San Martín a Rosas en la que le expresa: "Como argentino me llena de verdadero orgullo al ver la prosperidad, la paz interior, el orden y el honor restablecidos en nuestra querida Patria; y todos estos progresos efectuados en medio de circunstacias tan difíciles en que pocos Estados se habrán hallado. Por tantos bienes realizados yo felicito a Ud. sinceramente como a toda la Confederación Argentina. Que goce Ud. de salud completa y que al terminar su vida pública sea colmado del justo reconocimiento de todo argentino, son los votos que hace y hará siempre en favor de Ud., éste su apasionado Amigo y compatriota. Q.B.S.M. José de San Martín.
31 de agosto de 1850. El embajador francés Lepredour acepta las condiciones exigidas por Rosas y se firma la Paz con Francia. La Soberanía argentina sa ha consolidado. 
30 de setiembre de 1850. Ruptura de relaciones con el Brasil ante continuas invasiones brasileñas a la Banda Oriental.
1° de mayo de 1851. Urquiza se pronuncia, retirando el encargo de las relaciones exteriores a Rosas.
29 de mayo de 1851. Urquiza firma el primer pacto de unión con el Brasil.
21 de noviembre de 1851. Urquiza firma el segundo pacto de unión con el Brasil.
3 de febrero de 1852. Batalla de Caseros. El ejército de la Confederación, integrado por 22.000 efectivos argentinos conducidos por Rosas, es derrotado por el ejército conducido por Urquiza, integrado por 28,000 efectivos, entre correntinos, entrerrianos, uruguayos, brasileños y alemanes mercenarios reclutados en Europa.

ASPECTOS SOCIOECONÓMICOS DE LAS ÉPOCAS DE ROSAS 1830-1852 
+ Se incorpora la máquina a vapor en la actividad económica e industrial. 
+ Plena ocupación. 
+ Salarios altos y buen standard de vida. 
+ Instalación de las primeras prensas hidráulicas. 
+ Incorporación de alambrado. 
+ Implantación de los primeros pozos artesianos. 
+ Introducción de la semilla de trigo fino “barletta". 
+ Desarrollo importante de carácter artesanal e industrial; Jabonerías, dulcerías, cerámicas, astilleros, fundiciones, vitivinicultura, ingenios, carpinterías, textiles. 
+Introducción del ganado lanar merino y de los primeros toros durham. 
+ Se proyecta el primer ferrocarril.

Manuelita Rosas y Máximo Terrero - María Rosa Lojo

REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años. 

Publicamos a continuación un interesantísimo artículo de la revista El Federal, N° 292 del 10 de diciembre de 2009, sobre "Un amor prohibido".






Grandes romaces de nuestra historia

Manuelita Rosas y
 Máximo Terrero

La “princesa federal” fue acaso la mujer argentina de mayor figuración social y política del siglo XIX. Estrecha aliada de su padre, sólo lo desairó al enamorarse de Máximo Terrero, con quien, luego de un largo y discreto romance al que el Restaurador se oponía tenazmente, se casó en Inglaterra.
por María Rosa Lojo 

Manuela Robustiana Rosas
Manuela Robustiana de Rosas y Ezcurra (1817-1898), conocida por amigos y enemigos como doña Manuelita, la Niña, fue probablemente la mujer argentina de mayor figuración social y política en el siglo XIX. Y también constituyó el objeto elusivo del deseo para propios y ajenos, algunos de ellos notables y notorios. Desde el poeta y novelista porteño José Mármol hasta el noble John Hobart Caradoc, Lord Howden, barón de Irlanda y par de Inglaterra, se contaron: entre sus admiradores. Sin embargo, a una edad que —para su época— lindaba los umbrales de la vejez (treinta y seis años) logró casarse con su gran amor de siempre: Máximo Terrero, que se mantuvo fiel a la Niña y aguardó por ella, hasta cuando parecía perdida ya toda esperanza.

LA PRINCESA FEDERAL. Así elegí titular la novela que dediqué a este cautivante personaje femenino, y así la llamaron también, no sin ironía, algunos de sus contemporáneos. En efecto, doña Manuelita, hija de don Juan Manuel de Rosas, el hombre más poderoso del Río de la Plata, gobernante reelegido una y otra vez por la Legislatura de Buenos Aires, aliado con los principales caudillos de las provincias, y representante de ellas ante el exterior, cumplió durante muchos años —aun cuando el sistema era nominalmente republicano— algo así como las funciones de una verdadera princesa. Sería injusto suponer, no obstante, que ocupaba esta posición preeminente de manera mecánica o automática, y sólo por su condición de hija. Había otro heredero (¡y varón!) del caudillo porteño, que siempre  permaneció en la sombra: Juan Bautista, hijo mayor de Juan Manuel de Rosas y Encarnación Ezcurra, Una figura de la que muy poco se sabe y a la que se han atribuido condiciones contradictorias. 
El hecho es que no él, sino Manuelita, resultó la elegida para cumplir un papel relevante, aunque oficioso, en las más altas esferas de gobierno. Rodeado de mujeres fuertes en el entorno familiar (comenzando por su madre, Agustina López de Osornio y siguiendo por su esposa Encarnación Ezcurra, cuyo carácter no le iba en zaga al de su suegra), Rosas tenía especial confianza en la capacidad femenina para desenvolverse en puestos de poder, y ciertamente no se equivocó en lo que tocaba a Manuela, bien considerada y respetada aun por muchos de sus enemigos.
Las cartas que el gobernante depuesto cambia, en el exilio, con su viejo amigo y colaborador, José María Roxas y Patrón, dan acabado testimonio de estas ideas. Ambos, hay que decir, eran admiradores de la reina Victoria. Creían en el mayor carisma de las mujeres —derivado en parte de las connotaciones maternales— y suponían que podía ser mucho más agradable y llevadero obedecer a una señora... Cuando corrían momentos difíciles para el gobierno, surgió de Roxas y Patrón la propuesta de postular a Manuelita como sucesora y heredera política de don Juan Manuel. En La princesa federal, don Pedro de Ángelis, el erudito y periodista napolitano al servicio de Rosas, reflexiona de esta manera sobre la particular relación de padre e hija en este terreno: “He llegado a la conclusión de que Manuela y Rosas se han convertido en unidad perfecta y por ahora indisoluble. No existiría Rosas, ni el poder de Rosas tal como es, sin Manuela, y ella lo sabe. Manuela puede. No solamente puede sobre los siervos y los agradecidos por las dádivas que entrega su mano, y por la sonrisa y el roce de esa mano cuando se abre en el gesto de donación. No sólo puede sobre la policía y las fuerzas de choque y los eclesiásticos y los leguleyos que rodean al gobernador. No sólo es la Circe que endulza las decisiones de los diplomáticos extranjeros y tuerce delicadamente la dirección y la interpretación de sus intereses. Manuela puede sobre Rosas. Puede porque un dictador necesita ser mujer por lo menos en la mitad de sí mismo, para que lo amen como a una madre.”
En el centro de la escena, joven, carismática, enérgica, pero también cortés y armoniosa, más suave que su madre, aunque no menos determinada, encantó, desde sus veinte a sus treinta y cinco años, a los viajeros y diplomáticos que la trataron y que dejaron halagadores testimonios sobre su figura y fue, en general, adorada por el pueblo, que contaba con ella como siempre dispuesta intermediaria.

Manuelita Rosas


EVOCACIONES DE UN PROSCRIPTO. Las que podríamos considerar como imágenes “fundacionales” y más perdurables de Manuelita en la tradición nacional se deben a alguien que fue no sólo sensible a sus seducciones, sino también uno de los más empecinados enemigos del régimen. José Mármol la retrató de manera indeleble en la novela Amalia y en un folleto titulado Manuela Rosas. Rasgos biográficos, ambos publicados en Montevideo en 1851, con la intención tanto de desacreditar al Restaurador cuanto de compadecerla a ella, en su condición de hija sacrificada a los intereses paternos.
Leídos hoy, sus argumentos convencen, por cierto, muy poco. Las mujeres, nos dice Mármol en su vehemente biografía, no han sido hechas para el áspero ejercicio del poder. La pobre Manuela —señala— ha adquirido una “segunda naturaleza” endurecida por el medio en que ha vivido, por su perversa educación. Sus nervios ya no son debidamente sensibles: “La han despojado de esa susceptibilidad a impresiones frívolas y ligeras, que distraen, halagan y enajenan la imaginación de las mujeres”. Tampoco es posible que ella realice lo que se juzgaba el destino de cualquier mujer cabal —amar y engendrar—. No sólo porque su padre se lo impide, sino porque, en un entorno de hombres envilecidos, su espíritu femenino no puede ser, como corresponde, “dominado” ni “fascinado” por ninguno de ellos, con esa “indefinible influencia de la voluntad varonil” que ejerce sobre “el alma tímida de las mujeres el despotismo de lo fuerte sobre lo débil”. Mármol remata sus argumentos sexistas con otros tantos de corte racista, clasista, y puritano, cuando considera, por ejemplo, como el colmo de la degradación el que la joven haya tomado parte en los bailes populares (calificados por él como “bacanales”), “con todos esos movimientos repugnantes y lascivos a los que llaman “gracia”, y en los cuales, alguna vez, ha tenido que rebajarse a danzar, “hasta con negros” (ibídem). 
El poeta unitario se equivocaba, probablemente, de medio a medio. La Manuela real parece haber hallado un satisfactorio equilibrio “entre fusiles y terciopelos, entre abanicos y caballos de combate” (La princesa federal), y haber disfrutado tanto de las fiestas populares como de su propia importancia e influencia política. También —aunque esto no lo sabía Mármol— tenía un novio secreto y leal, a quien podía mirar, no de abajo hacia arriba, sino, como aun buen compañero, de lado a lado.
El erotismo permea inevitablemente sus descripciones de esta amiga/enemiga, distante y para él inalcanzable: “Esa creatura del Plata, cuyos ojos húmedos y claros, cuya tez pálida y boca voluptuosa, revelan con candidez que es una hechura perfecta de su clima”, “una figura esbelta: una cintura leve, flexible, y con todos esos movimientos llenos de gracia y voluptuosidad que son peculiares a las hijas del Plata...” Ni el más altivo unitario —dice en Amalia—dejaría de posar la sien en sus “hombros tan suaves y redondos”, como reposo momentáneo de sus fatigas...

UN LORD GAUCHO. Manuela Rosas despertó el amor apasionado de otro conspicuo adversario: nada menos que el embajador inglés John Caradoc, Lord Howden, que estaba en funciones durante el segundo bloqueo anglofrancés al Río de la Plata. No era la primera vez que este Caradoc, ya casi cincuentón, aún apuesto, inglés pero descendiente en línea directa de otro Caradoc, el héroe de Irlanda, mostraba su temperamento romántico y su disposición aventurera, dejándose seducir por tierras y mujeres exóticas. Su currículum, en este sentido, era frondoso: “Ha sido ayudante de campo del propio duque de Wellington, y también se considera, por lo tanto, vencedor de Napoleón. Ha actuado como agente secreto de Inglaterra en España, en los tiempos de la primera insurrección carlista. Allí ha aprendido las claras vocales abiertas de la lengua castellana, la pasión cruel de los toros, y los besos de las majas tras el encaje tornasolado de los abanicos. Ha vivido en Rusia, ha perseguido el zorro de las estepas y la sombra ululante de los lobos. Ha enamorado a una sobrina del príncipe Potemkin y ha cambiado con ella anillos de boda y promesas eternas que duraron poco. Ha sobrevivido a su amigo George Gordon, Lord Byron, en su lucha por la libertad de Grecia. Nunca ha osado publicar los versos que compuso en la juventud, pero sí ostenta, como una condecoración, su coraje en la batalla de Navarino, que desalojó definitivamente al poder turco de las tierras de Sófocles.” (Lojo, “El barón y la princesa”, en Amores insólitos).
Caradoc quedó prendado tanto de la belleza criolla de doña Manuelita como de los usos y costumbres tradicionales argentinos: “Está dispuesto a dejarse fascinar por este nuevo mundo sin ecos, donde ningún sonido resuena dos veces porque todos se pierden en la alucinación horizontal de la llanura. Empieza a aficionarse a las casas bajas de rejas andaluzas, a las muchachas indias o mestizas que lo despiertan con el roce ondulante de una trenza oscura, trayéndole en la mano un mate de plata. Habla con todos. Con los gauchos viejos cuyas caras acumulan tantas arrugas como marcas de pelea, o con los caballeros de la corte de Manuelita, que exhiben el rojo chaleco federal y la divisa partidaria como un salvoconducto para entrar a ese terreno paraíso.” (“El barón y la princesa”). A tal punto llega su propensión mimética, que no vacila en presentarse ante ella metamorfoseado en “gaucho de lujo”: “Se calza a la cintura un facón de vaina labrada con flores de orfebrería, se cubre el pelo rojizo, que comienza a encanecer, con un chamberguito blando de alas cortas, luce vistosas espuelas nazarenas, rebenque con cabo de plata, y monta en un caballo de la silla de Rosas, que el Gobernador le ha enviado como muestra de estima. Así engalanado asiste a los fastos del 24 de mayo, día en que Manuelita cumple treinta años.” (“El barón y la princesa”).
Seriamente enamorado, propone matrimonio formal a la “princesa”. Pero la Niña le da al asunto todas las dilaciones posibles, y termina enviándole una carta cortés donde afirma que nunca podrá ver a Lord Howden de otro modo que como a un hermano. El pretendiente asume el rechazo con caballeresca ironía y responde: “Le doy infinitas gracias por la estirpe genealógica que Ud. me destina. Con igual placer y orgullo colocaré el precioso documento en la casa de mis padres. Lo colgaré delante de los retratos de mis antepasados, que bajarán de sus empolvados marcos para recibir a una nieta tan ilustre”. El balance de su estadía rioplatense es más bien melancólico: su dama lo ha desdeñado y el astuto gobernador ha terminado venciéndolo. Howden se persuade de la inutilidad del bloqueo, que perjudica, más que beneficia, a los mismos comerciantes ingleses, y (contra la indignación francesa) decide levantarlo. El serio historiador inglés H.S. Ferns desliza, no obstante, en su obra Gran Bretaña y la Argentina en el siglo XIX, una frase zumbona: “Howden no hizo ningún progreso con Rosas ni tampoco, habría que agregar, con la hija de éste”.

Máximo Terrero



EL CONSTANTE MAXIMO. Sin duda, no figuraba en los planes políticos de don Juan Manuel de Rosas que su hija y representante se casase con un funcionario de la Corona británica. Pero tampoco en los planes personales de Manuelita, y por muy fundados motivos. Como Caradoc lo comprendió bien, la hija del Restaurador no necesitaba “novios importados”, porque ya tenía uno autóctono, rendido y constante, si bien no reconocido aún oficialmente. Se trataba de Máximo Terrero, un joven irreprochable, secretario de Rosas e hijo de su primer amigo y antiguo socio comercial: Juan Nepomuceno Terrero. Máximo vivía también en la amplia mansión de Palermo, y —aunque vigilado de cerca por los hermanos pequeños de Manuela, hijos de Rosas y de Eugenia Castro— contaba con el privilegio cotidiano de ver y cortejar a su amada. ¿Por qué el largo noviazgo no se hacía público? ¿Por qué el Gobernador insistía en la inconveniencia de ese matrimonio, a pesar de las excelentes prendas de Terrero y la amistad que vinculaba ambas familias? En principio, por las razones de Estado, que convertían a Manuela en empleada de tiempo completo. Pero, una vez en el exilio, cuando estas razones ya eran insostenibles, la oposición del padre seguía incólume. Mucho se ha escrito acerca del vínculo padre/hija, y con todos los matices: desde el incesto que imagina la prensa amarilla de Rivera Indarte, hasta las interpretaciones que insisten en la dependencia de una hija siempre niña, deslumbrada por un padre deferente y todopoderoso. Por ese lado discurren, en La princesa federal, las consideraciones de Pedro de Ángelis: “Aquí reina el señor de vidas y haciendas, barón feudal con espuelas de plata y daga española, padre-dragón de la princesa cautiva que todas las noches extravía al viandante con el miraje de su piel intocable y resplandeciente. Todos creen que Manuela desea ser liberada por la mano del héroe capaz de arrebatarla cuando el dragón está dormido. Todos ignoran que el dragón nunca duerme, y lo peor: que ella en verdad no desea liberarse. Tiene un pacto con la fiera y las llamas que parecen apresarla son apenas el reflejo del muro que sostiene el castillo.”
Sin embargo, una vez en Inglaterra, sin dejar de amar a ese padre que, egoístamente, la prefería dedicada a su cuidado exclusivo, se casa con el hombre que la había esperado con tanta discreción, lealtad y paciencia. Se mudan a Londres (Belsize Park, 50), a una casa burguesa donde viven como cualquiera, y luego de un embarazo malogrado y un niño que muere al nacer”, tienen dos hijos que los sobreviven y los llenan de satisfacciones: Manuel Máximo y Rodrigo. Rosas, rencoroso, no asiste a la boda de su hija, ni recibe a los esposos en mucho tiempo. Convertido en granjero, sobre una tierra cuyos árboles manda talar para que se parezca a la Pampa, se aísla con sus recuerdos. Al fin accede a conocer a sus nietos pero los llama por otros nombres, distintos de los que sus padres les han puesto. Manuela, no obstante, perdona: “¿Cómo no iba a perdonarle lo que estaba en su naturaleza? Por él y con él goberné. Contra él construí mi propia casa. ¿Por qué habría de guardarle resentimientos? Así fue cómo se hizo mi vida.” (La princesa federal).
En 1898, muere en Londres Manuela Rosas, no sin antes haberle abierto a Adolfo Saldías los archivos de gobierno sobre los cuales iba a forjarse la primera historia revisionista del régimen de Rosas. Habían pasado para ella, como un solo día, cuarenta y seis años de feliz y tardío matrimonio.

LA MANUELITA MAPUCHE
Manuelita Rosas Namuncurá. Así se llamaba otra princesa, pero mapuche. Largamente aliado de Juan Manuel de Rosas, el gran cacique de Salinas Grandes, Calfucurá, había establecido con él y su familia una relación de empatía y respeto. Cuando Manuel Namuncurá, su hijo y sucesor, eligió este nombre para imponerlo a su vez a una de sus hijas —dice Norma Sosa—no hacía sino expresar la admiración que muchos mapuches sentían por la hija de Rosas. También esta otra Manuela conocería, como ella, la derrota de su padre y el exilio, y tendría que asumir otra identidad y otra lengua en una ciudad distante. El mayor Daza, que la había hecho prisionera en 1882, volvió a encontrarla varios años más tarde en las calles céntricas de Buenos Aires, elegantemente vestida “a la parisién”. Cambiaron entonces recuerdos y noticias sobre los otros hermanos Namuncurá en busca de un lugar en el nuevo mundo: el teniente Juan Manuel, que había fallecido de tuberculosis y el seminarista Ceferino, también enfermo, que entonces esperaba en Roma el momento de su ordenación.

"EXCELENTE AMAZONA"
Una de las imágenes más vivaces de Manuela Rosas transmitida por un extranjero es la que ofrece el norteamericano William Mac Cann. La vida en la mansión de Palermo le recuerda, ante todo, a una corte medieval, y Manuelita, benéfica influencia, le parece una especie de Josefina capaz de morigerar el poder de Napoleón. Simpatiza con Rosas por su trato “llano y familiar” sin hallarle otro defecto de carácter que la propensión a las bromas pesadas. Encuentra a Manuelita dotada de “grandes atractivos” y destaca como una de sus habilidades la de ser “excelente amazona”. A tal punto, dice, que puestos a cabalgar lo dejaba atrás frecuentemente, y se le hacía “imposible espantarle los mosquitos del cuello y los brazos, como me lo ordenaba la cortesanía.”

EL RETRATO

Manuelita Rosas por Prilidiano Pueyrredón


Boceto del célebre retrato de Manuelita pintado por Prilidiano Pueyrredón (izquierda). La obra fue un encargo de un grupo de ciudadanos que quiso caerle en gracia al Restaurador. Manuelita tenía entonces 34 años y conocía a Pueyrredón desde la infancia. Para evitar imprevistos, una comisión integrada por Luis Dorrego, Juan Nepomuceno Terrero y Gervasio Ortiz de Rosas, con la supervisión del mismo Rosas, convino los detalles del cuadro. Ellos resolvieron que Manuela posara de pie y con un vestido rojo, acorde a la divisa federal (derecha).
 
BIBLIOGRAFIA 
Lojo, María Rosa. “EL BARON Y LA PRINCESA”. AMORES INSOLITOS DE NUESTRA HISTORIA. Buenos Aires: Alfaguara, 2001.
Lojo, María Rosa. LA PRINCESA FEDERAL. Buenos Aires: Sudamericana De Bolsillo, 2005.
Lojo, Maria Rosa (cuentos) y Elissalde, Roberto (Investigación histórica), “LA ESCLAVA Y EL NIÑO” y  “EL POLVO DE SUS HUESOS”. HISTORIAS OCULTAS EN LA RECOLETA. Buenos Aires: Alfaguara, 2009.
Mac Cann, William. VIAJE A CABALLO POR LAS PROVINCIAS ARGENTINAS. Buenos Aires, Hyspamérica, 1986.
Mármol, José. MANUELA ROSAS. RASGOS BIOGRAFICOS. Buenos Aires, Casa Pardo, 1972 (1° edición 1851). 
Marmol, José. Amalia. ESTUDIO PRELIMINAR DE ALFREDO VEIRAVE. Buenos Aires: Kapelusz, 1960.
Sáenz Quesada, María. MUJERES DE ROSAS. Buenos Aires, Planeta, 1991.
Sosa, Norma. MUJERES INDIGENAS DE LA PAMPA Y LA PATAGONIA. Buenos Aires: Emecé, 2001.
 
MARIA ROSA LOJO
María Rosa Lojo es escritora y doctora en Letras (UBA). Trabaja como investigadora del Conicet y profesora de la Universidad del Salvador. Publicó tres libros de poemas en prosa (Visiones, Forma oculta del mundo, Esperan la mañana verde), cuatro de cuento (Marginales, Historias ocultas en la Recoleta, Amores insólitos, Cuerpos resplandecientes) y las novelas Canción perdida en Buenos Aires al Oeste, La pasión de los nómades, La princesa federal, Una mujer de fin de siglo y Finisterre. Obtuvo el Primer Premio de Poesía de la Feria del Libro de Buenos Aires (1984), Premio del Fondo Nacional de las Artes en cuento (1985), y en novela (1986), Primer Premio Municipal de Buenos Aires “Eduardo Mallea” , en narrativa (1996). Recibió varios premios a la trayectoria: Premio del ILCH de California (1999), Premio Kónex a las Letras argentinas (1994-2003), Premio Nacional “Esteban Echeverría” en narrativa (2004), Medalla de la Hispanidad (2009). Su libro de relatos Amores insólitos (Alfaguara) está dedicado a las pasiones singulares que tramaron la sociedad argentina.

lunes, 22 de mayo de 2023

Marcha de San Lorenzo - Cayetano Alberto Silva

Publicado en el diario La Nación el 22 de mayo de 2023   


El legado inmortal de Cayetano Silva 
por Germán Wille


Marcha de San Lorenzo
Cayetano Alberto Silva, insigne compositor de música rioplatense de origen africano, pasó los días postreros de su vida sumido en la miseria y murió en Rosario en 1920, a los 51 años, en compañía de esos fantasmas tan temidos por los hombres de arte que son el anonimato y el olvido. Un final sumamente ingrato para quien legó a los argentinos una joya musical inigualable. 
Para hablar de la referida obra cumbre de Cayetano Silva, nacido en San Carlos, Uruguay, en 1868, pero arribado a la Argentina a los pocos años de vida, hay que remontarse a los tiempos, en mi caso lejanos, de la escuela primaria. Específicamente, a los actos del 17 de agosto, en conmemoración del General José de San Martín. Porque este músico, hijo y nieto de esclavos, fue nada menos que el hacedor de la partitura de “La Marcha de San Lorenzo”, cuyos legendarios sones ya forman parte del ADN cultural de todo argentino de bien. Y de mal, también.
Mi interés por la vida de este personaje nació de casualidad por mi obsesión por rastrear el origen de los nombres de las calles de Buenos Aires. Un día descubrí (aclaro que no soy porteño) que había un pasaje de apenas dos cuadras con el nombre de Cayetano A. Silva en el extremo sur del barrio de Liniers, en paralelo a la General Paz. Enseguida necesité saber de quién se trataba y, de paso, preguntarme por qué le habían tocado apenas dos cuadras de una ciudad que, según el registro catastral, cuenta con más de 48.700.
Así me interesé en su vida y obra y supe que Silva compuso la citada Marcha en 1901, en el período que vivió en la ciudad santafesina de Venado Tuerto, localidad que cuenta con una estatua en honor al músico y también un museo que lo recuerda.
Silva dedicó su creación más perdurable al Coronel Pablo Riccheri, entonces Ministro de Guerra de Julio Argentino Roca. Sí. Este militar recordado por modernizar el ejército y por crear el servicio militar obligatorio no sólo tiene una autopista a su nombre, sino también, una marcha.
Sin embargo, por pudor castrense, el hombre de armas prefirió que su gracia no apareciera en el título de la canción y a cambio eligió ponerle “Marcha de San Lorenzo”, en honor al lugar donde había nacido, la localidad con ese nombre, en Santa Fe. Casualmente el sitio donde San Martín había triunfado en su única batalla contra los realistas disputada en territorio argentino.
Poco más tarde, en 1907, el poeta y escritor Mendocino Carlor Benielli le añadió letra a la vigorosa creación de Silva. De su pluma surgió el arranque genial del ‘Febo asoma’ junto al resto de los versos, grabados a fuego en la memoria popular, que rinden honores a la proeza inmarcesible de Cabral, soldado heroico y a nuestros granaderos, aliados de la gloria.

Marcha de San Lorenzo
La batalla de San Lorenzo. Xavier Martín

En una biografía sobre Silva escrita en su libro Argentinos de origen africano, el historiador Marcos de Estrada cuenta que el compositor vendió su marcha a una casa editora porteña por 50 pesos. Una suma insignificante para tamaña obra, que luego sonaría incluso fuera de los límites de la patria. Se escuchó, por ejemplo, en la coronación del rey británico Jorge V, en 1911, fue ejecutada por diversas bandas militares durante la Segunda Guerra Mundial y también puede escucharse todavía durante el cambio de guardia del Palacio de Buckingham.
Pese a su prolífica obra –compuso múltiples marchas y hasta un tango- y a su trayectoria como director de bandas militares, el compositor rioplatense terminó su vida en la pobreza. Se vio, además, inmerso en un último desconsuelo cuando le incumplieron la promesa de nombrarlo director de la banda de la ciudad de Rosario. Ese cargo, que sería vital para su economía, le fue entregado a otra persona. 
Imposible que mientras escribo estas líneas no resuene en mi cabeza “La marcha de San Lorenzo”. Y si a algún lector le pasa lo mismo, habrá valido la pena esta apretada semblanza de Cayetano Silva, el músico rioplatense de origen africano que nos legó ese himno inmortal. Y aquellas dos cuadras con su nombre en Liniers.

jueves, 18 de mayo de 2023

Constitución de 1853 - José María Rosa

REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

189


revista Sudestada



En esta sección que llamamos 
"Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años. 


En la revista Sudestada, Año 1, N° 2 de junio de 1987 fueron publicados dos artículos de José María Rosa sobre la Constitución de 1853.   





La Constitución 
¿realidad o fantasía?

por José María Rosa

Antonio Alice
Los constituyentes del '53, óleo sobre tela de Antonio Alice

Sarmiento, que había tenido temores de que en Santa Fe se hiciera otra cosa, no dejó reprimir su entusiasmo por la Constitución de Mayo pese a su posición de adversario político:

"¡Eureka! -escribió- el Congreso ha señalado y abierto un camino anchísimo al adoptar no sólo las disposiciones fundamentales de la Constitución de los Estados Unidos, sino la letra del preámbulo y gran número de sus disposiciones constituyentes..."

En 1845, cuando Facundo, no creía en las constituciones escritas pero había cambiado al viajar por Norteamérica. En 1850 comprendía, en Argirópolis, que "hay que seguir la regla de la Constitución de los Estados Unidos. ¿Queríamos acaso inventar otra forma federal?". Y ahora el Congreso de Santa Fe abría el camino esperado por él tres años atrás: desde la capital de Estanislao López, unos diputados elegidos por los caudillos habían votado, con el cintillo punzó en la solapa, un régimen político exclusivamente para la minoría culta que ostentaba la divisa celeste.

Porque la primera ventaja de una Constitución liberal era que el pueblo de Rosas y de Urquiza no participaría en la vida política: “pueblo" sería en adelante la "gente educada".

“Son las clases educadas las que necesitan una Constitución que asegure las libertades de acción y de pensamiento: la prensa, la tribuna, la propiedad, etc. No es difícil que éstas comprendan el juego de las instituciones que adoptan".

La horda federal, obstinadamente tradicionalista, nada tenía en común con el sistema importado. Los representantes del bando punzó habían legislado para el pueblo de Rivadavia, aquellos argentinos "que en nada ceden a los otros americanos en cuanto a capacidad de comprender el juego de las instituciones". Al fin y al cabo la gente educada de Buenos Aires se parecía a la gente educada de Londres y de Nueva York: los hombres civilizados nunca son extranjeros, y sus problemas -libertad de acción y de pensamiento, prensa, tribuna, propiedad- eran iguales en todas partes. Los argentinos decentes sabrían desempeñarse dentro del juego institucional importado: para los otros no había Constitución, no podía haberla. Para ellos el cantón de fronteras o la penitenciaria urbana eran la única ley posible.

"una Constitución no es la regla de conducta pública para todos los hombres. La Constitución de las masas populares son las leyes ordinarias, los jueces que las aplican y la policía de seguridad".

Hubiera sido absurdo que un gaucho invocara el art. 14 para escapar a la leva, o un quintero de las orillas pretendiera votar por el candidato de sus preferencias en los comicios. Tan absurdo como un negro de Georgia amparándose en el hábeas corpus ante quienes proceden a lincharlo, o integrando un consejo municipal por el solo título de pertenecer al color más numeroso en el condado.

La constitución era liberal y los hombres libres eran pocos, allá o acá. Y sobre todo la Constitución era norteamericana, y los capaces a amoldarse a ella eran menos acá que allá. Gran ventaja de la importación sobre la manufactura autóctona. ¡Quién habría influido ante Urquiza para hacerle pasar semejante renuncio a la razón de ser de los caudillos!


La gente decente

Alberdi había imaginado una Argentina futura poblada por las razas viriles de Inglaterra y el Norte de América; una California curada del mal originario por el trueque de su población inferior, donde solamente permanecerían los nativos que renegaron a tiempo la herencia española. Carril añoraba los buenos tiempos coloniales cuando su casta hidalga era todo en la aldea cuyana. Y Sarmiento completaba su esquema de ciudadanos "celestes" y rústicos "punzóes" de Civilización y barbarie, con una antinomia donde "educados" e "ineducables" a las instituciones norteamericanas desempeñarían el papel de pueblo y parias en la era constitucional.

Los tres pensaban en lo mismo, aunque se expresaban en palabras diferentes y creían perseguir fines opuestos. En las patrias de ayer, de mañana y de hoy -de Carril, Alberdi y Sarmiento- la sola realidad política y social sería una fracción de la Argentina: aquella que Carril en palabras unitarias llamaba gente decente, Alberdi con los términos de la Joven Argentina parte sensata y racional de la población, y Sarmiento lector de libros norteamericanos clases educadas.

En los tiempos coloniales hubo una aristocracia que, por sus méritos (palabras ilegibles) el gobierno de las ciudades indianas y administró los intereses generales: la clase de los "vecinos", exclusiva en la dirección de la ciudad. Pero en el siglo XIX -y tal vez antes- había perdido sus virtudes y no tenía ya conciencia de "clase dirigente". Sus integrantes no interpretaban los anhelos de los gobernados. No hay aristocracia sin pueblo: el aristócrata -el verdadero aristócrata- vive identificado con el pueblo que dirige, es la cabeza de un agrupamiento que sabe comprender y atina a interpretar. No hay orgullo de clase en un aristócrata: hay conciencia de mandar y arte de saberlo hacer; de allí que no esté necesariamente en la sangre ni en la riqueza. Los privilegios de la tradición, del dinero y aún de la inteligencia no dan por sí solos títulos de aristocracia: solamente el ascendiente espiritual sobre los dirigidos (la "virtud política" que dijera Aristóteles hace 25 siglos) produce al conductor de la comunidad.

La tragedia de nuestra historia es que entre nosotros faltó una clase dirigente: una minoría capacitada para asumir la dirección y la responsabilidad de la nación que surgía. Los hombres que tomaron el gobierno a poco de 1810 tenían títulos intelectuales, pero no estaba identificados con el pueblo gobernado; pertenecían a una clase que ya no era una aristocracia: una clase que ignoraba o despreciaba el medio popular. Y una minoría gobernante sin "virtud política" no es una clase dirigente porque nada dirige: simplemente medra. No es una aristocracia, es una oligarquía.

Los directoriales de 1814, los principistas de 1820, los alumbrados de 1824, los unitarios de 1826 (como más tarde los mayos de 1838 y los liberales de 1852) vivieron de espaldas al pueblo, sordos y ciegos a la realidad que los rodeaba. Sus gobernantes fueron hombres de capacidad intelectual y conocimientos teóricos, pero por no sentirse identificados con el pueblo no podían comprender a la nación ni los intereses nacionales. Su obra política -valga el ejemplo de Rivadavia entre 1821 y 1824- se reduce a reglamentaciones municipales de una eficacia discutible, al tiempo que San Martín no podía continuar en el Perú porque Buenos Aires no lo ayudaba. Brasil se incorporaba a la provincia Oriental, se separaba al Alto Perú y se consolidaba la segregación de Paraguay. Sus congresos de 1819 y 1824 (brillantísimos congresos) discutían la excelencia de ésta o de aquella forma de gobierno a copiar de Francia o de Estados Unidos, mientras las provincias combatían entre sí y el enemigo exterior arrebataba las fronteras. No era la hora de reformar el Estado sino de consolidar la Nación, pero no podían saberlo porque no sentían la nacionalidad: veían al Estado, es decir lo formal, lo transitorio; no a la Nación, la esencia, lo perdurable. Para ellos el gran problema era asemejarse a Europa por un plan de reformar edilicias o educativas, o importando una Constitución.

Durante su predominio la poderosa nación del Plata se escindió Por sus desaciertos en cuatro fracciones insoldables. Si hubieran persistido después de 1829, es fácil conjeturar que la actual Argentina, la mayor de esas fracciones formaría hoy, en el mejor de los casos, una centroamérica de catorce republiquetas controladas y enemistadas.


La Constitución que acabó en 1852

La oligarquía chocó contra la realidad popular que se obstinaba en no ver; esa masa ignorada o menospreciada que había hecho la Revolución y donde pervivían las reservas, las únicas reservas, de la nacionalidad. Porque la Nación, incomprendida o rebajada entre los decentes, se manifestaba precisa y fuerte en la clase popular y sus grandes caudillos: Artigas en el litoral, Güemes en el Norte, conductores de muchedumbres y federales. Esto último porque defendían sus comunas contra Buenos Aires, asiento de Directorios.

El caudillo era la multitud misma, hecha acción y símbolo. Justamente por encontrarse identificado con la multitud, es que llega a dirigirla; posee la virtud política de interpretarla; por su boca y su gesto habla y se expresa la multitud misma.

A veces fue un capitán de milicias rurales que se impuso a los señores del cabildo urbano: ha sido llamado por éstos para contener e! desorden de los demagogos orilleros y poner final a la anarquía. Casi siempre pertenece, por su cuna, a la clase vecinal: pero perdura en él la vieja aristocracia perdida en los demás. Consolida un orden real y no simplemente legal, que por estar en la naturaleza de las cosas será perdurable: será el gobernador y administrará la comuna con los representantes -desaparecen los cabildos para dar paso a las Juntas de elección popular-. donde los vecinos aplican su experiencia y criterio a las cosas menudas de la administración. La ciudad indiana ha sido profundamente transformada por la Revolución. Ya no la gobierna un cabildo de vecinos afincados; ahora tiene a su frente a un jefe popular que es capitán general de sus milicias, y a una junta de representantes con funciones consultivas. Las elecciones se hacen por sufragio universal. El derecho constitucional argentino -el auténtico derecho, no las Constituciones que se copiaron de otros pueblos- se basa en el voto general que confiere autoridad a los gobernantes y puede darles plenos poderes de gobierno. El sufragio universal es consecuencia directa, aunque no inmediata, de la revolución popular de mayo y el fracaso de la minoría como clase dirigente. Está en la legislación artiguista de 1814, en el Estatuto de Santa Fe de 1819, en las Constituciones y leyes constitucionales que se fueron dando las provincias y son el verdadero derecho político según "nuestras modalidades y costumbres" que no encontraba Gorostiaga. Puede considerarse una institución típicamente argentina: en 1819 no había sufragio universal -no había gobierno del démos- ni en Estados Unidos, ni en Francia, ni en Inglaterra. Lo había sí, en el Santa Fe de Estanislao López, en la Salta de Güemes, en la provincia Oriental de José Gervasio de Artigas.

Después de las violentas crisis de 1825-27 y 1828-31, en que la minoría desplazada quiso retomar posiciones valiéndose del Congreso en aquélla y de la oficialidad del ejército en ésta, tres provincias firman en Santa Fe el Pacto Federal, poco después aceptado por las restantes de la nacionalidad escindida. El Pacto organiza la nación -lo que sobrevivía de la nación- como un acuerdo de convivencia y defensa mutua entre comunas autónomas: nace la Confederación Argentina, "unión permanente" dice el art. 1°, ligada por una vinculación espiritual que suplía la inexistencia de un fuerte poder central. Otra cosa no se podía hacer en 1831, por recelos mediterráneos al puerto y susceptibilidades provincianas. Pero se creaba el instrumento que, manejado con prudencia y voluntad, daría por resultado la consolidación definitiva.

Rosas, el iniciador del Pacto en los trámites previos en 1830, haría esa obra. Es un político -un gran político- que no se deja alucinar por palabras ni lo satisfacen victorias aparentes. No cree en la eficacia de las constituciones importadas, ni en la urgencia de reunir un Congreso de notabilidades intelectuales: los ejemplos de 1819 y de 1826 están fijos en su memoria, y no cesa en sus cartas a los caudillos de provincias de desenmascarar la prédica minoritaria por el cuadernito. Su enérgica voluntad logra en veinte años de gobierno concluir con la anarquía endémica de Buenos Aires y reconquistar el bienestar económico para el interior, pese a los obstáculos que tesoneramente le colocan los desplazados. Afirma la Confederación Argentina en el exterior y en el interior, y hasta intenta -obra en donde fracasa y es la causa de su caída- la reconstrucción de la antigua nacionalidad del Plata.

La unidad nacional es producto de sus veinte años de gobierno. Poco a poco, sin premura pero con energía, ha limado las asperezas que obstaban. El Encargado de las relaciones exteriores de 1831 se convierte en el omnipotente Jefe Supremo de la Confederación de 1850; las provincias "soberanas" prontas a escaparse de la nacionalidad, vuelven a su antigua condición de municipios autónomos. El federalismo argentino no era otra cosa.


La Constitución importada

Esa Constitución real que iba madurándose en sufragio universal, autonomías municipales, plena soberanía, no era comprendida por la minoría culta incapaz de entender los sistemas no explicados por los libros extranjeros de derecho teórico. La "lección de cosas" no les llegaba; para los más no era un régimen constitucional porque no revestía la forma de un código escrito y rígido. Dijo Seguí que su ambición de constituyente era un texto impreso "cualquiera que fuese": pedía una constitución escrita con el afán imitativo de los judíos pidiendo un rey a Samuel "para estar como todas las naciones". No para afirmar la soberanía, ni reglar derechos, asentar igualdades o frenar malos funcionarios; la quería para aparentar, para que los hombres de Europa no los despreciaran por el hecho de no tenerla impresa. Para estar -en fin- "como todas las naciones”.

Algunos, como Sarmiento y Carril, la querían para conseguir con ella el retorno de la gente decente. Y pocos, los románticos, habían acabado por darle la razón a Rosas, como Echeverría en sus Cartas a de Angelis:

“Hoy -escribía en 1847- que las masas tienen completa revelación de su fuerza, que Rosas a nombre de ellas ha nivelado y realizado la más absoluta igualdad, pensar en otra cosa que en la democracia es una quimera, ¡un absurdo! Buscar reglas de criterio social fuera de la Democracia, una estéril y ridícula parodia del pasado... Si me preguntasen ¿quiere usted para su patria un Congreso y una Constitución? Contestaría no. ¿Y qué quiere usted? Quiero, replicaría, aceptar los hechos consumados existentes en la República Argentina, los que nos han legado la historia y la tradición revolucionaria. Quiero, ante todo, reconocer el hecho dominador, indestructible, radicado en nuestra sociedad, anterior a la Revolución de Mayo y robustecido y Iegitimado por ella, de la existencia del espíritu de localidad... ¿Cuándo, preguntaréis, tendrá la sociedad argentina una Constitución? Al cabo de veinticinco, de cincuenta años de vida municipal, cuando toda ella la pida a gritos y pueda salir de su cabeza como la estatua bellísima de la mano del escultor"

Echeverría había muerto en 1850. Y en 1852 era imprescindible redactar una Constitución: era el “programa escrito por la mano del ilustre general Urquiza en los pabellones libertadores que triunfaron en Caseros" como decía Delfín Huergo. ¿Qué otra cosa podía hacerse? La política internacional argentina parecía terminada para siempre con el triunfo de Brasil en los tratados del 12 de octubre. Ya no seríamos una Nación soberana, y solamente podíamos aplicarnos a ser un Estado constitucional. También las colonias tienen constituciones.

La Constitución debería ser federal porque así lo dispuso el Pacto de 1831 y Urquiza impuso la divisa punzó. Los libros de derecho constitucional no trataban de más forma federal que la norteamericana. ¿Podríamos "acaso inventar otra"?, se alarmaba Sarmiento; es la "única federación digna de ser copiada", decía Juan María Gutiérrez. Digna y posible. Y allá fue el federalismo norteamericano, depurado apenas de sus disposiciones absolutamente inaplicables. A los municipios autónomos que eran las provincias, se los organizó como Estados con su poder de policía, facultad de dictar códigos de procedimiento y de faltas, tres poderes equilibrados, sistema teórico de frenos y contra frenos, etc. Con el resultado que nunca fueran Estado, y dejaran de ser municipios y autónomos.

Las ventajas constitucionales tenían que ser para pocos, como en los Estados Unidos. Alberdi había hablado de gobierno democrático en su proyecto de Valparaíso, pero la comisión de la alfajorería borró la incómoda palabreja que recordaba los tiempos de Rosas. La Constitución sería liberal, y bastaba: nada diría sobre la forma de las elecciones, y los gobiernos tendrían amplia libertad para reglamentarlas según mejor conviniera. Ya no hubo elecciones populares, y por lo tanto gobiernos populares, hasta entrado el siglo XX. En economía, la Constitución debería ser liberal, y a nombre de esa libertad los constituyentes renunciaron a la defensa de las pequeñas industrias obtenida por Rosas con su ley de aduana de 1835. Renunciaron también a la soberanía argentina de los ríos afirmada por Rosas en los tratados de 1849 y 1850 después de la guerra contra Francia e Inglaterra. El país quedó en impotencia frente a los imperialismos extranjeros.


El derecho argentino

En 1853 el país "se organizó"; fue una frase acuñada por los triunfadores. Una legalidad ficticia, mantenida por un andamiaje en que entraban muchas cosas: la enseñanza liberal, la prensa, el ejército de linea, los cantones de fronteras, los intereses foráneos. No hay verdadera ley cuando ésta no proviene de una voluntad nacional ni se inspira en las maneras o las necesidades de un pueblo.

Lo que se ha llamado "organización nacional" fue una desorganización jurídica. Uno de sus resultados fue la crisis del derecho: el orden anterior a 1853 no estaría en los libros, pero era respetado y se aplicaba por igual a todos. El que vino después, vivió solamente en los textos de instrucción cívica o las lecciones teóricas de los profesores de derecho constitucional. Asi como la Constitución de 1853 no se aplicó ni podía aplicarse sino a favor de aquellos que estaban cerca del poder, el pueblo no vio en el ordenamiento legal dictado en su consecuencia otra cosa que palabras "lindas pero inaplicables" como decía Manuel Leiva. Palabras que servían para malabarismo y distorsiones gramaticales. Nadie tuvo en adelante respeto por la ley ni creyó en la justicia pura: para el Viejo Vizcacha las leyes tenían dos puntas como las picanas de los bueyes y la autoridad encargada de aplicarlas “a uno le da con el clavo y a otro con la cantramilla”.

Tampoco "entró el país en 1852 por la tranquila vía del progreso", como dicen los textos oficiales de historia. El progreso material argentino es anterior a 1852, y tiene su origen en la ley de aduana de 1835.

No fue una "tranquila vía" la tomada después de 1852. En los tiempos anteriores hubo orden, pese a las guerras internacionales y sus inevitables consecuencias que fueron los alzamientos internos. Excepto los sucesos ocurridos entre 1839 y 1842, provocados por sugestiones y francos foráneos, en los veinte y tantos años de Rosas la mayor parte del territorio argentino gozó de paz: solamente perdurarían luchas en Corrientes; y por supuesto en Montevideo donde se hacía sentir plenamente la influencia extranjera.

En cambio, durante el período comprendido entre 1852 y 1880 las luchas internas fueron continuas y tuvieron como escenario a todo el país. La inestabilidad de los gobiernos provinciales era la regla, y las revoluciones ocurrieron al extraordinario promedio de una por año. Tampoco habría paz en el orden nacional: guerras entre la Confederación y el Estado de Buenos Aires, guerras de montoneras, guerras civiles a cada renovación presidencial. Y estas luchas fueron más cruentas, pero mucho más, que las ocurridas en tiempos de Rosas.


El país legal

La Constitución de 1853 no se cumplió estrictamente ni podía cumplirse. La Constitución no existió como sistema jurídico: vivió como instrumento de dominación, temida por unos y adorada por otros.

No hubo Presidentes, ni legislados, ni federalismo ni nada de eso que esperaron, con mayor o meor ingenuidad, los hombres del 53. Presidente es quien preside, ejecutivo el que ejecuta; y ni Mitre, ni Sarmiento, ni Avellaneda, ni Roca, ni sus sucesores presidieron o ejecutaron: sencillamente mandaron. Mandaron con el congreso, sin el congreso o contra el congreso, y las más de las veces con "estado de sitio". Tampoco los legisladores legislaron; su misión aparente era decir discursos que pocos oían en el recinto y ninguno leía en los diarios de sesiones; lo trascendental, conseguir el mayor número de puestos públicos para su clientela electoral, o influir en las concesiones que reclamaba la otra. Los gobernadores tampoco gobernaron, si “gobernar se entiende por conducir: en el siglo XIX el comandante de las fuerzas nacionales preparaba una "revolución" local, por orden del ministro de guerra, si no marchaban a la cadencia del Presidente; en el XX no hubo necesidad de revoluciones porque los abogados descubrieron el "derecho de intervención” en la construcción gramatical de los arts. 5° y 6°. El gobernador fue solamente el "agente del P.E. nacional" que previsoramente habían puesto los reformadores del 60 en la Constitución. Diputados para gestionar puestos de maestras y jueces temerosos de ser echados por un cambio administrativo, completaron el equilibrio provincial de poderes.

El desorden escrito sustituyó al orden no escrito; la colonia legal del 53 a la patria real de la Independencia y la Restauración.


Las diez noches históricas
por José María Rosa

Hermenegildo Zuviría, conocido en Santa Fe por Merengo, abrió, al empezar el año 1852, un despacho de bebidas refrescantes y fábrica de alfajores y dulces en la esquina de las calles Cabildo y San Gerónimo, al lado del local donde funcionaba el Congreso Constituyente.

La alfajorería de Merengo era el primer establecimiento de "confites" que se abría en la ciudad, y llegó a disputar al aljibe de las Zavalla, ser el punto de reunión de la sociedad santafesina en los anocheceres veraniegos en que el insoportable calor imponía la tertulia con abanicos, panales y dulces provincianos.  

En los altos de Merengo don Manuel Leiva había alquilado cuartos para sus colegas o avenidos a la hospitalidad del convento de San Francisco o la del viejo y por entonces vacío convento de la Merced, antiguo Colegio de los jesuitas. En el privilegiado hospedaje se alojaban Juan María Gutiérrez, José Benjamín Gorostiaga y Delfín Huergo. Fue allí que Gorostiaga esbozó el proyecto de la Constitución durante el bochornoso verano de 1853.

El Congreso fue inaugurado el 20 de noviembre (de 1852), pero hasta el 24 de diciembre demoró el nombramiento de la comisión de negocios constitucionales encargada de despachar el proyecto. No debió ser ajena la difícil situación de los diputados dada la presencia amenazadora del general Paz, en San Nicolás, y la orden de movilización que el gobierno disidente de Buenos Aires había dado a sus milicias. Pero las noticias del afortunado pronunciamiento de Lagos contra Alsina, con esas mismas milicias, y las posteriores del sitio e inminente caída de Buenos Aires, acabaron por tranquilizar los espíritus y permitiría a los constituyentes seguir los trámites constitucionales. Él 24 de diciembre se formó la comisión con Leiva, Ferré, Colodrero, Gutiérrez y Gorostiaga: los tres primeros delegaron en los dos últimos la confección del anteproyecto; Gutiérrez, a su vez, declinó en el joven Gorostiaga la redacción del borrador, reservándose la corrección de las imperfecciones gramaticales.

Durante dos meses -del 25 de diciembre a mediados de febrero- laboró Gorostiaga en su habitación de los altos de la alfajoreria. Para concentrarse mejor, rehusaba asistir a las tertulias y saraos a que tan afectos eran la mayoría de sus colegas, Gutiérrez sobre todo. Se puso a trabajar de inmediato: con el texto norteamericano a la vista fue depurando las ligerezas y no pocas de las exageraciones de Alberdi. Por desdicha la traducción que tenía a mano era persistente de García de Sena. También, y en ello anduvo Salvador María del Carril, se valió de la Constitución unitaria de 1826, tal vez para que los artículos tan agriamente rechazados en 1827 quedaran, melancólica compensación póstuma, en la Carta Federal Argentina. Extrajo del texto desafortunado las garantías individuales, composición del legislativo y algunas atribuciones dispersa del ejecutivo; por su parte Alberdi -sin saberlo- ya había incorporado de la misma procedencia el régimen de ministerios y el estado de  Fuera de las garantías individuales (que los diputados del 26 tomaron de los del 19, y éstos a su vez de Daunou; los trozos añadidos por Carril a través de Gorostiaga a la remendada pieza de Alberdi también habían sido tijereteados de la carta de Filadelfia por los constituyentes unitarios, aunque someramente desteñidos para hacerlos coincidir con el conjunto centralista y ministerial. De ese mal avenido maridaje federounitario de lo de Merengo quedaría entre otras cosas. la curiosa representación de "dos senadores por la capital", lógica en la carta unitaria de donde fue tomada, pero que desvirtúa la esencia de un senado federativo.

Groussac, para restarle méritos a Alberdi, le atribuye al santiagueño un cometido que nunca pretendió. Laboriosidad no es originalidad. Ni Alberdi ni Gorostiaga fueron originales: el primero en Valparaíso había adaptado, para una fervorosa desargentinización de la Argentina, una mala traducción corriente de la Carta norteamericana; el otro en la alfajorería hizo una meritoria labor de corrección gramatical y jurídica del proyecto de Alberdi, que refundió con algunos artículos de la Constitución unitaria alcanzados por Carril. Ninguno de los dos, ni Alberdi ni Gorostiaga, tomaron nada de la realidad argentina.

   

Hoy y aquí

Mientras Gorostiaga realizaba la fusión de Alberdi con Carril, Gutiérrez redactaba el Informe:

"...el proyecto que la comisión tiene la honra de someter a V.H. no es obra exclusivamente de ella. Es la obra del pensamiento actual argentino manifestado por sus publicistas y recogido en el trato diario que los miembros de la comisión mantienen con sus dignos colegas...".

Cuando Gutiérrez escribía manifestado por sus publicistas, la frase en plural tenía una significación en singular: Alberdi. Cuando agregaba y recogido en el trato diario que los miembros de la comisión mantienen con sus colegas, también el plural expresaba una sola persona: Carril. Alberdi y Carril, dos hombres que estuvieron fuera de la Argentina -aquél desde 1838, éste desde 1820- eran la prueba de la argentinidad del proyecto. El león "romántico" que descreía de los hombres y las cosas de su tierra, y el pelucón "clásico" que cerraba los ojos y los oídos para abstraerse de la chusma. El desterrado del oeste que iba hacia una Argentina futura desbrozada de malas simientes, y el que llegaba del este exhumando la Constitución de los viejos tiempos decentes sin caudillos ni puebladas. Poniente y occidente; mañana y ayer: ése fue el pensamiento actual argentino para los forjadores de la alfajorería.

Alberdi y Carriliban, por caminos y tiempos opuestos, a un mismo lugar. Tal vez Alberdi no lo supiera; pero Carril bien lo sabía. Ambos rumbos llevaban a idéntico paraje. Porque en política no hay oriente ni occidente, ni mañana o ayer; política es realidad, y la realidad se la afirma o se la niega. No admite más que dos posiciones: hoy aquí y lo que no es de hoy ni de aquí; confluencia desconcertante del ayer y del mañana, del este y del oeste.

"Hoy aquí" era una Argentina de masas y caudillos, una realidad que esa copia confesada de instituciones foráneas; su opuesto sería necesariamente una organización minoritaria, exclusiva para la gente decente. La Constitución proyectada reglaría la convivencia de una clase y sus relaciones con los hombres y los capitales de afuera; las masas no tendrían nada que ver con la Constitución, no la entenderían tampoco ni la precisaban: para ellas serían suficientes la leva y el cepo.


"Circuleros" y "montoneros"

A mediados de febrero estuvo despachado el trabajo de la alfajorería y se le dio pase a la comisión en pleno: pero allí quedaría detenido pues Leiva, Ferré y Colodrero -es decir, la mayoría de la comisión- no dieron trámite al borrador de Gorostiaga corregido por Gutiérrez.

Por las palabras de Zuviría en la sesión del 20 de abril, y la oposición de los diputados minoritarios a algunos artículos en los debates del 21 al 30, puede saberse que la resistencia de los tres ilustres ancianos fue, en general, a todo el proyecto, pero en especial a la libertad de cultos y cuestión capital. Hubieran preferido un texto más aproximado a la realidad que esa copia condesada de instituciones foráneas; también una terminante declaración de catolicismo en el art. 2°, con simple tolerancia a las confesiones disidentes “sin entregarse al proselitismo"; y que la capital de la Confederación, al menos por disposición constituyente, no se estableciera en Buenos Aires.

El Congreso, como la comisión, quedó dividido en dos campos: el grupo dirigente -que Sarmiento llama círculo - habilidosamente conducido por Carril e integrado por Gorostiaga, Gutiérrez, Zavalía y Huergo; y el núcleo de resistencia católico-localista -que Lavaisse llama montonera- compuesto por la mayoría de la comisión, el presidente Zuviría y los sacerdotes Pérez y Centeno. Los restantes diputados estuvieron un instante a la expectativa hasta que Seguí, Lavaisse y Campillo rompieron la fila para plegarse al círculo: Urquiza debió decirles que los había mandado a Santa Fe a votar y no para andarse con remilgos y disidencias. Precisaba la Constitución, y pronto -no interesaba cómo ni qué- para tapar la propaganda en su contra de los diarios de Buenos Aires.

Pero la Constitución no salía. Los circuleros, no obstante su mayoría en el Congreso, eran minoría en la comisión (dos contra tres). Fue necesario un golpe de fuerza parlamentario para apurar las cosas: en la sesión del 23 de febrero, pese a la inoperante protesta de Leiva, el círculo amplió a siete el número de miembros de la comisión: eligió en los nuevos puestos a Derqui y Zapata. Para mayor seguridad, también a Zavalía para que supliera la ausencia de Ferré, en misión a Buenos Aires. La minoría de dos contra tres se cambió en mayoría de cinco contra dos y el proyecto quedaría aprobado.


De febrero a abril

El 23 de febrero dijo Leiva que el proyecto "estaba para terminarse y sólo se esperaba la venida del Sr. Gorostiaga, ausente en comisión, para presentarlo al congreso". Pero desde el 24 en que se dio licencia a Derqui, sustituyéndolo en la comisión por Campillo, el Congreso no volvería a reunirse - salvo una breve sesión en marzo- hasta el 18 de abril en que dio entrada al proyecto de constitución. La pausa fue por las tentativas de arreglo con Buenos Aires. El 9 de marzo la comisión urquicista -de la Peña, Zuviría y Ferré- firmaba en Balvanera, junto a las trincheras porteñas, la conciliación con los insurrectos: Buenos Aires enviaría sus diputados al Congreso en proporción a su población, y además se reservaba el derecho de aprobar la constitución por su organismo provincial. Por lo tanto había que esperar a los porteños.

Urquiza rechazó la transacción por "no estar facultado para derogar el acuerdo de San Nicolás”; pero las negociaciones siguieron hasta mediados de abril y las tareas constituyentes quedaron interrumpidas a la expectativa. El 15 las ilusiones de una armonía con Buenos Aires quedaron desvanecidas y Urquiza debió ordenar la fecha de darla: el 1° de mayo, segundo aniversario del Pronunciamiento. De otra manera no se explicaría la premura que tomó a los diputados: el 18 de abril vuelve a reunirse el Congreso, da entrada al proyecto y dispone reuniones diarias hasta terminar con todo. Ese mismo día chocaban las escuadras de Buenos Aires y de la Confederación de la boca del Paraná.


Oposición de Zuviría

El proyecto tuvo entrada el 18, pero empezó a discutirse el 20. La pausa fue porque el reglamento espaciaba cuarenta y ocho horas entre la entrada de un proyecto y su discusión. No era el caso de tratarlo sobre tablas, que hubiera hecho reír a los porteños. El 28 Zuviría hizo moción para su aplazamiento "hasta esperar, siquiera, la completa pacificación de la República". Los del círculo vieron el propósito de alargar el debate con una cuestión previa, y Zuviría la retiró porque no era "...su ánimo producir tal entorpecimiento contra la opinión que veía pronunciada en tos señores diputados, sino emitir simplemente el voto de su conciencia sobre tan grave asunto, reservándose expresar lo sustancial de ella en la conveniente oportunidad". El 20 se trata en general el proyecto. Funda brevemente Gorostiaga:

" su proyecto (de la comisión) está vaciado en el molde de la Constitución de los Estados Unidos, único modelo de verdadera federación que existe en el mundo".

Zuviría pide la lectura de un largo memorial de catorce pliegos, que había confeccionado pidiendo el aplazamiento de la Constitución. No era reglamentaria la lectura, pero la mayoría la prefirió antes de oír un discurso del presidente. El círculo, por voz de Gutiérrez, aceptó la lectura de un discurso "contra la Constitución" porque había que ser "...magnánimos y tener la suficiente prudencia y resignación para tolerar cualquier molestia".

Fray Manuel Pérez expresa que él también está de acuerdo con el presidente:

"había manifestado en otra ocasión que no sería llegada la oportunidad de dictar una Constitución porque el país debía constituirse antes prácticamente”.

El secretario lee el memorial. Zuviria lo había escrito para extractar "lo sustancial de su pensamiento" y no dejarse "arrastrar por la improvisación en cuestiones tan arduas". Su discurso -la única pieza completa, por escrito, que se conserva de las sesiones- no era para llamar a la realidad a sus colegas, a quienes sabía decididos a votar una Constitución "cualquiera que fuese", sino que para "emitir el voto de su conciencia". Sus palabras, resonando en el momento de aprobarse en general la Constitución, formarán tal vez -junto a la carta de la Hacienda de Figueroa de Rosas- entre las opiniones más sensatas expresadas en nuestra historia sobre la naturaleza de las leyes políticas:

"Si los principios y las teorías bastasen para el acierto, no lamentaríamos las desgracias de que hemos sido víctimas hasta hoy. Queriendo ensayar cuanto hemos leído y buscando la libertad constitucional en libros o modelos, y no en el estado de nuestros pueblos y nuestra propia historia, hemos desacreditado esos mismos principios con su inoportuna y hasta ridícula aplicación".

Cuerdos razonamientos que ninguno -fuera de unos pocos ancianos empecinados en descreer las excelencias de afuera- estaba en condiciones de atender. Nadie oyó la lectura (rápida lectura diría Gutiérrez), nadie entendió otra co- sa sino que el salteño "no quería una Constitución".

¿...Y... los Pueblos? ¡La voluntad de los Pueblos que nos mandaron aquí a votar una constitución! ¡Qué van a decir los Pueblos!" Zapata, Huergo, Lavaisse, Seguí, Zavalía se sintieron indignados por lo que tuvieron por apostasía a los objetos precisos del Congreso. Hubieran tolerado un desacuerdo que no trasluciera de la comisión, como el de Leiva, Ferré y Colodrero; pero una nota disonante en pleno recinto, un escrito donde quedara estampada, después de Caseros, la herejía de "lanzar a la faz de los Pueblos el insulto grosero con que fueron escarnecidos por el Tirano" (Seguí), eso no.

Solamente Gutiérrez contestaría con razones. Era exacto que una Constitución debiera ser la síntesis de las costumbres políticas de una nación, como la de los Estados Unidos; pero nosotros no teníamos modalidades cívicas. Teníamos que recurrir a un código prestado que obrara como molde: 

"Muy al principio de este siglo dijo un distinguido político que sólo hay dos modos de constituir un país: tomar la Constitución de sus costumbres, carácter y hábitos, o darle el Código que debe crear ese carácter, hábitos, costumbres. Si, pues, el nuestro carece de ellos, si la Nación es un caos, la Comisión en su proyecto presenta el único medio de salvarla de él".

Advendría un porvenir maravilloso; la Argentina de mañana sería como los Estados Unidos pues:

"La Constitución...está vaciada en el molde de la de los Estados Unidos, única federación que existe en el mundo digna de ser copiada".

¿Acaso podría llamarse "pueblo" a ese conglomerado de mestizos que llamaban política a irse en montonera tras sus caudillos? No: eso no sería en adelante el "pueblo":

"La Constitución... es el Pueblo, es la Nación Argentina hecha ley y encerrada en este Código”.

El pueblo la nación, no estaría más en los hombres, en las tradiciones, en la historia; la Patria sería desde ahora este código que confesaba copiado de los Estados Unidos. Pero no hay que tomarlo muy a lo serio: no pensaba Gutiérrez sustituir a la patria vieja de la Independencia y la Restauración por la República de los Derechos de Filadelfia. No era que Gutiérrez, hombre de vida espiritual, creyera que los privilegios y garantías que aseguraban a los comerciantes la inviolabilidad de su barraca y su caja fuerte eran algo superior a la Patria misma. Tampoco él, como Alberdi, como ninguno de quienes protestaban contra Zuviría había comprendido gran cosa del juego real del código votado.


Unanimidad por mayoría

Ninguno de la montonera contestó la retahila. No era Zuviría hombre de hacerlo; tampoco fray Pérez, ni el padre Centeno ni Colodrero. El único hubiera sido Ferré, pero afortunadamente presidía la sesión. Leiva no estaba presente y tampoco hubiera dicho algo de suceder lo contrario; el corondino era hombre discreto y se limitó a escribir su manera de pensar sobre la Constitución:

"No es esta opinión sola mía, sino de varios diputados y sujetos de este pueblo. Creemos que en el proyecto de Constitución no se consulta nuestra actualidad física, moral ni política, ni nuestras necesidades, ni nuestras tendencias; tampoco consulta nuestro pasado. Todo lo violenta y esto no es lo que hemos venido a hacer”.

A pedido de Seguí la Constitución fue aprobada -en general- por aclamación. Singular aclamación que el acta registra de esta poco congruente manera:

“y resultó unánimemente aprobado y aclamado, por una mayoría de catorce votos contra cuatro".

Los cuatro montoneros en condiciones de votar: Zuviría, fray Pérez, Centeno y Colodrero. Leiva estaba ausente y Ferré presidía. Seis opiniones en un total de veinte diputados: la minoría es importante numéricamente. Pero, además, eran de los pocos que podían hablar de los Pueblos sin ruborizarse. Ninguno de ellos había recogido su acta en Palermo, ni viajado en el Countess of Londsdale el 9 de setiembre.


Las diez noches históricas

En diez días, solamente (del 21 al 30 de abril) se discutió, analizó y aprobó la Constitución en particular, Los constituyentes argentinos superaron en mucho la "premura patriótica" de sus colegas de Filadelfia, que insumieron cuatro meses para la misma labor. Es un mérito que no ha sido loado.

González Calderón demuestra la ímproba labor cumplida en esos diez días con el libro de actas, que cierra cada sesión a "muy altas horas de la noche”. Es exacto: los constituyentes trabajaron hasta las 11 de la noche, y a veces levantaron la reunión a las 12 o 12 y media: una ímproba faena exclusivamente nocturna pues -González Calderón lo omite- las sesiones empezaban a las 7 de la noche. Cuatro horas diarias de labor. Porque la Constitución se hizo de noche. Entre el último canto de gallos y medianoche trabajaron los constituyentes ese otoño de 1853 de prisa, en la penumbra escasamente destellada con dos velones de cera. Tan de prisa que no omitieron ni la pausa del domingo y continuaron su función trascendental a los acordes de la retreta vespertina tocada en la plaza; tan de prisa que omitirían en actas formalidades esenciales. Pero había que terminarse antes del 12 de mayo.

La umbría tarea se cumplió sin interrupciones y con acelerada velocidad. No fue uniforme en las diez históricas noches, y a medida que se acercaba el angustioso término los impulsos constituyentes tomaron proporciones de vértigo.

Día hubo -el sábado 29 de abril- en que se discutieron y aprobaron nada menos que cuarenta y cuatro artículos. El 21, primer día de consideración en particular, fueron aprobados el preámbulo y dos artículos; al siguiente, otros dos; el 23, siete; el 24, uno (el 14). Faltaban noventa y se disponía de seis días y se hizo necesario acelerar la velocidad: el 25 se despacharon diecisiete... y pudo llegarse al último día laborable -el 30- finiquitando las dieciséis disposiciones últimas. Ya ni se decía discursos: “entierros de pobres” los hubiera llamado Dorrego.

Si se considera la cantidad de artículos aprobados en cada sesión -contándose el preámbulo y cada una de las atribuciones del legislativo y ejecutivo como un artículo- se obtiene el promedio de 11'30" por artículo. La Constitución fue aprobada a la extraordinaria velocidad de un artículo cada once minutos y medio, comprendiéndose debate, votación, rectificación y asentamiento en el acta, además de los numerosos cuartos intermedios que hubo a lo largo de las diez sesiones, así como los debates ajenos a la tarea constitucional. (Ver cuadro).

Constitución de 1853

Omisiones graves

La premura del Congreso, hizo incurrir al secretario en importantes deslices al extender las actas. Errores que pasaron inadvertidos para los constituyentes al aprobarlas; tal vez porque cada uno estuvo solamente atento a la transcripción de sus exclusivas palabras.

No hay constancia de la aprobación de los artículos 11, 12, 13, 63, 64, inc. 10° y 83, inc. 7°. Del 64, inc. 10° informa el acta su debate pero omite la votación.

Siete disposiciones de la Constitución de 1853 no tienen legalmente existencia por haberse prescindido el requisito formal de todo acto deliberado. Son artículos nonatos que viven solamente en los textos impresos.

No basta para suponerles valor la transcripción en el Códice firmado por los representantes. Un artículo constituyentes no es un contrato que se perfecciona por la firma, sino un acto deliberativo que se prueba, precisamente, con el acto formal de la sesión donde fue deliberado. Por lo tanto en 1853 no se prohibieron, sino de hecho, los impuestos al tránsito de mercaderías y ganados (art. 11), de buques (art. 12), no podían admitirse nuevas provincias (art. 13), ni había obligación constitucional de abonar dietas a los legisladores (art. 63), ni podría el Congreso sellar moneda (64, inc. 102), ni conceder el ejecutivo jubilaciones, retiros, licencias o goces de montepío (83, inc. 7°) Como los reformadores de 1860 no aprobaron un nuevo texto, y se limitaron a enmendar algunas disposiciones, los artículos nonatos del 53 siguieron insubsistentes. Salvo el 12, que al ser adicionado con la prohibición a las preferencias portuarias, quedó impensadamente válido, pues consta en las actas de la Convención ad-hoc su correcta aprobación.

Por lo tanto durante casi un siglo -hasta 1949 en que al votarse nuevamente los artículos nonatos, quedaron corregidos sus vicios formales- corrieron sin vida esos preceptos constitucionales fantasmas. ¿Por qué no figuran en el libro de actas de 1853? Debe descartarse que por la distracción del secretario José María Zuviría, y la ligereza de los diputados al aprobar las actas sin advertir sus fallas. La sesión del 23 se cierra con la aprobación del art. 10°, pero la siguiente, del 24, se inicia con el debate del 14°. ¿Qué ha sido de los artículos 11, 12 y 13? Lo probable es que fueron aprobados sin debate en los últimos momentos de la sesión del 23, pero el secretario olvidó anotarlos. Debe tenerse en cuenta, para disculpa de Zuviría, que la sesión del 23 fue la más prolongada del histórico debate levantándose a las doce y media de la noche; y el doctor Manuel Leiva con su palabra "igual, lenta, monótona, soporífera" tuvo a su cargo el último discurso de la larga noche. Por lo menos que alcanzara a anotar el secretario.


El 1° de mayo

Llegaron los constituyentes a las 12 de la noche del 30 de abril con la aprobación del art. 107, el último; justo a tiempo para firmar solemnemente la Constitución el día señalado. Como el Congreso no tenía un secretario con mediana letra, o la excesiva labor de redactar las actas ocupaba a José María Zuviría, se ofreció Campillo a caligrafiar el texto en el Códice de cantos dorados que previsoramente se había adquirido. Laboró esa noche y la mañana con tan buen pulso, que los caracteres bien perfilados no traslucen el indudable cansancio del meritorio cordobés.

Diez horas de labor para inmortalizar el producido de diez noches constituyentes: a las 10 de la mañana del 1° de mayo, Campillo cerraba el Códice con la tarea concluida. Inmediatamente se reunió el Congreso en la solemne sesión del juramento y las firmas. No iba a desaprovechar Zuviría para un discurso; se había opuesto a la aprobación, pero acababa de jurar y estampar su firma de complicada y pretenciosa rúbrica en el lugar de honor. Además, diez noches de reflexión lo habían convencido del peligro en que su afán oratorio lo había metido. Debía recuperar la gracia soberana con un golpe de efecto:

" ..Acabáis de ejercer el acto más grave, más solemne, más sublime que es dado a un hombre en su vida mortal -dijo a los somnolientos representantes-: fallar sobre los destinos prósperos y adversos de su Patria; sellar su eterna ruina o su feliz porvenir. Acabáis de sellar también, con vuestra firma, vuestra eterna gloria y la bendición de los Pueblos, o vuestra ignominia en su eterna maldición. Los Pueblos impusieron sobre vuestros débiles hombros todo el peso de una horrible situación y de un porvenir incierto y tenebroso... Nos han mandado darles una Carta Constitucional que cicatrice sus llagas y les ofrezca una época de paz y orden... Se la hemos dado cual nos ha dictado nuestra conciencia. Si envuelve errores, resultado de la escasez de nuestras luces, cúlpense ellos de su errada elección...

Por lo que hace a mí, Señor, el primero en oponerme a su sanción... sin otra parte en su confección que la que me ha impuesto la ley en clase de Presidente... quiero ser el primero en jurar antes Dios y los hombres, ante vosotros que representáis los Pueblos, obedecerla, respetarla y acatarla hasta en sus últimos ápices... quiero ser el primero en dar a los Pueblos el ejemplo... en la mayoría está la verdad legal, lo demás es anarquía..." La prosódica alocución en segunda persona de plural lo hacía agregarse, constante debilidad de su carácter, al coro que había acatado la orden de Urquiza. Nos han mandado darles, se la hemos dado: se sentía uno de los autores de la constitución. si no tuvo parte en ella, sería el primero en jurarla, el primero en acatarla, el primero en inclinarse ante la verdad legal. Urquiza bien podía devolverle su favor y darle la apetecida Vicepresidencia.

"El 1° de mayo de 1851 -fue el latiguillo final del Presidente- el vencedor de Caseros firmó el exterminio del terror y del despotismo. El 1° de mayo de 1853 firmamos el término de la anarquía, el principio del orden y de la ley. Quiera el Cielo seamos tan felices en nuestra obra como él fue en la suya".


Hijos y entenados 

Hizo bien Zuviría en colarse apresuradamente en la galera del Director. Porque quienes se opusieron a la constitución pagaron cara la chapetonada; en el Congreso de Santa Fe hubo, para Urquiza, hijos y entenados. El acuerdo de San Nicolás establecía que los gastos del congreso "corrieran por cuenta del Director Provisorio", y había que estar en la gracia del Director Provisorio para poder cobrar. Y no habría nadie en Santa Fe que osare dar crédito a un caído.

El primero en saberlo fue Gondra, que después de su proyecto para que el Congreso se entendiera directamente con Buenos Aires como si fuera un cuerpo soberano, vio cortadas sus provisiones y toda posibilidad de crédito. Se fue en enero de 1853 porque:

"Ciudadano pobre y con una numerosa familia... haciéndome saber que su indigencia llega al extremo del hambre. Aliméntase la inmensidad de este dolor al ver que, no tengo aquí recursos para satisfacer aquella perpetua exigencia".

Después le tocaría a la montonera. El Padre Pérez fue el primero en irse discretamente el 25 de abril, después de aprobada la libertad de cultos; no dio esta razón, sino la inverosímil de "que hacía más de cinco años que faltaba de su ciudad natal", y porque preparaba el viaje no asistió a las últimas seis históricas noches. Después, el padre Centeno en mayo, porque no le pagaban los sueldos y no encontraba misas para parar su modesta olla. Se fue sin renunciar, dejando un simple aviso al presidente. Decía volverse a Catamarca por

“...el motivo de llegar a ser muy escasos los medios de subsistencia en esta ciudad".

Díaz Colodrero debió recurrir a Corrientes para que le girasen algo; escribe a Pujol:

"Me es muy dispendiosa mi subsistencia en este destino (Santa Fe) por la falta de ocurrirnos con los subsidios; en pocos días van a agotarse los recursos miserables que nos han suministrado y no tengo esperanza de que nos socorran en adelante".

Ferré, que no precisaba el sueldo para vivir en donde tantos amigos y parientes tenía, acabó expulsado el 7 de octubre "por su actitud descomedida" al no aprobar los tratados de San José de Flores donde Urquiza renunció la soberanía argentina de los ríos. Leiva dejó de asistir al Congreso después de votada la constitución, y fue reemplazado por Urbano de Iriondo el 8 de setiembre. El único en quedarse será Zuviría.

Pero si no había plata para los montoneros, la tendrían -y en abundancia- los afortunados moradores de lo de Merengo: el 4 de abril Urquiza adelanta a Gutiérrez veinticinco onzas de oro; el 8, Gorostiaga obtiene la misma cantidad; Huergo, a su vez, tiene sus veinticinco onzas el 3 de mayo. Los otros integrantes del círculo tuvieron un adelanto de 1.500 pesos al desembarcar del Countess of Londsdale, y después anticipos hasta el total. Y en 1862 la provincia de Entre Ríos demandaba a la Nación por el reintegro de "anticipos hechos (por Urquiza) al doctor Juan Francisco Seguí ya fallecido, por todos sus sueldos como diputado al Congreso General Constituyente".

"Las naciones se crían en un solo día..."

El 5 de mayo fue elevado el Códice a Urquiza con una conceptuosa Minuta redactada por Gutiérrez:

"El Congreso General Constituyente convocado por vuestros esfuerzos y reunido en Santa Fe por el voto espontaneo de la Nación ha firmado el 1° de mayo la Constitución de la Confederación Argentina".

"...habéis dejado en completa independencia al Congreso Constituyente para meditar, combinar y sancionar la Constitución, que su ardiente patriotismo, su conciencia y su leal saber y entender le han inspirado. Este hecho modesto legado a la historia...

"El Congreso obligado por la naturaleza de sus graves tareas a meditar sobre el destino de las sociedades..."

"El Congreso prevé que la sabiduría del mal consejo, y la prudencia que disfraza la debilidad, han de reprochar a la Constitución los defectos de su mérito. Poniendo en contraste la ignorancia, la escasez de población y de riqueza, y hasta la corrupción de los Pueblos y Provincias que componen la Confederación, deducirán aquí su inoportunidad y su impertinencia... ¡Decepción es escándalo... el legislador no podía emplear su ciencia para disimular y confirmar este monstruo social".

Urquiza quedó complacido con la obra de sus diputados. El 24 de julio circulaba a las provincias:

"el Soberano Congreso, con un patriotismo verdaderamente iluminado, ha procedido en el concepto de que en la época en que vivimos las naciones se crían (sic) en un solo día, pues encuentran ya resuelto el gran problema de una civilización completa y de una vida republicana, sin tener que descubrir nada, pues basta aplicarles de aquella solución, como lo ha hecho el Congreso, lo que conviene".

Solamente a Rosas, hombre demasiado meticuloso y lento, se le pudo ocurrir que no era posible hacer una constitución...

"sin guardar el orden lento, progresivo y gradual con que obra la naturaleza, ciñéndose para cada cosa a las oportunidades que presentan las diversas estaciones del tiempo, y el concurso más o menos eficaz de las causas influyentes”.

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Por medio de su ministro Peña, Urquiza alentaría a los constituyentes en el discurso inaugural: "… Aprovechad augustos representantes, de las lecciones de nuestra historia y dictad una constitución que haga imposible para en adelante la anarquía y el despotismo...”