sábado, 1 de diciembre de 2007

Los escritores: Alberto Ezcurra Medrano

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 5 - Diciembre 2007 - Pags. 12 a 15 



Le ofrecemos al lector parte del 1er. Capítulo de “Las Otras Tablas de Sangre” de Alberto Ezcurra Medrano, Edit Haz, 2da. Edic., 1952.



EL JUICIO HISTORICO SOBRE ROSAS 

Lenta, pero firmemente, la verdad sobre Rosas se abre camino. 

La causa de esa lentitud se explica. A Rosas le tocó actuar en pleno auge del romanticismo y del liberalismo. Sus enemigos, libres de la pesada tarea de gobernar, empuñaron la pluma e “inundaron el mundo -como dice Ernesto Quesada- con un maëlstrom de libros, folletos, opúsculos, hojas sueltas, periódicos, diarios y cuantas formas de publicidad existen”. Supieron explotar la sensiblería romántica dando a ciertas ejecuciones y asesinatos una importancia que no les corresponde dentro del cuadro histórico de la época. Los famosos degüellos de octubre del año 40 y abril del 42 pasaron a la historia hipertrofiados, como si los 20 años de gobierno de Rosas se hubiesen reducido a esos dos meses y como si su acción gubernativa no hubiese sido otra que ordenar o tolerar degüellos. Rosas, para ellos, fué un monstruo, y desde este punto de vista, que no permiten discutir, juzgan su época, sus hechos y sus intenciones. Si Rosas fusiló, no fue porque lo creyó necesario, sino para satisfacer su sed de sangre. Si luchó -aunque sea con el extranjero-, no fue por patriotismo, sino por ambición personal, o para distraer la atención del pueblo y mantenerse en el poder. Si expedicionó al desierto, fue para formarse un ejército. Si efectuó un censo, fue para catalogar unitarios y perseguirlos. Si ordenó una matanza de perros, que se habían multiplicado terriblemente en la ciudad, lo hizo para instigar una matanza de unitarios. Y así, mil cosas más. Naturalmente, de todo esto resultó un Rosas gigantesco por su maldad, “un Calígula del siglo XIX”, es decir, el Rosas terrible que necesitaban los unitarios para justificar sus derrotas y sus traiciones. 

Como la historia la escribieron los emigrados que regresaron después de Caseros, ese Rosas pasó a la posteridad, y desde entonces todas las generaciones han aprendido a odiarlo desde la escuela. Sólo así se explica que aun perdure en el pueblo el prejuicio fruto del manual de Grosso y de las horripilantes escenas de la Mazorca conocidas a través de Amalia o de alguna recopilación de “diabluras del Tirano.” 

Afortunadamente, en la pequeña minoría que estudia la historia se evidencia una reacción. Los libros nuevos que tratan seriamente el debatido tema lo hacen con un criterio cada vez más imparcial. Tal es el caso de las interesantes obras publicadas en 1930 por Carlos Ibarguren y Alfredo Fernández García. 

“Donde hay un hombre, hay una luz y una sombra”, se ha dicho. Rosas, como hombre que fue, cometió errores, pero no crímenes, porque “el delito -como él mismo escribió en su juventud- lo constituye la voluntad de delinquir”, y es absolutamente infundada la afirmación de que él la tuvo. Cuando se habla de su reivindicación, no se trata de presentarlo sin mancha a los ojos de la posteridad, como han querido presentarse sus enemigos, ni tampoco de “disculparlo”, como dicen algunos con cierto retintín cada vez que oyen hablar de cualquiera de sus innegables aciertos. El perdón supone el crimen, y la facultad de concederlo no pertenece a la historia, sino a Dios. De lo que se trata es, simplemente, de presentarlo tal cual fué, con sus errores y con sus aciertos, ya que los primeros no tienen la propiedad de borrar los segundos, tal como los numerosos fusilamientos ordenados por Lavalle y Lamadrid en sus campañas no extinguen ni una partícula de la gloria que les corresponde por el valor legendario de que dieron pruebas en la guerra de la independencia. La vida pública de esos hombres no es un todo indivisible que se pueda condenar o glorificar en globo. Por eso es absurda en nuestros días esa fobia oficial antirrosista que, haciéndose cómplice de lo que podríamos llamar conspiración del olvido, excluye sistemáticamente el nombre de Rosas de las calles y paseos públicos mientras se le concede ese honor a una porción de personajes anodinos, cuando no traidores o enemigos de la patria. (No sólo se excluye el nombre de Rosas, sino que se procura excluir el de todo personaje rosista o hecho de armas favorable a Rosas. Para citar un ejemplo, ninguna calle de Buenos Aires lleva el nombre de Costa Brava, combate en que se cubrió de gloria la armada argentina derrotando a la oriental, que mandaba José Garibaldi. Sin embargo, este aventurero, saqueador e incendiario tiene hoy varias calles y monumentos, y -parece increíble- lleva su nombre un guardacostas de esa armada nacional contra la cual luchó pérfida y deslealmente. A ese extremo ha llegado la pasión antirrosista.) 

La “tiranía” no fue un hombre sino una época en que todos emplearon cuando pudieron los mismos métodos. Rosas no “abrió el torrente de la demagogia popular”, como se ha dicho con más literatura que acierto. Lo tomó desbordado como estaba, tal como no quisieron tomarlo ni San Martín ni otros hombres de valer; lo encauzó dirigiéndolo hacia un buen fin, lo siguió unas veces y otras lo contuvo con su acostumbrada energía. 

Es muy cómodo, pero muy injusto, cargar sobre Rosas toda la responsabilidad de una época semejante. 

Cuando se habla del terror, de los abusos, de los crímenes, es preciso averiguar, no sólo lo que hizo Rosas, sino también lo que hicieron sus enemigos, algo de lo cual hemos de bosquejar en el presente ensayo. Dentro de lo hecho en el campo federal, hay que delimitar bien lo que ordenó Rosas, lo que se hizo con su tolerancia y lo que se hizo contra su voluntad. Y finalmente, dentro de lo que ordenó Rosas, es preciso establecer cuándo hubo abuso, cuándo obró justamente -porque al fin y al cabo, era autoridad legal (Esta circunstancia parece haber sido olvidada por los severos juzgadores de la “tiranía” Una cosa es el fusilamiento ordenado por quien ha sido investido por la ley con la suma del poder público y desempeña el gobierno cumpliendo la misión que se le encomendó, y otra es el fusilamiento por orden de un general levantado en armas contra la autoridad legítima. Cuando Rosas, los gobernadores de provincias o los generales gubernistas en campaña daban muerte a los unitarios sublevados, no hacían más que aplicar los artículos de las ordenanzas españolas, que establecían lo siguiente: “Art.26- Los que emprendieren cualquier sedición, conspiración o motín, o indujeron a cometer estos delitos contra mi real servicio, seguridad de las plazas y países de mis dominios, contra la tropa, su comandante u oficiales, serán ahorcados, en cualquier número que sean.” ((Colón reformado, tomo III, pág. 278))  “Art.168.- Los que induciendo y determinando a los rebeldes hubieren promovido o sostuvieren la rebelión, y los caudillos principales de ésta, serán castigados con la pena de muerte.” ((Colón reformado, tomo III, pág. 43)) Igual pena establecían las ordenanzas para los desertores. Esas eran las leyes penales que regían entonces. Y Rosas -autoridad legal con la suma del poder público- las aplicaba. Pero sus detractores parecen creer que en esos tiempos estaba en vigencia el Código Penal de 1921.)- y cuándo obró de manera que sería condenable en circunstancias normales, pero que en las suyas era una legítima defensa contra iguales métodos de sus contrarios. Sólo así tendremos la base sobre la cual se ha de asentar el juicio definitivo. Con repetir a priori que Rosas fué el “principal responsable”, nos habremos ahorrado ese trabajo previo, pero no probaremos nada. 

Además, por encima de esa investigación imparcial, es necesario que varíe el criterio con que se juzga esa época. Antes se la juzgaba con criterio romántico y liberal. Hoy, que el romanticismo está en decadencia, priva un criterio objetivo, pero aún no despojado de la influencia liberal. Por eso, al juzgar a Rosas, muchos creen condenarlo, y en realidad condenan, no al hombre, sino al sistema: la dictadura. No se contentan con juzgar lo que hizo Rosas, sino que le señalan también lo que debió hacer, y como tienen prejuicios liberales, concluyen: Rosas debió dar al país una constitución liberal y democrática. Pudo hacerlo y no lo hizo. Luego: su gobierno fué estéril. 

Tal razonamiento es muy discutible. Sería preciso averiguar si Rosas realmente hubiera podido constituir al país. Y suponiendo que hubiera podido, aún quedaría por averiguar si hubiese debido hacerlo. Para los liberales, eso no admite dudas. Para los que creen que era preciso consumar previamente la unidad política y geográfica del país y dejar luego que la tradición presidiese su constitución natural, la cuestión varía de aspecto. 

No condenemos, pues, a Rosas por haber omitido hacer lo que el liberalismo juzga que debió haber hecho. Juzguémoslo a través de lo que hizo: consolidar la unión nacional y mantener la integridad del territorio, preparándolo para la organización definitiva. Ésa es su gloria. Cuando se lo juzgue con simple buen sentido y, por consiguiente, sin prejuicios liberales, le será reconocida. 

I.- 

El régimen del terror tiene en nuestra historia antecedentes muy anteriores a la época de Rosas. 

Desde la independencia argentina, fué aplicado por casi todos los gobiernos. La Junta de 1810 ya había formado su doctrina en el Plan de las operaciones que el gobierno provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata debe poner en práctica para consolidar la grande obra de nuestra libertad e independencia, atribuido a Mariano Moreno. En este célebre documento se sostiene que con los enemigos declarados: ”...debe observar el gobierno una conducta, las más cruel y sanguinaria; la menor especie debe ser castigada. La menor semiprueba de hechos, palabras, etc., contra la causa, debe castigarse con pena capital, principalmente cuando concurran las circunstancias de recaer en sujetos de talento, riqueza, carácter...” Y luego añadía: “No debe escandalizar el sentido de mis voces; de cortar cabezas, verter sangre y sacrificar a toda costa...Y si no, ¿porqué nos pintan a la libertad ciega y armada de un puñal?. Porque ningún Estado envejecido o provincias pueden regenerarse ni cortar sus corrompidos abusos sin verter arroyos de sangre.” 

El plan revolucionario no quedó en el papel. En su cumplimiento cayeron en Córdoba, el 26 de agosto de 1810, Liniers, Gutiérrez de la Concha, Allende, Rodríguez y Moreno, en virtud del siguiente decreto de la Junta, obra del mismo autor del Plan

“Los sagrados derechos del Rey y de la Patria han armado el brazo de la justicia. Y esta Junta ha fulminado sentencia contra los conquistadores de Córdoba, acusados por la notoriedad de sus delitos y condenados por el voto general de todos los buenos. La Junta manda que sean arcabuceados don Santiago de Liniers, don Juan Gutiérrez de la Concha, el obispo de Córdoba, don Victoriano Rodríguez, el coronel Allende y el oficial real Juan Moreno. En el momento en que todos o cada uno de ellos sea pillado, sean cuales fueren las circunstancias, se efectuará esta resolución, sin dar lugar a minutos que proporcionen ruegos y relaciones capaces de comprometer el cumplimiento de esta orden y honor de V.S. Este escarmiento debe ser la base de la estabilidad del nuevo sistema y una lección para los jefes del Perú, que se abandonan a mil excesos por la esperanza de la impunidad, y es, al mismo tiempo, la prueba fundamental de la utilidad y energía con que llena esa expedición los importantes objetos a que se destina.” 

Vencidos los realistas en Suipacha, la tragedia de Córdoba se repitió en el Alto Perú. El 15 de diciembre del mismo año cayeron, en la Plaza Mayor de Potosí, el mariscal Vicente Nieto, el capitán de navío y brigadier José de Córdoba y Rojas y el gobernador intendente Francisco de Paula Sanz, fusilados por orden del representante de la Junta, Juan José Castelli. 

Mientras tanto, en Buenos Aires, era ejecutado don Basilio Viola, sin formación de causa, por creérsele en correspondencia con los españoles de Montevideo. 

Pero no es sólo en virtud del Plan de Moreno que se fusila, ni son sólo españoles los que caen. En 1811 se produce una sublevación del regimiento criollo de Patricios. La causa remota fué el descontento producido por el alejamiento de Saavedra; la próxima, la orden de suprimir las trenzas. Como consecuencia del motín fueron condenados a muerte cuatro sargentos, tres cabos y cuatro soldados, y sus cuerpos se exhibieron al vecindario colgados en horcas en la Plaza de la Victoria. Esta represión fué obra de Bernardino Rivadavia, alma del primer Triunvirato. 

Al año siguiente, 1812, se produce la conspiración de Álzaga, y también es ahogada en sangre por Rivadavia. Después del fusilamiento del jefe y los principales cabecillas, se realiza una matanza popular de españoles. 

“Las partidas -dice Corbiere- buscaban a los españoles prestigiosos y sospechados de monárquicos, en sus casas, para matarlos, sin que autoridad alguna les detuviera la mano. Bastaba ser godo, apodo dado a los peninsulares, para que el populacho, formado de gauchos, mulatos, negros, indios y mestizos, capitaneado por caudillos del momento, se arrojase sobre la víctima y la ultimase a golpes, siendo arrastrado el cadáver hasta la Plaza de la Victoria, donde quedaba colgado de la horca; exactamente como habían procedido, en situación semejante, los populachos de Quito y Bogotá, tres años antes. Durante varios días se practicó <la caza de españoles> y la fobia de los cazadores siguió celebrándose con explosión patriótica justificada por el crimen que significaba la fracasada conspiración...Un mes duró el terror. La Plaza de la Victoria mostró más de cuarenta víctimas del fanatismo popular, que los victimarios miraron con la satisfacción del deber cumplido.” 

Puso fin a este mes trágico un decreto-proclama del Triunvirato, cuyo texto comenzaba así: “¡Ciudadanos, basta de sangre! perecieron ya los principales autores de la conspiración y es necesario que la clemencia substituya a la justicia.” Y terminaba en la siguiente forma: “El gobierno se halla altamente satisfecho de vuestra conducta y la patria fija sus esperanzas sobre vuestras virtudes sin ejemplo. Buenos Aires, 24 de julio de 1812.- Feliciano Antonio Chiclana, Juan Martín de Pueyrredón, Bernardino Rivadavia. Nicolás de Herrera, secretario.” 

Cuando en octubre de 1840 se repitieron escenas semejantes, no constituyeron, pues, una novedad para Buenos Aires. Ni siquiera el decreto del 31 de octubre, con que Rosas puso fin a las mazorcadas, pudo sorprender a nadie. Rosas no innovaba. Seguía el ejemplo de su antecesor Bernardino Rivadavia. (Debemos hacer notar aquí una diferencia, las víctimas de este último no eran argentinos unidos al enemigo extranjero; eran españoles, fieles a su patria y a su rey. Con todo, mientras a Rivadavia se le alaba su energía, a Rosas se le reprocha su crueldad. Tal es la lógica sobre la cual se pretende fundamentar el odio a Rosas, cuando ella misma está falseada por este odio.) 

No terminó con el primer Triunvirato el régimen del terror. Un decreto del 23 de diciembre del mismo año ordena lo siguiente: “1° Ninguna reunión de españoles europeos pasará de tres, y en caso de contravención serán sorteados y pasados por las armas irremisiblemente, y si ésta fuese de muchas personas sospechosas a la causa de la patria, nocturna, o en parajes excusados, los que la compongan serán castigados con pena de muerte. 2° No podrá español alguno montar a caballo, ni en la Capital ni en su recinto, si no tuviere expresa licencia del Intendente de Policía, bajo las penas pecuniarias u otras que se consideren justas, según la calidad de las personas en caso de contravención. 3° Será ejecutado incontinenti con pena capital el que se aprehenda en un transfugato con dirección a Montevideo, ese otro punto de los enemigos del país, y el que supiere que alguno lo intenta y no lo delatare, probado que sea será castigado con la misma pena.” Este decreto lleva las firmas de Juan José Passo, Nicolás Rodríguez Peña, Antonio Álvarez de Jonte y José Ramón de Basavilbaso. 

Los gobiernos revolucionarios posteriores no se mostraron más suaves en la represión de las actividades subversivas. Alvear, el 28 de marzo de 1815, dicta un decreto terrorista en que se pena con la muerte a los españoles y americanos que de palabra o por escrito ataquen el sistema de libertad e independencia; a los que divulguen especies alarmantes de las cuales acaezca alteración del orden público; a los que intenten seducir soldados o promuevan su deserción, y reputa como cómplices a quienes, teniendo conocimiento de una conspiración contra la autoridad no la denuncien. Diez días después de este decreto, el 7 de abril, domingo de Pascuas, amanecía colgado frente a la Catedral el cadáver del capitán Marcos Ubeda. Acusado de conspirar, había sido juzgado en cinco horas y fusilado dos horas después. Las familias porteñas que concurrían a misa pudieron presenciar el espectáculo, y ello influyó no poco en la estrepitosa caída de Alvear, que se produjo a los ocho días de la terrorífica exhibición. Pero el método ya había sido introducido en la vida política argentina y era imposible detenerlo. Actos como éste traían otros, a título de represalia. Caído Alvear, le sucede Álvarez Thomas, quien designa una comisión militar y otra civil para juzgar los delitos cometidos bajo el breve período que en documentos públicos -15 años antes de Rosas- se llamó la “tiranía” de Alvear. La comisión militar, presidida por el general Soler, procesó al coronel Enrique Payllardel por haber presidido el consejo de guerra que condenó a Ubeda. Payllardel fué también condenado a muerte, ejecutándose la sentencia. 

Transcurren los primeros años de la independencia y se sigue derramando sangre. En 1817 son fusilados Juan Francisco Borges y algunos compañeros, por orden de Belgrano. En 1819, a raíz de una sublevación de prisioneros españoles en San Luis, son degollados el brigadier Ordóñez, los coroneles Primo de Rivera y Morgado y todos los jefes y oficiales. En 1820, Martín Rodríguez ordena el fusilamiento de dos cabecillas del motín del 5 de octubre del mismo año. 

En 1823, Rivadavia, como ministro de Rodríguez, y a raíz de la intentona revolucionaria del 19 de marzo, motivada por su reforma religiosa, ordena el fusilamiento de Francisco García, Benito Peralta, José María Urien, doctor Gregorio Tagle y comandante José Hilarión Castro. García fué ejecutado el día 24, al borde del foso de la Fortaleza, Peralta y Urien lo fueron el 9 de abril. El comandante Castro logró escapar, e igualmente el doctor Tagle, a quien facilitó la fuga, en nobilísimo gesto, el coronel Dorrego. 

En este mismo año de 1823 gobernaba en Tucumán don Javier López, el general unitario que en 1830 solicitaría al gobierno de Buenos Aires la entrega del “famoso criminal” Juan Facundo Quiroga. El general López ejerció en Tucumán una dictadura sangrienta, de la cual Zinny hace el siguiente comentario: “Raro fué el ciudadano de Tucumán que no hubiera sido vejado y oprimido; todas las garantías públicas y privadas fueron atacadas; más de cuarenta víctimas se inmolaron al deseo obstinado de sostenerse en el mando contra la voluntad general; más de mil habitantes útiles al país desaparecieron de su suelo desde que este jefe encabezara la guerra civil. He aquí -añade Zinny- la lista de los fusilados sin formación de causa: 

“Don Pedro Juan Aráoz, comandante Fernando Gordillo, general Martín Bustos, capitán Mariano Villa, fusilados en un día, con dos horas de plazo. Don Agustín Suárez, don Manuel Videla, azotados y, a las dos horas, fusilados. Don Basilio Acosta. Don Baltazar Pérez. General Bernabé Aráoz, fusilado clandestinamente en Las Trancas. Don Vicente Frías. Don Beledonio Méndez, descuartizado en la plaza. Don N. Piquito, descuartizado en Montero. Don Isidro Medrano. Don Eusebio Galván, degollado por el oficial S... Don Romualdo Acosta. Don Félix Palavecino. Don Baltazar Núñez. Comandante Luis Carrasco, con sus dos asistentes, y muchos otros.” 

He aquí cómo, en aquel remoto año de 1823, cuando aún no se había iniciado francamente la lucha entre federales y unitarios, ya sientan el precedente sangriento nada menos que el padre del unitarismo, en Buenos Aires, y uno de sus principales generales, en Tucumán.

Los Escritories: Alfredo Tarruella

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 5 - Diciembre 2007 - Pags. 11 y 12 



Le ofrecemos al lector el Prólogo 
–de Alfredo Tarruella– 
 del libro “Las Otras Tablas de Sangre” de Alberto Ezcurra Medrano, Edit Haz, 2da. Edic., 1952.


P R O L O G O

El revisionismo histórico argentino ha realizado una labor científica, hondamente patriótica, en favor de la verdadera historia argentina. Todos los años se publican libros y folletos que destruyen la leyenda negra difundida por los historiadores liberales, heterodoxos todos ellos, y que por su misma heterodoxia combatieron desde las logias y luego desde el gobierno lo más profundo del ser tradicional argentino, para desarraigar nuestras antiguas y nobles costumbres, nuestras ideas y sentimientos esenciales católicos.

Y esta labor revisionista, que se ha intensificado hace algo menos de treinta años a esta parte, y que se desarrolla en la cátedra, en el libro, en periódicos y conferencias por todo el país, continúa la obra que a fines del siglo pasado inició con su Historia de la Confederación Argentina Adolfo Saldías, y luego, en su libro intitulado La época de Rosas, Ernesto Quesada.

El período más intenso, de más grandeza y que da la verdadera razón de nuestra nacionalidad fué y es negado hasta hoy por los historiadores liberales, que se copian unos a otros en su deleznable tarea de difundir una historia falsificada. De esta manera la investigación histórica se estanca y pierde total vitalidad. ¿Y qué podríamos decir de los textos de historia argentina destinados a los establecimiento de segunda enseñanza?. Hemos leídos los aprobados por el Ministerio de Educación en esta asignatura, y en todos, salvo alguna rara excepción, no sólo encontramos los absurdos más grotescos respecto a la época de Rosas, sino que surge enseguida, en volúmenes destinados a los jóvenes, exacerbado, el antiguo odio de unitarios y liberales a la política rosista. Habría que añadir, además, que la falsificación de la historia no se reduce a estos textos escolares al período en que gobernó Juan Manuel de Rosas; los siglos de la dominación española han sido también falseados, como asimismo todo aquello que de algún modo nos define como nación esencialmente católica e hispánica.

Frente a una enseñanza oficial de la historia argentina que es perniciosa para la formación de los jóvenes, a quienes se les debe explicar solamente la verdad, justipreciamos la intensa obra de los historiadores revisionistas, que en la cátedra y el libro están demostrando dónde están los verdaderos y los falsos próceres, riñendo una batalla que ya ha sido ganada, porque el fraude histórico inventados por los vencedores de Caseros y Pavón no resiste la fuerza incontrastable de la verdad histórica.

Y es con ese espíritu de justicia que revelan los historiadores revisionistas que Alberto Ezcurra Medrano publica la segunda edición de su libro Las otras Tablas de Sangre, libro magnífico, claramente escrito, de alta polémica, totalmente documentado, que tiene la ventaja sobre el de su antagonista, el del lamentable e infelicísimo Rivera Indarte, de que no inventa ni fantasea ni agrega adjetivos insultantes ni comentarios malévolos, sino que expone los hechos para que el lector juzgue, valiéndose muchas veces de los mismos historiadores liberales para demostrar cómo los unitarios, con sus olas de crímenes, de degollaciones, de fusilamientos a granel, superaron las atrocidades y desafueros de los enemigos de la “civilización.”

El mérito de este volumen reside precisamente en su valor científico, que destruye la leyenda unitaria, construída sobre la propaganda periodística, el libelo de Rivera Indarte y ese otro, en forma de novela, de José Mármol.

Las otras Tablas de Sangre constituyen un documento incontrovertible y se advierte en él la verdad objetividad histórica, que es la que tiene el sentido de justicia. Esta obra ha sido completada durante largos años de paciente tarea investigadora, formando así un volumen que supera extraordinariamente al que conocíamos por la primera edición. Todo lo que la historia liberal ha callado, aquello que permanecía oculto en documentos y libros, ha sido reunido por Ezcurra Medrano en su búsqueda de la verdad, con afán de historiador, sobreponiéndose al espíritu de partido o de bandería.

Es curioso observar cómo el sectarismo liberal, en su anhelo de trastocarlo todo con fines de sectarismo político, no se le ocurrió advertir que la falsificación de la historia en la forma grosera en que lo hicieron no podía persistir indefinidamente, ya que, frente a los crímenes que se atribuyen a Rosas, las atrocidades del terror celeste -a pesar de la destrucción de documentos que hicieron los unitarios- son tan evidentes, que sólo el odio, la ceguera y la mala fe de varias generaciones de gobernantes liberales han podido ocultarlas. Y con este sistema de criminal ocultación han padecido también hechos gloriosos, acontecimientos de la época rosista, como la lucha por la soberanía argentina contra Francia e Inglaterra, ocultación que revela el grave delito de traición contra la patria y el espíritu de los argentinos.

El proceso del terror celeste, desde Rivadavia hasta Sarmiento, está relatado por Ezcurra Medrano. Los fusilamientos en masa e individuales mandados a ejecutar por órdenes de Lavalle, Lamadrid, Paz, Mitre, Sarmiento y los demás jefes unitarios, son incontables. Pero la guerra civil, provocada por los unitarios en unión con los extranjeros, suscitadora de los odios más enconados y la venganzas más cruentas, continuó después de la caída de Rosas, y el terror liberal que reemplazó al unitario pudo proseguir con sus asesinatos y degollaciones, hasta que el triunfo definitivo de la heterodoxia, encarnada en figuras masónicas como Mitre y Sarmiento, inició la era de un crudo y persistente materialismo.

El régimen de terror, anterior y posterior al gobierno de Rosas, ha sido estudiado por Ezcurra Medrano, atestiguándolo con hechos concretos. En cuanto a los procedimientos que utilizaban los unitarios para matar a sus enemigos, nadie ignora que Lavalle y Lamadrid cumplían al pie de la letra lo que exaltaban en su furor de degolladores; aconsejaban o daban órdenes de lancear o de degollar sin perdonar a nadie. Lavalle, en 1839, consigna Ezcurra Medrano, en su proclama dirigida a los correntinos decía refiriéndose a los federales: “es preciso degollarlos a todos. Purguemos a la sociedad de estos monstruos. Muerte, muerte sin piedad.” No hay jefe unitario que utilice otros procedimientos frente a los federales. Era una lucha sin cuartel, y nadie lo daba. El culto y civilizado Paz no se quedaba corto en las matanzas y ejecuciones de prisioneros. He aquí una descripción de lo que el general Paz llamaba actos de severidad: “Los prisioneros son colgados de los árboles y lanceados simultáneamente por el pecho y por la espalda...A algunos les arrancan los ojos o les cortan las manos. En San Roque le arrancan la lengua al comandante Navarro. A un vecino de Pocho, don Rufino Romero, le hacen cavar su propia fosa antes de ultimarlo, hazaña que se repite con otros. Algunos departamentos de la Sierra son diezmados. Por orden, si no del general, de algunos de sus lugartenientes, ciertos desalmados, como Vázquez Nova, apodado Corta Orejas, el Zurdo y el Corta Cabezas Campos Altamirano, lancean a los vecinos de los pueblos, en grupos hasta de cincuenta personas.” “Los coroneles Lira, Molina y Cáceres rindieron la vida entre suplicios atroces. Sus cadáveres despedazados fueron exhibidos en los campos de Córdoba y expuestos insepultos.”

Como dijimos, el jacobinismo liberal continuó después de la caída de Rosas y durante todo el siglo XIX su política de crueldades inauditas, degollando prisioneros, exterminando a los vencidos donde quiera que se encontrasen, mandando asesinar a los gobernadores que no obedecían a la política central.

El libro que comentamos será sumamente útil a la juventud argentina. Todo él da una idea clara de lo que fué el terror celeste a lo largo de la centuria decimonovena. Necesitábamos esta segunda edición, completa con nuevos aportes indubitables, y donde se prueba a una vez más el talento de investigador de Alberto Ezcurra Medrano, que huye de lo farragoso para buscar la síntesis, y, sobre todo, su honradez y el espíritu de justicia que definen su obra.

ALFREDO TARRUELLA

Anécdotas - Lucio V. Mansilla

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 5 - Diciembre 2007 - Pag. 16 




Anécdotas

Esta anécdota, la publicó Lucio V. Mansilla
en “Entre Nos. Causeries de los jueves”, 
relatando lo que le contó Mariano Miró.



"Dígame amigo, ¿no quiere que seamos compadres?...

Estamos en la estancia "del Pino". Mejor dicho: están tomando el fres­co bajo el árbol que le da su nombre a la estancia, don Juan Manuel Rosas y su amigo el señor don Mariano Miró (el mismo que edificó el gran pala­cio de la plaza Lavalle, propiedad hoy día de la familia de Dorrego).

De repente (cuento lo que me contó el señor Miró) don Juan Manuel interrumpe el coloquio, tiende la vista hasta el horizonte, la fija en una nubecilla de polvo, se levanta, corre, va al palenque donde estaba atado de la rienda su caballo, prontamente lo desata, monta de salto y parte... diciéndole al señor Miró: "Dispense, amigo, ya vuelvo".

Al trote rumbea en dirección a los polvos, galopa; los polvos parecen moverse al unísono de los movimientos de don Juan Manuel. Miró mira: nada ve, Don Juan Manuel apura su flete que es de superior calidad; los polvos se apuran también. Don Juan Manuel vuela; los polvos huyen, en­volviendo a un jinete que arrastra algo. Don Juan Manuel con su ojo ex­perto, ayudado por la milicia gauchesca, tuvo la visión de lo que era la nubecilla de polvo aquella, que le había hecho interrumpir la conversa­ción. "Un cuatrero", se dijo, y no titubeó.

En efecto, un gaucho había pasado cerca de una majada y sin detener­se había enlazado un capón y lo arrastraba, robándolo. El gaucho vio desprenderse un jinete de las casas. Lo reconoció, se apuró. Don Juan Ma­nuel se dijo: "Caray..." De ahí la escena... Don Juan Manuel castiga su caballo. El gaucho entonces suelta el capón con lazo y todo, comprendien­do que a pesar de la delantera que llevaba no podía escaparse por bien montado que fuera si no largaba la presa.

Aquí ya están casi encima el uno del otro.

El gaucho mira para atrás y rebenquea su pingo (a medida que don Juan Manuel apura el suyo) y corta el campo en diversas direcciones con la esperanza de que se le aplaste el caballo a don Juan Manuel.

Entran ambos en un vizcacheral. Primero, el gaucho; después, don Juan Manuel; pero el obstáculo hace que don Juan Manuel pueda acercársele al gaucho. Rueda éste; el caballo lo tapa. Rueda don Juan Ma­nuel; sale parado con la rienda en la mano izquierda y con la derecha lo alcanza al gaucho, lo toma de una oreja, lo levanta y le dice:

-Vea, paisano, para ser buen cuatrero es necesario ser buen gaucho y tener buen pingo...



Y, montando, hace que el gaucho monte en ancas de su caballo; y se lo lleva, dejándolo a pie, por decirlo así; porque la rodada había sido tan fe­roz que el caballo del gaucho no se podía mover. La fuerza respeta a la fuerza; el cuatrero estaba dominado y no podía escurrírsele en ancas del caballo de don Juan Manuel, sino admirarlo, y de la admiración al miedo no hay más que un paso. Don Juan Manuel volvió a las casas con su gaucho, sin que Miró por más que mirara, hubiera visto cosa alguna dis­cernible...



- Apéese, amigo - le dijo al gaucho, y en seguida se apeó él, llamando a un negrito que tenia.

El negrito vino, Rosas le habló al oído, y dirigiéndose enseguida al gaucho, le dijo:

- Vaya con ese hombre, amigo.

Luego volvió con el señor Miró, y sin decir una palabra respecto de lo que acababa de suceder, lo invitó a tomar el hilo de la conversación in­terrumpida, diciéndole:

- Bueno, usted decía...

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Salieron al rato a dar una vuelta, por una especie de jardín, y el señor Miró vio a un hombre en cuatro estacas.

Notado por don Juan Manuel, le dijo sonriéndose.

- Es el paisano ése...

Siguieron andando, conversando... La puesta del sol se acercaba; el se­ñor Miró sintió unos como palos aplicados en cosa blanda, algo parecido al ruido que produce un colchón enjuto, sacudido por una varilla, y miró en esa dirección. Don Juan Manuel le dijo entonces, volviéndose a sonreír, haciendo con la mano derecha ese movimiento de un lado a otro con la palma para arriba, que no dejaba duda:

-Es el paisano ése...

Un momento después se presentó el negrito y dirigiéndose a su patrón, le dijo:

- Ya está, mi amo.

- ¿Cuántos?

- Cincuenta, señor.

- Bueno, amigo don Mariano, vamos a comer...

El sol se perdía en el horizonte iluminado por un resplandor rojizo, y habría sido menester ser casi adivino para sospechar que aquel hombre, que se hacia justicia por su propia mano, sería en un porvenir no muy lejano, señor de vidas, famas y haciendas, y que en esa obra de predominio serían sus principales instrumentos algunos de los mismos azotados por él. Don Juan Manuel le habló al oído otra vez al negrito, que partió, y tras de él, muy lentamente, haciendo algunos rodeos, ambos huéspedes.

Llegan a las casas y entran en la pieza que servía de comedor. Ya era oscuro. En el centro había una mesita con mantel limpio de lienzo y tres cubiertos, todo bien pulido. El señor Miró pensó: "¿quién será el otro...?

No preguntó nada. Se sentaron, y cuando don Juan Manuel empezaba a servir el caldo de una sopera de hoja de lata, le dijo al negrito que había vuelto ya:

- Tráigalo, amigo -. Miró no entendió.

A los pocos instantes entraba, todo entumido, el gaucho de la rodada.

- Siéntese, paisano - le dijo don Juan Manuel, endilgándole la otra silla. El gaucho hizo uno de esos movimientos que revelan cortedad; pero don Juan Manuel lo ayudó a salir del paso, repitiéndole - : Siéntese no más, paisano, siéntese y coma.

El gaucho obedeció, y entre bocado y bocado hablaron así: 

- ¿Cómo se llama, amigo?

- Fulano de tal.

- Y, dígame, ¿es casado o soltero?... ¿o tiene hembra?...

- No señor - dijo sonriéndose el guaso - ¡si soy casado!

- Vea, hombre, y... ¿tiene muchos hijos?

- Cinco, señor.

- Y ¿qué tal moza es su mujer?

- A mi me parece muy regular, señor...

- Y usted ¿es pobre?

- ¡Eh!, señor, los pobres somos pobres siempre...

- Y ¿en qué trabaja?...

- En lo que cae, señor...

- Pero también de cuatrero, ¿no?...

El gaucho se puso todo colorado y contestó:

- ¡Ah!, señor, cuando uno tiene mucha familia suele andar medio apurado...

- Digame amigo, ¿no quiere que seamos compadres? ¿No está preñada su mujer? 

El gaucho no contestó. Don Juan Manuel prosiguió :

-  Vea, paisano; yo quiero ser padrino del primer hijo que tenga su mujer y le voy a dar unas vacas y unas ovejas. Y una manada y una tropilla, y un lugar por ahí, en mi campo, y usted va a hacer un rancho, y vamos a ser socios a medias. ¿Qué le parece?...

- Como usted diga, señor.

Y don Juan Manuel, dirigiéndose al señor Miró le dijo:

- Bueno, amigo don Mariano, usted es testigo del trato, ¿eh?...

Y luego, dirigiéndose al gaucho agregó:

- Pero aquí hay que andar derecho, ¿no?...

- Sí, señor.

La comida tocaba a su término. Don Juan Manuel, dirigiéndose al negrito y mirándolo al gaucho, prosiguió:

- Vaya amigo, descanse; que se acomode este hombre en la barraca, y si está muy lastimado que le pongan salmuera… Mañana hablaremos; pero tempranito, vaya y vea si campea ese matungo, para que no pierda sus pilchas... y degüellelo... que eso no sirve sino para el cuero, y estaquéelo bien, así como estuvo usted por zonzo y mal gaucho... - Y el paisano sa­lió.

Y don Mariano Miró, encontraba aquella escena del terruño propia de los fueros de un señor feudal de horca y cuchillo, muy natural, muy argentina, muy americana, nada vio...

…………………………………………………………………………………………………...

Un párrafo más, y concluyo.

El cuatrero fue compadre de don Juan Manuel, su socio, su amigo, su servidor devoto, un federal en regla. Llegó a ser rico y jefe de graduación.

Los Escritores : Alberto Ezcurra Medrano

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 5 - Diciembre 2007 - Pag. 11 

ALBERTO EZCURRA MEDRANO

Por el Dr. SANDRO F. OLAZA PALLERO


Alberto Ezcurra Medrano nació en Buenos Aires el 28 de junio del año 1909, vástago de una familia de antiguo linaje vascongado que fue protagonista de la historia patria. Sus padres fueron Alberto Ezcurra y Sara Medrano. Educado en el Colegio Champagnat, se graduó de bachiller en 1927. Ingresó en la carrera de abogacía de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, pero abandonó esos estudios. En las postrimerías de 1927 fundó con Francisco Bellouard Ezcurra y Eugenio Frías Bunge el “Comité Monárquico Argentino”, que adquirió forma orgánica en febrero del año siguiente. 

En abril de 1928, la agrupación se disolvió y sus integrantes pasaron a integrar la publicación “La Nueva República”, dirigida por Rodolfo Irazusta y con la colaboración de Julio Irazusta, Ernesto Palacio, César E. Pico, Juan E. Carulla, Tomás D. Casares y Mario Lassaga. 

En abril de 1929 fundó con Juan Carlos Villagra, Emilio Méndez Paz y Mario Amadeo la “Liga Universitaria de Afirmación Católica”, movimiento que tuvo como asesor espiritual al cura jesuita Mariano Clavell.

A los dos meses de su creación, esta agrupación desapareció. Entre los autores que tuvieron influencia en Ezcurra Medrano se destacaron Joseph de Maistre, Juan Vázquez de Mella y Juan Donoso Cortés Marqués de Valdegamas. 

En esa época nació su vocación por la historia, colaborando en “El Baluarte”, “La Nueva República” y “Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas”. 

En esta última publicación fue autor de “El centenario del asesinato del general Alejandro Heredia” (Revista N° 1, 1939); “Rosas en los altares” (Revista N° 4, 1939); “La Convención Mackau-Arana” (Revista N° 6, 1940); “Cómo se escribió la historia” (Revista N° 15-16, 1951) y “La Vuelta de Obligado” (Revista N° 18, 1958). 

Como otros dirigentes nacionalistas, Ezcurra Medrano apoyó a la Revolución de 1930, encabezada por el general José Félix Uriburu. 

Integró en 1934 la “Junta Americana de Homenaje y Repatriación de los restos del Brig. Gral. Juan Manuel de Rosas” y en 1938 fue uno de los fundadores del Instituto Juan Manuel de Rosas y formó parte de su Comisión Directiva. 

Ezcurra Medrano buscó en su inmenso amor a la patria, la devoción a su pasada grandeza, la consagración a su presente y la fe en su futuro venturoso.

Falleció en Buenos Aires el 19 de febrero de 1982 y un asiento académico para los Miembros de Número del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas lleva su nombre.

Carta de Lectores

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 5 - Diciembre 2007 - Pag. 10 


Carta de un lector

Un lector y convecino, nos mandó la carta, que transcribimos a continuación. Nos adherimos al pedido de que las autoridades correspondientes tomen las medidas pertinentes para mejorar el entorno de la Vuelta de Obligado, como así también su vigilancia y seguridad. Es nuestro deseo también que la bandera nacional, conjuntamente con las de la Confederación Argentina y la de nuestra provincia, ondeen permanentemente en los mástiles que existen en el lugar, y se coloque algún dispositivo de seguridad que impida que cualquier persona o grupo pueda izar cualquier cosa en ese lugar, que fue regado con la sangre de muchos argentinos que dieron su vida por la independencia y soberanía de nuestra Nación, en aquel memorable 20 de noviembre de 1845. He aquí la carta, que también fue publicada en el diario “Clarín” el 26/10/07 y en la revista “El Federal” el 1/11/07

Sr. Director:

Viajé con mi mujer a visitar la vuelta de Obligado y luego de recorrer las barrancas con sus monumentos alegóricos a cada arma, nos encaminamos hacia la Plazoleta de las Cadenas. Ahí observamos un grupo de cinco personas de aproximadamente 30 años que estaban manipulando el mecanismo de izamiento del mástil principal, y para mi asombro y desconcierto, vi izar una bandera de 5 por 3 metros con la imagen del che Guevara, la estrella roja y alusiones a la lucha revolucionaria de entidades argentinas.

Al decirles que esa no era la bandera celeste y blanca que debía ondear en el lugar símbolo de nuestra soberanía, me respondieren que no me equivocara. Que debajo de las imágenes estaba la celeste y blanca.

Una pareja de turistas me dijo que creían que los jóvenes eran del Grupo Quebracho, que estaban acampando desde el sábado y que ya habían izado la bandera el día anterior.

Pregunté a un vendedor ambulante si había algún policía, o la Gendarmería, o Prefectura que vigilara el lugar, pero no me supo responder. Al llegar a la ciudad de San Pedro, el dueño de un restaurante me comunicó inmediatamente con la comisaría, a la que referí los hechos y me respondieron que iban a tomar medidas.

Al llegar al Museo Paleontológico y comprar una reseña histórica de la Batalla Olvidada, editada por San Pedro Editores, ellos llamaron a la radio o al periódico (no recuerdo exactamente) de la ciudad, e hicieron la denuncia.

El lugar de la Vuelta de Obligado está bastante desprolijo. Faltan muchas placas de los sitios originales, no hay una sola bandera nacional en sus mástiles, tampoco ningún monumento de Don Juan Manuel de Rosas, o de sus principales protagonistas del hecho de armas; Thorne, Alzogaray, Brown o Mansilla. 

Relato estos hechos para ver si pueden llegar a las autoridades que correspondan, para que tomen las medidas pertinentes para el cuidado y vigilancia de este lugar histórico de nuestra soberanía.

Eugenio Arias

Cursos 2007


 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 5 - Diciembre 2007 - Pag. 9 


Finalización del Curso 2007.
Organizado por el MOJON CULTURAL DE LA SOBERANIA NACIONAL "SANTOS LUGARES DE ROSAS" 

El 10 de noviembre ppdo., “Día de la Tradición”, concluyó el Ciclo 2007 del Curso sobre "LA LINEA NACIONAL Y LA HISTORIA ARGENTINA", que se desarrolló durante 12 clases, 10 de las cuales se realizaron en la sede de la Junta Vecinal de José León Suárez y 2 en el Museo Regional Juan Manuel de Rosas ó "Casa de Rosas".

Museo Regional Juan Manuel de Rosas ó "Casa de Rosas"
Participaron en la realización del curso el Presidente de dicha Junta Vecinal, Sr. Roberto Clemente, y el Esc. Néstor Güichal, Presidente de la Cooperadora del Museo.

32 alumnos adultos y un niño de edad escolar, siguieron con entusiasmo y asistencia casi perfecta las 12 clases, que pueden considerarse de excelencia docente.

Una encuesta escrita, realizada sin identificar a los participantes, mostró una respuesta positiva mayoritaria en términos de calificación del curso, organización, temático y conceptual, con algunas críticas por algunas fallas organizativas.

Pudo percibirse una creciente integración participativa en las primeras jornadas, expresada en forma de afectividad personal con los organizadores y posteriormente un progresivo encuentro interpersonal grupal.

La última clase contó con una brillante exposición del Dr. Enrique Sosa -una reflexión de su propia elaboración- relacionada con los modelos conductivos de Juan D. Perón y Juan Pablo II.

A continuación el P. Fray Claudio Gutiérrez de la comunidad eclesial de José L. Suárez realizó la Oración de Acción de Gracias y bendijo a los presentes y a los Diplomas que se entregaron a cada participante. Como es habitual en los cursos y actividades del MOJON CULTURAL, a la culminación del trabajo sucede la fiesta, que contó con la participación de todos los alumnos, familiares, docentes e invitados. Cada concurrente contribuyó con su aporte de alimentos salados, dulces y bebidas variadas.

Fue una emotiva reunión de fraternidad Nacional, Humanista y Cristiana y cerró un esfuerzo que nos gratifica.

Dr. Carlos Manuel Torreira

Carta recibida de Eduardo Rosa, hijo del destacado historiador José María “Pepe” Rosa

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 5 - Diciembre 2007 - Pag. 9 



Carta recibida de Eduardo Rosa, hijo del destacado historiador José María “Pepe” Rosa, al cual nos referimos en los Nº 1 y 2 de este periódico. 




22/11/2007
Señor Director:
De mi consideración:

En la ciudad de Córdoba, en ocasión de un encuentro de “Pensamiento Nacional” ha llegado a mis manos el nº 4 de su magnífica publicación “El Restaurador”.

Antes de pasar a comunicarle lo que me mueve a escribirle deseo felicitarlo a usted y a todo su equipo por este aporte a la toma de conciencia de nuestra Patria, que especialmente en este número de setiembre brilla desde la primera a la última página. Lo del “sordo” Thorne es algo que debería ser leído y distribuido en todas las escuelas del país.

Quisiera hacer una ampliación a vuestro artículo “Lucha en la casa de la Virreina”.

Quienes acosaban a Cadogan desde las azoteas y calles circundantes era un pelotón de Miñones que según las crónicas de la época (que confirman lo de la sangre corriendo por los desagües pluviales), estaba al mando de un tal “Ponce”. Este Ponce era José Pons, un marino que hacia el trasbordo de cargas desde Colonia o Montevideo, ya que en general los barcos de cierto calado no se atrevían a llegar a Buenos Aires. José Pons, casado con Josefa Martínez, natural de Colonia, era conocido por el apodo de “Pepe el Mahonés”.

En el fragor de la lucha, los Miñones se apoderaron de un cañón inglés y porque carecían de munición o por no saberlo manejar lo “clavaron” (operación que solo se revertía en una fragua) y lo guardaron en una casa. Al terminar los combates lo fueron a buscar y no lo encontraron. ¡Se lo habían llevado los Patricios!. Hubo un pleito que finalmente falló a favor de los Miñones pero al poco tiempo suceden los hechos de mayo de 1810 y ¿Quién era el jefe?: Nada menos que el odiado jefe de los Patricios.

Pepe el Mahonés – Catalán peleador – no dudó en oponerse y armó dos de sus barquitos con un cañón cada uno y a uno de ellos – a remo y vela – lo bautizó “LA PODRIDA” y se fue a Montevideo a ponerse a las órdenes de Elío.

Allí, para sobrevivir y despuntar el vicio, sacó patente de corso y hizo presa de varios navíos “de Buenos Aires”. Cuando fue el sitio de Montevideo, el único barco patriota (no podríamos aún decir Argentino) hundido fue el San Luis, echado a pique – según se relata – por “la movediza Podrida”.

Como en esos fragorosos tiempos, si no se caía en el campo de batalla o en los fusilamientos inmediatos, todo se olvidaba, Pepe el Mahonés regresó a su negocio de transportes y a residir en Buenos Aires. Un día de 1829 le llegó un españolito con una carta de amigos de Mahón y lo tomó como dependiente de su comercio. Como suele suceder, este joven, llamado Vicente Rosa se casó con la hija del patrón y a su segundo hijo le pusieron José María, en memora de su suegro y suegra. Naturalmente José María Rosa fue apodado Pepe y fue mi bisabuelo. El nombre pasó a mi abuelo, a mi padre, a mi hermano y a mi sobrino.

La sangre caliente y rebelde de Pepe el Mahonés hace que en la familia Rosa tengamos siempre una irrefrenable tendencia a “ARMAR LA PODRIDA”.

Eduardo Rosa (Hijo de José María y tataranieto de Pepe el Mahonés





Nota del Director: Agradecemos a Eduardo Rosa sus conceptos sobre este periódico y su aporte sobre “LA PODRIDA”

Frases célebres del Quijote

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 5 - Diciembre 2007 - Pag. 8 

Frases célebres del Quijote

Frases célebres del Quijote

  • La verdad adelgaza y no quiebra, y siempre anda sobre la mentira como el aceite sobre el agua.
  • Todos los vicios, Sancho, traen un no se qué de deleite consigo: que el de la envidia no trae sino disgustos, rencores y rabias.
  • No hay carga más pesada que la mujer liviana.
  • Es dulce el amor a la patria.
  • Donde está la verdad está Dios.
  • ¡Oh envidia, raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes!
  • Nos ladran Sancho!, señal de que avanzamos.
  • Cada uno es artífice de su propia ventura.
  • Dad crédito a las obras y no a las palabras.
  • De altos espíritus es apreciar las cosas altas.
  • De gente bien nacida es agradecer los beneficios que recibe.
  • Después de las tinieblas espero la luz.
  • Donde una puerta se cierra, otra se abre.
  • En la lengua consisten los mayores daños de la vida humana.
  • Más vale el buen nombre que las muchas riquezas.
  • La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida.

 Los historiadores deben ser “exactos, fieles e imparciales, y no permitirse por interés particular, por miedo, por rencor o simpatía, la menor desviación del camino de la verdad”.

Cervantes

El Gral. Juan D. Perón y el "Día de la Raza"

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 5 - Diciembre 2007 - Pags. 5 a 8 


El Gral. Juan D. Perón

y el "Día de la Raza"



TTE. GRAL. JUAN DOMINGO PERÓN, TRES VECES PRESIDENTE (1946-1952, 1952-1955 Y 1973-1974); VISTE EL UNIFORME DE TENIENTE CORONEL EN UNA FOTOGRAFÍA OFICIAL DE 1974
Juan Domingo Perón

El siguiente es el discurso del Presidente Juan Domingo Perón pronunciado en la Academia Argentina de Letras con motivo del homenaje a Cervantes en el IV Centenario de su nacimiento (29 de septiembre de 1547), pronunciado en el Día de la Raza de 1947, que por razones de espacio no podemos transcribirlo en su totalidad, que contiene conceptos interesantes sobre el importante papel que nuestra Madre Patria, cumplió en el Nuevo Mundo.


No me consideraría con derecho a levantar mi voz en el solemne día que se festeja la gloria de España, si mis palabras tuvieran que ser tan sólo halago de circunstancias o simple ropaje que vistiera una conveniencia ocasional. Me veo impulsado a expresar mis sentimientos porque tengo la firme convicción de que las corrientes de egoísmo y las encrucijadas de odio que parecen disputarse la hegemonía del orbe, serán sobrepasadas por el triunfo del espíritu que ha sido capaz de dar vida cristiana y sabor de eternidad al Nuevo Mundo.

No me atrevería a llevar mi voz a los pueblos que, junto con el nuestro, formamos la Comunidad Hispánica, para realizar tan sólo una conmemoración protocolar del Día de la Raza. Unicamente puede justificarse el que rompa mi silencio la exaltación de nuestro espíritu ante la contemplación reflexiva de la influencia que, para sacar al mundo del caos que se debate, puede ejercer el tesoro espiritual que encierra la titánica obra cervantina, suma y compendio apasionado y brillante del inmortal genio de España.

Espíritu contra utilitalismo
Al impulso ciego de la fuerza, al impulso frío del dinero, la Argentina, coheredera de la espiritualidad hispánica, opone la supremacía vivificante del espíritu.

En medio de un mundo en crisis y de una humanidad que vive acongojada por las consecuencias de la última tragedia e inquieta por la hecatombe que presiente; en medio de la confusión de las pasiones que restallan sobre las conciencias, la Argentina, la isla de paz, deliberada y voluntariamente, se hace presente en este día para rendir cumplido homenaje al hombre cuya figura y obra constituyen la expresión más acabada del genio y la grandeza de la raza.

Y a través de la figura y de la obra de Cervantes va el homenaje argentino a la patria madre, fecunda, civilizadora, eterna, y a todos los pueblos que han salido de su maternal regazo.

Por eso estamos aquí, en esta ceremonia que tiene la jerarquía de símbolo. Porque recordar a Cervantes es reverenciar a la madre España; es sentirse más unidos que nunca a los demás pueblos que descienden legítimamente de tan noble tronco; es afirmar la existencia de una comunidad cultural hispanoamericana de la que somos parte y de una continuidad histórica que tiene en la raza su expresión objetiva más digna, y en el Quijote la manifestación viva y perenne de sus ideales, de sus virtudes y de su cultura; es expresar el convencimiento de que el alto espíritu señorial y cristiano que inspira la Hispanidad iluminará al mundo cuando se disipen las nieblas de los odios y de los egoísmos. Por eso rendimos aquí el doble homenaje a Cervantes y a la raza.


Miguel de Cervantes Saavedra

MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA (1547-1616), ES EL MÁS DESTACADO ESCRITOR EN ESPAÑOL Y UNA DE LAS GRANDES FIGURAS DE LA LITERATURA DE TODOS LOS TIEMPOS. 
SUS OBRAS, ENTRE LAS QUE DESTACA EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA, MARCAN LA CULMINACIÓN DEL SIGLO DE ORO EN LA  LITERATURA ESPAÑOLA Y SUPONEN EL INICIO DE LA  NOVELA MODERNA. 
PINTURA DE EDUARDO BALACA


Homenaje, en primer lugar, al grande hombre que legó a la humanidad una obra inmortal, la más perfecta que en su género haya sido escrita, código del honor y breviario del caballero, pozo de sabiduría y, por los siglos de los siglos, espejo y paradigma de su raza. Destino maravilloso el de Cervantes que, al escribir El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, descubre en el mundo nuevo de su novela, con el gran fondo de la naturaleza filosófica, el encuentro cortés y la unión entrañable de un idealismo que no acaba y de un realismo que se sustenta en la tierra. Y además caridad y amor a la justicia, que entraron en el corazón mismo de América; y son ya los siglos los que muestran, en el laberinto dramático que es esta hora del mundo, que siempre triunfa aquella concepción clara del riesgo por el bien y la ventura de todo afán justiciero. El saber “jugarse entero” de nuestros gauchos es la empresa que ostentan orgullosamente los “quijotes de nuestras pampas”. En segundo lugar, sea nuestro homenaje a la raza a que pertenecemos.

La raza: superación de nuestro destino 

Para nosotros, la raza no es un concepto biológico. Para nosotros es algo puramente espiritual. Constituye una suma de imponderables que hace que nosotros seamos lo que somos y nos impulsa a ser lo que debemos ser, por nuestro origen y nuestro destino. Ella es lo que nos aparta de caer en el remedo de otras comunidades cuyas esencias son extrañas a la nuestra, pero a las que con cristiana caridad aspiramos a comprender y respetamos. Para nosotros, la raza constituye nuestro sello personal, indefinible e inconfundible.

Para nosotros los latinos, la raza es un estilo. Un estilo de vida que nos enseña a saber vivir practicando el bien y a saber morir con dignidad. Nuestro homenaje a la madre España constituye también una adhesión a la cultura occidental.

Porque España aportó al occidente la más valiosa de las contribuciones: el descubrimiento y la colonización de un nuevo mundo ganado para la causa de la cultura occidental.

Su obra civilizadora cumplida en tierras de América no tiene parangón en la historia. Es única en el mundo. Constituye su más calificado blasón y es la mejor ejecutoria de la raza, porque toda la obra civilizadora es un rosario de heroísmos, de sacrificios y de ejemplares renunciamientos.

Su empresa tuvo el sino de una auténtica misión. Ella no vino a las Indias ávida de ganancias y dispuesta a volver la espalda y marcharse una vez exprimido y saboreado el fruto. Llegaba para que fuera cumplida y hermosa realidad el mandato póstumo de la Reina Isabel de “atraer a los pueblos de Indias y convertirlos al servicio de Dios”. Traía para ello la buena nueva de la verdad revelada, expresada en el idioma más hermoso de la tierra. Venía para que esos pueblos se organizaran bajo el imperio del derecho y vivieran pacíficamente. No aspiraban a destruir al indio sino a ganarlo para la fe y dignificarlo como ser humano...

Era un puñado de héroes, de soñadores desbordantes de fe. Venían a enfrentar a lo desconocido; ni el desierto, ni la selva con sus mil especies donde la muerte aguardaba el paso del conquistador en el escenario de una tierra inmensa, misteriosa, ignorada y hostil.

Nada los detuvo en su empresa; ni la sed, ni el hambre, ni las epidemias que asolaban sus huestes; ni el desierto con su monótono desamparo, ni la montaña que les cerraba el paso, ni la selva con sus mil especies de oscuras y desconocidas muertes. A todo se sobrepusieron. Y es ahí, precisamente, en los momentos más difíciles, en los que se los ve más grandes, más serenamente dueños de sí mismos, más conscientes de su destino, porque en ellos parecía haberse hecho alma y figura la verdad irrefutable de que “es el fuerte el que crea los acontecimientos y el débil el que sufre la suerte que le impone el destino”. Pero en los conquistadores pareciera que el destino era trazado por el impulso de su férrea voluntad.

América: empresa de héroes

Como no podía ocurrir de otra manera, su empresa fue desprestigiada por sus enemigos, y su epopeya objeto de escarnio, pasto de la intriga y blanco de la calumnia, juzgándose con criterio de mercaderes lo que había sido una empresa de héroes. Todas las armas fueron probadas: se recurrió a la mentira, se tergiversó cuanto se había hecho, se tejió en torno suyo una leyenda plagada de infundios y se la propaló a los cuatro vientos.

Y todo, con un propósito avieso. Porque la difusión de la leyenda negra, que ha pulverizado la crítica histórica seria y desapasionada, interesaba doblemente a los aprovechados detractores. Por una parte, les servía para echar un baldón a la cultura heredada por la comunidad de los pueblos hermanos que constituimos Hispanoamérica.

Por la otra procuraba fomentar así, en nosotros, una inferioridad espiritual propicia a sus fines imperialistas, cuyas asalariados y encumbradísimos voceros repetían, por encargo, el ominoso estribillo cuya remunerada difusión corría por cuenta de los llamados órganos de información nacional. Este estribillo ha sido el de nuestra incapacidad para manejar nuestra economía e intereses, y la conveniencia de que nos dirigieran administradores de otra cultura y de otra raza. Doble agravio se nos infería: aparte de ser una mentira, era una indignidad y una ofensa a nuestro decoro de pueblos soberanos y libres.

España, nuevo Prometeo, fue así amarrada durante siglos a la roca de la historia. Pero lo que no se pudo hacer fue silenciar su obra, ni disminuir la magnitud de su empresa que ha quedado como magnífico aporte a la cultura occidental.

Allí están, como prueba fehaciente, las cúpulas de las iglesias asomando en las ciudades fundada por ella; allí sus leyes de Indias, modelo de ecuanimidad, sabiduría y justicia; sus universidades; su preocupación por la cultura, porque “conviene –según se lee en la Nueva Recopilación– que nuestros vasallos, súbditos y naturales, tengan en los reinos de Indias universidades y estudios generales donde sean instruidos y graduados en todas ciencias y facultades, y por el mucho amor y voluntad que tenemos de honrar y favorecer a los de nuestras Indias y desterrar de ellas las tinieblas de la ignorancia y del error, se crean Universidades gozando los que fueren graduados en ellas de las libertades y franquezas de que gozan en estos reinos los que se gradúan en Salamanca”.

Su celo por difundir la verdad revelada porque –como también dice la Recopilación– “teniéndonos por más obligados que ningún otro príncipe del mundo a procurar el servicio de Dios y la gloria de su santo nombre y emplear todas las fuerzas y el poder que nos ha dado, en trabajar que sea conocido y adorado en todo el mundo por verdadero Dios como lo es, felizmente hemos conseguido traer al gremio de la Santa Iglesia Católica las innumerables gentes y naciones que habitan las Indias occidentales, isla y tierra firme del mar océano”.

España levantó ciudades, edificó universidades, difundió la cultura, formó hombres, e hizo mucho más: fundió y confundió su sangre con América y signó a sus hijas con un sello que las hace, si bien distintas a la madre en su forma y apariencias, iguales a ella en su esencia y naturaleza. Incorporó a la suya la expresión de un aporte fuerte y desbordante de vida que remozaba a la cultura occidental con el ímpetu de una energía nueva.

Y si bien hubo yerros, no olvidemos que esa empresa, cuyo cometido la antigüedad clásica hubiera discernido a los dioses, fue aquí cumplida por hombres, por un puñado de hombres que no eran dioses aunque los impulsara, es cierto, el soplo divino de una fe que los hacía creados a la imagen y semejanza de Dios.

España rediviva en el criollo Quijote

Son hombres y mujeres de esa raza los que en heroica comunión rechazan, en 1806, al extranjero invasor, y el hidalgo jefe que obtenida la victoria amenaza con “pena de la vida al que los insulte”. Es gajo de ese tronco el pueblo que en mayo de 1810 asume la revolución recién nacida; es sangre de esa sangre la que vence gloriosamente en Tucumán y Salta y cae con honor en Vilcapugio y Ayohuma; es la que anima el corazón de los montoneros; es la que bulle en el espíritu levantisco e indómito de los caudillos; es la que enciende a los hombres que en 1816 proclaman a la faz del mundo nuestra independencia política; es la que agitada corre por las venas de esa raza de titanes que cruzan las ásperas y desoladas montañas de los Andes, conducidas por un héroe en una marcha que tiene la majestad de un friso griego; es la que ordena a los hombres que forjaron la unidad nacional, y la que alienta a los que organizaron la República; es la que se derramó generosamente cuantas veces fue necesario para defender la soberanía y la dignidad del país; es la misma que moviera al pueblo a reaccionar sin jactancia pero con irreductible firmeza cuando cualquiera osó inmiscuirse en asuntos que no le incumbían y que correspondía solamente a la nación resolverlos; de esa raza es el pueblo que lanzó su anatema a quienes no fueron celosos custodios de su soberanía, y con razón, porque sabe y la verdad lo asiste, que cuando un Estado no es dueño de sus actos, de sus decisiones, de su futuro y de su destino, la vida no vale la pena de ser allí vivida; de esa raza es ese pueblo, este pueblo nuestro, sangre de nuestra sangre y carne de nuestra carne, heroico y abnegado pueblo, virtuoso y digno, altivo sin alardes y lleno de intuitiva sabiduría, que pacífico y laborioso en su diaria jornada se juega sin alardes la vida con naturalidad de soldado, cuando una causa noble así lo requiere, y lo hace con generosidad de Quijote, ya desde el anónimo y oscuro foso de una trinchera o asumiendo en defensa de sus ideales el papel de primer protagonista en el escenario turbulento de las calles de una ciudad.

El Quijote, de Salvador Dalí
El Quijote, de Salvador Dalí

Señores: La historia, la religión y el idioma nos sitúan en el mapa de la cultura occidental y latina, a través de su vertiente hispánica, en la que el heroísmo y la nobleza, el ascetismo y la espiritualidad, alcanzan sus más sublimes proporciones. El Día de la Raza, instituido por el Presidente Yrigoyen, perpetúa en magníficos términos el sentido de esta filiación. “La España descubridora y conquistadora –dice el Decreto–, volcó sobre el continente enigmático y magnífico el valor de sus guerreros, el denuedo de sus exploradores, la fe de sus sacerdotes, el preceptismo de sus sabios, las labores de sus menestrales y con la aleación de todos estos factores, obró el milagro de conquistar para la civilización la inmensa heredad en que hoy florecen las naciones a las cuales ha dado, con la levadura de su sangre y con la armonía de su lengua, una herencia inmortal que debemos de afirmar y de mantener con jubiloso reconocimiento”.


Porvenir enraizado en el pasado

Si la América olvidara la tradición que enriquece su alma, rompiera sus vínculos con la latinidad, se evadiera del cuadro humanista que le demarca el catolicismo y negara a España, quedaría instantáneamente baldía de coherencia y sus ideas carecerían de validez. Ya lo dijo Menéndez y Pelayo: “Donde no se conserva piadosamente la herencia de lo pasado, pobre o rica, grande o pequeña, no esperemos que brote un pensamiento original, ni una idea dominadora”. Y situado en las antípodas de su pensamiento, Renán afirmó que “el verdadero hombre de progreso es el que tiene los pies enraizados en el pasado”.

El sentido misional de la cultura hispánica, que catequistas y guerreros introdujeron en la geografía espiritual del Nuevo Mundo, es valor incorporado y absorbido por nuestra cultura, lo que ha suscitado una comunidad de ideas e ideales, valores y creencias, a la que debemos preservar de cuantos elementos exóticos pretenden mancillarla. Comprender esta imposición del destino, es el primordial deber de aquellos a quienes la voluntad pública o el prestigio de sus labores intelectuales les habilita para influir en el proceso mental de las muchedumbres. Por mi parte, me he esforzado en resguardar las formas típicas de la cultura a que pertenecemos, trazándome un plan de acción del que pude decir –el 24 de noviembre de 1944– que “tiende, ante todo, a cambiar la concepción materialista de la vida por una exaltación de los valores espirituales”.

Precisamente esa oposición, esa contraposición entre materialismo y espiritualidad, constituye la ciencia del Quijote. O más propiamente representa la exaltación del idealismo, refrenado por la realidad del sentido común.

De ahí la universalidad de Cervantes, a quien, sin embargo, es preciso identificar como genio auténticamente español, tal que no puede concebirse como no sea en España.

Esta solemne sesión que la Academia Argentina de Letras ha querido poner bajo la advocación del genio máximo del idioma en el IV Centenario de su nacimiento, traduce –a mi modo de ver– la decidida voluntad argentina de reencontrar las rutas tradicionales en las que la concepción del mundo y de la persona humana se originan en la honda espiritualidad grecolatina y en la ascética grandeza ibérica y cristiana.

Para participar en ese acto, he preferido traer, antes que una exposición académica sobre la inmortal figura de Cervantes, su palpitación humana, su honda vivencia espiritual y su suprema gracia hispánica. Su vida y en su obra personifica la más alta expresión de las virtudes que nos incumbe resguardar.


Entraña popular cervantina

En Cervantes cabe señalar, en primer término, la extraordinaria maestría con que subordina todo aparato erudito a la llaneza de la exposición, extraída de la auténtica veta del pueblo, en los aforismos, sentencias y giros propios del ingenio popular. Ningún autor ha penetrado de manera tan natural, en el río pintoresco en que bogan, como bajeles de mil colores, las esperanzas, angustias y emociones de los humildes. Esta ausencia de complicación, este deliberado acento familiar con que el genio cervantino traza su prosa, no quiere decir, ni mucho menos, que adolezca de plebeyismo o de pobreza. Por el contrario, es fina y magistral, exhibiendo una riqueza tal de vocablos, que cabe deducir cuán hondos y variados son los matices del habla popular y hasta qué punto es viva y expresiva la facundia del pueblo.

Ya en su primera obra “La Galatea”, Cervantes pone de manifiesto la sencillez de su estilo, que cobra naturalidad en las costumbres simples y puras de la vida pastoril, a la que pinta con tan noble emoción, que no puede dudarse de la íntima solidaridad que le une a rústicos y desheredados. Don Quijote, dirigiéndose a Sancho, ofrece elocuente testimonio: “Quiero que aquí a mi lado y en compañía desta gente te sientes, y que seas una mesma cosa conmigo, que soy tu amo y natural señor; que comas en mi plato y bebas por donde yo bebiere, porque de la caballería andante se puede decirlo mesmo que del años se dice: que todas las cosas iguala”: La perennidad del Quijote, su universalidad, reside, esencialmente, en su comprensión de los humildes, en esta forma de sentir la ardiente comunidad de todos los seres, que trabajan y cantan entre las rubias espigas de la Creación. Ese amor a los humildes que sintió Cervantes, ese mismo afán de compenetración, ese deseo metafórico de comer en el mismo plato, me ha llevado a decir en otra ocasión que el canto de los braceros, de esos centenares de miles de trabajadores anónimos y esforzados, de los que nadie se había acordado hasta ayer, puebla en este momento la tierra redimida. Legislamos para todos los argentinos, porque nuestra realidad social es tan indivisible como nuestra realidad geográfica.

Conciencia social de Cervantes

Cervantes demostró profunda conciencia social en todos los actos de su vida. Cuando se desarrolló la batalla naval de Lepanto, no obstante hallarse enfermo y con calentura, quiso correr la suerte de sus camaradas y participar en la lucha, por que “más vale pelear en servicio de Dios e de su majestad, e morir por ellos, que no baxarme so cubierta”. Más tarde en Argel junto con 25.000 cristianos que pagaban así su delito de amar a la patria y de sentir la fe, el glorioso manco de Lepanto padeció, más que a su propio dolor físico y espiritual, la incesante tortura de ver aherrojados a sus compañeros de esclavitud y de ver perseguida, aborrecida y negada a la religión en la que habían depositado toda la confianza de su corazón. En sus propias palabras lo dice: “Ninguna cosa fatiga tanto como oir y ver a cada paso las jamás vistas y oídas crueldades que mi amo usaba con los cristianos”. No obstante tan admirables sentimientos, no siempre obtuvo el estímulo de la reciprocidad. Su vida fue triste, estrecha, dolorosa. Como pasa siempre, hasta la gloria más singular y la pureza más nítida tienen sus detractores. Aun muchos años después de haber entrado a la inmortalidad, se le siguió acusando de fallas, defectos y vicios, no faltó quien en el “Diario de Madrid” adujera en 1788 que “depravó, corrompió y estragó el estilo y la gracia del manuscrito”. Felizmente, Cervantes con genial previsión, se adelantó a sus detractores; en su obra póstuma “Persiles y Segismunda”, estampó estas sabias reflexiones aplicables a todos los tiempos y lugares, y especialmente a cuantos compatriotas se empecinan en difamar a no importe quién: “Los satíricos, los maldicientes, los malintencionados, son desterrados y echados de sus casas, sin honra y con vituperio, sin que les quede otra alabanza que llamase agudos sobre bellacos, y bellacos sobre agudos y es como que suele decirse: la traición contenta, pero el traidor enfada”.


DON QUIJOTE Y SANCHO PANZA YACEN DESCALABRADOS TRAS UNA DE SUS INFAUSTAS AVENTURAS

DON QUIJOTE Y SANCHO PANZA YACEN DESCALABRADOS TRAS UNA DE SUS INFAUSTAS AVENTURAS. GUSTAVE DORÉ ES SIN DUDA EL ARTISTA QUE MÁS SE HA DESTACADO ENTRE LOS ILUSTRADORES DEL QUIJOTE. LA ILUSTRACIÓN DE LA FOTO PROCEDE DE LA EDICIÓN FRANCESA IMPRESA EN PARÍS EN 1863



Hipólito Yrigoyen, Presidente de la Nación 1916-1922 y 1928-1930

Hipólito Yrigoyen, Presidente de la Nación 1916-1922 y 1928-1930. 
Por decreto del 4 de octubre de 1917 instituyó el 12 de Octubre
 –Aniversario del Descubrimiento de América
como fiesta nacional, imprimiéndole el carácter de Día de la Raza