sábado, 1 de diciembre de 2007

Darwin y su paso por la Argentina

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 5 - Diciembre 2007 - Pags. 3 y 4 


DARWIN Y SU PASO
POR LA ARGENTINA

Por El Federal Apostólico





A fines de diciembre de 1831 y a la edad de 22 años, el naturalista y científico inglés, Charles Robert Darwin (1809-82), se embarcó a bordo del navío inglés de investigación “H.M.S. Beagle” al mando de Robert Fitz Roy, para un viaje de carácter científico alrededor del mundo, que duró hasta de octubre de 1836.



Se recorrieron y reconocieron principalmente las costas de América del Sur y las islas del Pacífico, recogiendo multitud de observaciones a favor de la variación de las especies. En 1859, Darwin publicó sus ideas en el libro On the Origin of Species by Natural Selection, (conocido como “Orígen de las especies”), donde se explica la aparición de nuevas especies y desaparición de las anteriores, como consecuencia de una selección natural.


El objetivo de la expedición dirigida por Fitz Roy era el de completar el estudio topográfico de los territorios de la Patagonia y la Tierra del Fuego, el trazado de las costas de Chile, Perú y algunas islas del Pacífico y la realización de una cadena de medidas cronométricas alrededor del mundo.


Algunos historiadores también afirman que otra misión de la expedición científica, era la de reconocer las costas de aquellos lugares que pudieren servir para realizar nuevos establecimiento coloniales y también recabar datos para servir a futuras operaciones de la Royal Navy (Marina Real).



El desembarco de Darwin 
y su encuentro con Juan Manuel de Rosas


Corría el mes de agosto del año 1833, el “Beagle” recalaba en la desembocadura del Río Negro.

Después de desembarcar, Darwin, inició su viaje al interior, pasó por las ruinas de algunas estancias destruídas por las incursiones de los indios y dirigiéndose al norte “a través de monótonos y tristes campos deshabitados, en los que sólo encontró dos manantiales de agua salobre”, llegó a las planicies del río Colorado, encontrando el Cuartel General del Gral. Rosas, quien al término de su primer gobierno (1829-1832) había encarado la expedición a los desiertos del sur.



Fue en el campamento de Rosas, donde se presentó el famoso naturalista el día 13 de agosto. El general argentino, anotó en su diario ese día: “Llegó al Cuartel General desde Patagones el naturalista Mr. Carlos Darvien”. Darwin estuvo en ese lugar hasta el día 16.



Cuando dejó el campamento, Darwin escribió “Quedé absolutamente complacido en mi entrevista con el terrible general. Es digno de verlo, ya que se trata decididamente de la personalidad mas prominente de la América del Sur”.

Rosas le facilitó caballos y un pasaporte para viajar a Bahía Blanca y para atravesar la pampa para Buenos Aires. Habiendo comenzado su viaje, Darwin recibió un mensaje de Rosas, para que se uniera a una escolta de tropas para cruzar esas peligrosas regiones. Al llegar a la Guardia del Monte, Darwin, durmió en la estancia de Rosas, “Los Cerrillos”.

En el “Diario de viaje de un naturalista alrededor del mundo”, Darwin hizo una interesante y detalladas descripción del campamento, los soldados, los indios aliados, las mujeres indias y sobre la personalidad y la influencia de Rosas. 

He aquí esas descripciones:

“El campamento del general Rosas estaba cerca del río [Colorado]. Consistía en un cuadrado formado por carros, artillería, chozas de paja, etcétera. Casi todas las tropas eran de caballería, y me inclino a creer que jamás se reclutó en lo pasado un ejército semejante de villanos seudoban­didos”.

Así describió Darwin a un grupo de soldados que vio en la frontera del sur: “extraños seres; el primero un apuesto joven negro; el segundo, mitad indio y mitad negro; y los otros dos, de imposible clasificación… eran dos mestizos de expresión tan detestables como nunca había visto antes”.

“La mayor parte de los soldados eran mestizos de negro, indio y es­pañol. No sé por qué, tipos de esta mezcolanza, rara vez tienen buena ca­tadura. Pedí ver al secretario para presentarle mi pasaporte. Empezó a in­terrogarme con gran autoridad y misterio. Por fortuna llevaba yo una car­ta de recomendación del gobierno de Buenos Aires para el comandante de Patagones. Presentáronsela al general Rosas, quien me contestó muy atento, y el secretario volvió a verme, muy sonriente y afable. Establecí mi residencia en el rancho o vivienda de un viejo español, tipo curioso que había servido con Napoleón en la expedición contra Rusia”.

“Estuvimos dos días en el Colorado; apenas pude continuar aquí mis trabajos de naturalista porque el territorio de los alrededores era un pan­tano que en verano [diciembre] se forma al salir de madre el río con la fu­sión de las nieves en la cordillera. Mi principal entretenimiento consistió en observar a las familias indias, según venían a comprar ciertas menu­dencias al rancho donde nos hospedábamos. Supuse que el general Rosas tenía cerca de seiscientos aliados indios. Los hombres eran de elevada talla y bien formados; pero posteriormente descubrí sin esfuerzo, en el sal­vaje de la Tierra del Fuego, el mismo repugnante aspecto, procedente de la mala alimentación, el frío y la ausencia de cultura. Entre las mujeres jóvenes, llamada chinas hay algunas que merecen ser llamadas bellas, con cabellos negros, gruesos y brillantes, divididos en dos trenzas, que alcanzan hasta la cintura. Su color es bastante oscuro, sus ojos relucen con fulgor y llevan anchos brazaletes de cuentas azules”.

“El general Rosas insinuó que deseaba verme, de lo que me alegré mucho posteriormente. Es un hombre de extraordinario carácter y ejerce en el país avasalladora influencia, que parece probable ha de emplear en favorecer la prosperidad y adelanto del mismo”.

“Se dice que posee setenta y cuatro leguas cuadradas de tierra y unas trescientas mil cabezas de ganado. Sus fincas están admirablemente administradas y producen más cereales que las de los otros hacendados. Lo pri­mero que le conquistó gran celebridad fueron las ordenanzas dictadas pa­ra el buen gobierno de sus estancias y la disciplinada organización de varios centenares de hombres para resistir con éxito los ataques de los indios”.

“Corren muchas historias sobre el rigor con que se hizo guardar la observancia de esas leyes. Una de ellas fue que nadie, bajo pena de calabozo, llevara cuchillo los domingos, pues como en estos días era cuando más se jugaba y bebía, las pendencias consiguientes solían acarrear numerosas muertes por la costumbre ordinaria de pelear con el arma mencionada. En cierto domingo se presentó el gobernador con todo el aparato oficial de su cargo a visitar la estancia del general Rosas, y éste, en su precipitación por salir a recibirle, lo hizo llevando el cuchillo al cinto, como de or­dinario. El administrador le tocó el brazo y le recordó la ley, con lo que Rosas, hablando con el gobernador, le dijo que sentía mucho lo que le pa­saba, pero que le era forzoso ir a la prisión, y que no mandaba en su casa hasta que no hubiera salido. Pasado algún tiempo, el mayordomo se sintió movido a abrir la cárcel y ponerle en libertad; pero, apenas lo hubo hecho, cuando el prisionero, vuelto a su libertad, le dijo: "Ahora tú eres el que ha quebrantado las leyes, y por tanto debes ocupar mi puesto en el calabozo"”.

“Rasgos como el referido entusiasmaban a los gauchos, que todos, sin excepción, poseen alta idea de su igualdad y dignidad”.

“El general Rosas es además un perfecto jinete, cualidad de importancia nada escasa en un país donde un ejército eligió a su general mediante la prueba que ahora diré: metieron, en un corral una manada de potros sin domar, dejando sólo una salida sobre la que había un larguero tendido horizontalmente a cierta altura; lo convenido fue que sería nombrado jefe el que desde ese madero se dejara caer sobre uno de los caballos salvajes en el momento de salir escapados, y, sin freno ni silla, fuera capaz no sólo de montarle, sino de traerle de nuevo al corral”.

“El individuo que así lo hizo fue designado para el mando, e indudablemente no podía menos de ser un excelente general para un ejército de tal índole. Esta hazaña extraordinaria ha sido realizada también por Rosas. Por estos medios, y acomodándose al traje y costumbres de los gauchos, se ha granjeado una popularidad ilimitada en el país y consiguientemente un poder despótico. Un comerciante inglés me aseguró que en cierta oca­sión un hombre mató a otro, y al arrestarle y preguntarle el motivo res­pondió: "Ha hablado irrespetuosamente del general Rosas y por lo mismo le quité de en medio"”.

“Al cabo de una semana el asesino estaba en libertad. Esto, a no dudado, fue obra de los partidarios del general y no del general mismo. En la conversación [Rosas] es vehemente, sensato y muy grave…”

“Mi entrevista terminó sin una sonrisa, y obtuve un pasaporte con una orden para las postas del gobierno, que me facilitó del modo más atento y cortés”.