domingo, 1 de diciembre de 2019

Guerra del Paraná - Lauchlan Bellingham Mackinnon

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año XIII N° 53 - Diciembre 2019 - Pags. 14 a 16 

Vivencias del teniente naval inglés L. B. Mackinnon en la Guerra del Paraná

Guerra del Paraná

La Alecto, llevando a remolque tres goletas, pasando frente a las baterías de San Lorenzo. Cuadro pintado por J.M. Gilbert, en poder de Mackinnon

1ra. parte.

Con motivo de la intervención armada anglofrancesa en el Plata en 1845, el Almirantazgo dispuso a fines de dicho año el envío de tres nuevos navíos de guerra a este teatro de operaciones, para reforzar la escuadra que ya estaba operando en el lugar. Uno de navíos enviados era la corbeta a vapor HMS Alecto, (botada en 1839) que había sido convertida de paquebote a un navío de guerra, dotándoselo de 3 cañones de 32, uno giratorio en la proa y dos más a cada costado cercano a la caja de ruedas, hacia la popa, además de ser dotada de cohetes a la Congrève que era un arma de última generación. Los otros dos eran el Harpy y el Lizard.

El teniente de la armada real inglesa Lauchlan Bellingham Mackinnon, que se incorporó a la marina a los 14 años, y destinado a esta corbeta cuando tenía 30, fue protagonista y testigo de tales acontecimientos ocurridos durante 1846. Como había ocurrido en sus viajes anteriores a los hechos que le tocará vivir en el Plata y le ocurrirá en los posteriores, pues como integrante de la Royal Navy intervino en largas navegaciones a través de diversos mares conoció países y regiones en todo el mundo, realizando observaciones y tomando notas detalladas de esos lugares, sus poblaciones y costumbres, fauna y flora, como así también sus experiencias entre otras las militares, que conformaron verdaderos diarios de viaje que volcaría en varios libros, uno de los cuales publicado en Londres en 1848 se refiere a la intervención en el Río de la Plata, que es el que a nosotros en este momento nos interesa, titulado Steam Warfare in de Parana. A narrative of Operations by de combined squadrons of England and France in forcing a passage up that river. By commander Mackinnon, en nuestro medio fue editado por la Editorial Hachette bajo el título La Escuadra Anglo – Francesa en el Paraná – 1846.

Son muy interesantes sus apreciaciones y opiniones, como buen narrador, volcadas en este libro sobre el desempeño del ejército argentino en este conflicto, como así también sobre la situación que se vivía en la sitiada Montevideo y en la ciudad de Buenos Aires, donde también desembarcó durante la misión del enviado británico, Mr. Hood.

La nave partió de Inglaterra el 13 de diciembre de 1845.


Noticias sobre el combate en Vuelta de Obligado y la llegada a Montevideo

Cuenta Mackinnon “Pocos días después [ mediados de enero ], a alguna distancia de las costas del Brasil, pudimos ponernos al habla con un barco inglés que nos dio al pasar una versión pobre y mutilada de la batalla de Obligado. Esto despertó en todos nosotros grandes deseos de llegar al sitio de las operaciones”.

El 26 de enero de 1846 el navío arribó a la rada de Montevideo, donde fue reaprovisionado y cargado con  provisiones y otros elementos para los otros buques que ya estaban operando en el Paraná.

La Alecto zarpó el 3 de febrero para remontar el río Paraná, con destino a Corrientes siguiendo a la flota anglofrancesa que ya había sorteado las defensas en Vuelta de Obligado.

En las dos travesías que realizó la goleta en este río, se vio comprometida en muchas acciones de guerra contra el ejército de la Confederación Argentina que defendía sus costas de la intromisión extranjera.


La Alecto arriba a la Vuelta de Obligado

La Alecto llegó a Obligado el día 8 de febrero a las 8 horas, realizando Mackinnon una descripción detallada del lugar: 

“Este era el lugar de las famosas baterías. Por las razones que se creyeron prudentes, relacionados con el servicio de S.M., quedamos en este lugar todo el día, lo que me dio oportunidad favorable para inspeccionar minuciosamente aquella posición. No pude sino llegar a la conclusión de que había sido elegida con gran pericia y cumplido conocimiento en materia de fortificaciones. Pero ¿de qué puede servir esta ventaja contra el poder y la aplicación científica de la artillería europea, que según parece, fue uno de los factores de la victoria obtenida en Obligado?

El río en este lugar tiene un ancho de unas ochocientas yardas. A la parte del sur hay una pequeña barranca de unos treinta pies de alto con una superficie firme y plana. Sobre esta barranca, el enemigo había elegido las posiciones para sus diversas baterías. La orilla opuesta estaba formada por una isla con sus rasgos y caracteres naturales, vale decir tierra baja y rasa, expuesta a las inundaciones y entonces cubierta por pasto alto y fuerte, La corriente por la estrechez del canal, se hace allí más rápida, dicen que de unos tres nudos. A estas circunstancias favorables se agregaba la colocación de una triple cadena a través del río, que descansaba sobre numerosas canoas armadas o barquichuelos, apoyados estos a su vez bien armada y poderosa goleta. Rosas y sus agentes, enamorados de esta posición, la consideraban inexpugnable y capaz de oponerse a cualquier fuerza que pudiera remontar el río, y es verosímil lo que se nos dijo acerca del asombro del dictador cuando supo que unos pocos y pequeños navíos habían hecho pedazos sus formidables aprestos. Una circunstancia por demás lamentable, es que gran parte –y muy grande de la artillería de Rosas estaba constituida por ingleses. Esperemos que se hayan visto forzados a pelear, pero lo cierto, y muy cierto es que pelearon”. 

En el párrafo que acabamos de leer, para reforzar y aumentar la importancia de la victoria que habían obtenido los interventores en la batalla, Mackinnon disminuye la categoría de la flota anglofrancesa definiéndola como de “unos pocos y pequeños navíos”, cuando en realidad y por el contrario no fueron ni pocos, ni pequeños, sino navíos poderosamente artillados y muchos de ellos de navegación a vapor, nunca antes vistos por estos lugares. Tengamos en cuenta que las fuerzas argentinas contaron en la batalla con 21 cañones de la época de la independencia de bajo calibre, que debieron enfrentar a 11 navíos fuertemente armados, con un total de más de 100 piezas de artillería de mucho mayor calibre. No obstante la derrota sufrida por las fuerzas nacionales, estas no abandonaron la defensa del río, sino que por el contrario ofrecerán batalla en cada oportunidad que se les presente, como lo cuenta este oficial a continuación.


El camino de la flota hacia Corrientes

“…Después del buen éxito alcanzado en esta batalla [ Obligado ], el convoy siguió aguas arriba, todavía acompañado y protegido por buques de guerra, abriéndose camino con rapidez hasta Corrientes. Pero esta fue tarea difícil y peligrosa, porque el ejército de Rosas, derrotado, se rehízo y se esforzó cuanto pudo, bajo el mando de Mansilla, cuñado del dictador, para hostilizar a nuestros buques en todas aquellas partes del río en que este se estrecha lo bastante como para que produzcan su efecto los tiros de la artillería. Había dos lugares indicados para ese propósito: El Tonelero y las barrancas de San Lorenzo”.


La Alecto enfrentada en el paso del Tonelero

Dos días después de haber estado en Obligado, la Alecto fue enfrentada por la artillería volante argentina al mando del mayor Manuel Virto, en el paso del Tonelero, que se encontraba un poco más al norte de la Vuelta de Obligado:

“Eran las nueve y media cuando dimos con una curva hacia el este y la pasamos rápidamente mientras sucedíanse nuevos paisajes. Por último descubrimos un cuerpo de caballería enemiga moviéndose lentamente hacia el borde de una barranca baja y arenosa por donde debíamos pasar a distancia de unas cuatrocientas o quinientas yardas, según lo advertimos en seguida. Apenas examinada la fuerza con los catalejos, observamos que estaban bajando cañones a la parte inferior de la barranca, donde ya se habían levantado algunas fortificaciones. Acercándonos más, echamos de ver que la posición había sido admirablemente elegida; en verdad, nada podía percibirse bien, como no fueran las bocas de los cañones que sobresalían para abrir fuego contra nosotros en el momento de ponernos a su vista. La corbeta había sido preparada para la acción, y en pocos momentos estuvo lista, pero era muy difícil prever si a nuestro paso harían o no oposición y teníamos órdenes de no hacer fuego hasta que fuéramos atacados.

De ahí que estuviéramos perdiendo ventaja que nos daban nuestros cañones y granadas porque nosotros teníamos a los enemigos al alcance de nuestra armas, y ellos no. Con todo nos manteníamos apuntando con los cañones a medida que íbamos acercándonos y en el momento preciso en que nos poníamos a la altura del primer cañón enemigo, una humareda blanca en el mismo cañón anunció el comienzo del combate. El tiro no había llegado a nosotros cuando ya fue contestado por los cañones de 32, haciéndose general la contienda. Las baterías enemigas componíanse de cuatro cañones de 9, desde las cuales mantenían un vigoroso y bien dirigido fuego, y como no funcionaban en ese momento en el barco todos los cañones de una banda, por lo repentino de la acción, solo pudimos contestar con dos. Los enemigos empezaron con gran eficacia y el primer tiro casi atravesó la chimenea del vapor produciendo un ruido estruendoso. Muy luego el pescante del ancla delantero fue partido en dos y destrozado; el proyectil reventó y varios de sus fragmentos hirieron a cinco hombres. Al mismo tiempo el oficial Mr. Dillon, que estaba inspeccionando la granada en la caja de la rueda, fue derribado por un tiro que cortó la cuerda en que se apoyaba estando de espaldas. Sufrimos algunos pocos daños más, aunque fueron varios los tiros que alcanzaron al buque produciendo una avería en la rueda y en el ataire del polvorín.

No ha de suponerse que durante este tiempo la Alecto se mantuvo ociosa, pero era tan poco lo que podía verse como blanco, para apuntar, y variaba tanto a cada momento, que no fue mucho el daño que pudimos hacer como respuesta a la agresión…

Casi inmediatamente después estuvimos fuera del alcance de las balas, habiendo pasado exactamente veinticinco minutos bajo el fuego. Fue algo extraordinario que no nos causaran daño mayor, porque tiraban desde una posición bien defendida y, dado lo pequeño de sus cañones, podían volver a cargar con mucha más rapidez que nosotros, a veces tres o cuatro veces mientras cargábamos una vez, aparte la ventaja de tener como blanco toda una especie de granero o cobertizo, que tal parecía este barco de vapor, de color negro. Algo más arriba pasamos como a una milla del campamento del general Mansilla y a todos nos alagaba mucho la esperanza de poderlo incendiar. Pero eso no se hizo y seguimos. Al pasar por el campamento, las baterías de abajo abrieron fuego contra el Firebrand [ otro navío de guerra británico ], así que se puso a su alcance, sin que supiéramos nosotros en aquel momento con qué resultado. Desde ese punto nos fue siguiendo por la costa una partida de caballería a paso de ataque. Iban por la costa en línea recta cuando era baja, y donde había algún obstáculo se apartaban al galope hacia tierra adentro y volvían después a observar nuestros movimientos. Estos hombres cambiaban invariablemente de caballo cuando el caso requería, para lo cual enlazaban al primero que encontraban, y seguían camino muy naturalmente. Cuando al llegar la noche echábamos el ancla, ellos se detenían y vivaqueaban, acomodándose lo mejor que podían frente a nosotros, siempre listos para seguir la marcha otra vez al romper el día. Poco antes de anochecer anclamos frente a las barrancas de Rosario, pero fuera de su alcance y a unas doce millas debajo de la ciudad de este nombre…”


Aprestos en San Lorenzo

Nuestro personaje, sigue contando que aproximadamente a las 10 de la noche se acercó una canoa con un francés que fue embarcado de inmediato a la corbeta.

“Interrogado [ el francés ], sobre los movimientos del enemigo dijo que una partida de caballería estaba en las barrancas de San Lorenzo, varias leguas arriba para hostilizarnos en cuanto pudieran….y que los militares estacionados allí [ en Rosario ] estaban ansiosos por hundirnos… Manifestó asimismo que, según noticias corrientes, los cañones que habían hecho fuego en el Tonelero estaban siendo transportados con mucha diligencia por tierra a San Lorenzo. Se decía que la posición natural de estas barrancas era tan sólida que nada podría resistir el fuego que se hiciera desde ellas. No es que nos asustara todo esto, pero sentíamos gran inquietud por ver las posiciones que un interés tan general. Además de arrastrar cañones por una distancia de sesenta millas de campo rústico, por favorable que sea el suelo, es cosa siempre muy ardua y esto lo sabe cualquier persona versada en las dificultades del transporte terrestre, aún en los países más civilizados y de buenos caminos, lo que hacía desconfiar de su realización. De todos modos, para la Alecto era preferible tratar de pasar, si lo podía, antes de que llegaran los cañones”.

Llegados a las Barrancas de San Lorenzo “…el que Rosas suponía más favorable para la ofensiva, se había hecho gran esfuerzo para hostilizar y destruir, si era posible, el convoy con las escuadras. Los preparativos, sin embargo, no habían sido hechos todavía. Apenas había sido reunida una horda de paisanos para ejecutar las ordenes que Rosas pudiere tener a bien impartir a sus generales.

…algunos de los paisanos, más intrépidos que otros, tuvieron la ocurrencia de esconderse tras de unas matas con sus fusiles de largos caños pegados al suelo, e hicieron fuego contra la caja de la rueda. Lo que fue al instante contestado con una descarga de rifles, fusiles y cañones que mató a uno de los alucinados campesinos y dispersó a los otros hacia el interior en un momento. Luego se volvieron a reunir como a unas mil yardas adentro, y todavía tiraban contra los mástiles y la chimenea del buque, porque el casco se ocultaba a sus ojos. Fueron, sin embargo, rápidamente dispersados una segunda vez por una granada disparada con carga reducida… Por suerte, la granada cayó en medio de ellos, dispersándolos otra vez en todas direcciones…”

Después de algunas escaramuzas, el buque pudo pasar sin mayores contratiempos.


Primer regreso a Montevideo

Después de llegar a Corrientes, la goleta inició el regreso hacia Montevideo el 1° de marzo, pasando días después por San Lorenzo antes de que se hubieran puesto a punto las baterías argentinas en ese lugar. Cerca del Tonelero fueron avistados por los argentinos en el campamento del general Mansilla, quienes vieron con sorpresa al navío enemigo, moviéndose con gran presteza a fin de interceptarlo en el Tonelero:

“…pasamos por el pueblo de San Nicolás y unos diez minutos después  advertimos desde el mástil de proa el campamento. Para disgusto nuestro, estaba tierra adentro, y por completo fuera del alcance de los cañones. Habíamos navegado en tanto silencio y con tal velocidad, que no fuimos visto sino cuando estábamos frente al enemigo. Y así que lo advirtieron prodújose un extraordinario griterío. En todo el campamento pudo advertirse violenta agitación. Los oficiales galopaban de un lado al otro como si les fuera la vida. Si hemos de hacer justicia debe decirse que trabajaron bien y con rapidez, porque en muy poco tiempo los cañones de campaña que tenían fueron desarmados y colocados en unos carros enormes y salieron al galope atropelladamente a todo lo que daban los caballos para tratar de interceptarnos el paso en el Tonelero. Este era el sitio próximo por donde nos veríamos obligados a pasar al alcance de sus cañones. Junto a los carros en que llevaban los cañones, marchaba una gran tropa de caballos que permitía cambiar el tiro toda vez que se hacía necesario e iba arreada por cantidad de soldados de caballería. Todos aquellos movimientos podían ser percibidos desde el mástil de proa sin hacer uso del anteojo y eran motivo de entretenimiento y diversión en el buque, porque bien sabíamos que les era imposible llegar al lugar de destino tan ligero como lo hacíamos nosotros. Estaban por lo menos a veinte millas de allí y nosotros íbamos a unas quince millas por hora. A poco andar nos pusimos muy cerca unos de otros, a menos de una milla, bien a la vista, pero de pronto aceleramos la marcha, a toda máquina y salimos como disparados, dejándolos atrás a mucha distancia. Ellos advirtieron esto en seguida y detuvieron su marcha decepcionados al extremo y exhaustos.

En pocos minutos más  estuvimos en el Tonelero, escenario del combate anterior, pero el lugar estaba completamente cambiado. Ya no se veían allí la caballería ni los soldados, todo estaba desierto”. 

Y así fue, la artillería argentina no pudo interceptar al navío inglés, que pudo pasar por ese lugar sin dificultad. 


La llegada a Montevideo, la nueva partida al Paraná y el paso por San Lorenzo

Después de 39 días, la Alecto llegó a Montevideo, donde “Se hizo todo lo necesario para completar la carga de carbón, como asimismo cargar provisiones y también todos los preparativos para remontar otra vez el Paraná con toda clase de pertrechos para la armada. Entre otros contaban varios cientos de granadas que fueron mandadas a bordo, como si no tuvieran carga de explosivos, y quedaron colocadas en fila en el pañol. ¡Hasta el día siguiente no se supo que estas granadas estaban cargadas! Y no se hubiera sabido si la curiosidad no nos lleva a examinarlas, porque eran granadas francesas, y resultó que todas tenían los explosivos. Muy seria podía haber venido a ser la equivocación, porque no se había tomado precaución alguna en cuanto a fuegos y luces, dejando las granadas ahí, como cualquier otro objeto de hierro”.

El 28 de marzo, volvió a zarpar con rumbo al Paraná, esta vez llevando a remolque otras tres goletas, que en algunos momentos de la navegación significaron un contratiempo para la Alecto.

A principios de abril dispersó a un grupo de obreros que estaban preparando unas defensas en el Tonelero, disparándolos cohetes a la Congrève y el día 6, se encontró en San Lorenzo, donde a las 2 y media de la tarde debió enfrentar a las baterías argentinas que ya estaban dispuestas para la lucha:

“A las dos y media, las granadas empezaron su efecto al caer y en diez minutos más ya teníamos los tres cañones y los cohetes en pleno fuego. Este fue contestado con los cañones más bajos de las baterías con balas redondas hasta que llegamos a la parte más angosta a unas doscientas cincuenta yardas, en que nos acribillaron a la vez con bala y metralla. En este tiempo los cañones estuvieron barriéndonos en una posición tal que no podíamos responder y solo estábamos en condiciones de hacer fuego a los cañones que teníamos de costado. Permanecimos así moviéndonos con dificultad, por lo menos de proa, durante veinte minutos, recibiendo el fuego de siete cañones de dieciocho libras, varios de los cuales hacían puntería sobre cubierta… Es algo sorprendente que no muriera ninguno de nuestros marineros. La única persona herida fue el capitán Austen que recibió un violento golpe en el muslo de una bala de cañón, ya sin fuerza. Claro está que el pobre buque salió bastante averiado…”


La llegada a Paraná y Goya. El regreso a Montevideo

Después de sortear San Lorenzo y llegada la corbeta a Paraná, se produjo el encuentro con navíos de la flota, entregándoles las provisiones y municiones transportadas a tal fin.

El 10 de abril la Alecto partió hacia el norte, para abastecer a los buques que iba encontrando en su marcha, llegando a Goya. Allí les llegó la noticia de la recuperación de la goleta Obligado ex Federal por una fuerza argentina al mando de Álvaro J. de Alzogaray [ ER 52 ], y el 6 de mayo se inició el regreso, para unirse con toda la escuadra para bajar por el Paraná con rumbo a Montevideo.


Las defensas de San Lorenzo

El problema de los comandantes de la flota combinada era ahora encarar y enfrentar las defensas que se habían dispuesto en San Lorenzo [ lugar conocido como Punta o Angostura del Quebracho cercano a San Lorenzo ], ya que ese sitio se había convertido en un embudo difícil de poder sortear y por lo tanto la batalla no podía ser evitada.

El día 12 se encontraron con el Lizard, “Supimos que el pobre Lizard había sufrido varios daños al pasar por San Lorenzo. Habían muerto dos oficiales y dos marineros y traían varios heridos. Todo era debido a la captura de la goleta Obligado, mandada con órdenes de hacer detener a todos los barcos e impedir que remontaran el río”.

El 16 se encontraron con las escuadras combinadas. Allí pudieron ver al buque inglés Harpy, que al pasar frente a las baterías de San Lorenzo había sufrido bastante y donde su comandante había resultado herido.

Este artículo continuará en el próximo número.

Convención Arana-Southern

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año XIV N° 53 - Diciembre 2019 - Pag. 13  

Juan Manuel de Rosas


Convención para restablecer las perfectas relaciones de amistad entre la Confederación Argentina y S. M. B.

El Exmo. Sr. Gobernador y Capitán General de la provincia de Buenos Aires, Encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina, y Su Majestad la Reina de la Gran Bretaña, deseando concluir las diferencias existentes y restablecer las perfectas relaciones de amistad, en conformidad a los deseos manifestados por ambos gobiernos; y habiendo declarado el de S. M. B. no tener objetos algunos separados, o egoístas en vista, ni ningún otro deseo que ver establecidas con seguridad la paz e independencia de los Estados del Río de la Plata, tal como son reconocidas por tratados, han nombrado al efecto por sus plenipotenciarios, a saber:

S. E. el Sr. Gobernador y Capitán General de la provincia de Buenos Aires, al Ministro de Relaciones Exteriores, Camarista Dr. D. Felipe Arana; y S. M. la Reina de la Gran Bretaña al Exmo. Sr. Ministro Plenipotenciario nombrado por S. M. cerca del Gobierno de la Confederación, caballero D. Henrique Southern; quienes después de haberse comunicado sus respectivos plenos poderes, y hallándolos en buena y debida forma, han convenido lo que sigue:

Artículo 1° Habiendo el gobierno de S. M. B., animado del deseo de poner fin a las diferencias que han interrumpido las relaciones políticas y comerciales entre los dos países, levantado el día 15 de Julio de 1847, el bloqueo que había establecido en los puertos de las dos repúblicas del Plata, dando así una prueba de sus sentimientos conciliatorios, al presente se obliga con el mismo espíritu amistoso, a evacuar definitivamente la isla de Martín García, a devolver los buques de guerra argentinos que están en su posesión, tanto como sea posible, en el mismo estado en que fueron tomados, y a saludar al pabellón de la República Argentina con veintiún tiros de cañón.

2° Por las dos partes contratantes serán entregados a sus respectivos dueños todos los buques mercantes con sus cargamentos tomados durante el bloqueo.

3° Las divisiones auxiliares argentinas, existentes en el Estado Oriental, repasarán el Uruguay cuando el gobierno francés desarme a la legión extranjera, y a todos los demás extranjeros que se hallen con las armas y formen la guarnición de la ciudad de Montevideo, evacúe el territorio de las repúblicas del Plata, abandone su posición hostil, y celebre un tratado de paz. El gobierno de S. M. B., en caso necesario, se ofrece a emplear sus buenos oficios para conseguir estos objetos con su aliada la República Francesa.

4° El gobierno de S. M. B. reconoce ser la navegación del Río Paraná una navegación interior de la Confederación Argentina y sujeta solamente a sus leyes y reglamentos; lo mismo que la del Río Uruguay en común con el Estado Oriental.

5° Habiendo declarado el gobierno de S. M. B. "quedar libremente reconocido y admitido que la República Argentina se halla en el goce y ejercicio incuestionable de todo derecho, ora de paz o guerra, poseído por cualquiera nación independiente; y que si el curso de los sucesos en la República Oriental ha hecho necesario que las potencias aliadas interrumpan por cierto tiempo el ejercicio de los derechos beligerantes de la República Argentina, queda plenamente admitido que los principios bajo los cuales han obrado, en iguales circunstancias, habían sido aplicables, ya a la Gran Bretaña, o a la Francia"; queda convenido que el Gobierno Argentino, en cuanto a esta declaración, reserva su derecho para discutirlo oportunamente con el de la Gran Bretaña, en la parte relativa a la aplicación del principio.

6° A virtud de haber declarado el Gobierno Argentino que celebraría esta Convención, siempre que su aliado el Exmo. señor Presidente de la República Oriental del Uruguay, Brigadier D. Manuel Oribe, estuviese previamente conforme con ella, siendo esto para el Gobierno Argentino una condición indispensables en todo arreglo de las diferencias existentes, procedió a solicitar el avenimiento de su referido aliado, y habiéndolo obtenido, se ajusta y concluye la presente.

7° Mediante esta Convención, queda restablecida la perfecta amistad entre el Gobierno de la Confederación y el de S. M. B., a su anterior estado de buena inteligencia y cordialidad.

8° La presente Convención será ratificada por el Gobierno Argentino a los quince días después de presentada la ratificación del de S. M. B., y ambas se canjearán.

9° En testimonio de lo cual los Plenipotenciarios firman y sellan esta Convención.

En Buenos Aires, a veinte y cuatro de Noviembre del año del Señor mil ochocientos cuarenta y nueve.

(L. S.) Felipe Arana.

(L. S.) Henrique Southern.


La Convención Arana-Southern

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año XIV N° 53 - Diciembre 2019 - Pags. 1 a 12 

1849 – 24 de noviembre – 2019

La Convención Arana – Southern

Otra victoria de la diplomacia argentina

Por Norberto Jorge Chiviló

Convención Arana-Southern
Rosas. Óleo sobre cobre de Cayetano Descalzi


“Yo quiero una Nación como aquella que ya existió, como aquella de 1848, 49, 50, cuando las más poderosas potencias del mundo, Inglaterra y luego Francia, una con Southern, la otra con Lepredour, firmaron con Arana, con Juan Manuel, los tratados más honrosos de la historia argentina. Yo quiero una Nación como aquella en la que un día todo el pueblo porteño fue convocado al puerto, y ante ese pueblo de varones y mujeres fuertes, entró en la rada la fragata inglesa Sharpy (1), arrió el pabellón inglés, enarboló el pabellón argentino y lo saludó con veintiún cañonazos. Esa Argentina de señores, que obligaba a un trato de señores a los poderosos de la Tierra”. Jordán Bruno Genta.


El 24 de noviembre ppdo. se cumplió el 170° aniversario de la firma de la Convención Arana-Southern suscripto entre la Confederación Argentina y el Reino Unido, que puso fin a la intervención inglesa iniciada a mediados del año 1842.


Antecedentes. Situación en el Uruguay

Podemos decir que los antecedentes históricos que finalizaron con la firma de la mencionada Convención, se originaron quince años antes en el Estado Oriental del Uruguay.

El general Fructuoso Rivera fue el primer presidente constitucional del país hermano, quien encabezó un caótico gobierno, cuya cabeza estaba en un grupo de familiares (cuñados y concuñados), conocidos como “Los cinco hermanos”, vinculados al antiguo partido proportugués y proimperial, quienes eran los que efectivamente conducían al país con una total ineficacia administrativa y un grado importante de desorden y corrupción.

El 1° de marzo de 1835, el general Manuel Oribe, fue elegido por unanimidad de las cámaras para sucederlo como el nuevo presidente, quien se encontró con un Estado desorganizado, con muchas irregularidades cometidas por la administración anterior. Encabezó un gobierno de servicio a la sociedad, destacando a su administración por lo austero en gastos y de saneamiento de las finanzas públicas y además con un marcado sesgo progresista.

Juan Manuel de Rosas
Vista general de Montevideo. Acuarela de Adolphe d’Hastrel.  

A fines de marzo de 1838, con diversos pretextos se inició en el Río de la Plata la intervención francesa, con el bloqueo al puerto de Buenos Aires y todo el litoral de la Confederación Argentina (ER 6, 8, 46).

Los franceses le solicitaron a Oribe poder utilizar el puerto de Montevideo como base naval, a lo que el presidente se negó por razones de neutralidad, se acercaron entonces a “don Frutos”, como popularmente se llamaba a Rivera, quien simpatizaba con ellos, el que a su vez contaba con la ayuda del importante grupo de argentinos unitarios que se habían radicado en Montevideo y que eran muy activos en la conspiración no solo contra quien dirigía la Confederación Argentina, Juan Manuel de Rosas, sino también contra el legítimo presidente Oribe, ya que éste por su concepto de neutralidad también se oponía a aquellas actividades contra un gobierno amigo, como lo era el argentino. Además Rivera estaba en contacto con grupos riograndenses (Rio Grande do Sul), quienes querían independizarse del Imperio del Brasil y ello podría ocasionar al gobierno de Oribe problemas o fricciones con el Imperio, que el gobierno quería evitar. Oribe pretendía mantenerse al margen en todas estas cuestiones. 

Los problemas entre el presidente uruguayo y su antecesor, venía de años antes. La clausura de un periódico unitario editado en Montevideo que atacaba a Rosas, generó la protesta de Rivera; la supresión primero de la Comandancia General de Campaña a cuyo frente se encontraba Rivera y la reposición más tarde de dicha Comandancia, poniendo al frente de la misma a su hermano Ignacio Oribe, fue otro motivo que molestó al expresidente; además se publicaron las conclusiones de una comisión investigadora sobre la administración del gobierno riverista que dejaron al descubierto casos de corrupción y mala administración, presentándose 174 cargos contra los exfuncionarios y ello fue la gota que colmó el vaso. Rivera consideró todo ello como insultante y se alzó en armas contra el gobierno constitucional, originándose una revolución que tuvo lugar en la localidad de Durazno el 18 de julio de 1836, iniciándose la guerra civil (2). Ello produjo importantísimas consecuencias en ese momento, no solo en ambas márgenes del Río de la Plata, sino también años después en Paraguay y Brasil. Debemos decir también que las dos grandes potencias de la época, Inglaterra y Francia no fueron ajenas a esos hechos, por lo que veremos más adelante.

En la batalla que se desarrolló en las costas del arroyo Carpintería, en Durazno, que tuvo lugar prácticamente dos meses después de iniciada la revolución, Rivera fue totalmente vencido y debió buscar refugio en el Brasil.

Partido Blanco
Divisa de los blancos

En esa batalla cada fuerza usó una divisa para distinguirse del enemigo. Las tropas oribistas usaron una divisa blanca con el lema “Defensor de las Leyes”, bordado en letras azules, mientras que los riveristas las usaron coloradas, cortada de los forros de los ponchos que eran de ese color, ya que la divisa celeste adoptada al principio, desteñía y se convertía en blanca. A partir de ese momento, los oribistas fueron los “blancos” y los riveristas los “colorados”, dando así origen a los dos partidos tradicionales de la política uruguaya: el Partido Blanco (llamado años después Nacional) y el Partido Colorado, los que subsisten hasta la actualidad. Por ello Oribe y Rivera son considerados respectivamente como los fundadores de estas agrupaciones políticas.

Al año siguiente, Rivera volvió a invadir su país con la ayuda de tropas de los “farrapos” riograndenses (3), y después de varios encuentros, se impuso en la batalla decisiva de Palmar el 15 de junio de 1838 y dueño de la campaña, puso sitio a Montevideo. Además, los franceses que estaban bloqueando el puerto de Buenos Aires tomaron intervención directa en el conflicto uruguayo a favor de Rivera y contra las fuerzas oribistas, desarmando a la flotilla oriental que se encontraba al mando del Almirante Guillermo Brown, luego tomaron por la fuerza, junto a fuerzas riveristas la isla Martín García –octubre de 1838, denodadamente y valientemente defendida por las fuerzas argentinas al mando del teniente coronel Gerónimo Costa y el mayor Juan Bautista Thorne (ER 8).

Así, Oribe se encontró en una crítica situación, ya que sus fuerzas habían sido vencidas y diezmadas en Palmar, Montevideo se encontraba sitiada, su flotilla había sido desarmada y los franceses que se habían adueñado del Río de la Plata y del mar, amenazaron con bombardear la ciudad capital. 

La situación del presidente se hizo insostenible y ello derivó en la presentación de una carta ante la Asamblea el 24 de octubre, que no viene al caso comentar ahora si se trataba de una renuncia o pedido de licencia temporal, por lo cual dejaba su cargo.

Cinco días después, trasladado en un navío inglés, Oribe desembarcó en Buenos Aires, acompañado por 300 soldados y colaboradores, siendo recibido por Rosas como presidente constitucional. 

Mientras tanto los primeros días de noviembre Rivera entró en Montevideo tomando el poder político “de facto”, en el carácter de dictador y el 1° de marzo de 1839, fue nombrado como “presidente constitucional” del Uruguay, no siendo reconocido como tal por Rosas, quien consideraba que el verdadero presidente constitucional seguía siendo Oribe. 

Una de las primeras medidas del segundo “gobierno” de Rivera, fue declarar la guerra a la Confederación Argentina, con lo cual no solo se metía de lleno en la guerra civil argentina, sino también en el conflicto francoargentino, ese hecho significó el inicio de lo que se llama la “Guerra Grande” en la historia uruguaya. 

Las intrigas de unitarios, riveristas y franceses contra el gobierno argentino, se hicieron sentir. A fines de diciembre el gobernador de Corrientes, coronel Genaro Berón de Astrada, se puso a negociar con los franceses y separó a su provincia de la Confederación Argentina, e instó a los otros gobernadores a retirarle a Rosas el manejo de las relaciones exteriores, firmando además una alianza con Rivera declarando la guerra al gobierno de Buenos Aires. Pero en la batalla de Pago Pargo –cerca de Curuzú Cuatiá fue derrotado y muerto por las fuerzas federales del gobernador entrerriano Pascual Echagüe quien apoyaba al gobierno central, quien en su ejército también contaba con la ayuda de “blancos” uruguayos. Luego de esta victoria y para combatir a Rivera, invadió el Uruguay, pero fue vencido por éste en la batalla de Cagancha a fines de diciembre de 1839.

En junio, en Buenos Aires, había sido descubierta una conspiración contra Rosas, que fue desbaratada y su cabecilla el coronel Ramón Maza, fue fusilado.

En el sur de la provincia, en los pueblos de Dolores y Chascomús a fines de octubre y principios de noviembre, se produjo un levantamiento de los hacendados, quienes se consideraron perjudicados económicamente por el bloqueo francés, pero fueron vencidos y dispersados y muchos de ellos trasladados a Montevideo por navíos franceses, incorporándose posteriormente al ejército lavallista (ER 13).

Mientras ello ocurría, el nuevo gobernador de Corrientes Pedro Juan Ferré –octubre de 1839– alentado por Rivera, declaró la guerra a Rosas y puso el ejército correntino al mando del general Lavalle,  quien invadió Entre Ríos en febrero de 1840 para desalojar del poder al gobernador Pascual Echagüe, que en el Litoral era importante aliado del gobernador de Buenos Aires y si bien lo venció en la batalla de San Cristóbal, Echagüe pudo mantener intacta la infantería y la artillería de su ejército, quien tres meses después tomó desquite derrotándolo en la batalla de Sauce Grande. Posteriormente Lavalle embarcó con su ejército en barcos franceses y en vez de retroceder hacia Corrientes se dirigió a Buenos Aires, con la intención de derrotar a Rosas. Así Lavalle, literalmente le “robó” el ejército a Ferré, mientras Echagüe se reorganizaba, para invadir nuevamente a Corrientes. Ante esa peligrosa situación, Ferré le encargó al general José María Paz la organización de un nuevo ejército y firmó un nuevo acuerdo con Rivera.

Lavalle una vez desembarcado en las costas de la provincia de Buenos Aires cerca de San Pedro, marchó hacia la ciudad de Buenos Aires con la intención de derrotar a Rosas, pero no encontró el apoyo que creía que tenía en la opinión pública y en la población, sino que solo encontró indiferencia y el rechazo de los bonaerenses que seguían siendo fieles a Rosas. Llegó hasta el pueblo de Merlo, que se encontraba prácticamente a pocas leguas de Buenos Aires, pudiéndose ver desde allí las cúpulas de las iglesias de la ciudad. Pero Rosas lo esperaba al frente de un poderoso y disciplinado ejército en los Santos Lugares de Rosas (actual localidad de San Andrés, Partido de General San Martín), para dar batalla. Lavalle al frente de una fuerza indisciplinada (ver testimonio del general Tomás de Iriarte en ER 17), no se animó a seguir avanzando y decidió dirigirse al norte, para unirse a Gregorio Aráoz de Lamadrid y a varios gobernadores contrarios a Rosas que se habían organizado en la “Coalición del Norte”.

Rosas, entonces dio el mando del ejército al general Oribe, secundado por el general Ángel Pacheco, con la misión de perseguir y derrotar a Lavalle y a la oposición unitaria y liberar el norte de fuerzas unitarias, cumpliendo el general oriental con creces lo que se le había ordenado, ya que no perdió pisada a Lavalle y logró notables triunfos sobre los ejércitos enemigos.

En su marcha hacia el norte, Lavalle ocupó Santa Fe, al mismo tiempo que Echagüe el gobernador entrerriano invadía nuevamente Corrientes para enfrentarse con Ferré, pero la ocupación de Santa Fe por fuerzas unitarias atemorizó a Echagüe, quien retrocedió nuevamente hacia su provincia.

Mientras tanto el 29 de octubre de 1840 se firmó entre la Confederación Argentina y Francia la Convención Arana-Mackau, que puso fin al conflicto por la primera intervención francesa en el Plata, siendo esto un claro triunfo diplomático indiscutible de nuestro país (ER 17).

En su huida al norte, Lavalle se enteró de la firma de ese tratado, lo que hizo más penosa su situación, no solo anímica, sino también material. 

El 28 de noviembre de 1840, fue derrotado por Oribe en Quebracho Herrado, al este de Córdoba. El jefe unitario después de su derrota siguió su marcha hacia el norte, tratando de unir su ejército con el del general Lamadrid, seguido siempre por las fuerzas federales al mando de Oribe, quien no le perdía pisada. El ejército federal derrotó en varias batallas a ambos jefes unitarios. 

Guillermo Brown

Defensa del bergantín goleta “Montevideana” en la ensenada el 25 de mayo de 1841 a las 12 del día contra la Escuadra Argentina mandada por el Almirante Brown, bergantines San Martín, Belgrano, Echagüe y bergantín goleta Vigilante Fco. S. Martín. Óleo sobre lienzao de 38 x 63 cm. autor anónimo

En circunstancias poco claras, Lavalle perdió la vida encontrándose en San Salvador de Jujuy el 9 de octubre de 1841, las fuerzas de lo que quedaba de su ejército huyeron por la Quebrada de Humahuaca rumbo a Tarija en Bolivia, llevándose el cadáver de su jefe, para evitar la profanación que hubieran sufrido esos restos en caso de caer en manos de los federales.

En el Litoral, la situación se agravó para el gobierno de Rosas, con una alianza entre Santa Fe y Corrientes y los acuerdos alcanzados entre esta última y el Paraguay. Paz logró formar un nuevo ejército correntino bien instruido y disciplinado, con el cual derrotó completamente a Echagüe en Caaguazú el 28 de noviembre de 1841 que había penetrado en el sur de la provincia. En esa importante batalla, Paz puso en evidencia su inteligencia, su estrategia y su táctica militar muy superior a la de su enemigo. Después de esa victoria, penetró en Entre Ríos y se hizo designar gobernador de la provincia.

Rivera también desde el Uruguay ingresó en esta provincia, pero tanto él como Ferré recelaban de Paz, pero el recelo mayor estaba en Ferré ya que le quitó el mando del ejército, por lo que Paz al frente de solamente 100 hombres y desalentado, se retiró a la Banda Oriental, buscando la protección de Rivera.

Habiendo vencido a Lavalle y a Lamadrid en el norte, y quedando libre ese territorio de fuerzas enemigas, Oribe se decidió a combatir a las fuerzas unitarias que estaban en Entre Ríos y Corrientes. Después de cruzar el río Paraná, por Entre Ríos, se dirigió hacia el este donde el 6 de diciembre de 1842, se enfrentó a Rivera y a Ferré en la batalla de Arroyo Grande en la provincia de Entre Ríos, derrotándolos totalmente en una de las batallas más importantes libradas hasta entonces, por la cantidad de combatientes y de muertos (4). El derrotado Rivera, huyó precipitadamente del campo de batalla y cruzando el río Uruguay, se dirigió hacia Montevideo, siendo perseguido por las tropas de Oribe. Corrientes volvió al seno de la Confederación Argentina.

Fructuoso Rivera
Fructuoso Rivera (Izq.) - Manuel Oribe (Der.)

El sitio de Montevideo

Así en 1843, Oribe regresó al Uruguay al frente de un importante ejército argentino-uruguayo, quedando todo el territorio oriental en sus manos, salvo Montevideo a la que puso sitio el 16 de febrero, reasumiendo la presidencia e instalando su gobierno en el Cerrito de la Victoria (denominándose a su administración como el “Gobierno del Cerrito”, en contraposición al “Gobierno de Montevideo” o “Gobierno de la Defensa”), desde donde prosiguió la guerra durante nueve años.

La ciudad hubiera caído en manos de Oribe y la paz hubiera vuelto a reinar en la Banda Oriental y la guerra con la Confederación también habría finalizado, si no hubieran existido los intereses de los extranjeros –entre ellos los emigrados unitarios argentinos que lo impidieron. En realidad, en la ciudad había muy pocos uruguayos ya que la mayoría de la población era extranjera, habiéndose formado distintos batallones según las nacionalidades de sus miembros, entre otros las llamadas “Legión francesa”, “Legión italiana”, “Legión Vasca”, “Legión argentina” (formada por los unitarios) y algunos batallones de negros o pardos y libertos, que se ocuparon de la defensa de la ciudad sitiada, organizada por el general unitario Paz, quien fue designado como comandante de la plaza.

Franceses e ingleses colaboraron de todas formas con los sitiados, ya sea con armas, dinero y toda clase de recursos. Debemos decir que sin esa ayuda, la ciudad poco hubiera resistido y el general Rivera hubiera perdido la guerra. Esa ayuda con el tiempo se haría más activa e importante a medida que la resistencia militar iba decayendo. 

¿Por qué tanto interés de los interventores en mantener la defensa de Montevideo? La derrota de Rivera hubiera significado un duro revés para la política de aquellas potencias, ya que tenían intereses políticos y comerciales y gran influencia en el gobierno del ilegítimo gobernante colorado. Inclusive Francia tenía interés en transformar el Uruguay en un protectorado francés.

Así la ayuda extranjera en Montevideo, hizo que la guerra se alargara. 

Bien lo destacó el Brigadier General José de San Martín años después, quien en una de sus cartas a su amigo Tomás Guido (ER N° 51) del 20 de octubre de 1845, además de condenar la intervención anglofrancesa, señaló lo inoportuna de la misma “cuando ya la guerra había cesado por falta de enemigos se interponen no ya para evitar males sino para prolongarlos por tiempo indefinido”. 

Asimismo señaló en otra de sus cartas que esa injerencia significaba un “insulto que se hacen a la América”.

Juan Manuel de Rosas

La mediación

El 30 de agosto de 1842, los embajadores de Francia e Inglaterra, conde Alejandro De Lurde y John Mandeville, ofrecieron su mediación para solucionar el conflicto entre el gobierno argentino a cargo de Rosas y el de Montevideo que apoyaba a Rivera. Rosas se negó a aceptar la mediación hasta tanto no fuera reconocido el general Oribe como el presidente legítimo del país hermano. En todas las tratativas que en futuro se llevarían a cabo entre los representantes de estas dos potencias y el gobierno de Rosas, éste se mostró inflexible en cuanto a ese reconocimiento, que consideró de fundamental importancia.

Estas dos potencias y no ya una como había ocurrido en 1838, trataron de acobardar y presionar al gobierno argentino para que firmara la paz, pues si caía Montevideo, ambas márgenes del Plata se encontrarían en manos de gobiernos amigos (el de Rosas y el de Oribe), lo cual dificultaría el control que de los ríos ambicionaban y pretendían tanto esas potencias.

En noviembre, esos agentes diplomáticos insistirán y alegarán que por la defensa de los intereses comerciales de sus súbditos en el Río de la Plata, podrían imponerles a ambos gobiernos la necesidad de recurrir a “otras medidas con el fin de remover los obstáculos que interrumpen ahora la pacífica navegación de los ríos”.

La respuesta argentina, fue cauta. A mediados de diciembre estos embajadores presentaron al gobierno argentino un verdadero ultimátum, haciéndole saber, que exigían la inmediata cesación de las hostilidades y el retiro a sus correspondientes territorios de las tropas beligerantes. Ello implicaba el desconocimiento del derecho que tenía nuestro país, de sostener las guerras necesarias para defender su propia conservación, como nación soberana, todo ello de acuerdo al derecho de gentes vigente. Pero no solo eso, el embajador británico, amenazaba directamente al gobernador Rosas, ya que “Si dudaba en aceptar, ello podría ser fatal para su gobierno y para él mismo”. Pero Rosas no era un gobernador fácil de ser amedrentado.

El 1° de abril de 1843, los hermanos José Joaquín Gregorio y Juan Madariaga, ingresaron a Corrientes desde Brasil con algunos hombres y con la ayuda de algunos oficiales, ocuparon toda la provincia, obligando al gobernador a huir hacia Entre Ríos. Luego de reunir una legislatura adicta, el primero de los nombrados se hizo nombrar gobernador y nuevamente levantaron la provincia en armas contra del gobierno nacional, invadiendo Entre Ríos, aprovechando que su gobernador Justo José de Urquiza –quien había reemplazado en el cargo a Pascual Echagüe se encontraba en Uruguay junto a Oribe combatiendo a Rivera.


El bloqueo naval a Montevideo

Convención Arana-Southern
Daguerrotipo de Brown
En uso de sus facultades como país beligerante, el 19 de marzo el gobierno argentino dispuso el bloqueo naval a Montevideo, de acuerdo a las leyes de la guerra de aquel momento, tal cual le correspondía a un gobierno soberano, lo que se hizo efectivo el 1° de abril por parte de la Escuadra al mando del almirante Guillermo Brown, la medida se aplicaría “para todo buque que conduzca artículos de guerra, carnes frescas o saladas y cualquier clase de consumos”, luego y ante el pedido de comerciantes ingleses, con los cuales el gobierno quería llevarse bien, excluyó a los buques “que viniesen  de ultramar”.

Los riveristas y la “Comisión Argentina” formada por los unitarios radicados en Montevideo, trataron de todas formas de influir sobre el comodoro John Brett Purvis, que era el jefe de la flota inglesa en el Plata, anclada en Montevideo, quien sin contar con el aval de su gobierno desconoció el bloqueo ejercido por la flotilla argentina, alegando con total soberbia que la Confederación no tenía el carácter de “potencia marítima para ejercer el derecho de bloqueo”, al mismo tiempo que se dirigió al jefe de la fuerza bloqueadora como “Mr. Brown, súbdito británico al mando de los buques de guerra del Gobierno de Buenos Aires”, haciéndole saber que no toleraría acto alguno de hostilidad sobre Montevideo, a la vez que amenazaba a todo súbdito británico de ser considerado “culpable de piratería y tratado como tal”, si agrediere a cualquier vasallo inglés.

Brown se vio obligado a devolver la isla de Las Ratas, en la cual había instalado un polvorín y Rosas tratando de evitar todo roce con la marina inglesa, primero porque consideró que Purvis no tenía el apoyo de su gobierno y que sus actitudes solo eran personales y segundo porque trató de evitar provocar un casus belli, es decir un acto de resistencia que pudiera llegar a motivar una guerra con Inglaterra, dio la orden a Brown, para el regreso a Buenos Aires de la escuadra argentina, a la espera de un pronunciamiento oficial del gabinete británico, sobre lo actuado por el comandante naval inglés.

Rosas tenía razón, ya que a principios de agosto Inglaterra reconoció el derecho de todo beligerante –en este caso a nuestro país a bloquear los puertos enemigos.

Al iniciarse setiembre se le ordenó nuevamente a Brown el bloqueo de Montevideo, pero hasta ese momento tanto Purvis como el comandante de la flota francesa, desembarcaron infantería y artillería, para mantener la ciudad que se encontraba sitiada por tierra por Oribe y el nuevo gobernador de Entre Ríos, Justo José de Urquiza.

A mediados de agosto había partido de Montevideo el doctor Florencio Varela, conspicuo miembro de la “Comisión Argentina” de unitarios en esa ciudad, hacia Europa para propiciar y ofrecer principalmente a Inglaterra y Francia la creación de un nuevo estado independiente entre los ríos Paraná y Uruguay, es decir sobre la Mesopotamia argentina (5). Volverá casi un año después, sin lograr su propósito, ya que ni Inglaterra ni Francia se pronunciaron sobre la intervención en el Plata, esas potencias no necesitaban consejos de auxiliares que les señalaran que es lo que tenían que hacer con respecto a sus políticas exteriores. Estos auxiliares solo les eran útiles cuando ellos lo creían conveniente y sólo para lograr sus fines. Son estas potencias las que le indicaban a los auxiliares lo que tenían que hacer y no al revés como creían estos iluminados unitarios.

Para que el lector comprenda también la gravedad de la situación por la que atravesaba la Confederación Argentina, ya que por un lado se encontraba en guerra contra Rivera y los unitarios de Montevideo, ayudados por las dos potencias más importantes, en el sur, Chile a instancia de un “prócer argentino”, otro conspicuo unitario pero residente en Santiago de Chile que formaba parte de otra “Comisión Argentina” pero en el país trasandino, procedió a la ocupación del estrecho de Magallanes el 21 de setiembre de 1843 con la fundación de Fuerte Bulnes (trasladado posteriormente a lo que hoy es la ciudad de Punta Arenas), lo que significó la pérdida de gran parte de nuestro importante territorio al oeste y al sur de la cordillera de los Andes (ER 24, 25). El “prócer” no era otro sino Domingo Faustino Sarmiento, que desde las páginas del diario El Progreso de Santiago de Chile, desarrolló a partir de 1842 toda una campaña para que el país en el cual residía, ocupara aquellas valiosas tierras, aprovechando que el nuestro se encontraba en guerra con Rivera y asediado por Francia e Inglaterra.

A principios de enero de 1845, se prohibió la entrada al puerto de Buenos Aires de barcos provenientes de las provincias de Corrientes y Paraguay, ya que sus gobiernos se declararon contrarios a la política seguida por el gobierno de Rosas, además el canciller argentino Felipe Arana, comunicó  a los diplomáticos extranjeros que a partir del 20 de febrero no se permitiría el tráfico entre Buenos Aires y Montevideo.

Por aquellos meses se publicó en los diarios The Times de Londres y Le Constitutionelle de París, “Las tablas de sangre” cuyo autor José Rivera Indarte (5), exiliado en Montevideo, acusaba en esas páginas al “tirano” de Buenos Aires de toda clase de atrocidades, crímenes e inmoralidades, que no sólo lo involucraban al mismo, sino también a sus padres, esposa e hija. Esta obra no era más que un libelo de baja estofa, muy bien pagada por la casa comercial inglesa Lafone & Co. concesionaria de la aduana de Montevideo, a quien beneficiaba la intervención europea y la resistencia de la ciudad. Esta “obra” sirvió a ingleses y franceses para justificar la intervención en el Plata alegando la defensa de los valores de la “civilización” y necesaria para “humanizar” estas pampas bárbaras, pero cuyo fin último, no era otra que lograr la libre navegación de los ríos para imponer la venta de productos manufacturados de Manchester, Liverpool y otros centros fabriles ingleses.

En la nota del 13 de febrero de 1845 del Canciller Arana al representante francés, afirmaba: “Libre e independiente la Confederación de todo poder extranjero, en cualquiera guerra que emprenda, tiene la libre elección de los medios para sostenerla, y puede fijar su calidad, cantidad y duración –consiguientemente elegir el bloqueo, como que es un derecho de guerra bien reconocido y admitido, sin que nadie pueda constituirse juez de tal derecho, ni poder decirle en justicia: ‘ese bloqueo no puede establecerse’ 

Carlos Morel
Combate de caballería en la época de Rosas. 1830. Óleo de Carlos Morel

Las misiones diplomáticas

En Francia el ministro François Guizot, informaba a su similar inglés Lord Aberdeen, que su país aceptaba intervenir junto a los ingleses en la cuestión del Plata. Para ello dispusieron motu proprio el envío de misiones diplomáticas con el objeto de “mediar” entre los gobiernos de Buenos Aires y Montevideo para lograr la paz.

El mediador además de tener autoridad moral para oficiar como tal, debe ser neutral con respecto a las partes enfrentadas en un conflicto a las que debe ofrecer soluciones para llegar a un avenimiento o solución entre ellas. 

Pero como veremos a continuación lo de “mediación” no era cierto, pues estas dos potencias estaban más que comprometidas con una de las partes en conflicto, esto es con el gobierno de Montevideo, por lo que lo actuado por ellas no condecía con el carácter que debe tener un mediador.

Como bien lo dice Saldías, “Una mediación es un buen oficio que admiten o no admiten los beligerantes, pero no una regalía o privilegio que se impone por la fuerza. Cualesquiera que sean los intereses en nombre de los cuales se ofrece la mediación, ellos están subordinados en el estado de guerra a los intereses supremos del Estado que la hace con arreglo a las leyes que a la guerra rigen; y aún en el caso de efectivos perjuicios originados a los neutrales  (Inglaterra y Francia), no se podía desconocer por medio de la fuerza los indiscutibles derechos que para terminar la guerra tenía uno o ambos beligerantes, cuyo carácter de tales se reconocía expresamente”.


La primera misión diplomática

En mayo y junio de 1845 llegaron a Buenos Aires, los representantes inglés y francés,  Mr. William Gore Ouseley y Antoine-Louis Deffaudís, Barón de Gros, integrantes de la primera misión diplomática, quienes se presentaron como  “mediadores” para tratar con el gobierno argentino el diferendo con Rivera, como ya había ocurrido años atrás, en 1842, vinieron invocando intenciones de paz y amistad. Pero ahora portaban instrucciones precisas de sus gobiernos y contaban con el respaldado de los comandantes de las flotas inglesa y francesa Alte. Samuel Hood Inglefield y Jean Bautiste Lainé, quienes se encontraban al frente de una poderosa fuerza combinada de 28 navíos, con casi medio millar de cañones y 4.700 combatientes. Esta era una extraña forma para afirmar que venían en búsqueda de “paz” y “amistad”.   

Las instrucciones que traían eran las de exigir el cese inmediato de las hostilidades contra el “gobierno legítimo de Montevideo” y el retiro de todos los ejércitos de la Confederación Argentina que se encontraban en el Uruguay y levantar el bloqueo de Montevideo, finalizar con el apoyo político y militar al general Oribe, como así también hacer cesar “las ofensas de todas clases que los extranjeros neutrales establecidos en aquellas latitudes se ven obligados a soportar”. Esas instrucciones no descartaban la posibilidad de iniciar acciones bélicas contra la Confederación Argentina, en caso de no surtir efecto las presiones a que sería sometido el gobierno argentino. Esas acciones bélicas podrían ser la toma de Martín García, el bloqueo de los puertos argentinos y de las dos márgenes del Plata, la ocupación de los ríos además de apoyar y auxiliar de toda forma a la plaza de Montevideo. También se preveía que se podría aprovechar la oportunidad para obtener la libre navegación de los ríos interiores, ya que “No hay duda que es ventajoso abrir al comercio europeo esos grandes canales fluviales que penetran al corazón mismo de Sud América…”

Las dos potencias actuaban de consuno en estas cuestiones sobre cómo actuar con respecto al gobierno argentino en estas cuestiones del Plata.

Ouseley, quien primero llegó, se presentó ante Rosas con sus cartas credenciales que lo acreditaban como nuevo embajador inglés en reemplazo de Mandeville y a los pocos días entregó al Ministro Arana un memorándum con las instrucciones que traía.

Rosas rechazó tales pretensiones, aduciendo que Oribe era el presidente legítimo del Uruguay y no Rivera que había terminado su mandato. 

Como condición sine qua non para negociar por parte del gobierno argentino una pacificación, debía ser reconocido el bloqueo de la flota argentina de los puertos de Montevideo y Maldonado, el reconocimiento como presidente del Gral. Oribe, que éste entrase en Montevideo, y que recién cuando manifestare no necesitar por más tiempo las fuerzas terrestres y navales argentinas, las mismas serían retiradas, se decretaría un perdón general para todos y se evitaría todo derramamiento de sangre. 

A mediados de junio, los dos embajadores solicitaron la suspensión de las hostilidades y al mismo tiempo tropas anglofrancesas desembarcaban en Montevideo, en refuerzo de la guarnición. 

Como el gobierno argentino, no se avino a estas exigencias los mediadores redoblaron su apuesta, exigiendo el 8 de julio que las tropas argentinas que auxiliaban a Oribe evacuaran el Uruguay y que se retirara de Montevideo la escuadra argentina que bloqueaba ese puerto. Además de invocar las instrucciones recibidas, justificaban ese pedido en tres razones: Que la intervención de Rosas en favor de Oribe, violaba los tratados de 1828 por el cual se reconoció la independencia de la Banda Oriental y el tratado Arana-Mackau de 1840; que esta guerra ocasionaba calamidades y que el comercio europeo y en especial el inglés se habían visto seriamente afectados.

El gobierno argentino se mostró molesto porque no se le había reconocido el derecho al bloqueo absoluto de los puertos de Montevideo y Maldonado, como lo había pedido como condición previa para negociar.

Simultáneamente, y viendo Rosas que los representantes de las dos potencias endurecían sus pretensiones, decidió encomendar a su cuñado el general Lucio Norberto Mansilla para preparar baterías en las costas norte de Buenos Aires y en Santa Fe en previsión de un ataque de la flota anglofrancesa, decisión que resultó acertada, según los acontecimientos que se sucederán meses después.

Como estos diplomáticos a pesar de la presión ejercida sobre el gobierno argentino, no obtenían los resultados que esperaban el 21 de julio entregaron cada uno un ultimátum redactados casi en iguales términos, y en ellos amenazaban en caso de no hacerse lugar a sus pretensiones, con el pedido de entrega de sus pasaportes, el de Ouseley decía así: “…En este estado de cosas, el imperioso deber del abajo firmado, como ordenado por sus instrucciones, en unión con S.E. el Sr. Enviado Francés, es pedir desde ahora al Sr. Ministro de Relaciones Exteriores, el que le expida sus pasaportes para el 31 de julio (día en que el paquete de S.M. dejará a Buenos Aires) si hasta aquella fecha S.E. no ha estado en capacidad de anunciarle, que el Gobierno Argentino ha expedido órdenes para asegurar el inmediato y entero alejamiento de sus tropas y fuerzas navales del territorio de la República del Uruguay…” (en similares términos estaba redactada el del encargado francés).

El ultimátum y el retiro de los agentes plenipotenciarios de Buenos Aires, hacia Montevideo con las consecuencia que ello podría ocasionar, produjo el rechazo de los ingleses y franceses residentes en Buenos Aires, quienes redactaron una nota enviada a los representantes de sus países, pidiendo el cese de la intervención extranjera en los asuntos de la Confederación. Este repudio y las consecuencias negativas sobre el comercio ejercido en la ciudad por los comerciantes de ambas nacionalidades, sería después bien explotado diplomáticamente por el gobierno de Rosas.

Con el embarque de estos plenipotenciarios hacia Montevideo, se puso fin a la misión Ouseley-Deffaudis.


El robo de la Escuadra y la evacuación de Martín García

Terminadas las presiones y amenazas, comenzaba la etapa de abierta intervención. De “mediadores” habían pasado a ser “interventores”.

A los dos días de la partida de los plenipotenciarios, el 2 de agosto se produjo lo que en la historia se llama “El robo de la escuadra” (ER 19). 

Ese día, mientras la escuadra de la Confederación se encontraba realizando los preparativos, desplegando velas para su zarpada hacia Buenos Aires, levantando el bloqueo de Montevideo, 25 buques de la flota anglofrancesa, abusando de su superioridad numérica, en forma artera y sin que existiera declaración de guerra alguna, abrieron fuego y rodearon a los 5 buques argentinos, los bergantines General San Martín y General Echagüe, la corbeta 25 de Mayo y las goletas Maipú y 9 de Julio, navíos estos que no pudieron hacer frente a la imprevista agresión, siendo tomadas como trofeo y repartidas, el San Martín y la 25 de Mayo para los franceses y las otras 3 para los ingleses. La tripulación de dichos navíos de nacionalidad inglesa y francesa, fueron obligados a embarcarse en los buques de la escuadra agresora, mientras que los oficiales y el resto de la tripulación fueron tomados prisioneros y enviados luego a Buenos Aires. Después estos buques son puestos al mando de Garibaldi, izándose en los mismos el pabellón uruguayo.

Previendo un hecho de esa naturaleza, Rosas había ordenado a Brown que volviera con la flota a Buenos Aires y no ofreciera resistencia a las naves apresadoras, lo cual provocó el enojo del almirante argentino, pero el gobernante argentino quiso evitar no solo dar motivo para la declaración de guerra por parte de aquellas potencias, sino también evitar una resistencia inútil que solo hubiera significado la masacre de las tripulaciones de los navíos argentinos, muchos de ellos franceses e ingleses quienes también servían en los mismos, atento la desigualdad de las fuerzas que se hubieran visto enfrentadas y teniendo en cuenta el número de las naves agresoras y el armamento moderno que llevaban. Rosas no era un improvisado y tenía otros planes.

Rosas dio la orden también de evacuar la isla Martín García, quedando en ella una dotación simbólica de veinte veteranos con la orden de destruir las balizas de acceso al puerto y de rendirse ante el ataque invasor.


Aumentan las agresiones 

El 1° de setiembre una flotilla de 16 buques al mando de Giuseppe Garibaldi, al servicio de los interventores, atacó la Colonia de Sacramento y dos días después junto a fuerzas anglofrancesas ocupó Martín García, enarbolándose el pabellón oriental.

Ante esos hechos de guerra, el gobierno argentino dio instrucciones a sus representantes diplomáticos ante el Reino Unido y el reino de Francia, Manuel Moreno y Manuel de Sarratea, para que exigiesen una reparación o de lo contrario solicitaran sus pasaportes, lo que equivalía a una ruptura de las relaciones diplomáticas.

Mientras tanto las agresiones iban in crescendo, Ouseley y Deffaudis, ya en Montevideo dispusieron el bloqueo de los puertos de la Confederación y de los que estaban en manos de Oribe. Tengamos en cuenta que el bloqueo es un acto de guerra, pero no había habido una declaración de guerra formal.

El 20 de setiembre Garibaldi saqueó Gualeguaychú, pero más tarde fue rechazado en Paysandú y Concordia, pero a fines de octubre Salto cayó en su poder. El argentino José Luis Bustamante, secretario de Rivera, dijo sobre esta acción de Garibaldi, que se comportó como un verdadero pirata: “saqueó Colonia y Gualeguaychú escandalosamente”.

También, con respecto a la intervención de las potencias en la defensa de Montevideo, Bustamante escribió: “…la guarnición (de Montevideo) fue reforzada con dos bizarros regimientos de infantería inglesa, y un cuerpo fuerte de tropas francesas: desembarcándose cañones y municiones de guerra de toda clase; y nada dejó por hacerse en ese sentido”. Como vemos estas dos potencias se sacaron sus caretas de mediadores para intervenir activamente en la guerra a favor del gobierno de Montevideo y sus aliados  unitarios argentinos. Montevideo quedó así bajo el total dominio de los interventores. 

Desde esa ciudad Ouseley también se dirigió a sus superiores de Londres, solicitándoles se le declarara la guerra a la Confederación Argentina.


La defensa del Paraná

Los interventores después de apoderarse de los navíos de la Escuadra de la Confederación, desconociendo la soberanía que le correspondía a nuestro país sobre nuestros ríos interiores, dieron otro paso más, el día 17 de noviembre ordenaron zarpar de Montevideo a la poderosa flota combinada para escoltar a más de cien barcos mercantes llenos de artículos manufacturados para remontar el Paraná y llegar a los puertos de Corrientes y el Paraguay, para vender sus mercaderías. Para decirlo con otras palabras más gráficas: forzando a cañonazos la navegación del majestuoso río. Semejante flota, nunca había sido vista en esta parte del mundo.

Cabe destacar y para aclarar a nuestros lectores que aquellas potencias como otras de Europa y de América, como por ejemplo, los casos de los Estados Unidos y  el Imperio del Brasil, no tenían sus ríos interiores abiertos a la libre navegación por navíos de otras potencias. La posición argentina era acorde al derecho internacional. 

Muchos historiadores de nuestro país, seguidores de la llamada “historia oficial”, justifican esa intervención y después lo harán cuando se produzca años después el Pronunciamiento de Urquiza, argumentando que Rosas no dejaba comerciar directamente a las provincias con otras potencias. La posición de Rosas era la correcta, ¿o acaso un barco argentino podía penetrar libremente por el Sena para comercializar productos en puertos franceses?, o internarse en el Támesis con iguales intenciones?

Ya en el comienzo de su navegación por el Paraná, la flota invasora fue “bien” recibida por las baterías nacionales emplazadas en la costa de la Vuelta de Obligado, cerca del pueblo bonaerense de San Pedro el 20 de noviembre de 1845.

El duro combate que se produjo, que lleva el nombre del lugar y que duró muchísimas horas ocasionó centenares de muertos y heridos principalmente en las fuerzas argentinas, debido al gran poder de fuego y lo moderno del armamento enemigo, pero no obstante tampoco los invasores se la llevaron de arriba, ya que debieron permanecer en el lugar cuarenta días para reparar las naves por los daños ocasionados por la artillería argentina y también tuvieron bajas considerables.

Si bien los anglofranceses pudieron sortear el obstáculo que obstruía el paso de la flota, consistentes en tres líneas de cadenas emplazadas sobre veinticuatro lanchones que fueron puestos atravesando el río de costa a costa y de vencer a las tropas al mando del general Lucio Norberto Mansilla, recién después de que estas agotaran las municiones, esa fue una victoria pírrica. La obstinada defensa argentina, les hizo sentir que este río tenía dueño y que no se podría navegarlo libre e impunemente y sin consecuencias como ellos creyeron en un primer momento (ER 4, 9, 17, 21, 41, 45).

Pocos días después de este combate, Rosas decretó el 27 de noviembre que todo barco extranjero que navegare por el Paraná sería considerado pirata y tratado como tal.

La defensa argentina, se hizo sentir de allí en más durante todo el trayecto remontando el río hasta Corrientes y el Paraguay, ya que la artillería volante, persiguiendo a la flota, les hizo fuego en todo recodo del río, demostrándoles que la navegación no podía realizarse sin sufrir las consecuencias. Pero lo peor para la flota vino después, en su viaje de regreso hacia Montevideo, ya que el Paraná se convirtió en un verdadero callejón sin salida, provocando el desconcierto de los invasores, quienes no sabían cómo salir de tal atolladero. Tampoco, económicamente les fue bien a los comerciantes en Corrientes y Paraguay ya que no pudieron vender toda la mercadería transportada, por lo cual los buques mercantes bajaron por el Paraná con sus bodegas repletas de enseres y bienes. La expedición había sido un fracaso.

Durante todo el viaje de vuelta, la flota invasora fue atacada en cada oportunidad que se pudo, de la misma forma que lo había sido en la ida y así como fue bien “recibida” en Obligado, también fue bien “despedida” en la Angostura del Quebracho, cerca del actual puerto San Martín, cercano pocos kilómetros del Convento de San Lorenzo, el día 4 de junio de 1846, donde la infantería y artillería argentina tuvieron otro día de gloria, batiendo eficazmente a los anglofranceses y los derrotaron, ocasionándoseles no solo numerosas bajas humanas, sino dañando a navíos de guerra y mercantes, con pérdida de mercaderías (ER 19, 40). La flota regresó con pena y sin gloria, como lo dijo el historiador Jorge Perrone.

Todos los acontecimientos de enfrentamientos ocurridos principalmente en Acevedo, Vuelta de Obligado, Tonelero, San Lorenzo, La Atalaya y Punta del Quebracho, por nombrar a los conocidos y de mayor trascendencia, son hitos que jalonaron la llamada Guerra del Paraná, que constituyeron una victoria para las armas nacionales,  con una culminación poco menos de tres años y medio después con la firma de la paz de Obligado o Convención Arana Southern, como veremos más adelante.

Nuestros antepasados, con los pocos medios a su alcance, demostraron como lo afirmó el Padre de la Patria, que los argentinos “no son empanadas que se comen sin más trabajo que abrir la boca”.

Estos hechos de armas favorables a nuestras fuerzas repercutieron en Europa y América, donde la prensa se ocupó de ellos y personalidades como el Brigadier General San Martín (ER 50 y 51) y el escritor chileno Andrés Bello (ER  25), reconocieron los méritos de las fuerzas nacionales y del gobernante argentino. Incluso hubo unitarios como el coronel Martiniano Chilavert, quién conmovido por la defensa en Obligado, pidió la baja del ejército unitario y sumó su espada al ejército nacional.

Después de todos esos acontecimientos, la flota no se animó más a intentar penetrar en el Paraná.

Los primeros ministros británicos y francés: Aberdeen y Guizot, viendo que con la intervención militar no habían obtenido ningún resultado positivo, decidieron modificar la posición y ya en febrero de 1846 Aberdeen le escribía a Ouseley que “no emprendieran nuevas agresiones contra un gobernante con el que hemos llevado amistosas relaciones y un ventajoso comercio durante muchos años”. 

Entre las instrucciones que había recibido Ouseley antes de partir hacia Buenos Aires y estas nuevas, había una evidente contradicción que fueron destacadas por la oposición en Inglaterra. El 23 de marzo de 1846 el Vizconde Palmerston, en la Cámara de los Lores, manifestaba lo siguiente: “Todos sabemos que el comercio inglés ha sufrido considerablemente con motivo de las medidas adoptadas por el gobierno inglés para poner término a la guerra entre Buenos Aires y Montevideo. El lenguaje del gobierno cuando se le ha interrogado sobre estos negocios ha sido la paz; pero los actos de nuestras autoridades en aquellos puntos han sido ciertamente actos de guerra. En primer lugar un bloqueo; en segundo lugar desembarcaron fuerzas inglesas en territorio argentino y asaltaron baterías; hubo después captura de buques de guerra argentinos, y un aviso para la venta de esos buques como  tomados en una guerra. Quiero saber, si estamos actualmente en guerra o no estamos con Buenos Aires, este hecho no se ha comunicado. Si estamos en paz con Buenos Aires ¿cómo pueden conciliarse esas medidas de guerra? ¿Las ha aprobado Su Majestad?”.

El 3 de julio de 1846 arribó a Buenos Aires el Agente Confidencial Caballero Thomas Samuel Hood enviado especial de Londres pero que también tenía la representación francesa. Seis días después, invitado por Rosas concurrió a la Plaza de la Victoria con motivo de la gran parada militar y desfile que se realizó para conmemorarse el 30° aniversario de la declaración de la independencia.

Hood, había sido cónsul en Montevideo y tenido buenas relaciones con Rosas y con Oribe y su designación fue prácticamente una desautorización a Ouseley y Deffaudís. A poco menos de diez días de desembarcado tuvo reuniones con Rosas, poniéndose de acuerdo en unas proposiciones de paz, muy favorables a la posición argentina, que también daba participación al presidente Oribe y que constituyeron las bases para una pacificación justa en el Plata.

Cuando Hood presentó ese acuerdo a Ouseley y Deffaudís, ambos lo rechazaron, porque estaban muy comprometidos con Rivera y los unitarios y rompieron sus relaciones con Hood, quien partió para Inglaterra a mediados de setiembre. Ya de regreso en Londres, y encontrándose al frente del Ministerio de Relaciones Exteriores lord Palmerston, manifestó el deseo del gobierno de no intervenir en el conflicto del Río de la Plata, mostrándose contrario a la intervención británica, como ya lo había manifestado en la Cámara de los Lores.


Otras misiones diplomáticas

Las potencias enviaron al Plata a dos nuevos representantes, en una nueva misión para encontrar la paz, por Francia vino el polaco Alexandre Florian Joseph Colonna, conde Walesky, hijo natural de Napoleón y de la princesa María Waleska (ER 45) y por Londres vino el irlandés John Hubar Caradoc, barón de Howden.

Llegaron a Buenos Aires en 1847 y eran dos experimentados diplomáticos para tratar con el que parecía un gobierno de un débil país lejano pero que resultó todo lo contrario. 

Estos representantes intentaron introducir algunas modificaciones al tratado propuesto con anterioridad por Hood, a lo que el gobierno argentino no accedió y por el contrario se mantuvo firme y formuló nuevas propuestas y les informó que “no reconocerá jamás el derecho de ninguna potencia transatlántica, a intervenir en cualquier forma que fuere, en los asuntos del continente, ya sea por hostilidad o protección”, sentando así un precedente importante en la diplomacia.

El conde Walewsky se entrevistó dos veces con Rosas, el 12 y 17 de junio y cada una de esas entrevistas duró varias horas, permaneció en Buenos Aires menos de dos meses y al no obtener resultados, pasó a Montevideo y luego regresó a Francia.

El barón de Howden, se enamorará de Manuelita Rosas, la hija del Gobernador, a quien sin éxito le propondrá matrimonio. Junto a Manuelita y una numerosa comitiva, entre los que también se encontraba el jefe de la flota británica y el Canciller Arana, el 31 de mayo visitó el campamento de los Santos Lugares de Rosas, (ER 14), donde se realizó una magnífica fiesta y se agasajó al visitante, donde hubo también ejercicios de las tropas federales, todo lo cual causó favorable impresión en el enviado inglés.  Es de aclarar que el inglés, vistió en la ocasión ropas de gaucho y utilizó un caballo de Rosas con recado y apero criollo.

En muestra de un gesto de buena voluntad, Rosas ofreció víveres frescos para la escuadra inglesa y un mes más tarde devolvió al comandante de la flota inglesa la bandera que había sido tomada en abril de 1846 por fuerzas al mando de Alzogaray a la goleta inglesa “Vuelta de Obligado”, exgoleta “Federal” (ER 52), como así también un cañón perteneciente a la misma. En reciprocidad los ingleses posteriormente devolvieron unos cañones de bronce que habían sido tomados en el Combate de Vuelta de Obligado. Como dice el dicho popular “Lo cortés no quita lo valiente”. 

Las negociaciones se desarrollaron con rapidez y a mediados de julio Lord Howden, se desentendió de los franceses y ordenó el levantamiento del bloqueo por parte de Gran Bretaña y el retiro de las tropas británicas de Montevideo. 

Después de haberse trasladado al Uruguay para acordar con Oribe los términos del armisticio, por el contrario se encontró con el rechazo por el otro plenipotenciario francés y del gobierno de Montevideo, ante lo cual se retiró del Plata. Howden declaró que “el Gobierno provisional de Montevideo rehúsa aceptar el armisticio que yo considero justo y razonable”. 

El 21 de marzo del año siguiente arribaron a Buenos Aires otros dos enviados plenipotenciarios, ellos eran Robert Gore y el barón de Gros, por Inglaterra y Francia respectivamente, en una nueva misión diplomática.

Previamente habían desembarcado en Montevideo negociando entre Oribe y las autoridades de la ciudad sitiada un armisticio provisorio, reconociendo la autoridad de Oribe, el desarme de las fuerzas extranjeras y otras condiciones que daban la impresión que eran un triunfo de la causa americana.

Rosas no estuvo de acuerdo porque los hechos de agresión franco británica no habían sido reconocidos y por lo tanto podrían quedar como aceptados por cuanto estos diplomáticos ahora se comportan como mediadores, cuando en realidad esas potencias habían sido interventoras, ya que tomaron parte activa en la guerra contra la Confederación Argentina y el gobierno legítimo del Uruguay, por lo cual tenían el carácter de beligerantes. No podía quedar como que se pactaba un armisticio entre el gobierno argentino y el gobierno de Montevideo por la mediación “generosa” de las dos potencias, sino que la paz debía ser firmada entre la Confederación Argentina y su aliado el gobierno de Oribe por una parte y por la otra Inglaterra y Francia, como países beligerantes, de lo contrario habría imposibilidad de todo arreglo. Así lo declaró el gobierno argentino el 8 de mayo: “Aceptarlos en el inadmisible carácter de mediadores, cuando los gobiernos de Inglaterra y Francia son interventores y se han reconocido a sí mismos como beligerantes en sus bases Hood, sería sancionar la intervención europea y sus consecuencias, de un modo inaudito, a la vez que el más funesto”. Rosas era hueso duro de roer.

Las tratativas volvieron a interrumpirse y el gobierno argentino reiteró la vigencia del decreto del 27 de agosto de 1845 en cuanto prohibía la entrada al puerto de Buenos Aires, de cualquier nave de las potencias interventoras, por cuanto “no se han dado satisfacción ni reparaciones de la agresión cometida por esos Estados”.

A mediados de junio Francia levantó también el bloqueo a la Confederación Argentina, manteniéndola a las costas uruguayas que estaban en poder de Oribe.

A fines de febrero  de 1848 una revolución producida en París, dio por tierra con la monarquía del rey Luis Felipe de Orleans, que había reinado durante dieciocho años, dando paso a la Segunda República. Personajes importantes del nuevo régimen como el poeta Alfonse de Lamartine se pronunciaron a favor de la Confederación Argentina y por el fin de la intervención armada. El embajador argentino en París Manuel de Sarratea, al presentar sus saludos a las nuevas autoridades, fue recibido por una doble fila de guardia militar de honor al grito de “Vive l’Argentine !”.

La figura de Rosas fue exaltada tanto en Europa como en América, donde los diarios y periódicos se refirieron a él con conceptuosas palabras.

En octubre de 1848 recaló en Buenos Aires un nuevo representante inglés, caballero Henry Southern y a principios de enero del año siguiente lo hará el almirante Fortunat Joseph Lepredour, designado por la Segunda República francesa.


La Convención Arana Southern

En mayo ambos representantes establecieron una convención preliminar de paz con la Confederación y el 24 de noviembre se firmó con el Reino Unido la Convención Arana-Southern, sobre las bases Hood. 

Después de ser ratificada por el Reino Unido, la Convención fue ratificada por Rosas el 10 de mayo de 1850. 

La Convención consta de una introducción y 9 artículos de los cuales 2 son de forma. 

En el 7° se dispone el cese de beligerancia entre los dos países quedando "restablecida la perfecta amistad entre el Gobierno de la Confederación y el de S. M. B., a su anterior estado de buena inteligencia y cordialidad”. Inglaterra se comprometió a evacuar la isla de Martín García y a la devolución de los buques de guerra argentinos que habían sido tomados y a saludar el pabellón argentino con veintiún tiros de cañón. Las tropas argentinas en operaciones en el Estado Oriental, recién retornarían a nuestro país cuando el gobierno francés desarmara a la legión extranjera y a los demás extranjeros que se hallaren armados en la plaza de Montevideo y procediera a la evacuación del territorio de las repúblicas del Plata y de la celebración de un tratado de paz. Se reconoció que la navegación del Paraná estaba solo sujeta a las leyes y reglamentos de la Confederación Argentina y el Río Uruguay, de igual manera en forma común con el Estado Oriental. Se reconoció también a nuestro país “el goce y ejercicio incuestionable de todo derecho, ora de paz o guerra, poseído por cualquier nación independiente”. Como lo venía sosteniendo desde el inicio del conflicto, nuestro país procedió a solicitar la conformidad de su aliado el general Oribe, para la firma de esta Convención.

La firma de este tratado de paz, significó una victoria diplomática de la Confederación, obtenida del país más poderoso de la tierra en ese momento.


El desempeño de Rosas en el conflicto

Por suerte para nuestro país, pues de no haber sido así graves hubieran sido las consecuencias de la doble intervención francoinglesa, Rosas era una persona de carácter obstinado, firme e inconmovible en sus convicciones, insistente en sus pretensiones y con una inteligencia no común, con un sentido de la realidad nacional e internacional digno de mención.

No era un gaucho “bárbaro” como algunos, ayer y hoy pretendieron y pretenden presentarlo, sino todo lo contrario.

Haber hecho frente a las dos potencias más importantes de su época, en una contienda que como lo manifestó San Martín “era de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de España”, que tenían un cuerpo diplomático de excelencia con una experiencia de cientos de años, que contaban con ejércitos y marinas de lo mejor que la complementaban y hacía que quienes no aceptaran de primera los dictados de sus diplomáticos, hicieran demostraciones de fuerza o directamente emplearan la misma sin ningún miramiento; potencias que se habían hecho valer en todas partes del orbe imponiendo términos y condiciones, no es un detalle menor. Esas potencias mandaron a sus diplomáticos más experimentados, para tratar con Rosas, al cual no pudieron doblegar.

Haber conseguido que esas potencias se sentaran en la mesa de negociaciones y trataran de “igual a igual” a nuestro pequeño país desconocido e ignorado en todo el mundo de entonces, y se avinieran a las pretensiones del gobierno argentino, el haber logrado importantes victorias sobre sus marinas en la Guerra del Paraná y haberle torcido el brazo con la firma de las Convenciones  Arana-Mackau, Arana-Southern y Arana-Lepredour, que son una página de honor en la historia diplomática argentina, son importantísimos logros que agigantaron la figura de Rosas, no solo en nuestra historia, sino en la historia contemporánea.

No debemos olvidar tampoco que Rosas tuvo el don de saber rodearse de personajes talentosos que lo secundaron y que siempre estuvieron a la altura de las circunstancias y que fueron el Camarista Felipe Arana, quien se desempeñó como brillante Canciller de la Confederación y los Ministros plenipotenciarios Manuel Moreno, acreditado en Inglaterra, Manuel de Sarratea en Francia, el general Carlos María de Alvear en Estados Unidos y el General Tomás Guido en la Corte del Imperio del Brasil. Con ese pequeño cuerpo diplomático se lograron victorias diplomáticas, que ningún otro gobierno argentino pudo siquiera igualar (7) y puedo asegurar, sin miedo a equivocarme, que tampoco ningún otro país pudo conseguir. Estoy atento a escuchar si alguien puede decir lo contrario y en ese caso, tiene las páginas de este periódico abiertas a su colaboración.

En ese éxito diplomático, también tuvo que ver la hija del gobernador, Manuelita, quien con su manera de ser, su simpatía y su cordialidad, supo ganarse la confianza de distintos representantes diplomáticos, que inclinaron la balanza a favor de nuestro país.

También se debe considerar como importantísima, para la solución del conflicto la actuación en Europa del Brigadier General José de San Martín, quien con su carta al cónsul argentino en Londres Mr. Dickson del 28 de diciembre de 1845, publicada en el The Mourning Chronicle de Londres el 12 de febrero siguiente y en el diario parisino La Presse el 22 de diciembre de 1949 y otra misiva dirigida al Ministro de Obras Públicas francés Jean Pier Bineau, el 23 de diciembre de ese año, leída en el Consejo de Ministros, tuvieron fundamental importancia y muy especialmente tenidas en cuenta por las autoridades de las dos potencias, atento a los conocimientos de quien las había escrito, para poner fin a la intervención en el Plata (ER 51).

Otro factor de vital importancia, fue el eficaz desempeño del ejército de la Confederación, manteniendo en alto el honor nacional y dando batalla allí donde fuera necesario sin medir fuerzas ni recursos, sin dar ni pedir tregua, rechazando las agresiones de las dos potencias interventoras y demás enemigos de la Confederación, secundando además la acción diplomática del gobierno.

No debemos olvidarnos tampoco de la prensa de nuestro país que posibilitó que la posición justa de la argentina fuera conocida en el mundo entero, inclinando muchas veces la opinión pública y de sectores importantes de la política de las potencias interventoras a favor de nuestros intereses. Debió confrontar especialmente con las publicaciones de Montevideo que eran muy activas en la lucha contra el gobierno de Rosas, que contaban con las importantes plumas del partido unitario principalmente los integrantes de la “Comisión Argentina”, difundiendo toda clase de “noticias” que mayormente eran difamaciones, acusando a Rosas y los federales de toda clase de crímenes, con un fin claramente propagandístico. Desde Buenos Aires, les rebatían desde La Gaceta Mercantil, Diario de la Tarde y el British Packet (diario publicado en inglés) principalmente.

Pero el 12 de junio de 1843, salió a la luz en Buenos Aires el Archivo Americano y espíritu de la prensa del mundo, conocido comúnmente como Archivo Americano, que Rosas puso bajo la dirección de Pedro De Ángelis (ER 18) y con quien estaba en permanente contacto. Esta publicación que fue editada hasta la derrota de Caseros, estaba redactada en tres idiomas: español, inglés y francés. Se distribuía por suscripción no solo en nuestro país, sino que también circulaba en ámbitos diplomáticos en todo el mundo, con artículos bien redactados, muchos con sustentos jurídicos de derecho internacional. Además reproducía artículos publicados por la prensa de Europa y América e incluso de Montevideo que se referían a la Confederación y su gobernante, muchas veces favorables a la posición argentina de las primeras de ellas y las contrarias eran rebatidas con sólidos fundamentos. Además desde sus páginas se daba a publicidad actos de gobierno, se publicaban notas diplomáticas, partes militares, etc. Esta publicación también tuvo destacada influencia en diversos medios de prensa de otros países, en la defensa de los intereses de la Confederación, sirviendo en la actualidad como una fuente en la cual quienes se interesen en nuestra historia podrán encontrar elementos que permitan comprender mejor los hechos ocurridos hace ya más de 170 años atrás.

Rosas no descuidó tampoco tener influencias en medios de prensa de otros países de América y de Europa, afines a la posición argentina, con quienes colaboró económicamente.

Si bien la formación intelectual de Rosas no fue como la tuvieron otros personajes de la época, ya que la suya en principio fue elemental, recibida en la escuela de Francisco Xavier de Argerich, aprendiendo lectura y escritura y las cuatro operaciones aritméticas, necesarias para poder desempeñarse en la administración de los campos de su familia, trabajo que comenzó a hacer muy jovencito. Tengamos en cuenta que cuando contaba con 13 años de edad intervino como voluntario en la Reconquista de Buenos Aires, siendo incorporado después como soldado al regimiento de milicias de caballería de Migueletes, por lo cual debió interrumpir sus estudios; al año siguiente intervino en la Defensa de la ciudad, destacándose en esos hechos históricos, reconocido por sus jefes y por Liniers en cartas remitidas a sus padres. Al poco tiempo y siendo adolescente, ya se dirigió hacia los campos de su familia para trabajar en ellos y ocuparse de su administración. Pero no por ello fue una persona bruta o inculta y desinteresada en su formación cultural, muy por el contrario, fue un autodidacta. Su cuidada caligrafía que se puede apreciar en sus cartas, como así el contenido y redacción de las mismas que en el curso de su vida dirigió a distintos personajes importantes, nos permiten ver a una persona sumamente culta y de sentido común. Sus conocimientos del derecho internacional, puestos de manifiesto en sus acotaciones formuladas en su correspondencia con el Canciller Arana, sobre las cuestiones internacionales y especialmente sobre las intervenciones extranjeras, como así también en las notas intercambiadas con De Ángelis por la redacción de artículos en el Archivo Americano, nos muestran a una persona con conocimientos profundos del derecho de gentes, producto de sus lecturas de obras de tratadistas famosos de la época, que provenían de la Biblioteca pública y que él solicitaba para leerlas y estudiarlas. 

Lo que él no sabía, se ocupaba de aprenderlo. No descuidaba detalle alguno. Era más que meticuloso y sobre todo de una voluntad inquebrantable y firme, como bien lo destacó San Martín, en la carta que le remitió a Rosas el 2 de noviembre de 1848, en la cual manifestaba su satisfacción al saber del levantamiento del injusto bloqueo por parte de los interventores, sin que el honor del país hubiera sufrido mengua alguna, le manifestó: “…que jamás he dudado que nuestra patria tuviese que avergonzarse de ninguna concesión humillante presidiendo usted a sus destinos; por el contrario, más bien he creído no tirase usted demasiado la cuerda de las negociaciones seguidas cuando se trataba del honor nacional”. Repárese en estas palabras: “no tirase usted demasiado la cuerda de las negociaciones”, nos da una idea acertada de la firmeza puesta de manifiesto por nuestro gobernante en las tratativas llevadas adelante con los embajadores de las potencias interventoras. 


Los interventores no tenían razón

Las argumentaciones de las dos potencias para intervenir en el Plata y pretender la libre navegación de nuestros ríos, no fueron válidas.

Lord Palmerston -primer ministro inglés- consciente de la sinrazón de la posición de Inglaterra y Francia de pretender navegar el río Paraná, en 1846 escribió al jefe del gobierno francés François Guizot: “Lo cierto es, si bien esto debe quedar entre nosotros, que el bloqueo francés y británico del Plata, ha sido ilegal desde el primer momento”.

El diplomático inglés William Gore Ouseley, comparó y reconoció lo ilógico que era “insistir sobre la libre navegación [del Paraná] que nosotros hemos rechazado en el caso del río San Lorenzo [en Canadá]”.

El representante norteamericano en Buenos Aires, Mr. Harris, vio bien claro y así escribió a su gobierno “Toda esta intervención ha sido tan extraña en la conducta internacional, que habrá de provocar la sorpresa y el asombro de cuantos en lo futuro hayan de examinar la historia… Es posible que jamás haya habido nada semejante en los anales todos de la diplomacia”.

Juan Manuel de Rosas
Negro. Infantería. Montevideo. Litografía de Adolphe D'Hastrel

El fracaso de las misiones diplomáticas

Las misiones diplomáticas enviadas desde Europa para tratar con el gobierno argentino, en cuanto quisieron imponer posiciones contrarias al derecho internacional, fracasaron.

En la Cámara de los Comunes, el diputado Benjamín Disraeli, quien era un influyente político británico, ante el fracaso en el Río de la Plata de la intervención armada y de las diversas misiones diplomáticas, así lo reconoció: “Hemos tenido desde seis años en aquellas aguas una fuerza de número inaudito, con resultados muy desfavorables… Hemos empleado seis enviados extraordinarios a aquellas partes del mundo, circunstancias sin precedentes en la diplomacia mundial, y creo que en este momento no hay la más leve apariencia de que Inglaterra obtenga ninguna clase de satisfacción”. Estas palabras expresadas por quien las dijo son una prueba irrefutable acerca de la magnitud de la victoria que se obtuvo con la firma de la Convención de 1849.


Palabras finales

El tema tratado daba para mucho más, pero se deberá tener en cuenta que las páginas que se disponen en este periódico son limitadas y por ello también la extensión de este artículo tuvo que ser adaptado a las mismas.

Por último, voy a transcribir las palabras del escritor Octavio Ramón Amadeo, integrante de la Academia Nacional de la Historia, quien escribió estos justos conceptos sobre Rosas en el libro Vidas Argentinas “Defendió como pocos su débil país contra la agresión extranjera. ¿Sería soberbia del déspota, poco habituado a la contradicción? Sería o no sería. No tenemos el derecho de pesar la proporción de egoísmo que existe en toda acción superior, ni la partícula de vanagloria que encierra un acto heroico. Defendió no sólo el honor sino también la integridad de su país con pericia enérgica; y fue él, quien mantuvo aquella decisión inquebrantable. Las dos naciones más fuertes de la tierra se inclinaron ante este minúsculo señor lejano, y al retirar Inglaterra sus tropas y sus naves, entre las que aún había algunas fragatas de Trafalgar y algunos soldados de Waterloo, los cañones de la Emperatriz de las Indias saludaron con 21 disparos de desagravio y homenaje a una humilde bandera, desconocida del mundo, pero no ignorada por ellos”.

Juan Manuel de Rosas
Carabinero de la guardia de Rosas. Litografía de Adolphe D'Hastrel

Notas

(1) En realidad fue la fragata HMS Southhampton, la que realizó el saludo, de acuerdo a la documentación publicada en Archivo Americano N° 21 del 16 de diciembre de 1850.

(2) En ese levantamiento, Rivera contó con la  ayuda del general argentino Juan G. Lavalle y de todo el grupo de emigrados argentinos unitarios radicados en Montevideo.

(3) Se llamaba “farrapos” al grupo político de Río Grande do Sul que quería lograr la independencia del Imperio. Fueron aliados de Rivera, pero éste un tiempo después los traicionó, arreglándose con el Imperio del Brasil.

(4) Una muestra de sagacidad por parte de Rosas y que tuvo como consecuencia la derrota de Rivera por parte de Oribe en esa batalla el 6 de diciembre de 1842, se originó en una conversación previamente preparada que el Gobernador tuvo con Antonino Reyes, en el que éste le hacía saber que Oribe se encontraba sin caballada y falto de armas y por eso no podía seguir operando. Esa conversación se desarrolló en presencia del embajador británico Mandeville, asiduo concurrente de la casa de Rosas, quien en conocimiento así de tal importante “novedad” la hizo saber de inmediato a Rivera quien se decidió a atacar a Oribe sin demora, creyendo en un fácil triunfo, llevándose el consiguiente chasco, siendo derrotado por su enemigo y debiendo huir hacia Montevideo (ver “¡Gaucho pícaro! ER N° 11). 

(5) Tiempo después el emperador del Brasil Pedro II, también envió a Europa a don Calmon du Pin y Almeida, vizconde de Abrantes, quien abogará por la intervención europea en el Río de la Plata. 

(6) Rivera Indarte era un personaje muy particular. Nacido en Córdoba en 1814, su familia se radicó en Buenos Aires, cuando él era niño. Fue expulsado de la Universidad por robar libros, fue readmitido, pero después por el robo de una corona a la Virgen y un intento de estafa a un militar, fue condenado a prestar servicio en las milicias, pero como no tenía aptitudes militares, se le conmutó la pena por el destierro por un año, radicándose en el Uruguay. Allí también tuvo problemas y fue expulsado, regresando a Buenos Aires en 1834. Se manifestó como un exaltado federal, escribiendo como tal artículos en numerosas publicaciones, fue autor del Himno a los Restauradores y del Himno a Rosas entre otras “obras”. Nuevamente se vio envuelto en escándalos y decidió abandonar Buenos Aires, recalando en Estados Unidos y luego de pasar por Río de Janeiro, se radicó definitivamente en Montevideo, donde fue conspicuo miembro de la “Comisión Argentina”. Allí se destacó ya como un exaltado unitario. Falleció en el Brasil en agosto de 1845. En fin, fue un personaje funesto y sin principios, de quien alguien nada afecto a Rosas, como lo fue Vicente Fidel López, dijo de él: “Intrigante, falso, perverso por constitución”.

(7) Si bien en el N° 45 de este periódico (pags. 8 y sgtes.) se destacó la buena intervención de la diplomacia argentina en la época del gobierno de Hipólito Yrigoyen con motivo del hundimiento de navíos mercantes de nuestro país por parte de la marina alemana durante la Primera Guerra Mundial y sin desconocer los méritos, tampoco creo puedan compararse.   


Bibliografía

ARCHIVO AMERICANO Y ESPÍRITU DE LA PRENSA DEL MUNDO, diversos números.

BRACHT Ignacio F. y BARRESE Rodolfo. La misión Ouseley-Deffaudis (1845-1847) durante la intervención anglo-francesa. Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. Colección estrella federal. Buenos Aires, 1993.

MUÑOZ AZPIRI José Luis. Rosas frente al imperio inglés. Ediciones Theoría. Buenos Aires, 1960.

O’DONNELL Pacho. La gran epopeya. Grupo Editorial Norma, Buenos Aires, 2010.

PERRONE Jorge. Historia de la Argentina. Editores Unidos. Buenos Aires, 1981.

SALDÍAS Adolfo. Historia de la Confederación Argentina. Librería “El Ateneo” Editorial, Buenos Aires, 1951.