REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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Con el diario Mayoría del miércoles 20 de noviembre de 1974, se publicó un suplemento de 80 págs. con motivo de la proclamación oficial del "Día de la Soberanía", de la sanción de la ley nacional 20768/74 disponiendo la repatriación de los restos de Juan Manuel de Rosas y de la ley sancionada por la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires, derogando la ley 139 del 28 de julio de 1857.
En dicho suplemento se han publicado artículos de diversos escritores e historiadores, que incluímos en este Blog.
Los colaboradores de Rosas
por Dardo Corvalán Mendilaharzu
ROSAS tomó para sí toda la responsabilidad emergente del
largo gobierno que realizó rodeado de los personajes más representativos de la
sociedad civil, religiosa y militar de Buenos Aires. Contó también con la
adhesión de las masas campesinas con las que concurrió en distintas
portunidades a sostener el orden establecido y el principio de autoridad que
consolidó durante sus gobiernos, interior y exteriormente en forma brillante y
honrosa.
Antonino Reyes |
Al frente de la escuadra de la Confederación se encuentra el
glorioso almirante Brown y en el ejército actúan desde el general Tomás Guido,
compañero de San Martín en la cruzada de los Andes, hasta los generales Rolón,
De Pinedo, Pacheco, Soler, Corvalán, el famoso coronel José Arenales, Balcarce,
el general Mansilla, que se cubrió de gloria en la Vuelta de Obligado, Thorne,
etc., etc. Fueron ministros de Rosas, don Manuel José García, del patriciado de
la primera hora, don José María Rojas y Patrón, el general Juan Ramón Balcarce,
el Dr. Anchorena, signatario del Acta de la Independencia. Contó en el exterior
con ministros como el general Alvear, el Dr. Manuel Moreno, el general Tomás
Guido, el Dr. Baldomero García. Tuvo en la Contaduría y Tesorería de la Nación
a señores del fuste de don Felipe de Ezcurra, don Victorino Fuentes, don Juan
José de Urquiza, y don Manuel V. de Lavalle.
Contó como asesores jurídicos, además de su prestigioso
ministro de Relaciones Exteriores, doctor Felipe Arana, a los Dres. Dalmacio
Vélez Sársfield, Lorenzo Torres, Eduardo Lahitte, y un asesor informante de la
cultura europea como el célebre don Pedro de Angelis, que en nada desmerece al
más encopetado del grupo unitario. Encontramos en la administración de Justicia
al doctor Vicente López, autor de la letra del Himno Nacional, quién ocupó
también en varias legislaturas una banca en la Cámara de Representantes, al Dr.
Roque Sáenz Peña, abuelo del ex Presidente, al Dr. Joaquín Campana, a don
Miguel de Riglos, etc.; en la policía, a Moreno y a don Bernardo Victorica; en
la Cámara de Representantes a los Yrigoyen, Obarrio, Sáenz Valiente, Unzué,
Zemborain, García Fernández, Leloir, Arrotea, Bilbao la Vieja, Baudrix,
Bustitillo, Escalada, de las Carreras, Chás, Senillosa, José Oromí, Guerrico,
Terrero, Zaraza, Victorica, Aldao, Goyena, Beascochea, Iraola, Pereyra, Lezica,
Blanco, Piñeiro, Peña, etc. vale decir todo lo más representativo y rancio de
la antigua sociedad. Es verdad que Rosas es el intérprete de ese sentimiento
que pedía garantías para los intereses rurales que no habían protegido los
gobiernos anteriores, moviéndose en el aire y en la impotencia, entre hombres y
ganados alzados, en la lucha entre gauchos e indios. El florecimiento
espiritual que representan con pretensión exclusiva los opositores a Rosas
encuentra terreno propicio en el ambiente de su época donde se estimula el
talento. Los versos, la música, las buenas maneras en general se cultivaron
entonces, y así vemos que las primeras composiciones de Echeverría se publican
en la “Gaceta” de Rosas; que la propia tradición musical del Himno se salva
entonces debido a la composición de Esnaola, Mármol es protegido del general
Guido, se incorpora a los estudios de filosofía con un permiso especial por no
tener aprobado su curso de latinidad. Don Juan María Gutiérrez fue diez años
empleado en el departamento topográfico y recibió gratis su grado de doctor,
por su talento, por su pobreza, y porque había quedado huérfano y al cargo de
numerosa familia. El Dr. Carlos Tejedor era hijo del alcalde de la cárcel y
como Gutiérrez fue dispensado al graduarse del pago de derechos. Don Vicente
Fidel López, el fulgurante detractor de Rosas, cursó el aula de jurisprudencia,
se vistió y alimentó con los emolumentos percibidos por su padre, don Vicente
López, del presupuesto de la Confederación presidida por Rosas. Rivera Indarte,
pasquinero de nota, a quien su condiscípulo López pinta de tan mala manera, fue
expulsado de la Universidad por ladrón, y lo reincorporó Rosas porque siendo
joven podía recomponer su honor. Alberdi terminó también sus estudios en la
Universidad, como el Dr. Avellaneda, que asumió luego la jefatura de la
Coalición del Norte y perdió su vida siendo degollado en Metán.
Me refiero a este núcleo luminoso, que con Cané y otros
pocos forman la constelación de los proscriptos, que fundaron sociedades
literarias y logias, conspiraron y fueron tolerados por Rosas aunque enlazaban
sus ideales políticos con las pretensiones extranjeras a cuyo servicio se pusieron
con sumisión escandalosa. Un buen día, tocados por la enferme dad del
Romanticismo que se introdujo al país el año 30, emigraron y se fueron a cantar
al extranjero sus imaginarias desventuras, a promover la caída “del tirano”,
mientras sus padres quedaban como Tejedor y López al servicio del “Gobierno del
terror”. Los núcleos que organizaron el Salón Literario de Sastre el año 37 y
la Asociación de Mayo, luego, que bajo la jefatura intelectual de Esteban
Echeverría produjo el Dogma Socialista, ¿qué bien reportaron al país? La
posteridad es la que recoge por fortuna el beneficio de esas inquietudes
juveniles. La orientación europea de sus predicaciones trajo lo que Sarmiento
dijo en una notable carta dirigida al Dr. García, el 1866: “la disolución
social”. El credo filosófico en contraste con la bárbara realidad argentina,
planteó para la vida y para la Historia la lucha más de nombres que de clases,
de cuyo seno ha salido formado el poder, sin el cual como lo expresa Alberdi,
es irrealizable la sociedad y la libertad misma es imposible.
Rosas realiza ese poder. Reacio a las innovaciones en un
país demasiado extenso, despoblado y bárbaro aún, trata de conservar lo que es
el patrimonio de la Nación: la tierra y la soberanía, sin cuyos preciosos
elementos nada nuestro se habría realizado.
Infatigable y minucioso en el trabajo no entrega siquiera el
país en deudas al exterior. Con una perspicacia extraordinaria adivina los
intereses extranjeros y cuida el honor de la independencia y la Nación
sustrayéndola de contractos que podrían
empequeñecerla; y cuando después del duro y largo ejercicio del poder lo
abandona por renuncia, frente al suceso de escaso significado militar que es
Caseros, deja al país formado. Con los hombres que gobernaron con Rosas, e
invocándose el tratado Litoral del año 31, se dicta la Constitución del 53,
sacándose ese ideal de las masas que, ha dicho Estrada, habían llevado su
sangre a las batallas de la Independencia, y entreveían que su inmolación las
llamaba a la igualdad política y que al fundar la Patria adquirirían el derecho
de gobernarse,
Acaso los propios fustigadores de don Juan Manuel, como el
gran maestro Estrada, ¿no dan el pensamiento vindicatorio? Sí. Esa lucha que
preside Rosas consistió, en el concepto de Estrada, en lo siguiente: El partido
Unitario, patriótico, era, sin embargo arrogante como todo utopista, saturado
en su ilusión. Pretendía desalojar todos los elementos primitivos de la Nación
política: los federales, ¡anhelaban domesticarles, “filtrarles la luz
gradualmente y dar al país formas estables y resistentes. Las clases
pensadoras, añade (se refiere a los unitarios), mostraron en todo el curso de
la revolución que no conocían la sociedad”.
Justamente por eso triunfó Rosas.
Sarmiento en su vejez lo vindica acabadamente cuando en cartas intimas dirigidas al Dr. García, reconoce “que la guerra creó relaciones, que éstas se hicieron por Rosas, que fue el vínculo misterioso que ató las partes disueltas: Rosas, dice Sarmiento: Que reincorporó la Nación” (1866).