REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.
Publicamos a continuación un artículo del historiador Omar López Mato, aparecido en el diario La Prensa del día 26 de mayo de 2010, en la columna Umbrales del pasado.
Las razones detrás de la máscara
por Omar López Mato
Continuando con la zaga del Bicentenario, hoy les voy a contar las razones de por qué nuestros hombres de Mayo eligieron ocultar sus intenciones independentistas tras la máscara de Fernando VII. Este joven abúlico y rastreo se había ganado el afecto del pueblo español al oponerse a los designios de Manuel Godoy, apodado “el príncipe de la paz”, y a sus adhesiones a la causa de los franceses. Se decía, además, que el tal Godoy era amante de la madre de Fernando, María Luisa de Parma. La reina, en convivencia con Godoy, regía los destinos del Imperio Español ante la pasividad de Carlos IV. Este rechazo a toda ideología foránea le ganó el aprecio de la gente del pueblo que lo proclamó “el deseado”, y se inspiró en su imagen para luchar contra el invasor francés, mientras Fernando vivía un dorado cautiverio a manos de Napoleón. Para granjearse la simpatía del Gran Corso cortejaba a una de las hermanas del emperador francés, mientras su gente moría peleando contra las tropas de Murat. Realmente “el deseado” dejaba mucho que desear.
Mientras tanto, aquí a orillas del Plata, un grupo de criollos trataba de sacárselo a Cisneros de encima, invitando a la princesa Carlota a gobernar a sus súbditos porteños. Esta infanta era hermana de Fernando y cónyuge del príncipe Juan VI de Portugal, que a la sazón se habían desplazado a Río de Janeiro corridos por Napoleón. La princesa sufría por las injusticias y persecuciones de las que era objeto dentro de la corte lusitana, ya que su marido había descubierto un complot urdido por ella para destituirlo. La princesa, recluida en su palacio de Río, veía el ofrecimiento de los revolucionarios con buenos ojos y a tal fin escribió una carta a la Junta de Sevilla ofreciendo sus servicios para esta causa y, más aun, se ofrecía para ser regente de España mientras su hermano continuase en cautiverio. La idea le gustó a Juan VI, que ni corto ni perezoso proclamó que si su esposa era regente de España esto le daba a Portugal derechos sobre el Virreinato del Río de la Plata. La Junta de Sevilla, alarmada por esta siniestra simplificación, prontamente envió un representante a Río de Janeiro, el marqués de la Casa Irujo, para sacarle de la cabeza esas ideas a Carlota y agradecerle su ofrecimiento, pero ya los españoles tenían bastante con los franceses y era mejor, mucho mejor, que Carlota se quedara en Río tomando sol (bueno, es una expresión; entonces no se acostumbraba pero cualquier excusa era buena para tenerla lejos de la Península).
Aparece entonces en escena el joven Percy Clinton Sydney Smythe, alías lord Strangford, un viejo conocido delos Braganza que había organizado la huida de la casa reinante portuguesa a Brasil ante la amenaza napoleónica. Fue tan coordinada la evacuación que los franceses vieron impotentes cómo la flota británica cruzaba el Atlántico con los reyes a bordo. Con este antecedente, la corona británica no dudó en enviarlo a Río de Janeiro como embajador de su graciosa majestad. De hecho, Sydney Smythe se convirtió en el árbitro de la política americana.
Resulta que ahora España e Inglaterra eran aliados y que el virrey Cisneros había abierto el puerto de Buenos Aires a los productos ingleses después del pedido de los comerciantes Dillon y Twaites. A Inglaterra ya no le interesaba que el Río de la Plata pasase al dominio portugués y menos aún que se independizara.
En una larga carta al marqués de Wellesley, el futuro duque de Wellington, Strangford, detalló su propuesta a los insurgentes americanos al aclararles que Inglaterra, la reina de los mares, no habría de ofrecerse como “amiga eficiente y protectora de las colonias españolas” en caso de intentar declararse independiente de la madre patria. Para evitar esa circunstancia, les aconsejaba continuar fieles a don Fernando, aunque estuviese preso de Napoleón. Se cubrían las formas, Inglaterra se hacía la distraída y seguía con sus negocios a la espera de los acontecimientos.
La propuesta le llegó a los confabuladores a principio de mayo de 1810 a través de enviados especiales, La idea los convenció y todos abrazaron la máscara de Fernando VII con entusiasmo. De hecho, el deseo de independizarse se sofrenó hasta después de 1815 cuando Strangford volvió a su querida y blonda Albión. Con los años, y a pensar de jamás haber puesto su pie en esta ciudad, el buen lord fue nombrado ciudadano ilustre de Buenos Aires.