El día 20 de junio de 2020, se publicó en el diario Clarín, el presente artículo relativo a las estatuas de Colón
Colón y sus estatuas
por Carlos Malamud
En las últimas semanas, Cristóbal Colón se convirtió en objeto de la ira y la frustración de los manifestantes antirracistas. Al acusarlo de exterminar a los nativo-americanos también se lo responsabilizaba de los horrores de la Conquista, mientras sus estatuas comenzaban a ser derribadas. Pero esto no es algo nuevo ni comenzó con la muerte de George Floyd. Ahí está la destrucción de esculturas de Marx, Lenin y Stalin tras la desaparición de la Unión Soviética, los Budas gigantes de Bamiyán, bombardeados por los talibán o el desplome de Saddam Hussein en el Bagdad ocupado.
Esta furia oculta la necesidad de reescribir la historia. Los congoleños quieren retirar las estatuas belgas del genocida Leopoldo II. En Chile, durante las manifestaciones de 2019 le tocó el turno a los conquistadores Pedro de Valdivia y Francisco de Aguirre, y a políticos y militares del siglo XIX, como Diego Portales y Cornelio Saavedra, nieto del presidente de la Primera Junta. Los mapuches utilizaron las protestas en pro de sus reivindicaciones y para confrontar el “relato histórico oficial”, distinguiendo la visión conservadora (actos vandálicos y “alborotadores profesionales”) de la propia (“un simbolismo muy potente”, que rechaza la versión tradicional asentada en una historia falsificada).
Lewis Hamilton, el campeón de Fórmula-1, apoya el derribo de las estatuas de todos los racistas enriquecidos “vendiendo seres humanos”. Al incluir a todos los negreros, ¿también tenemos en cuenta a los comerciantes y políticos africanos que desde el siglo XVI entregaban por miles a sus compatriotas a cambio del dinero europeo? Esto es importante, ya que sin esa realidad no se entiende cómo funcionaba exactamente el comercio transatlántico.
Quienes derriban estatuas suelen apelar al revisionismo histórico con la pretensión de elaborar un relato político alternativo. Nada de historia, ya que pesan más los sentimientos y las opiniones que el saber científico. Buscan justificar la violencia en pro de un ideal de cambio, con su relato de buenos y malos, de ganadores y perdedores, tratando de dar vuelta la tortilla.
Los más empeñados en estas acciones prefieren la memoria histórica, olvidándose de lo mucho que pueden contarnos estos monumentos sobre la historia de la gente que las construyó y pagó por ellas, o incluso de la sociedad y del momento en que se erigieron.
Todo esto es más que el mero recuerdo distorsionado de un personaje tallado en piedra o en metal, ya que las estatuas suelen reflejar mejor la época, sus valores y sus cánones artísticos que al personaje retratado. Valdría la pena pensar dos veces antes que condenarlas al olvido, porque la memoria también se alimenta de malos recuerdos.
El gran protagonista de la “guerra de las estatuas” es Colón y, colateralmente, España, como se ha visto con Isabel la Católica en California. Se trata de una “guerra” que tuvo numerosos precedentes tanto en América Latina como en EE.UU. En Caracas (2004), Buenos Aires (2013) y Arica (2019) se vio trastabillar a Colón bajo la impronta chavista.
Sin embargo, los ataques ya habían comenzado antes de 1992, con motivo del V Centenario. En Estados Unidos se pasó de cambiar el “Día Colón” por el de “los pueblos indígenas, aborígenes y nativos”, como hizo Los Ángeles en 2018, a retirar su estatua del centro urbano. Después de todo, como explican, el relato de Colón descubridor de América es “falso” y encima fue el responsable “del mayor genocidio de la historia”. En 2019, cuando Washington DC se sumó al movimiento, 131 ciudades y ocho estados habían optado por celebrar el Día de los Pueblos Indígenas.
En este esquema dicotómico parece haber estatuas buenas y estatuas malas, que representan gestas rescatables y gestas reprobables. Ante eso, ¿deben caer las estatuas más aborrecibles? Y en caso afirmativo, ¿quien lo decide? Muchos de quienes aplauden lo ocurrido con Colón, los conquistadores españoles y los esclavistas seguramente se opusieron en su día al derribo de las 11 estatuas de Hugo Chávez (10 en Venezuela y una en Bolivia), o de la retirada de la horrenda escultura de Néstor Kirchner de la sede de Unasur.
¿Nos quedamos con que Colón fue simplemente un genocida y lo condenamos? ¿O hacemos más compleja la ecuación? Las reacciones aquí comentadas han sido extemporáneas y en el caso de Colón no valoraron el momento histórico en que vivió. Como hombre de su época impulsó la expansión marítima europea. Pero hay más, ¿qué hubiera sido de él si viviera en nuestros días?, ¿sería un racista o condenaría la segregación? No lo sabemos.
Hay reivindicaciones más justas que otras, aunque no es lo mismo derribar estatuas que reemplazar denominaciones hagiográficas de bases militares, plazas y calles, caso de los generales confederados. Tampoco restituir a sus dueños el patrimonio cultural africano de los museos europeos. Pero, una vez más, ¿cuál es el límite?
Lo de las estatuas recuerda los cada vez más corrientes pedidos de perdón por actos reprobables cometidos hace décadas o incluso muchos siglos atrás. ¿Qué hacer con ellos? En 2019, Andrés Manuel López Obrador envió una carta al rey Felipe VI pidiendo que España se excusara por los crímenes de Hernán Cortés y los españoles (europeos) durante la conquista. En la misiva presidencial subyace un estado de opinión extendido en la sociedad mexicana, y en otros países de América Latina, y por eso no sería descartable que se repitieran situaciones similares.
En vastos sectores de las opiniones públicas latinoamericanas existe una visión de la Conquista no compartida por la sociedad española. Si España quiere reforzar la relación con América Latina deberá afrontar el tema sin enrocarse únicamente en su legado “civilizatorio” (cultura, lengua y religión). Pero, este es un camino de doble sentido y si los latinoamericanos quieren reforzar su relación con España, tampoco pueden seguir insistiendo en una versión maniquea de la historia, con los buenos de un lado y los malos justo enfrente.
Carlos Malamud es investigador principal del Real Instituto Elcano y catedrático de Historia de América en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED)