Publicado en el Periódico El Restaurador - Año III N° 9 - Diciembre 2008 - Pag. 11
Rasgos personales de Urquiza
Urquiza. Óleo de Egidio Querciola |
Vicente G. Quesada –padre de Ernesto Quesada–, publicó en 1889 el libro “Memorias de un viejo”, con el seudónimo de Víctor Gálvez; así describe a Urquiza:
"Conocí personalmente al general Urquiza después de la batalla de Caseros. Era de estatura regular, fuerte y vigoroso de músculos. Tenía anchas las espaldas y levantado el pecho: su aspecto revelaba fuerza física, valor, audacia. Vestía entonces siempre de frac, unas veces azul con botones de metal amarillo, chaleco blanco y pantalón claro: otras, todo de negro. Calzaba botas de charol, el pie era pequeño como la mano. En su mirada penetrante había algo de fascinador, su cara era imponente. Cuando estaba en calma y sereno podía adivinarse que tenía un alma susceptible de fierezas y borrascas. Tenía poco pelo y cuidadosamente ocultaba la calvicie con el peinado. Era pulcro en su aspecto. Aparecía empero autoritario, no era muy afectuoso. En ese tiempo tenía siempre en la mano un latiguillo muy delgado, con el cual jugueteaba sin cesar. Sus labios eran delgados, sobre todo el superior, que se contraía fácilmente, y empalidecía: el movimiento nervioso de sus fosas nasales era síntoma de emoción moral profunda, el ojo se hacía brillante y tenía los fulgores del relámpago. En ese entonces era reservado y casi taciturno… Recuerdo que era muy aficionado al baile y especialmente a la contradanza. Era atento con las damas, cortesano y tal vez galante… El vencedor en Caseros tenía una memoria prodigiosa, los nombres propios y las fisonomías se le grababan para siempre, de manera que conocía personalmente, puede decirse, a todos los soldados entrerrianos; sabía sus hazañas, sus calidades, sus defectos, su domicilio y hasta conocía la familia. De modo que cuando veía un gaucho, le llamaba por su nombre de bautismo, y si por casualidad no le había reconocido, le preguntaba cómo se llamaba. Con la respuesta ya sabía que era hijo de fulano, que vivía en tal parte. De manera que el interrogado quedaba sorprendido, temiendo que hubiese sido ardid el preguntarle quien era para averiguar si mentía. Estas condiciones peculiares le daban un prestigio singular. Ante el general Urquiza el gaucho prefería decir la verdad, aunque le perjudicase. Temía ser reconocido si mentía”.