jueves, 1 de marzo de 2012

Chilavert - El hombre de dos bandos

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año VI N° 22 - Marzo 2012 - Pag. 9 

El hombre de dos bandos

  Por la Prof. Beatriz C. Doallo

La  existencia de Martiniano Chilavert, transcurrida entre leal servicio a unitarios y a federales, obtuvo un lugar destacado en la historia patria al culminar con un acto de extraordinaria valentía por su parte y un acto de barbarie por parte de un vencedor.

Martiniano Chilavert nace en Buenos Aires en 1801. Era hijo de Francisco Vicente Chilavert, capitán español que, luego de las Invasiones Inglesas, lo lleva a España, donde inicia sus estudios. A fines de 1811 padre e hijo viajan a Inglaterra y, desde allí, el capitán Chilavert, que ha aceptado con ecuanimidad la Revolución de Mayo, decide regresar con su hijo a Buenos Aires. Lo hacen en 1812 y en la fragata “George Canning”, que también devuelve a su tierra natal a José de San Martín, y a Carlos de Alvear. Con este militar y político traba amistad el padre de Martiniano, y esa relación paterna tiene su peso en la determinación de su quinceañero hijo de dedicarse a la carrera de las armas, aunque paralelamente estudia ingeniería en la Universidad.

Chilavert ingresa al Regimiento de Granaderos de Infantería, y en 1817 es nombrado subteniente de artillería. Combate bajo las órdenes del general Alvear durante la invasión de Buenos Aires por el caudillo santafesino Estanislao López; participa de la victoria de Cañada de la Cruz y de la derrota de Pavón, tras la cual se exilia en Montevideo.

En 1820 Chilavert renuncia al ejército y regresa a Buenos Aires, donde reanuda sus estudios de ingeniería. Obtenido el título, lo designan ayudante de cátedra de Felipe Senillosa, ingeniero español que dicta matemáticas en la Universidad.

En 1826 ocurre la declaración de guerra del Imperio del Brasil contra nuestro país. Chilavert se alista nuevamente con las tropas comandadas por Alvear, y bajo la jefatura del coronel Tomás de Iriarte, Comandante de Artilleros, se destaca el 20 de febrero de 1827 en la batalla de Ituzaingó (Corrientes), donde lo ascienden a Sargento Mayor. En noviembre de ese mismo año, con la artillería de Alvear frustra un intento de invasión brasileña en la desembocadura del río Salado.

En diciembre de 1828 sobreviene el levantamiento del general Juan Galo Lavalle contra el coronel Manuel Dorrego, gobernador de Buenos Aires. La insurrección produce lo que años más tarde Lavalle confesará como su crimen, el fusilamiento de Dorrego en los campos de Navarro, y da impulso a la carrera política del estanciero y comandante de milicias rurales don Juan Manuel de Rosas.

En tanto esto acontece en Buenos Aires, Chilavert se halla en la Banda Oriental con una división del ejército que decide unirse a las que Lavalle ha sublevado en territorio argentino. Derrotadas esas tropas en Puente de Márquez, Chilavert se mantiene leal a Lavalle y le acompaña a su expatriación en el Uruguay. En Montevideo participa de las reuniones de emigrados unitarios que conspiran, en oportunidades con la presencia de enviados franceses y brasileños, para derrocar al gobierno que Rosas ha asumido en Buenos Aires con facultades extraordinarias el 13 de abril de 1835.

En 1836, al ocurrir en el Uruguay la disputa del poder entre su primer presidente, el líder del Partido Colorado, Fructuoso Rivera, y el jefe del Partido Blanco, Manuel Oribe, sucesor de aquél, Chilavert es “cedido en préstamo” por Lavalle a Rivera, quien le nombra Coronel de su ejército.

En julio de 1839, Lavalle se traslada con sus tropas a la isla de Martín García y decide recuperar a Chilavert, a quien designa Jefe de su Estado Mayor. En septiembre de ese año Lavalle desembarca en Entre Ríos y el día 22 obtiene una victoria con la batalla de Yeruá, triunfo en el que tiene primordial importancia la artillería que comanda Chilavert.

Pero ya hay disensiones entre Lavalle y su Jefe de Estado Mayor y de la Artillería. El motivo: la indignación que ocasiona a Chilavert la ingerencia francesa en las luchas civiles argentinas. Lavalle lo acusa de indisciplina y, fastidiado, lo envía otra vez a combatir junto a su aliado Rivera. El pardejón Rivera - como lo apodaba Rosas - invade Entre Ríos en 1841; en 1842 las fuerzas invasoras son derrotadas por Oribe y Urquiza en Arroyo Grande, cerca de Concordia, y Chilavert se exilia en el Brasil.

Durante ese destierro tiene lugar el 20 de noviembre de 1845 una de las más heroicas batallas de nuestra historia, la de la Vuelta de Obligado. Chilavert ha tenido mucho tiempo para recapacitar acerca de su partidismo, reconoce que ha perdido el rumbo pero aún es tiempo de retomarlo. Escribe a Juan Bautista Alberdi y a otros emigrados a quienes conoció en Montevideo, intentando hacerles comprender el error que cometen al permitir que potencias extranjeras invadan suelo argentino.

En carta de abril de 1846 ofrece sus servicios a Rosas, aunque declarando honestamente ser contrario a su línea política: “… por ser opuesto a mis principios combatir contra mi país unido a fuerzas extranjeras, sea cual fuere la naturaleza del gobierno que lo rige.”

En mayo escribe también al general oriental Manuel Oribe, contra quien luchara con el ejército de Rivera: “…Considero el más espantoso crimen llevar contra él  (el país) las armas del extranjero. Vergüenza y oprobio esperan al que así procede, y en su conciencia llevará eternamente una acusación implacable, que sin cesar repetirá: ¡traidor! ¡traidor! (…) Vi también propagadas doctrinas que tienden a convertir el interés mercantil de Inglaterra en un centro de atracción al que deben subordinarse los más caros del país. La disolución misma de la nacionalidad se establece como principio. (…) El cañón de Obligado contestó a tan insolentes provocaciones. Su estruendo resonó en mi corazón. Desde ese instante un solo deseo me anima: el de servir a mi patria en esta lucha de justicia y de gloria para ella.”

Rosas le envía un emisario instándolo a regresar a Buenos Aires, le nombra Coronel, y a comienzos del año 1847 ya está Chilavert ocupado en reorganizar la artillería del ejército federal, y en defenderse epistolarmente de la acusación de traidor que pregonan los unitarios exiliados.

Cuando en 1852 llega el enfrentamiento final de Caseros, Chilavert, Comandante de la artillería de Rosas, lucha hasta que se le terminan las balas de cañón. Concluida la batalla, tiene oportunidad de huir, pero permanece junto a uno de sus cañones hasta ser tomado prisionero por el Coronel José Virasoro.

En el cuartel general del ejército vencedor, establecido en la casona de Palermo en que residiera Rosas, el 4 de febrero de 1852, al día siguiente del combate de Caseros, Chilavert se enfrenta con Urquiza en una agria disputa.

Hay dos versiones sobre el motivo de esta discusión. La más difundida asegura que Urquiza odiaba a Chilavert por rivalidad en un asunto de amoríos allá por 1830; la más aceptable, que Urquiza increpó a Chilavert por su cambio de bando y éste replicó que “mil veces lo volvería a hacer”.

Cualesquiera hayan sido las causas de la disputa, ésta finaliza con la orden de Urquiza de fusilar a Chilavert por la espalda, castigo que se imponía a los traidores y a los cobardes que desertaban del ejército. Orden que, por lo arbitraria, horroriza inclusive al Estado Mayor del entrerriano.

Arrastrado a una cuadra del edificio principal de la finca y arrojado contra un   paredón, Chilavert exige a gritos ser fusilado de frente, forcejea con el oficial a cargo del pelotón, recibe un balazo en el rostro y es ultimado con bayonetas y a culatazos. Su cadáver permanece insepulto varios días en una zanja, mientras la magnitud del crimen inicuo cometido por Urquiza convierte al Jefe de Artilleros de Rosas en un mártir de la causa federal.