Publicado en el Periódico El Restaurador - Año XII N° 47 - Junio 2018 - Pags. 12 a 15
Reportaje a Esteban J. Tries, veterano de la guerra de Malvinas
El día 9 de abril ppdo. me reuní con el soldado (VGM) Esteban Juan Tries, para que me contara en el siguiente reportaje, sobre su experiencia vivida hace ya 36 años atrás durante la Guerra de la islas Malvinas.
Norberto Jorge Chiviló - Director
El Restaurador (ER): ¿Cuándo hizo su servicio militar?.
Esteban Juan Tries (T): Pocos meses después de haber terminado la secundaria en el Instituto Hölters y recibirme de Técnico electrónico, en marzo de 1981 me incorporaron para cumplir con el servicio militar en el Regimiento de Infantería Mecanizado N° 3, Compañía A “Tacuarí”, que estaba ubicado en La Tablada, Ptdo. de Matanza, y me dieron la baja en noviembre.
ER: ¿Ese fue el regimiento que en el año 1989 fue atacado por elementos subversivos?.
T: Sí.
ER: Volviendo al tema que nos ocupa. Después de la recuperación de las Islas Malvinas el 2 de abril de 1982, ¿cuando fue convocado para integrarse al Regimiento?
T: Cuando me dieron de baja en el servicio militar, comencé a trabajar en una empresa de venta de artículos de decoración de interiores y en enero y febrero de 1982 hice el curso de ingreso en la Universidad Tecnológica Nacional. Pocos días después de la recuperación de las islas, el día 8 de abril vino un soldado a mi domicilio en Villa Ballester, trayendo la convocatoria para reincorporarme al Regimiento al día siguiente en horas de la noche. Me comuniqué con otros compañeros con los cuales había hecho el servicio militar y convinimos que todo el grupo nos presentaríamos a la hora que nos habían indicado. A medida que fuimos llegando con los otros excompañeros del Regimiento, fuimos reemplazando a los soldados que se habían incorporado hacía poco tiempo y no tenían la instrucción completa. Nos dieron uniforme y equipo y el día 10 partimos en columna en camiones y micros hacia el aeropuerto militar de El Palomar, que está en el Ptdo. de Tres de Febrero.
Allí abordamos un avión Boeing 737 de Aerolíneas Argentinas, al cual le habían sacado los asientos para que tuviera más capacidad.
ER: ¿Como fue la llegada a las islas?
T: Llegamos a las islas, al aeropuerto de Puerto Argentino a las 9 de la mañana del domingo de Pascua, con una gran expectativa y emoción por el momento histórico que nos tocaba vivir y por pisar tierra malvinera.
ER: Después de desembarcados del avión, ¿a dónde se dirigieron?.
T: Una vez que bajamos del avión, cargamos armas, bolsones y municiones y caminamos los 8 kilómetros que separaban al aeropuerto de la ciudad. Desde ahí nos trasladamos a un punto donde nos dijeron que iban a ser nuestras posiciones, donde cavamos pozos de zorro.
ER. ¿Qué son los pozos de zorro?.
T: Es un pozo de un metro por dos y uno cincuenta de profundidad aproximada, ya que la profundidad depende de la estatura del soldado. Ese pozo es para dos soldados, que les permite guarecerse del fuego enemigo.
ER: ¿Qué pasó después?
T: Al día siguiente nos hicieron correr hacia otra posición a dos mil metros, donde debimos cavar un nuevo pozo. Allí estuvimos hasta el 25 de abril, donde nos volvieron a reubicar hacia la base de Sapper Hill (Cerro Zapador) que es un monte de ciento cincuenta metros de altura aproximadamente que termina al sur de Puerto Argentino. Ahí nos quedamos hasta casi la finalización de la guerra.
ER: ¿Cómo fue el transcurrir de los días hasta que entraron en combate?
T: El grupo al cual yo pertenecía era de 14 soldados y estábamos al mando del sargento Manuel Ángel Villegas que tenía 23 años, unos pocos más que nosotros. Él ya estaba casado y tenía familia; vivía en González Catán. Era una persona ruda pero a la vez buenazo. Era un verdadero líder que había establecido con sus subordinados una relación de respeto y afecto. Permanentemente realizábamos adiestramiento, manteníamos el armamento siempre en condiciones, cuidábamos el pozo para que estuviera limpio, nos ocupábamos también de nuestras vestimentas y cuidábamos nuestra higiene personal. Por el tipo del suelo de Malvinas, de turba, los pozos de zorro se inundaban y con los cascos sacábamos el agua y con algunas maderas tratamos de hacer una plataforma que nos aislara de ese suelo casi siempre inundado.
Nos dimos cuenta de la importancia de tener entre nosotros una buena convivencia, de mantener limpio el armamento, de hacer bien las guardias. Sentíamos la presencia de Dios. Reinaba una verdadera camaradería. El sargento, a pesar de ser una persona muy joven, supo contenernos y conducirnos, darnos aliento y ánimo para no desfallecer, abrazarnos y mirarnos a los ojos en los momentos difíciles.
El momento emotivo era cuando recibíamos cartas de nuestras familias y novias o de las que nos enviaba el pueblo. Hablábamos mucho sobre la vida de cada uno de nosotros, de nuestras novias, nos acordábamos de las comidas que comíamos en nuestras casas, rezábamos. La sección de la cual formábamos parte compuesta de más o menos cuarenta soldados, de diversas religiones, coordinados por el teniente primero Víctor Hugo Rodríguez, todas los días por la tarde nos reuníamos para rezar juntos un Rosario, Ave María, Padrenuestro, al cual concurrían también los camaradas de otras religiones, cada uno orando según sus creencias; la concurrencia era voluntaria, pero normalmente nadie faltaba, esa comunión espiritual nos unía y nos daba más fuerzas.
Teníamos el convencimiento que no entraríamos en combate pues creíamos que todo se arreglaría diplomáticamente, pero llegó el primero de mayo y los ingleses bombardearon el aeropuerto desde el aire y desde el mar y nos dimos cuenta que la guerra había llegado. La tierra temblaba con las explosiones, nuestra fuerza aérea también hacía esfuerzos denodados para defendernos de los ataques enemigos. Quiero aclarar que no obstante que la pista del aeropuerto era el blanco obligado de las bombas enemigas, nunca fue gravemente dañada y menos aún destruida; siempre estuvo operativa.
ER. ¿En algún momento tenían momentos de distracción para jugar al fútbol por ejemplo?
T. En realidad no nos podíamos mover mucho de nuestro lugar de asentamiento ya que si bien caminábamos, no nos podíamos alejar mucho, ya que existían campos minados.
ER. ¿Cómo pasaban las noches?
T. Después del 1° de mayo, todas las noches éramos bombardeados desde el mar por tres o cuatro barcos, durante tres o cuatro horas. Veíamos los resplandores en el horizonte producidos por los disparos de la artillería naval. Era un hostigamiento permanente. Tiraban a distintas zonas de la isla. Al principio eso no nos dejaba dormir, pero después uno se acostumbra y con el cansancio se puede conciliar el sueño. También “jugábamos” a saber dónde explotarían aquellos proyectiles, según si sentíamos sobre nuestras cabezas el silbido que el paso de los mismos producía; cuando no sentíamos el silbido era porque explotarían cerca de donde estábamos y entonces nos acurrucábamos más en nuestros pozos de zorro.
ER. Alguna vez escuché que Ud. se refirió en muy buenos términos al accionar de nuestra Fuerza Aérea.
T. Sí, nuestros pilotos atacaban las veces que podían y nos defendían permanentemente. Cuando en alguna oportunidad me encontré con alguno de ellos y le agradecí lo que hicieron por nosotros, me contestaron que no tenía que agradecerles nada, pues abajo en tierra nosotros también estábamos combatiendo. Nosotros en tierra, ellos en el cielo. Recuerdo también el resplandor que alguna noche vimos en el horizonte, de alguna nave británica ardiendo, que había sido bombardeada por nuestros aviadores.
ER. ¿Cuál era el ánimo en general de todos ustedes?.
T. En general nuestro ánimo era bueno, hasta el día 10 de junio teníamos la sensación de que la guerra se podría ganar.
ER. ¿Cómo fueron los últimos días del conflicto?
T. El día 13 de junio dejamos nuestras posiciones en Sapper Hill para dirigirnos al Monte Tumbledown (Monte Destartalado)
Soldados que venían retrocediendo, nos decían que íbamos al infierno.
Para reforzarnos moralmente, el teniente primero Rodríguez nos hizo formar y cantar la Marcha de San Lorenzo, lo que hicimos con gran fervor, mientras marchábamos en columna a ocupar nuestras nuevas posiciones, cantar esa Marcha tan linda y emotiva, con toda la voz que teníamos, nos motivó y nos levantó el ánimo.
Cuando llegamos a nuestro destino, las características del terreno nos impidieron cavar los pozos de zorro y por eso armamos nuestras posiciones defensivas con piedras lo más pesadas posibles. Los ingleses estaban en Monte Longdon, ubicado a mil quinientos o dos mil metros de donde nos habíamos establecidos nosotros, ellos habían desalojado a nuestras fuerzas el día anterior después de una cruenta batalla. Puerto Argentino estaba a seis kilómetros. Cuando llegamos a lo que serían nuestras posiciones era de día, la artillería tanto argentina como británica tiraban con todo. La artillería británica era terrestre y naval y también había una gran actividad de la aviación inglesa de los Sea Harrier. La tierra temblaba ante nuestros pies, producto de las explosiones.
Ese día tuvimos el primer héroe que cayó en combate, ya que el soldado Julio Segura que era de Moreno fue mortalmente herido por la esquirla de una bomba, ello ocurrió cuando salió de su posición para ocupar una nueva. Por la noche, veíamos que desde las posiciones ocupadas por nuestros enemigos, nos tiraban con todo, parecían fuegos artificiales, que venían hacia nosotros que éramos más o menos 130 hombres, toda la Compañía A.
A la noche nos ordenaron bajar de nuestras posiciones para ir a apoyar al Regimiento de Infantería N° 7 de La Plata que estaba destacado en el Monte Wireless Ridge y que desde hacía más o menos 20 horas estaban enfrentando el ataque británico y ya no podían resistir más. Cuando llegamos arriba, ellos ya no estaban porque se habían replegado. Se veían movimientos de tropas y por no saber si eran camaradas o enemigos no disparamos nuestras armas.
Comenzaron a atacarnos los del Regimiento de Paracaidistas 2, que estaban a treinta o cuarenta metros de nosotros. Una bala hirió en el brazo izquierdo al soldado Mario Russo, yo le hice un torniquete y le dije que después lo sacaríamos del lugar, me arrastré a mi posición y cuando le comuniqué al Sargento de la herida de Russo, me dijo que él también había sido herido en la panza y me ordenó que dispare con mi FAL (1) hacia el lugar de donde provenían los disparos enemigos. Cuando estaba por cumplir la orden, compruebo que él se encontraba en la línea de fuego y le pedí que se corriera, pero me contestó que por la herida que tenía no podía correrse y que disparara igual que él ya estaba acabado, le dije que no iba a hacerlo, en ese momento estiró su mano para alcanzar un fusil, pero un francotirador británico lo hirió en la muñeca para sacarlo fuera de combate. Cuando le grité que lo íbamos a buscar, me dijo que no, que estábamos rodeados y que disparara, orden que no cumplí, porque eso significaba matarlo a él. En esos momentos caían sobre nosotros como unas bolitas o pelotitas de fuego por las bombas tipo Beluga, prohibidas por la Convención de Ginebra, que nos tiraban los ingleses. Con un compañero, el soldado José Luis Cerezuela, que era de la clase ’63, de los nuevos, dejamos el fusil y levantamos las manos, para que nos vieran los ingleses e interpretaran que queríamos rescatar a un camarada, no nos dispararon y así fuimos a donde estaba nuestro Sargento malherido, le salía mucha sangre de la herida, me pidió tomar agua. En esos momentos hacía mucho frío y le puse un poco de nieve en los labios y la boca, el día anterior había nevado. En esos minutos que parecieron eternos, él recordó a su esposa y a su hija Silvana. Su sueño era volver a estrechar en un abrazo a su hija y como veía que eso iba a ser imposible, porque se veía ya morir, se puso a llorar y a pedirme que lo matara por los fuertes dolores que sufría. Le dije que de ninguna manera haría lo que él me pedía y le dije que todavía nos debíamos comer un asado juntos. “De qué asado me hablás que estoy liquidado”, me contestó. Rezamos juntos un Padrenuestro, él pedía que lo dejáramos, que sentía mucho dolor, que le pagáramos un tiro, que no iba a aguantar el traslado, pero con Cerezuela, lo cargamos los 8 kilómetros que nos separaban de Puerto Argentino y cuando llegamos lo dejamos en el Hospital Militar, donde los médicos, por suerte, lograron salvarle la vida.
ER. Prácticamente con lo que me comentó con este episodio, para Uds. la guerra se terminó porque el 14 las fuerzas argentinas se rindieron. ¿Qué pasó con posterioridad, como fueron trasladados al territorio, como vivieron la finalización de la guerra?.
T. Terminada la batalla, nos tomaron prisioneros y durante tres días no supimos que iba a ser de nosotros. Teníamos incertidumbre, temores, miedo. Después nos subieron al SS Canberra y nos trasladaron a Puerto Madryn. El Canberra era un transatlántico británico que fue utilizado en el conflicto para el transporte de tropas, trajo aproximadamente cinco mil combatientes ingleses.
ER. ¿Cómo fue el regreso a casa?.
T. Llegados a Puerto Madryn, fuimos cargados en camiones, nos trasladaron al Aeropuerto Aeronaval de Trelew y desde allí en avión fuimos a parar a El Palomar, donde llegamos de noche. Ahí tuve un primer contacto con mi mamá, con la cual solo pudimos tocarnos los dedos de las manos y decirnos unas pocas palabras. Del aeropuerto nos trasladaron a Campo de Mayo, y después de dos o tres días nos remitieron al cuartel de nuestro Regimiento de La Tablada. En agosto me dieron de baja.
ER. ¿Cómo fue la reinserción en la vida civil?
T. Fue un poco difícil, pues hubo bastante incomprensión de los altos mandos militares, ya que nos prohibieron no solo hablar del tema, sino de participar de todo acto que se pudiera hacer de recibimiento o reconocimiento hacia nuestras personas. También sentimos un rechazo de gran parte de la población, que creyeron que veníamos locos por la guerra, éramos para ellos “los loquitos de la guerra”. Muchos de nuestros compañeros no obtenían trabajo o mejor dicho eran rechazados porque eran excombatientes. La desmalvinización que comenzó con el gobierno militar, lamentablemente continuó y se incrementó durante el gobierno constitucional del Dr. Raúl Alfonsín. Pero con el tiempo todo eso, gracias a Dios, se fue revirtiendo.
ER. ¿Qué opina cuando refiriéndose a ustedes, los llaman los “chicos” de la guerra?.
T. En realidad ya éramos hombres y no chicos cuando partimos para Malvinas y si bien hubo de todo, en lo que a mi grupo respecta, creo que nos comportamos como hombres y no como “chicos”, con las flaquezas, caídas de ánimo, que Ud. se imaginará, pero también con nuestros veinte años nos considerábamos sino invencibles, sí con una fuerza bárbara. En la guerra hubo de todos los comportamientos, ya que somos humanos y ante el peligro y la posibilidad de perder la vida, las reacciones pudieron ser diversas. Actos de heroísmo hubo entre la tropa, suboficiales y oficiales y actos indecorosos, lo mismo. Cada uno de nosotros puso lo mejor de sí para lograr el objetivo de que las islas se reincorporaran al patrimonio nacional.
ER. ¿Cómo es actualmente su actividad con respecto al tema Malvinas?
ER. ¿Me podría dar algún número de teléfono, al cual pueden contactarse aquellos que quieran invitarlos a dar una charla?
T. Sí, como no. Pueden llamar al 011-5719-3187. .
ER. Algo que quedó en el tintero: ¿Cuántos asados comieron con el Sargento?
T: …Bueno, nos comimos un montón de asados, pero fue uno en particular que nos marcó y dijimos, “este es el asado que nos debíamos”, es uno que preparamos hace cinco años atrás en una parrillita chica e improvisada, a orillas del río Mendoza, un lugar muy lindo, utilizando para el fueguito, la leña que pudimos encontrar en el lugar. Comimos un buen pedazo de carne y tomamos un rico Malbec mendocino y con eso dijimos “saldada la deuda”. Con el Sargento, que es mi hermano del alma, un verdadero hermano de la vida, la hermandad que da el campo de batalla, ahora estamos juntos y vamos a Instituciones y Colegios a transmitir valores.
ER. Tries, ha sido un gusto muy grande para mí estar frente a Ud. para hacerle este reportaje y escuchar todas estas cosas tan interesantes que ha contado, pero no quiero dejar pasar esta oportunidad para darle las GRACIAS, con mayúscula, por haber estado allí, en esas Islas tan queridas por todos los argentinos, poniendo en peligro su vida y combatiendo por la Patria y por todos nosotros. Uds. combatieron con honor y poniendo todo lo que hay que poner en tales circunstancias y merecen el reconocimiento de todo argentino bien nacido. No tienen que tener remordimiento alguno, ya que pueden marchar con la frente bien alta, nadie puede reprocharles nada. Nuestras fuerzas armadas fueron derrotadas por una potencia de primer orden, con la ayuda también por la mayor potencia del mundo, lo cual entraba en la lógica pero que las autoridades militares de aquél momento no supieron o no quisieron ver o simplemente lo minimizaron. Valga mi eterno reconocimiento, para todos aquellos que dieron su vida en ese conflicto y quienes como Ud. combatieron con honor e hidalguía. En la vida de una Patria hay victorias y derrotas. Derrotas como la de Malvinas, nos duelen pero son honrosas y me remito al reconocimiento realizado en ese aspecto por muchos de nuestros enemigos.
T. Si me permite, voy a nombrar a los nueve vecinos del Ptdo. de Gral. San Martín, soldados y marineros conscriptos que descansan en el mar austral y en suelo malvinero: Roberto Báez, Alberto Fernando Cháves, Andrés Aníbal Folch, José Antonio Gaona, Sergio Giusepetti, Oscar José Mesler. Néstor Osvaldo Morando, Julián Héctor Ocampo y Guillermo Omar Teves.
ER. De nuevo muchas gracias y como una vez leí, que decía más o menos lo siguiente: “En la defensa de la soberanía no hay batalla perdida”.
(1) Fusil automático ligero, de calibre 7,62 mm, de origen belga, pero también fabricado en nuestro país por Fabricaciones Militares.