lunes, 1 de septiembre de 2008

Anécdotas - Todos obedecen con gusto cuando el que manda es justo - Gregorio Aráoz de Lamadrid

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 8 - Setiembre 2008 - Pag. 16  

Anécdotas

“Todos obedecen con gusto cuando el que manda es justo” -  Proverbio español  

El siguiente relato pertenece al Gral. Gregorio Aráoz de Lamadrid, publicado en sus “Memorias” 

Estanciero. Dibujo de A. D’Hastrel 

Desde sus primeros años ya Rosas empezó a desplegar su carácter dominador y perseverante, en sus mismos establecimientos de campo, pero cu­bierto de la hipócrita capa del respeto a la propiedad y elevándolo al más alto extremo, y era tan rígido en el cumplimiento de sus mandatos, que tenía arreglado, por punto general, en todos sus establecimientos de cam­po, que sus órdenes debían ser irrevocablemente cumplidas aun contra él mismo, si las quebrantaba. Todas sus órdenes eran bárbaras y crueles y para que sus domésticos o dependientes supieran hasta qué punto quería que fuesen obligatorias, empezó por hacerlas ejecutar en sí mismo de un modo singular. Había establecido por punto general que nadie saliera al campo sin su lazo a los tientos y las boleadoras a la cintura; que todos los sábados al retirarse del trabajo, todos sus sirvientes o peones depositaran sus cuchillos en poder del capataz de cada uno de sus establecimientos pa­ra evitar las desgracias que son consiguientes en los días festivos entre nuestros paisanos del campo; que nadie pudiera apartar ganado suyo o caballos cuando se hubiesen interpolado en las haciendas de los ve­cinos, sin obtener antes su venia, o pedir al propietario que parara su ro­deo para apartar los animales que del suyo se habían entreverado; que na­die corriera avestruces en campo ajeno, ni cazara nutrias, y por consi­guiente en el suyo, sin su permiso.

Todos estos mandatos eran, por descontado, muy laudables y mere­cieron la aprobación de todos los hacendados, y mucho más desde que vieron la rigidez con que éstas sus órdenes eran observadas aun contra él mismo si no las cumplía. Las penas por las infracciones eran: dos horas de cepo del pescuezo, a todo el que se le encontrara con cuchillo el día festivo y cincuenta azotes a pantalón quitado al que saliera sin su lazo al campo o corriera avestruces, etcétera... Pues él sufrió ambas penas, lo primero pa­ra enseñar a todos los suyos hasta dónde llevaba el cumplimiento de sus mandatos. En su primera falta por el lazo no quiso el capataz, que era esclavo suyo, aplicar a su amo los cincuenta azotes, sin embargo de haber­se él mismo desnudado, bajándose los pantalones y tendídose en el campo y en presencia de todos sus peones para que cumpliera con su deber. El criado tuvo reparo en azotar a su amo y se resistió a cumplir en él la or­den. ¡Pues le costó cien azotes bien pegados!

No contento Rosas con esto hizo muy luego como que se olvidaba y se salió una mañana al campo con los peones sin poner su lazo a los tientos. El capataz, que ya había probado cuánto gustaba su amo de ser obedeci­do, le advirtió al instante y, mandándolo apear del caballo, quitarse los pantalones y tenderse, se los aplicó con toda fuerza a los cincuenta azotes. Rosas los sufrió sin hacer un gesto y regaló después a su capataz y criado por haber llenado su deber. Igual experimento sufrió en el cepo del pes­cuezo por haber salido con cuchillo bien oculto. No se crea que esto es su­puesto: me lo aseguraron sus mismos dependientes, ponderándome el or­den que se observaba en todos sus establecimientos de campo.

Pues a pesar de todo este rigor con que se hacía obedecer, era él el hacendado que más peones tenía, porque les pagaba bien y tenía con ellos en los ratos de ocio, sus jugarretas torpes y groseras con que los divertía; y apadrinaba, además, a todos los facinerosos que ganaban sus estancias y nadie los sacaba de ellas. Este fue el modo con que Rosas empezó a for­marse una reputación, y después del suceso del 5 de octubre era ya en to­da la campaña del sur, muy particularmente, más obedecida una orden suya que la del mismo gobierno.

* * * * * * * * * *


Gregorio Aráoz de Lamadrid (1795-1857). Militar. Se hizo célebre por su temerario valor. Se distinguió en Tucumán y Salta; hizo las campañas del Alto Perú; fue ayudante de San Martín y combatió luego a las órdenes de Güemes. Intervino en la guerra civil; encabezó el Partido Unitario en Tucumán y secundó a los Generales Paz y Lavalle en la lucha que éstos en­tablaron contra Rosas y los caudillos del interior. Vencido por Pacheco en Rodeo del Medio, Mendoza, en 1841, pasó a Chile y después a Montevideo. En Caseros, en 1852, mandó una divi­sión de caballería.