Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 8 - Setiembre 2008 - Pag. 16
Anécdotas
“Todos obedecen con gusto cuando el que manda es justo” - Proverbio español
El siguiente relato pertenece al Gral. Gregorio Aráoz de Lamadrid, publicado en sus “Memorias”
Estanciero. Dibujo de A. D’Hastrel |
Desde sus primeros años ya Rosas empezó a desplegar su carácter dominador y perseverante, en sus mismos establecimientos de campo, pero cubierto de la hipócrita capa del respeto a la propiedad y elevándolo al más alto extremo, y era tan rígido en el cumplimiento de sus mandatos, que tenía arreglado, por punto general, en todos sus establecimientos de campo, que sus órdenes debían ser irrevocablemente cumplidas aun contra él mismo, si las quebrantaba. Todas sus órdenes eran bárbaras y crueles y para que sus domésticos o dependientes supieran hasta qué punto quería que fuesen obligatorias, empezó por hacerlas ejecutar en sí mismo de un modo singular. Había establecido por punto general que nadie saliera al campo sin su lazo a los tientos y las boleadoras a la cintura; que todos los sábados al retirarse del trabajo, todos sus sirvientes o peones depositaran sus cuchillos en poder del capataz de cada uno de sus establecimientos para evitar las desgracias que son consiguientes en los días festivos entre nuestros paisanos del campo; que nadie pudiera apartar ganado suyo o caballos cuando se hubiesen interpolado en las haciendas de los vecinos, sin obtener antes su venia, o pedir al propietario que parara su rodeo para apartar los animales que del suyo se habían entreverado; que nadie corriera avestruces en campo ajeno, ni cazara nutrias, y por consiguiente en el suyo, sin su permiso.
Todos
estos mandatos eran, por descontado, muy laudables y merecieron la aprobación
de todos los hacendados, y mucho más desde que vieron la rigidez con que éstas
sus órdenes eran observadas aun contra él mismo si no las cumplía. Las penas
por las infracciones eran: dos horas de cepo del pescuezo, a todo el que se le
encontrara con cuchillo el día festivo y cincuenta azotes a pantalón quitado al
que saliera sin su lazo al campo o corriera avestruces, etcétera... Pues él
sufrió ambas penas, lo primero para enseñar a todos los suyos hasta dónde
llevaba el cumplimiento de sus mandatos. En su primera falta por el lazo no
quiso el capataz, que era esclavo suyo, aplicar a su amo los cincuenta azotes,
sin embargo de haberse él mismo desnudado, bajándose los pantalones y tendídose
en el campo y en presencia de todos sus peones para que cumpliera con su deber.
El criado tuvo reparo en azotar a su amo y se resistió a cumplir en él la orden.
¡Pues le costó cien azotes bien pegados!
No
contento Rosas con esto hizo muy luego como que se olvidaba y se salió una
mañana al campo con los peones sin poner su lazo a los tientos. El capataz, que
ya había probado cuánto gustaba su amo de ser obedecido, le advirtió al
instante y, mandándolo apear del caballo, quitarse los pantalones y tenderse,
se los aplicó con toda fuerza a los cincuenta azotes. Rosas los sufrió sin
hacer un gesto y regaló después a su capataz y criado por haber llenado su
deber. Igual experimento sufrió en el cepo del pescuezo por haber salido con
cuchillo bien oculto. No se crea que esto es supuesto: me lo aseguraron sus
mismos dependientes, ponderándome el orden que se observaba en todos sus
establecimientos de campo.
Pues
a pesar de todo este rigor con que se hacía obedecer, era él el hacendado que
más peones tenía, porque les pagaba bien y tenía con ellos en los ratos de
ocio, sus jugarretas torpes y groseras con que los divertía; y apadrinaba,
además, a todos los facinerosos que ganaban sus estancias y nadie los sacaba de
ellas. Este fue el modo con que Rosas empezó a formarse una reputación, y
después del suceso del 5 de octubre era ya en toda la campaña del sur, muy
particularmente, más obedecida una orden suya que la del mismo gobierno.
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Gregorio
Aráoz de Lamadrid (1795-1857). Militar. Se hizo célebre por su temerario valor.
Se distinguió en Tucumán y Salta; hizo las campañas del Alto Perú; fue ayudante
de San Martín y combatió luego a las órdenes de Güemes. Intervino en la guerra
civil; encabezó el Partido Unitario en Tucumán y secundó a los Generales Paz y
Lavalle en la lucha que éstos entablaron contra Rosas y los caudillos del interior.
Vencido por Pacheco en Rodeo del Medio, Mendoza, en 1841, pasó a Chile y
después a Montevideo. En Caseros, en 1852, mandó una división de caballería.