Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 8 - Setiembre 2008 - Pags. 14 y 15
Este artículo fue publicado en "Revision" Nº 1 de julio de 1959
Trascendencia política del
Revisionismo
ESCRIBE: EMILIO SAMYN DUCÓ
Revisión N° 1 |
Si estas premisas son
comunes a todos los pueblos, por razones particulares de nuestro propio
devenir, adquieren en nuestro caso una importancia decisiva.
Hay en la entraña
misma de nuestro transcurrir histórico una constante que alguna vez deberá ser
quebrada en forma definitiva. Esa constante es la lucha permanente entre los
intereses supremos de la nación y los planteamientos ideológicos, ingenuos en
unos casos, de manifiesta mala fe en otros, pero siempre contrarios a la
nacionalidad. En general estos planteamientos teóricos, han sido sencillamente
el decorado sicológico de una verdadera y permanente traición.
Solo así podemos
explicarnos que salvo admirables excepciones, nuestro actuar político ha sido
dirigido siempre a la desintegración espiritual de nuestro pueblo, al
desmembramiento de nuestro territorio y al empobrecimiento y deformación de
nuestra economía.
En su juicio aparece
una clara herencia española, ya que el propio Imperio, en los años de su decadencia,
acusa manifiestas actitudes disolventes. Su política en el Río de la Plata, con
Portugal, aliado de Inglaterra, vino a significar la pérdida momentánea de las
Misiones Orientales y de la otra Banda. Y la desautorización diplomática de la
reconquista de la colonia del Sacramento, efectuada victoriosamente por nuestras
armas, es el antecedente, perfectamente análogo, de lo ocurrido caso siglo y
medio después, al triunfar nosotros por las armas, sobre el Imperio del Brasil,
y perder luego la Banda Oriental en un tratado desastroso.
Ideologías y
complejos
Pero si en España esto pudo haber sido simplemente el producto de la decadencia imperial -un fenómeno político puro- en nuestro caso, esta actividad va a agravarse al correr de los años, con la introducción de dos factores particulares: la influencia de ideologías, no sólo ajenas sino contrarias al ser nacional y la aparición de un complejo de inferioridad racial, que sobre haber perturbado peligrosamente nuestra propia vida como nación, recrudece justamente en estos precisos momentos, en las actitudes más desvergonzadas y destructoras.
Estas formas de
actuar de nuestra vida política; una nacida de la tierra, con un sentido de autenticidad
y de orgullo nacionales, la otra producto de espíritus desarraigados, cuando no
de verdaderos traidores, dan origen a dos corrientes de opinión, a dos
actitudes, a dos mundos diametralmente opuestos e incompatibles.
De un lado,
argentinos para quienes la grandeza de la Patria y el bienestar de nuestro
pueblo, están por encina de todo. Pero para quienes esta grandeza y este
bienestar, solo pueden y deben lograrse dentro de nuestras propias posibilidades,
con nuestras virtudes y nuestros vicios, porque antes que toda "idea"
de organización o de progreso, lo que importa es permanecer fieles a nuestro
ser nacional. No aceptamos progreso ni organización, a costa de nuestra
personalidad nacional. No queremos sacrificar a "teorías", por
seductoras que parezcan, nuestras características nacionales. Aún con aparente
lentitud o imperfección, queremos nosotros, resolver nuestros problemas. Lo que
importa es ser una nación, imperfecta, pobre, atrasada inclusive, pero ser
nosotros mismos. Rechazamos la idea -falsa por lo demás- de convertirnos en una
factoría brillante, con un pueblo sin alma y sin vocación histórica.
Del otro lado, los
ideólogos: ¿Cómo son estos ideólogos?, ¿Cómo nacen dentro de una comunidad
nacional, estos espíritus enemigos de lo propio, que no comprenden que "lo
extraño" será siempre "lo enemigo" y que de él no es posible
esperar la solución de los propios problemas?
Muchos factores se
han conjugado en nuestra historia, para dar origen a esta corriente turbia y
patricida.
El idealismo y nuestros complejos
En primer lugar, las mencionadas ideologías liberales, que
en nosotros no fueron solamente una retórica, sino que crearon un temperamento.
En segundo, el producto de ciertos resentimientos sociales y raciales. En
tercero el actuar inequívoco de ciertos hombres públicos que obran en defensa
de sus intereses personales, al servicio del extranjero, y que, lógicamente, disfrazan
esa conducta con pretextas teorías.
Nada hay más contrario -y nada lo había, sobre todo- a nuestro propio ser nacional, que las ideas liberales. La época de la colonia, transcurrió entre hechos de armas y la predicación católica. La fe y el coraje fueron las virtudes supremas de la raza. La disciplina y la jerarquía, consubstanciales con la nacionalidad incipiente. La vida austera y sufrida, hecha a las campañas, dieron generaciones de varones esforzados y abnegados mujeres que hicieron el milagro de la argentinidad.
Unos pocos hombres
-en el fondo débiles y afeminados- se dieron a la lectura de libros extraños.
Incapaces de comprender la macha aspereza del paisaje nativo, dieron la espalda
a la tierra y se extranjerizaron definitivamente.
Nada había tampoco,
ni en nuestras leyes, ni en nuestras usanzas -por parte de sana entraña republicana-
que permitiera suponer viable una derivación liberal en nuestras instituciones.
Los ideólogos, los
"botarates de las luces y los principio" como los califica Juan
Manuel, se caracterizan así por su ajenidad. Son ajenas las instituciones que
preconizaron e impusieron sin comprender que las instituciones deben ser el
producto histórico de la comunidad nacional y que no pueden injertarse. Son
extraños, por su cultura y pretenden inclusive extranjerizar nuestras
costumbres.
Esta división entre
patriotas e ideólogos, entre argentinos auténticos y extranjeros vocacionales, subsiste
cada vez más agravada, hasta nuestros días, y de ella nacen las profundas contradicciones
de nuestro acontecer histórico.
El sentido de patria y las dos políticas
Casi podría trazarse una línea vertical de separación. Por una parte, por trágico error o por malicia, los permanentes autores de la traición. Por la otra los jefes naturales, los auténticos caudillos, los hijos de la tierra que tienen su más ilustre antecedente en la noble personalidad de Hernandarias, pasando por Artigas y culminando en Juan Manuel de Rosas.
En Caseros, verdadera derrota de todo un país, se quiebra en cierto modo irreversiblemente la línea nacional. La gestión de los ideólogos, altera, con claras consecuencias sociológicas, el ser nacional. El país adquiere una nueva fisonomía, a través de leyes impuestas despóticamente por una minoría contra las cuales, se agitan rebeldemente las usanzas propias originando un funcionamiento jurídico permanente. La inmigración en masa, el hecho más grave, produce, por motivos raciales, una alteración en nuestro ritmo espiritual.
Esta dos corrientes
históricas, lejos de haberse fundido o diluido, se han ido ahondando día a día,
del tal modo, que hoy mismo, constituyen toda la clave de nuestra problemática política.
Pues la lucha por el reencuentro del país real, del país verdaderamente argentino,
consigo mismo, se actualiza ahora con todo rigor.
El país, en lo que
tiene de auténtico, de popular, de atado a la Madre Tierra, está enrolado,
conscientemente, en la corriente nacional.
Todo lo demás, es el
criminal agitarse de intelectualoides apátridas y de astutos mandatarios del
extranjero.
Y ambas corrientes
están hoy, como hace cien años, de nuevo frente a frente.
Por claros motivos,
pues, revisionismo y posición política, van indestructiblemente unidos. Ante
estos hechos, nadie puede suponer que el revisionismo sea sólo un quehacer historiográfico.
Es por encima de todo, un quehacer de trascendencia política.
Porque quien no
comprende nuestra historia, nuestra verdadera historia, no podrá comprender ni
servir fielmente a la argentinidad.