lunes, 1 de septiembre de 2008

Es acción santa matar a Rosas

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 8 - Setiembre 2008 - Pags. 5 y 6

Es acción santa matar a Rosas

Por la Prof. Beatriz Celina Doallo


José Rivera Indarte
Dibujo de Ignacio Baz
Museo Histórico Nacional


Modelo de esa casta de adulones obsecuentes con el poder, que no tiene miras de extinguirse en el país, José Rivera Indarte (1814-1845) alardeó de ferviente partidario de Rosas hasta 1839. Escritor y periodista, redactó folletos con exaltada propaganda federal y vilipendio hacia los unitarios, y, en 1835 las estrofas del Himno de los Restauradores.

Creyendo que su notorio partidismo lo mantendría a salvo de la justicia, cometió varios fraudes y estafas, e intervino en el robo de valiosos objetos del culto católico. Pero incurrió en un gran error al suponer que Juan Manuel de Rosas pertenecía a la clase de mandatarios que agradecen la obsecuencia otorgando impunidad: fue arrestado, juzgado y condenado a pena de cárcel por sus delitos.

Desde la prisión, Rivera Indarte inundó la secretaría de Rosas con pedidos de amparo invocando sus servicios a la causa federal, demandas que Rosas desechó sin contemplaciones.

Cumplida la condena, el otrora panegirista se declaró ofendido por la ingratitud del Gobernador, huyó a Montevideo y ofreció su colaboración a los emigrados. Aún tratándose de tan poco recomendable personaje, todo traidor era bienvenido. Le nombraron redactor del periódico El Nacional, desde cuyas columnas atacó a Rosas y a la Federación con toda la virulencia que utilizara años antes para injuriar a los unitarios. Uno de los admiradores de su estilo fue el concesionario del puerto de Montevideo, un inglés de apellido Lafonne (Lafone según otras grafías), quien le encargó redactar una lista de "los asesinados por la tiranía rosista", a razón de un penique por nombre. Rivera Indarte supo aunar venganza y codicia en esa tarea, incrementando el inventario, y por consiguiente su paga, con nombres extraídos de su fértil imaginación y numerosos difuntos de identidad desconocida. Propuso a su empleador incluir en la nómina a los que habían muerto en batallas, pero Lafonne, tal vez alarmado por el costo, se opuso. La lista, aderezada con comentarios del autor -"Las cabezas de las víctimas son puestas en el mercado público adornadas con cintas celestes", "Manuelita Rosas convidó a los asistentes a una de sus comidas con las orejas saladas de un prisionero"- tuvo por título Tablas de sangre, totalizó 480 cadáveres, reportó al autor 2 libras esterlinas y sirvió de basamento a las falsedades de la historia oficial sobre el gobierno del Restaurador de las Leyes.

La redacción de las Tablas no interfirió con la labor pseudo-periodística de Rivera Indarte, quien, entre otros libelos, publicó uno titulado "Es acción santa matar a Rosas". Exhortaba el autor a cometer el crimen aduciendo que las circunstancias imponían y justificaban el asesinato, perfecta muestra de la amoralidad de un sujeto que no había dudado en ejecutar un robo sacrílego en Buenos Aires. Aunque los emigrados aplaudieron la proposición, de entre sus filas no surgió individuo alguno dispuesto a llevarla a cabo. Atentar contra la vida de Rosas en forma directa era impracticable estando de por medio, además de la custodia de su persona y residencia, la lealtad popular con que contaba. Desalentado por el nulo éxito a su requerimiento de un asesino, Rivera Indarte propuso otros medios, entre ellos el veneno. Refiere el historiador Adolfo Saldías que "un aderezado pastel fue introducido hábilmente en casa de Rozas, a nombre de uno de sus amigos, y del cual fue víctima un perro".

Finalmente, en los primeros meses del año 1841, la suerte pareció estar de parte de Rivera lndarte, brindándole una ocasión propicia para intentar asesinar a Rosas. Montevideo era otra Gran Aldea en la que todo tomaba estado público, y se supo que el Cónsul General de Portugal, Leonardo de Souza Acevedo Leite, había recibido desde Dinamarca, remitida por el embajador portugués acreditado en Copenhague, un obsequio que la Sociedad de Anticuarios del Norte enviaba a Rosas, una caja con una colección de medallas, acompañada por dos pliegos lacrados, uno de los cuales contenía la llave y el otro era un diploma. Acevedo Leite pidió a un oficial naval francés de apellido Bazaine, que se disponía a viajar a Buenos Aires, que se encargara de entregar la encomienda en casa del Restaurador. Bazaine, edecán del almirante Dupotet, jefe de la flota francesa estacionada en el Río de la Plata, tenía dispuesta su partida de Montevideo el 23 de marzo en la goleta Rose al mando del capitán Schiaffino.

Rivera Indarte, con ayuda de otros complotados, logró apoderarse de la encomienda la noche anterior a la partida de la goleta. En el local de un librero, Jaime Hernández, el contenido de la caja fue sustituído por un dispositivo preparado por un mecánico de apellido Audriot siguiendo instrucciones del periodista.

Se trataba de un mecanismo compuesto por 16 cañoncitos de bronce cargados con cartuchos a bala y distribuidos en forma circular apuntando hacia afuera, los cuales serían activados a resorte por dos percutores en el momento de abrirse la caja. Se envolvió ésta tal como llegara de Dinamarca, en un lienzo blanco cerrado con costuras y junto con los dos pliegos, más otro con una carta agregado por el cónsul Acevedo Leite, que era amigo personal de Rosas, la encomienda convertida en una trampa mortal cruzó el Río de la Plata.

La máquina infernal


El 24 de marzo el oficial Bazaine entregó el obsequio en casa del Gobernador. Rosas se hallaba atendiendo a una persona de su amistad y su hija Manuelita colocó la caja y los pliegos sobre una mesa de la sala. Al día siguiente llevó la encomienda a su padre; éste, ocupado con la correspondencia, que atendía en su propio dormitorio, le indicó que la dejara sobre una de las cómodas. Dos días después la caja y los pliegos seguían en el mismo lugar. Manuelita se lo hizo notar al padre, quien, comprendiendo la natural curiosidad de la joven por conocer en qué consistía el obsequio, la autorizó a abrirlo. Manuelita llevó todo a su dormitorio, abrió los pliegos, leyó la carta del cónsul portugués y el diploma, sacó la llave y comenzó a descoser el forro blanco con unas tijeras. La llegada de visitantes detuvo su tarea, que recién reanudó en la mañana del 28 de marzo, ayudada por su amiga Telésfora Sánchez y la criadita de color Rosa Pintos. Cuando, descosido el forro, hizo girar la llave para abrir la caja, la tapa de ésta saltó unos cinco centímetros en forma violenta y ruidosa y las tres mujeres observaron con asombro los cañoncitos que, por fortuna, no se dispararon.

La máquina infernal

Manuelita cerró la caja y la llevó a su padre, refiriéndole lo ocurrido. Rosas quitó la caja de manos de la hija, la depositó sobre su cama y la abrió. Tanto él como el escribiente Pedro Regalado Rodríguez, con quien estaba trabajando, vieron que la tapa saltaba bruscamente, del mismo modo que lo hiciera cuando la abrió Manuelita. Rosas examinó el mecanismo y explicó al escribiente que los cañones estaban dispuestos para que explotasen al abrir la caja.

-Uno sólo bastaba para matar a mi hija siendo así que venía destinado para mí- añadió, según contó más de 40 años después Regalado Rodríguez al historiador Saldías.

Rosas hizo acudir al Dr. Felipe Arana, Ministro de Relaciones Exteriores de la Confederación, y acordaron informar del hecho al almirante Dupotet. En el Complemento al Capítulo XL de la Historia de la Confederación Argentina se incluye la carta que envió Manuelita desde Londres el 1º de diciembre de 1885 a su esposo Máximo Terrero, quien estaba en Buenos Aires y le había pedido la relación del episodio para Saldías. La misiva describe minuciosamente lo que ocurrió con la caja desde el momento en que el oficial Bazaine la entregó en casa del Restaurador, y lo que aconteció tras el frustrado intento de asesinato con la que se bautizó como "máquina infernal". Explica que, enterado el almirante Dupotet de los hechos, "este señor, altamente indignado al saber que se hubiesen valido de su edecán Mr. Bazin (sic) como agente de una trama tan infame, despidió a éste esa misma mañana en un vapor a Montevideo para tomar informes del señor Acevedo Leitte (sic), si tenía algún conocimiento de la carta, habiéndosele engañado. El señor Leitte, tan ofendido como debía serlo, se vino sin demora con Mr. Bazín a Buenos Aires para dar la satisfacción debida de su inocencia. La máquina, sin moverla de la caja, se llevó inmediatamente a casa del señor ministro Arana, donde estuvo algún tiempo expuesta al examen de! público. Siendo el 30 de marzo el día del cumpleaños de mi finado padre, y el 29 destinado a consultas de ministros del gobierno y de los agentes extranjeros,fue aquel día en el que se declaró al público lo que pasaba; así fue que el cuerpo diplomático y los militares que iban a casa para cumplimentar a mi padre, como los particulares impuestos de la infamia que se les refería, pasaban a ver la máquina a lo del señor Arana.(...) Los oficiales franceses descargaron algunos de los cañones en el jardín del señor ministro Arana, y la carga era tan terrible que los cañones reventaban".

Fracasado el complot, los unitarios negaron su participación en él e inculparon al propio Rosas de haberlo fraguado para concitar el repudio general hacia los enemigos de la Federación. John Percival Dade, cónsul inglés en Montevideo, quiso conocer de buena fuente pormenores del suceso y los solicitó al Ministro Plenipotenciario de Gran Bretaña en Buenos Aires, John Henry Mandeville, quien se los aportó por carta el 30 de marzo de 1841. El 3 de abril Dade escribió a Mandeville agradeciendo la reseña, y agregó este comentario:

"Aquí los antirrosistas ridiculizan la ídea de que exista verdad alguna en este negocio, y lo atribuyen enteramente a una mera fabricación para propender algún mal y siniestro objeto, contemplado por el General Rosas, o al menos, procurar hacer creer que tal es el caso, aunque a la verdad pocos de cada partido dejan de creer la relación".

La "máquina infernal" estuvo a buen resguardo en poder de gentes leales a Rosas luego de la batalla de Caseros y finalmente ocupó un lugar destacado en el Museo Histórico Nacional, de Parque Lezama.

En cuanto al autor intelectual del complot y de la máquina, el destino, que a veces hace bien las cosas, no le dio la satisfacción de asistir a la derrota del gobernante al que trató infructuosamente de asesinar. La que hizo bastante mal las cosas fue la Legislatura de la ciudad de Buenos Aires, que asignó a una calle del barrio de Flores el nombre de Rivera Indarte.