lunes, 1 de septiembre de 2008

Jerónimo Costa y su "espada ruin y mohosa"

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 8 - Setiembre 2008 - Pags. 2 a 4  

Personajes y hechos de la Confederación Argentina

Jerónimo Costa y su “espada ruin y mohosa”

                                                                                                  Por el Federal Apostólico

Jerónimo (ó Gerónimo) Costa, nació en Buenos Aires en 1808. Como Teniente de Cazadores, luchó contra el Imperio del Brasil en 1826/28 (primera Guerra contra el Brasil), destacándose en la batalla decisiva de Ituzaingó (20 de febrero de 1827), siendo ascendido al grado de capitán en el mismo campo de batalla.

Al regreso de las tropas a Buenos Aires -y ante el descontento producido por el desenlace diplomático de la contienda, ya que no obstante haber resultado vencedora la Argentina, perdió en la mesa de negociaciones a una de sus principales provincias, la Banda Oriental, que a partir de ahí se erigió como país independiente, el Estado Oriental- al mando del Gral. Juan G. Lavalle, estas se sublevaron contra el legítimo Gobernador de Buenos Aires, Manuel Dorrego, permaneciendo Costa subordinado al legítimo gobernador. A partir de allí Costa siempre actuó a favor de la federación. En 1831 combatió contra el General Paz, jefe de la Liga del Interior (unitaria).

Cuando Rosas en el año 1833 encaró su expedición a los desiertos del sur, Costa participó de la misma ostentando el grado de teniente coronel. Fue hombre de confianza del Restaurador quien en 1835 lo designó como Comandante de la isla de Martín García y en este puesto se encontró en 1838 cuando se produjo el bloqueo francés a la Confederación Argentina y el ataque galo a la isla.

Con poco más de 100 soldados, Costa encaró la defensa de la isla e hizo frente al desembarco de 550 enemigos, quienes hicieron valer tan desproporcionada fuerza y tomaron la isla, provocando la rendición de los defensores, quienes habían combatido con valor y causado grandes bajas a los atacantes. 

El mismo Costa consigna: “en medio de un fuego vigoroso que por todas partes nos abrazaba, nuestros 96 valientes de que contaba la guarnición, se inflamaban de entusiasmo en vista del retrato de nuestro Ilustre Restaurador y del bravo general Quiroga que les había colocado en el asta-bandera a cubierto de los fuegos”.

Como veremos al final de esta nota, la valentía demostrada por los defensores causó impresión entre los jefes de la fuerza atacante, quienes con hidalguía la reconocieron.

Costa participó en muchos combates y acciones de la guerra civil; hizo la campaña contra Lavalle, peleó en Cagancha, Don Cristóbal y Sauce Grande y bajo las órdenes del Gral. Manuel Oribe peleó en Quebracho Herrado. También como Jefe bajo órdenes del Gral. Ángel Pacheco intervino en la batalla de Rodeo del Medio (1841), y al año siguiente combatió en Arroyo Grande. Hizo toda la campaña del Estado Oriental y formó parte del ejército federal sitiador de la Plaza de Montevideo desde 1843 hasta 1851.

Producido el Pronunciamiento de Urquiza contra el Gobernador Rosas (1851), quien detentaba el ejercicio de la relaciones exteriores de la Confederación Argentina, y la defección del general oriental Manuel Oribe a cuyo comando se encontraban aquellas fuerzas sitiadoras de Montevideo, Costa se embarcó a Buenos Aires para servir en el ejército que estaba preparando Rosas en su lucha contra Urquiza. Así Costa tuvo destacada actuación en la batalla de Caseros (3 de febrero de 1852) al frente del Batallón Independencia, cuya bandera llevaba la siguiente leyenda: “Ni pide ni da cuartel”

Desalojado Rosas del Poder, Costa también se exilió por algún tiempo, ya que a mediados de 1852, regresó a Buenos Aires, siendo designado por Urquiza –nuevo hombre fuerte de la Confederación–  como comandante de la Guardia Nacional de Infantería. Cuando en esta Ciudad se produjo la revolución del 11 de Septiembre (de 1852) pergeñada por unitarios y algunos antiguos rosistas, descontentos con la política del Gral. Urquiza y que en los hechos significó la secesión de la provincia de Buenos Aires de la Confederación Argentina, Costa no adhirió a la misma y se retiró a Entre Ríos para apoyar al Director provisional Urquiza y a su política, al entender que el caudillo entrerriano enarbolaba las banderas federales. En el mes de diciembre de 1852 Costa se adhirió a un hecho revolucionario que se produjo en Buenos Aires, de carácter federal, que al mando del Gral. Hilario Lagos sitió a la Ciudad de Buenos Aires, que finalmente fracasó. Posteriormente a ese hecho, Urquiza nombró a Costa general en jefe del Ejército del Norte, con asiento en la ciudad santafesina de Rosario y desde allí preparó una invasión a la provincia de Buenos Aires que se produjo en noviembre de 1854, con la intención de desalojar del poder al partido liberal y lograr la reincorporación de la provincia de Buenos Aires a la Confederación. Fue vencido en el arroyo El Tala, a la altura de San Pedro, por el ejército de Buenos Aires y después de este fracaso, pasó al Estado Oriental.

General Hilario Lagos (1)
A principios de 1856 volvió a intentar una nueva invasión, esta vez por el lado de Zárate, pero el ejército federal fue nuevamente batido en Villamayor (Ptdo. de la Matanza) por las tropas de Buenos Aires. Jerónimo Costa fue tomado prisionero y el 2 de febrero fue ejecutado sin proceso alguno, junto con otros 124 compañeros entre oficiales y soldados, por orden del Gobierno liberal de Buenos Aires, conocido este hecho en la historia como la “matanza de Villamayor”

Una proclama firmada por el gobernador de la provincia, Pastor Obligado y sus ministros Alsina, Mitre y de la Riestra, felicitó a los autores materiales de la masacre con estas enconadas palabras: “Al volver a nuestros hogares, llevad la conciencia de haber afirmado el orden público, pues ya los malvados que los pudieron conmover, han expiado sus negros crímenes con sus cabezas”.

Gobernador Pastor Obligado (2)
Mercedes Rosas de Rivera, la hermana menor de Juan Manuel de Rosas, le escribió el 31 de marzo de 1856 a su sobrina Manuelita Rosas, –residente en Inglaterra–, acerca de los sucesos comentados y del destino del cadáver del malogrado Jerónimo Costa:

“Los últimos y tan desgraciados sucesos acontecidos aquí me han muerto. Tú sabes como yo quería a Gerónimo Costa podrás valorar lo que habrá sufrido mi espíritu viéndolo sacrificar tan cobardemente. Ahora tenemos Constitución y esta ha sido violada; el Gobernador sin tener las extraordinarias ha hecho fusilar de su orden a un General de la Nación sin un Consejo de Guerra y del modo más aleve. ¡Pobre Costa!... Yo me presenté al Gobernador, diciéndole que pedía permiso para recoger el cadáver de mi amigo y pariente el general Costa; que estaba persuadida que la mano de la autoridad no podía extenderse hasta la mansión de los muertos y en el momento, antes de dos horas, de letra de Obligado, tuve la orden… En fin, amiga, ha vuelto el año 28 en que Lavalle fusiló de su orden al Gobernador Dorrego. Aquí los Varela me han guaseado: pusieron en uno de los Ecos locales de su diario: “La Noble Dama que ha gastado $ 4.000 en el cajón para Costa, será con el objeto de mandárselo al degollador Oribe para que le cante un responso”… Vinieron a darme serenata y les tiré con grandes pedazos de carbón de piedra y jugué con ellos carnaval, pues recibieron toda el agua del baño que tenía Miguel arriba, y a más les grité con voz de Soldado “¡Viva la nueva mazorca! ¡Vivan los nuevos Cuitiños, Parras y Troncosos! ¡Y les advierto que si me rompen algún vidrio, les menéo bala!” Entonces se fueron los gallinas, flojos y cobardes: cuando encuentran energía ceden. Estos son, mi amada amiga, los tristes sucesos que han tenido lugar en estos últimos tiempos. En casa de mi compadre Terrero también les gritaron “¡Muera la mazorca!” y les rompieron los vidrios. En lo de Arana fué mas que en ninguna parte. A la pobre Pepa Gómez le tocaban a degüello; le gritaban horrores. Hasta en la casa de la santa Mariquita Rosas, en lo del cónsul Meyrelles y ¡asómbrate! hasta en la casa de Don Vicente López, le han gritado mueras y le han roto vidrios…”

Mario César Gras, en su libro “Rosas y Urquiza”, dice: “Sarmiento, el civilizador, comentando el hecho decía en El Nacional “Han muerto o han sido fusilados, en el acto de ser aprehendidos, Bustos, Costa, Olmos (si no lo está, lo estará, voto al chápiro). Trofeos, la espada de Costa, ruin y mohosa. El carnaval ha principiado. Los paisanos han tomado a Olmos, los paisanos han lanceado a Bustos: ellos han perseguido a Costa y lo han fusilado. Se acabó la mashorca”.

“¿Se acabó la mazhorca –se pregunta Gras- o resurgiría con más vigor que en los trágicos años de 1840 y 1842, tan caros a la propaganda unitaria?”

Julio Victorica, en su obra “Urquiza y Mitre”, dice: “Para que se sepa quien era el famoso bandido Jerónimo Costa, el malvado que “había expiado sus negros crímenes con su cabeza” diremos que pertenecía a una de las familias más distinguidas de Buenos Aires…Un perfecto caballero, militar valiente y honrado, que ilustró su foja de servicios con la heroica acción que se va a recordar:

En 1838 la República Argentina se encontraba en guerra con la Francia. 

El Jefe de la escuadra francesa dirigió al comandante de la isla Martín García, la siguiente nota:

“Vigilante, en el fondeadero de Martín García, octubre 10 de 1838.

Señor Comandante:

Tengo el honor de informaros que el señor Almirante, comandante en jefe de la estación del Brasil y los mares del sud, me ha impartido la orden de venir a apoderarme de la isla de Martín García. Siendo las fuerzas puestas a mi mando para esta empresa, muy superiores a las del vuestro, y no pudiendo por esta razón dudarse del éxito, mi deber en tales circunstancias me prescribe declararos, señor Comandante, que no recurriré a la decisión de las armas, sino en el caso que no me querrais entregar la isla que órdenes terminantes me obligan a ocupar.

Os concedo una hora para enviarme vuestra contestación y si ella no fuese conforme con las intenciones expresadas, la consideraré como señal de las hostilidades que comenzarán inmediatamente entre nosotros.

Aceptad, os ruego, señor Comandante, la seguridad de mi más distinguida consideración. El Capitán de corbeta, comandante de la expedición.

                                                                         HIPOLITO DAGUENET”.

Era jefe de la isla el teniente coronel Jerónimo Costa, y su segundo, don Juan B. Thorne, veteranos ambos de la guerra contra el Brasil. 

A pesar de que los elementos de defensa eran muy escasos, la intimación anterior fue contestada en los siguientes términos:

“¡Viva la Federación!

El Comandante de Martín García.

Martín García, octubre 11 de 1838.

Año 29 de la libertad, 23 de la Independencia y 9 de la Confederación Argentina.

Al Señor Comandante de las fuerzas bloqueadoras de esta isla.

Tengo a la vista el oficio del señor Comandante de las fuerzas navales francesas frente a esta isla, por el que intima la orden de entregar el destino que tengo el honor de mandar.

En contestación a ella solo tengo que decirle, que estoy dispuesto a sostener, según es mi deber, el honor de la nación a que pertenezco.

Dios guarde al señor Comandante muchos años.

                                                                               JERONIMO COSTA”

Inmediatamente el enemigo asaltó la isla con fuerzas muy superiores, y después de reñidísimo combate, se apoderó de ella. 

Al Comandante Costa y otros oficiales prisioneros no sólo les fueron devueltas sus espadas por el valor desplegado, sino que un buque francés los condujo hasta Buenos Aires y los desembarcó con la siguiente nota dirigida al gobernador Rosas:

Al Señor Gobernador General de la República Argentina.

Exmo. Señor:

Encargado por el Señor Almirante Le Blanc, comandante en jefe de la estación del Brasil, y de los mares del Sud, de apoderarme de la isla de Martín García con las fuerzas puestas a mi disposición para tal objeto, desempeñé el 14 de este la misión que me había sido confiada. Ella me ha presentado la oportunidad de apreciar los talentos militares del bravo coronel Costa, gobernador de esa isla y de su animosa lealtad hacia su país. Esta opinión tan francamente manifestada es también la de los capitanes de corbetas francesas la “Expeditive” y la “Bordelaise”, testigos de la increíble actividad del señor coronel Costa, como de las acertadas disposiciones tomadas por este oficial superior, para la defensa de la importante posición que estaba encargado de conservar.

Lleno de estimación por él he creído que no podría darle una prueba mejor de los sentimientos que me ha inspirado, que manifestando a V. E. su bizarra conducta durante el ataque dirigido contra él, el 11 del corriente, por fuerzas muy superiores a las de su mando.

Soy, con el más profundo respeto, señor gobernador general, de V. E. muy humilde obediente servidor.

El Comandante del bloqueo y jefe de la expedición sobre Martín García.

                                                                      HIPOLITO DAGUENET

A bordo del d’ Assas, delante de Buenos Aires el 14 de octubre de 1838”.

Este fue el general Don Jerónimo Costa cubierto de injurias y de calumnias en documentos oficiales, antes y después de ser cobardemente asesinado…”

Como siempre, el desubicado Sarmiento, él, que escaló grados militares, obteniéndolos de favor, sin nunca haber combatido, con su espada de hojalata, se refirió a la espada gloriosa de Costa, (aquella que se distinguió en Ituzaingó, en Martín García, y -que le fue devuelta por el jefe enemigo por el valor desplegado por su propietario-, que también brilló en innumerables combates), como la espada “ruin y mohosa”. Pobre Sarmiento!... que poco sentido del honor que tuvo este hombre!!! 


(1) General Hilario Lagos. Encabezó una sublevación en diciembre de 1852, en la provincia de Buenos Aires, contra la revolución liberal del 11 de setiembre. El objetivo era el de reincorporar la provincia a la Confederación. Óleo de autor anónimo, existente en el Museo Histórico Nacional.

(2) Pastor Obligado, fue el primer Gobernador de la escindida provincia de Buenos Aires.