jueves, 10 de febrero de 2022

Alberto Mondragón - Vida de Dorrego

 REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.

En el periódico El Puente de diciembre de 1968, se publicó el siguiente artículo del Dr. Alberto A. Mondragón.


VIDA PASIÓN Y MUERTE DE MANUEL DORREGO

por Alberto A. Mondragón


EL GUERRERO INTREPIDO

Alberto Mondragón
La estrella refulgente de Manuel Dorrego se apagó cruelmente el 13 de diciembre de 1828; ese crimen inaudito en los anales históricos argentinos, es desgraciadamente para la posteridad, un eslabón en los hechos que modificaron fundamentalmente la estructura y el sistema de la vida nacional.

Tan importante suceso, cuya valoración lo tuvo en ese momento histórico, repercutió hondamente en todo el ser nacional y constituye hoy un baldón y motivo de severo enjuiciamiento, a más de lección histórica inolvidable. Es por ello que la fecha de ese nefasto día, la pluma debe reflejar el proceso de autores, visibles y encubiertos, el estudio de la víctima ilustre, las consecuencias inmediatas y la secuela posterior.

La intensa vida del coronel Dorrego encierra ya una clave esclarecedora.

Nació Manuel Dorrego el 11 de junio de 1787, y desde joven, en su paso por el colegio de San Carlos, dejó huellas visibles de su acción. Estudiante aventajado era a la vez partícipe de gestos independientes, indicadores de un carácter en formación, recio y decidido, que anticipaba sus futuras actuaciones.

A los 20 años viaja a Chile donde influyó en el triunfo patriota del 18 de setiembre de 1810, mereciendo un premio recordatorio de su estada en el país trasandino, que le acordó una medalla con una inscripción que antidata su futura pasión política “Chile a su primer defensor”.

“A regresar a Buenos Aires se alista en las tropas noveles de la Revolución, actúa en SANSANA (17 de diciembre de 1811), y en NAZARENO (11 de enero de 1812), que preparaba su decisiva actuación en la batalla de SUIPACHA (12 de enero de 1812), siendo ascendido a Tte, Coronel las batallas de TUCUMAN (24 de septiembre de 1812) y SALTA (20 de febrero de 1813), acciones todas en donde Dorrego en cargas valientes y arriesgadas, con gestos de resolución personal, marginadas a la conducción de Belgrano, dan el triunfo a las armas patriotas.

Esa altivez digna y valiente del intrépido guerrero no se condiciona a la situación de una política impuesta por el Triunvirato y el Directorio otras “armas” y en otro terreno los políticos de Buenos Aires maniobran en “batallas”, las más perdidas de la diplomacia; Dorrego no conoce para ese entonces sino las refulgentes espadas y la mortífera metralla, los otros —Rivadavia, Alvear, Pueyrredón— acomodan su política inepta a los intereses extranacionales.

Pueyrredón lo aborrece y le teme, un decreto muy conciso y sin causa justificable le impone la pena de expatriación y.. . bien distante, a los Estados Unidos de Norteamérica, en donde se radica en 1817 en la ciudad de Baltimore.

Tres años pasa en los Estados Unidos, hasta su regreso a Buenos Aires el 6 de abril de 1820, llamado por Sarratea, cuyo decreto de amnistía en la parte resolutiva es digno de destacar, por considerar a Dorrego “...buen servidor e inocente de falsas imputaciones”.

EL TRIBUNO FEDERAL

Los directoriales asumen de retorno el poder, en un “maremagnum” de asuntos graves para el país, Rivadavia hipoteca las tierras públicas a la banca inglesa con el Banco Nacional y el empréstito Baring Brothers; se negocia con el Imperio del Brasil la pérdida de la Pcia. de la Banda Oriental; se impone una “presidencia” y una constitución “a palos y por cientos de decretos se crean hipotéticos castillos en el aire”, y en fin tantos dislates se derrumban estrepitosamente, y el gran derrumbador fue precisamente el coronel Manuel Dorrego.

El periodista ataca esa nefasta política antinacional; en artículos encendidos inflama un material reseco, propugna cambios fundamentales, denuncia a los actores y ejecutores de maniobras fraudulentas, ataca a la cabeza visible, es un fiscal incorruptible, es una pluma acerada, escribe con la “punta de la espada”.

El legislador Dorrego defiende al pueblo que los unitarios no quieren que vote —¡el pueblo no es unitario!— en el Congreso se discutió el proyecto de la Comisión que propugna una constitución, ese proyecto nos dá luz para el futuro del que era llamado, justamente por su defensa, el “padre de los pobres” y el “descamisado”.

Denuncia al Banco —una creación inglesa, con directores ingleses—, a los agiotistas —“aristocracia del dinero“—; da nombres de comprometidos y los que escuchan temen, el rencor nace, la venganza acecha, el crimen se organiza.

Nada deja Dorrego por denunciar, ni nada tampoco por esclarecer sobre la forma de gobierno, y si considera posible que por un gobierno centralista —como se tuvo— se hipoteque el país, era lógico considerar el peligro de pasar por “decreto” de un régimen a otro, dice Dorrego en la sesión del 28 de septiembre de 1826, ”...yo creo que no hay quien pueda creer que haya igual distancia y proporción bajo el sistema federal que bajo el sistema de unidad. Uno sólo gira bajo el sistema de unidad, bajo el nombre de Gobierno dispone toda la máquina y la hace rodar; pero bajo el sistema federal todas las ruedas giran a la par de la rueda grande”.

Todos sus alegatos en favor del régimen federal en lo económico, político y social, hacen de Dorrego el portaestandarte de un sistema deseado y querido por los pueblos; en una síntesis de claridad meridiana lo expone: “Opino por el sistema federal, porque creo que es el que quieren los pueblos, porque creo que es el únicamente aceptado”.

EL GOBERNANTE VALIENTE 

(Ituzaingó —20 de febrero de 1327— fue una victoria argentina frente al imperio esclavista del Brasil.

Esa guerra ganada, la perdió Rivadavia en las tratativas antidiplomáticas, la “paz” era una política de agregar más incompetencias a las ya pesadas situaciones internas, el “visionario”, el “más grande hombre civil de los argentinos”, dejaba una herencia de taras en todos los órdenes.

Al Coronel Manuel Dorrego le toca en suerte la “herencia” de hacerse cargo de ese presente griego que era el estado argentino. El 3 de agosto de 1827 toma la responsabilidad del poder como Gobernador de la Provincia de Buenos Aires y con delegación de las Provincias las Relaciones Exteriores, y su primer acto es dar conocimiento del estado general y de la situación del país en un memorable “Mensaje” ante la Legislatura el 14 de septiembre de 1827, que por múltiples motivos es preciso detenerse para comprender el destino “prefijado” por sus enemigos en el triste fin de Dorrego.

Lo primero es “la restitución de la provincia”, es el primer acto de confianza, del cual “dependía la paz interior de los pueblos, el buen orden y respeto de la República” está claro en Dorrego la idea federalista. Luego habló del Banco, destacando el “cuadro aflictivo” de la economía del país. Hizo clara referencia sobre los “negociados” de las minas: “sin esperar sanción legislativa”. Por último y sobre la guerra contra el Brasil, prosigue ese extraordinario “Mensaje”: “Las filas de aquellos valientes se hallaban dislocadas por un disgusto pronunciado contra la conducta, ya militar, ya política...”. En este valiente y doloroso “Mensaje” Dorrego puso su claridad, sobre quienes eran los responsables del deshonor nacional y la situación gravísima del país. Si el 25 de septiembre no se borraba para las logias muy temibles, este 14 de septiembre confirmaba aplicar el destino “prefijado”.

El último acto del drama debía estar próximo.

 

EL MARTIR DEL CIPAYAJE

Resuelta la restitución provincial, a Dorrego cabe el llamado federal de reunir a sus colegas del interior, a los fines de consolidar el orden interno, sanear las economías provinciales y enfrentar al Imperio del Brasil.

La respuesta de las provincias fue unánime: Dorrego es la esperanza en el federalismo y en la prosecución nacional de lucha contra el Brasil; en ambas obtuvo el asentimiento, pues el interior generoso y comprensivo estaba en la pacificación; mérito destacable de Dorrego es haber creado una nueva República, una “pax federal” y una representación política y militar casi desconocida desde años de lucha por la libertad e independencia.

Los otros dos asuntos pendientes —la guerra del Brasil y el Banco “Nacional”— eran en sí dos paralelas intransitables para Dorrego, ambas dominadas por el imperio inglés; así, pues, mientras Dorrego reclutaba tropas, se buscaba el apoyo de Bolivar y se intrigaba con los mercenarios brasileros; alguien muy sutilmente destejía la tela que costosamente tejía Dorrego. Lord Ponsomby era el hábil y diligente diplomático que anulaba la tela, Dorrego muy doctrinario y Ponsomby con libras esterlinas; el primero creía en la soberanía americana, en la independencia nacional y en la libertad de los pueblos; el otro se apoyaba en el deterioro del país y en el nefasto Banco llamado “Nacional”, de Inglaterra.

A Ponsonby lo debemos considerar como el primer conspirador, y a él se unirá la logia unitaria, Dorrego mientras tanto no creía en una nueva catástrofe nacional, ¡volver al pasado tan remarcado justamente por él!, aún prevenido, seguía no creyendo; el ¡oven estanciero, Juan Manuel de Rosas, le dice: “El ejército nacional llega desmoralizado por esa logia que desde mucho tiempo atrás nos tiene vendidos; logia a que en distintas épocas ha avasallado a Buenos Aires, que ha tratado de estancar con su pequeño círculo a la opinión de los pueblos; logia ominosa y funesta contra la cual está alarmada la nación”.

La logia que menciona Rosas la formaban: “Aguero, Gallardo, Del Carril, Gómez y Varela, que en contacto con Lavalle —esa “espada sin cabeza” al decir de San Martín—, se lanzó al motín del 1° de diciembre de 1828.

Gestada la “revolución” pacientemente a la vista y oído de todos, Dorrego nada podía oponer, sino su propia voluntad valiente e intrépida, pero inoperante a la intriga y duplicidad del enemigo, tampoco se dejaba aconsejar. Fue traicionado por sus “amigos” y entregado al furor de la logia; llevado a Navarro se le fusiló sin juicio; por “mi orden” dijo Lavalle, con premura desusada en nuestras luchas civiles; pareciere que el banquillo del ajusticiado estaba preparado de antemano.

El 13 de diciembre de 1828 se cerró el ciclo de la intensa vida de Manuel Dorrego, pero no las terribles consecuencias políticas desencadenadas por su injusta muerte, al tribuno federal, al guerrero intrépido y al gobernante valiente, se dejó paso al mártir del cipayaje.

El silencio del sepulcro levantado en honor de Dorrego por un pueblo noble e inocente “que no fue cómplice de su muerte” puso fin a un proceso histórico, pero dio apertura a una esperanza en el destino nacional; la bandera caída es retomada por nuevas manos en una nueva etapa gloriosa del devenir argentino, la naciente Confederación Argentina asoma a la luz de la vida política, y el Caudillo conductor, llevará las banderas del federalismo y de la Restauración Nacional, Juan Manuel de Rosas es el destinado a concretar la gran aspiración del Coronel Manuel Dorrego.