sábado, 5 de febrero de 2022

Alberto Mondragón - Martiniano Chilavert

A mediados de la década del '60 Alberto Mondragón redactó unas breves biografías bajo el título "Figuras rosistas", que fueron publicadas en distintos periódicos y revistas (Revista o períódico El Puente, Revista Doctrina, entre otras). 


FIGURAS ROSISTAS

(Revista El Puente)


Décima segunda Figura

MARTINIANO CHILAVERT


Alberto Mondragón
Hay hombres de Rosas por pasión, por convencimiento o por patriotismo; en algunos sólo una de esas es válida, para otros son dos las determinantes, pero para el Coronel MARTINIANO CHILAVERT, las tres son las imprescindibles para sostener al hombre de Palermo.

Completar las tres variantes requiere un temperamento intransigente: firmeza, decisión y coraje, todo con una moral acrisolada y una concepción mental que al tiempo sentimental, el razonamiento lo conforme.

El joven artillero en Caseros es la pasión, sus servicios a la causa federal su convencimiento y la adhesión a la Confederación agredida por las prepotencias extranjeras es el patriotismo; por todo ello la nobilísima figura de CHILAVERT obliga a su rescate como símbolo de sus tres facetas inigualables.

En 1827 el mayor CHILAVERT estaba en los campos de Ituzaingó. Era un guerrero vocacional; su espada y su mente expresaban la conducta de un clásico militar, y nada lo pinta mejor que ese hecho: el 18 de Febrero de ese año, en una reunión nocturna entre los jefes se habló de despojar la jefatura a Alvear, y el mayor Chilavert con santa indignación, se les encaró con las siguientes palabras: “Ante los sagrados deberes para con la Patria, soy capaz de sacrificar los deberes de la disciplina en que me he criado. ¡Juro que cruzaré mi espada con la de cualquiera que pretenda llevar adelante este atentado frente al enemigo!”.

Amigo y compañero del Gral. Lavalle, ambos temperamentales, los dos nada políticos en 1827, veían con claridad la iniciación del orden federal que se instituía con el Coronel Dorrego y el fin de una anarquía a unitaria con Rivadavia, que desgraciadamente el propio Lavalle —“espada sin caeza” al decir de San Martin— rompió con el motín del 1° de Diciembre de 1828 y sus terribles consecuencias.

Mas la concepción de Patria variaría para Lavalle en 1838 —comienza a ser el “cóndor ciego”— influido por los “doctores” del grupo unitario; en Chilavert se acentúa su pasión de Patria; Lavalle y Chilavert no se comprendían ya y sobre todo en algo tan sutil como era para la distinta cerebración de ambos, la cuestión nacional frente a un planteo extranjero —Francia en 1838—, que para Lavalle se expresaba fríamente como vemos en esta carta de Lavalle a Chilavert del 16 de octubre de 1838: “Los franceses van a bloquear a Chile... cuando un ejército chileno está en Lima contra Santa Cruz... El cónsul francés Roger, que fud a Francia a dar cuenta a su gabinete, volvió y ha dirigido a Rosas un ultimátum con algún agregado de exigencias. Le tomada a viva fuerza por las escuadrillas aliadas... 40 piezas tiraban sobre un malísimo parapeto y 500 infantes completaron el suceso. El honor del pabellón argentino ha quedado bien pues el joven Costa se ha batido “en heros”, como dicen los galos”.

La sutil diferencia se visualiza en estas líneas de Chilavert a Pedro Díaz en enero de 1838: “Las cosas no van por “acá como debemos esperarlas, algunos de nuestros políticos en su odio a Rosas, no calculan los medios de destruirlo, sacrificando a este sentimiento la disnidad y honra de la nación y hasta los más sagrados intereses; cegados por su odio, no prevén que la marcha que adoptan nos perderá para siempre y nos llenará de infamia. Convinimos con los amigos: 1° no pisar el suelo sagrado de la patria sino bajo el pabellón nacional y con fuerzas que nos pertenezcan; 2°, si se reciben algunos auxilios, la indemnización será sin el más pequeño menoscabo del honor, dignidad y territorio de la nación; 3°, no consentir la intervención de ningún poder extraño en la organización política de nuestra desgraciada patria”.

Chilavert se permite advertir a su ya incomprensible Lavalle el 20 de diciembre de ese año: “Le aseguro a usted, mi amigo, que no puedo leer sin indignación la ultrajante propuesta de marchar unidos con extranjeros a hostilizar nuestra cara patria. ¿Cómo nos consideran estos hombres? ¿Qué creerán que somos? Y nuestra desgracia es tan tamaña que no podemos siquiera contestar a tan infamantes demasías”.

Ahora estamos en condiciones de valorar el paso final y que por su valor documental nos exime de todo comentario y por su contenido puede muy bien figurar como poema épico, Chilavert pide a Oribe en carta del 11 de mayo de 1846, lo siguiente: “En todas las posiciones en que el destino me ha colocado, el amor a mi país ha sido el sentimiento más enérgico de mi corazón. Su honor y su dignidad me merecen religioso respeto. Considero el más espantoso crimen llevar contra él las armas del extranjero. Vergüenza y oprobio recogerá el que así proceda y en su conciencia llevará eternamente un acusador implacable que, sin cesar, le repetirá: ¡traidor! ¡traidor! Conducido por estas convicciones me reputé desligado del partido al que servía, tan luego como la intervención binaria de la Inglaterra y de la Francia se realizó en los negocios del Plata. Me impuse de las ultrajantes condiciones a que pretenden sujetar a mi país los poderosos interventores, y del modo inicuo como se había tomado su escuadra. Vi también propagadas doctrinas a las que debe sacrificarse el porvenir y el honor de mi país. La disolución misma de su nacionalidad se establece como principio”.

“El cañón de Obligado contestó a tan insolente provocaciones. Su estruendo resonó en mi corazón Desde ese instante un solo deseo me anima: el de servir a mi Patria en esta lucha de justicia y de gloria para ella. Todos los recuerdos de nuestra inmortal Revolución, en que fui formado, se agolpan. Sí, es mi Patria, anunciándose al mundo por esta verdad: existo por mi propia fuerza. Irritada ahora por injustas ofensas, acredita que quizá ser vencida, pero que dejará por trofeos una tumba, flotando en un océano de sangre y alumbrada por las llamas de sus lares incendiados”. 

“A] ofrecer al gobierno de mi país mis débiles servicios, por la benévola mediación de V. E. nada me reservo. Lo único que pido es que se me conceda el más completo y silencioso olvido sobre lo pasado. No porque encuentre en mi conducta algo que me pueda reprochar. ¿Podría un hombre deprimir al partido a quien sirvió con el mayor celo y ardor sin deprimirme a mí mismo? En el templo de Delfos se leía la siguiente inscripción: “Que nadie se aproxime aquí si no trae las manos puras”. Mi única ambición es la de presentarme siempre digno de pertenecer a mi esclarecida Patria y del aprecio de los hombres de bien”. 

De ahí en más el coronel Chilavert es una figura rosista, que puso su espada, su intelecto y su vida a la causa de don Juan Manuel de Rosas: su espada se batió con denuedo en Caseros, su intelecto en la estrategia de la batalla discutida en su hora y no aceptada —quizá hubiera cambiado la situación— y su vida en sus 50 años enfrentando al pelotón de asesinos, muriendo mártir, 

Alberto A: Mondragón