jueves, 3 de febrero de 2022

Alberto Mondragón - Encarnación Ezcurra

A mediados de la década del '60 Alberto Mondragón redactó unas breves biografías bajo el título "Figuras rosistas", que fueron publicadas en distintos periódicos y revistas (Revista o períódico El Puente, Revista Doctrina, entre otras) 


FIGURAS ROSISTAS 

(El Puente, julio de 1969)


Primera figura

ENCARNACION EZCURRA DE ROSAS “LA RESTAURADORA”

Alberto Mondragón


 

ENCARNACION EZCURRA nació del matrimonio formado por don Juan Ignacio de Ezcurra y doña Teodora de Arguibel, navarro él e hija de franceses ella. Cuándo apenas contaba 17 años de edad conoció a Juan Manuel Ortiz de Rosas, enamorándose ambos de tan apasionadamente que protagonizaron un noviazgo novelesco, que estuvo en boca de todos los habitantes del Buenos Aires de entonces.

Corría el año 1812 y el joven Rosas que ya firmaba Juan Manuel de Rosas, a consecuencia de unas disidencias con sus padres, don León Ortiz de Rozas y doña Agustina López de Osornio, hizo abandono del cargo que tenía al frente de las estancias paternas al sur de la provincia de Buenos Aires, dedicándose a trabajar por su cuenta en aquella frontera semisalvaje que envolvía a los porteños en un manto de misterios y de la que nacieron tantas leyendas de los hombres valientes que la hacían avanzar paso a paso. Pero Rosas no habia abandonado totalmente a Buenos Aires, donde el hosco estanciero se transformaba en un apuesto galán, papel que era respaldado en él por su origen casi noble y una educación adquirida en el colegio Argerich. ¿La causa? Ya nadie lo dudaba. Se llamaba ENCARNACION EZCURRA.

Los amores de la niña de 18 años estaban próximos a cristalizar cuando un inesperado inconveniente vino a complicar los anhelos de ambos jóvenes: la madre de Rosas, mujer de carácter autoritario, se oponía a que su hijo se uniera en matrimonio con ENCARNACION, pese a reconocer en ésta su linaje y sus virtudes, aduciendo que eran muy jóvenes para adquirir un compromiso de esa naturaleza. La situación de los enamorados se tornó trágica ante la grave impedimenta. Pero la decisión y la audacia de Rosas, secundado por su prometida, habria de permitirle superar el trance que momentáneamente le impedía cumplir sus deseos. De común acuerdo con ENCARNACION, hizo redactar a ésta una carta dirigida a él, en la que le suplicaba el casamiento inmediato, dándole a entender que se hallaba encinta. Juan Manuel, de exprofeso, dejó la carta en su aposento en un lugar perfectamente visible para que fuera leída por su madre. Doña Agustina enterada de la razón de la carta, no tardó en hacerse presente en la casa de Ezcurra para revelar el secreto a la madre de la novia, doña Teodora de  Arguibel, y entre ambas resolvieron que el único medio de evitar un escándalo de proporciones para ambas familias, así como el bochorno de los jóvenes, era consentir el inmediato matrimonio. La treta había dado buenos resultados.

El 16 de marzo de 1813 se llevó a cabo la ceremonia que pondría en evidencia, un tiempo después, la burla de que había sido objeto la enérgica señora López Osornio. Recién en 1814 nacía el primogénito, Juan Bautista Rosas, posteriormente llegaba al mundo María,  quien moría a los pocos momentos de alegrar con su primer llanto el hogar de los Rosas, por último nació Manuelita, destinada a cumplir tan rutilante trayectoria al lado de su padre. En Juan Manuel de Rosas, la vida pública absorbió totalmente su vida privada. Poco tiempo después del casamiento, la atracción de la pampa lo separó de los suyos. La vida que había llevado de soltero, su vocación por el campo y la atracción del peligro, habían dejado en él una escuela que no abandonaría jamás. La situación en que de pronto se encontró ENCARNACION, no habría de ser por cierto de las más felices, ni las que hubiera soñado como niña.

Don Carlos Ibarguren, en “Juan Manuel de Rosas”, nos da a conocer la fisonomía de esta mujer en los siguientes términos: “En el momento de su matrimonio carecía de gracia y de frescura, No aparecía fea, pero las líneas fuertes y regulares de su rostro, daban a su expresión un matiz de energía viril que malograba todo intento de suave coquetería o de dulce sonrisa. Era tan resuelta como franca y sus exaltaciones no eran arrebatos de niña mimada, sino impaciencias de un temperamento violento ansioso de acción. Esta mujer parecía más hecha para ayudar que para amar; rectilínea en su conducta, ella en vez de seducir y conquistar al hombre elegido por su corazón, se entregó con fervor, en servirlo, hasta el sacrificio, como un instrumento ciego... y tal inclinación no era resultante de falta de personalidad, por el contrario, su espíritu se caracterizaba con rasgos netos y vigorosos; mas ella prefería confundir su yo con el poderoso de su compañero querido. Su adhesión a Juan Manuel fue un ejemplo edificante de fidelidad Y devoción conyugal: pero el estrechísimo vinculo de estas almas que se completaron para la acción, y se comprendieron, no palpitó jamás con ternura, ni se recogió con delicadeza, ni sintió la emoción inefable del misterio de la vida interior”.

Los rasgos que fija Ibarguren se comprueban en todos los aspectos de la vida de esta mujer. A medida que pasaban los años, Rosas se veia más conquistado por la pampa, el desierto, la vida entre gauchos, la lucha contra los indios, o las pasiones políticas a las que paulatinamente volcose con todas sus fuerzas. ENCARNACIÓN, fiel  y amante de su marido, escribíale y lo esperaba pacientemente disimulando sus sufrimientos. Llegó a comprender los impulsos de su marido, y gozó al verlo llegar a Buenos Aires al frente de sus gauchos “colorados” para sofocar el motín de 1820, estalló de júbilo en 1829 cuando su marido se sentaba en el sillón de los gobernadores;  y vibró de patriotismo y esperanza cuándo Juan Manuel partió a la campaña del río Colorado.

En su vida íntima un problema de afecto era evidente en la conformación espiritual de sus dos hijos. Juancito adoraba a la madre, representaba para ésta la retribución de cuanto brindaba a su marido. Manuelita desplazaba sus favores hacia las tías, consolándose así de la frialdad de la madre y de la larga espera a que la había condenado la vida azarosa de su idolatrado padre.

Entre 1833 y 1855. Doña  ENCAENACION, ya con treinta y ocho de edad, poseedora de un carácter al que los años habían enardecido en sus principios, continuó contribuyendo en la formación del ambiente propicio para que surgiera su marido. En cierta oportunidad le escribía: “Estoy anhelosa de que se arme el bochinche que se llevará al diablo a los cismáticos.” Y la revolución se produjo a su impulso, en la ciudad, logrando para ella el título de “Restauradora”, verdadera heroína federal en la causa de Juan Manuel.

Pero su destino estaba fijado. La mujer de acento ronco altiva que había hecho temblar a los generales y caudillos y que tan solo se enternecía en presencia de su amado esposo o del hijo que lo representaba, vió llegar la muerte en una noche de octubre de 1838.

Describiendo este momento final de su existencia, dice Ibarguren: “Tal desgracia fue deplorada en exaltado duelo popular. Se rindieron a la “Heroína de la Federación” los honores máximos de Capitán General y los miembros de la Sociedad Popular Restauradora firmaron una serie de medidas conmemorativas”.

Así fue la vida de ENCARNACION EZCURRA DE ROSAS.

Amó a su marido desde su juventud, cuándo era un gaucho más en la campaña de Buenos Aires, un exalferez de Migueletes en las Invasiones Inglesas o el Restaurador de las Leyes en la Confederación Argentina. Murió pronunciando su nombre y quizás pensando que ella también había contribuido en parte a la creación de la divisa punzó...

 Alberto Mondragón