A mediados de la década del '60 Alberto Mondragón redactó unas breves biografías bajo el título "Figuras rosistas", que fueron publicadas en distintos periódicos y revistas (Revista o períódico El Puente, Revista Doctrina, entre otras)
FIGURAS ROSISTAS
(El Puente, agosto de 1969)
Segunda figura
MANUELA ROSAS "MANUELITA"
Los cuadros que de ella se conservan —García del Molino y Pueyrredón— estampan una ilustre, por muchos motivos, y auténtica personalidad femenina, al tiempo que llena una atractiva y sugestiva recordación histórica de un pasado en que las mujeres tenían un especial espacio político nacional.
Se visualiza en esos cuadros un noble rostro que transparenta una apacible y atractiva fisonomía que sin ser hermosa irradia por sus ojos oscuros, su tez pálida, su abundante cabellera en un cuerpo grácil una notable distinción particular de extraordinario poderío femenino, pero en MANUELITA la seducción singular emanaba de su dulce mirada, su suave voz y sus modulados gestos, que le imprimían una simpatía natural.
Vale pues decir que MANUELA ROSAS compensaba plenamente la otra posibilidad del caudillo don Juan Manuel de Rosas —su padre— en la faz de comprensión del espíritu popular; la bondad con la energía. Padre e hija llenaron una etapa álgida de 20 años de Historia Argentina, plenamente vivida.
MANUELITA nació el 24 de Mayo de 1817 y fue bautizada el mismo día con los nombres de MANUELA ROBUSTIANA. Su niñez la pasó en el campo de sus padres —Estancia “Los Cerrillos“— familiarizándose con el ambiente gauchesco, en donde comprendió la naturaleza viril de su padre, la enigmática pampa y los hombres que luchaban por imponerse a la hostilidad del medio.
Dice Ibarguren: “Doña Encarnación no supo verter la dulzura inefable que entibia el regazo materno, ni adormecer a su hija con ternura de arrullo de una canción de cuna, Pero la niña, como esos manantiales insospechables que brotan en campos yertos, vino trayendo en el fondo de su ser una fuente límpida y profunda”.
El 19 de Octubre de 1838 perdía don Juan Manuel a su otro “yo”, a la esposa adicta y fiel ejecutoria, la revolucionaria de la Revolución de los Restauradores. La muerte de Doña Encarnación llevó a su hija MANUELITA al plano político. Nadie como ella podía llenar un vacío femenino en la alta escena política que las circunstancias imponían; su grácil figura era en los salones de Palermo un eslabón entre los federales remisos, su sonrisa afectiva con el pueblo leal a su “tatita”, y su presencia física como una “princesa” en los candombes” de San Telmo; para ella no había distingos y distribuía su amor generoso a los que de veras amaban a su padre colocado en el más alto sitial del poder.
Por sus manos pasaban las fichas clasificadoras —terrible término— en tiempos de invasión extranjera, complots de la antipatria, atentados con máquina infernal, intrigas internacionales, todo un maremagnun de situaciones que imponían un cuidado extremo y delicado; MANUELITA era el ángel guardián, el hada buena de su ilustre padre.
Vertió lágrimas de amor —aunque reconocía la justicia que aplicaba inexorable su padre—como en el desgraciado caso de los Maza y en momentos grávidos en el asunto de Camila O' Gorman; fue intérprete y gestora de retorno de proscriptos; usó la fina diplomacia femenina con el Gral. Paz y los embajadores extraordinarios de Francia e Inglaterra; y todo modulaba equilibradamente frente a don Juan Manuel los raptos de su dura intransigencia.
La caída de su padre perduró como una noche trágica, mas nunca dejó de mantener con esperanza y firmeza la justicia que la historia aún retacea, pero que la dará de que su “tatita” fue leal al mando que la Patria le impuso y por cierto que nadie más que ella supo entender y conocer la tremenda fibra patriótica de Rosas.
Al atardecer del 12 de Marzo de 1877, MANUELITA estaba al lado de su padre agonizante: “Pobre tatita —escribe MANUELITA a su marido— Estuvo tan feliz cuando me vio llegar! … al besarle la mano estaba ya fria”. “Le pregunté cómo estaba y su contestación fue mirándome con la mayor ternura; “No sé niña”. “Así tú ves, Máximo —sigue MANUELITA— que sus últimas palabras y miradas fueron para mí, para su hija...”
MANUELA DE ROSAS DE TERRERO murió en Londres el 17 de setiembre de 1898, a la edad de 81 años.
Alberto A. Mondragón