REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.
Aproximadamente a fines de la década del 60 se se publicó (no pudiéndose determinar el medio en que lo hizo) el siguiente artículo del Dr. Alberto A. Mondragón.
Dorrego y los derechos
por Alberto A. Mondragón
El episodio ocurrió al discutirse la Constitución de 1826 en el Congreso Nacional. El proyecto de la Comisión decía en su art. 6°, inciso 7°: (Los Derechos de ciudadanía) “se suspenden... por el estado de... criado a sueldo, peón jornalero, simple soldado de línea, notoriamente vago, o legalmente procesado en causa criminal”. Es decir: no podrían votar.
Se trató en la sesión del 26 de setiembre de 1826. El proyecto unitario fue impugnado por la bancada federal: Galisteo, diputado federal por Santa Fe, se opuso porque “si el doméstico y el jornalero no están libres de los deberes que la República les impone, como el servicio militar, tampoco deben estar privados de sus goces”. Contestó el unitario Manuel Antonio de Castro por la Comisión: “Es preciso que los individuos que han de ejercer el derecho de ciudadanía... tengan voluntad propia... el hombre en el estado de condición de doméstico o jornalero, se presume que está bajo la inmediata influencia del patrón”. Preguntó entonces Dorrego: “¿Si es por la falta de libertad, los empleados de cualquier clase pueden sufragar?” (“Si”, contesta Castro.) “¿Pero no están dependiendo del gobierno? ¿Y quién tendrá más empeño en las elecciones: un particular o el mismo gobierno?... ¿Qué es lo que resulta de esto? Una aristocracia, la más terrible porque es la aristocracia del dinero. Échese la vista sobre nuestro país pobre, véase qué proporción hay entre asalariados y jornaleros y las demás clases y se advertirá al momento quién va a tomar parte en las elecciones. Excluyéndose las clases que se expresan en el artículo, es una pequeñísima parte del país, tal vez no exceda de una vigésima parte... ¿Cómo se puede permitir esto en un país republicano? ¿Es posible que los asalariados sean bueno para lo que es penoso y odioso en la sociedad, pero que no puedan tomar parte en las elecciones?... Pero aún más, Señor: la independencia. El que es capitalista no tiene independencia y no podría votar. Échese la vista sobre la población y se notará cuan pocos pueden considerarse independientes: los particulares, como tienen asuntos y negocios, quedan más dependientes del P. Ejecutivo que nadie: a esos es a quienes deberían ponerse trabas. Si excluyen a los jornaleros, domésticos y asalariados ¿entonces quiénes quedan? Queda un corto número de comerciantes y capitalistas... - Ustedes... ¡He aquí la aristocracia del dinero, y si esto es así podría ponerse en giro la suerte del país y mercarse! Entonces sí que sería fácil influir en las elecciones, porque no es fácil influir en la generalidad de la masa, pero sí en una corta porción de capitalistas. Y en ese caso, hablemos claro: ¡¡el que formaría la elección sería el Banco!! (El Banco, era el fundado por Rivadavia llamado “Nacional”, por irrisión, pues era dirigido por ingleses.)
Contestó Castro como un diputado de la Federación de Partidos del Centro: “Nunca puede dejar de haber esta aristocracia que se quiere hacer aparecer como un monstruo tan perjudicial a la sociedad; que es la que conserva la sociedad y el orden según está establecido... La aristocracia de la sangre, ésa si es peligrosa porque se opone a las leyes y a un sistema libre; pero aquella que nace de la naturaleza de las cosas, no hay poder en la tierra que pueda vencerla... ¿Quién puede hacer que el pobre sea igual al rico? Cada uno debe tener tanta parte en la sociedad cuantos son los elementos (con) que entra en ella”.
Opinó el viejo Paso, reliquia venerable de Mayo. No era federal ni unitario, sino un hombre lleno de patriotismo, experiencia y buen sentido. Se opuso al artículo: “En este país donde los peones tienen poco menos libertad e independencia que los amos; conocimientos, alcances, poco más los amos que los peones; en donde el jornalero cobra su jornal con el derecho que él exige, con imperio en haciendo su trabajo, no hallo dependencia: que induzca servilidad... (Si la hay) supongo que en el pulpero que lo manda (al jornalero) con más imperio que su amo... Yo no doy a estas cosas tanta importancia, ni se las he dado, ni se las daré nunca, ni es posible dárselas. Porque por más que se diga que el Cuerpo de Representantes sea la expresión de una voluntad general, siempre será la expresión de un hombre. Esta es la verdad práctica, y esto sucede en todo el mundo y no puede ser de otro modo. Jamás será la representación la expresión de la voluntad general, sino la expresión de aquel o aquellos que han conducido la elección”.
Pidió la palabra el canónigo unitario Valentín Gómez, llamado Mama Valentina por los federales. Era un dialéctico admirable para demostrar lo blanco o lo negro, lo justo o lo injusto. Quería borrar, en el recinto y en la calle, la mala impresión dejada por las palabras sinceras de Castro sobre los privilegios de la aristocracia del dinero. Había que detener esa aristocracia, pero con argumentos retóricos: “Al formar la Comisión este artículo animada de los liberales sentimientos que aparecen en toda la formación de esta constitución, temió ser demasiado liberal estableciendo la elección popular y directa. Cuando se trata de la Constitución es necesario no afectarse de momentos presentes: de aquí resultará la inexactitud del cálculo sobre los que serán excluidos: porque no debe ponerse en duda que los propietarios aumentarán, y que la ilustración ha de crecer, y de consiguiente no existirá la exclusión del jornalero y de doméstico a sueldo... Por respecto a lo que se dijo que los Jornaleros son los únicos llamados a ser soldados, no debe considerarse que hay una injusticia tan remarcable en que sobre ellos recaiga exclusivamente el servicio militar y no sobre las demás clases. Porque ellos (los jornaleros) reciben muchos beneficios que no reciben las demás clases. Y a la verdad ¿quiénes son los contribuyentes?... El que tiene menos de dos mil pesos no contribuye. ¿Y qué resulta a beneficio de los jornaleros y domésticos de esa contribución que pagan solamente los pudientes? Resulta que ellos gozan de los demás bienes del Estado, incluso de la seguridad social de la policía, de la seguridad del Estado que da el ejército, de la seguridad de sus personas, etc., etc., porque a todo conduce la contribución. Pero además están la multitud de establecimientos públicos costeados por los contribuyentes a beneficio de las clases menesterosas, a más de los cargos públicos que también desempeña (la clase rica) sin sueldo. ¿Y si los pobres son los únicos en ir a la guerra, por quiénes son pagados, y mantenidas y recompensadas sus familias en caso de morir?... Por los que tienen bienes. Pues viceversa: si los soldados fuesen los pudientes ¿con qué contribuirían los pobres?...