La estrella refulgente de Manuel Dorrego se apagó cruelmente
el 13 de diciembre de 1828; ese crimen inaudito en los anales históricos
argentinos, es desgraciadamente para la posteridad, un eslabón en los hechos
que modificaron fundamentalmente la estructura y el sistema de la vida
nacional.
Tan importante suceso, cuya valoración lo tuvo en ese
momento histórico, repercutió hondamente en todo el ser nacional y constituye
hoy un baldón y motivo de severo enjuiciamiento, a más de lección histórica
inolvidable. Es por ello que la fecha de ese nefasto día, la pluma debe reflejar
el proceso de autores, visibles y encubiertos, el estudio de la víctima
ilustre, las consecuencias inmediatas y la secuela posterior.
La intensa vida del coronel Dorrego encierra ya una clave
esclarecedora.
Nació Manuel Dorrego el 11 de junio de 1787, y desde joven,
en su paso por el colegio de San Carlos, dejó huellas visibles de su acción.
Estudiante aventajado era a la vez partícipe de gestos independientes,
indicadores de un carácter en formación, recio y decidido, que anticipaba sus
futuras actuaciones.
A los 20 años viaja a Chile donde influyó en el triunfo
patriota del 18 de setiembre de 1810, mereciendo un premio recordatorio de su
estada en el país trasandino, que le acordó una medalla con una inscripción que
antidata su futura pasión política “Chile a su primer defensor”.
“A regresar a Buenos Aires se alista en las tropas noveles
de la Revolución, actúa en SANSANA (17 de diciembre de 1811), y en NAZARENO (11
de enero de 1812), que preparaba su decisiva actuación en la batalla de
SUIPACHA (12 de enero de 1812), siendo ascendido a Tte, Coronel las batallas de
TUCUMAN (24 de septiembre de 1812) y SALTA (20 de febrero de 1813), acciones
todas en donde Dorrego en cargas valientes y arriesgadas, con gestos de resolución
personal, marginadas a la conducción de Belgrano, dan el triunfo a las armas
patriotas.
Esa altivez digna y valiente del intrépido guerrero no se
condiciona a la situación de una política impuesta por el Triunvirato y el
Directorio otras “armas” y en otro terreno los políticos de Buenos Aires
maniobran en “batallas”, las más perdidas de la diplomacia; Dorrego no conoce
para ese entonces sino las refulgentes espadas y la mortífera metralla, los otros
—Rivadavia, Alvear, Pueyrredón— acomodan su política inepta a los intereses
extranacionales.
Pueyrredón lo aborrece y le teme, un decreto muy conciso y
sin causa justificable le impone la pena de expatriación y.. . bien distante, a
los Estados Unidos de Norteamérica, en donde se radica en 1817 en la ciudad de Baltimore.
Tres años pasa en los Estados Unidos, hasta su regreso a
Buenos Aires el 6 de abril de 1820, llamado por Sarratea, cuyo decreto de
amnistía en la parte resolutiva es digno de destacar, por considerar a Dorrego
“...buen servidor e inocente de falsas imputaciones”.
EL TRIBUNO FEDERAL
Los directoriales asumen de retorno el poder, en un
“maremagnum” de asuntos graves para el país, Rivadavia hipoteca las tierras
públicas a la banca inglesa con el Banco Nacional y el empréstito Baring
Brothers; se negocia con el Imperio del Brasil la pérdida de la Pcia. de la
Banda Oriental; se impone una “presidencia” y una constitución “a palos y por
cientos de decretos se crean hipotéticos castillos en el aire”, y en fin tantos
dislates se derrumban estrepitosamente, y el gran derrumbador fue precisamente
el coronel Manuel Dorrego.
El periodista ataca esa nefasta política antinacional; en
artículos encendidos inflama un material reseco, propugna cambios
fundamentales, denuncia a los actores y ejecutores de maniobras fraudulentas,
ataca a la cabeza visible, es un fiscal incorruptible, es una pluma acerada,
escribe con la “punta de la espada”.
El legislador Dorrego defiende al pueblo que los unitarios
no quieren que vote —¡el pueblo no es unitario!— en el Congreso se discutió el
proyecto de la Comisión que propugna una constitución, ese proyecto nos dá luz
para el futuro del que era llamado, justamente por su defensa, el “padre de los
pobres” y el “descamisado”.
Denuncia al Banco —una creación inglesa, con directores
ingleses—, a los agiotistas —“aristocracia del dinero“—; da nombres de
comprometidos y los que escuchan temen, el rencor nace, la venganza acecha, el
crimen se organiza.
Nada deja Dorrego por denunciar, ni nada tampoco por
esclarecer sobre la forma de gobierno, y si considera posible que por un
gobierno centralista —como se tuvo— se hipoteque el país, era lógico considerar
el peligro de pasar por “decreto” de un régimen a otro, dice Dorrego en la
sesión del 28 de septiembre de 1826, ”...yo creo que no hay quien pueda creer
que haya igual distancia y proporción bajo el sistema federal que bajo el
sistema de unidad. Uno sólo gira bajo el sistema de unidad, bajo el nombre de
Gobierno dispone toda la máquina y la hace rodar; pero bajo el sistema federal todas
las ruedas giran a la par de la rueda grande”.
Todos sus alegatos en favor del régimen federal en lo
económico, político y social, hacen de Dorrego el portaestandarte de un sistema
deseado y querido por los pueblos; en una síntesis de claridad meridiana lo
expone: “Opino por el sistema federal, porque creo que es el que quieren los
pueblos, porque creo que es el únicamente aceptado”.
EL GOBERNANTE VALIENTE
(Ituzaingó —20 de febrero de 1327— fue
una victoria argentina frente al imperio esclavista del Brasil.
Esa guerra ganada, la perdió Rivadavia en las tratativas
antidiplomáticas, la “paz” era una política de agregar más incompetencias a las
ya pesadas situaciones internas, el “visionario”, el “más grande hombre civil
de los argentinos”, dejaba una herencia de taras en todos los órdenes.
Al Coronel Manuel Dorrego le toca en suerte la “herencia” de
hacerse cargo de ese presente griego que era el estado argentino. El 3 de agosto
de 1827 toma la responsabilidad del poder como Gobernador de la Provincia de Buenos
Aires y con delegación de las Provincias las Relaciones Exteriores, y su primer
acto es dar conocimiento del estado general y de la situación del país en un
memorable “Mensaje” ante la Legislatura el 14 de septiembre de 1827, que por
múltiples motivos es preciso detenerse para comprender el destino “prefijado”
por sus enemigos en el triste fin de Dorrego.
Lo primero es “la restitución de la provincia”, es el primer
acto de confianza, del cual “dependía la paz interior de los pueblos, el buen
orden y respeto de la República” está claro en Dorrego la idea federalista.
Luego habló del Banco, destacando el “cuadro aflictivo” de la economía del
país. Hizo clara referencia sobre los “negociados” de las minas: “sin esperar
sanción legislativa”. Por último y sobre la guerra contra el Brasil, prosigue
ese extraordinario “Mensaje”: “Las filas de aquellos valientes se hallaban
dislocadas por un disgusto pronunciado contra la conducta, ya militar, ya
política...”. En este valiente y doloroso “Mensaje” Dorrego puso su claridad,
sobre quienes eran los responsables del deshonor nacional y la situación
gravísima del país. Si el 25 de septiembre no se borraba para las logias muy
temibles, este 14 de septiembre confirmaba aplicar el destino “prefijado”.
El último acto del drama debía estar próximo.
EL MARTIR DEL CIPAYAJE
Resuelta la restitución provincial, a Dorrego cabe el
llamado federal de reunir a sus colegas del interior, a los fines de consolidar
el orden interno, sanear las economías provinciales y enfrentar al Imperio del
Brasil.
La respuesta de las provincias fue unánime: Dorrego es la
esperanza en el federalismo y en la prosecución nacional de lucha contra el
Brasil; en ambas obtuvo el asentimiento, pues el interior generoso y
comprensivo estaba en la pacificación; mérito destacable de Dorrego es haber
creado una nueva República, una “pax federal” y una representación política y
militar casi desconocida desde años de lucha por la libertad e independencia.
Los otros dos asuntos pendientes —la guerra del Brasil y el
Banco “Nacional”— eran en sí dos paralelas intransitables para Dorrego, ambas
dominadas por el imperio inglés; así, pues, mientras Dorrego reclutaba tropas,
se buscaba el apoyo de Bolivar y se intrigaba con los mercenarios brasileros;
alguien muy sutilmente destejía la tela que costosamente tejía Dorrego. Lord
Ponsomby era el hábil y diligente diplomático que anulaba la tela, Dorrego muy
doctrinario y Ponsomby con libras esterlinas; el primero creía en la soberanía
americana, en la independencia nacional y en la libertad de los pueblos; el
otro se apoyaba en el deterioro del país y en el nefasto Banco llamado
“Nacional”, de Inglaterra.
A Ponsonby lo debemos considerar como el primer conspirador,
y a él se unirá la logia unitaria, Dorrego mientras tanto no creía en una nueva
catástrofe nacional, ¡volver al pasado tan remarcado justamente por él!, aún
prevenido, seguía no creyendo; el ¡oven estanciero, Juan Manuel de Rosas, le dice:
“El ejército nacional llega desmoralizado por esa logia que desde mucho tiempo
atrás nos tiene vendidos; logia a que en distintas épocas ha avasallado a
Buenos Aires, que ha tratado de estancar con su pequeño círculo a la opinión de
los pueblos; logia ominosa y funesta contra la cual está alarmada la nación”.
La logia que menciona Rosas la formaban: “Aguero, Gallardo,
Del Carril, Gómez y Varela, que en contacto con Lavalle —esa “espada sin
cabeza” al decir de San Martín—, se lanzó al motín del 1° de diciembre de 1828.
Gestada la “revolución” pacientemente a la vista y oído de
todos, Dorrego nada podía oponer, sino su propia voluntad valiente e intrépida,
pero inoperante a la intriga y duplicidad del enemigo, tampoco se dejaba
aconsejar. Fue traicionado por sus “amigos” y entregado al furor de la logia;
llevado a Navarro se le fusiló sin juicio; por “mi orden” dijo Lavalle, con
premura desusada en nuestras luchas civiles; pareciere que el banquillo del
ajusticiado estaba preparado de antemano.
El 13 de diciembre de 1828 se cerró el ciclo de la intensa
vida de Manuel Dorrego, pero no las terribles consecuencias políticas
desencadenadas por su injusta muerte, al tribuno federal, al guerrero intrépido
y al gobernante valiente, se dejó paso al mártir del cipayaje.
El silencio del sepulcro levantado en honor de Dorrego por
un pueblo noble e inocente “que no fue cómplice de su muerte” puso fin a un
proceso histórico, pero dio apertura a una esperanza en el destino nacional; la
bandera caída es retomada por nuevas manos en una nueva etapa gloriosa del
devenir argentino, la naciente Confederación Argentina asoma a la luz de la
vida política, y el Caudillo conductor, llevará las banderas del federalismo y
de la Restauración Nacional, Juan Manuel de Rosas es el destinado a concretar
la gran aspiración del Coronel Manuel Dorrego.