sábado, 19 de agosto de 2023

José Hernández, hacendado

REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años. 

En el Suplemento cultural N° 10  de El Cronista, cuya fecha no podemos precisar porque la publicación no lo dice, pero de acuerdo a otros artículos que contiene, podemos precisar que corresponde al año 1975.





El liberal José Hernández

por León Pomer


José Hernández
Hernández es famoso, luego nos interesan sus ideas, su acción. Pudo haber sido un tipo oscuro: uno más entre los muchos de existencia rica y movida entre los que anduvieron en nuestra historia del siglo pasado. Pero ocurre que escribió “Martín Fierro”, y el indagar en sus trabajos y pensamientos, no nos es indiferente. Pero, cuando digo indagar, debo agregar esto otro: todo lo que sea posible en una corta nota. En el mejor de los casos, llamar la atención sobre esto o aquello que hacen a su ideario.

En “Instrucción del estanciero" (1882) instruye al hacendado criador de ganados: es un libro sabio. Habla de pastos y construcciones; advierte sobre cómo cuidar los animales, como marcarlos, alecciona sobre las relaciones con las peonadas. Anota que el casco de la estancia debe estar rodeado por un cuadro de tierra cercado con alambre: “... los peones del establecimiento: no deben tener jamás el derecho de penetrar en él sin que se les llame; desde el principio debe infundírseles este respecto y a ninguna hora del día, ni de la noche deben entrar a este departamento, donde nada tienen que hacer ni que buscar". Es que “…por ahí empieza –opina don José- el respeto hacia el mayordomo, respeto que luego se manifiesta en lodos los trabajos diarios del establecimiento..."

De modo que cada cual en su lugar, y el del peón no es la casa del patrón. Para él están los ranchos y sobre todo la cocina, que Hernández reputa sitio principalísimo para el hombre que trabaja. En esta nada debe omitirse para la comodidad de los que en ella comen y duermen. “Cuanto sean mejor tratados han de ser ellos más celosos en el cuidado de los intereses del establecimiento”,

Hernández es un liberal del 80, pero un soplo popular y democrático humaniza sus ideas, las distingue. Entre tanto, en “Instrucción”, les explica a sus contemporáneos que “...por muchísimos años todavía, hemos de continuar enviando a Europa; nuestros frutos naturales para recibir en cambio los productos de sus fábricas, que satisfagan nuestras necesidades, nuestros gustos o nuestros caprichos”. Está persuadido que “... la América es para la Europa la colonia rural”. Y al revés, que “Europa es para la América la colonia fabril”.

No le parece malo que ello ocurra, ya que con su industria ganadera (la única que menciona), nuestro país “... gira y se desenvuelve dentro del círculo de las naciones civilizadas”. Con las vacas nos alcanza para ser ricos, nos sobra para ser fuertes. Dejemos que otros se devanen los sesos fabricando, elaborando nuestras materias primas. Que el precio de esta división del trabajo podía costarnos caro Hernández ni lo imagina. Vive en el mejor de los mundos e ignora que ya en el 80 somos una semicolonia, ignora incluso (al menos así lo parece) que más allá de las tierras ganaderas hay otro país argentino que transcurre sus días en una suerte de agonía postcolonial. Exclama exultante “¡Nadie puede tener una visión clara del crecimiento y de las mejoras a que hemos de llegar muy pronto!”. Y muy pronto apenas ocho años más tarde -el país crujía brutalmente bajo el peso, de la crisis juarezcelmanista.

Pero ya quedó dicho: el liberalismo de Matraca (que así lo llamaban sus amigos por el vozarrón formidable) es más humano que el de otros. Le preocupan de continuo “los hijos del país”, para los cuales postula la formación de colonias, algo más de justicia, un algo de protección. Él quiere un criollo incorporado al trabajo permanente, bien tratado, con tierras y semillas y máquinas a su alcance. Pero en función, claro, del proyecto liberal que viene hipertrofiando la ganadería en detrimento de la colonización agraria, del desarrollo industrial, que está inflando desmesuradamente una parte del país a costa del  resto.

Años antes, en 1869, había adherido don José al "Club de los libres”, constituido con fines electorales y con un programa decididamente progresista para su medio. Pretendía “combatir la oligarquía"; exigía el juicio por jurados como medio de que el pueblo fuera juzgado por sus iguales. Pedía también la descentralización de la campaña para impedir que los gobiernos fueran poderes electorales; la elección por voto directo de los empleos importantes; el mejoramiento de los habitantes del campo organizando las fronteras, otorgando facilidades para acceder a la tierra, evitando que la Guardia Nacional continuara padeciendo las penalidades de los contingentes. El Club creía -y con él Hernández- que “... la primera necesidad de la actualidad..." son las autonomías provinciales.

Firmaron este programa, entre otros, Álvaro Barros, Carlos Pellegrini, Vicente A. Quesada y por supuesto nuestro hombre. Que algunos de los, firmantes abominaron más tarde de él parece indiscutible; de don José puede decirse que pasados los años no le fue enteramente fiel.

Pero seamos justos, en el 69 y en su diario “El Rio de la Plata”, peleó fieramente por “... la división y distribución de la tierra sin más condiciones que la de explotarla y poblarla...” abogó por “... medidas de protección eficaz a las industrias decaídas...” En el 82 se había olvidado de las industrias.

En el 69 el futuro autor de “Martin Fierro!" deploraba que la tierra estuviera “aglomerada” en pocas manos: “No hay países más pobres y más atrasados que aquellos donde la propiedad está repartida en unas cuantas clases privilegiadas. De esa desigualdad se originan los privilegios odiosos que imponen al pobre un pesado tributo”. En el 82 seguirá pidiendo tierra y protección para el pobre; pero su condena del latifundio se habrá esfumado.

Pero siempre fue fiel al criollo de abajo. A su manera. En 1880, y en tanto diputado provincial, se opone a la enajenación de los Montes del Tordillo: “Se va a desalojar de allí a miles de personas, cuya miseria, necesidades y pobrezas, van a lanzarlas tal vez en sendas criminales”. Agregará: "...vamos  al despoblar los Montes del Tordillo y vamos a poblar la penitenciaría”.

En  diciembre del 83, se duda en el senado nacional “,,,hace muchos años que vengo viendo a una parte importante de la sociedad argentina, lanzada en una peregrinación sin asilo, sin hogar, sin protección, sin familia”. Hernández no objeta la esencia del sistema; su verba vigorosa clama por mejorarlo, humanizarlo. Es un liberal sensible al padecer de los de abajo. Tampoco el inmigrante le es indiferente. Ve a la ciudad de Buenos Aires repleta de gringos que lustran botas y venden números de lotería: “Mientras subsistan los sistemas viciosos que nos hemos dado, mientras subsista el desequilibrio entre la población y la riqueza, mientras no se abra un ancho campo a la avidez de las especulaciones individuales, la inmigración que afluye a nuestras playas se encontrará sin dirección y sin rumbo...” “... Es que en tanto las gentes de ultramar carezcan de condiciones para el trabajo, de los instrumentos que se requieren y de los recursos indispensables, para explotar la tierra en beneficio propio y en beneficio del país...”, sólo han de padecer y hacer padecer a otros. Hernández señala un mal muy grave la “disminución de los salarios”, por excesiva oferta de trabajo. Esa inmigración, así planteada, “¿no es más bien la amenaza para el proletariado?”.

Los temas de la milicia y sus penurias, el servicio de fronteras, están presentes en su pluma: ya sabemos el lugar qué ocupan en “Martin Fierro”. También los jueces de paz y la administración de justicia le saltan de la pluma en parrafadas indignadas.

Pero esta sensibilidad social se compadece en él perfectamente con los peores renuncios del liberalismo: del que es parte. En diciembre de 1869 apoya el proyecto presentado por el diputado Melchor Rom, disponiendo la venta a particulares del Ferrocarril del Oeste. Rom es gerente de la Bolsa de Comercio y colabora con el diario de Hernández.

Diez años más tarde, siendo diputado, se manifiesta partidario de proteger y fomentar el ferrocarril bonaerense. Pero agrega que se opone a que el gobierno realice las obras públicas; prefiere que se favorezca a los capitales particulares. Poco después, discutiendo un despacho de las comisiones de Hacienda y Obras Públicas sobre el proyecto de ley general de ferrocarriles, hace saber que se ha tenido principalmente en cuenta el facilitar la entrada al país de capitales ferroviarios; expresa su preocupación de que en el exterior no se conozcan suficientemente las leyes que rigen en materia ferroviaria. Todo debe ir dirigido a atraer capitales foráneos.

Largo se podría escribir sobre el pensamiento y la acción de Hernández. Basten por ahora estas apuntaciones; habrá oportunidad para volver.