REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.
A 200 años del primer desembarco
por Juan Carlos Antón
En la Buenos Aires de hace doscientos años había un tesoro
escondido y unos “piratas” se lo quisieron llevar. Hicieron miles de
kilómetros, invadieron la ciudad y lograron cumplir su objetivo. Pero si bien
pudieron llevarse el dinero, ocurrió algo que no estaba en sus planes: después
de 47 días de ocupación, los habitantes de la pequeña ciudad los terminaron por
echar. Y con eso, sucedió otro hecho muy importante: los “porteños” se dieron
cuenta de que estaban para algo más que ser una simple colonia de una potencia
de segunda categoría. Habían logrado echar nada menos que a los ingleses,
quienes quedaron con el orgullo tan herido, que al año siguiente volverían por
más.
Suena a un cuento de aventuras, pero, en realidad se trata
de uno de los acontecimientos fundacionales de la futura República Argentina,
un episodio que sería clave para entender la Revolución de Mayo de cuatro años
después. Pero esa es otra historia. La de la primera invasión inglesa al Río de
la Plata -que comenzó el 25 de junio de 1806- empieza bastante antes que esa
fecha. Surgió con los graves problemas de España y la guerra entre Francia e
Inglaterra, España -aliada de Francia- no podía trasladar sus tesoros con facilidad
porque Inglaterra era dueña de los mares. Y en Buenos Aires había mucho dinero,
demasiado, quizá.
ALERTA
Todos en la Ciudad sabían del famoso tesoro escondido en el
fuerte, Eran más de 1 millón de pesos fuertes, una cifra difícil de calcular
para los parámetros actuales, pero definitivamente monstruosa. Fue un
norteamericano -William White- el que alertó a los ingleses de la existencia
del tesoro. White tenía sus buenos motivos para hacerlo. El historiador Juan
José Cresto recuerda: “Ese hombre había hecho las mil y una. Vivió en Malasia,
en Oriente, había sido negrero, contrabandista, la moral no era su fuerte y se
había puesto en sociedad de hecho con sir Home Popham (jefe de las fuerzas
británicas en el Cabo de la Buena Esperanza), quien tenía una deuda con él.
Vino a Buenos Aires para reclamar un barco suyo que le adeudaban. Una vez aquí,
una ciudad lejana, fuera de todas las rutas del mundo, le escribió a Popham y
le dijo que en el fuerte de esta ciudad había grandes tesoros provenientes de
Potosí -la mina de plata más importante del mundo-”.
No es difícil de imaginar la cara de Popham al recibir las
cartas de White exigiendo el pago de la deuda y advirtiendo sobre el tesoro
porteño. Esto último fue determinante a la hora de que el almirante decidiera
embarcarse en la aventura hacia el sur -en verdad, desde hacía tiempo tenía
planes de poner pie en las colonias españolas-.
MANOS A LA OBRA
El 9 de abril, Popham le mandó una carta al almirantazgo en
la que comunicó que no permanecería inactivo en Ciudad del Cabo, porque allí ya
había desaparecido todo peligro, y que partiría con sus naves a operar sobre
las costas del Río de la Plata. “Decide proponerle al general David Baird una
ex pedición pirata sin la aprobación de Londres y Baird designa a William Carr
Beresford como jefe de las tropas que desembarcarían. Popham era el almirante,
Beresford el general de las tropas de tierra. Van un poco más de 1.000 hombres
y capturan un botín millonario”, señala el escritor e historiador Mario “Pacho”
O'Donnell.
El 14 de abril de 1806 -sin que llegara la autorización
superior- Popham zarpó de Ciudad del Cabo con destino al Virreinato del Río de
la Plata.
EL VIAJE
La expedición estuvo a punto de sucumbir. El 20 de abril se
desencadenó un violento vendaval y los barcos se dispersaron y se perdió
contacto con uno de los transportes de tropas, Popham se dirigió a la isla
Santa Elena, donde obtuvo del gobernador británico un refuerzo de casi 300
hombres.
Una fragata, la Leda”, se adelantó al grueso de la flota con
la misión de reconocer el terreno. La aparición de esa nave en la Banda
Oriental, el 20 de mayo de 1806, dio la primera señal de alarma a las
autoridades del Virreinato.
El 13 de junio de 1806 ya en aguas del Río de la Plata
Popham y Beresford se reunieron a bordo de la fragata ‘Narcissus’. Beresford
quería ocupar primero Montevideo, porque esta plaza contaba con fortificaciones
que serían muy útiles para la fuerza invasora si se producía una violenta
reacción de la población del Virreinato. En cambio, Popham estaba resuelto a
atacar directamente a Buenos Aires e ir por la plata de Potosí. El famoso
tesoro, claro, fue decisivo para que, sin más, se decidiera atacar la capital
del Virreinato.
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El precio que debió pagar España
España estaba en decadencia desde hacía siglos. El
historiador Juan José Cresto explica: “Los Borbones desde 1701 habían
convertido a España en el furgón de cola de Francia. Eran parientes -se decían
“mi querido primo, mi querido hermano. Había siempre un abuelo común”. Esta “unidad”
con Francia resultaría sencillamente fatal para España, tanto como para
prácticamente hacerla desaparecer del mapa.
“Tuvo reyes lamentables. En América, cometió el error de
sacar a los jesuitas que eran el sostén económico de sus colonias. Este fue el
único error de Carlos III. En tanto, Carlos IV, su hijo, era muy buena persona;
sin embargo, Fernando VII además de ser mala persona no entendía nada. El padre
era incompetente pero bueno; pero Fernando era incompetente y encima un mal
bicho. Mal hijo, mal rey, mala persona. Napoleón jugó con todos ellos”.
Lo cierto es que al estallar el conflicto entre Francia e
Inglaterra, España quedó “pegada” a su prima hermana, y le fue muy mal por eso.
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Los 47 días en que Buenos Aires fue inglesa
El 25 de junio de 1806 las tropas británicas al mando de William Carr Beresford desembarcaron en Quilmes e iniciaron la primera de las dos intervenciones inglesas en el Virreinato del Río de la Plata. El virrey Sobremonte escapó con el tesoro y los invasores tomaron la Ciudad.
Buenos Aires era una pequeña ciudad de 45.000 habitantes a
merced del enemigo. Constituía una diminuta fila de casas con vista al enorme
río o a la Plaza Mayor. Al mando, estaba el virrey Marqués de Sobremonte y el
comercio era su principal actividad. Sobremonte, quien no se destacaba
precisamente por su capacidad de gobernar, simplemente dejaba hacer. El
historiador Juan José Cresto explica: “El
virrey, ex gobernador de Córdoba, era muy buen administrador, pero de pocas
luces. Le avisan: ‘Mire que viene una expedición´- Los ingleses vienen y están
en Bahía, Brasil”. Sin embargo, el gobernante pareció no darse por
enterado.
Recién el 22 de junio de 1806, meses después del primer
alerta, Sobremonte se sacudió del sueño serrano. Ese día, al recibir el informe
de que barcos ingleses se dirigían hacia Ensenada, ordenó el envío de refuerzos
y designó al oficial de marina Santiago de Liniers para que se hiciera cargo de
la defensa.
El 24 y ante nuevos informes, Sobremonte convocó a todos los
hombres aptos para empuñar las armas a incorporarse a las milicias. A pesar de
la extrema gravedad de la situación, esa misma noche no se lo ocurrió mejor
idea que asistir, junto con su mujer, su hija y su futuro yerno, al estreno en
el teatro de Comedias de El sí de las niñas, la obra de Moratín. En el teatro y
durante la función, un ayudante le confirmó al oído la grave noticia que el
propio virrey había casi desestimado: una fuerza inglesa estaba en la costa del
río y a punto de desembarcar. Sobremonte salió corriendo del teatro al fuerte,
aunque ya era demasiado tarde.
EL DESEMBARCO
Cresto señala que las tropas británicas -al mando de
Beresford- tenían toda la información necesaria gracias a White, el
contrabandista que reclamaba su dinero. Sin embargo, hubo imponderables. “Desembarcan muy mal, Quilmes es el lugar
menos adecuado: con el agua hasta la cintura, tratando de que no se les moje la
pólvora”. La fuerza británica -pequeña, pero a fin de cuentas efectiva-
estaba conformada por 70 oficiales, 72 sargentos, 77 tambo- res y 1.466
soldados de tropa. Tardaron sólo dos días en hacerse con una ciudad de 45.000
habitantes, que a todo esto ya se había quedado sin su principal gobernante. Ya
en la tarde del 26 de junio, Sobremonte se entrevistó con el coronel Arce, y le
manifestó que había resuelto emprender la retirada hacia el interior.
Sobremonte dijo: “Me voy para organizar la resistencia”. En realidad, de lo que
se trató era de salvar el famoso tesoro. Y se lo llevó en carreta a tres
kilómetros por hora.
Mientras los británicos estaban en Buenos Aires, Sobremonte
cabalgaba con destino a Luján, previo paso por la hacienda de Monte Caseros,
cerca de Morón.
BUENOS AIRES, INGLESA
“Pasado el primer
momento de estupor, los vecinos empezaron a preguntarse: ‘¿cómo es posible?
¿qué ha pasado acá?, ¿qué ocurrió que no hubo resistencia alguna?’ ”,
señala Cresto. Sin embargo y más allá de estas preguntas, muchos se dejaron
seducir por los recién llegados. Beresford comenzó su política de
compenetración de los intereses locales y trató de granjearse el apoyo de la
élite. De hecho, todos los funcionarios estatales quedarían en su lugar y
juraron fidelidad a Su Majestad británica.
A la cabeza de la sociedad de Buenos Aires se encontraba la
élite comercial española. Para gobernar la ciudad -y también para ser
considerado vecino- había que ser español blanco, afincado, con casa propia.
Cresto señala: “Ser vecino era muy
importante ya que permitía intervenir en los asuntos comunales. En segundo
lugar, estaban los criollos, que poseían esos mismos atributos pero habían
nacido acá; no tenían relaciones comerciales con España y muchos de ellos eran
profesionales que habían recibido su educación en Córdoba”.
Gran parte de esa elite apoyó la llegada de los invasores.
Pacho O'Donnell explica: “La relación
con los ingleses en algún sector fue vivida como algo bienvenido. Tal es así
que Ignacio Núñez, un cronista de la época, cuenta de qué manera los oficiales
ingleses se paseaban por las calles de Buenos Aires del brazo con las damas de
la sociedad porteña. Hay una carta muy interesante de Mariquita Sánchez de
Thompson, en la que habla de las tropas británicas de alguna manera rebelando
el sentimiento de la elite, de la clase decente como se autoproclamaba -dando
por sentado que los pobres eran indecentes- que era su admiración por las
tropas que habían desfilado. Las describió como muy bellas, maravillosamente
bien vestidas, elegantes, con alguna descripción algo sensual como con la
pierna descubierta, eran “blancos como la nieve’, con “caras de nieve”, dice,
en contraste con la descripción de las tropas criollas que las describe como
negros, feos, sucios. Tal es así que hay un chiste que hace que es algo así
como “si los ingleses no huyen del susto al verlos, estamos perdidos”.
Como Beresford notó que la población se daba cuenta de lo
pocos que eran los británicos, aceptó convites en casas importantes y se mostró
condescendiente con todos. En su novela “Sobremonte”, Miguel Wiñazki señala: “Los curas se prosternaban ante el invasor,
los aristócratas besaban las manos de los rubios, les ofrecían sus casas y sus
fiestas y hasta Juan José Castelli se inclinó ante el nuevo comandante en jefe
(Beresford), considerando que era mejor el inglés por conocer que el español
conocido”.
Al segundo día, Beresford preguntó dónde estaba el tesoro.
No sabía que el virrey ya había escapado con él. Le dijeron que estaba en la
villa de Luján. Como consecuencia, treinta ingleses del 71er regimiento, bajo
el mando del capitán Arbuthnot, partieron hacia allí. Tal como era de esperarse,
recuperaron el tesoro y pusieron preso al fugitivo Sobremonte.
DEMAGOGIA
Con la plata en Buenos Aires, Beresford quiso cosechar
simpatías entre los habitantes y les devolvió 106.800 pesos fuertes del botín
recuperado. El reintegro era un pequeño porcentaje de todo el tesoro. Arregló
su deuda con White y el resto se repartió. “Los
ingleses estaban felices: van un poco más de 1.000 hombres y capturan un botín
de más de cerca de 1.200.000 pesos fuertes. Una parte se la reparten los jefes
-Baird, Popham, Beresford- y los soldados también reciben lo suyo. Luego, el
resto -que de todas maneras es mayor que un millón de pesos fuertes- desfila
por las calles de Londres y ahí ante la vista de un tesoro tan importante se
perdona a los militares británicos esta acción inconsulta”, explica
O'Donnell.
RESISTENCIA
Más allá de los ‘buenos’ propósitos de Beresford, los
españoles que vivían en Buenos Aires eran y se sentían españoles y católicos; y
para ellos significaba una afrenta la insistencia del nuevo gobernante en
imponer la libertad religiosa. De hecho, en la ciudad tampoco existía una
facción política ni ánimos opuestos a la monarquía española.
Finalmente, la élite -al principio amiga de los ingleses-
terminaría apoyando la defensa que iniciaría Liniers. “No pudo resistirse al ejemplo de la resistencia popular -explica
O'Donnell-. No le era fácil imponerse. Por otra parte, está la anécdota de
cuando Beresford intenta obligar a los criollos -estoy hablando de los hombres
de Mayo, básicamente- que tratan de negociar con él. Ellos estaban empeñados en
lograr la libertad de comercio, romper la sujeción con España, un proyecto que
también tenía que ver con su ubicación social, ya que estaban imposibilitados
de acceder a los cargos más importantes porque les correspondía por ley a los
españoles. Entonces, van a hablar con Beresford, quien equivocadamente Popham
luego le reprochará esto- exige porque esa fue instrucción de Londres, que
juren sumisión al rey Jorge de Inglaterra. Ahí es donde Belgrano dice:
‘Prefiero amo viejo a amo nuevo’ ”.
Muy pronto, el deseo de expulsar a los británicos comenzó a
aparecer en las mentes de la población. Para su pesar, los ingleses no
tardarían en darse cuenta de que la pasividad de los habitantes de la Ciudad
era una simple apariencia.
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Quién era Beresford
Para nosotros es un invasor; para ellos un destacado héroe militar. Sir William Carr Beresford es considerado, un militar valiente y experimentado de la historia británica. No era inglés: había nacido el 2 de octubre de 1768 en el condado de Strafford, Irlanda. Hacia 1785, ingresó al ejército y un año más tarde, perdió la visión de un ojo durante una cacería. Antes de la invasión a Buenos Aires, se había destacado en la batalla de Tolón y en la campaña de Egipto y luego en la conquista del Cabo de Buena Esperanza, en la actual Sudáfrica. Pasó a retiro en 1830 y vivió sus últimos años en Bedgebury, condado de Kent. Allí murió el 8 de enero de 1854.
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Las razones para que se organizara otra invasión
Paradójicamente, cuando el tesoro del Virreinato se paseaba por las calles de Londres, en Buenos Aires ya había triunfado la Reconquista. “Y eso -explica O’Donnell- es lo que justifica la segunda invasión que ya es una expedición punitiva porque Inglaterra lo vivió como la rebelión de una colonia contra la metrópoli. Se había decidido incluir al Virreinato como una colonia británica más. Por eso, la segunda expedición tenía 15.000 hombres contra una colonia insurrecta’’.
La preparación de la defensa de Buenos Aires para este nuevo
ataque fue más organizada. “Acá viene la
magia - señala Cresto-. Es que
esperando a los ingleses, este pueblo, esta ciudad miserable organiza la
resistencia. ‘Van a venir ellos’, dicen las noticias. Liniers los organiza: los
cántabros con los cántabros; los andaluces con los andaluces; los catalanes con
los catalanes; los negros y pardos con los negros y pardos. Cada grupo elige a
su jefe, Los criollos son los patricios -los de la patria- y son el grupo más
numeroso. Ellos eligen a Saavedra. La gran expedición cae frente a las tropas
de Liniers. Los muertos fueron más de diez veces que la primera invasión,
fueron 4.000”.
Cresto señala que de todos los antecedentes de la Revolución
de Mayo, las invasiones son el más importante. “Se habla de los filósofos españoles, los franceses, pero lo más
importante fueron los muertos que hubo. Los habitantes del virreinato decían:
‘Hemos vencido a la potencia más importante de la Tierra, qué diablos tenemos
que hacer con España´, que ya no existía”.
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El gran telón de fondo fue la guerra anglo-francesa
Hacia fines del siglo XVII, Inglaterra se disputaba con
Francia ser la primera potencia mundial. Años después surgió Napoleón Bonaparte
y los ánimos expansionistas franceses no se hicieron esperar. El choque era
cuestión de tiempo.
El 7 de mayo de 1804, William Pitt (hijo), asumió nuevamente
la jefatura del gobierno inglés, Once días más tarde, Napoleón fue proclamado
Emperador de los franceses, Ambos hombres representaban la voluntad de predominio
de sus respectivas naciones. Pitt le dijo al embajador español en Londres: “La naturaleza de esta guerra no nos
permite distinguir entre enemigos y neutrales (...) la distancia que separa a
ambos es tan corta que cualquier acontecimiento inesperado, cualquier recelo o
sospecha, nos obligará a considerarlos iguales”.
“Napoleón era un
genio militar -explicó Cresto-. Esto
no implica que yo esté de acuerdo con su política; estoy admirando su
personalidad, lo que es diferente. Es un ser dotado excepcionalmente, sin duda.
Inglaterra encuentra el freno en él”.
Lo cierto es que los ingleses se opusieron a Francia cuando
Napoleón quiso tomar todas las costas del Mar del Norte. “No podía aceptar que una sola nación fuera dueña de todas las costas
de Europa que dan frente a ella. Napoleón se expandió por todo el continente
europeo, Inglaterra hizo valer su flota y le ganó a la flota combinada
franco-española”, señaló el historiador.
La oportunidad de invadir las colonias españolas había
estado en estudio desde hacía décadas. “Ahí
aparece el general Miranda, un venezolano que está en Londres mendigando ayuda
para libertar a su pueblo. No está en contra de España, y entiende que una
América liberada será mejor para todos, inclusive para la propia España. Esto
es 1792 en adelante. Miranda llega a Rusia, habla con Catalina la Grande, va a
Francia y habla largamente con Napoleón. Inglaterra le promete ayuda, pero
tarda porque tiene otras cosas más urgentes (India). Las colonias españolas
eran vistas con apetito por la clase política inglesa, particularmente por los
‘tories’. Sin embargo, nunca habían querido dar el paso decisivo”, explicó
Cresto.
Lo cierto es que tras la derrota francesa de Trafalgar, Gran
Bretaña se hizo dueña de los mares. Pero Francia poseía la tierra. Los
ingleses, por tanto, salieron a buscar en el mar los mercados que Napoleón les
había cerrado en tierra. El escritor Pacho O'Donnell lo define así: “La invasión inglesa es una expedición
piratesca”.
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La Reconquista de Buenos Aires
A las tres de la tarde del 12 de agosto de 1806, los ingleses desfilaron derrotados por la Plaza Mayor. La fuerza expedicionaria de Liniers había desembarcado el 4 de agosto en el Tigre, proveniente de Colonia y en pocos días sus tropas lograron vencer a los ocupantes ingleses hasta obligarlos a rendirse -según la versión de los españoles- o capitular -según la inglesa-.
Beresford terminó encerrado en el fuerte de la ciudad y
logró seguir con vida gracias a un salvoconducto de Liniers. La gloriosa
rebelión había surgido de varios sectores: “Por
empezar -explica Pacho O'Donnell-, fue
llevada adelante por los que tenían que ver con la descendencia francesa -como
Liniers, que era francés, o Pueyrredón, que tenía una prosapia francesa-;
también estaban los patriotas, entre los cuales se encuentra una figura tan
interesante como fue Álzaga. Después estaba la plebe, la chusma, que como
siempre puso el cuerpo”.
-¿Por qué Liniers
pudo reclutar gente?
-Es que una vez que se puso en marcha la resistencia
popular, ya no hubo forma de oponerse.
-¿Qué disparó esta
resistencia? ¿El tema de que se hubieran llevado el tesoro?
-Yo creo que un sentimiento de hombría ante la agresión.
Años más tarde, cuando Alvear le escribe esa ominosa carta al rey de Inglaterra
diciéndole que viniera a hacerse cargo del gobierno en Buenos Aires, le dice
que hay que tener mucha precaución porque la plebe está muy imbuida de un
sentimiento levantisco; lo pone en guardia de que lo que hay que temer es a la
reacción de la chusma, de la plebe.
MATICES
-¿La Reconquista es
una toma de conciencia de los criollos de que ellos se tienen que defender
solos?
-La cosa es matizada. La historia oficial nos cuenta las
cosas muy simplificadas, seguramente en un deseo de que se entiendan. Ya
estaban definidos algunos sectores que se harán más claros el 25 de mayo, que
anhelaban la ruptura de la exclusividad del comercio con España. La aspiración
de los criollos y de un sector importante de los comerciantes españoles en
Buenos Aires era decretar el libre comercio, la posibilidad de comerciar con la
reina de los mares y dueña de la Revolución Industrial que era Inglaterra.
-Algún héroe o
personaje que le parezca importante recordar. Digamos que siempre está Liniers.
-Esa es una reconstrucción de la historia porque verdaderamente
el gran héroe de las invasiones inglesas fue Álzaga. Él fue el estratega, tal
es así que en la segunda invasión, Liniers propone equivocadamente salir a
enfrentar a los británicos en campo abierto y Álzaga insiste en que es un
error, que hay que esperarlos dentro de la ciudad, lo cual es una táctica
conocida y sigue vigente hoy; es decir, que a los ejércitos les resulta muy
difícil luchar dentro de las ciudades. Liniers es rápidamente derrotado por las
fuerzas británicas y se repliega en la ciudad y ahí es donde se produce la
resistencia exitosa.
LA VUELTA DE OBLIGADO
O'Donnell recuerda otro episodio de la historia argentina
-la Vuelta de Obligado- en el que se desalojó a un agresor extranjero. “La historia oficial debería responder por
qué celebra la gesta de las invasiones inglesas y no la de la Vuelta de
Obligado, con una característica muy semejante, hasta diría peor, porque la
Vuelta de Obligado fue el ataque de Inglaterra y de Francia, unidas”.
-¿A qué lo atribuye
usted?
-La vuelta de Obligado se dio durante el gobierno de Rosas y
esto es lo que hace que sea un hecho oculto. Inglaterra y Francia eran las dos
potencias bélicas más importantes del mundo y atacaron el puerto de Buenos
Aires, lo cercaron, y penetraron en los ríos. Ya había sido inventado el barco
a vapor; es decir, que ya no dependían de los vientos y por lo tanto se podían
meter en los ríos interiores y ocupar las ciudades que estaban sobre el mar y
también invadir las interiores. El proyecto era vigoroso y entre otras cosas querían
llegar al algodón paraguayo porque las hilanderías eran la industria básica
británica. Se trató de una invasión, desembarcaron. Murieron muchísimos
argentinos, fue una defensa muy heroica.
-Estos episodios
deberían ser recordados también.
-Absolutamente. La figura de Rosas marca una división entre
la historia oficial y una historia que pretende ser más abarcativa. No se trata
de celebrar a Rosas sino de conmemorar una epopeya extraordinaria, del mismo
nivel que las invasiones inglesas.
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El origen de la rebelión
“Acá hay una sola
palabra: Liniers. Este apuesto capitán de navío, jefe de la Ensenada de
Barragán, no quiso jurar lealtad al rey de Inglaterra y organiza la
Reconquista”, señala Cresto. De hecho, Liniers se va al Tigre y convence a
Ruiz Huidobro para armarse contra los ingleses. “En esos días se le une Juan Martín de Pueyrredón en la chacra de
Perdriel y reúne a unos cuantos gauchos. El jefe inglés minimiza esto. Sin
embargo, Liniers avanza hacia Buenos Aires en la plaza Miserere. Beresford entonces
sí organiza la defensa. Él había ordenado que toda la gente entregase sus
armas, pero no lo logró ”.
-Y la defensa se hizo
insostenible.
- Exacto. Liniers ordena el asalto a la fortaleza y
Beresford termina arrinconándose dentro del fuerte y se le dio un salvoconducto
para que se rindiera.
- A qué atribuye que
años más tarde se fusile al héroe que fue Liniers.
-El quiso demostrar su lealtad a las autoridades hasta
último momento. A Liniers lo llevaron a la oposición a la junta de Mayo. Moreno
fue el responsable.
-¿La excusa cuál fue?
-Haberse levantado en contra de las autoridades revolucionarias.