REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
208
En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.
En el diario La Prensa del día 6 de mayo de 1986, se publicó el siguiente interesantísimo artículo, sobre la opinión de los británicos sobre las fuerzas argentinas.
Más sobre "MALVINAS"
Visión británica sobre el desempeño argentino
por Manfred Schönfeld
Sigue pendiente de ser dado a publicidad el veredicto del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas en el asunto que, globalmente, es denominado por la opinión nacional como “Malvinas”, es decir el fallo, de acuerdo con las normas de la justicia militar, acerca del desempeño de un grupo de oficiales superiores que tuvieron a su cargo la conducción de las operaciones en la guerra argentino-británica de 1982.
Ya hemos manifestado en más de una oportunidad nuestro punto de vista —y expresado, en ciertas instancias, al mismo tiempo, nuestra extrañeza cuando no nuestro rechazo— con respecto a varios aspectos de dicha cuestión, entre otros los siguientes:
Por lo pronto, hemos insistido —y volvemos a hacerlo, aun a riesgo de caer en monotemática— en que los otrora comandantes en jefe de cada una de las tres fuerzas, a saber el entonces presidente de facto Galtieri y sus dos cointegrantes de la Junta Militar, Anaya y Lami Dozo, jamás debieron haber sido juzgados, ni ante el Consejo Supremo ni ante tribunal alguno de la República, porque su función, al estallar la guerra y mientras se desarrolló la principal fase de ésta, fue, por encima de cualquier rango y cargo militares que hubiesen podido tener, la de gobernantes de facto del país. Y a los gobernantes del país —así se trate de miembros de un gobierno de jure o de un régimen de facto— no se los puede juzgar por decisiones políticas que hayan tomado y hecho llevar a la realidad, independientemente de que esas decisiones hayan conducido a un supuesto “éxito” o a un supuesto “fracaso”.
Es más: como intentaremos demostrar más adelante, sobre la base de documentación británica, lo del “éxito” o lo del “fracaso” es, de por sí, más que controvertible y tal vez tengan pasar años para que pueda decirse, aproximadamente a ciencias cierta, cuál habrá de ser, en ese sentido, el resultado del operativo armado del 2 de abril de 1982.
La única posibilidad de llevar ante las gradas de un tribunal —militar o no— a los tres mencionados ex gobernantes de facto, en lo concerniente a su actuación durante la confrontación bélica del Atlántico sur de 1982, la habría ofrecido el hipotético hecho de que, durante esa confrontación y por orden o a sabiendas o con la connivente complacencia de ellos, se hubiesen perpetrado así llamados “crímenes de guerra”. Consabidamente, eso jamás fue alegado y ni siquiera se aludió a ello. Por ende, queda descartado.
La demora llamativa
Pero esta no es la única faceta del asunto que, como señalamos, nos llama la atención o nos causa extrañeza, cuando no rechazo.
Otra es la demora en dictarse las respectivas sentencias, y los sucesivos anuncios oficiosos (cual si se tratase de un verdadero juego mediante los proverbiales “globos de sondeo”, destinado a tomarle al respecto el pulso a la opinión nacional o tal vez a las Fuerzas Armadas o a otros sectores específicos) en el sentido de que las sentencias en cuestión se darían a conocer, primero, a comienzos de marzo o incluso antes de fines de febrero de este año; después, en el curso de marzo; posteriormente, y en apariencia a más tardar, antes de mediados de abril; más tarde, y pretendidamente sin lugar a dudas, hacia fines de abril; ahora, entre la primera y la segunda semana de mayo; y después, ya veremos qué pasa. A pesar de nuestro disenso en cuanto a que el Consejo Supremo haya aceptado, en sí, ocuparse de las causas incoadas a los tres ex comandantes en jefe, estamos convencidos (o nos decepcionaría muy profundamente el hecho de tener que convencernos de lo contrario) de que ese alto tribunal no se deja manejar ni permite que sus veredictos sean manejados con el propósito de crear ni efectismos ni tensiones en el seno de la opinión nacional. Si por ende, las sentencias han sido falladas, deben ser dadas a conocer, no sólo porque es de vital interés para los acusados conocerlas, sino también porque no es de menor importancia que de su contenido se entere la opinión nacional. Si todavía no existe al respecto una elemental unidad de criterio, también es importante que eso. se sepa, aun cuando, como es natural, el alto tribunal pueda y deba reservar, en semejante hipotética situación de indecisión, el porqué de ésta y alrededor de qué cuestiones gira, llegado el caso, tal disenso. Lo que nos parece intolerable es la impresión que está formándose, en el seno de crecientes sectores de la opinión nacional, en el sentido de que ya las sentencias (siempre en lo referente a los ex comandantes en jefe, que es el verdadero “quid” de la cuestión) son algo decidido en forma irrevocable, a que el gobierno sólo las dará a conocer cuándo, de acuerdo con su estrategia política de cara a las Fuerzas Armadas y a cuestiones conexas, considere “oportuno” darlas a conocer.
Consideramos que semejante “oportunismo” —de existir— sería algo detestable. Y que, si no existe, es urgente que se salga al cruce de dicha impresión y se diga, con suficiente claridad, en qué punto de su desarrollo se hallan las causas en cuestión.
Imagen que se aclara
A todo esto, creemos que, pese a la intensa campaña de la así llamada “desmalvinización” que fue comenzada, aun durante la última etapa del llamado “proceso” y continuada con un entusiasmo digno de mejor causa por el actual gobierno y por una vasta gama de corrientes políticas opositoras, la imagen está aclarándose de día en día y, con cada nueva publicación documentada que ve la luz —así se trate de las que proceden de fuente argentina, pero así también se trata de por lo menos varias y no precisamente las menos valiosas, de fuente británica— se van perfilando las siguientes características de la guerra de 1982:
1) la necesidad argentina de actuar con la mayor rapidez —antes del momento inicialmente previsto—, debido a que los servicios de inteligencia británicos se habían enterado de la intención de nuestro gobierno de lanzar una campaña diplomática que, sólo en caso de fracasar, se traduciría, alrededor de medio año después de la fecha que hubo de ser adelantada, en una acción armada;
2) el momento de grave peligro en que se halló la poderosa expedición británica, a punto de verse al borde de una situación calamitosa, lo cual es o entre otros factores, del excelente desempeño argentino. al menos de muchos de los sectores empeñados en la lucha, ya que no necesariamente de todos;
3) el oneroso problema que la secuela del 2 de abril de 1982 le ha significado y sigue significándole al gobierno británico, aun después de cuatro años de acalladas las acciones bélicas abiertas, de tal modo que la supuesta victoria británica que entrañó la rendición dela plaza de Puerto Argentino, ha terminado por convertirse en el mejor ejemplo de lo que, en historia política y militar, se llama un “triunfo de Pirro”, es decir un triunfo que, en realidad, es una derrota.
Un documento muy ilustrativo
Tenemos a la vista la excelente publicación inglesa “British Military Operations 1945-1984”, libro ricamente ilustrado con magníficas fotografías dicho sea de paso, la dirección de cuya redacción estuvo a cargo de John Pimlott.
El libro —el octavo— tiene casi doscientas páginas, de las cuales 20 se dedican a lo que se llama “The Falklands War” (“La guerra de las Malvinas”).
Mencionamos esta proporción, puesto que conviene que el lector la tenga en cuenta, ya que el libro como dijimos comprende todas las operaciones militares británicas después de terminada la Segunda Guerra Mundial, o sea también la intervención británica en la guerra de Corea, así eomo lo referente al papel de las fuerzas armadas del Reino Unido en los diversos operativos que acabaron por desembocar en el gradual desmantelamiento del imperio colonial en África y al Este de Suez, sin excluir naturalmente la situación en Irlanda del Norte y otros puntos críticos.
¡Aun así, los escasos dos meses y medio de la guerra austral de 1982, ocupan más de una décima parte del volumen que se extiende a lo largo de una historia de casi cuatro decenios!
Algo de lo que se dice
En muchas oportunidades anteriores y enfrentados a la tarea de citar —ineludiblemente— “fuera de contexto”, hemos advertido al lector, como volvemos a hacerlo ahora, no estamos entresacando las proverbiales “pasas de la torta”, a fin de hacerlas degustar discrecionalmente.
Los libros británicos —como éste del que hacemos mención y cuyo autor es un catedrático nada menos que la Real Academia Militar de Sandhurst— no se dieron a la publicidad para cantar glorias argentinas. Pero no por ello este libro deja de decir con toda claridad, y sin salvedades o reservas, cosas como por ejemplo las siguientes:
“... La Marina Argentina, con un portaaviones, ocho destructores, tres corbetas y (después de las Georgias del Sur) tres submarinos impulsados a Diésel, pudo haber sido superada en número por una fuerza de tareas que, en última instancia, habría de involucrar 39 naves de guerra. Con todo, por su existencia constituía una permanente amenaza, sobre todo para los portaaviones. Si éstos hubiesen sido averiados o se hubiesen perdido, la fuerza de tareas no habría podido continuar sus operaciones, ya que sin cobertura aérea habría sido peligrosamente vulnerable a los ataques de la fuerza aérea argentina. Tal como resultaron ser las cosas, y pese a la confianza que tenían los británicos en la combinación de sus Sea Harriers y de sus misiles SAM transportados por barco, la fuerza de tareas tuvo que vérselas con un total formidable de nueve bombarderos Canberra B-82, 82 cazabombarderos Skyhawk A-4, 10 aviones de ataque Super Etendard y 47 interceptores Mirage III o Dagger...”
Estos pasajes ilustran acerca de la respectiva preparación para la guerra y refutan, por sí solos, la mistificada versión segun la cual la Argentina se había lanzado en forma totalmente improvisada al operativo del 2 de abril de 1982.
Acerca del “Belgrano” del “Hermes” y otras naves
Describiendo las acciones navales argentinas, el libro admite, entre otras informaciones acerca de cómo nuestras unidades navales se acercaron a la “zona de exclusión” pero después se alejaron de ella, que a las 15:00 horas del 2 de mayo y “efectivamente fuera de la zona de exclusión”, el submarino británico “Conqueror” lanzó sus torpedos contra el “General Belgrano”, después de haber recibido la autorización para efectuar ese ataque.
Más adelante describe el ataque al “Sheffield” y sostiene que los dos Exocet que fueron lanzados —uno de los cuales no dio en ningún blanco— estaban destinados al “Hermes”, y que en lugar de dar en éste, uno hundió al “Sheffield”.
Una vez más desfilan ante el lector la considerable lista de las naves hundidas o gravemente averiadas por las fuerzas argentinas, desde la fragata “Ardent” hasta el barco de trasporte “Atlantic Conveyor”, pasando por la fragata “Argonaut”, los destructores “Antrim”, “Broadsword” y “Brilliant”, la fragata “Antelope” y el destructor “Coventry”.
Estos nombres y estos hechos, no por ser conocidos, deben dejar de ser recordados y mantenidos vivos en la memoria una y otra vez. Son, como ya lo señalamos, la refutación más contundente del mito, nacido por razones espuriamente políticas, de que la guerra austral lanzada en 1982 fue una aventura de irresponsables.
Sólo mentalidades primitivamente exitistas pueden medir una guerra de acuerdo con su —aparente— resultado “final”. Hay muchos “porqués” y muchos “cómos” que deben tenerse en cuenta antes de fallar un juicio.
El costo
El más convincente argumento, en ese orden de cosas, está contenido en una especie de epílogo del libro que glosamos sólo muy sintéticamente: se refiere al costo de la guerra para Gran Bretaña y al costo del mantenimiento de la guarnición en las islas después de la guerra.
Dice el autor que el gobierno en Londres se comprometió a devolver alrededor de mil millones de libras esterlinas, en un plazo que se extiende a lo largo de cinco años, por las pérdidas que le infringió la Argentina, sólo en lo referente a naves destruidas. Si se suma a ello los aviones de guerra perdidos y el costo de “defender” ahora las islas, se alcanza a una suma anual de 2.000 millones de libras esterlinas. El mantenimiento en sí de la guarnición ese a superar los 600 millones de libras esterlinas anuales.
Estas cifras bastan para demostrar hasta qué punto se ha creado una nueva realidad en el Atlántico Sur que, desde todo punto de vista, no podrá menos que terminar por favorecer la posición argentina, siempre que no se claudique ni se vuelva a la foja cero, existente antes de las negociaciones de 1965, es decir a una situación en que nuestros archipiélagos australes “pertenecían” cómodamente y sin el menor esfuerzo al Reino Unido.
Si el fallo del Consejo Supremo se desdice —al condenar a los otrora comandantes en jefe— de la causa nacional, Gran Bretaña sabrá que tendrá luz verde para iniciar un nuevo, extenso y cómodo lapso colonial, tan largo o tal vez más largo que el de otrora.