martes, 22 de agosto de 2023

La destrucción del caserón de Rosas en Palermo de San Benito

REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años. 

En la revista El Federal N° 96 del 29 de setiembre de 2005, en la sección Historia, se publicó el siguiente artículo.

Construir sin destruir

por la periodista y escritora Araceli Bellota

Caserón de Rosas
Araceli Bellotta


En 1874, una ley pretendía construir un parque y derribar la quinta del exiliado Rosas. Avellaneda dijo que se podía enfrentar al caudillo sin destruir sus cosas.

 


El 23 de junio de 1874 se discutió en el Senado de la Nación un proyecto de ley enviado por el Poder Ejecutivo para la construcción de un parque en los terrenos de Palermo, en el mismo sitio donde el ex gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, había levantado su quinta, abandonada luego de su derrocamiento. En esa sesión, el recientemente incorporado senador por Tucumán, Nicolás Avellaneda, demostró que era posible sostener la oposición a Rosas, entonces en el exilio, sin necesidad de destruir aquello que él había construido y que era digno de aprovechar.

Contra el monumento

El senador por San Juan, Guillermo Rawson, se opuso al proyecto y entre sus argumentos esgrimió que Rosas escribía en Southampton dos libros: uno sobre la historia del país y otro sobre medicina, y expresó su temor de que en alguno de esos escritos el ex gobernador se refiriera al lugar elegido para el Parque con la ironía de que “el pueblo que se titula civilizado y libre ha adoptado aquel monumento del atraso”. A su turno, Avellaneda sostuvo una conclusión opuesta: “El tirano es muy anciano ya y debemos apresurarnos; es necesario que ese libro por él escrito no concluya diciéndonos: ‘¿Veis ese Palermo de San Benito? ¡Hoy es el paseo de Buenos Aires después de 30 años! ¡Y con qué diferencias! Han destruido los árboles, han dejado crecer la hierba en los caminos, han desecado las aguas del lago hasta convertirlo en un pantano!’. Es necesario apresurarse; es necesario que esa ironía sangrienta no se encuentre escrita en la página final del libro de Rosas. Es necesario, por el contrario, que le obliguemos a retractarla, mostrándole que el Palermo de San Benito, aquel viejo Palermo, no es el paseo favorito de Buenos Aires, sino otro Palermo mejorado, y embellecido por todos los maravillosos encantamientos de las artes, de las ciencias, de la elegancia y del buen gusto”.

Respecto al consejo de Rawson de “no asociar nuestros paseos, nuestras distracciones públicas al horrible recuerdo de la tiranía”, Avellaneda respondió: “Es santo, es bueno, es noble, el horror a la tiranía; pero no basta el horror a la tiranía; es necesario amar a la libertad. El horror a la tiranía por sí mismo, sin ser vivificado por el amor a la libertad, puede convertirse en un sentimiento de destrucción”.

El nuevo presidente

Un año después, Avellaneda fue consagrado presidente de la República. En ese carácter le tocó inaugurar la primera parte del Parque que él había defendido en el Senado y en ese discurso completó su idea: “Era mejor convertir la mansión sombría del tirano cauteloso en jardines cultivados para el uso del pueblo. ¿Dónde hay, a la verdad, otro espectáculo igualmente democrático, demostrando mejor nivelados los rangos, y que cada hombre por fin es siempre igual a otro hombre, como el que presenta cada día un paseo público? El hijo del pobre y el hijo del rico mezclarán bajo estos árboles al grito jubiloso de los pájaros sus juegos igualmente inocentes”.

El Presidente cerró su arenga con una idea que no estaría nada mal tomar para el presente: “Los paseos públicos, ejerciendo una atracción irresistible sobre la masa de los habitantes, sirven para mejorar, ennoblecer y elevar los sentimientos de las multitudes; y pueden contribuir a dar formas cultas y suaves a las luchas duras y severas que engendra la vida democrática”.