REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.
A 190 años del acta bautismal de la Argentina
por Armando Alonso Piñeiro
Hoy se cumplen 190 años de la Declaración de la Independencia. El 25 de Mayo de 1810 había nacido la patria. Seis años más tarde el hecho fue legalizado por el acta bautismal del 9 de Julio, que legitimó la campaña militar llevada a cabo, cada uno por su parte, por los generales José de San Martín y Manuel Belgrano, quienes no por mero azar venían reclamando este documento fundamental.
Fue un año de grandes acontecimientos, no sólo para nuestro país. Mientras Rossini estrenaba su obra maestra El barbero de Sevilla, un tal Napoleón Bonaparte escapaba de su prisión en la isla de Elba para retornar triunfalmente a Paris.
Por esa misma época, en los tétricos calabozos españoles de Las Cuatro Torres dejaba este mundo Francisco de Miranda, fundador de Venezuela, precursor e ideólogo de la independencia hispanoamericana e inspirador de figuras preclaras de nuestra historia.
Como ya lo dijeran ilustres colegas hace más de medio siglo, la Declaración del 9 de Julio fue el coronamiento de la Revolución de Mayo. Joaquín V. González, por su parte, sintetizó admirablemente: “La Nación Argentina nació el 25 de Mayo y tuvo su estado civil y espiritual el 9 de Julio por la sanción irrevocable de su personalidad histórica”.
Es necesario reparar que el 9 de Julio se fue más allá de la mera e importante Declaración de la Independencia Argentina. En el extraordinario documento original -que se perdió para siempre, en otra historia que contaré oportunamente- no se hablaba de la Argentina ni de las Provincias Unidas de Sudamérica, con el fin de que sirviera de ejemplo al resto de las naciones en esta parte del continente, así como seis años atrás el grito de Mayo fue utilizado de modelo para la emancipación de otras naciones.
No todos los 471.000 habitantes con que entonces contaba nuestro país pudieron enterarse al unísono del acto memorable celebrado en Tucumán. El Soberano Congreso tenía un órgano oficial -El Redactor-, que informó escuetamente y sin comentarios sobre el episodio crucial del 9 de Julio. A su vez, La Crónica Argentina -al no ser formalmente un órgano oficialista- pudo juzgar que el documento bautismal traducía “un concepto de sabiduría, de prudencia y de previsión política”, definiéndolo ajustadamente como “la piedra angular de nuestra regeneración”.
El 25 de julio, el semanario El Censor estampó en su primera plana un titular en tipo catástrofe: Independencia. Y anunciaba que la ciudad quedaba iluminada a partir de esa noche y durante diez días sucesivos.
El 27 de agosto el gobierno ordenó que la Independencia fuera jurada en Buenos Aires el viernes 13 de septiembre, lo cual se hizo con el entusiasmo popular y periodístico ya indetenible: “El sol de hoy amaneció hermoso sobre nuestro orizonte” (sic), para celebrar el grande día de América”.
Como se ve, no se hablaba en argentino, sino en americano. El 9 de Julio de 1816 fue un grito estruendoso para llamar la atención de todo el continente hispanoamericano, enfervorizar a las tropas sanmartinianas que se jugaban la vida desde el Alto Perú hacia arriba e inspirar a los pueblos a imitar un modelo de libertad.
¿Cuáles son los fantasmas de aquel pasado que hoy podemos evocar con orgullo? La entonces Argentina que no llegaba al medio millón de habitantes estaba hundida en la anarquía, que se profundizaría en los años siguientes, hasta el fatídico 1820. Pero a pesar de todos los problemas políticos y sociales, las dificultades económicas, la incertidumbre cotidiana, la siempre latente amenaza de un retorno hispano, la Argentina ofreció un paradigma que 190 años más tarde da la impresión de haberse anquilosado.